―¿Están seguros de que no prefieren que los llevemos?―dudó Sokka―. De verdad, no es molestia. Podemos dejarlos a ambos en sus casas.

El grupo de amigos aún se encontraba en la estación de servicio cuando el cielo nocturno y estrellado comenzó a cernirse sobre ellos.

Luego de una larga búsqueda exhaustiva pero terriblemente infructífera del collar perteneciente a la madre de los Mizu, los cuatro amigos se hallaron a sí mismos desanimados y cansados, por lo que acordaron dar por finalizada la aventura de ese día.

―Ya que insistes... Ugh―Toph empezó a hablar pero un disimulado codazo en las costillas de parte de Aang la interrumpió.

―No, gracias, Sokka―se negó con amabilidad el chico de ojos grises ―. Toph acaba de llamar a su mayordomo, y yo pude comunicarme con Gyatso. Pronto llegarán por nosotros.

Y, mientras Aang dirigía su atención a la muchacha que tanto amaba, quién permanecía a unos pasos tras del mayor, su ceño se torció en preocupación.

Él se percató rápidamente de las traicioneras gotas saladas que se acumulaban en los ojos cristalinos de la morena. Se mantenía cabizbaja, con una mano sosteniendo la otra, y a él no le fue difícil adivinar que la chica estaba esforzándose enormemente para no echarse a llorar.

Odiaba verla así.

El corazón se le volvia chiquito y la impotencia se expandía con velocidad por sus adentros cada vez que veía a la chica entristecida como en aquel momento.

Haría lo que fuera por hacerla sentir mejor, por provocarle una sonrisa, causarle alegría.

Pero lo que ella anhelaba, él no pudo conseguirlo.

Encontrar el collar.

―Mejor lleva a Katara a casa―pidió él en voz baja, volviendo la vista al moreno.

Sokka asintió quedamente. Parecía igual de desanimado, y en gran parte frustrado por la situación.

―Si... creo que debería hacer eso―concordó, apoyando una mano en el hombro de Aang―. Gracias, amigo. Nos vemos mañana, ¿de acuerdo?

Aang no respondió. Simplemente alzó las comisuras de sus labios.

Y es que el chico de ojos grises fue incapaz de decir nada, pues no podía prometerle eso a Sokka, debido a que aquellas eran sus últimas horas en la ciudad.

Mañana, él sería enviado al Este.

Mientras Sokka se adentraba en el auto, Katara se aproximó a Aang para despedirse.

―Lamento esto―murmuró ella, débilmente―, arruiné por completo nuestra huída.

―Katara, no arruinaste nada―le aseguró, enredando su mano cálidamente con la de morena, ignorando enteramente su propio nerviosismo por el contacto. Aún se emocionaba demasiado al poder tener tal cercanía con la chica de la que estaba enamorado desde hacía más de tres años―. Todo está bien, me divertí mucho hoy, en serio― sentenció, levantándole suavemente el mentón para que lo mirara, y le dedicó una sonrisa sincera―. En particular el rodar montaña abajo contigo―se encogió de hombros, divertido―, tan solo unos detalles más y supera por completo el deslizarse en trineo.

Una pequeña risita salió corriendo de la garganta de la muchacha y el corazón de Aang revoloteó de orgullo por haber logrado lo que tanto había deseado: hacer sentir mejor a Katara.

Inconscientemente, guardó con inmensa finura y cuidado un mechón tras la oreja de la muchacha.

―Gracias por hacer este día tan especial para mi―pronunció él.

Aang pudo apreciar el dulce rubor que se adueñó de la chica en el instante en el que sus ojos se encontraron con los de él.

Y también, notó cómo después las largas y rizadas pestañas azabache de ella bajaron a la par que su vista en dirección a los labios de él, deteniéndose allí por unos segundos.

El muchacho sintió cómo su propio rostro comenzaba a acalorarse.

Luego de unos instantes, Katara suspiró.

―Sería mucho más divertido y especial si no hubiera sido tan estúpida como para extraviar el collar de mamá y haber echado todo a perder.

―Katara...―la reprendió Aang, suave pero con firmeza, en desacuerdo con que se insultara a sí misma y con toda su declaración.

Ella hizo un puchero adorable.

―Lo siento― se disculpó, apenada. Katara mordisqueó su labio inferior, como si se debatiera internamente sobre algo, en una imagen que a Aang le pareció hermosa―. ¿Puedo?

Aang elevó una ceja, sin entender a lo que se refería.

―¿Qué cosa?

―Esto.

Sin previo aviso, Katara se paró de puntillas de pie y se lanzó de lleno, cerrando sus brazos alrededor del cuello del muchacho.

El rostro del chico se tiñó de todos los tonos rojizos que podrían existir. Katara estrechó su cuerpo delicado y femenino contra el del él, con quizás demasiada cercanía para la buena salud mental del joven, provocándole una oleada de emociones y sensaciones placenteras que lo recorrieron por todas partes.

Aang vaciló unos segundos antes de responder, principalmente porque su cerebro había decidido irse de sabático justamente en semejante momento tan glorioso y se demoró en procesar lo que estaba sucediendo.

Pero, finalmente, colocó sus manos sobre la espalda alta de la muchacha, un lugar seguro donde podía considerarse decente para el decoro, y se permitió gozar del abrazo.

Se sentía tan bien...

La calidez de la figura de Katara entre sus brazos, el exquisito aroma a flores silvestres que desprendía su cabello y que le inundaba el olfato, la agradable sensación de su presencia contra la suya, la seguridad de tenerla con él.

Cuando estaba con Katara, era como si tuviera el cielo entero para si mismo. ¿Cómo era posible sentir tanta paz y al mismo tiempo jurar que se le desbordaba el pecho de amor y el palpitar se le enloqueciera por una persona?

Era simplemente maravilloso, algo mágico. Katara le provocaba todo eso con tan solo existir.

Y entonces, recordó que había quedado un asunto pendiente entre los dos. Katara aún no le había dado una respuesta a su confesión.

No hemos podido hablar sobre eso.

¿Acaso aquel abrazo albergaba algún significado secreto? ¿Acaso esta era...

―No quisiera tener que despedirme―musitó ella de repente, cortando sus pensamientos. El corazón de Aang dejó de latir―, me gustaría quedarme contigo.

La muchacha se sujetó con más fuerza a él, aferrándose, como si se rehusara a separarse, provocando que el corazón de Aang se rompiera.

Katara no lo sabía. No tenía forma de saberlo.

Pero aquellas palabras le desarmaron el alma.

Ella no era consciente de que Aang se iría al día siguiente, pero él si, y con aquel gesto de sostenerlo con vehemencia, como si se negara a lo que iba a suceder al amanecer, lo quebró.

―Ojala este momento durara para siempre―admitió él, con una sonrisa triste.

Aang se sumió en aquella unión con toda la intención de embeberse por última vez de la esencia de Katara, de grabarse en la memoria todo detalle que fuera capaz, cada imagen y sensación de la perfección de la muchacha, para formar recuerdos.

Recuerdos que evocaría por el resto de su vida, cada vez que la extrañara en soledad.

Porque, los Espíritus lo sabían, cuánto la iba a extrañar... La iba a echar de menos cada día y cada noche de su existencia.

Cerró los ojos con fuerza y sumergió su nariz en los oscuros y ondulados cabellos de Katara. Aspiró profundamente aquel delicioso perfume natural que emanaba y que tanto le encantaba, al que fácilmente podría declararse adicto, y lo selló a fuego en su cerebro. Recorrió mentalmente cada rincón de piel y cuerpo de la chica que podía sentir, la tibieza de su toque, el color y la sedosidad de su tez.

―¿Aang?―la oyó preguntar.

Por favor, tan solo unos minutos más. No estoy listo, jamás estaré listo para dejarla ir.

Realmente no quería separarse de Katara. Deseaba, imploraba permanecer a su lado por siempre.

¿Debería decirle? Quizás así conseguiría más tiempo a su lado y, tal vez, podría permanecer con ella unos minutos más antes de despedirse.

Tal vez...

No.

Katara ya estaba abatida y cansada. No podía abrumarla aún más al revelarle su partida tan próxima. No sería justo.

De todos modos, se enterará mañana.

―Argh― Aang liberó un quejido.

―¡Toph!―regañó Katara.

Toph lo había golpeado con violenta brusquedad en el brazo. Si él no la conociera tan bien, diría que fue en venganza por el codazo que le dio antes.

―Ya suéltala, Pies Ligeros―dijo Beifong, con una sonrisa socarrona―. La vas a romper.

Aang la observó con evidente molestia mientras soltaba a Katara, antes de volver la vista hacia la chica de ojos de azules.

―Lo siento―se disculpó, avergonzado―, ¿me sobrepasé?

―Nada de eso―aclaró ella―. ¿Tu brazo está bien?

El muchacho sonrió tímidamente y asintió con la cabeza.

―¡Katara, vámonos!―oyeron a Sokka gritar.

Katara se despidió de Toph y, antes de irse, se elevó una vez más sobre sus pies y depositó un efímero beso en la comisura de la boca del chico.

―Nos vemos, Aang.

Sin darle oportunidad alguna de reaccionar, ella ingresó al auto de Sokka de prisa. El mayor arrancó de inmediato y se alejaron por las amplias avenidas de la ciudad.

Aang se quedó ahí, estático, sonriendo atontado y fascinado, tocando con la yema de los dedos aquel rastro ardiente que Katara había dejado peligrosamente sobre su piel.

Toph se paró al lado, cruzando los brazos sobre el pecho, viendo hacia la misma dirección que él: aquella por la cual se habían marchado el par de hermanos.

―Te la estás imaginando desnuda―sentenció la chica con malicia.

Aang giró la cabeza tan súbita y rápidamente que el cuello le hizo un sonoro y claro "crack".

―¡¿Qué?! ¡Por supuesto que no!―se apresuró a decir.

―Claro que si―se burló vilmente la menor―. ¿O me vas a decir que no disfrutaste refregarte los pechos de la Reina Azucarada contra tuyo?

Aang estaba escandalizado.

Por supuesto que si los habia sentido. Después de todo, aquel abrazo había dejado muy pocas posibilidades de guardar distancia entre ambos.

...Y era posible que si haya disfrutado de la agradable sensación, muy al fondo de su mente.

¡Pero no lo había hecho a propósito!

―¡Yo no hacía eso, Toph!―se defendió, sonrojado―. ¡Yo no... pensaba en Katara de esa forma!

―¿Ah, sí? Pues tu amiguito de allá abajo me dice lo contrario.

Y para su desgracia, Aang bajó la vista hacia aquella zona, solo para descubrir que había caído como un idiota en la broma de Toph Beifong.

La ruidosa carcajada de la muchacha fue suficiente confirmación.

―Muy graciosa―refunfuñó él.

―Si, si, lo sé. Soy la mejor―rió ella, limpiandose las lágrimas―. Bien, ¿ahora me dirás por qué le mentiste a Cola de Caballo? No es verdad que haya llamado a nadie.

―Ah, sobre eso...―dijo―. Voy a necesitar que pagues el taxi.

[...]

―Recuérdame otra vez ¡¿por qué demonios nos trajiste aquí?!―gruñó Toph mientras avanzaba, antes de que de una rama se estrellara estrepitosamente contra su cara―. Maldita sea, Pies Ligeros―masculló.

Aang suspiró por quinta vez en esa noche, implorando por paciencia.

La montaña sobre la cual se erguía el Templo era tenebrosamente oscura y fría. El lodo generado por la nieve derretida de la estación pasada, y las ramas y troncos caídos a consecuencia de las heladas tormentas causaban que su paso por la ladera inclinada se volviera una tortura sinuosa y complicada.

El muchacho le había pedido amablemente ―es decir, extorsionado a sangre fría― a la heredera de los Beifong para que lo acompañara.

Y es que Aang fue incapaz de soportar ver tan deprimida a Katara. No podría marcharse sabiéndola triste, así que decidió que haría un último intento de brindarle felicidad a la chica que amaba antes de irse.

Encontraría el collar para ella.

Luego de que el preciado objeto no fue hallado en la estación de servicio ni en el vehículo, y dado que Katara aseguró que aún lo llevaba puesto después de abandonar el Templo, solo había un único sitio posible que no habia sido inspeccionado.

Debía estar aquí.

―¿Puedes dejar de quejarte, Toph?―pidió Aang, invocando toda la serenidad de los Espíritus, mientras alumbraba poco y nada con la linterna del celular de la muchacha―. Mejor ayúdame a buscar.

―¿Cuántas veces te lo tengo que decir, Cabeza de Aire?―alegó ella, deteniéndose solo para tirar de sus párpados inferiores hacia abajo ―. ¡No veo!

Aang hundió los hombros. Ella tenía razón. Con su miopía y astigmatismo, la chica de ojos esmeralda estaba más ciega que un topo.

―Cierto―reconoció con una sonrisa de disculpa, elevando una mano hasta su nuca, apenado por olvidar tal detalle―. ¿No traes tus lentes contigo?

Toph frunció el ceño.

―Sabes que odio usarlos en público.

―¿Por qué?―preguntó él―. ¿Acaso temes que a Sokka no le gusten?

Aang tuvo que esquivar una roca dirigida hábilmente hacia su cabeza. ¡Espíritus, esta chica si que era peligrosa!

―Sabes demasiado sobre mí―siseó ella, entrecerrando los ojos―. Debería matarte.

Aang apretó los labios con fuerza, tratando de no reir, conteniendo las ganas de burlarse de su amiga, ya que si lo hacía... bueno, digamos que él sí quería vivir.

O al menos, no morir a manos de Toph Beifong.

Un escalofrío lo recorrió entero.

Si, incluso las palizas de Afiko se volvían suaves y aterciopeladas caricias de algodón en comparación con los sanguinarios golpes que podría proporcionarle Toph.

―Espera un momento―dijo ella de pronto―. ¿Cómo es que te enteraste?

―¿Enterarme de qué?

―De lo que sucedió anoche―sospechó Toph―. Me amenazaste con decirlo antes, en la estación de servicio. Por eso es que accedí a traerte a esta lúgubre colina de barro.

Aang se volteó inocentemente, retomando su camino en búsqueda del collar.

―¿Realmente pasó algo? Yo solo estaba jugando.

Silencio.

Aang volvió a girarse repentinamente en dirección a Toph, desconcertado.

―¡¿PASÓ ALGO?!

Y es que la noche anterior se había llevado a cabo la fiesta anual de gala de la familia Beifong.

Personas de la alta sociedad, familias de alta alcurnia y amistades poderosas de todo el país, se reunian para celebrar un evento único, de la más fina elegancia y los lujos temáticos más exquisitos.

Y, también, se establecian matrimonios arreglados entre los herederos de esas familias.

Aang conocía aquella rutina muy bien, pues prácticamente creció junto a Toph. Mientras Gyatso era contratado para encargarse de los distinguidos bocadillos que se servirían en aquellas fiestas cada año, Aang pasaría su niñez siendo el compañero de juegos de Toph.

Ambos habian establecido una entrañable amistad, a pesar de la violenta y ruda personalidad, tan contraria a la suya, de aquella niñita un año menor que él.

Toph arrugó la nariz en desagrado.

―Oficialmente ya estoy comprometida.

―...Oh.

Aang no supo qué decir. Esa era una noticia horrible. En realidad, le parecía algo espantoso. A pesar de que sabía y entendía que así funcionaba aquel mundo donde Toph había nacido, se lamentaba profundamente el no poder hacer nada por ella.

―Lo siento―murmuró al fin, incómodo.

―No todo fue tan malo―suspiró Beifong, subiéndose a un tronco caído y balanceándose encima.

―¿No?―preguntó él despacio, reanundando la búsqueda y recuperando poco a poco el estado de ánimo

―Bueno... Sokka estuvo allí, en realidad―admitió y... ¿era eso un sonrojo lo que veía sobre las blanquecinas mejillas de la chica?

―¿Sokka?―inquirió Aang, sin comprender―. ¿Qué hacía él allí? Solo pueden entrar las familias invitadas.

―Lo hice pasar como un sirviente.

¡Ah! Claro, un sirviente. Eso tenía sentido.

Espera.

―¿De dónde sacaste el uniforme para él?―interrogó él con desconfianza.

Toph sonrió sin un atisbo de culpa.

―¡Toph!

―Te lo recompensé con la ropa que estas usando ahora mismo, la cual YO te regalé, por si no lo recuerdas.

Aang gimió. Toph había usado su uniforme nuevo de ayudante de cocina, el que utilizaba para ayudar a Gyatso con la preparación de sus deliciosas creaciones en la mansión Beifong.

―Así que por eso Sokka no estaba en casa cuando dejé a Katara―comprendió él.

―Deberias agradecerme por eso también― asintió Toph mientras hablaba―. Soy la mejor amiga del mundo. Gracias a mi, tuviste un tiempo a solas con la Princesita sin que su molesto hermano mayor merodeara alrededor.

Aang exhaló una risilla entre dientes y negó con la cabeza.

―Te lo agradezco―dijo―, y me alegro por ti. Por lo de tu relación con Sokka.

Toph se encogió de hombros mientras saltaba de nuevo al suelo.

El par de amigos se conocía muy bien, y Aang era consciente sobre el intenso enamoramiento que tenia la chica a su lado con el hermano mayor de Katara.

Y era por eso, que se complacía al escuchar lo dichosa que era ella estando junto a Sokka.

Toph también merecía ser feliz.

―¿Y qué hay de ti?―cuestionó ella, quebrando el silencio.

―¿Yo qué?―dudó Aang.

―¿Cómo vas con la Princesita?―insistió Toph. El joven monje se congeló en su lugar―. ¡Oh, vamos, Pies Ligeros! ¿Cuándo le vas a decir lo que sientes?―bufó cansina.

―Yo... uh...―balbuceó con cierto nerviosismo.

―¡Demonios!―se quejó Toph, y subió a otro tronco―. ¡Se un hombre! ¡Ve, tómala entre tus brazos y bésala hasta que no respire!―exclamó, parándose firme y entrelazando los brazos en una posición militar―. ¡Deja de ser un maldito bebé cobarde!

De pronto, se sintió avergonzado. No le había mencionado nada a Toph acerca de que eso era lo que precisamente había hecho la noche anterior con Katara. La había sujetado firme sin previo aviso, y la había besado hasta que los pulmones les suplicaron por aire, solo para volver a reclamar sus labios una vez más.

En su mente, y hasta ese momento, no había parecido una idea tan desastrosa. Pero, ahora, en la forma en que la describía Toph, sonaba terrible.

¿Y si a Katara no le gustó que haya sido tan directo y brusco? ¿Y si había parecido un completo idiota pervertido? ¿Y si la había desencantado para siempre?

Una ola de inseguridades que antes no habían estado allí azotaron sin piedad al pobre chico.

―En realidad, ya lo hice―confesó, las facciones de su rostro exhibiendo la creciente ansiedad.

―¿Qué?―Toph pensó que no había oido bien. ¿Aparte de ciega, ahora se estaba quedando sorda?―. Repítelo de nuevo.

―Ya me confesé, Toph―repitió, evadiendo su mirada. Aunque, él sabía, ella no lo veía realmente―. Anoche, cuando la llevé hasta su casa.

Toph no podía dar fe de lo que estaba escuchando.

―¡Al fin!―gritó la menor, alzando los brazos al cielo―. ¿Cómo fue que tuviste los huevos y dejaste de ser una niñita llorona, Pies Ligeros? Cuéntamelo todo.

―La acompañé hasta su casa―empezó a relatar Aang, sintiendo cómo la sangre se le subía hasta las mejillas ante el recuerdo de sus acciones de conquista.

―Ajá. Eso ya me lo habías dicho, continúa.

―Y... bueno...―vaciló, nervioso y con el rostro carmín―, en realidad, algo pasó antes. Algo que dio a entender que ella me gusta mucho.

―Uy, esto va a estar bueno―murmuró Toph, inmersa en la historia―. ¿Y? ¿Qué sucedió después?

―Bueno, hablamos sobre eso. Y ella dijo que yo era muy dulce―Aang no pudo evitar que sus labios dibujaran una sonrisa, aunque temblorosa por la vergüenza, ante el grato recuerdo de las palabras susurradas por Katara―. No pude contenerme más. Le dije que todo era cierto, que estoy enamorado de ella.

Toph liberó una risilla gustosa y triunfal, anticipando con emoción el desenlace de aquel relato.

―¿Y luego?

―Luego...―tragó saliva―. La tomé por la cintura y la besé. Dos veces.

―¡Sí!―chilló ella y estampó su puño en los omoplatos del chico, provocandole una exclamación de dolor―. ¡Así se hace, Pies Ligeros! Y yo que pensé que morirías solo y virgen.

Aang siseó, intentando alcanzar y sobar la espalda adolorida.

―¿Así que ahora son novios? No puedo creer que la Reina Azucarada no me haya dicho nada―se quejó Toph, ofendida―. Pensé que éramos amigas, o algo así.

―Uh... respecto a eso―el chico rió nerviosamente.

Toph lo observó con suspicacia.

―¿Qué?

Aang suspiró derrotado.

―Todavía no me ha dado una respuesta, a decir verdad―admitió, decaído y entristecido tiernamente―. Creo que lo arruiné, Toph.

La chica resopló con fuerza, sacudiendo inevitablemente los cabellos negros que colgaban sobre su rostro.

―Tonterias. La Princesa está tan loca por ti como tu lo estás por ella.

Aang levantó la cabeza y un rayo de esperanza brilló en aquellos ojos grises como el acero.

―¿En serio lo crees?

―Por supuesto―aseguró ella―. ¿Acaso no viste cómo te devoraba con la mirada mientras te desvestias?―se burló divertida―. ¿Y todo lo que hizo para sacarte del Templo? Espíritus, no pensé que vería alguna vez a Katara tan furiosa como hoy. Esa chica estaba dispuesta a quemar el lugar si hacia falta, con tal de sacarte de allí.

Aang soltó una risita, encantado. Sabía perfectamente que Katara podía llegar a ser muy obstinada cuando se proponía lograr algo.

Y eso era algo que adoraba de ella.

Ahora se sentía un poco mejor.

―Terminemos de buscar ese dichoso collar para que puedas volver bajo las faldas de la Reina Azucarada.

Y en ese instante, el pequeño alivio fue desplazado junto al breve olvido, trayéndolo sin compasión alguna de vuelta a su realidad.

―Acerca de eso―musitó él―, quería pedirte un último favor. Una vez que lo encuentre, necesito que se lo entregues a Katara.

―¿Por qué no lo haces tú?―refutó ella, subiéndose nuevamente a otro tronco hueco―. Ni sueñes con que sea tu paloma mensajera, Cabeza de Aire.

Sin embargo, cuando Toph se volteó al no oir respuesta, no le fue necesario usar lentes para poder ver, aún entre la tenue iluminación, la sombría y seria expresión del chico.

Algo no estaba bien.

―Mañana me iré, Toph―reveló, sintiendo el nudo queriendo formarse en su garganta―. Está decidido. Afiko es mi nuevo tutor y mañana me enviarán al Este para seguir con mi preparación. Al amanecer, debo regresar al Templo.

Toph no dijo nada, y Aang simplemente siguió con su tarea.

Y es que si decía algo más, si dejaba de tensar la mandíbula y de morderse la lengua para no ceder ante la tristeza que lo carcomía por dentro, se rompería allí mismo.

―No lo harás―sentenció Toph.

Aang alzó una ceja, y esta vez se armó de valor para voltear hacia ella. La chica se encontraba firme de pie sobre el hueco esqueleto del viejo árbol.

―¿Qué?

―No te irás, Pies Ligeros―declaró―. Cuando estuve allá arriba, con este monje que parecía un pejelagarto...

―¿Afiko?

―Sí, ese. Cuando hice mi espectacular actuacion―se jactó ella―, Gyatso llegó hirviendo de furia. ¡Hubieras visto cómo reaccionó el pejelagarto! Estaba tan asustado que creo que se orinó encima―dijo riendo de forma vil ―. Gyatso proclamó a los cuatro vientos que no podían llevarte así como así, que estás bajo su cuidado y que no permitiría que te envien lejos en contra de tu voluntad.

Una chispa de alegría y orgullo se encendió dentro de él. ¿Gyatso había ido a buscarlo? ¿Y había dicho todas esas cosas asombrosas por él?

―¿De verdad?―dijo, aún sin poder creerlo.

Entonces, ¿eso significaba que podía quedarse? ¿Realmente tenia permitido hacerlo?

―Por supuesto―afirmó Toph con aplastante seguridad―. Y en todo caso, compraré el Templo si hace falta. No, ¡la organización entera! Los Beifongs tenemos empresas de lujo, fábricas, estamos en el negocio inmobiliario e incluso somos dueños de un equipo de fútbol. Pero no tenemos templos―dijo, contando cada uno de sus activos con los dedos―. Sí, incluso puedo comprarlo yo misma. ¿Cuál crees que sea su precio? ¿Un billón de dólares? ¿Diez, tal vez? No importa, puedo comprarlo con mi mesada. Y estoy segura que recuperaré mi inversión en poco tiempo, los fieles suelen dejar muy buenas ofrendas si sabes cómo seducirlos para que lo hagan.

Para el muchacho fue imposible no reir ante la ya encendida ambición de su amiga. Eso, y la emoción de saber que no tendría que irse con Afiko, ni que estaba condenado a una vida de golpes y azotes.

―Eso es muy amable de tu parte, Toph.

―Si, si, ya deja de llorar, Pies Ligeros. Guárdate las lágrimas para cuando la Princesita te rechace.

―Espera, ¿qué?―Aang palideció―. ¡Pero dijiste que...

―¡Ah!

El grito agudo cortó abruptamente al muchacho.

El tronco sobre el cual Toph se había parado no soportó más su peso y se quebró de un costado, haciendo que la chica aterrizara sobre su trasero.

―¡Toph!―exclamó, acudiendo en ayuda de su amiga―. ¿Estás bien?

―Ugh―masculló ella―. Si, estoy bien. Eso creo―murmuró, aceptando a regañadientes la mano que le extendía el muchacho.

Sin embargo, cuando quiso pararse, algo se lo impidió.

―Mi pie―dijo, su voz reflejando claro fastidio. Toph forcejó con su pierna pero no había caso―. Maldición, estoy atrapada.

Aang no comprendía, así que iluminó con la linterna del celular hacia los zapatos de la chica.

El pie de Toph había quedado cautivo en aquel lugar exacto donde el traicionero suelo parecía haber cedido, creando un hoyo angosto en la tierra que mantenía aprisionada la extremidad de la muchacha. El suelo le llegaba al nivel de encima del tobillo, pero parecía estar en una posición incómoda y difícil, además de que aparentaba estar ceñido junto a pequeñas ramas y restos del tronco debido al estrecho y escaso espacio que había allí.

―¿Te duele?

―Puedo soportarlo.

―De acuerdo―Aang sujetó ambas manos femeninas―. Te tiraré. No parece ser demasiado profundo.

Toph asintió.

―Uno, dos, ¡tres!

―¡Uugh!―ella liberó un quejido.

Aang tiraba de ella con fuerza, mientras Toph se apoyaba en su pierna sana. Sin embargo, por más que intentara, el pie no salía.

El chico lo intentó de nuevo, esta vez ejerciendo tirones cortos pero progresivos y continuos. Mas, fue inútil, y tan solo terminó hiriendo a Toph.

―¡Espera, detente!―gritó ella―. ¡Duele!

Aang se detuvo de inmediato, preocupado.

―Algo me está raspando―dijo Toph―, me corta.

El muchacho se agachó y alumbró una vez más, acercándose.

Las ramas y pedazos de madera astillados del tronco quebrado habían comenzado a clavarse en la piel expuesta entre el pantalón y las zapatillas de la chica. Aquellas puntas filosas ya habían comenzado a arañar la pierna, seguramente producto del constante forcejeo, rompiendo la piel y dejando un rastro de líneas rojizas y brotantes de sangre.

Parecía sumamente doloroso.

―¿Es muy malo?

Aang vaciló.

―No...―mintió―, no lo es. Intentaré quitar la mayor cantidad de ramas, y entonces volveremos a intentar sacarte, ¿de acuerdo?

Toph aceptó.

El joven monje cumplió con lo prometido, sacando todo los estorbos que pudo. Sin embargo, la madera era dura y habían entrando en una posición torcida en el espacio reducido, por lo que le fue dificultoso.

Aang volvió a tirar de los brazos de Toph, pero parecía no tener ningún impacto. La muchacha soltaba quejidos y exhalaciones desordenadas por el dolor en su pie y el ardor de los musculos al ser estirados.

Aang pronto vio que no había mayor resultado, así que decidió probar medidas desesperadas. Abandonó los brazos de Toph, solo para tomarla de la cintura y echarse para atrás, clavando los pies en el suelo.

―Sujétate―masculló él. Toph obedeció, sosteniendose firmemente de los hombros del muchacho.

Pero ella ya estaba afligida por los punzantes y constantes desgarros de las astillas en su piel. Y cuando sintió el líquido escarlata recorriendo tibiamente sobre su tobillo, se desesperó.

Instintivamente, buscó la forma de aferrarse al cuerpo del chico y usarlo de apoyo para poder liberarse de una vez. Enroscó su pierna sana alrededor de Aang, y empezó a impulsarse hacia arriba.

―¡Toph, para!―gruñó él.

Toph empezó a moverse inquieta, desesperada y en pánico, y entre el revoltijo de movimientos el celular cayó al suelo, aterrizando del lado posterior donde se ubicaba la linterna, quedando así todo el sitio en penumbras.

―¡Sácalo, sácalo!―suplicó, adolorida―. ¡Me estás lastimando, Pies Ligeros!

Aang se encontraba encrucijado entre intentar liberar el pie apresado y mantener el equilibrio con una revoltosa Toph que no dejaba de menearse encima. Además, la negrura de la noche no era de mucha ayuda.

Justo en ese instante, sintió un tirón en sus pantorrillas. Entendió que probablemente las heridas en sus piernas estaban abriéndose nuevamente a causa del esfuerzo realizado, y agradeció internamente a los Espíritus porque, al menos, el efecto de la medicina que había tomado hacia una hora seguía intacto. De caso contrario, estaba seguro de que aquello dolería como los mil demonios.

―¿Quieres quedarte quieta?―ordenó, entre respiraciones agitadas―. Es la primera vez que hago algo como esto, Toph. Colabora.

Mientras Aang luchaba con todas sus fuerzas para sostener a Toph y poder acabar con todo aquello, un auto pasó por la carretera en la base de la montaña, regalándoles claridad por solo un breve momento.

Descendió como pudo, tomó la pantorilla de la chica, y tiró.

Finalmente, la tierra cedió y la soltó. El par cayó de espaldas al suelo en un golpe seco.

―Lo logramos―habló Aang, agotado, mientras se permitía yacer alli unos segundos. Su pecho subía y bajaba con rapidez, en busca de recuperar el aliento.

―Si...―dijo Toph ―. ¿Por qué demonios está tan oscuro?

Aang estiró las manos y tanteó a ciegas por donde recordaba que el telefono había caído, hasta que lo encontró y lo levantó. Justo en ese momento, en el que la linterna apuntó luz, vislumbró un pequeño destello.

Entrecerró los ojos para ver mejor.

Allí, a unos metros a lo lejos, un punto azul con plateado que centelleaba según la trayectoria del sol artificial del celular.

Sintió el júbilo llenarlo por dentro.

―¡Toph, lo encontré!

[...]

Katara no había podido dormir en toda la noche. Con los ojos hinchados, el amanecer la había alcanzado y ahora en su interior solo quedaba el fuego de la rabia.

Estaba destrozada.

La escena que habia presenciado aquella noche se había grabado a pulso en su mente. Su cerebro la habia repetido cruelmente mil veces, una y otra vez, como si quisiera abrir aún más la llaga de su corazón.

Tan solo recordar la imagen y el sonido de Toph y Aang haciendo... eso le causaba naúseas, la garganta se le cerraba, y el pecho se le contraía hasta asfixiarla.

Y, una vez más, percibió el ya tan conocido escorzor tras los párpados.

No, se negaba a llorar de nuevo. Aang no se merecía que llorara por él.

Katara sorbió su nariz, acurrucándose en posición fetal, oculta por completo bajo las mantas.

Aang.

¿Por qué? ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué Toph y él... No podía ni siquiera pensarlo, mucho menos mencionarlo, sin que un sollozo se le escapara de los labios.

Ella había pensado que él la amaba. ¡Incluso él se lo había dicho el otro día! Katara no comprendía.

Quizás, solo fue un malentendido.

Pero lo que había visto desmoronaba aquella esperanza por completo.

Era tan claro como el agua. Toph y Aang estaban enredados, él la sostenía. ¡Por todos los Espíritus, incluso Toph hacía todos esos ruidos vergonzosos!

Las pruebas eran sólidas. Sin embargo, algo dentro suyo la mantenia confundida, un sentimiento en lo más arrinconado al fondo de su mente le susurraba que debía estar equivocada.

Muy en sus adentros, ella conservaba la confianza en que Aang era incapaz de haberle mentido y haberse burlado de ella.

Y por eso, se odiaba a sí misma aún más.

¡Aang la había engañado! Se había follado a Toph en medio de la montaña. ¡Katara había ido hasta ese estúpido Templo lleno de viejos decrépitos para rescatarlo! ¡Incluso él la había abrazado con tanto afecto unas horas antes! ¡¿Y aún así no dudó en cogerse a su amiga después?!

¿Dónde estaba el amor que le había profesado tan tierna y encantadoramente aquella noche?

Recordó entonces que Aang se había ido con Toph también el primer día que llegó a este tiempo. ¿Habría sido aquella ocasion un encuentro secreto? ¿Desde cuándo estaban juntos?

Katara liberó un sollozo débil, y un par de hilos acuosos cayeron por su rostro.

Y lo peor de todo era que, en realidad, no lo odiaba. No podía odiarlo.

Todavía permanecía tonta y apasionadamente enamorada de Aang.

Aún si le había roto el corazón en mil pedazos.

De pronto, sintió que los párpados le pesaban como plomo y, completamente agotada del cúmulo de emociones que viajaban en su interior, acabó rendida ante la tentación de Morfeo.

Cuando Sokka la despertó horas después, llamando a su puerta para irse juntos a la escuela, ella mintió y se resguardó en la excusa de que no se sentía bien.

La morena pasó aquel día encerrada en su habitación, sumida en la angustia, la ira y la tristeza.

Al día siguiente, la rutina se repitió, y Katara se negó nuevamente a presentarse en el mismo ambiente que Aang.

No tenía el valor de enfrentarse a él.

Sin embargo, su masoquista sufrimiento se vio obligado a llegar a su fin.

Sokka había empezado a preocuparse. Katara casi no comía, y estaba de un humor de perros. Bueno, lo último era normal, pero su instinto de hermano mayor le indicaba que algo andaba mal.

Además, debía entregarle aquel objeto que tenia en el bolsillo.

Tocó la puerta.

―Voy a entrar―avisó, y esperó un par de segundos antes de ingresar.

Katara se hallaba envuelta en un manojo de mantas, ojeras evidentes bajos sus azules ojos y los mechones rebeldes y descuidados sobresalian de su capa de sábanas.

―Hey―murmuró Sokka, tomando asiento en el borde de la cama.

―Te dije que queria estar sola―musitó Katara, ajustando su agarre en las mullidas telas.

―Has estado sola durante dos días―objetó el mayor―. Añade un par de felinos, y te convertirás en una ermitaña de los gatos.

Katara bufó.

―Katara― habló su hermano con suavidad―. Sabes que puedes confiar en mi, ¿verdad?

Katara guardó silencio.

―Sé que desde que murió mamá te has quedado sola.

―Ambos nos quedamos solos.

―Sí, lo sé―dijo Sokka, arrugando la comisura de los labios en una mueca―. Pero tú eras muy cercana a ella.

El silencio reinó en la habitacion por un momento.

―Si tienes algo de lo que quieras hablar...―empezó a decir él, rascando su nuca, nervioso en busca de las palabras adecuadas―, puedes hablar conmigo. Sé que probablemente haya cosas de... chicas. Cosas que sería mejor y MUCHO más cómodo hablarlas con mamá, pero ella ya no está. Yo si. Y soy tu hermano mayor, Katara. Te quiero, y quiero verte bien, no convertida en el monstruo del armario, ojeroso y feo, que veo delante mio ahora―dijo lo último, en tono burlón, logrando hacer que una diminuta sonrisa se dibujara en los labios de su hermana.

La muchacha lo reconsideró unos minutos antes de responder.

―Hay cosas que no puedo contarle a mi hermano mayor.

¡Y es que no podía hablar sobre aquello con Sokka!

―Entonces, finge que soy una chica―sentenció y soltó su cabello, el cual ya suelto le llegaba a la altura del mentón en una imagen que enloquecería a muchas jovencitas. Él tomó un accesorio para el cabello de la mesita de luz de Katara y se lo colocó en un costado, sujetando el mechón de forma graciosa―. ¡Hola, Katara! Soy Sakito. ¡Seamos mejores amigas por siempre!―dijo, pronunciando con una voz aguda y ademanes exagerados.

Katara no pudo evitar reir y se reincorporó, sentándose en su lugar.

―Oh, pero por favor no me hables de tu vida sexual. Todo menos eso, te lo suplico. No quiero imágenes mentales de mi hermanita siendo profanada.

―Pero, ¿y si es eso de lo que quiero hablar?―preguntó ella con aparente genuina inocencia, elevando una mano a su boca.

Sokka arrugó la nariz, esbozando una cara de asco.

―Ugh, Espíritus, por favor no―imploró para si mismo y suspiró―. Bien, adelante, pero que sea rápido ¡y sin detalles!―indicó, sacudiendo la mano para que continuara.

Ella rió nuevamente, sin poder contenerse.

―¡Dime que estabas bromeando!

―Por supuesto que si, Sokka―dijo y cruzó los brazos aún con la sonrisa pegada en el rostro―. ¡No quiero hablar de sexo con mi hermano!

―¡Gracias al cielo!―exclamó él, alzando los brazos―. De acuerdo, prosigue, entonces―dijo, colocando una pierna sobre la otra y sus manos sobre la rodilla de manera elegante y fina―. ¿Qué te aqueja, hermanita? Díselo todo a tu asombroso, genial, y muy masculino hermano mayor.

―¿Qué es eso?―Katara desvió hábilmente el tema de conversacion, señalando aquello que sobresalía colgante del bolsillo de Sokka.

―Ah, es verdad―murmuró, sujetandolo y se lo entregó a la muchacha―. Aang me dio esto, es para ti.

Era un collar. Hecho a mano, las perlitas que simulaban ser de cristal transparente, atravesadas por un hilo de tanza, intercaladas justo en el medio por una mas grande en forma de gota del color azul vidrioso precioso.

Era hermoso.

Se notaba el trabajo delicado y paciente en hacerlo.

Lástima que venía de un mentiroso.

―Está muy preocupado por ti―confesó Sokka―, y fue peor cuando hoy tampoco fuiste a la escuela. Me preguntó si estabas enferma.

Katara desvió la mirada, sin decir nada.

―¿Sabes? Me dijo algo que me pareció muy extraño―continuó el mayor―. Mencionó que no te llegaban sus mensajes y que no respondias sus llamadas. Lo cual, creo yo, es imposible. Vives con el teléfono al lado.

La muchacha refunfuñó. Sokka estaba en lo correcto. Había bloqueado a Aang desde el principio.

―Katara...

―Bien, de acuerdo―lo cortó ella con rudeza―. Mi problema es con él, ¿sí? No es de tu incumbencia.

―Lo es cuando llevas encerrada dos días―suspiró―. Escucha, creo que deberías hablar con Aang. Sea lo que haya sido, si él hizo algo malo, no parece que sea consciente de ello. Somos hombres, Katara, si no nos dicen qué hicimos mal, ¡jamás lo sabremos!

―Pues deberían.

―Quizás, si―concordó él―, pero hasta entonces, sería bueno que se lo hagas saber para que se entere y pueda disculparse. Arreglen las cosas entre ustedes. No puedes huir por siempre, Katara.

Y con eso, Sokka se retiró para dejarla tranquila.

La muchacha de ojos zafiro se recostó nuevamente, observando el collar entre sus dedos.

Sin duda, era una pieza única.

Le entibiaba el corazón al saber que Aang la había hecho por su propia cuenta. Era un regalo tan tierno...

Pero la amargura de la traición no dejaba de perserguirla.

―He visto estas perlas pequeñas antes, en algún lugar...

Y entonces, lo recordó.

Las perlitas estaban en la caja donde había encontrado el diario de Aang.

[...]

El aire estaba pesado, y el cielo nublado. Era evidente que la lluvia llegaría pronto, más no se sabía exactamente cuándo.

Katara llamó a la puerta de la casa de los Air. Aún si estaba herida, tenía que ser objetiva. Tenía que evitar que Aang muriera.

Debía encontrar ese diario.

La puerta de madera gruesa se abrió, dando paso a la vista de un muchacho de ojos grises como las nubes de tormenta que se acumulaban sobre sus cabezas.

―¡Katara, viniste!―dijo él, con una sonrisa radiante.

Ella no lo imitó.

―Sí, así es.

El entusiasmo y emoción del chico fueron acuchilladas en aquel instante. Katara hablaba en un tono frío y distante, su expresión inmutable le dejaba en claro a Aang que ella no compartía en absoluto la misma felicidad que él por verse.

―Pasa, por favor―pronunció, aún un poco extrañado, y se hizo a un lado para que la joven ingresara a la casa.

Katara le había enviado un mensaje la noche anterior para avanzar y terminar finalmente con sus clases particulares de química. El examen sería el martes, y aquel día era sábado. El jueves y viernes, Katara no había asistido a clases y él se había preocupado muchísimo pensando en que quizás había contraído algún resfriado o alguna gripe por andar en la montaña al rescatarlo. Y es que aquel bosque y el Templo eran terriblemente gélidos en esas épocas del año por la gran altura en la que se encontraban.

Mas, cuando la chica le envió aquel mensaje, se alegró demasiado y esperó con ansias a que este momento llegara.

―Gyatso no está aquí―advirtió Aang, llevando la mano a la parte posterior de su cuello―, tuvo que salir de urgencia a una reunión con unos clientes que quieren hacer un pedido grande a su pastelería. Si eso es un problema, yo...

Aang no entendía por qué Katara parecía estar enfadada con él, o con cualquier otro motivo, pero si sabía una cosa: no quería hacerla sentir incómoda.

Y sabía que para una chica, estar a solas con un chico en una casa ajena, no la haría sentir muy segura que digamos. Él no quería significar un peligro para ella.

―No me molesta―declaró seria y procedió a sentarse sobre la alcochonada alfombra de la vez pasada.

Las horas pasaron sin pena ni gloria. El ambiente estaba tenso, frío y cortante, y no se emitieron palabras más allá de las necesarias. Cada vez que Aang quiso entablar una conversación un poco más casual, Katara lo interrumpía a media frase para mencionar el tema siguiente a estudiar, hasta que finalmente, decepcionado y triste, Aang dejó de insistir.

No obstante, el tiempo pasó a una velocidad abismal. No se percataron de ello hasta que el estómago del muchacho retumbó en la sala.

―Lo siento―se disculpó, con una sonrisa avergonzada.

―Es tarde―recalcó Katara, observando la hora en su celular, con el ceño fruncido.

―¿Te... gustaría cenar antes de irte?―preguntó él, cauteloso y nervioso―. Puedo preparar algo rápido para los dos.

Katara lo miró sorprendida, y sus ojos lo analizaron un momento.

Finalmente, ella esbozó una pequeña sonrisa.

―Eso estaría bien, gracias―aceptó.

Aang no podría haber estado más feliz. Había pensando que sus miedos se habian hecho realidad, que le causaba rechazo a la muchacha, pero por suerte parecia no ser así.

La esperanza regresó a él.

―Enseguida vuelvo, ¡prepararé lo más delicioso que hayas probado jamás!―exclamó entusiasmado, su expresión ahora iluminada, poniendose de pie de un salto―. Uh, espera aquí, ¿si? ¡No tardo!

La sonrisa que tensó los labios de Aang agitó el palpitar de Katara, pero ella se obligó a si misma a ignorarlo. Debía olvidarse de que lo amaba.

Aang salió disparado en dirección de la cocina, y Katara no perdió tiempo una vez que escuchó el alboroto de ollas y sartenes.

Ella se escabulló silenciosamente por las escaleras de la vieja casa de los Air, teniendo especial cuidado al pisar con sus pantuflas, hasta alcanzar la tercera puerta en el pasillo.

La habitación de Aang.

La última vez que había estado allí fue cuatro años en el futuro, y fue entonces cuando descubrió el diario del chico. ¿Esta vez terminaría reencontrandose con aquel cuaderno, ahora si, completo?

Inhalando una respiración profunda, su mano bajó la manija.

Lo primero que llegó a ella fue el aroma fresco y acogedor que poseía Aang, en gran cantidad. La luz del pasillo iluminaba en forma de manchones la habitación oscura por la hora nocturna.

Katara puso un pie adentro y luego otro. Se apresuró en su tarea y encendió la luz del lugar, para después agacharse debajo de la cama. Allí había encontrado la cajita de madera la última vez.

―¡Sí!―susurró triunfante.

Sin embargo, cuando estiró el brazo y logró sacar la cajita y abrirla, se dio con algo que no esperaba.

―Está vacía.

¿Dónde estaba el diario?

Se le acababa el tiempo. Frustrada, abandonó la alcoba del muchacho y regresó sigilosamente a la sala.

La cena transcurrió mayormente en silencio, para pesar del muchacho, hasta que él notó cierto detalle.

―Lo estás usando―dijo, feliz de aquel hecho.

―¿Eh?

―El collar―señaló él―, me alegra que te haya gustado.

Katara llevó los dedos hasta su cuello. Se había colocado el collar que Aang le había regalado por medio de Sokka.

El muchacho parecía realmente ilusionado al verla portarlo.

―Es muy bonito...―admitió ella―. Gracias.

Aang sonrió con cierta timidez y asintió antes de seguir comiendo. Esta vez, mucho más alegre.

De repente, el sonido retumbante de gotas cayendo a gran velocidad llenaron la casa. Había comenzado a llover a cántaros.

Katara sintió su cuerpo endurecerse, la incomodidad empezando a abrirse paso dentro de ella. La lluvia la ponía nerviosa.

―Llamaré a Sokka―dijo, tragando saliva e intentando disimular su condición.

Pero el moreno no respondió sus llamadas.

―Será difícil conseguir un taxi con esta lluvia―mencionó Aang, echando un vistazo por las cortinas.

Y es que la humedad se había concentrado de forma tal que el cielo parecía querer caerse. Las gotas caían con violenta gravedad contra la tierra, las calles quedando pronto repletas de agua.

―Maldita sea, Sokka―se quejó en voz baja.

―Puedes quedarte aquí esta noche―propuso el chico―. Dormirías en mi habitación y yo en la de Gyatso―aclaró rápidamente.

Katara lo pensó un momento. ¿Qué otra opción tenía? Sokka no contestaba el teléfono y no tenía otra manera de volver a casa, así que aceptó el ofrecimiento del muchacho.

Aang pronto preparó la recámara para ella. Mientras Katara tomaba un baño, el chico se dedicó a cambiar las sábanas y asegurar todo para que aquel sitio sea lo más confortable posible para su amada.

Al salir de la ducha, la chica ya vestida se acercó al cuarto. El joven monje se encontraba allí, terminando los últimos detalles, juntando las sábanas sucias entre sus brazos.

―Oh, ya terminaste. ¿La temperatura del agua estuvo... uh―Aang había empezado a hablar, pero cuando se giró a verla, su lengua pareció haberse enredado ridículamente.

Frente suyo tenía a una Katara vestida con las ropas que él le había prestado para dormir. El cabello aún levemente húmedo caía sobre sus hombros, la camiseta algo grande y amplia, igual que los pantalones cortos, le quedaba casi de vestido, revelando sus largas y esbeltas piernas. Verla ahí, usando su ropa, en una imagen que a Aang le pareció muy atractiva, hizo que las mejillas del muchacho se colorearan de un suave tono rosado.

No podía apartar la mirada de ella.

―Gracias de nuevo por esto―las palabras de Katara lo sacaron de su ensoñación―, fue muy amable de tu parte dejarme quedarme.

―N-no hay problema―dijo, recuperando la compostura en cierta parte, apretando las sábanas contra su cuerpo, y sonriendo titubeante―, si necesitas algo, dime.

Katara asintió.

Cuando la muchacha se quedó sola, cerró la puerta. Extendió su ropa sobre el respaldar de la silla, dejó el collar en la mesa y se quitó los pantalones cortos que portaba.

Me quedan enormes. La camiseta es suficiente para dormir.

Ahora sí más cómoda, se dispuso a buscar el diario. Revisó los libros de la biblioteca, los cajones del escritorio, incluso los de la mesita de luz. Escudriñó debajo de los muebles, tras de ellos y dentro del armario, entre las prendas de Aang e incluso en el cajón de la ropa interior.

Pero no halló nada.

Estaba arrodillada en el suelo, intentando revisar una vez más debajo de la cama por si lo encontraba tirado por ahí en algún rincón que no hubiera visto, cuando de repente, un destello del exterior iluminó por completo la habitación.

E inmediatamente después, un sonoro trueno explotó con detonante crudeza, haciendo temblar toda la estructura.

La muchacha, completamente aterrorizada, encogió las piernas y se refugió en el primer rincón que encontro.

Y luego, otro estruendo del cielo.

¡KRAAKABOOM!

Abrazó sus rodillas, escondiendo el rostro entre su piernas, sujetandose con tal fuerza de ellas que las articulaciones se le quedaron trabadas, esperando atemorizada el siguiente retumbar entre sollozos.

Katara le temía a las tormentas.