La voz de la secretaria le anunció que tenía una visita inesperada: Antonio Fernández. Un espasmo sacudió la mano de Francis. Su garganta se había secado, ocluido y le dificultaba la simple tarea de tragar saliva. La mujer lo llamó, temiendo que se hubiera cortado de alguna manera la comunicación. Resignado, como el que se encara a la muerte, Francis le dijo que lo hiciera pasar.

Cuando las puertas del despacho se abrieron, encontró a un Antonio familiar y desconocido. La calidez usual que le daba vida se había extinguido. Una garra de tristeza descoloría a Antonio y se había echado al cuello la indiferencia para tratar de sobreponerse a una situación que le venía grande a nivel emocional. El sobre maltratado que sus inestables manos sujetaban le sentó como una patada en el estómago.

— Siento molestarle cuando seguro que está muy ocupado, señor Bonnefoy.

— Por favor, no seas tan formal conmigo… —suplicó entre dientes. Tuvo la impresión que ese aire se llevaba su vitalidad.

— He reflexionado mucho sobre mi papel en esta empresa y los vínculos que me unen a ella.

La frialdad se clavó directamente en el corazón de Francis. ¿Ahora era un mero vínculo que lo ataba a la compañía? Se levantó y se acercó a él. A pesar de la cercanía, tenía la impresión de que Antonio se encontraba a kilómetros de distancia. Él lo había empujado con sus palabras.

— Te pido que te detengas y me escuches. No tomes una decisión de la que te arrepientas.

— Es la única salida que me queda, señor.

Antonio estiró la mano con la carta y Francis la cazó y la apretó contra el pecho del hispano. Se la devolvía antes de que se la entregara.

— No quiero que hagas esto. Te lo imploro, Antonio.

— Me parece que te equivocas —replicó el castaño con los ojos brillantes pero una ira ardiente—. Esto no se trata de lo que quieras o no quieras. Esta decisión la he tomado solo y a ti no te queda más que aceptarla.

— No quiero aceptarla.

— Pues ese es tu problema, tu compañía, tus marrones… Durante este año me he convertido en tu sombra, hubiera hecho cualquier cosa que me hubieras pedido. Porque sólo quería verte feliz, Francis. Pero supongo que fui yo el estúpido que malinterpretó la jerarquía y la transformó en una especie de amor.

La verdad le abofeteó la cara y lo desarmó. Antonio aprovechó el momento para ir hacia la mesa y dejar la carta sobre el escritorio.

— Dimito, con efecto inmediato. Que las cosas te vayan muy bien, Francis.

No supo qué decir, no supo cómo detenerle. Daba la impresión de que la carta, sobre su escritorio, había puesto sobre sus hombros un peso que lo mantenía en el sitio. En su pecho, un vacío inesperado lo empezó a arrasar todo.


Prompt fictober 2022, día 13:No quiero que lo hagas