La risa y el bullicio de los niños llenaban el aire mientras Eamon, aún abrumado por la reciente revelación, se alejaba con pasos apresurados hacia su rincón preferido en el orfanato.

Al llegar, se dejó caer contra la pared, sus ojos exploraban la habitación como si esperara ver alguna señal que desmintiera su reciente descubrimiento. '¿Autobús Noctámbulo? ¡Eso solo puede ser de las historias!' La incredulidad en su mente resonaba con fuerza, casi como un grito.

'El Autobús Noctámbulo...' susurró para sí mismo, dejando que las palabras flotaran en el aire, esperando que, de alguna manera, le dieran claridad. Podía sentir el eco de la voz de Stan Shunpike en sus recuerdos, presentando el vehículo mágico a Harry. Aunque nunca hubiera imaginado que algún día, él también lo vería. La idea de estar en un mundo donde la magia era real lo embargaba con una combinación de temor y maravilla.

Tomó una profunda inspiración, tratando de calmar el torbellino de emociones que lo asaltaban. 'Estoy en el mundo de Harry Potter', reflexionó, permitiendo que la realidad de ese pensamiento se asentara en su mente.

Pero, ¿cómo era posible? En su vida anterior, el mundo de Harry Potter no era más que una serie de libros y películas, una obra de ficción que amaba pero que siempre consideró como un mero escape de la realidad. Las líneas entre la realidad y la ficción parecían haberse difuminado, dejándolo en un estado de confusión.

'Quizás todo esto sea un sueño', consideró por un momento. Pero, a medida que observaba su entorno y sentía la fría pared de piedra contra su espalda, todo parecía demasiado real. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral al considerar las implicaciones. Si este mundo era real, entonces también lo eran sus peligros. Voldemort, los mortífagos, los dementores... todo era posible aquí. Eamon no estaba seguro de si estaba preparado para enfrentar tales desafíos.

Agobiado por estas preocupaciones, una idea lo reconfortó. Si estaba en el mundo mágico, entonces también tenía acceso a su poder y sus soluciones. Había esperanza para él, tal vez incluso una oportunidad de encontrar la paz que tanto anhelaba. Se aferró a ese pensamiento, permitiendo que la esperanza lo llenara de determinación.

Con la idea de la magia siendo posible, una respuesta a el misterio que lo obsesionaba se comenzó a formular. La memoria de aquel incidente en el baño se deslizó en la mente de Eamon como un destello vívido. Cada gota suspendida en el aire, cada objeto desafiando la gravedad, todo ello grabado indeleblemente en su recuerdo. El hecho de que pudiera alterar la realidad de una manera tan tangible le otorgaba una pista de algo más grande dentro de él. 'Esa fuerza que se manifiesta en momentos de intenso desequilibrio emocional, es la magia accidental. No hay duda', declaro con fuerza en su mente.

Eamon, con su mente analítica, empezó a construir teorías. La magia accidental no era un mero capricho; era una liberación de energía mágica que no podía ser contenida. 'Los niños en este mundo muestran destellos de magia cuando no pueden manejar sus emociones. Eso es lo que debe haber ocurrido conmigo. Pero lo que me intriga más es que, si puedo liberar esa energía de manera inconsciente, ¿qué más soy capaz de hacer de manera consciente?'

No era solo una cuestión de control. Era una cuestión de entendimiento. En el mundo de Harry Potter, la magia estaba intrínsecamente ligada a la emoción. El miedo, la alegría, la tristeza: todas ellas podían actuar como catalizadores. 'Debo entender mis emociones y la magia a la que están ligadas. Solo entonces podré empezar a ejercer algún control sobre ellas.'

Sin embargo, el mero hecho de estar inmerso en un mundo mágico, con todas sus promesas y misterios, no eliminaba automáticamente las sombras de su pasado. Las complejidades de esta realidad añadían una capa adicional a su ya complicada psique. Si bien la magia tenía el potencial de ofrecer soluciones, también podía ser un arma de doble filo, y Eamon lo sabía bien.

Los magos, con toda su sabiduría y poder, debían tener sus propios sistemas y métodos para abordar los dilemas internos, los demonios que podían acechar en las profundidades de una mente torturada. Eamon recordó las veces que había buscado ayuda en su vida anterior. Las innumerables horas en terapia, las interminables píldoras que prometían estabilidad. Y aunque había tenido sus momentos de alivio, la desconfianza hacia esos métodos lo había mantenido en guardia, siempre cuestionando.

Mientras reflexionaba, un destello de reconocimiento cruzó la mente de Eamon. De repente, un término conocido, aunque no experimentado personalmente, surgió desde las profundidades de sus recuerdos: 'Occlumancia. ¿Podría ser?', Eamon pensó con emoción. Las imágenes de Harry Potter luchando bajo la severa tutela de Snape, intentando mantener a raya los avances del profesor, se presentaron con claridad ante él. A pesar de la aparente brutalidad de esas lecciones, Eamon comprendió que la urgencia de la situación había acelerado el proceso. Aquí, en este mundo, la Occlumancia no solo era real, sino que podría ser la clave para desentrañar y dominar los misterios de su propia mente.

En este entorno desconocido y misterioso, Eamon sintió que la Occlumancia podía ser la llave a un santuario interno. Aunque la había conocido a través de las historias de su vida pasada, ahora estaba ante él como una realidad tangible. Más que una simple defensa contra aquellos que intentaban invadir los pensamientos ajenos, la Occlumancia era una oportunidad para reforzar las barreras mentales, para sumergirse en las profundidades de su propia conciencia y quizás, encontrar un ancla en medio de la tormenta de su reencarnación.

La comprensión y control que la Occlumancia prometía era un bálsamo tentador para las heridas aún frescas de Eamon. A pesar de que su conocimiento sobre la técnica era limitado, sentía, en lo profundo de su ser, que dominarla sería esencial en su camino hacia la paz y la autoaceptación.

Sabía que no sería fácil. Los desafíos de la Occlumancia eran legendarios en las historias que recordaba. Sería una lucha contra sí mismo, contra las memorias que amenazaban con abrumarlo y las emociones turbulentas que se agitaban dentro de él.

'Dominar mi mente podría ser la clave', reflexionó internamente. 'Si logro comprender y controlar los recovecos más oscuros de mis pensamientos, quizás encuentre la paz y el equilibrio que este mundo promete. Es más, podría descifrar los misterios que rodean mi existencia aquí y encontrar las respuestas que tanto ansío'. Con este nuevo propósito en mente, Eamon sintió un renovado impulso, una determinación que lo impulsaba hacia el futuro.

Mientras las sombras del anochecer se apoderaban de la habitación, Eamon se encontró ahondando en las preguntas que envuelven su identidad en esta existencia. En este mundo mágico que parecía haber surgido de las páginas de un libro, se enfrentaba a una realidad desconocida.

Más allá de las calles adoquinadas y los mundos encantados que conocía de las historias, había detalles más personales, más íntimos, que le eran ajenos. Sabía que era huérfano, pero ¿por qué? ¿Qué había ocurrido con sus padres en este mundo? ¿Habían sido magos o muggles? ¿Había heredado de ellos su capacidad para la magia? ¿Tenía un apellido que lo conectara con alguna familia de magos conocida? ¿O era simplemente un niño abandonado sin linaje destacable?

Estas preguntas rondaban en su mente, formando un torbellino de incertidumbre. Además, había un detalle más perturbador: no sabía con precisión su edad en este mundo. Si bien sentía la juventud en su cuerpo, no tenía claro si era un niño de cinco, seis o siete años. Y esto era crucial, especialmente si consideraba que, en el mundo mágico, la edad podría determinar el inicio de su educación formal en Hogwarts o incluso la obtención de su propia varita.

'El orfanato debe tener registros', pensó. Cada niño que pasaba por sus puertas estaba documentado, cada detalle de su historia, no importaba cuán trivial, debía estar registrado en alguna parte. Y si había alguien que tuviera acceso a esa información, esa era la directora Collins.

Eamon sabía que necesitaba esas respuestas. Pero también comprendía que no podía simplemente pedir ver sus archivos. Debía ser discreto, astuto. La idea de irrumpir en la oficina de la directora comenzó a tomar forma en su mente. Pero antes de actuar, tendría que observar, aprender y planificar meticulosamente su siguiente paso.

Eamon, sumergido en sus pensamientos, comenzó a considerar la necesidad de observar y ser cauteloso en este mundo que todavía estaba descubriendo. Desde su rincón, se dio cuenta de la importancia de entender la rutina del orfanato. Más importante aún era conocer los hábitos de la directora Collins. Si bien durante el día la institución estaba llena de actividad y ruido, Eamon intuía que las noches serían su mejor oportunidad. La directora, con su naturaleza cálida y protectora, solía retirarse a su oficina después de asegurarse de que todos estuvieran acomodados. Pero ¿cuánto tiempo pasaba allí? ¿Hacía rondas nocturnas? Necesitaba detalles si quería proceder con su plan sin ser descubierto.

A pesar de la amabilidad evidente de la directora Collins, Eamon sentía que debía ser extremadamente cauteloso en su presencia. No era que dudara de la bondad inherente de la mujer, sino que había algo en su aguda percepción y su habilidad para estar siempre presente lo que le hacía querer mantenerse en guardia. Eamon estaba convencido de que, si mostraba demasiado de sí mismo o se dejaba llevar por un comentario o recuerdo de su vida pasada, la astuta directora podría notar algo anómalo en él. Después de todo, aunque externamente era un niño, en su interior llevaba una vida completa de experiencias adultas. Era esencial, entonces, limitar la interacción directa con ella, al menos hasta que pudiera comprender mejor su situación y cómo encajar de manera más natural en este entorno. Observar desde las sombras y mantener un perfil bajo serían sus mejores aliados.

'Es momento de regresar, me comenzaran a buscar si no estoy en mi habitación' pensó mientras se levantaba y se sacudía el polvo de su ropa. Con pasos cortos y apresurados, Eamon comenzó a caminar por los pasillos en dirección a su cuarto. Al caminar por los pasillos y ver las diferentes habitaciones, los ojos de Eamon se desplazaron inconscientemente hacia la puerta cerrada de la oficina de la Directora Collins. Sabía que detrás de ese umbral, posiblemente, yacían respuestas a muchas de sus preguntas. "¿Cómo podría entrar allí?", se preguntó, permitiendo que ese pensamiento lo consumiera por un momento.

"Cerraduras...", susurró una voz en su mente. En su vida anterior, un candado era algo que se podía forzar con herramientas o con algo de maña. Pero esto era el mundo mágico, y su mente se iluminó con recuerdos de puertas que se abrían con un simple movimiento de varita, de objetos que se movían con palabras susurradas. Sin embargo, también sabía que la magia no siempre era tan sencilla, y mucho menos para alguien que apenas comenzaba a comprenderla.

"No tengo una varita", pensó con un leve pesar. Pero entonces, un susurro de esperanza se infiltró en su mente, recordándole que había magia que no necesitaba varitas, que se basaba puramente en la emoción y la voluntad. Había experimentado un poco de esa magia accidental recientemente. Pero, ¿sería suficiente? ¿Podría aprender a controlarla? La idea de intentar algo sin realmente saber cómo hacerlo lo inquietaba, pero al mismo tiempo, esa podía ser su única opción.

Mientras contemplaba estos dilemas, un recuerdo brilló en su mente: Tom Riddle, el joven que más tarde se convertiría en Lord Voldemort, había sido capaz de cosas sorprendentes incluso antes de recibir una educación formal en Hogwarts. Eamon no tenía intenciones similares a las de Riddle, pero ese ejemplo le mostró que, con determinación, quizás pudiera aprender a manejar su propia magia para lograr sus objetivos.

Respiró hondo, permitiéndose un momento de esperanza. "Primero necesito practicar, aprender, entender", se dijo. No podía simplemente arrojarse a la acción sin preparación. El mero hecho de estar en un mundo mágico no lo hacía experto por arte de magia. Pero, con tiempo, práctica y determinación, quizás podría descubrir cómo acceder a esa oficina sin ser detectado. Por ahora, todo lo que podía hacer era observar, aprender y planificar su siguiente movimiento.

—oOo—

23 de enero de 1985

La suave luz del amanecer se infiltraba por la ventana, bañando la estancia en un tono dorado y cálido. En la quietud de la habitación, Eamon estaba inmerso en un profundo estado de concentración.

Se encontraba frente a su mesa de trabajo, donde una serie de objetos pequeños se hallaban dispuestos en un orden meticuloso: una canica, una pluma y una moneda. Cada uno de estos objetos era testigo de sus prácticas y esfuerzos mágicos, representando un testimonio silente de su evolución.

'Sólo unos segundos más', pensó Eamon, cerrando los ojos y extendiendo su mano hacia la canica. Sentía un zumbido de energía vibrando en sus dedos, una conexión con la magia que le rodeaba. La canica comenzó a flotar, tambaleándose ligeramente en el aire. "Vamos, sólo un poco más", susurró Eamon con determinación. Sin embargo, tras un breve instante, la canica cayó nuevamente sobre la mesa. 'Maldición', pensó, pero rápidamente recompuso su espíritu. "Cada día es un paso adelante," se recordó a sí mismo en voz baja.

Pero las puertas... esas eran otro desafío completamente diferente. Recordó vívidamente la última vez que intentó abrir la puerta de la biblioteca utilizando su magia. Su intención era sencilla: abrir la cerradura y permitir que la puerta se abriera suavemente. Pero la magia, en su voluble naturaleza, interpretó su deseo de una manera que jamás hubiera imaginado. En lugar de abrirse, la puerta fue empujada con tal fuerza que tembló en su marco.

Evocó con más detalle el momento: la textura áspera del pomo bajo su mano, la tensión en sus músculos cuando intentó visualizar su deseo. La emoción que sintió cuando se dio cuenta de que había conectado con esa fuerza mágica, esa energía que corría por sus venas. El breve instante de esperanza y anticipación.

Sin embargo, ese instante fue efímero. En vez del suave clic de la cerradura desbloqueándose, un estruendo inundó el silencio. La puerta, sometida a un empuje sobrenatural, vibró violentamente, generando un eco en los confines del pasillo.

Mientras Eamon seguía reviviendo ese momento, sus dedos tamborileaban inconscientemente contra su costado. "Quizás proyecté demasiado deseo, demasiada necesidad en ese intento," pensó, tratando de encontrar la raíz del comportamiento errático de la magia.

"La magia no es como una ciencia, no sigue una lógica que pueda descifrar fácilmente," susurró para sí mismo. Era un recordatorio de que, aunque había logrado avances, la magia aún mantenía una parte de misterio. "Interpreta emociones, deseos, tal vez incluso temores. Necesito entender no solo cómo funciona, sino cómo se siente."

Y sus fallidos intento no habían quedado en solo esa ocasión. Las ocasiones en las que no se producía7 ningún efecto eran demasiado comunes… prefería esas ocasiones que al estrés que llevaba lidiar con los efectos tan notable de sus otras pruebas. Recordó una de sus primeras tentativas de abrir una puerta usando magia. En lugar de desbloquearla suavemente, la puerta simplemente desapareció, llevándolo a horas de estrés intentando revertir el efecto. El recuerdo de la cara de Patricia al verlo de pie, frunciendo el ceño, a un marco de puerta vacío aún le hacía sonreír.

Eamon dejó escapar un suspiro frustrado al recordar aquel día. "La magia es... complicada," meditó. A veces sentía que, más que él controlando la magia, era la magia quien jugaba con él. "Es como tratar de sostener agua con las manos," murmuró. "No importa cuánto intentes, siempre encuentra una forma de escaparse o actuar por su cuenta."

A pesar de los altibajos de su práctica mágica, Eamon había sido igualmente meticuloso en su observación del orfanato. A través de pequeñas rendijas y escondites, había logrado trazar un mapa mental de las rutinas nocturnas. Sabía que después de las 10 p.m., la señora Jenkins solía tomar un té en la cocina. El señor Thompson, por su parte, a menudo se quedaba dormido en su silla en el salón principal, un libro en su regazo. Y la directora Collins... bueno, ella era un misterio en sí misma, pero había notado que solía retirarse de su oficina a sus aposentos alrededor de las 11 p.m., pero siempre con diligencia cerraba con llave la puerta de su oficina.

Estos detalles, junto con los puntos ciegos que había descubierto en los pasillos y las zonas menos iluminadas del jardín, le daban una ventaja. Una ventaja que necesitaría si quería llevar a cabo su plan.

Pero no importa lo bien informado que estuviera sobre la rutina de sus cuidadores. Si no encontraba una forma de abrir la puerta de la oficina, sus planes no servirían de nada. 'Esa condenada puerta parece impenetrable', pensó Eamon. Su mente volviendo a divagar en sus intentos poco fructíferos de abrir la puerta con magia.

Reflexionando sobre sus intentos de controlar la magia, Eamon recordó algo peculiar que había comenzado a notar: ese familiar "zumbido" en su mente parecía resonar con un tono diferente justo antes de que la magia hiciera efecto. A medida que se sumía más en sus pensamientos, sus labios esbozaron un ligero movimiento, como si estuviera a punto de hablar, pero se limitó a susurrar en su mente.

"El 'zumbido'... siempre ha estado allí, pero ahora parece querer decirme algo." Recordó cómo, antes de que la puerta de la biblioteca fuese lanzada con fuerza, sintió una intensificación del "zumbido", casi como una aceleración repentina. Era una señal, una advertencia. Si tan solo hubiera aprendido a interpretarla antes...

Se inclinó contra la pared, cerrando los ojos por un momento, tratando de evocar ese sentimiento. Al rememorar sus intentos pasados con la magia, Eamon se dio cuenta de que el "zumbido" había cambiado de tono y ritmo en cada ocasión. Cuando había logrado levitar un objeto, el sonido había sido armonioso, casi melódico. Pero cuando las cosas no salían según lo planeado, las oscilaciones se volvían erráticas, casi como una alarma.

"Es una guía," susurro, su corazón latiendo con renovada esperanza. "Si aprendo a sintonizarlo, a escucharlo, podría prever cómo se manifestará la magia. Es mi conexión con ella.

Eamon estaba envuelto en una euforia de realización. Con la revelación reciente de que su zumbido interno era una especie de brújula mágica, una chispa de emoción lo impulsó a poner en práctica su nueva teoría. A paso ligero, casi corriendo por el pasillo, se encontró frente a la puerta de su rincón favorito, aquel lugar en el orfanato donde solía practicar y reflexionar en privado.

Tomándose un momento para concentrarse, cerró los ojos y respiró hondo, intentando sintonizar con ese particular "zumbido". Pudo sentir cómo su energía mágica se entrelazaba con el sonido, dándole una sensación de anticipación. Con una clara intención y un enfoque renovado, esperó a sentir ese cambio distintivo en el tono del zumbido antes de intentar actuar.

Y entonces lo sintió, una vibración armoniosa, como una melodía dulce que le decía que todo estaba alineado. Era como si hubiera sintonizado con la frecuencia adecuada. Confiando en esta sensación, proyectó su deseo hacia la cerradura de la puerta. Hubo una pausa, y luego el sonido distintivo de un 'click'. La puerta se abrió suavemente ante él.

"¡Yeii!" gritó Eamon, permitiendo que la felicidad pura y juvenil inundara su ser. Un logro que parecía tan pequeño, pero significaba el mundo para él. Por un momento, olvidó todos los desafíos, la seriedad de su objetivo, y simplemente se dejó envolver por la victoria que había conseguido. Era el triunfo del niño que había descubierto un nuevo juego, del aprendiz que había superado un obstáculo.

Sin embargo, esa sensación fue efímera, apenas un parpadeo en el gran esquema de sus emociones. Desde que descubrió el poder que yacía en su interior, cada día había sido un cúmulo de experiencias, unas exitosas y otras no tanto. Pero ahora, después de tantos intentos, fracasos y logros inesperados, Eamon sentía que finalmente estaba alcanzando un dominio sobre su magia que antes le parecía inalcanzable.

Había algo en el aire, una electricidad, una urgencia que lo impelía hacia adelante. Los archivos del orfanato, los documentos que podrían contener la verdad sobre su pasado, se habían convertido en su obsesión. Sabía que esta noche era la noche. El momento adecuado, después de tantos meses de espera y preparación.

Con cada tic-tac del reloj en la pared, su corazón latía un poco más rápido. La ansiedad y la expectativa se entrelazaban en su pecho, creando un torbellino de emociones que amenazaba con desbordarse. Se sorprendía a sí mismo reaccionando de forma exagerada a los sonidos más comunes: el chirriar de una silla, el murmullo de una conversación distante o incluso el suave tintinear de una risa. Estos sonidos, que antes pasaban desapercibidos, ahora resonaban en su mente como campanas de alarma, recordándole constantemente su misión.

Los juegos con los otros niños también habían cambiado para él. Mientras se sumergía en una partida de escondite o perseguía a sus amigos en el patio, su mente nunca dejaba de trabajar. Calculaba rutas de escape, evaluaba las sombras donde podría ocultarse y se familiarizaba con cada rincón del orfanato. Todo mientras reía y jugaba, manteniendo la fachada de un niño ordinario.

Las conversaciones eran aún más intensas. Se encontraba analizando cada palabra, cada gesto, buscando señales o indicios que pudieran ser útiles. Incluso cuando hablaba con sus amigos más cercanos, una parte de él estaba siempre alerta, escuchando cualquier mención accidental que pudiera revelar un cambio en la rutina o un nuevo detalle sobre la estructura del edificio.

Mientras su mente navegaba por un océano de estrategias y posibilidades, un olor profundamente arraigado en sus recuerdos comenzó a llenar el ambiente, distrayéndolo por un momento. Era el aroma del guiso, ese plato que el orfanato servía una y otra vez, tan familiar que podía identificar cada ingrediente con solo inhalar. El olor, aunque sencillo, siempre había sido un recordatorio del cuidado que recibía en el orfanato, y en ocasiones anteriores, le brindaba un sentido de seguridad y pertenencia.

Sin embargo, ese día, ese olor también trajo consigo un recordatorio del tiempo, de la estructura inmutable de la vida en el orfanato y de la inexorable marcha del reloj hacia la hora de su plan.

Antes de que pudiera sumergirse aún más en sus pensamientos, la voz de la directora Collins, con su timbre distintivo de autoridad mezclada con cariño, resonó en el aire: "Niños, es hora de almorzar." Esa voz, a la que tantos niños obedecían sin dudarlo, se convirtió en otra ancla que lo devolvió al presente.

Con un ligero sobresalto, Eamon se puso de pie, ajustando rápidamente su expresión para que no reflejara el torbellino de emociones y planes que bullían en su interior. Se mezcló con los demás niños, caminando hacia el comedor con pasos medidos, intentando, por todos los medios, parecer otro niño hambriento más ansioso por su comida. Pero mientras se servía el guiso y escuchaba las conversaciones animadas a su alrededor, una parte de él estaba lejos, contando las horas, los minutos, preparándose para el desafío que le esperaba cuando el sol se escondiera y el orfanato se sumiera en la oscuridad.

—oo—

'Es la hora', pensó Eamon con determinación, mientras las sombras de la noche cubrían cada rincón del orfanato. Los suaves ronquidos y respiraciones profundas de los otros niños llenaban la habitación. Estaban sumidos en un profundo sueño, ajenos al aventurado plan que Eamon estaba a punto de llevar a cabo.

Había practicado este momento en su mente durante días, cada pequeño movimiento, cada esquina y sombra que podía usar como refugio en caso de ser necesario. Sus dedos rozaron la madera de la cama, sintiendo la rugosidad de las fibras bajo su piel, un último agarre a la familiaridad antes de aventurarse al desconocido pasillo.

Las paredes del orfanato, tan familiares durante el día, adquirían un cariz distinto bajo el manto de la noche. Las historias que los niños mayores contaban sobre espíritus y monstruos nocturnos venían a su mente, pero Eamon sacudió la cabeza, dispersando esos pensamientos. Este no era momento para temores infantiles.

Cada paso que daba parecía amplificarse en el silencio de la noche, pero sabía que era más una percepción personal que una realidad. A medida que avanzaba, la silueta de la señora Jenkins se vislumbraba en la distancia, iluminada por la tenue luz que se filtraba desde la cocina. Eamon se pegó a la pared, ocultándose detrás de una gran planta de interior que había en el pasillo, esperando pacientemente a que la mujer se adentrara más en la cocina. Una vez que estuvo seguro de que estaba absorta en su ritual del té, deslizó rápidamente a lo largo de la pared opuesta, pasando inadvertido frente a la puerta entreabierta de la cocina.

Más adelante, el suave ronquido del señor Thompson le llegó a sus oídos. Al aproximarse con cautela, pudo ver la luz tenue de una lámpara y al señor Thompson dormitando en su silla favorita, un libro abierto reposando en su regazo. Aquí, Eamon tuvo que ser especialmente cuidadoso. Si el hombre despertaba, incluso por un segundo, sería el fin de su misión. Se movió con un cuidado extremo, evitando las tablas del suelo que sabía que chirriaban, y utilizando los muebles y las sombras como pantalla para deslizarse sin ser visto.

Pasando la zona de riesgo, pudo sentir cómo su corazón comenzaba a desacelerar su frenético ritmo, aunque la tensión no abandonó su cuerpo. Se encontraba cada vez más cerca del pasillo que conducía a la oficina de la directora Collins, y cada obstáculo superado le daba un poco más de confianza en su capacidad para llevar a cabo su audaz plan. Sin embargo, no podía permitirse bajar la guardia; el juego del sigilo aún no había terminado.

Después de lo que parecieron horas, pero que en realidad fueron solo minutos, Eamon finalmente llegó al pasillo que conducía a la oficina de la directora Collins. La puerta se alzaba ante él, imponente y desafiante. Sabía que este era el verdadero desafío. Respiró profundamente, tratando de conectarse con el "zumbido" interior, esa guía que le daba pistas sobre cómo se manifestaría su magia.

Pero algo no iba bien. Eamon sintió que algo se retorcía en su interior, como si una fuerza interior quisiera liberarse. Cada vez que conectaba con la magia para abrir la puerta, esa sensación de frío temor lo envolvía cada vez más. Su "zumbido, le enviaba señales de advertencia, como un eco distante que le gritaba que se detuviera. Le indicaba que la puerta, esa vieja madera robusta que había resistido el paso del tiempo y las intemperies, estaba en peligro inminente de ser destrozada por la fuerza bruta de su poder.

Dando un paso atrás, pudo sentir el sudor frío recorriendo su espalda. A pesar de la fría oscuridad del pasillo, el calor de la preocupación y el nerviosismo lo envolvían. Se reprendió mentalmente, repitiéndose una y otra vez que no podía permitir un fallo en ese momento crítico. No cuando estaba tan cerca.

Con las palmas húmedas y el corazón palpitando en sus oídos, tomó varias respiraciones profundas, centrándose en su objetivo. Como un maestro cerrajero frente a una cerradura complicada, Eamon sabía que no era solo cuestión de fuerza, sino de sutileza. De encontrar ese delicado equilibrio entre el deseo y la habilidad. Así que, cerrando los ojos, experimentó con diferentes enfoques y mentalidades, buscando la sintonía adecuada, el matiz exacto de intención que necesitaba.

El tiempo parecía haberse detenido. A pesar de sus numerosos intentos, nada parecía funcionar. Pero justo cuando la desesperanza amenazaba con consumirlo, sintió el suave y esperado 'click' de la cerradura cediendo a su toque mágico. Un estallido de alivio y emoción lo envolvió, y rápidamente abrió la puerta, deslizándose en la oficina como una sombra.

Corrió silenciosamente hacia los archivos, cada paso agudizado por la adrenalina que recorría su sistema. Pudo sentir cómo su corazón resonaba contra su pecho, cada latido marcando el ritmo de su creciente excitación. Las estanterías repletas de archivos, meticulosamente organizadas, se alzaban ante él como monumentos de información. Eamon estaba a merced de esos documentos, esperando encontrar respuestas.

El espacio estaba iluminado solo por la tenue luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas de la oficina. A pesar de la oscuridad, pudo distinguir la configuración del lugar. Una robusta mesa de madera oscura se encontraba en el centro, cubierta de papeles, tinteros y una pluma de ave meticulosamente colocada. Las paredes estaban adornadas con diplomas y reconocimientos, testigos del compromiso y dedicación de la Directora Collins. Un retrato de una joven Collins con una mirada decidida colgaba en un lugar privilegiado, recordando a todos su autoridad.

En una esquina, vio una lista colgada en la pared, con los nombres de todos los niños del orfanato. Al examinarla de cerca, notó algo extraño: la lista tenía más nombres de los que recordaba haber visto en el orfanato. ¿Qué significaba eso? Su curiosidad ardía, pero su misión era clara. Tuvo que concentrarse en encontrar su propio archivo.

Regresando a las estanterías, con dedos temblorosos pero decididos, comenzó a buscar entre las carpetas clasificadas en orden alfabético. Cada etiqueta que pasaba le recordaba a algún rostro familiar. 'Patricia, Carol, Raymond, Eddie y Henry…todos están aquí', noto Eamon con curiosidad . Pero en ese momento, sólo había un nombre que importaba.

Justo cuando Eamon había avanzado más de la mitad del camino entre las carpetas y estaba a punto de llegar a la letra que marcaba su apellido, una tenue y trémula luminosidad lo detuvo en seco. Un resplandor dorado que bailaba con la tenacidad y la suavidad del fuego se filtraba a través del vidrio esmerilado de la puerta. No necesitó más para entender: era la luz de una vela, moviéndose de forma errática, oscilando al ritmo de pasos lentos y seguros. El corazón de Eamon empezó a latir con frenesí, como un tambor de guerra anunciando el inicio de una batalla.

Por un momento, se sintió como un pequeño ratón acorralado por un gato. El pánico lo envolvió como una manta fría, y sus pensamientos giraban en torno a la inminente captura. ¿Cómo no había considerado que la directora Collins pudiera regresar a su oficina tan tarde? Se maldijo a sí mismo por su imprudencia. Intentando controlar la situación, se agazapó detrás de una estantería, presionando su espalda contra el frío y duro metal, esperando que las sombras lo escondieran de cualquier mirada indiscreta. Su respiración era superficial, tratando de no hacer ruido alguno.

Entonces, un sonido agravó su ya frenético estado de alerta: el tintineo inconfundible de una llave chocando contra metal. Eamon reconoció ese sonido: era la llave maestra que la Directora Collins llevaba en su pulsera, la que abría todas las puertas del orfanato. El pánico se intensificó al oír cómo la llave se insertaba lentamente en la cerradura. Cada giro, cada chirrido de los mecanismos internos, acentuaba su paralizante miedo de ser descubierto. Las palabras '¿En serio?' revoloteaban en su mente, repitiéndose una y otra vez mientras el terror se apoderaba de él.

¡Hola a todos los lectores!

Quería tomar un momento para agradecerles por unirse a esta emocionante aventura en mi primer fanfic. Estoy emocionado de compartir esta historia con ustedes y ver cómo se desarrolla. Quiero que sepan que valoro mucho su apoyo y su tiempo dedicado a leer mis palabras.

Sé que las notas de autor pueden volverse un poco repetitivas, así que trataré de no llenar sus pantallas con ellas constantemente. Sin embargo, quería expresar mi sincero agradecimiento por estar aquí. Si disfrutaron de la lectura o tienen algún consejo o crítica constructiva para compartir, les estaría eternamente agradecido. Cada comentario y revisión cuenta para mí y me ayuda a mejorar.

¡Hasta el próximo capitulo y gracias de nuevo por ser parte de esto!

¡Daskar fuera!