LOS RESTOS DE ESTA HISTORIA

Capítulo Final

Solo porque es rutina, visita a Tae Shimura en el hospital. De madrugada, nuevamente, cuando todos duermen y las enfermeras están demasiado cansadas para hacer sus rondines. En realidad, escaquearse es más fácil de lo parece, tampoco amerita tantas habilidades o amenazas de Hijikata. Tienen pocos guardias y la mayoría del personal duerme lejos de los enfermos a sabiendas de que no hay una cura para la Plaga Blanca y poco pueden hacer para paliar sus malestares.

No le sorprende no encontrarla despierta, más bien, le sorprende encontrarla en compañía.

—Al parecer hemos tenido la misma idea —susurra; son las dos de la mañana y Kagura está allí, parada desde el marco de la puerta. Esta vez, no está Sadaharu—. Puedes despertarla —continúa en voz baja, su mirada en la penumbra señalando a Otae.

—No es necesario —se da la vuelta—. Ya me iba.

—Eso es grosero, China. ¿Qué sentirías tú si supieras que tu mejor amiga no quiere verte despierta?

—No entiendes —dice mordaz y sale por la puerta.

Lo hace porque cree que él no puede usar la puerta principal, pero al parecer Kagura no entiende la diferencia entre "deber" y "poder", así que la sigue con un portazo que quizá haya despertado a la dueña de la habitación, pero no está con el talante de verificar.

Tan pronto la alcanza, la jala por el hombro con más fuerza de la que pretendía, un par de cabellos rojos quedan en sus manos.

—¡¿Pero qué…?! —eso es lo más cercano a una reacción que obtiene de ella. Probablemente alguien del personal médico vaya a verificar qué está sucediendo en cualquier momento.

—Pienso exactamente lo mismo: "¿Por qué?" ¿Por qué estás tan ansiosa por escapar?

Con un manotazo, lo aleja de ella.

—Quién debería escapar eres tú. ¿Sabes que si grito tu nombre al siguiente minuto van a estar cazándote por todo Edo, Hitokiri Okita Sougo?

—Hazlo —sisea—. No esperaba una bajeza como esa de tu parte, pero estoy preparado.

Ella parece ofenderse de que él crea que en serio sería capaz de hacer eso, a pesar de ser la primera en sugerirlo—. La última vez solo me hiciste perder el tiempo. ¿Qué es lo que harás en esta ocasión?

—Recuperarlo.

No es una respuesta meditada, pero le hace sentido en la cabeza. Recuperará a la Kagura que se ha escondido debajo de todas esas capas de tiempo.

—Eso es algo que no se puede lograr —masculla con rabia contenida. Parece que le ofende cualquier cosa que él diga—. Y tampoco pensé que fueras del tipo que se apega por una sola noche, ¿no crees que es patético?

Claro, si lo pone de esa manera, como un virgen que se aferra a la única chica que le ha entregado un poco de contacto íntimo, cualquiera pensaría que era lamentable. Pero no es su cuerpo lo que desea y el pasado es algo que no se puede recuperar, sin embargo, las personas pueden volver de él y comenzar a construir piedrita a piedrita su nuevo destino.

—No fuiste tan memorable como para aferrarme a ti por eso —la pica con su comentario.

—A mí me parece otra cosa —espeta, más enojada que antes— porque no puedes dejarme en paz.

—¿Y por qué quieres quedarte sola? ¿No es suficiente con la desaparición del Jefe?

—No tienes derecho a hablar de Gin-chan.

Como siempre, Gintoki es la persona que más le duele. Con la que más se sacuden sus emociones. La comprende, él también se exalta un poco más, se emociona un poco más y se deprime un poco más cuando se trata de Kondo.

—En donde sea que esté ahora, seguro no se fue para que la Yorozuya simplemente desapareciera y tú te pusieras a llorar en los rincones.

Ella le mira con toda la ira que ha guardado en su interior y le da un mazazo descomunal con su paraguas morado. Okita siente que algo se le pudo haber roto, probablemente el brazo con el que sostuvo la espada para bloquearlo.

Así, en esos segundos de confusión, Kagura ha desaparecido una vez más. ¿Por qué lo único que hace es escapar?

Pero no.

No mientras Okita ya haya resuelto sus pensamientos.

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La caza a tres manzanas de la Yorozuya, sin aliento. Desenvaina su espada y ella salta hacia un lado. La estocada ha buscado herirla, si no fuera de esa forma, Kagura no respondería ni dejaría a flote sus emociones, como un vaso desbordante.

—¿Qué diablos estás haciendo? —grita enojada, echándose el cabello para atrás. La luz de una casa se enciende a unos metros de ambos.

Es peligroso. La gente de Kabukicho podría llamar a la nueva policía y, en el peor de los casos, terminar con él arrestado. Aún así toma el riesgo y blande su espada contra ella otra vez, como si quisiera agujerearle el pecho, pero solo alcanza a darle en un costado. Kagura rueda por el sueldo, la sangre —es poca, Okita nota—, escurre por su cadera.

—¿Qué crees que estás haciendo? —brama ella nuevamente e, igual que la primera vez, Sougo la ignora.

Corre directo hacia ella, da un tajo a lo que debería ser su cuello, pero ella se echa para atrás a tiempo. Okita nota que no está atacando de vuelta, solo esquivando. Sigue conteniéndose, entiende. Siendo así, tiene qué continuar.

No le da tiempo de descansar ni a él mismo de recuperar el aliento cuando carga contra ella de nuevo. Lanza una daga que pasa peligrosamente al lado de su mejilla y Kagura apenas desvía con una patada el filo de la espada dirigida a su torso. Él salta, en un ataque desde arriba, ella da vueltas sobre sí misma a un costado—. ¡Eres un imbécil! —grita.

—Probablemente. Pero no sé qué otra cosa hacer —susurra cerca de ella. La patea en un costado con fuerza, tirándola varios metros a la distancia. Ella se levanta una vez más y, por primera vez en todo ese intercambio, le regresa un golpe.

Empieza con un puñetazo que se vuelve una patada, luego el uso de su paraguas, un codazo en las costillas y otro intercambio de golpes. La siente desesperada, como si quisiera que todo terminara ya: la pelea, los golpes, él, ella, Edo… Está harta de todo.

Termina encima de ella, con la espada clavada en el suelo a medio palmo de su oreja derecha. Ambos jadean, él más que ella. Siempre ha sido así, siempre ha sido más frágil que ella. Eso es lo interesante de su relación.

Se escuchan pasos a lo lejos, muchos de ellos, como de un pequeño pelotón. Okita nota que ya hay más luces encendidas en las casas que los rodean, rostros asomándose tímidamente entre las cortinas. No hay que ser muy listo para darse cuenta de que han llamado a la policía.

—Quítate de encima —exige Kagura, su atención puesta enteramente en él.

—No puedo, China. Si me quito de encima sabrá Buda cuánto más me tomará volverte a ver —en el vilo de su posible captura, se sincera, se le quiebra incluso la voz—. Han sido cuatro años, ¿no fuiste demasiado cruel?

La expresión de ella no cambia, pero deja de forcejear, como saboreando sus palabras, entendiéndolas, guardándolas para sí.

Al mismo tiempo, Sougo ve con el rabillo del ojo el filo de una espada, luego de dos y luego de diez. Entonces Kagura parece notarlo y su expresión se dibuja con una pizca de pánico—. Quítate de encima —brama—. ¡Vete!

—¿Entonces qué pasará contigo si huyo de la poli? Me estoy decidiendo por la cosa de la que menos me arrepentiré.

—No puedes… No puedes decirlo en serio.

—Es lo más serio que he sido conmigo mismo desde hace años.

Tienen segundos para escapar, pero él ya está decidido. En su mente ya se ha formado incluso la esperanza de ser compañero de Kondo y planear un escape juntos desde adentro. Eso si no le cortan la cabeza tan pronto como lo capturen.

—¡Iré contigo! ¡Sólo vámonos!

Luego corren.

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Son más de seis kilómetros los que huyen a toda prisa sin intercambiar una sola palabra, cubriéndose con la oscuridad de la noche. Ella lidera el paso, él corre pisándole los talones. Es una forma de asegurarse de que no escapará nuevamente, pero también, no le miente a nadie, es porque de esa manera la puede admirar.

No puede engañarse más y, aunque sea algo poco típico de su personalidad, aunque cualquiera diga que las caricias y el cariño no van con él, ya ha llegado a ese punto. Por eso cuando ella le da la indicación de que entren a una derruida tienda en los límites de la ciudad la sigue como un cachorrito obediente, pero nada más entrar la empuja contra la puerta cerrada, coge su rostro entre sus manos y la besa.

Oh, Buda, cómo la ha extrañado.

Incluso cuando lo suyo fue cosa de una noche y el tiempo amenaza con llevarse los recuerdos, ha añorado todo ese tiempo tenerla otra vez así de cerca.

Ella se aferra con los puños a los pliegues de su kimono, oponiendo una resistencia falsa. Él la saborea invitándola a abrir su boca, profundizando las sensaciones con su lengua. Sus manos abandonan su rostro, rodean su cintura en su lugar; ella también se destensa y entrelaza sus finos brazos detrás de su nuca. Se quedan de esa manera largos segundos más, aferrados el uno al otro y, cuando se dan espacio, Okita se recarga en su hombro y se siente más sofocado que si hubiera tenido que combatir contra mil ejércitos.

—Nadie nunca te ha culpado por no encontrar al Jefe —dice contra el kimono blanco de ella. No la mira porque no quiere ponerla en jaque, pero sus brazos siguen aferrados a su cintura, no quiere dejarla ir—. No es tu responsabilidad ir detrás de él. Pero entendemos… Entendemos por qué lo haces.

Ella no responde. Él lo toma como una invitación para continuar.

—No tienes por qué sentir vergüenza y esconderte.

—No entiendes —susurra con voz quebrada—. Gin-chan no pudo morir, debo encontrarlo.

—No, en eso estoy de acuerdo. No pudo morir por aquellos estúpidos hongos —una de sus manos hace pequeños círculos en su espalda de forma gentil para reconfortarla—. Debe estar ahí afuera, ocupado metiendo la cabeza en alguna máquina expendedora pensando que es una máquina del tiempo.

Ella no se ríe, en su lugar, se quiebra. Una solitaria lágrima se desliza por su mejilla, Okita la siente en lugar de verla. La salada humedad le cala hasta el fondo de los huesos.

—Pero si no vuelve…Nada volverá a ser como antes.

La aprieta fuerte contra sí. Está llorando, temblando entre sus brazos por el miedo a lo que se ha convertido el mundo. Su mundo. Ese pequeño espacio en Kabukicho que la acogió y al que todavía se aferra.

—Ya se fue, China. No podemos recuperarlo.

—¡No! —niega desesperada.

—Sé lo que sientes. Tampoco es divertido para mí ser un fugitivo, que el Shinsengumi como lo conocía ya no exista más. Proteger al Shogun en sus vacaciones, lidiar con niñas que quieren matarme, pelear mano a mano con un trío de idiotas y su perro más resistentes que las cucarachas… También extraño eso. Pero ya se fue —se separa de ella, la mira directo a los ojos. Incluso en medio de la oscuridad puede ver sus mejillas manchadas con lágrimas—. Lo que quedamos somos las personas. A lo que podemos aferrarnos es a las personas.

Se separa con él con violencia y restriega el dorso de su mano para deshacerse de los restos de las lágrimas en sus ojos. Okita extraña su calor tan pronto como se aleja, pero no es el momento para eso.

—No es suficiente. No entiendes —repite.

Es la tercera vez que se lo dice. Y él está francamente harto. Harto de no entender.

—Tienes razón, no, no entiendo. ¿Y cómo diablos pretendes que entienda si no te explicas? No puedo leerte la mente, China. Habla las cosas. No solo llores en la madrugada y escapes de todo y de todos después. Ya ni siquiera te hablas con Shimura, la gente que se preocupa por ti no sabe qué sucede con tu vida y tú solo estás aquí, haciendo berrinche como una niña pequeña. Madura. Ya no tienes más catorce años.

—Pequeño bastardo —escupe aireada—. Tú tenías una familia antes de todo esto y la tienes todavía. He estado sola casi toda mi vida y cuando al fin encontré algo parecido a una familia desapareció. ¿Qué sabes tú..? —se desinfla, los puños en los costados.

—No te juzgo por eso —dice él con un tono de voz más mesurado—. Sólo quiero que sigas adelante. Nadie dice que no puedas seguir esperando al Jefe y que quieras mantener a la Yorozuya para cuando él regrese. Puedes seguir con tu vida, puedes avanzar sin sentirte mal por ello, China. Puedes reunirte con el Jefe y puedes seguir adelante al mismo tiempo, ¿lo entiendes?

—Te odio —dice ella, no está llorando, pero su voz se siente como si lo hiciera. Y de repente él quiere llorar con ella. También se siente cansado. Cansado de avanzar sin detenerse, de perder compañeros, de perder lo que era. Solamente quiere detenerse un momento y yacer un rato en su futón, sin pensar en la Plaga Blanca o el fin del mundo—. Si todos pretendíamos… si todos hubiéramos intentado que fuera lo mismo siempre, si no hubieras cambiado conmigo… Si no hubiéramos cambiado… quizá todo podría ser como antes. Pero no, cada vez que te veo, más que cuando veo los cabellos de Anego volverse blancos, más que cuando encuentro la Yorozuya en ruinas, recuerdo… recuerdo que las cosas cambiaron y que ya no van a volver a ser como antes.

Kagura se acuclilla y esconde la cara en sus rodillas, sus hombros tiemblan un poco. Él la ve desde arriba, sintiéndose más pequeño que ella, más minúsculo que cualquier objeto en ese desgastado edificio.

—Lo siento —dice en voz queda. No sabe si ella lo alcanza a escuchar, pero igual lo dice. No lo repite, sin embargo. No quiere que lo malentienda. No está arrepentido de lo que hicieron hace cuatro años ni de besarla hace diez minutos; está arrepentido de las circunstancias en la que todo sucedió. Si al final así habría de ser su relación pudo haber esperado un poco más. Que ella se sintiera mejor. Que él se sintiera completamente seguro.

—Te odio —repite ella sin ganas.

Pero Okita tiene la certeza de que no lo dice en serio.

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Abre la puerta corrediza principal de los cuarteles del Shinsengumi. Shimaru le ha visto desde lejos, pero aún así le recibe con un mensaje de bienvenida en su libreta cuando él anuncia su llegada. Camina por los pasillos en busca de Hijikata mientras sus compañeros le observan con poco disimulo o más bien a ella. Kagura y su enorme perro van pisándole los talones todo el recorrido.

La voz acusadora de Hijikata no se hace esperar—. ¿Qué hace la chica de la Yorozuya contigo?

—Oye, no hables de mí como si no estuviera aquí.

—Se quedará aquí un tiempo —se encoge de hombros.

El vicecomandante alza una ceja—. ¿Con la autorización de quién? No te ofendas, pero hay muchos aquí que no han visto a una mujer en mucho tiempo. No es…

—Puede mandarlos a volar de un puñetazo —interrumpe Okita.

—Eso es precisamente lo que me preocupa; no podemos permitirnos más lesionados.

—Puedo intentar pegarles suavemente —ofrece ella—. Pero no puedo responder por Sadaharu. Puede que se los quiera comer. Últimamente es difícil conseguir su alimento preferido y aunque le diga que los piojos son malos para su dieta no me hace caso.

—Eres la menos apta para hablar de piojos, China. Seguro no te has bañado en tres días.

—Las damas como yo siempre estamos limpias para poder oler a nuestro perfume natural.

—¿A sobaco?

—¡Basta! —los interrumpe Hijikata, sobándose las sienes—. Está bien, se queda. Pero comerá la misma ración que los demás y ella conseguirá la comida de su perro.

Sougo asiente—. Me parece bien.

—Solo serán unos días —confiesa mirando directo a Hijikata; Okita la está mirando a ella—. Tengo qué volver a Edo.

—¿A qué asunto? —increpa Okita, con un deje de urgencia. La posibilidad de perderle la pista nuevamente está flotando en el aire.

—Tengo que mantener en alto el nombre de la Yorozuya —su pecho se hincha de orgullo, Sadaharu ladra con regocijo—. El idiota de Shinpachi no está haciendo un buen trabajo.

Todos los presentes de la habitación sonríen.

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Tres días después, ve su espalda alejarse en el páramo.

Okita no puede ir con ella, tiene asuntos qué resolver con el Shinsengumi. Ella no puede quedarse, sigue siendo una Yorozuya. No hablan de su relación, de lo que cambió, de lo que es ahora o de lo que será en el futuro. No es el momento. Probablemente más adelante, cuando ella encuentre lo que busca y él tenga todo resuelto puedan sentarse y llegar a un acuerdo.

Hasta entonces, ambos saben dónde encontrar al otro.

FIN


mmmm... ¿creo que decayó mucho la escritura en esta tercera parte? más allá de eso, no me gustó cómo lo terminé. Bueno, cuando hago algo más largo que un oneshot nunca soy buena para escribir finales. O sea, sí puse lo que tenía planeado desde el principio, pero ¿no quería escribirlo así?

Quizá en el futuro lo relea, me dé asco y reescriba los párrafos finales, pero, por mientras, ya está terminado.

Nos vemos en otro fic. O en ninguno, lo que la vida elija :)