Ninguno de los personajes de Naruto me pertenecen. Hago esta historia con fines de entretenimiento y porque no hay suficiente MenHina.


Capítulo 1

No le abras al lobo


El aire fue cortado por la velocidad que la fecha fue expulsada, sin embargo, Hinata frunció las cejas al ver que no logró darle al blanco. Bajó los brazos adoloridos por el tiempo extendidos así como el duro entrenamiento al que se sometía así misma para mejorar su técnica de lanzamiento. Pero ver todos sus intentos fallidos y completamente alejados del punto que pintó en aquel tronco, la decepcionaron.

Avanzó entre la nieve para tomar las flechas de madera con puntiagudas piedras que su primo afiló para ella. Sonrió con nostalgia al pasar las yemas de los dedos por las plumas decorativas en la parte final, eran de halcón. Neji encontró un nido abandonado en su última excursión y las plumas estaban intactas, las cogió pensando en que serían un lindo detalle para decorar las flechas que le obsequió el último otoño.

Las puntas de sus flechas quedaron estropeadas por los intentos de mejorar sus lanzamientos y resopló, tendría que ir con Tenten para que le ayudara a afilarlas de nuevo. Sin embargo, cuando hizo el intento por recolectar la última de éstas notó que estaba más profunda en la corteza del tronco de lo que ella imaginó. Sus cejas se contrajeron, concentrada en emplear la mayor fuerza en ambas de sus manos y jalar hacia atrás pero solo le provocó caer con el trasero sobre la fría nieve.

Una repentina risa brotó a sus espaldas. Hinata giró el cuello para ver a su primo observarla, con brazos cruzados y una mueca que denotaba que había visto su bochornoso accidente.

Inmediatamente las mejillas se le tiñeron de rojo, incorporándose al instante y sacudiendo los rastros de nieves de la zona afectada.

—Neji —musitó con voz poco audible por la vergüenza.

La risa del mayor cesó y se encaminó hasta donde la flecha seguía clavada. Sin problemas logró sacarla con un simple jalón, entregándosela. Hinata la recibió con ambas manos, agradecida por la ayuda y guardándola en el carcaj, junto con las demás, cuidando de no estropear las plumas.

—Tu padre me envió por ti.

Neji no ignoró cómo los ojos perlados de su prima se mostraron tristes pero ella hizo el intento de lucir normal. Decidió ignorar tal gesto y solo se dedicó a quitarle restos de nieve de su azulada cabellera, acomodando también su bufanda para protegerla mejor del frío.

—Hay que regresar. Hoy será Luna llena, no debemos quedarnos en el bosque por tanto tiempo. Vamos.

Hinata asintió y siguió los pasos de su primo, guiándola al frente, de regreso a la pequeña villa donde había vivido desde que nació.

La historia de cómo la villa se instaló en medio del bosque era confusa, generalmente la contaban los ancianos pero hacía dos años la mayoría de estos habían muerto. Su padre y tío no se preocupaban por tales tradiciones, más ocupados en mantener a la gente protegida y alimentada en ese invierno.

Avanzaron hasta el sendero despejado de nieve que conducía a la villa, Neji miraba hacia el frente como el líder que era. Tenía 26 años y sabía que él sería el próximo cabeza de la villa, como su padre y tío. Nadie objetaría, todos estaban a favor. El joven era brillante en cuanto a tácticas se trataba, ni qué decir de su talento en la caza y pelea. El abrigo de piel de oso que portaba con orgullo era una clara señal de su valentía y fuerza.

—¿Por qué no practicas en la villa?

Ante la pregunta, Hinata le miró pero después no pudo soportar el contacto visual y desvió los ojos a otro punto que no fuera el rostro curioso de su primo.

—Encuentro más tranquilidad en el bosque —susurró, negándose a dar la verdadera explicación verdadera—. Me concentro mejor.

—No quieres que el tío Hiashi te vea.

Hinata reprimió una sacudida por lo verdaderas que las palabras de Neji eran y cómo éstas la golpearon directamente. Era cierto, no quería ser vista por nadie, pero especialmente su padre. Seguía sin aceptar que ella usara el arco, hallando tal actividad inútil considerando su nulo talento para la cacería; le repetía constantemente que debería quedarse en casa, hacerse cargo de las tareas del hogar y ayudar al resto de las mujeres de la villa a terminar con los preparativos para la temporada. Sin embargo, Neji le regaló el arco, hecho por sus manos y dedicando parte de su tiempo a una tarea como esa porque vio algo en ella.

Hinata sabía que no podía arreglar cualquier error que haya cometido para causarle tanta decepción a su padre sin saber qué hizo mal en primer lugar, quizá el haber nacido como mujer en lugar de haber tenido un varón como su tío. Dolía ver cómo los ojos de su progenitor se tornaban duros cada vez que escuchaba alguna queja de alguien sobre su habitual torpeza o cuando le fruncía el ceño al llegar a casa con el arco y el carcaj colgados pero aquello podía soportarlo.

Pero con Neji era distinto, no quería causarle la misma impresión que todos tenían sobre ella. Practicaba todas las tardes hasta que los dedos le dolieran para conseguir un buen tiro, aunque fuera uno. Temía que si continuaba fallando Neji también la vería como su padre lo hacía, no estaba segura si eso podría aguantarlo, él era una persona muy importante para ella; un hermano mayor que la acompañaba siempre, dándole el apoyo que buscaba en la figura de su padre.

—Algo así —contestó después de un período de tiempo, con la mirada caída y la cabeza llena de pensamientos relacionados con la persona que la acompañaba.

—No te sobre esfuerces, no quiero que te lastimes.

Hinata miró sus manos llenas de ligeras cortadas debido al cordón del arco pero les restó importancia. No era nada comparado a las heridas que Neji había recibido en sus cacerías.

—Tranquilo, no lo haré —aseguró con una sonrisa tímida, mirándole directamente.

Neji, después de observarla detenidamente, buscando alguna grieta donde pudiera presionar para sacarle la verdad decidió devolverle el gesto con una sonrisa menos entusiasta pero presente.

El resto del camino transcurrió en silencio y Hinata agradeció no ser cuestionada más sobre sus sentimientos.


Todos en la villa hacían algo, hasta los más pequeños. La ayuda era necesaria y cualquier par de manos útiles eran más que bienvenidas.

Las actividades generalmente estaban divididas por grupos, según la fuerza que cada uno podía ofrecer. Las mujeres se dedicaban a la recolección de frutos silvestres que aún colgaban de los árboles y hongos comestibles en las húmedas cortezas de los árboles así como preparar los alimentos adecuadamente para su duración en todo el invierno; las jóvenes curanderas reunían plantas medicinales para la elaboración de ungüentos, bebidas y pastas para heridas o enfermedades; los niños juntaban cualquier rama de madera que encontrara para preservar el fuego en cada una de las cabañas de la villa; las esposas se dedicaban a cocer más ropa abrigadora; los criadores de animales, responsables de los animales proveedores de leche, huevos y carne, cortaban el pelaje de las ovejas y escogían con cuidado los animales a sacrificar para alimentarse.

Los más fuertes estaban encargados de la caza y la construcción, siempre liderados por su padre, tío, o Neji. Gracias a ellos y a las presas que conseguían en sus incursiones, poseían más alimento y piel para abrigar a todos. También ayudaban a mantener la villa protegida de cualquier bestia o amenaza y mantener el orden dentro de la comunidad.

Cada uno tenía una tarea que llevar a cabo. Nadie se quejaba, todos estaban satisfechos con las actividades encomendadas. Excepto Hinata. Ella sentía que podía ser útil en otros aspectos que no fuera la cocina, recolección de comida o ayudar a confeccionar ropa para el invierno. Sabía que su fuerza no podía competir con la de su padre o Neji, pero quería aprender a disparar bien el arco y conseguir comida, o defenderse si algo ocurría. No era malo saber hacer algo más aparte de saber cocinar, qué plantas eran venenosas o saber cómo arreglar unos pantalones rotos.

Neji le había enseñado a distinguir la huella de algunos animales, reconocer la amenaza que cada uno representaba, incluso las pequeñas. Él reía cuando veía su cara llena de concentración por cada palabra pero Hinata no podía evitarlo, quería aprender todo lo necesario para valerse por sí misma y defender a otras personas.

Una nube gris opacó la mirada de Hinata cuando entraron a la villa, saludados por todos, ante el recuerdo agrio de lo sucedido con su hermanita. Neji pareció notar el desazón en su semblante pero no brindó consuelo al saber que no podría darle alivio a la culpa que Hinata cargaba.

—¿Se perdieron o qué? ¿No han visto el cielo? Hace horas que comenzó a ponerse el crepúsculo y ustedes apenas regresan.

Los reclamos llenos de preocupación por parte de la joven castaña que caminaba con paso lento debido a la falta de su pie izquierdo, apoyándose completamente en un bastón personalizado para su condición, hizo elevar la mirada de ambos primos para enfocarse en ella.

Los ojos chispeantes de la menor lograron sacudir el cuerpo de Hinata en un temblor ligero. Corrió hacia ella, preocupada de haberla obligado a caminar hasta ahí para recibirlos o verlos llegar.

—Hanabi —la miró como si fuera algo demasiado frágil que en cualquier momento puede romperse—. No deberías salir de casa, hace demasiado frío y la nieve es muy resbaladiza...

—Por favor —renegó la menor, incluso se vio su deseo de rodar los ojos por la preocupación innecesaria de su hermana mayor—, estoy bien, estirar mi pierna no me hará daño. Estoy harta de estar en casa, es aburrido y el olor empalagoso del dulce que la señora Haruno hace al lado me mata.

—No digas eso, lo hace con buena intención. Para los niños —contradijo Hinata, incluso se permitió fruncir el ceño.

Hanabi, por el otro lado, no compartía la misma opinión sobre las cualidades de la mujer de ojos verdes como cocinera de dulces pero prefirió no compartir el comentario, por el momento. Mejor miró con atención el arco que Hinata llevaba colgado en el hombro derecho junto con su carcaj.

Un suspiro agotador brotó de sus labios.

—Fuiste a practicar otra vez.

La confirmación acusadora de su hermana menor la hizo encogerse de hombros. No solo era su padre el que se negaba a que desarrollara su habilidad para el arco, su hermana compartía el mismo pensamiento.

—No me molesta si lo haces como pasatiempo, Hinata, pero si te lastimas las actividades de la villa se retrasarán —opinó, mirando brevemente sus manos que escondió por instinto—. Además, piénsalo. ¿Qué daño le podrías causar a una bestia que rebasa de estatura a Neji? Especialmente con tu pésima puntería. Lo más seguro es que te devoren antes de siquiera sacar una flecha...

—Hanabi —la voz protectora de Neji se escuchó por primera vez en la conversación de las hermanas, viendo con molestia cómo las palabras de Hanabi había causado un efecto en el cuerpo de su prima que bajó los hombros con espíritu decaído.

Sin embargo, la castaña no mostró arrepentimientos.

—Digo la verdad —observó duramente a la mayor—. Es débil.

Dicho lo último, Hanabi se giró con dificultad para retirarse, luciendo enfadada. Hinata intentó ir detrás de ella, aún preocupada de que pudiera caer en algún lado con la superficie tan resbalosa pero Neji la detuvo.

—Creo que es mejor dejarla sola —susurró, intentando convencer a su prima—. Solo ella sabe cómo lidiar con su condición.

Hinata asintió con lentitud, mirando al piso, sintiéndose culpable, tanto de haber preocupado a su hermana para obligarla a salir de la seguridad de la cabaña como haberle causado el accidente que le hizo perder su pierna.

—No te culpes, era inevitable. Si no le amputaban la pierna, moriría por la infección.

—Yo debí de ser quién perdiera la pierna —respondió al intento de su primo por consolarla con amargura—. Estoy segura que papá también opinaría lo mismo.

—Hinata, no seas tan dura contigo misma...

—¡Qué bueno que regresaste, Neji, necesitamos tu ayuda!

Los primos fueron interrumpidos por voces escandalosas en la lejanía. Neji expulsó un sonido de irritación pero no dijo nada. En lo alto de una de las cabañas, en el techo, dos figuras de entusiasmado carácter le saludaban para llamar su atención. Eran Gai y Lee, ayudaban a reparar los huecos del techo de la abuela Chiyo.

—Ve, te necesitan —Hinata se adelantó a la despedida de su primo ante la llamada de ayuda de otros. Éste no podía negarse y lo sabía.

—Te veré en la cena —prometió, encaminándose a la dirección donde esos parlantes seguían gritando—. ¡Ya voy! —les gritó, avergonzado de su manía por llamar la atención de manera exagerada.

Hinata sonrió, viendo a su primo marcharse. Ella también debía regresar a sus tareas, la cena de hoy era su responsabilidad. Tanto su tío como Neji visitarían su cabaña para pasar un momento ameno como siempre solían hacerlo. Le gustaba compartir el pan con sus seres queridos, además su padre tenía mejor cara cuando era acompañado por su hermano y sobrino a comparación de tener solamente a Hanabi y ella como compañía.

Con eso en mente, tomó la dirección para llegar a la cabaña principal que era su hogar.


Hinata removió los leños de la chimenea y acomodó la hoya con el guiso de conejo que había preparado. Hanabi ayudaba a poner la mesa mientras su padre fumaba su pipa en el centro de la sala. Prendió las lámparas de combustible en los rincones necesarios para iluminar el interior de su sombrío hogar. Aun con el fuego y las luces, Hinata no podía encontrar calor hogareño en su casa debido a la naturaleza fría de su padre. Le miró en silencio sin dejar de cumplir con sus tareas, intentando adivinar sus pensamientos pero el hombre era duro de leer. Ni siquiera siendo sus hijas podían entenderlo.

Su tío Hizashi con frecuencia les decía que la muerte de su madre le cambió el carácter; no siempre había sido así de huraño y frío. A Hinata eso le parecía imposible, en todas sus memorias su padre siempre había mostrado esa cara llena de dureza.

—Ya terminé.

Hanabi le anunció la finalización de su tarea y ella asintió, sonriéndole. Dejó la lámpara sobre el mueble de madera al lado de un frasco lleno de pétalos secos de rosas, Hinata se acercó con pasos suaves, temerosos de que un ruido pudiera hacerlo enfadar, hasta su padre.

—La cena estará lista pronto, papá —aviso, bajando la mirada.

Hiashi le miró de soslayo para solo asentir sin añadir nada, ocupado en sus pensamientos y en expulsar el humo del tabaco. Entendiendo el mensaje, Hinata regresó con Hanabi al comedor, ajustando los detalles.

La hermana menor fue la primera en sentarse, dejando al costado su bastón. Hinata imitó el gesto después de acomodar cada uno de los utensilios por tercera vez, mirando hacia un punto inexistente, impaciente porque su tío y Neji hicieran acto de presencia para acabar con ese silencio asfixiante.

No podía evitar sentirse culpable por tener aquellos sentimientos cuando estaba con su padre y hermana. Se les conocía entre toda la villa por ser personas silenciosas, Hanabi casi no hablaba con nadie a excepción de su tío, Neji o ella. Y su padre, él solo mantenía largas conversaciones con su hermano y sobrino en la sala, cuando ella y Hanabi limpiaban los restos de comida, platos y regresaban a sus habitaciones a dormir.

La puerta se abrió, ninguno de los tres se sorprendió cuando el rostro sonriente de Hizashi se mostró en compañía de su hijo.

—Buenas noches.

Saludó a todos y solo hasta ese momento Hiashi se quitó la pipa para sonreírle a su hermano, parándose y recibiéndolo con palmadas en el hombro que el menor recibió con gusto.

—Afuera está helando. La tormenta parece estar sobre nosotros —comentó su tío, quitándose el abrigo de piel que usaba.

Hinata de inmediato se ofreció a guardarlo, junto con el de Neji. Ante el gesto, Hizashi le sonrió con dulzura a su sobrina.

—Gracias, tesoro —le dijo con cariño y Hinata asintió en silencio, dejando los abrigos en el lugar de siempre.

Ambos hombres se adentraron más. Hizashi besó la coronilla de Hanabi que soltó una risilla y el hombre se reunió con su padre en la sala, tomando asiento junto con Neji. Empezaron a hablar de los temas de siempre, sobre cómo iban las reparaciones en el techo de la abuela Chiyo, cómo les fue en su primera cacería a los novatos y cómo seguían los animales bajo el cuidado de los criadores.

Hinata se acercó a la hoya, meneando el contenido. Un delicioso aroma brotó del interior y supo que ya estaba listo. Sin embargo, ver tan inmiscuidos a los hombres en su plática le hizo detenerse sobre el anuncio sobre la cena. Prefirió servir primero y después avisar, de esa manera no interrumpiría algo importante.

Con los platos humeantes sobre la mesa, el pan cortado en piezas en una cesta en el medio, el té servido y el vino de preferencia que su progenitor bebía cuando se reunía con su tío en la cena estuvieron listos; Hinata se encaminó hacia los hombres, haciéndose notar. Neji interrumpió la amena conversación que mantenía con su padre y tío e indicó que era mejor cenar, que retomarían el tema después de aplacar el hambre. Hinata le agradeció en silencio, no sabría cómo hubiera reaccionado su padre si ella hubiera sido la responsable de la interrupción.

Cada uno tomó asiento, a excepción de Hanabi. Cerraron los ojos y su padre dijo una oración breve, agradeciendo los alimentos que cenarían. Todos dijeron "Amén" al mismo tiempo y comieron. No eran religiosos, no como otras villas pero mantenían vivas esas tradiciones de agradecer por la comida sabiendo que el invierno era una de las épocas más difíciles del año.

Los halagos por parte de su tío no se hicieron esperar, desde la primera cucharada le felicitó por la cena.

—El hombre que se case contigo vivirá en la gloria, Hinata —dijo con una risueña mueca que a Hinata la hizo sonrojar—. Tu sazón no tiene comparación. Serás una estupenda esposa. Más vale que el desgraciado que piense cortejarte tenga eso en mente.

—Tío, no es para tanto —hizo el intento de ocuparse mejor en cortar el pan con sus manos en pedacitos, avergonzada por las cosas que decía su tío.

Neji, quien comía en silencio, suspiró.

—Papá, no digas esas cosas tan abiertamente. Sabes cómo se pone Hinata cuando tocas esos temas.

Su tío no se inmuto a las palabras de Neji y continúo.

—¿De qué hablas, hijo? Hinata está en la edad. O debería decir: ya pasó la edad. La mayoría de las jóvenes de su edad ya están casadas o esperando su segundo hijo. Solo falta ella y Tenten —miró también a su hijo, con cejas alzadas—y tú.

—Por favor, no empieces, estamos cenando —masculló Neji, molesto de que su padre no dejara el tema.

Hinata se encogió de hombros al sentir la tensión en el ambiente. Hanabi bufó en silencio, dedicada a comerse sus alimentos en silencio, sin sentirse herida de que su tío no la considerara dentro del grupo de las solteronas de la villa.

—Solo estoy diciendo la verdad. Es lo que un padre hace, preocuparse por sus hijos —Hizashi miró a su gemelo, quien había estado callado en todo el momento, degustando los alimentos—. ¿Verdad, Hiashi?

—Sí —pese a su respuesta, el tono y el rostro con severas facciones no parecían reflejar lo mismo.

Hizashi suspiró, decepcionado de la reacción de su gemelo pero no dejó que aquello le desanimara. Le sonrió a sus sobrinas, como si nada hubiera pasado.

—Hay que comer, no dejemos que la cena que Hinata nos preparó se enfríe.


Hinata ayudó a Hanabi a acomodarse en su cama aunque la menor le dijera que no necesitaba ayuda. Era una costumbre que adoptó desde que le amputaron la pierna a la menor. La arropó con dulzura, cuestionándole en cada momento si estaba cómoda o si quería otra cobija. Hanabi respondía de manera cortante, apresurada en que la dejara en paz de una vez y ella también se metiera a su cama.

Ambas hermanas compartían la misma habitación pero cada una tenía su propia cama, separadas.

—Buenas noches —dijo Hanabi, apagando su propia lámpara y echándose a dormir.

Hinata, a oscuras en la habitación por la falta de luz, asintió, mirando con tristeza la figura de su hermanita lejos de ella. Recordó con nostalgia cómo de pequeña siempre la buscaba para dormir juntas cuando las pesadillas no la dejaban dormir o sentía mucho frío para estar sola.

—Duerme bien, Hanabi —susurró, acomodándose debajo de los cobertores, mirando hacia el techo, escuchando como el viento soplaba con un silbido siniestro.


Hayate tembló de frío cuando una ráfaga de viento impactó contra la piel descubierta de su rostro. Debió hacerle caso a Yugao y usar algo más abrigador que un simple abrigo. Sin embargo, Hizashi le había dicho a última hora que Genma se había enfermado y no podría hacer la guardia de esa noche. No tuvo excusas para negarse.

Ahora estaba en la base de vigilancia que tenían en el árbol más alto de la entrada de la villa, con una escopeta y municiones al alcance. Una niebla cubría los altos de los pinos, era difícil ver si algo o alguien se acercaba. Pero Hayate era conocido en la aldea por tener buen oído, era un cazador con experiencia y tenía buena puntería, nadie dudaba de sus habilidades aunque su apariencia taciturna y comportamiento tranquilo daba la impresión equivocada.

Entornó la mirada al escuchar en la lejanía el sonido de una lechuza. No había nidos de lechuza cerca. Sin embargo, lo que lo alarmó de verdad fue que el sonido fue contestado desde otra posición más cerca de donde él se hallaba. Apuntó hacia dicha dirección con el arma, decidido a disparar a cualquier cosa que viera moverse. De nuevo hubo silencio, Hayate olvidó respirar y centró toda la atención en el punto más allá que su arma apuntaba.

—No vas a engañarme.

A través de la neblina engañosa, Hayate vio algo bestial moverse con rapidez e ir directamente hasta el árbol. Disparó un par de veces, asegurando haberle dado pero no logró detener el avance del animal. Hayate maldijo entre dientes, tomando el cuerno y soplando para dar el anuncio de ser atacados.

Sin embargo, una sombra negra de feral gruñido se alzó a sus espaldas con las garras en lo alto, amenazadoras y el hedor de carne brotar del hocico, helando a Hayate que solo pudo cerrar los ojos, pensando en Yugao antes de que el sonido de la carne ser atravesada y el último exhaló dado por el cazador dieran a continuación un silencio inquietante.


Hinata oyó el sonido del cuerno, levantándose de inmediato. Hanabi ya estaba de pie, con el bastón en la mano y preparada para salir. Ella alcanzó a ponerse su abrigo y botas, saliendo junto a Hanabi. Su padre estaba en la sala, cargando sus escopeta, llevando las balas de plata así como los cuchillos en el cinturón y compartimiento secreto de su bota derecha. Al verlas de inmediato les ordenó ir al refugio con el resto de las mujeres. Ninguna desobedeció e hicieron lo que les mandó. Hinata tomó a Hanabi de la mano, saliendo, no sin antes recibir indicaciones de su padre para salir.

Los hombres estaban reunidos en medio de la villa, con sus armas. Su tío y Neji las escoltaron hasta la cabaña que servía como refugio. Ahí estaban la mayoría de las mujeres, inquietas y con niños temerosos. Hinata hizo pasar primero a Hanabi, siendo ayudada por la abuela Chiyo que hizo que la menor se acomodara a su lado, cerca del fuego.

Miró a Neji, queriendo preguntar qué pasaba aunque no tenía porqué hacerlo. La señal dada fue muy clara. La villa estaba siendo atacada.

—Nadie sale y nadie entra —anunció a todos los presentes.

Una joven mujer de cabellera púrpura y expresivos ojos marrones se alzó, más inquieta que el resto, mirando con profundidad a Neji en busca de las respuestas que necesitaba.

—Neji, ¿dónde está Hayate? Tu padre lo envió a vigilar, fue él quien dio la señal, ¿verdad?

—Es lo más probable —respondió, con tono sombrío.

La mujer caminó hacia él, a pesar de que Ayame, su amiga de la infancia, quiso detenerla.

—Entonces él... Él está vivo, ¿verdad?

Neji hizo una pausa que para la mujer fue eterna. Su corazón no dejaba de latir apresurado, necesitaba que alguien le dijera que su esposo estaba vivo, afuera con los demás, planeando cómo defender a la villa. Nadie le había dicho nada, solo apareció Gai en su puerta, llevándola al refugio.

—No lo sé —contestó—. No hemos revisado aún...

—Tiene que estar vivo —aseguró la joven esposa, ahora con el ceño fruncido, convenciendo a los demás pero especialmente a ella—. D-Debe estar vivo...

—Querida —la voz de la abuela Chiyo intervino, mirando el escenario con sus ojos profundos—, toma asiento. Estás retrasando a Neji, lo necesitan afuera. Cuando todo esto ataque, podrás ver a tu esposo.

Yugao desistió y regresó a su lugar, sentada al lado de Ayame pero sin que nadie lograra quitarle la preocupación. Hinata la miró con pena, no sabiendo qué decirle. Todos ahí estaban nerviosos y con miedo.

El último ataque de lobos había matado a casi la mitad de la población, su madre fue una de las víctimas. No recordaba mucho, ninguno de los hombres las dejó salir hasta que removieron los cuerpos y les dieran sepultura, diciendo que era demasiado grotesco para ver. Su padre mantuvo una mirada perdida por casi un mes, visitando la tumba de su madre en las afueras cercanas de las villa todos los días, llevando sus flores favoritas. Ella apenas tenía siete años cumplidos, Hanabi aún no caminaba, razón por la cual no recordaba mucho acerca de su madre.

—Manténgase adentro y no salgan hasta que mi padre, tío o yo les digamos. Ya saben la señal.

Todos asintieron a las palabras de Neji, éste antes de marcharse vio a su prima, que con mirada temerosa y silenciosa pedía que se cuidara, tanto él como su tío y padre. Neji asintió y cerró la puerta, cerrando desde afuera y deslizando la llave por abajo. Hinata tomó la llave, abrazándola contra su pecho. Mebuki apagó las lámparas, sumiendo a todos en la misma oscuridad y silencio.


Hiashi les ordenó posicionarse en lugares estratégicos, puntos clave donde fuera fácil acceder. Ninguno rechisto. Hizashi mandó a unos cuantos hombres vigilar el refugio, dando especial énfasis de proteger la cabaña a toda costa, incluso sacrificarse de ser necesario. Tanto Gai como Lee asintieron a las palabras del mayor, deslizándose entre la nieve con sigilo para colocarse a los costados, escondidos detrás de los leños.

Neji junto a otros hombres fueron hasta las afueras de la villa, donde estaba el punto más alto de vigilancia que tenían. Al acercarse, vieron como desde la lejanía se divisaba el tono carmesí manchando la blancura de la nieve, como un horrible contraste. Neji hizo una mueca, era un enorme charco de sangre y había huellas más allá del sendero principal, como si hubieran arrastrado el cuerpo.

Recordó el rostro angustiado de Yugao y sintió un amargo sabor en el paladar. No quería ser él quien diera la noticia.

—Genma, Teuchi —llamó a sus compañeros, que dejaron de ver el rastro de sangre para poner especial atención a sus palabras, especialmente Genma, él lucía alterado—. Revisen el área, busquen huellas y a la menor sospecha de encontrarse con algo, ya saben que hacer.

Los dos hombres asintieron y se separaron. Neji aseguró el arma contra sus manos, avanzó hacia el sendero de sangre, con la vista al frente sin mostrar temor por no saber con qué bestia se encontraría.


—¿Crees que ya lo hayan matado? —preguntó Tenten, tratando de no sonar preocupada, sino más bien curiosa aunque Hinata sabía que no era así.

—No creo —respondió en murmullos. Temía que si alzaba la voz la bestia podría escucharla y poner en riesgo a todos.

Todos tenían la mirada atenta a la puerta que Neji había cerrado desde afuera, esperando que la volviera a abrir para decirles que todo había salido bien, que no había nada que temer.

Hinata estaba inquieta, como todos ahí. Observó a su hermana y notó lo tranquila que se veía con la mano de la abuela Chiyo entre las suyas. Le tuvo envidia. Ella no podía lidiar con el nerviosismo comerse su paciencia. Afuera estaban su padre, tío y Neji, casi toda su familia, peleando con una bestia o más. Los lobos nunca atacaban solos, ver lobos solitarios era muy raro, generalmente lo hacían en manada; eso los volvía un problema para defenderse.

A pesar de que la debilidad de los lobos fueran las balas de plata, las municiones eran contadas. El proceso de conseguir dicho material era costoso y necesitaban trasladarse hasta el otro poblado, a dos semanas de distancia de su villa, para conseguirlas. En una manada siempre había seis o nueve, pero pelear con uno de ellos podía ocupar siete hombres.

Cerró los ojos, intentando no pensar así. Todos eran habilidosos con las armas, eran liberados por buenos hombres, le darían fin a esa pesadilla, solo debían esperar y orar en silencio por ver la luz del día pronto.


Si era de mañana o de noche, nadie lo sabía. El interior de la cabaña se mantenía quieto. Cada espacio había sido reforzado con madera, ni una grieta quedó sin rellenar.

Los más pequeños fueron vencidos por el sueño y dormían en el centro, protegidos por las mujeres que no pegaron ojo durante toda la noche. Hinata sentía cansancio pero necesitaba mantenerse despierta. Ella tenía la llave, era su responsabilidad reconocer la señal y abrir la puerta.

Tenten luchaba para mantenerse despierta también, tallando con fuerza sus ojos o pellizcando sus brazos. Volteó a ver a Hanabi, lucía tan fresca, como si el tiempo ahí encerrada no le afectara en lo absoluto. Mantenía la misma posición que tenía desde que llegaron, salvo que la abuela Chiyo tenía recostada su cabeza sobre su hombro, cubriendo el regazo de ambas con su chal.

El gesto le pareció enternecedor, le agradecería como era debido a la mujer por cuidar de todas ahí con sus palabras y constante calma.

Un toque débil sobresaltó a todos. Los niños despertaron de golpe pero fueron callados de inmediato por sus madres, tapando sus bocas, sin perder de vista la puerta. Hinata sintió el corazón en su garganta y apretó la llave en su mano. Tragó seco, esperando escuchar el ruido nuevamente.

Hubo una pausa monstruosa que alteró a más de uno. El golpe se repitió, esta vez más fuerte que la primera vez. Hinata miró a su hermana que mantenía los ojos puestos sobre la puerta, con el ceño fruncido, insegura. Ella también lo estaba.

La señal de Neji era: tres toques, una pausa, tres toques y un chiflido. La madera de la puerta volvió a sonar.

Tres toques.

Pausa.

Tres toques.

Hinata esperó el chiflido.

Al otro lado de la puerta, alguien chifló. Pero Hinata no se movió. Algo dentro de ella le decía que no confiara, que se quedara ahí. No se sentía como Neji. Ni siquiera había escuchado pasos acercarse, como solía hacer su primo.

La abuela despertó por el ruido, notando lo tensos que todos estaban, especialmente la ojiperla que no dejaba de observar la puerta sin saber qué hacer.

—¿Qué pasa? —preguntó, desconcertada.

—Alguien dio la señal —contestó Hanabi, sin desviar los ojos de la figura de su hermana mayor.

La confusión se hizo notar en el rostro arrugado de la anciana.

—¿Y qué estás esperando, niña? —apresuró la abuela a Hinata—. Abre, ya todo está bien.

—Abuela Chiyo...

—¿Me escuchan?

Hinata no pudo responderle a la anciana cuando una voz del exterior la interrumpió. Yugao de inmediato se puso de pie, con los ojos llenos de esperanza al reconocer la voz de su esposo.

—Es Hayate —dijo con una enorme sonrisa, aliviada.

—El peligro ya pasó, no tienen por qué temer —dijo la figura al otro lado de la puerta, con la voz distorsionada por la puerta de manera.

Hinata apretó los labios. Se suponía que era Neji el que daba la señal, su tío o su padre, era su responsabilidad. No le darían esa tarea a Hayate, algo andaba mal.

—Hinata —la voz llena de urgencia de Yugao la hizo sobresaltarse—. ¿Por qué no abres? Hayate dijo que ya no hay peligro.

—Yugao, es que... Neji...

—Quizá Neji está muy ocupado, tan ocupado para no haber venido él en persona, por eso hizo que Hayate viniera. Dio la señal. Nadie, aparte de los que vivimos aquí, la sabe.

—Eso es cierto, pero...

La mirada de Yugao se tornó en pura frialdad.

—¿No confías en Hayate?

Hinata negó de inmediato, no quería pelear con la joven ni causar malos entendidos. Simplemente así se había hecho todo. Su primo o alguno de ellos siempre avisaba que todo estaba bien, nadie más. Si Neji no podía, su tío o padre lo hacían.

—No es eso, es que...

—Si no se trata de Neji, nuestro padre o tío, no se abre la puerta —interrumpió Hanabi con frialdad la conversación, fulminando a la de cabello púrpura—. Es una medida de seguridad.

—Pero Hayate está afuera, tocó las tres veces, hizo pausa, tocó otras tres veces y chifló. ¿Qué más quieres? —le frunció el ceño a la menor, avanzando hacia donde estaba Hinata que igualmente imitó el gesto, protectora de la llave—. Si no vas a abrirle a mi esposo, lo haré yo. Estuvo todo este tiempo afuera, incluso lo mandaron a vigilar cuando no era su turno. Debe estar congelado, probablemente herido —los ojos de Yugao se volvieron suplicantes—. Por favor, solo quiero ver que esté bien. Él dijo que ya todo está bien. Si fuera una bestia, lo notaríamos en seguida. Es mi esposo, Hinata. Puedo reconocer su voz incluso a kilómetros de aquí.

Se sintió entre la espada y la pared. Incluso escuchó a los demás murmurar, coincidiendo con lo que Yugao decía. Observó a Hanabi, esperando su ayuda pero ella no dijo nada, negándose a abrir la puerta hasta que alguno de sus familiares fuera el que quiera la señal. Hinata opinaba lo mismo. Quería entender la posición de Yugao, estaba preocupada por su esposo, era entendible pero eran reglas que debían seguirse.

—Lo siento, Yugao. No puedo.

Yugao cerró los puños y sus ojos se tiñeron del más profundo odio.

—Mi esposo está afuera, probablemente herido. Tu tío lo mandó a vigilar cuando no era su turno solo porque Genma se enfermó del estómago, ese desobligado, siempre inventándose enfermedades cuando está cercana su fecha de vigilancia. Y tú tío le creyó. ¡¿Y ahora dices que no confías en mi esposo solo porque tu maldito padre, tío o primo no son los que dan la señal?! —gritó.

—Yugao, no es necesario que grites —intentó calmar Ayame, observando a su amiga—. Fue Neji quien dijo que nos avisaría cuándo podíamos salir...

Antes de que Ayame buscara la manera de convencer a su amiga de dejar de presionar a Hinata, la mujer se lanzó hacia la peliazul, sorprendiéndola. La tiró sobre el piso, buscando la llave con tanto desespero que Hinata temió que le rompiera los dedos.

—¡Niñas, basta...! —gritó la abuela Chiyo.

Los niños, al ver el conflicto, se acurrucaron contra sus madres, amenazados por el violento comportamiento de la mujer que rasguñó la mejilla de Hinata, sorprendiéndola y haciéndole bajar la guardia. La llave rebotó en uno de los rincones de la cabaña, Yugao fue detrás de ésta, tomándola y no dejando pasar más tiempo, abriendo con manos temblorosas el candado repleto de cadenas que los mantenía a salvo desde el interior.

—Ya voy, mi amor, aguanta un poco más —susurraba con una sonrisa, logrando zafar el candado.

Hinata se incorporó, con la mano en la mejilla, buscando la manera de parar la sangre de la herida, observando a Yugao. Miró a los demás y les pidió retroceder. Confundidos, siguieron las órdenes de la ojiperla, llevándose a los pequeños hasta la parte más profunda de la cabaña, casi queriendo ser un mismo ser con la pared. Fue con su hermana, ayudándola a ponerse de pie junto a Chiyo que no entendía nada. Las condujo hasta la parte final y esperó, ansiosa, que Yugao terminara de abrir las puertas. No podía detenerla, nadie podía hacerlo, la mujer estaba perdida.

Las cadenas cayeron al suelo y Yugao abrió las puertas, éstas se desplegaron de par en par, dejando pasar los rayos de Sol que a muchos les lastimó los ojos. Ya era de mañana. Una silueta se dibujó en medio de tanta luz.

Yugao sonrió con alivio y lágrimas en los ojos al reconocer el rostro de su esposo.

—Hayate —se acercó a él, tomando su cabeza entre sus manos, sin importarle la sangre en su cara, ni ropa o manos. En esos momentos estaba feliz de verlo con vida, de que sus peores miedos no se cumplieran.

Todos mostraron muecas de terror. No solo era por la gran cantidad de sangre que manchaba a Hayate, también era el escalofriante detalle de que su cuello parecía roto. Sin embargo, Yugao no parecía importarle aquello, especialmente cuando la mano llena de sangre de Hayate le acarició el cabello, manchando su tono púrpura del carmesí.

—Gracias... —dijo Hayate, o lo que parecía ser Hayate.

La voz no era como la del hombre gentil y algo holgazán, era más siniestra, grave y con un feral tono que no era humano. Yugao frunció el ceño, confundida por la acción de su esposo. Debería estar besándola, por más vergüenza que le diera. Pudo morir y ella estuvo preocupada todo ese tiempo, era lo menos que...

Los ojos marrones de la mujer se agrandaron, amenazando con salirse de sus cuencas cuando vio cómo de la espalda de su esposo, o de lo que imaginó era su esposo, una enorme bestia salía haciendo un sonido grotesco y espeluznante, opacando el Sol por completo y tiñendo en rostro de la mujer una mueca de terror.

En el piso, la piel inerte de Hayate cayó con un sonido sordo. No tenía globos oculares ni lengua, era como un disfraz hecho de su piel y vestimenta.

Un disfraz que esa bestia de peludo pelaje tono azabache usó para engañar a una estúpida mujer.

—¿H-Hayate...?

Por toda respuesta, la cabeza de la mujer fue cercenada cuando el hocico del lobo le despedazó el cuello en un movimiento, manchando todo de sangre.

Los gritos dentro del refugio resonaron en toda la villa.