Hattori y Kudo estaban a punto de resolver un caso demasiado simple, ya que todo indicaba que el responsable de la muerte había sido una persona ajena al personal del edificio, sin embargo, aún necesitaban encontrar al culpable. Hattori se encargaba de corroborar versiones mientras Kudo se encerraba en un despachito casi imperceptible para recopilar la lista de pacientes de Aisekawa-sensei, la víctima del caso. Después de apenas 10 minutos, había conseguido establecer una lista de pacientes descontentos con los tratamientos; de hecho, había conseguido saber que algunos de ellos habían presentado una denuncia por mala praxis, aunque no había habido ninguna condena en contra del doctor.

—¡Estoy tan cansada! —Exclamó una de las compañeras de Kazuha, saliendo alegremente del quirófano.

—Ya… —La chica se limpió la frente con el reverso de la mano. La felicidad de saber que habían conseguido salvar a otro paciente se mezclaba con el cansancio y la intranquilidad de ver allí a la policía.

Al haber crecido en un ambiente policial, Kazuha había desarrollado un sexto sentido. Ella ya sabía que todo ese movimiento solo podía significar que alguien había muerto en circunstancias extrañas. Por primera vez en mucho tiempo, Kazuha sintió que nada de lo que estuviera haciendo la policía tendría nunca que ver con ella y pudo respirar tranquila.

—Aún no me puedo creer lo de Aisekawa-sensei… —Suspiró compungida una de sus compañeras en la sala de descanso.

—¿Quién haría algo así?

—Te sorprendería la cantidad de asesinatos que hay en este país. —Dijo ella sin pensarlo, ganándose la mirada atónita de sus dos compañeras.

—¿Qué quieres decir?

Kazuha se arrepintió al instante de haber pensado que echaba de menos aquellos días en los que Heiji la llevaba en moto a lugares en los que ella, con su edad y su sensibilidad, no debería haber estado. Aquel pensamiento la había ayudado a aclarar sus ideas en sus peores momentos: Heiji nunca la cuidó; nunca debió haberla puesto en peligro bajo la premisa de que ella estaba segura si era con él. No, nunca lo estuvo.

—Me refiero a que hay gente que ha visto demasiadas películas.

—Ya…

Al parecer, Kazuha se había librado de preguntas innecesarias. Se dejó caer derrotada en la silla y encendió el móvil. Automáticamente, entró en pánico: 17 llamadas perdidas de Aoko; 6 de Ran. Algo muy malo estaba sucediendo.

—¿Hiryū-san? —Una enfermera había reparado en su cara y se estaba preocupando. —¿Te encuentras bien?

—Perdonadme, tengo que irme. —Dijo cogiendo una sudadera y echando a correr hacia la salida de la sala de descanso dejando a sus compañeras sin saber qué hacer ni qué decir.

Mientras corría por el hospital, Kazuha llamaba a Aoko, pero ella no respondía. Mierda. Ran era la siguiente. Cogió el ascensor y presionó el botón de la quinta planta mientras escuchaba el dial.

—Venga, venga, venga…

—Mouri. —Contestó una voz preocupada.

—¡Ran! ¿Qué está pasando?

—¡Kazuha! ¡Gracias a Dios! ¿Sabes algo de Aoko?

—Pues ahora mismo estoy llegando a la planta de cardiología.

La puerta se abrió justo a tiempo para hacer que coindiciera con el momento exacto en el que Heiji Hattori cruzaba el pasillo en busca de Kudo. Ella enmudeció. Su corazón se desbocó y sus ojos se llenaron una vez más de lágrimas, justo como cuando tenía 17 años y veía cómo él estaba metido hasta el cuello en un caso demasiado peligroso.

—Heiji…

—¿¡Kazuha!? —La voz al teléfono se estaba descontrolando al no poder controlar la situación en la que su amiga se encontraba. Ella solo colgó, hipnotizada por la imagen del hombre al que llevaba 5 años deseando ver una vez más. Sin poder evitarlo, le llamó.

—¡Heiji!

Por supuesto, él la reconoció al instante y se congeló en el sitio. No le importó la gente a su alrededor, no le importó el caso, ni siquiera la bronca que le echaría Kaito. Solo pudo girar la cabeza en la dirección de la voz femenina que se negaba a olvidar, y, por primera vez en años, la vio. Estaba muy cambiada, pero conservaba su esencia. No pudo evitar quedarse sin aliento y echar a correr en su dirección. Kazuha quiso salir a su encuentro, pero sus piernas no le respondían.

Justo cuando estaba a punto de alcanzarla, las puertas empezaron a cerrarse, ya que otra persona había solicitado el ascensor en otra planta, pero Heiji no iba a desperdiciar la oportunidad y comenzó a darle compulsivamente al botón de llamada del ascensor para evitar que se fuera y con él, la primera oportunidad en 5 años de mirarla a los ojos y pedirle perdón por todo. Ella, en cambio, reaccionó seleccionando otra planta, la más alta, para que él no pudiera alcanzarla. pero fue inútil. La puerta del ascensor volvió a abrirse en la quinta planta. Las puertas se iban abriendo mientras ellos se miraban a los ojos con necesidad el uno del otro, con miedo, con alegría, incluso con deseo. Para cuando finalmente la puerta se terminó de abrir, ninguno de los dos pudo decir nada, tan solo se oía la respiración acelerada de Heiji.

—Creo que no lo entiende. —Insistió Ran.

—Le he dicho que no puedo dejarla entrar, señorita. —Replicó Kaito intentando olvidar las imágenes mentales en las que él acariciaba su suave piel de una forma en la que nunca podría confesarle a Kudo.

Aquel día llevó las cosas demasiado lejos, pero no había sido enteramente su culpa. En aquella ocasión, él estaba en uno de los hoteles de la familia Suzuki para robar unas perlas que quizá le diesen la clave para hallar al asesino de su padre. Él sabía que Kudo y ella habían formalizado su relación desde hacía meses, pero no sabía hasta qué punto. En aquella ocasión, se disfrazó de Shinichi, por supuesto, y Conan lo tenía bajo estricta vigilancia, quizás porque temía que algo como lo que terminó pasando, sucediera. Ran había buscado muchas oportunidades para quedarse con él a solas, y él lo había intentando evitar como mejor había podido, pero sin llamar demasiado su atención. Ella lo había tomado de la mano y lo había conducido hasta una habitación tranquila.

Oye, no creo que debamos…

Ella lo cortó con un beso. Su corazón comenzó a latir con fuerza sabiendo que su mente le estaba jugando malas pasadas e intentó razonar que el parecido de Ran con Aoko no significaba que fueran la misma persona en absoluto. Ran se separó de él solo un poco y llevó su mano hasta su corazón, notando los fuertes latidos. Se le escapó una sonrisa burlona.

Perdón, perdón, no quería ponerte nervioso.

"Joder." Él apenas podía hablar e incluso juraría que las piernas le temblaban. Su primer beso de verdad había sido con la novia de Kudo nada más y nada menos, y sabía que él lo mataría si se enteraba de que estaba usándole para esas cosas.

Ran le empujó levemente, haciendo que su espalda bloqueara la puerta de entrada y poniéndolo a él entra la espada y la pared. Ella volvió a acercarse y a pedirle un beso en voz baja, casi suplicándole. Él dejó de distinguir entre la realidad y sus deseos más profundos tan solo un momento, pero cuando regresó a sí mismo, tenía ambas manos dentro de su camisa, acariciándola, y la estaba besando con una pasión desenfrenada. Kaito se asustó y la empujó, haciendo que ella cayera al suelo.

¿¡Pero qué te pasa!?

¡Lo siento! —Él le tendió la mano para ayudarla a levantarse. —¡Perdóname, de verdad, no quería hacer eso!

Ella había aceptado su mano y estaba levantándose, claramente dolorida por la caída y muy confundida.

Ven, siéntate. —Le dijo ayudándola a sentarse en la cama de la habitación. —¿Te has hecho daño? Perdóname, Ran…

A pesar de que todo se había quedado, más o menos, en un beso, él nunca se lo había contado a Shinichi. Tener a Ran allí le hacía sentir vergüenza, pero también le preocupaba que Aoko estuviera allí.

—De verdad, me encantaría ayudarla, pero no puedo.

Finalmente, ella había dejado de insistir. Resignada, se alejó del policía y se colocó más cerca de la puerta, por si acaso dejaban salir a sus amigas. En ese momento, su móvil sonó y sin pensarlo ni mirar la pantalla, contestó.

—Mouri.

—¡Ran! ¿Qué está pasando? —La voz alterada de su amiga la preocupó aún más.

—¡Kazuha! ¡Gracias a Dios! ¿Sabes algo de Aoko?

"Kazuha", "Aoko". El corazón del mago dio un vuelco. Conque ese era el hospital de Tokio en el que las dos chicas trabajan. Esta vez, no las habían buscado.

Finalmente, el destino había vuelto a unirlos a todos bajo la sombra de un caso de asesinato.

—¿Dónde se ha metido Hattori? —Preguntó el detective Shinichi Kudo después de haberlo buscado por todos lados.

—Ha cogido el ascensor. —Le informó uno de los agentes que custodiaban la escena.

—¿El ascensor? —Preguntó extrañado. —Sí, parecía muy apresurado por hablar con la enfermera que había dentro.

Claro. Por supuesto. Era eso. Había encontrado a Kazuha. Primero sintió rabia por no haber podido encontrar a Ran él también, pero se tranquilizó pensando que ya solo era cuestión de tiempo. Esbozó una sonrisa y deseó con todo su ser que aquel encuentro fuera de verdad fructífero. Ahora que era agente no necesitaba reunir a todos para contar su deducción. Se limitó a reportarle la teoría y las pruebas a su superior y esperó a que alguno de sus compañeros diera con Aiko Shiguri, una antigua amante del doctor cuyo hijo había muerto de neumonía por no haber recibido el tratamiento adecuado a tiempo. Sabía que la mujer se derrumbaría en el interrogatorio.

Después de apenas 3 horas, Shinichi había resuelto el caso sin ayuda de su compañero, cosa que le reprocharía hasta la saciedad en cuanto volviera a verlo. El detective se dirigió a la salida con las manos en los bolsillos, un caso más resuelto a sus espaldas y el corazón roto. Fue justo en el momento en el que él puso un pie en la calle cuando se desató el caos.

Sin saber exactamente desde dónde, alguien descargó un cargador sobre una chica rubia. Él corrió a socorrerla pero fue Kaito el que, desencajado, estaba intentando reanimarla para cuando él se acercó lo suficiente. La gente chillaba y corría en todas las direcciones mientras que los pocos policías buscaban sin descanso al culpable.

—¡KUDO! —Le gritó Kaito con una voz de desesperación que nunca antes había oído. —¡VE A POR UN MÉDICO! ¡RAN SE MUERE!

Él solo tuvo un instante para procesar la información, mirar a la cara a la chica y ver que, en efecto, era ella.