Todo lo que reconozcas pertenece a Rick Rordan


XI Música y lágrimas.

Viajar en avión me puso nervioso. Era la primera vez que lo hacía. De pequeño había ido muchas veces a Portugal, pero siempre en barco. Mi abuela no dejaba que nadie de la familia subiera en un avión. Tampoco pude evitar recordar que Percy no podía volar en avión por el odio de Zeus a su padre, Poseidón. Quizá el rey de los dioses decidiera tirarme del cielo por juntarme con griegos y romanos.

Al final la paranoia no fue para tanto, llegué a New York sano y salvo. Todos se sorprendieron de verme. Yo les dije que estaba de vacaciones de Navidad, ya que estábamos a mediados de diciembre.

Llevaba dos días en el Campamento Mestizo cuando recibimos un mensaje de Grover; había encontrado a un mestizo poderoso en un colegio, pero un monstruo se escondía entre los profesores y necesitaba ayuda.

Así que allá fuimos, Annabeth, Percy, Thalia y yo. Todavía no me acostumbraba del todo a la presencia de la hija de Zeus. Había pasado de ser una leyenda y una de las partes intocables del pasado de Annabeth a estar con nosotros discutiendo con Percy.

El colegio en el que estaba Grover, el Westover Hall, estaba a un largo viaje en coche del Campamento, y mi madre y la de Percy se ofrecieron a llevarnos. Pero claro, las dos querían llevar a su hijo. Así que, para que nadie fuera solo, Percy y Annabeth fueron con Sally y Thalia conmigo y con mi madre.

Al principio fue un poco incómodo, porque no tenía mucha relación con Thalia. La hija de Zeus miraba por la ventana y yo la observé con atención.

Aunque técnicamente tenía diecinueve años, en el tiempo que estuvo convertida en árbol creció al ritmo de las plantas, más lento, por lo que aparentaba quince o dieciséis. Llevaba el pelo, negro y rebelde, muy corto, tanto como yo. Su piel era clara y cubierta de pecas. Vestía una chupa de cuero con chapas de viejos grupos de rock sobre la camiseta del campamento.

El único parecido visible con Jason era el azul de los ojos, de ese mismo azul impresionante. Pero algo indefinible en ella también recordaba el hijo de Júpiter, sobre todo al hablar.

Thalia se movió de repente y me sobresaltó.

-¿Puede subir el volumen?-pidió a mi madre-. Me encanta esta canción.

-¿Te gusta Green Day?-preguntó mi madre mientras hacia lo que Thalia le había pedido.

-¿Qué si me gusta? Es mi grupo favorito de todos los tiempos.

En ese momento fue como si les hubieran dado cuerda a las dos. Empezaron a hablar de música y de grupos que les gustaban. Yo no me enteraba de nada. Mi cultura musical es penosa, apenas conozco los cuatro grupos de rock ochentero que le gustan a mi madre (menudo hijo de Apolo).

Sin que me diera cuenta la conversación pasó de música a recuerdos embarazosos de mi infancia, un tema recurrente en madres.

-Y entonces va y se mete en el lavavajillas-contaba mi madre.

-¿Cómo? -Thalia se giró hacia mí- ¿Te metiste en el lavavajillas?

-Sí...-admití.

-Lo había dejado abierto para colocar los platos de la comida y Andy se coló dentro. Tendría como dos años y era una lagartija, no me di ni cuenta. Lo cerré y suerte que no lo encendí. A los diez minutos empezó a llorar y lo encontré dentro.

-Así me hice esto-le señalé la cicatriz que tenía en el brazo izquierdo, que me había hecho con un cuchillo que estaba en el lavavajillas.

-Increíble. Estás loco, Jason -Thalia se quedó pálida de repente-. Andy. He dicho Andy...

Empezó a llorar. Mi madre, que no se podía girar por estar conduciendo, preguntó:

-¿Estáis bien? ¿Qué pasa ahí atrás?

-Thalia -llamé-. ¿Qué...?

-Jason, ¡te he llamado Jason!- no paraba de llorar.

-¿Quién es Jason, Thalia?

-Mi hermano-confesó. Sentí que el mundo se detenía. ¿Podría ser...?

-¿Tienes un hermano? -pregunté.

-Tenía-se secó las lágrimas y respiró hondo-. Mi madre es... era muy inestable. Una famosilla con aires de grandeza. Consiguió atraer al rey de los dioses y sintió que lo había logrado. Pero él se marchó después de nacer yo.

-Los dioses siempre se van.

-Pero ella no lo aceptó. Me odiaba, pensaba que por mi culpa Zeus se había ido. No fue bonito crecer con una madre que te odia y se emborracha cada dos por tres. Cuando yo tenía unos ocho años, Zeus volvió. Se sentiría culpable por lo que le hizo a mi madre, supongo. Era diferente, más... Responsable. A veces hasta se comportaba como un padre conmigo cuando estaba en casa. Pero mi madre se quedó embarazada otra vez. El 1 de julio de ese mismo año nació él.

-Jason -dije yo.

-Sí, Jason. A mi madre nunca le gustó ese nombre, pero Hera le obligó a ponérselo o nos mataría a los tres. A la diosa no le gustó que mi madre hubiera conseguido atraer a su marido dos veces. Con la segunda marcha de Zeus mi madre se puso todavía peor. Prácticamente yo crié a Jason. Él era... Bueno, un niño pequeño. Era rubio, como tú. No nos parecíamos en nada, pero lo quería más que a nadie en el mundo -Thalia aún seguía llorando-. Una vez intentó comerse una grapadora y le quedó una cicatriz en el labio.

Yo ya no tenía ninguna duda, hablaba de mi mejor amigo.

-¿Y qué pasó?

-Un día mi madre nos subió a los dos en el coche y dijo que nos llevaba a un parque. Era muy extraño. Al llegar me pidió que fuera al coche a buscar una cosa y la dejé con Jason. Y cuando volví solo estaba ella llorando. Dijo que Hera lo había reclamado y que estaba muerto...

A partir de ahí no fue difícil atar cabos. Hera habría llevado a Jason con la loba Lupa y él habría llegado al Campamento Júpiter con dos o tres años.

-Nunca le había contado esto a nadie-continuó Thalia-. Después de ese día me fugué de casa. Luke y Annabeth se convirtieron en mi familia, pero nunca les hablé de Jason porque era demasiado doloroso y, en cualquier caso, él no iba a volver. Pero ahora, estando los tres aquí, hablando, me ha recordado tanto a ese último viaje...

Había tanta tristeza en Thalia que me dieron ganas de contarle que Jason seguía vivo, pero no podía. Así que solo la abracé.

Para cuando llegamos al colegio, Thalia ya se había calmado y ni Percy ni Annabeth notaron la crisis que la hija de Zeus había tenido en el coche. Las madre se marcharon, tras recordarnos unas setenta y cinco veces que tuviéramos cuidado, y nos dispusimos a comenzar con la operación de rescate.

Westover Hall parecía un castillo maldito: todo de piedra negra, con torres y troneras y unas puertas de madera imponentes. Se alzaba sobre un risco nevado, dominando por un lado un gran bosque helado y, por el otro, el océano gris y rugiente.

Las puertas de roble se abrieron con un siniestro chirrido y entramos en el vestíbulo entre un remolino de nieve. Aquello era inmenso. En los muros se alineaban estandartes y colecciones de armas, con trabucos, hachas y demás. Yo sabía que Westover era una escuela militar, pero quizá se habían pasado con la decoración.

Agarré con fuerza la empuñadura de mi espada, que llevaba colgada del cinturón. Percibía algo extraño en aquel lugar. Algo peligroso. Percy metió la mano en el bolsillo, Annabeth agarró su daga con más fuerza y Thalia se había puesto a frotar su pulsera de plata, su objeto mágico favorito. Todos estábamos pensando lo mismo, se avecinaba una pelea.

Me llegaban los ecos de una música desde el otro extremo del vestíbulo. Parecía música de baile.

Escondimos nuestras bolsas tras una columna y empezamos a cruzar la estancia. No habíamos llegado muy lejos cuando oí pasos en el suelo de piedra y un hombre y una mujer surgieron de las sombras.

Los dos llevaban el pelo gris muy corto y uniformes negros de estilo militar con ribetes rojos. La mujer tenía un ralo bigote, mientras que el tipo iba perfectamente rasurado, lo cual resultaba algo anómalo. Avanzaban muy rígidos, como si se hubiesen tragado el palo de una escoba.

-¿Y bien? -preguntó la mujer-. ¿Qué hacéis aquí?

-Pues...-empezó Percy, pero no se nos ocurrió que más decir. No se nos había ocurrido pensar que cuatro adolescentes entrando en un colegio que no era el suyo sin razón no sería normal-. Solo estamos...

-¡Ja! -soltó el hombre. Di un respingo-. ¡No se admiten visitantes en el baile! ¡Seréis expulsados!

El hombre hablaba con acento francés. Era un tipo muy alto y de aspecto duro. Tenía los ojos de dos colores: uno castaño y otro azul, como un gato callejero.

Supuse que nos iba a arrojar a la nieve sin más, pero entonces Thalia dio un paso al frente. Chasqueó los dedos y una ráfaga de viento sopló a nuestro alrededor.

-Es que nosotros no somos visitantes, señor -dijo-. Nosotros estudiamos aquí. Acuérdese. Yo soy Thalia, y ellos, Annabeth, Andy y Percy. Cursamos octavo.

-Cierto-respondió la mujer-. Venga, entrad y no volváis a salir del gimnasio.

Obedecimos entre "sí, señor" y "sí señora". Me sorprendió que Thalia supiera usar la Niebla. Y también me preocupó, ya que yo usaba la niebla para tapar mi tatuaje ante los griegos. Pero no pensé mucho en ello porque entramos en el gimnasio y Grover se nos acercó.

-¡Menos mal que estáis aquí!

-¿Qué pasa, Grover?-preguntó Annabeth.

-Hay un monstruo en la escuela. Todavía no sabe quienes son los mestizos, pero...

-¿Mestizos?-pregunté yo- ¿Hay más de uno?

-Son dos, seguramente hermanos ya que su olor es muy parecido.

-¿Quiénes son?

-No lo sé, Percy. Algo en este lugar nubla mis sentidos, así que no he podido identificarlos. Pero también es lo que los ha salvado, porque el monstruo tampoco puede encontrarlos.

En ese momento se acercó la profesora con bigote.

-¿Qué hacen aquí cuchicheando? Estamos en una fiesta, no se queden ahí pasmando-ordenó.

-Sí, señora Latiza- contestó Grover.

Todos nos empezamos a reír en cuanto se alejó. ¿Una profesora llamada Latiza?

-No nos quita el ojo de encima-comentó Annabeth-. Tendremos que fingir ser alumnos normales.

-¿Y qué hacemos?-pregunté.

-Vamos a bailar-dijo Thalia, y arrastró a Grover hacia la pista de baile.

-¿Baliar?-preguntó Percy-. ¿Con quién?

-Conmigo, sesos de alga-contestó Annabeth y los dos se alejaron también.

Decidí dar vueltas por el gimnasio fingiendo ser el pringado sin pareja que se queda solo en una esquina (tenía experiencia en eso). Después de decidir no arriesgar mi vida probando los aperitivos de la mesa, me dirigí hacia las gradas. Allí había un chico y una chica, de diez y doce años respectivamente, seguramente hermanos, ya que tenían el mismo cabellos y ojos oscuros y la misma piel olivácea.

Nada más verlos supe que los había visto antes en alguna parte.

Me acerqué a ellos intentando recordar y mi memoria me recompensó.

-¡Sois los hermanos del Casino Loto!

Los dos se giraron hacia mí. Se me quedaron mirando con confusión hasta que también ellos parecieron recordar.

-Andy, ¿verdad?-dijo ella.

-Sí. Y vosotros sois Nico y Bianca.

-Pareces más mayor-señaló Nico.

-Bueno, ha pasado un año y medio desde que nos conocimos.

-¿Un año?-se sorprendió Nico-. Pero...

-Estuvimos en el Casino Loto por unas semanas, salimos hace unos meses para venir a esta escuela. ¿Y qué haces tú aquí, por cierto?

Eso era imposible. Entonces recordé que el tiempo no pasaba igual en el Casino. ¿Cuánto tiempo habían estado allí dentro? Y me di cuenta de otra cosa.

Ellos eran los semidioses que habíamos ido a buscar.

-Ya nos veremos luego-me despedí, interrumpiendo a Bianca. Tenía que buscar al resto.

En cuanto me alejé diez metros me di cuenta de que lo mejor sería quedarme con los mestizos. Había un monstruo en la escuela.

Cuando volví a las gradas ya no estaban. Y entonces sí que fui a buscar a los demás.

Encontré a Percy y Annabeth hablando mientras bailaban. Pero nos separamos de Annabeth mientras buscábamos a Grover y Thalia.

Percy y yo oímos unos gemidos salir de una puerta al fondo de un pasillo desierto. Sacamos las espadas y abrimos la puerta, pero no había ningún monstruo, solo los hermanos mirándonos aterrorizados.

Percy se acercó a ellos pero una sensación extraña me impulsó a quedarme en la puerta. Bianca me miró y señaló con los ojos la puerta. Entendí un segundo tarde y una espina se clavó en el hombro de Percy y una mano lo empujó.

Intenté atacar al monstruo, pero una bofetada de una mano enorme me lanzó al suelo también. Otra espina se clavó en mi pierna. Atravesó el pantalón y el corte ardía. Veneno.

El monstruo salió de las sombras y pudo ver que era el profesor que nos habíamos cruzado antes, Espino.

-Estúpidos mestizos-dijo, con su extraño acento francés-. Pensasteis que podríais detenerme. Ja. Vamos, los cuatro os venís conmigo.

Comenzamos a caminar, pero Percy se detuvo y cerró lo ojos.

-¿Qué haces, Jackson? -silbó el profesor-. ¡Muévete!

Abrió los ojos y nos siguió arrastrando los pies.

-Es el hombro -dijo, pero supe que mentía-. Me arde.

-¡Bah! Mi veneno hace daño pero no mata. ¡Camina!

Espino nos guiaba hacia los bosques. Tomamos un camino nevado que apenas

alumbraban unas farolas anticuadas. Me dolía la pierna y casi no podía andar, pero no me quejé, porque sabía que no serviría para nada. El viento que se me colaba por la pantalón desgarrado era tan helado que ya me veía convertido en un carámbano.

-Hay un claro más adelante -dijo Espino-. Allí convocaremos a vuestro vehículo.

-¿Qué vehículo? —preguntó Bianca-. ¿Adónde nos lleva?

-¡Cierra la boca, niña insolente!

-No le hable así a mi hermana -dijo Nico. Le temblaba la voz, pero me admiró que tuviese agallas para replicar.

Espino soltó un gruñido para nada humano. Nos puso los pelos de punta, pero seguimos caminando. El bosque se abrió y llegamos a un acantilado que se lanzaba a la niebla.

El doctor nos empujó hacia el borde. Yo di un traspié y Bianca me sujetó. Casi no podía mover la pierna.

-Gracias -murmuré.

-¿Qué es este Espino? -murmuró-. ¿Podemos luchar con él?

-No lo sé-respondí.

-Estoy… en ello-respondió Percy.

-Tengo miedo -masculló Nico mientras jugueteaba con alguna cosa; con un soldadito de metal, me pareció.

-¡Basta de charla! -dijo el doctor Espino-. ¡Miradme!

Nos dimos la vuelta. Sacó un móvil del bolsillo. Presionó el botón lateral y dijo:

-El paquete ya está listo para la entrega.

Un monstruo con teléfono, lo que me faltaba por ver. Percy miró hacia atrás, calculando la caída por el acantilado. Si había mar allí abajo podía salvarnos a todos.

Espino se echó a reír.

-¡Eso es, hijo de Poseidón! ¡Salta! Ahí está el mar. Sálvate.

-¿Cómo te ha llamado? -murmuró Bianca.

-Luego te lo cuento -le dijo Percy.

-Tú tienes un plan, ¿no?

Solo tendríamos que convencer a los hermanos de saltar y rezar porque Poseidón estuviera de buen humor...

-Yo os mataría antes de que llegases al agua -dijo el doctor Espino, como leyéndonos el pensamiento-. Aún no habéis comprendido quién soy, ¿verdad?

Algo se movió a su espalda y una nueva espina pasó rozándome.

-Por desgracia -prosiguió- os quieren vivos, a ser posible. Si no fuera así, ya estaríais muertos.

-¿Quién nos quiere vivos? -replicó Bianca-. Porque si se cree que va a sacar un rescate está muy equivocado. Nosotros no tenemos familia. Nico y yo… -se le quebró un poco la voz- sólo nos tenemos el uno al otro.

-Ajá. No os preocupéis, mocosos. Enseguida conoceréis a mi jefe. Y entonces tendréis una nueva familia.

-Luke -intervine-. Trabajas para Luke.

La expresión de Espino se volvió de repugnancia con la mención de nuestro viejo enemigo, el mismo que ya había intentado matarnos varias veces.

-No tenéis ni idea de lo que ocurre, André Williams y Perseus Jackson. El General os

informará como es debido. Esta noche vais a hacerle un gran servicio. Está deseando conoceros.

-¿El General? -preguntó Percy. Y enseguida advirtió que el mismo lo había dicho

con acento francés-. Pero ¿quién es el General?

Espino miró hacia el horizonte.

-Ahí está. Vuestro transporte.

Me di media vuelta y vi una luz a lo lejos: un reflector sobre el mar. Luego me llegó el ruido de hélices de un helicóptero cada vez más cercano.

-¿Adónde nos va a llevar? -dijo Nico.

-Vas a tener un gran honor, amiguito. ¡Vas a poder sumarte a un gran ejército! Como en ese juego tan tonto que juegas con tus cromos y tus muñequitos.

-¡No son muñequitos! ¡Son reproducciones! Y ese ejército ya puede metérselo…

-Eh, eh, eh… -dijo Espino en tono admonitorio-. Cambiarás de opinión, muchacho. Y si no, bueno… hay otras funciones para un mestizo. Tenemos muchas bocas monstruosas que

alimentar. El Gran Despertar ya está en marcha.

-¿El Gran qué? -pregunté. La cosa era hacerle hablar mientras Percy o yo ideábamos algún plan loco que nos sacara de allí.

-El despertar de los monstruos -explicó él con una sonrisa malvada-. Los peores, los más poderosos están despertando ahora. Monstruos nunca vistos durante miles de años que causarán la muerte y la destrucción de un modo desconocido para los mortales. Y pronto tendremos al más importante de todos: el que provocará la caída del Olimpo.

-Vale -me susurró Bianca-. Éste está loco.

-Hemos de saltar -le dije en voz baja-. Al mar.

-¿Qué?

-Hazle caso-contestó Percy-. Tenemos que saltar.

-¡Fantástico! Vosotros también estáis locos.

Pero en ese momento una fuerza invisible nos tiró al suelo. ¡Annabeth!, me dio tiempo a pensar. Entonces vi como Thalia se lanzaba contra un desconcertado Espino.

Le dio con la lanza en la cabeza, pero no le hizo nada. La mano del profesor se convirtió en una garra que casi corta en pedacitos a la hija de Zeus, si no fuera por su terrorífico escudo con la cara de Medusa, Égida.

Espino lanzó más dardos a Thalia y pudimos ver que tenía una cola de escorpión con la que los lanzaba. Grover empezó a tocar su flauta de pan y la hierba comenzó a crecer de entre la nieve, atrapando las patas del Doctor Espino. Pero enseguida se soltó.

Espino soltó un rugido y comenzó a transformarse. Fue aumentando de tamaño hasta adoptar su verdadera forma, con un rostro todavía humano pero el cuerpo de un enorme león. Su cola afilada disparaba espinas mortíferas en todas direcciones.

-¡Una mantícora! -exclamó Annabeth, ya visible. Se le había caído su gorra mágica de los Yankees cuando nos tiró al suelo.

-¿Quiénes sois vosotros? -preguntó Bianca di Angelo-. ¿Y qué es esa cosa?

-Una mantícora -respondió Nico, jadeando-. ¡Tiene un poder de ataque de tres mil, y cinco tiradas de salvación!

Absolutamente nadie entendió lo que dijo, pero no preguntamos. Una nueva andanada de espinas se dirigía hacia nosotros, pero Percy la paró con el escudo de Tyson. Lo soportó, pero por poco. No pararía un nuevo ataque.

Se oyó un golpe y Grover aterrizó a nuestro lado.

-¡Rendíos! -rugió el monstruo.

-¡Nunca! -le chilló Thalia desde el otro lado, y se lanzó sobre él.

Pero su ataque se vio sorprendido por los focos del helicóptero. El aparato tenía que estar conducido por mortales, seguro. ¿Cómo podían trabajar con un monstruo como Espino?

La mantícora le dio un coletazo y su escudo y su lanza salieron volando.

-¡No!-grité, pero fue Percy quien se lanzó para ayudar a Thalia, puesto que yo no podía ni caminar. Paró un proyectil, pero estaba claro de que no había ninguna oportunidad.

Un cuerno de caza resonó por el bosque.


Sin mucho de decir sobre el capítulo, la verdad. En el próximo: las cazadoras! Y Nico! Y Bianca!

En fin, gracias por leer y si quieres dejar tu opinión o comentar algo, te leo en reviews.

Erin Luan