REY DE LOS DEMONIOS

¡Hola! De vuelta con una nueva actualización.

- Lin Lu Lo Li: ¡Hola! Ya vamos viendo cómo se va desarrollando la historia y conociendo más a cada uno de los protagonistas :3 ¡Gracias por leer! Espero que te guste este nuevo cap.

Sé que me tardé, perdón :c pero tuve que viajar porque desde mañana inician mis clases en la universidad y todo es un caos, pero prometo actualizar al menos una vez por semana. No olviden seguir la historia, así les llegará una notificación cada vez que salga un nuevo capítulo.

¡Gracias por leer!

Y bueno, aquí está el nuevo capítulo ¡Espero lo disfruten!

Atte. XideVill


Disclaimer: Los personajes de esta historia son de Rumiko Takahashi.


CAPÍTULO 11.

KAGOME

Sonreí.

Estaba bromeando, era claro que lo hacía.

– ¿Dije algo gracioso?

– Todo – destaqué lo obvio – ¿No esperarás a que crea que todo lo que dijiste es verdad? ¿O sí?

– Espera – Me detuvo cuando estuve a punto de irme – Que me creas o no es problema tuyo, pero si tu historia tiene alguna relación con la de Lothar ¿No crees que es importante saber cuál de las dos es la verdadera?

– Son solo cuentos Inuyasha. No es para tanto…

– ¡Lo es!

Di un respingo. Traté de tomar aire por la nariz antes de guardar compostura para volver a ver ese par de ojos dorados, tan dorados como el sol.

– Para mí no – sentencié – Así que, si me permite Majestad, tengo cosas que hacer.

Le di la espalda y entonces su voz volvió a sonar, esta vez causando estragos en mi interior.

– Eres una Sacerdotisa.

Detuve mi andar, todo a mi alrededor también lo hizo, salvo por los latidos desenfrenados que daba mi corazón.

– En tus venas corre la sangre de Midoriko y la de su gente. Lo supe en cuanto me salvaste aquella noche.

– No fui yo… – musité contrariada – Fue la Perla.

Entonces me giró para tenerme frente a él.

– Fue la Perla de mi madre – aclaré – Yo no… Yo no puedo ser una Sacerdotisa. Eso es imposible… yo solo soy una simple humana.

– Quisiera poder decir lo mismo en cuanto a mi situación, pero tú misma me viste y sabes lo que soy.

– Es diferente. Los demonios sí existen, los vi yo misma.

– Espera – Puso una mano en mi mentón y me obligó a mirarlo a los ojos – ¿Dijiste demonios?

Asentí.

– Eso es imposible, yo soy el único con esa maldición.

– No, fueron esos seres aterradores los que atacaron mi Reino y destruyeron todo a su paso.

– ¿Y por qué no lo dijiste antes? – dijo ansioso – Sabes lo difícil que fue tratar de hallar una explicación clara sobre lo que pasó aquella noche sangrienta. Mi padre pensó que se trataba de una declaración de guerra y…

Entonces fruncí el ceño.

– ¿Y…? – Lo animé a continuar.

– Simplemente no hallamos respuesta, entonces no existe un culpable. No existe ni un solo culpable de que todos hayan muerto aquella noche.

Algo se revolvió dentro de mí y mirarlo directamente ya era imposible.

– ¿O sí? Kagome.

– Yo… – negué.

– Puedes decirme.

El nombre de Naraku se quedó atorado en mi garganta.

Acarició mis mejillas con las yemas de sus dedos y aquel cálido toque me descompuso por unos segundos. Cuando volví a buscar su mirada esta se encontraba viendo algo tras de mí, algo completamente desconocido.

Su cuerpo se tensó y rápidamente me cubrió con su cuerpo. La caída fue estrepitosa y cuando recuperé el equilibrio Inuyasha me llevaba a rastras tras uno de los muros del palacio.

– ¿Qué sucede?

– Nos atacan.

– ¡¿Qué?!

Mientras corríamos dentro del palacio su mano se aferró a la mía con desesperación.

– Dispararon una flecha – reveló sin detener el paso – ¡Malditos! ¡Cómo se atreven a atacar por la espalda!

– Inuyasha ¿Qué pasará ahora?

Bajamos por unas escaleras que jamás había visto, nos detuvimos frente a una puerta y entonces se puso frente a mí.

– Tranquila, todo estará bien. Por lo pronto quiero que entres ahí y no abras la puerta por nada del mundo.

– Pero…

– ¡Inuyasha!

Sesshomaru irrumpió por las escaleras.

– Voy en un momento.

– Tienes que venir ahora. Esas cosas no son para nada simples humanos.

– ¿De qué habla? – traté de intervenir.

– Sesshomaru, no – advirtió Inuyasha.

Volvió a mirarme, abrió la puerta tras de mí y me empujó dentro.

– ¡No, espera! ¡Inuyasha! – grité tratando de abrir el cerrojo, pero era imposible – ¡Te mataran! ¡Naraku te matará!

Hubo unos segundos de silencio.

– Oye – dijo en un susurro tras la puerta, tuve que pegar mi oído para poder escucharlo – No moriré tan fácilmente.

– ¡Acaso estás loco!

– Prométeme una cosa Princesa – susurró – Si soy yo la primera persona que vean tus ojos al abrir esta puerta, te casara conmigo.

– Qué… – dije sorpredida.

Luego ya no volví a escuchar nada. Intenté abrir la puerta una vez más, pero era inútil. La desesperación creció en mí y la ansiedad por salir de aquí también lo hizo.

– ¡Inuyasha! ¡Más te vale seguir con vida!

Golpeé la puerta con mis manos, generando un dolor automático en aquella zona.

– Tranquilícese Princesa.

Pegué un salto cuando escuché aquella voz.

– ¿Quién eres?

Entonces ahí dentro se prendieron un par de lámparas revelando algunas caras.

– Ustedes … – dije confundida.

– Nosotros trabajamos aquí – dijo una mujer mayor mientras se acerca a mí – Perdóneme por favor, no me he presentado, yo soy Kaede y me he encargado del cuidado del Príncipe Inuyasha desde que él tan solo era un niño.

Asentí aún desconfiada.

– ¿En dónde estamos?

– En los sótanos ¿No es obvio?

– Kikyo, esa no es la forma de hablarle a su Majestad – riñó Kaede.

No me había dado cuenta de la presencia de la joven mujer hasta ese entonces.

– Discúlpeme Princesa – habló en un susurró – Pero... es que estoy muy asustada.

No sé por qué, pero aquellas disculpas me resultan poco creíbles.

– Claro – solté como respuesta – ¿Entonces todos se refugian aquí cuando hay un ataque?

– Es muy raro que a alguien se le ocurra atacar Lothar sabiendo que siempre está protegida y más aún en plena luz del día.

– Quien lo haya hecho debe de estar muy desesperado por conseguir algún provecho del Reino – dijo una mujer.

– Es eso o está buscando algo – Kikyo me miró directamente a los ojos – O a alguien.

– Ya es suficiente – intervino Kaede – Dejen de decir esas cosas ¿No ven que ponen más nerviosa a la Princesa?

– No se preocupe, yo estoy bien – aseguré regalándole una sonrisa a la mujer.

Pero mi instinto me hizo mirar inconscientemente hacia la puerta tras de mí.

– Él también estará bien – dijo en respuesta la mujer y entonces volvía mirarla, esta vez con un claro tono de vergüenza en mis mejillas.

– Por favor no vaya a creer que…

– No estoy en posición de creer nada Majestad. Después de todo, es normal que le preocupe el bienestar de su prometido.

– ¿Prometido?

La sonrisa que me regaló la mujer me llenó de calma.

– Tal vez es la juventud que nos los deja ver más allá de lo evidente, pero yo ya he vivido mucho, he visto mucho y sé reconocer cuando alguien está predestinado a conocer a su otra mitad.

– Se equivoca – dije inmediatamente – Entre Inu.. Entre en Príncipe Inuyasha y yo jamás pasará algo – Tomé compostura para continuar – Perdone si la ofendo Kaede, pero su Príncipe es tan… Poco caballeroso.

Vi como en los labios de la mujer se formaba una pequeña sonrisa.

– Si es como dice ¿Entonces por qué la trajo a uno de los lugares más seguros de todo el palacio?

– Pues…

Intenté buscar alguna excusa creíble que justificara su accionar, pero no hallé nada y el silencio fue mi única respuesta.

Fue cuando caí en cuenta de que para mí mala suerte le había dado la razón a la mujer mayor frente a mí. Y perder en algo siempre me ponía de mal humor.


INUYASHA

– ¡Sigan adelante!

La orden lanzada por mi padre me estremeció todo el cuerpo. Miré a mis costados y entonces pude ver a mi fiel amigo pelear junto a Sango, la dama de Kagome. Aquello no me lo esperaba.

– ¡ATAQUEN!

Vi como de un solo movimiento de su espada Sesshomaru derribaba a uno de los demonios más grandes que atacaban Lothar.

– ¡Inuyasha, tras de ti!

Volteé en el preciso instante donde uno de ellos quiso atacarme por la espalda. Sentí como poco a poco la sangre dentro de mí se calentaba y mis ojos ardían como el infierno mismo.

Matar a ese demonio me resultó muy satisfactorio y sentir su repugnante sangre escurrir por mis manos fue simplemente liberador.

– Inuyasha…

Miré a mi padre y su mirada desconcertada me confundió.

"Nos volvemos encontrar Inu Yokai"

Aquella voz hizo estragos dentro de mi mente y solo pude sentir como lentamente iba perdiendo el control de mi propio cuerpo.

"¿Qué te parece si nos divertimos un poco?"

– ¡Déjame! – exclamé irritado.

"¿Pero por qué? No te gusta sentir la sangre correr por tus manos"

Traté de resistir, pero ya no era dueño de mis propias acciones y entonces vi cómo le quitaba la vida a uno de mis hombres.

– ¡INUYASHA, DÉJALO!

A lo lejos escuché la voz de mi padre.

"Inuyasha ¿No crees que ya es hora de cambiar de Rey?"

– ¡No te atrevas! – grité y entonces me lancé sobre él – ¡PADRE, NO!

Retuvo mi ataque y entonces pude sentir alivio, pero aquello no duró mucho.

"Inu Yokai. Máltalo"

Abrí los ojos, sentí el palpitar doloroso de mi corazón golpear mi pecho sin control y de pronto todo a mi alrededor se hizo muy lejano.

Tomé la espada de mi padre y la puse en mi pecho.

– Mátame… – balbuceé con dificultad.

– Hijo, no…

Nuevamente perdí el control de mi cuerpo y nos enfrascamos en una lucha interminable para saber quién iba a ser el vencedor en esta cruel batalla.

– ¡Inuyasha ya basta!

Cuando volví a recobrar un poco la conciencia vi a mi padre entre mis manos.

– ¡Suéltalo! – Sesshomaru tuvo que intervenir para evitar una catástrofe – ¡Ya es suficiente Inuyasha!

"–No. No lo es" – Repetí las mismas palabras de aquel hombre.

Resiste, era lo único que me repetía para salir de este tipo de pesadilla dolorosa.

"Mátalos, mátalos a todos"

¡Ya basta! No más.

"No tiene sentido resistirse. Acaba con todos, pero no toques a aquella mujer ¡Ella será mía!"

Entonces caí en cuenta. Aquel era el mismo hombre que había atacado a la familia de Kagome, aquel hombre era Naraku. ¿Pero por qué tenía poder sobre mí?

"Tráeme a la Sacerdotisa y te prometo un lugar entre los míos"

– ¡NO DEJARÉ QUE LE PONGAS UN SOLO DEDO ENCIMA A KAGOME!

Un brillo cegador resaltó entre mi pecho. Llevé mi mano a aquella zona y entonces la Perla me otorgó una calma desconocida, cuando por fin pude dejar de escuchar la voz de Naraku dentro de mi cabeza fue cuando dirigí la vista a todos a mi alrededor.

Mis hombres aún luchaban y morían frente a aquellos demonios, la sangre era una gran bruma que nublaba mis sentidos, pude ver a mi padre herido recostado en los brazos de mi hermano y aquello fue el detonante.

– ¡YA ES SUFICIENTE! Malditos demonios, vuelvan al lugar de donde salieron y lleven esto como mensaje. ¡Aquel que se atreva a dañar a alguien que amo, yo mismo me encargaré de acabar con su patética vida!

El silencio se hizo presente, pude escuchar mi cansancio, pude escuchar el lamento de los heridos y de pronto solo se escuchaba el retumbar de los pasos que hacían los demonios al retirarse de la guerra.

Me quedé ahí, quieto, esperando algún tipo de contraataque por parte del enemigo, pero nada llegó.

– Se retiran…

– ¡Los demonios se están retirando!

Busqué con la mirada a mi padre y cuando lo encontré, este me miró con gran asombro y confusión, pero cuando asintió fue cuando me volvió la paz al cuerpo.

Y al parecer fue cuando recién fui consciente de la gravedad de mis heridas porque me desplomé y caí de rodillas al suelo.

– ¡Majestad! – Miroku fue el primero en auxiliarme – Está herido, por favor déjeme ayudarlo.

– Solo ayúdame a llegar al palacio – pedí – Dejé algo pendiente.

– Claro que sí, pero primero lo tiene que ver un médico.

– No, lo que tengo que hacer es más urgente que un estúpido médico – sentencie.

Fue casi agonizante llegar hasta los sótanos del palacio y una vez que estuve frente a la puerta de aquel lugar mi corazón latió con desesperación.

– Déjeme abrirlo.

– ¡No! – Le dije mirándolo con enojo – Lo haré yo.

– Como usted diga Majestad, pero por favor aún está herido.

Asentí y entonces introduje la llave. El tiempo en abrirse fue agonizante, pero una vez que lo conseguí, la oscuridad del lugar no me dejaba ver nada.

Di un par de pasos hacia adentro, pero de pronto una mano en mi pecho me detuvo. No hacía falta preguntar de quién era, su aroma era inconfundible.

– ¿Entonces? – dije con dificultad – ¿Fui lo primero que vieron tus ojos?

Aquella mano que reposaba en mi pecho subió hasta tocar y envolver mis mejillas.

– Eres un tonto… – musitó con la voz rota.

– Kagome…

– Shhh… No digas nada. Sabes que puedo responder que no eres lo primero que vieron mis ojos ¿Verdad?

Sonreí.

– ¿Lo harías? ¿Serías capaz?

Nuevamente sentí sus manos moverse, pero esta vez la vi peinar mis cabellos plateados con demasiada delicadeza. Como si de alguna forma buscara comprobar que era yo al que tenía en frente.

– No sería capaz de mentirle a mi prometido…

Continuará...