Para: Maruy-chan porque me ha dedicado un oneshot adorable que ha hecho que me anime a escribir esto, que ya me rondaba desde hacía unos días por la cabeza.


— Por enésima vez ya en lo que va de diciembre, España, no pienso decírtelo.

La nación gala, que se encontraba sentada en su sillón favorito, a medias de la lectura de uno de los bestsellers del año, empezaba ya a estar cansada de ese hombre que se había apalancado a su lado, con las rodillas en el suelo y los brazos apoyados en el reposabrazos izquierdo del mueble.

El drama de Francis se remontaba a hacía unas cuantas semanas. Los dos se habían encontrado en la residencia de Francia en París, por cuestión de trabajo, el cual habían despachado lo antes posible para poderse echar en los sofás a beber y hablar de tonterías. Hacía ya un tiempo que entre ellos había algo más que una amistad, aunque aún no habían definido qué era ni habían hablado de ello en profundidad.

Lo que estaba claro era que existía, de una forma u otra.

Los reencuentros eran complicados y siempre parecía que entre ellos había ese fino muro de hielo que enfriaba su relación y la volvía a reducir a términos amistosos. Lo bueno era que, después de rato charlando, España se acercaba a Francia y le entregaba gestos cariñosos que dos buenos amigos seguro que no compartirían.

Así pues, dos semanas atrás, acabaron ambos echados en el mismo sofá, bebiendo de una botella. Francis estaba tumbado bocarriba, mirando al techo y Antonio, que no tenía tanto espacio sobre el que descansar, se acurrucó parte en el espacio entre el respaldo y el asiento y parte sobre el cuerpo del francés, que pronto había acudido al rescate y había rodeado la cintura de su compañero.

Ahí, en el estado de bienestar que la embriaguez provoca, Antonio había tenido la brillante idea de que se hicieran un regalo este año. No sería la primera vez que lo hacían, pero España había especificado claramente que sería un regalo que se harían para celebrar que era navidad y que estaban bien, juntos. De su boca no salió la palabra novios pero, de alguna manera, Francia tenía el presentimiento de que eso mismo era lo que significaba.

¡Pero quién le iba a decir que esto acabaría convirtiéndose en una pesadilla...! A cada rato, cuando menos lo esperaba, España demostraba el comportamiento y el entusiasmo de un niño pequeño que no sabe bien que la navidad no tiene nada de mágico. En el momento en que pensaba que estaba desprevenido, lanzaba la pregunta de rigor: "¿Qué me has comprado?"

Al principio le parecía adorable, pero después de alrededor de cientos de intentos Francia estaba empezando a perder ya la paciencia. Ladeó la mirada para observar la mitad de la cara que asomaba del rostro de Antonio y sus manos apoyadas sobre el tapizado. Tenía esa expresión que ya sabía cuándo usar porque le conseguía lo que quería. Suspiró, derrotado.

— No utilices esa mirada conmigo; no te va a funcionar esta vez.

— ¡Pero si no es mi culpa! —se quejó España después de resoplar. Se encaramó un trecho al sofá y dejó que su torso quedara sobre el regazo del rubio, que se apresuró a alzar el libro antes de que se echara, para que no lo aplastara bajo su peso—. Te recuerdo que no fui yo el que insistió en que su regalo era perfecto, que me iba a encantar y que te iba a adorar por ello.

— Que yo alimente tu entusiasmo no significa que tú tengas la potestad para ir interrogándome cada diez minutos —respondió Francia y, acto seguido, bajó los brazos y los apoyó en la espalda de Antonio, dispuesto a seguir leyendo usándole como soporte.

— Al inicio te dije que quería un montón de cosas... —murmuró ahogadamente puesto que su mejilla estaba aplastada contra el otro reposabrazos mientras le observaba de reojo—. Podría ser cualquier cosa.

— Como sigas pensando, al final te va a salir humo de la cabeza. Ya que estás ahí, podrías aprovechar para hacer otras cosas más interesantes~

— Sigue hablando y quizás te la agarre de tal manera que ya no te va a parecer nada interesante —dijo Antonio sonriendo de manera pasivo agresiva.

— España es un soso, no quiero ser como él cuando crezca~

Se produjo un silencio de unos segundos durante los cuales Francis, ilusamente, pensó que por fin tendría la paz que necesitaba para continuar con la lectura.

— ¿Me has comprado un perro? —le dijo de repente, dándose la vuelta de manera peligrosa para las regiones vitales del francés, que se quedó tenso e intentó aplastarse como podía contra el sillón para evitar cualquier daño. Estupendo, ahora sí que tenía su trasero sobre su regazo. Como se moviera mucho, Francia no respondía de sus actos.

— No te lo voy a decir, ¿es que no me escuchas cuando te hablo? —le reprendió Francis, cubriendo con el libro la cara de Antonio, que ya volvía a mostrar la decepción.

Después de restregarlo un poco, apartó el volumen y vio su flequillo despeinado y el ceño fruncido, por lo que rodeó su cintura y se inclinó para darle un beso. Las manos de Antonio se posaron en las mejillas de su compañero y cuando se apartaron permanecieron con las frentes juntas.

— Porque un perro me haría muchísima ilusión.

Francis estuvo examinando inexpresivo la relajada tez del hombre sobre él y, sin previo aviso, se echó a reír. Llevó una mano a su frente al mismo tiempo que se apartaba y dejaba que su cabeza se apoyara contra el respaldo del sillón.

— Eres incorregible e incansable, ¿lo sabías? —murmuró Francia tratando de sosegarse después del ataque de risa.

Antonio se vio contagiado por ese sonido armonioso que provenía de la garganta del rubio. Se elevó, apoyándose en el sillón, con cuidado de no hacerle daño, y se movió para quedar sentado sobre él, con una rodilla a cada lado de su cuerpo. Se acercó y rozó con su nariz la del francés, que de nuevo estaba aferrado a su cintura como si fuera lo único que le atara al mundo terrenal.

— ¿Y no es precisamente por eso que te gusto?

— Puede ser.

Esta vez el que tomó la iniciativa de unir sus labios fue España, en un contacto suave, cálido y familiar. La mano derecha de Francis subió por su espalda, palpándola, redescubriéndola después de ese largo periodo en el que habían estado separados. Antonio estableció cierta distancia entre ellos, la suficiente para poder hablar sin estar lejos.

— No estarás pensando en regalarme alguna puercada, ¿verdad? Algo como un conjunto de consoladores, o bolas chinas, o algo por el estilo, ¿verdad? —le preguntó en un susurro. La idea le había venido a la cabeza de repente, como caída del cielo y, para qué negarlo, la veía plausible.

— ¿Qué? ¿Pero por quién me tomas? Te recuerdo que soy la nación del amor, Antonio. Si piensas que, en unas fechas tan señaladas como éstas voy a regalarte algo tan ordinario es que no me conoces en absoluto —dijo ofendido, ladeando el rostro hacia la derecha, como si quisiera evitar más muestras de afecto.

Antonio hizo una mueca de preocupación y arrepentimiento y, con mimo y cuidado, tomó sus mejillas en sus manos y le guió hasta que le estuvo mirando. El hispano sonrió resignado y le dio un corto beso que, sin lugar a dudas, relajó las facciones de su vecino francés.

— Perdóname, no quería ofenderte. Seguro que tu regalo me encantará y que no tendrá nada que ver con juguetes sexuales. He sido un idiota.

— Lo has sido —contestó Francis, haciéndose el duro a pesar de que ya no estaba enfadado con él.

— Anda, no me hagas suplicarte... —le pidió España, que ahora le dejaba besos por el cuello, en actitud cariñosa que, en él, no era usual a esas alturas. Francia se quedaba desarmado cuando ese comportamiento se manifestaba de repente—. Ya te he dicho que estoy muy arrepentido.

Si seguía haciéndose el duro seguro que lograría enfadarle a él, por lo que le aferró y le empujó hasta dejarle apretado contra su cuerpo, notándole y dejando que él pudiera sentir el suyo propio. Además le dio un beso pasional, acalorado, y en cuanto Antonio entreabrió los labios, sorprendido, aprovechó la oportunidad para adentrar su lengua en la cavidad ajena, buscando a su compañera, que tanto hacía que no saludaba.

Aferró las piernas de Antonio y se levantó lo suficiente para poderse dar la vuelta y echar al español sobre el sillón. El libro se había caído en el hueco que había entre el cojín y el reposabrazos y había desaparecido el peligro inminente de clavárselo en cualquier parte del cuerpo. Acarició la espalda arqueada de España bajo la ropa y le arrancó un escalofrío que la recorrió de arriba abajo. Los labios del francés fueron descendiendo por su cuello y, a medida que se iban presionando contra la piel, él iba hablando.

— Está bien, te perdono. Pero no vuelvas a decir esas tonterías... Es como si yo creyera que vas a regalarme un hurón sólo porque una vez te lo comenté. Sería una estupidez que lo pensara —murmuró contra el cuello de su compañero.

— ¿Un hurón? ¿Pero qué ridiculez es esa? —preguntó Antonio y su respiración se entrecortó al notar la otra mano de Francis, más fría, rozando una de sus nalgas por debajo del pantalón.

— ¿Verdad? Para que me dejaran mi bonito hogar lleno de pelos y otras cosas. Además, son bichos feísimos. No, gracias —le dijo mientras continuaba con esos besos. Movió las manos hacia el frente y empezó a desabrocharle la ropa. Su calma se estaba esfumando; ése podía ser un regalo de navidad anticipado, no le importaba— Como yo sé que tú no me comprarías algo así, confía en que yo también te compraré algo adecuado.

El tema dejó de interesarle a España y fue algo claro cuando éste apoyó la mano en la nuca de Francia y le empujó para besarle con voracidad. Ésta extremidad se deslizó hacia el frente y se unió a su compañera en la tarea de desprenderle de la ropa que cubría el torso. Ya para ambos la conversación se había terminado y pronto sólo podrían pensar en el placer, en el desenfreno y la necesidad de más.

Pero, antes de perderse, casi al mismo tiempo, por la mente de las dos naciones cruzó un pensamiento:

"Voy a tener que buscar otro regalo para él"


Prompt (por si no ha quedado claro XD): Antonio y Francis se equivocan al elegir el regalo navideño para el otro pero, aún así, se conocen tanto que, de manera inconsciente, saben a la perfección qué les escogería el otro.