Capítulo 18.


Llevaban un par de días de viaje cuando Hak y Yona tuvieron por primera vez un rato a solas. No es que lo buscaran o lo esquivasen, de todas formas. En realidad, sus mentes estaban centradas en caminar, esquivar a los hombres del rey y pasar las noches en relativa calma, por lo que ninguno de ellos apenas tenía tiempo para nada más que descansar en los pocos ratos libres que tenían.

Bueno, los dragones en ese sentido lo tenían un poco más fácil, pues la sangre de ser fantástico que corría por sus venas le hacía mucho más resistentes al cansancio y al calor, pero Hak y Yona estaban decididos a no quedarse atrás. Y para una joven que había pasado toda su vida encerrada en el castillo y para un antiguo luchador que había pasado años entre paredes era algo de gran admiración.

Por más exhaustos que se vieran, ninguno de los dragones se atrevía a formular la pregunta ¿necesitáis ayuda?, pues ya conocían la respuesta que iban a tener de antemano: una larga, tensa y maldiciente mirada. Habían escarmentado con rapidez.

De todas formas, a pesar de ser tan dispares entre sí, de formar un grupo tan variopinto con cuatro dragones, un humano y una princesa destronada, de alguna manera la situación a la que se habían enfrentado juntos estos últimos años los había unido a tal punto que podían funcionar como una máquina bien engrasada cuando se era requerido. Sin necesidad de decir las palabras en voz alta, conocían quién eran el mejor cazando, cocinando, pescando o formando las camas en las que posteriormente se echarían a dormir.

Esa noche, concretamente la tercera que pasaban todos juntos al raso, habían acampado cerca del río que a veces los acompañaba y otras se alejaba en su travesía. Yona se encontraba en la orilla de este, terminando de lavar un par de pescados que ella misma había recogido esa tarde. Quién le viera y quién le ve. Había pasado de estar durmiendo entre sedas y oro, con todo palacio inclinándose a sus atenciones, a tener que obtener su propia comida y construir el lugar donde dormir esa noche.

Incluso ella se mostraba a veces incrédula de lo mucho que había cambiado su vida en cuestión de días.

Y aquel cambio tan grande podría haber sido imposible de superar si no fuera por la increíble ayuda que le estaban dando los chicos, quienes no dudaban en hacerle la travesía mucho más fácil con pequeños gestos. Una pequeña sonrisa por aquí, un despertar con una sopa de hierbas ya preparada por allá, una rápida clase de cómo pescar por acullá... Sin embargo, ella necesitaba demostrarse a sí misma su valía.

Yona estaba segura de que de no querer hacer nada, los chicos podrían encargarse perfectamente de hacer todo lo necesario, pero eso ella no quería que pasara. Ya no estaba en el castillo. Ya no era la princesa. Ahora tenía que empezar a valerse por sí misma, aunque eso significase, entre muchos otros trabajos, destripar peces (literalmente y ciertamente, no de sus trabajos favoritos).

Lo bueno de todo es que trabajar tanto y estar en constante movimiento le impedía pensar mucho. Pensar en lo que había dejado atrás y pensar en el futuro. En las últimas revelaciones. Y en las mentiras que habían rodeado su vida.

Pensar en su padre.

—¿Cómo lo llevas?

Yona se sobresaltó debido a la voz que escuchó a su espalda. Echó un vistazo por encima del hombro y gracias a la luz que transmitía la antorcha que había dejado sobre las piedrecitas a su lado, se encontró con Hak, parado a unos pasos detrás de ella. La escasa luz que le estaba ayudando a terminar su trabajo no era lo suficientemente fuerte como para que Yona pudiera ver qué expresión tenía por lo que su rostro estaba escondido en un intrincado juego de luces y sombras.

Al mirarlo, Yona sintió como su corazón brincaba, emocionado y nervioso.

—Bien, ya casi termino— se apresuró a darse la vuelta para continuar el destripamiento. Escuchó pasos, el sonido de las piedrecitas al chocar las unas con las otras y entonces por el rabillo del ojo lo vio sentarse a su lado.

El corazón de la joven, ahora, amenazaba con fallarle. Estaban a solas, pues habían escondido el campamento entre los árboles que bordeaban el río, y aunque no estaban cerca de la orilla, desde allí podía oír la cháchara que estaban teniendo. Para Yona era como si fueran ellos los únicos que estuvieran en el bosque. Los únicos que vivían en el reino.

—¿Necesitas ayuda?

—No, gracias. Ya me queda nada.

—Hum.

Un silencio acogedor se formó a su alrededor, solamente cortado por el sonido del discurrir del río, tranquilo, apacible; los sonidos de la naturaleza del bosque y las voces de sus compañeros de aventura. Cuando finalmente Yona terminó de limpiar el botín capturado, los dejó sobre una roca aplanada y grande que había acercado ella misma a la antorcha para que se secasen un poco, se lavó las manos de los restos de sangre e intestinos y se sentó en silencio.

Estuvieron así, tranquilos, durante un par de minutos.

En un movimiento inconsciente, Yona alzó la cabeza y sus ojos se perdieron en la cantidad incalculable de estrellas que había en el firmamento. A la luna le faltaba un trozo en la parte izquierda y al verla, Yona pensó en una galleta. En una de las tantas galletas que le había dado a Ao y que ella había codiciado como un tesoro. Y pese a no estar completa, eso no significaba que se veía menos majestuosa. Al contrario, esa pequeña tara la hacía mucho más bonita y luminosa a los ojos de Yona.

Se aferró a esa imagen, porque quizás era lo único familiar que reconocía de su anterior vida. Las noche y noches que había pasado asomada en el balcón de su habitación, mirando la luna y las estrellas, preguntándose qué podía hacer, cómo podía ser de ayuda. Sintiendo la impotencia como una bola de fuego en su pecho y corazón, que creía y crecía, y se comía sus vísceras con un hambre voraz.

Recordó ese sentimiento, pues era consciente de que uno no podía librarse de él tan fácilmente, y en su cabeza enumeró todo lo que había hecho hoy: recoger leña, ayuda a Seiryuu a cazar un jabalí, buscar plantas medicinales con Kija, cazar un par de peces y limpiarlo... Cada día era una lucha constante contra ese sentimiento que la había aplastado durante muchísimo tiempo. Necesitaba recordarse una y otra vez que ahora podía convertirse en un apoyo, en una solución, en lugar de ser el problema.

El manto de estrellas se veía hermoso y una tímida sonrisa se extendió por los labios de la joven. De pronto, tuvo un momento de lucidez y recordó que no estaba sola allí. Cuando se giró para mirar a Hak, se encontró con que él ya lo estaba haciendo. La estaba mirando a ella.

La estaba mirando, juraría, con la misma expresión con la que ella admiraba el cielo.

«Llevo años en una noche eterna, sin poder ver la luna y las estrellas. Pero nunca las he echado en falta, ¿sabes por qué?», la ronca voz masculina le susurró al oído, y Yona se vio a sí misma frente a la celda, con Hak mirándola con gran intensidad desde el otro lado. Yona sintió una mano acariciándole la mejilla, y a continuación unos labios rozando los suyos.

«Porque te tengo junto a mí.»

Con lo acontecido en las últimas semanas, ese momento había quedado recluido en el confín de su memoria. Salvaguardado en el más bello y fino arcón para evitar que se estropeara. Pero ahora que había resurgido con fuerzas, que la tapa se había abierto, Yona sintió una hoguera crepitando en su pecho, allí donde latía su corazón.

Hak estaba mirándola en ese momento con la misma intensidad de aquella noche. Antes, había tenido paredes de piedra, hierros y cientos de soldados interponiéndose entre él y la luna. Pero ahora que estaba libre... prefería mirarla a ella.

—¿Puedes creer que estoy aquí y aún no asumo lo que está sucediendo?— dijo él con la voz ronca, estirando lentamente una mano para acariciar uno de los rizos de ella y colocarlo tras su hombro.

Yona sintió su respiración alterarse y un agradable estremecimiento recorrió su cuerpo.

—¿El qué?

—Esto— exclamó e hizo un vago gesto con la mano.

Yona siguió sin estar segura a que se refería pero imaginó estaba hablando del hecho de que habían podido escapar del castillo. De que finalmente eran libres.

—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes sobre el hecho de que estemos aquí?

Hak la miró con incredulidad.

—¿No debería preguntártelo yo a ti?

Yona sonrió, una sonrisa cargada de cansancio e ilusión.

—Estoy bien—aseguró, pero cuando vio que él la miraba sin creérselo del todo, añadió—: De verdad. Está todo bien.

Por primera vez desde que Yona lo pilló mirándole, Hak apartó la mirada, desviándola hacia el río en penumbra.

—¿De verdad no echas de menos... bueno... ya sabes...?

—¿El castillo? ¿A mi padre?— preguntó, sonando más seca de lo que le hubiera gustado. Cuando él le miró de reojo sin afirmar o negar, simplemente esperando su contestación, un suspiro escapó de sus labios— Lo hago. ¿Cómo no iba a hacerlo? He pasado toda mi vida allí, cuidada y resguardada del mundo. Cada minuto que paso aquí siento como si me arrancara una gran cantidad de energía. Cada terreno escarpado que caminamos, los saltos, las ramas puntiagudas, los animales salvajes, los mosquitos en las noches... la lista es infinita; con cada cosa con la que me topo por el camino me siento más y más chiquitita, más y más indefensa. Así que si me preguntas si echo de menos mi cómoda vida en el castillo, la respuesta indudablemente es sí.

El cuerpo de Hak tensó notablemente mientras ella hablaba, pero permaneció con la boca cerrada, escuchándola con atención. Yona buscó sus ojos y, aunque costó un poco, una vez estuvieron enfrentados cara a cara, continuó:

—Pero no puedes quedarte con eso. Pregúntame, en cambio, si cambiaría algo de esto, si de haber la más mínima posibilidad, yo elegiría regresar...— se quedó en silencio por un par de segundos, como si le hiciera sopesar la pregunta formulada— En ese caso, la respuesta sería un absoluto y rotundo no. Lo echo de menos, claro, porque es lo único que he conocido en toda mi vida y ahora mismo siento que muchas cosas me sobrepasan, pero no volvería allí— se estremeció, sin saber bien si era debido a la brisa nocturna que repentinamente se había levantado o por sus pensamientos.

—¿Te das cuenta de que somos proscritos, verdad? Que hemos escapado de la corona. Que nos perseguirán.

Otro estremecimiento, y Yona se encogió un poco sobre sí misma.

—Soy una proscrita, pero también soy una persona libre... una hija que ha descubierto que su padre es un... asesino, un manipulador y un secuestrador— su voz tembló, pero Yona no actuó como si necesitase que la consolasen. Al contrario, ella misma sabía cómo mantenerse en pie, había pasado días y día pensando, reflexionado sobre ello, mentalizándose de todo, y aunque había veces en las que su ánimo decaía, sabía que no era el momento, que ahora mismo lo que importaba era el futuro, el siguiente paso a dar. Como si de alguna manera Hak fuera capaz de leerle el pensamiento, no pudo evitar sentirse absolutamente orgulloso de ella por su valentía y entereza— ¿Lo amé como nada? Sí. ¿Lo sigo haciendo...? Sí. Es mi padre, me ha dado la vida y me ha querido. De una forma retorcida y enfermiza... pero supongo que es amor, al fin y al cabo. Simplemente creo que no supo ver más allá de sus demonios interiores, de los fantasmas del pasado que le perseguía. Lo quiero, sin embargo, por mal hija que me haga ser decir estas palabras: nunca volvería a él. No sabiendo todo lo que sé. No después de todo lo que te hizo, lo que nos hizo a todos.

Yona se veía tan frágil pero tan fuerte a los ojos de Hak, que este necesitaba usar toda su fuerza de voluntad para no acogerla entre sus brazos y no soltarla jamás. Para no sostenerla del mentón, inclinar ligeramente su cabeza... y borrar cada brizna de sufrimiento de su cabeza. Apretó las manos a ambos lados de su cuerpo y miró al cielo infinito.

No es el momento, no es el momento, no es el momento, se decía como un viejo mantra. Ella está mal, no puedes aprovecharte. Estás dándole tiempo. Tiempo para recuperarse. Tiempo para sanar.

—¿Recuerdas a Soo Won?

Hak la miró de nuevo y la encontró todavía encogida sobre sus rodillas flexionadas y el mentón inclinado hacia abajo, con el cabello actuando de cortina natural para esconderse de él. Hak deseó tener la suficiente valentía como para poder apartárselo y ver su expresión, porque necesitaba conocer qué estaba pensando. Su voz había sonado demasiado tranquila y artificial como para aportar alguna información de sus verdaderos sentimientos.

—¿Soo Won?

—Sí... ¿Te acuerdas de él?

Hizo memoria por unos cinco segundos antes de que la sonrisa mellada de un niño rubio con unos profundos ojos azules viniese a su memoria. Había sido un año después de que el abuelo le adoptara. Este había ido a visitar al rey y lo había llevado con él para presentarlo como su hijo. En ese momento, Hak se había sentido un poquito emocionado y agradecido con el viejo por tal consideración.

Pero nunca había llegado a decírselo. Nunca le había confesado lo agradecido que estaba con ese viejo cascarrabias por todo lo que había hecho por él.

En estos casi cuatro años de encierro, Hak se había dado cuenta de que había muchas cosas que se había callado por orgullo. Y más de una vez había llegado a la conclusión de que habría dado cualquier cosa por hacerlo, por tenerlo una vez más cara a cara y así poder decirle todo lo que había estado guardándose para sí mismo.

—Sí— respondió, intentando salir de esa línea de pensamientos que tanto le deprimía.

—Era mi primo. Mi sangre. Hijo del hermano de mi padre. Sangre de su sangre. Y tenía solamente seis años cuando mi padre le mató— su voz se rompió, pero consiguió enderezarse con rapidez; sus hombros endureciéndose como una forma de no perderse en el dolor— Era solo un niño... En realidad, desde que me enteré... no dejo de preguntar qué... habría pasado... si eso no hubiera ocurrido. No tengo muchos recuerdos de él porque era muy pequeña, pero era el único niño con el que pude relacionarme... y recuerdo que su sonrisa me parecía muy dulce. Me gustaba lo feliz que estaba siempre de verme... ¿Qué habría sido de nosotros si mi padre no hubiera hecho... lo que hizo? ¿Seguiríamos en contacto? ¿Seríamos cercanos?

—Princesa, si de algo me ha servido estar todos estos años encerrado, es que perderse en los 'y si' no sirve para nada. Tan solo trae confusión, tristeza y mucho dolor.

Yona, en respuesta, se encogió sobre sí misma como si cualquier cosa que quisiera decir fuera incapaz de escapar de sus labios. Como si lo tuviera agarrotado en su corazón, en su pecho y en su alma. De pronto, Hak vio como las manos que rodeaban sus rodillas empezaban a temblar. Yona las apretó con fuerzas, creyendo así que el temblequeo remitiría.

Sin ser dueño de sus acciones, Hak extendió una mano y lentamente, suavemente, apartó parte del cabello de su rostro y lo dejó caer por detrás de su hombro. La imagen que se encontró, lo desgarró.

Pálida, ojerosa y con los labios temblando, las lágrimas se deslizaban silenciosamente por sus mejillas ruborizadas.

—¿Quién era mi padre?—exclamó con rabia y dolor, arrancando el puñal de su corazón de cuajo— Dieciséis años de mi vida viviendo con él y nunca llegué a conocerlo. ¿Quién soy yo, en realidad? ¿Cómo puedo saberlo?

Hak no pensó en el momento que se acercó a la joven y de un firme movimiento, rodeó el cuerpo de la muchacha y la atrajo a su regazo. Durante un segundo, el mundo se detuvo y ambos se quedaron paralizados, pero entonces Yona suspiró y se refugió en el pecho de él, rodeando el cuello masculino con ambas manos.

Hak se sentía devastado por el dolor palpable de la chica, pero una parte de él, egoísta, adoraba la sensación de tenerla en sus brazos, de sentir cada parte de ella pegada a él.

Había pasado años anhelando un simple roce. Conteniendo la respiración cada vez que sus manos se tocaban cuando ella le pasaba algo por la verja, cuando la conversación y el momento se caldeaba y él se volvía audaz al acariciarle la mejilla o el cabello. Y el simple hecho de tenerla en ese momento en sus brazos, sabiendo que nada ni nadie podía interponerse, sintiéndola plenamente... sabiendo que ella confiaba en él, que no dudaba... que incluso parecía necesitarlo...

Hak supuso que el destino, al final, no era tan jodido y que después de tantos años de agonía, había llegado su momento de saborear el paraíso.

—Tú eres Yona. La muchacha más valiente, leal y cabezota que he conocido en toda mi vida. Tú eres la princesa de Kouka, la futura princesa errante. Tú eres una hija que ama profundamente a su padre, hasta el punto de que es capaz de dejarlo ir porque no quiere hacerle daño, a pesar de que es consciente de todo lo que ha hecho. Tú eres Yona, quién no dudó en hacer todo lo que pudo y más por esos pobres perdidos que se encontró en el castillo, yendo incluso contra las órdenes de su padre. Tú eres Yona, quien estuvo a punto de sacrificar su vida, la poca libertad que le quedaba para liberarnos. Y...—bajó el tono de voz y la joven jadeó cuando lo vio inclinarse hacia ella, hasta que sus narices se tocaron— tú eres Yona, la niña, la joven y la mujer que se adueñó de mi corazón sin ni siquiera intentarlo o quererlo.

Entonces, la besó.

El primer beso que compartieron había sido un beso asustado, rápido y precipitado. Marcado por las circunstancias, por el miedo a ser pillado, por la necesidad de hacerlo sin saber cuáles podrían ser las consecuencias. La primera vez, aunque lo había disfrutado como nunca nada antes, Hak sintió que había sido un error hacerlo porque no veía futuro posible. Porque las oportunidades estaban su contra y eso no traería más que sufrimiento. Porque no podía prometer nada sabiendo que quizás nunca podría cumplirla. Esta vez, en cambio, el beso estaba marcado de decisión, esperanza y deseo. Le decía lo que no podía pronunciar con palabras, mientras sus labios se movían con suavidad y cadencia, disfrutando cada segundo que duró. Este beso prometía un futuro. Juraba una vida compartida. Le recordaba cada día que habían estado juntos y le aseguraba que habría muchos más. Ese beso era la puerta a una nueva vida, una mano tendida en su dirección.

Yona no dudó en correspondérselo ni un mísero instante.

Sintiendo las manos de Hak enrollarse en su cintura, Yona dio todo de sí, aceptando complacida todas y cada una de las promesas que él estaba demostrándole con ese beso. Las atesoró en su corazón, sabiendo que recurriría a ellas cuando sintiera que mundo estuviera a punto de hundirla, y a su vez, ella le correspondió con su palabra.

El mundo desapareció, y por un pequeño instante, solo estuvieron él y ella bajo la ilustrísima luz de luna.

—Eres Yona— susurró con fervor cuando se separaron debido a la necesidad— Mi Yona. Y yo soy tu Hak. No hay mayor verdad que esa.

—Mi Hak— susurró ella, las lágrimas de felicidad y emoción recorrían sus mejillas.

Acunó el rostro masculino con sus manos y el blanco de la pluma relució por un pequeño instante en la muñeca de la joven. Sin apartar sus ojos de los de ella, hechizado por la inmensidad que podía ver en su mirada, Hak sostuvo su mano y con infinita ternura depositó un beso en la cara interna de su muñeca, a la altura de la pulsera. Yona contuvo la respiración y recordó, años atrás, a un joven Hak tendiéndosela sin mirarla, con las mejillas ruborizadas y una mueca de fingida molestia en su expresión.

«Llévalo contigo siempre. No dejes... no lo pierdas, ¿vale?», le había dicho él, mirándola con decisión y una pizca de tristeza. Había pertenecido a Mundok, era la única conexión con su tribu, y se la había dado en uno de sus cumpleaños, alegando que tenía miedo de perderla o partirla..

—Te prometí que lo cuidaría por ti, que no me separaría de ella— susurró Yona a través del nudo de su garganta— Sé que es muy importante para ti y te dolió deprenderte de ella. ¿Quieres que te la devuelva?

Aunque la pulsera la había acompañado en cada paso que había dado y se había convertido en un amuleto muy querido, no dudaría dos veces en devolvérsela. Como le había dicho, a pesar de que no conocía la historia completa, sabía perfectamente el gran valor que tenía para el muchacho.

—Sí que me dolió— respondió él con voz suave, admirando la pulsera, acariciándola con sus dedos. Yona sintió un cosquilleo ascender por el brazo, pero se obligó a permanecer quieta—, pero sé que a partir de ahora no se alejará de mí. No lo permitiré— sus ojos se conectaron—. No me la devuelvas. Es tuya.

El significado de sus palabras hinchó su corazón hasta casi no poder caber en su pecho. Hak entrelazó sus dedos con la mano que le sostenía la muñeca y se llevó el dorso a la boca para depositar un beso. Los ojos de él se volvieron increíblemente brillantes, como si estuvieran plagados de estrellas.

—Te quiero.

Tan simple como eso, en realidad Yona creía que no existía palabra alguna que abarcara todo lo que estaba sintiendo, lo importante que era este hombre para ella.

Un destello de sorpresa cruzó la mirada masculina antes de que se llenara de calidez, pesada y algodonosa. Yona jadeó, con la respiración fallándole, pero apenas importó cuando Hak unió sus labios en su segundo beso lleno de amor, deseo y felicidad.

A pesar de todos los problemas, del pasado, de sus vidas, del futuro incierto que les deparaba, un gran número de posibilidades se abría ante los ojos de la pareja.

Por primera vez en muchísimo tiempo, eran realmente consciente de que el mundo era de ellos. Para conocerlo. Juntos.

.

—Agárrate a Zeno.

Yona alzó la cabeza y sonrió al muchacho con el cabello del color del oro, que estaba delante de ella en esa empinada cuesta y le tendía la mano. No dudó en aceptarla y el apretón amistoso que él le dedicó causó que su sonrisa creciera.

Ao aprovechó la oportunidad para pasar el hombro de uno a otra, utilizando sus manos como un puente colgante.

—¿Queda mucho?— exclamó Kija, pasándose su mano por la frente para quitarse el sudor que corría por ella. Hizo una meca. Quién le había visto y quién le ve. Aunque teniendo en cuenta los últimos años, podría estar peor...

Que fueran en parte dragones no les eximía de sudar como humanos, para desgracia de ellos, aunque sí es cierto que tenía que ser en altas temperaturas.

Y ese día había amanecido especialmente caluroso a pesar de estar en primavera. Yona, con su vestido de varias capas y el corsé, estaba a un suspiro de desmayarse por el camino, pero no podían detenerse. Cuanto antes llegaran a la ciudad mejor. En cualquier momento podrían encontrarse con guardias. Demasiados sustos habían tenido ya en lo que llevaban de huida.

—Poco más de medio día— respondió Hak, quién iba a la cabeza del grupo— Tened cuidado y estad atento porque...

—Ya es tarde— le cortó Jae-Ha, mirando entre los árboles.

Hak se detuvo, y con él los demás. El grupo se quedó mirando su alrededor, atentos a cualquier movimiento inusual.

Yona percibió por el rabillo del ojo como los dragones se colocaban a su lado en una especie de círculo protector, quedando Hak relegado a un lado a cierta distancia. Yona le miró y descubrió que tenía la expresión tensa, su cuerpo estaba en guardia.

De pronto, se oyó el sonido de unas pisadas y de entre los árboles emergió una figura. Se trataba de un muchacho alto de cabello rubio y el rostro lleno de pecas. Les apuntaba con un arco, y Yona distinguió la marca característica de la tribu del Viento: en su cabello, colgaba una pluma.

El corazón de la muchacha pegó un salto y rápidamente miró a Hak. Por la expresión de su rostro y el brillo de sus ojos, debía reconocerlo.

—¿Quiénes sois y por qué os aventuráis por estas tierras?

El desconocido hizo un barrido con la mirada, pasando por encima de todos ellos. Repentinamente, sus ojos se centraron en Yona por un segundo y parpadeó. De pronto, su rostro empalideció mientras murmuraba un «princesa» demasiado bajo como para pretender que ellos se enteraran. Mientras destensaba las cuerdas del arco y bajaba los brazos, sus pupilas volvieron a recorrer el grupo, esta vez con una pizca de frenetismo. Se detuvo en Hak y jadeó.

—No puede ser...— exhaló casi sin aliento.

Los ojos del muchacho eran dos pozos sin fondo llenos emoción, alegría y dolor, pero no dudó en sonreír:

—Qué hay, Han-Dae. Te veo más espabilado, al parecer el viejo hizo un buen trabajo contigo después de todo.

·

La llegada a Fuuga fue un caos para Yona, quién había sido una emocionada y silenciosa espectadora del reencuentro de Hak con uno de sus compañeros, e incluso se le había escapado una lagrimilla mientras los veía abrazarse, pero jamás habría estado preparada para la imagen que se encontró en el momento que llegaron a las murallas de la enorme e imponente ciudad.

Como si el mismísimo viento hubiera llevado la noticia, decenas y decenas de personas se habían amontonado a las puertas de esta. Han-Dae encabezaba el camino hablando y hablando con Hak, mientras Yona y los dragones permanecían detrás. En el momento que se acercaron lo suficiente para que fueran visibles, se produjo un silencio palpable, con pares y pares de ojos fijos en un punto.

En Hak.

Y Yona lo conocía lo suficiente como para saber que, aunque estaba feliz de poder regresar, en ese momento prefería estar en cualquier sitio menos allí, siendo el centro de atención.

Durante un eterno segundo, nadie hizo o dijo nada.

Entonces, una voz infantil pronunció:

—¿Es él?

Y otra:

—Mamá, ahí está. ¿Es Hak? ¿El increíble Hak?

—¡Wow, es enorme!

Alguien dio un paso al frente, y no fue hasta ese momento que Yona descubrió que se trataba de Tae-Woo. Con lo acontecido en las últimas horas de palacio, la joven apenas había tenido cabeza para pensar en él, pero teniendo en cuenta que no se había encontrado con ninguno de los invitados que había asistido a su cumpleaños después de despertar esa fatídica noche, Yona había llegado a la conclusión (en una de las tantas guardias al raso en el bosque) que su padre debía haberles echado cortésmente de palacio. Han-Dae, en el camino, le había ratificado sus pesquisas cuando les contó como Tae-Woo llegó a Fuuga un día antes de lo esperado trayendo consigo la noticia de que en realidad Hak estaba vivo y que pensaba volver, llevándose consigo a los mejores guerreros de la tribu, para liberarlo.

Yona, al escucharlo, había sonreído de oreja a oreja. A pesar del poco trato que había tenido con él, ese joven jefe de la tribu se había ganado una parte de su corazón y su admiración eterna.

—Hak...— exclamó Tae-Woo viéndolo como si tuviera delante un fantasma.

El mencionado le correspondió la mirada por un par de segundos antes de sonreír socarrón:

—Así que Jefe de Tribu, ¿eh? ¿Ya has aprendido a lanzar bien las dagas? Recuerdo que se iban mucho a la derecha.

Tae-Woo se llevó una mano a la cabeza y sonrió.

—Qué cabrón eres— dijo, pero su voz tembló un poco.

De pronto, los compañeros que estaban amontonados detrás se movieron un poco, formando un pequeño pasillo, lo justo para que pudiera pasar una persona. La persona en cuestión era un hombre alto, delgado y con una larga y greñuda barba blanca, y le acompañaba un niño pequeño de cabello rubio y unos increíbles ojos azules.

El hombre caminó con paso seguro y expresión severa hasta detenerse delante del muchacho. Del niño que no le llegaba a los hombros y que ahora le superaba por un par de centímetros.

Hak le sostuvo la mirada sin parpadear, casi conteniendo la respiración, y no pudo evitar pensar en que había muchas más arrugas en su expresión, provocadas no solo por la edad, sino por una pena que le había pesado durante muchísimo tiempo. Por un dolor incurable que había anidado en su alma.

—Hey...

Sintió un tirón y lo próximo que supo es que le estaban abrazando. Con fuerzas. Como si temiera que escapase. Hak parpadeó para que las lágrimas no se le escapasen, y se dejó llevar por el aroma característico de su abuelo que tantísimo había añorado: una mezcla entre pino y cuero.

—Bienvenido a casa, hijo.

—Lo sé, abuelo— respondió con voz temblorosa, correspondiéndole el abrazo.

Para Mundok, un te quiero hubiera sonado más vacío que esas dos palabras.

A lo lejos, Hak oyó los vítores de felicidad de los demás de la tribu y sonrió. Después de un instante, se separaron y Hak dio un paso atrás. No tuvo tiempo a sorprenderse de encontrar el ojo del anciano brillante por las lágrimas cuando sintió la mano de Yona deslizarse entre las suya, dándole un apretón de ánimo. Detrás de él, escuchó los pasos de los dragones acercándose, rodeándolo.

Y por primera vez en toda su vida, Hak se sintió completo. Increíblemente feliz de estar con su nueva familia, y de haber vuelto a su hogar.


*Se le escapa una lagrimilla* Ains, y este es el final...

AUNQUE... Sorpresa, sorpresa: aun queda el epílogo.

¡Contadme qué os ha parecido!

PD: para todos los que esperabais una guerra y el desenlace total del conflicto, lo siento, mi intención siempre terminara la historia con ellos yendo a Fuuga para *inserte aquí el epílogo* ¡Jeje, ya veréis!