—Oh, oh…

Con los ojos como platos, Antonio miraba ausente el paisaje nocturno al otro lado de la ventana. Hacía cosa de un mes y medio desde que Francis Bonnefoy, en su forma de murciélago, había llegado a su mansión y, al contrario de lo que uno podría esperar, todavía no se había marchado. Se había acostumbrado a su presencia, a los paseos bajo la luz de la luna, a las cacerías conjuntas y, por supuesto, también al sexo. No había tardado ni un segundo en caer preso de los ardides del francés. Se había acostumbrado tanto a la rutina que hasta en ese momento no se había dado cuenta del peso que ganaba en su vida. Así que abandonó lo que estaba haciendo y se fue hacia el jardín, en el que Francis se bañaba como una sirena buscando presa. Sus ojos azules lo enfocaron y esbozó una sonrisa ladeada. Nadó frente a él y se impulsó con sus brazos hasta quedar a su altura.

—Esta noche también estás hermoso, cher. ¿Me buscabas?

Ignoró el cosquilleo, el pellizco en el pecho, y respiró hondo. Rogó que su voz saliera estable y firme.

—Me temo que tienes que irte, Francis.

—¿Cómo?

—Tienes que irte. Dijiste que venías a pasar unos días y llevas aquí meses. Utilizas mis cosas como si fueran tuyas, te paseas por la mansión como si te perteneciera y me parece que no es lo único que crees que es tuyo.

Por su sonrisa supo que Francis entendía a qué se refería. Su mirada azulada revisó el cuerpo de Antonio y fue casi como si sus manos recorrieran su cuerpo. A saber si no tenía ese poder, el maldito.

—¿Y cuál es el problema? ¿Es que no me quieres…aquí?

—Esta rutina no es real. Has venido de visita y te marcharás cuando te canses y a mi me dejarás hecho un lío.

Francis exclamó, sorprendido, y sonrió elegante, zalamero. Sus manos se apresuraron a agarrar las de Antonio antes de que se batiera en retirada. El francés aferró el mentón de Antonio y le obligó a mirarle. Después de su brusquedad, el dorso de sus dedos acarició su piel tostada.

Mon coeur… Si me lo pides y es lo que quieres, puedo quedarme contigo por toda la eternidad. Soy todo oídos. ¿Qué quieres de mí? ¿Me deseas~?

Le costaba ser firme cuando su olor lo mareaba, sus ojos lo paralizaban y el único deseo que le quedaba era el de entregarse al placer carnal. Parte de la culpa de esos sentimientos era de Francis, pues tenía el poder de ser irresistible para quien fuera. Sus ojos desnudaban a Antonio y su sonrisa se acababa de encargar de descartar las prendas.

—Esta situación te encanta, ¿verdad? —siseó Antonio entre dientes.

—No sabes tú cuánto.


Prompt fictober 2022, día 29: Oh, oh... / Te encanta, ¿verdad?