No podía decir cuál fue el momento exacto en el que Francis empezó a sospechar. Una mirada, o un gesto, pero el caso es que uno de ellos hizo saltar la voz de alarma en su cabeza. No en vano se había vanagloriado de conocer a Antonio Fernández como la palma de su mano. Las cosas llevaban semanas tensas: la empresa de Francis había sido salpicada por un escándalo que, a todas luces, era falso. El problema estaba siendo demostrarlo.

A pesar de haberle pedido paciencia y que no hiciera nada, encontró antes el rastro descuidado que Antonio había dejado intentando ayudar. Lo peor es que cualquiera con dos dedos de frente y la terrible intención de hundirlos podría aprovecharlo en su contra. Con las pruebas en la mano y malhumorado, se fue para Antonio, lo agarró del codo y lo arrastró a la sala de reuniones más cercana, ignorando sus quejas.

— ¿Qué mierda te pasa? Me has hecho daño —se quejó el castaño, frotándose el lugar en el que la garra de Francis lo había apresado.

— ¿Que qué me pasa? ¡Esto, me pasa!

La carpeta golpeó la mesa y se agitó un segundo, amenazando con abrirse y desperdigarse. Los ojos verdes de Antonio brillaron con reconocimiento ante la evidencia que le presentaba. La tensión en su mandíbula se hacía evidente.

— Estaba intentando ayudar —se justificó a media voz.

— ¡Te dije que no hicieras nada, que yo me encargaba de ello!

— No podía quedarme de brazos cruzados cuando tienes tantos problemas. ¿Por quién me tomas?

El estrés y la ira tomaron el control de Francis. Estaba en una situación límite y Antonio sólo añadía una gota más a un vaso que ya estaba completamente lleno. Golpeó la mesa con la palma de la mano. Antonio dio un brinco y lo observó consternado.

— ¡Te dije que te quedaras quieto! ¿¡Es que no te das cuenta de lo que tus aventuras pueden suponer?! ¡En vez de ayudar, has puesto más palos en las ruedas!

— ¡Pero…!

— ¡Nada de peros! Aleja las manos de este tema. A fin de cuentas, es mi nombre el que está en juego. La empresa cae sobre mis hombros. No te metas en algo que no te incumbe.

Más que los gritos, Antonio se vio realmente herido por estas últimas palabras. Sus labios entreabiertos, el rictus de sus manos, el brillo de sus ojos; todos delataban un dolor que Francis había sembrado. El hispano reprimió las emociones y únicamente dejó en la superficie una tremenda indiferencia.

— Discúlpeme, señor Bonnefoy. Me aseguraré de que mis pasos no vuelvan a entorpecer sus sofisticados pies. Dios me salve de manchar su nombre.

Sin dejar espacio a réplicas, aunque Francis se daba cuenta de que no encontraba ninguna, Antonio se dio la vuelta y abandonó el despacho pegando un portazo que retumbó por todo su cuerpo.


Prompt fictober 2022, día 10: Es mi nombre el que está en juego /Malhumorado