Encogido, abrazando su propio cuerpo, los dientes de Francis castañeteaban hasta el punto de la incomodidad. A su lado, los suspicaces ojos de su mejor amigo le enfocaban a tiempo de verle estornudar por octava vez.

— A este paso, te vas a morir antes de llegar a casa. Te dije que ibas muy fresco.

— Cállate —chilló Francis ofendido.

Se sumieron en un silencio tenso y se detuvieron a esperar que el semáforo se pusiera en verde para ellos. Estaba tardando medio siglo, por lo menos, y no ayudaba que en aquel cruce corriera la brisa. De repente, algo le tapó la vista y le vino el aroma a colonia y a aguamarina. Su cabeza emergió por el cuello de un jersey y cuando Antonio le manejaba para meter sus manos en cada manga, se dio cuenta de lo que estaba pasando.

— Pero ahora vas a pasar frío tú.

— Como antes me has dicho: Cállate. Soy menos friolero que tú y prefiero que no te mueras.

Dio las gracias entre dientes y se acomodó la ropa. El olor de Antonio lo rodeaba, lo envolvía con su calor, que se convertía en propio. No lo había dicho, pero tenía un cuelgue bastante importante con su mejor amigo. Nada que hubiera confesado ante nadie, mucho menos al afectado. Sus sentimientos, su responsabilidad. Tampoco es que Antonio le diera ninguna pista que lo animara a lanzarse al vacío y… Bueno. La cobardía se había convertido en su buque insignia. Sobre todo cuando el tema entre manos le importaba. Lo hacía. Un montón. Se despidieron con un abrazo y se metió a su apartamento. Allí, en la penumbra de su recibidor, le vino de nuevo el aroma y se dio cuenta de algo. No le había devuelto el suéter. ¡Qué estúpido! Si se moría por su culpa, no iba a poder mirar a su madre a los ojos.

Se sentó en el sofá y suspiró resignado. Agarró el borde del cuello y respiró hondo. El olor de Antonio volvió a intoxicarle y se debatió entre sucumbir a la adicción y el escarnio mental hacia su propio comportamiento. Se lamentó en voz alta y dejó caer la cabeza contra el respaldo del sofá.

— Eres un ser patético…

Un golpe le sorprendió. Algo se había caído sobre el sofá, algo que le había rozado la cintura y parte de la pierna.

— Que no sea una cucaracha, que no sea una cucaracha, que no sea una cucaracha…

Cuando abrió los ojos encontró un modelo antiguo de iPod, nano, naranja. Los recordaba. Él mismo había rogado a su madre por uno, sin éxito. Era el iPod de Antonio. Se lo había visto y también se había burlado de él. ¿Quién en su sano juicio iba con un iPod cuando existían los smartphones? … Quizás por eso no le gustaba.

Lo agarró y se dejó caer de lado sobre el sofá. Lo examinó un momento, mientras el ángel y el demonio en sus hombros discutían acaloradamente. Como con casi todo, ganó el diablo. Lo encendió y se puso a mirar su biblioteca. Había música que no escucharía ni aunque le pagaran. Así de diferentes eran. Ignoró la voz que le decía que por eso no sería suyo nunca.

Cuando estaba a punto de apagarlo, harto de escuchar la voz de su cabeza enumerar los motivos por los que Antonio nunca se fijaría en alguien como él, una playlist le llamó la atención. Con los dedos grandes la perdió de inmediato y por eso se incorporó y la buscó con anhelo.

No estaba loco. No lo había soñado. Antonio tenía una playlist en su iPod que se llamaba Francis. Una playlist. Con su nombre. Jamás habían compartido iPod, ni lo habían usado en escapadas con el coche. Abrió la playlist y aunque identificó algunas canciones que sí había comentado con él, había otras muchas que… bueno, parecía ser que Antonio había recopilado porque.. ¿Porque le recordaban a él? Agarró los auriculares y le dio a play. En la quietud de la noche, la balada le acarició los oídos, mientras su loca cabeza se perdía en delirios. No podía adivinar qué habría pensado Antonio cuando había elaborado esa playlist, pero seguro que lo iba a averiguar.

Quizás no estaba todo perdido.


A veces en Twitter pido prompts para escribir Drabbles. Este se lo escribí a maruychan este junio y el prompt era:

Antonio lends their sweater to Francis. When Francis is home, they realize they still have Antonio's sweater and find Antonio's iPod. Out of curiosity, Francis looks through Antonio's music and finds a playlist titled with Francis's name.