Capítulo 1
La Esperanza viene siempre del Oeste
Las puertas y estancias se sucedían uno tras otro sin mayor importancia, su mirada solo se fijaba en la imponente puerta al final del pasillo, que en su impaciencia ya se había figurado como un espejismo, por más que apresuraba sus pasos le parecía que la misma distancia los separaba. La gente lo esquivaba al ver que portaba en el pecho de su uniforme el sello de la guardia del Rey. Por fin su mano alcanzó la manija de la puerta y recuperando la respiración, la abrió lentamente para descubrir un gran salón de mármol, iluminado por un ventanal al fondo del mismo. Dos figuras se encontraban sentadas al extremo de una larga mesa repleta de papeles y pergaminos.
-Mi Señor, los barcos se han avistado- dijo al sentir una mirada gris demandando su mensaje- tocaran tierra aproximadamente en una hora.
La figura más alta se levantó de su asiento y con un gesto de cabeza le pidió que se retirara. Dirigió sus pasos hacia el ventanal. A lo lejos en el Oeste, una línea difusa de sombras se alcanzaba a recortar en el horizonte atreves de la niebla y espuma del gran mar. Los barcos eran inconfundibles, no había en el mundo otros que se le parecieran, después de todo, los Elfos les habían enseñado a construirlos.
-Siempre ver a hombres de Numenor me trae buenos recuerdos, veo en sus caras todavía la cara de mi hermano- dijo a su espalda la figura que todavía se encontraba sentada revisando los papeles de la mesa.
-Tal vez es más el cariño que les tienes, Elrond- dijo volviéndose a él sonriendo y tomando uno de los pergaminos que había estado escudriñando antes de que el guardia llegara con la noticia.- Pero debo admitir que no son hombres comunes, la luz de los Eldar aun brilla en sus ojos. Y en esta hora aciaga son más que bienvenidos- dijo volviendo a su seria compostura.
Desde la caída de Ost-in- Edhil en Eregion, y la huida de Galadriel y Celeborn a Lothlorien, no hubo ningún otro filtro en Eriador que separara las huestes de Sauron del Reino de Lindon, y pronto lo tuvo tocando a sus puertas. Sauron había desolado Eriador, había penetrado como una sombra en el Reino de Galadriel y había envenenado la mente de su gente contra su propia soberana, especialmente la de Celebrimbor, el Maestro Herrero más importante, no solo del Reino de Eregion, sino del momento, su habilidad y carácter era a menudo comparado con la de su abuelo, Feanor. Muy tarde Celebrimbor se dio cuenta de su error, la ciudad yacía en ruinas, sus habitantes habían sido aniquilados, solo el, y únicamente porque el destino así lo quiso, pudo escapar a la masacre, pareciera que la única misión que le faltaba por completar en esta vida era entregar los anillos de poder, Nenya a Galadriel, Vilya y Narya a Gil Galad. Poco después fue capturado y torturado, solo para que luego su cuerpo quebrado y deshecho, fungiera como el macabro estandarte que Sauron ondeara a la llegada a Lindon.
Así que la llegada de los numenoreanos era más que bienvenida. Sin aliados que pudieran apoyarlos, Lindon estaba solo, acorralado entre el ejército de Sauron y el mar, sus hombres mermaban cada día en batalla, y los suministros de la ciudad se agotaban, el plan de Sauron estaba surtiendo efecto, su objetivo de destruir al último Rey Supremo de los Noldor se posaba en la palma de su mano. Pero la esperanza siempre viene del Oeste. Tar- Minastir había honrado la alianza entre Hombres y Elfos una vez más al ofrecer su ejército a Gil Galad, y a los 30 días transcurridos desde que Tar- Minastir anunciara la unión de su ejército a los Eldar, por fin sus barcos aparecían en las costas de Lindon.
-Tanto soñábamos con batallas como en las que lucharon nuestros padres, y henos aquí- dijo Elrond al fin poniéndose de pie y dejando los papeles en la mesa- de la peor forma comprobamos que hay que tener cuidado con lo que se desea- Ereinion?- dijo al observar que el Rey Supremo de los Noldor no había puesto atención a ni una palabra que había dicho, en cambio lo descubrió inmerso en sus pensamientos, se le veía tan cansado, tanto como lo que se puede notar a un Elfo.
- Bien, tenemos que bajar a recibir a nuestros invitados de honor- dijo Ereinion como despertando de una visión- no todos los días se recibe al Rey de Numenor en casa- acto seguido salió del recinto.
-No creo que haya sido prudente vestir de negro en el primer encuentro con el Rey Supremo de los Noldor- susurraba el Rey de Numenor mientras se cercioraba con la mirada de que nadie más le estuviera prestando atención.
-Nuestro Padre acaba de morir Minastir, es respeto- decía la joven taciturna a su lado- No encuentro ocasión más oportuna que los tiempos de guerra para vestir luto- Sus vestidos azabaches ondeaban ante sus pasos, sus manos entrelazadas fuertemente en su regazo dejaban ver un poco del simulado nerviosismo que se abría paso atreves del dolor de la pérdida del ser amado. Nunca había estado en un palacio elfico, y jamás se imaginó estar en presencia del Rey Supremo de los Noldor, sentía haberse transportado a los numerosos relatos que desde niña le contaban, y sin embargo, ella ahora era participe de uno de ellos.
Las grandes puertas se abrieron de par en par dejando entrar a la pequeña comitiva de hombres, permitiendo ver un recinto iluminado con lo que parecía ser antorchas con fuego, pero más luminosas sin llegar a dañar la vista. La noche había caído sobre el mundo, y por la bella terraza en la que se abría la habitación, el mar ya no era visible, pero el choque de las olas contra el acantilado sobre el cual estaba situado el palacio de Gil Galad, era lo único que se escuchaba en esa hora.
La joven trató de ocultar su asombro lo mejor que pudo sin ningún éxito, la belleza del lugar era como salida de sus más secretas fantasías. Una voz fuerte la saco de sus sueños y la atrajo a la realidad, aunque le pareciera difícil de diferenciar.
-Maara tulde Coanyanna (Bienvenido a nuestra casa) Señor de los Hombres de Oeste- pronunció Gil Galad al tiempo en que abría sus brazos en forma de saludo. A su lado, Elrond hacia una reverencia con su cabeza.
-Es un honor compartir este momento con el Rey Supremo de los Noldor- contesto Tar- Minastir haciendo la más profunda reverencia, gesto que imito su sequito con igual solemnidad.- Permítame presentarle al capitán de mi ejército, Cyriatur- El grave hombre hizo una reverencia con la cabeza, y volviéndose a su lado izquierdo continuo- y a mi hermana, Silmarien, Dama de Armenelos y del Oeste.- La joven bajo su cabeza a manera de reverencia.
Gil Galad la miró detenidamente, con esa grave mirada que le caracterizaba. Muchos años ya había vivido en esta tierra, muchas personas habían llegado y se habían ido, presenció el cambio del mundo al abrirse paso a una nueva Edad del Sol, pero nunca había visto a una princesa de Oesternesse. La miro tan pálida y melancólica, sus ojos pronunciaban una pena reciente que no se atrevió a indagar. Era serena, casi lírica, como una dama perdida entre los tiempos antiguos y presentes, a simple vista no se atrevía a decir si pertenecía a los hombres o a los elfos. A decir verdad, Tar- Minastir compartía ese halo de otro tiempo de la dama, ambos cabellos oscuros y ojos claros, casi portados como un estandarte de la Casa Real de Andunie, pero había algo diferente entre ellos que no podía descifrar. "En verdad no son hombres comunes los Numenoreanos" pensó en sus adentros.
-Por favor, tomen sus asientos- dijo Gil Galad al tiempo que caminaba hacia la cabecera de la larga mesa.-Me apena ofrecer tan humilde cena a su visita, pero con Sauron pisándonos los talones y la mayoría de los hombres nobles de mi reino durmiendo en el campamento, es todo con lo que pude disponer.
-Es completamente entendible, de ninguna manera se sienta apenado, pronto habrá otros tiempos de festejar- contesto Tar-Minastir- Ciryatur y yo, hemos estudiado los mapas de Lindon y la ubicación en la que se encuentra la hueste de Sauron, tenemos una táctica que queremos discutir con usted. Si todo sale como se ha planeado, para el final de esta semana estará dando un festín en la sala más grande de su palacio- dijo optimistamente.
-Estoy seguro que su ayuda traerá un efecto positivo a todo esto, de alguna forma u otra- dijo Gil Galad sonriendo- Pero por favor, disfruten su cena, largo fue el viaje que los trajo a mi mesa, y no tengo certeza de lo que nos depara el día de mañana, solo puedo prometerles que hoy dormirán tranquilos- dijo en el momento en que varios sirvientes entraron con los platillos.
La cena transcurrió tranquila, y agradable, como si, a pesar de estar conscientes de la hermosura y misterio de los elfos y sus grandes palacios, se estuviera compartiendo la mesa con amistades que hace mucho no se frecuentaban. Silmarien no había pronunciado una palabra desde que entraran a la estancia, se limitó a escuchar lo que los grandes Señores presentes tenían que decirse sobre los grandes asuntos, después de todo, ella solo había venido como apoyo moral a su hermano, aunque poco lo necesitaba, pues la grandeza de su ejército había asegurado en su mente la victoria a Tar-Minastir y a Gil Galad, de otra forma no hubiera permitido que la acompañase, si a lo contrario, el peligro de ser derrotados, la ciudad saqueada y sus habitantes masacrados, ella jamás hubiera dejado las costas de Numenor.
Terminada la cena los caballeros se dirigieron al despacho del Rey a revisar las tácticas de guerra que había propuesto Tar-Minastir y Ciryatur. Silmarien agradeció y se retiró en silencio siguiendo a dos sirvientes que le indicarían el camino a sus aposentos.
-Tenemos que dividirlos, Sauron no se espera que nadie ataque su retaguardia, no sabe que estamos aquí, subiremos el Rio Lhun en nuestros barcos, no nos verán avanzar desde esa posición, mientras la otra mitad del ejercito saldrá de las murallas de la ciudad a tomar lugar junto a su ejército, Majestad- comentaba Ciryatur a su vez que indicaba en el enorme mapa sobre el escritorio.
-¿con cuántos hombres cuentan?- inquirió Elrond.
-Tanto tiempo de paz en Numenor nos ha permitido disponer de 5 mil de nuestros soldados- dijo Tar-Minastir un tanto orgulloso del poder de su armada.
-¡¿5 mil soldados?!- exclamó Elrond sorprendido.
-Así es Señor Elrond- prosiguió Tar- Minastir- no hay manera de que Sauron pueda librar la guerra.
-Enviaré a Cirdan una misiva, es importante que este enterado de estos movimientos- dijo Gil Galad entregando un sobre a un sirviente.
La junta se disolvió y cada quien se dirigió a sus aposentos. Ya eran altas horas de la noche cuando el día había sido largo y sin descanso. Apenas esa mañana Elrond y Gil Galad habían salido del campamento para dirigirse a Mithlond y recibir a los Numenoreanos. Ereinion volvió a mirar la Luna atreves de la ventana de sus aposentos para deducir la hora, pocas horas le quedaban para descansar, y sin embargo eran más de lo que había dormido en días, la guerra ya había comenzado a hacer estragos en él, su mirada cansada lo delataba, pero solamente quien en verdad lo conocían podía notarlo. Mientras el fuera Rey Supremo de los Noldor y el mal prevaleciese ya sea en forma de Morgoth, Sauron o quien sea que les sucedieran, jamás podría dormir una noche entera. Volvió a asomar por la ventana. Mithlond yacía en silencio, el palacio iluminado solamente por la Luna yacía apacible, había ordenado no prender las luces de la ciudad para evitar que Sauron tuviera su ubicación, en cambio guardias daban recorridos nocturnos con antorchas elficas durante toda la noche. Fijó su mirada al jardín que yacía a sus pies, solo para descubrir una sombra que deambulaba en silencio, estaba a punto de llamar a los guardias cuando un rayo de Luna le permitió distinguir quien era.
