La Eruhantale
-Señor, ya esta todo listo para emprender la caminata- dijo uno de los sirvientes a el Rey, mientras éste acomodaba el broche de oro que sostenía su capa azul oscuro de terciopelo.
Tar-Minastir se encontraba parado en las escalinatas de la puerta principal de palacio, con su hijo, Ciryatur a su lado, quien había llegado semanas antes de uno de sus numerosos viajes por el Gran Mar, y un séquito de Hombres y Mujeres pertenecientes a la corte se agrupaban en las grandes puertas de palacio esperando a que el Rey diera la orden para comenzar la procesión hasta el Meneltarma.
Mientras el monarca seguía reacomodando su broche con su mirada ausente dirigida a los jardines que se desplegaban frente a el, se acercó Almandur con una sonrisa agradable desplegada en sus labios, el Maestro Herrero llegó ataviado con una túnica verde bosque y unos pantalones de cuero y sus cabellos rojos trenzados para alejarlos de su hermoso rostro. Minastir lo saludó de buen grado pero notó que el Herrero perdía su mirada entre la multitud tras de ellos como buscando a alguien y notó que su semblante se había tornado serio y emanaba un grado de nerviosismo que rara vez era evidente en los Eldar.
-Que gusto que nos acompañes con tus herreros hoy, Almandur- dijo Minastir llamando la atención de los ojos azules del Herrero quien le sonrió y asintió con su cabeza.
-Es un honor para nosotros participar en esta tradición tan importante para Numenor- dijo el Herrero aun dando miradas sobre el hombro del Rey, aun forzando una sonrisa amable.
-Ha de ser una tradición extraña para los Eldar ya que ustedes no acostumbran a venerar a Eru mas allá de nombrarlo en sus canciones- continuó el Rey, quien no pudo evitar volver su mirada tras de él al ver los ojos inquietos de Almandur- ¿Buscas a alguien?
Almandur abrió su boca para contestar en el momento que Minastir sintió como una delicada mano tomaba su brazo por sus espaldas, y el conocido aroma llenó el ambiente.
-Buenos días- dijo Silmarien llegando al grupo de nobles, sus largos cabellos estaban entrelazados en un medio recogido y a su vez en la bella y sencilla tiara de oro que le ceñía la frente, sus vestidos color vino se adornaban con un cinturón de oro que se posaba grácilmente a la altura de sus caderas.
-Te estábamos esperando- dijo Minastir saludando a su hermana con una sonrisa y besando su mejilla, ella le sonrió pero volvió a su semblante habitualmente serio cuando descubrió al pelirrojo Elda a espaldas de su hermano- quiero presentarte a el jefe de los Herreros que nos visitan de Lindon.
-Ya nos conocemos- interrumpió Silmarien desplegando una sonrisa falsa a su hermano, Minastir la miró inquisitivamente antes de volver sus ojos grises al Maestro Herrero pidiendo una explicación silenciosamente.
-Tuve el placer de conocer a la Princesa ayer por la tarde cuando estaba paseando por los jardines- dijo Almandur poniéndose a la par del Rey para entrar en el círculo de conversación. El Elda no estaba seguro si las demás personas podían sentir la tensión en el aire tanto como el la sentía.
-Me alegro que ya se hayan presentado, no pensé que hubieras tenido la oportunidad dado que llegaste ya muy tarde, Silmarien- dijo Tar Minastir en una leve reprimenda a su hermana quien solo entornó los ojos negando delicadamente con su cabeza.
-Es incluso sorprendente que haya llegado siquiera- añadió Ciryatur sarcásticamente y Silmarien lo miró como si lo pudiera estrangularlo con la mirada.
-Lo mismo podría decir de ti, querido sobrino- dijo Silmarien clavando sus ojos grises en el Heredero del Rey- Apenas y se ve al Heredero del Rey en las tierras que algún día va a gobernar, no querrás que la historia de Aldarion y Erendis se repita- una sonrisa de suficiencia se dibujaba en el bello rostro de la princesa mientras hablaba- ¿Qué nuevas hay del sur de la Tierra Media? ¿O trataste de llegar a Tol Eressea?
-Sé donde esta Tol Eressea pero no me atrevería desafiar a los Valar, en cuanto a mis hábitos como el Heredero del Rey, es algo que no debería de preocuparte si al mismo Rey no le molesta- dijo Ciryatur adoptando un tono serio.
-Y esto es lo que pasa cuando tienes a una hermana que es casi de la misma edad que tu hijo- dijo Minastir mirando reprobatoriamente a Silamrien y a Ciryatur- se pelean como si fueran hermanos, me imagino que es algo que también pasa entre los Eldar.
-Si, es algo común, los gajes de poseer una larga vida- dijo Almandur al ver que el Rey se dirigía a él, pero con cautela para evitar ofender nuevamente a la princesa, quien posaba su gélida mirada sobre sus ojos azules.
Un guardia del Rey se acercó a avisar que todo estaba listo para comenzar la procesión al Meneltarma, todos los asistentes habían llegado y la hora se acercaba, Minastir asintió y volvió hacia su hermana y al grupo para empezar a dar indicaciones.
- Silmarien, cabalga al lado de Almandur, me gustaría que le dieras una breve explicación sobre nuestra tradición- Almandur y Silmarien se miraron mutuamente, y la doncella suspiró entornando los ojos, gesto que pasó desapercibido para su hermano ya que se había vuelto al numeroso grupo para vocear sus órdenes.
-Sigueme por favor- dijo la princesa bajando las escalinatas de palacio elegantemente para acercarse a su montura, que un mozo de cuadra tenía lista para ella.
Almandur la miraba atentamente tratando de leer entre líneas el ánimo de la princesa que a escasas horas había declarado su enemistad hacia él. Silmarien tomó las riendas de Alqua que el encargado de los establos reales le ofrecía, y acarició su testuz sonriendo, volvió a su espalada al Elda que la había seguido y la esperaba paciente con las manos entrelazadas detrás de él, este se precipitó hacia ella para ofrecer su mano y ayudarla a montar, pero ignorándolo completamente, puso un pie en el estribo y se impulsó para quedar montada en posición de doncella, como lo hacían las damas de la corte.
-¿Aun sigues molesta conmigo?- inquirió Almandur a la princesa quien lo miró inexpresivamente desde arriba de su montura.
-¿Por qué lo estaría? No es como que te haya escuchado hablando mal de mí con otra persona- dijo Silmarien sarcásticamente.
-Si lo estas- confirmó Almandur, ofreció las bridas del corcel a Silmarien y caminó hacia el suyo chasqueando la lengua.
El grupo de orfebres Noldor había estado esperando a su jefe, cuando este se acercó montado en su caballo café cobrizo, y luego dio indicaciones de que lo siguieran y estuvieran atentos a cualquier otra orden.
-El Rey me ha pedido que cabalgue junto a la princesa, quédense cerca de mí en caso de que tenga que darles alguna indicación, es una fecha muy especial para los Numenoreanos y no quiero incurrir en ninguna falta de respeto.
-Entendido- dijeron al unísono
- ¿Pasa algo? No te ves de muy buen humor- dijo un rubio noldo que se había acercado.
-¿hmm?- Almandur miraba de lejos a la princesa que estaba junto al Señor de Andunie y su doncella de compañía, una delicada sonrisa se desplegaba por el blanco rostro de Silmarien. Deseó tener el poder de provocar esas sonrisas, estar enemistado con la hermana del Rey lo ponía en una situación de lo más incómoda- No me pasa nada, Aranwe.
El Elda miró a su alrededor la multitud de gente que se encontraba alistándose para partir, y la hermosura de los árboles y sus hojas que caían arrancadas por el viento le aligeró un poco el corazón. Armenelos era una ciudad hermosa, una ciudad de Reyes, y el palacio de Tar-Minastir era el edificio más bello de todos.
Toda la gente subió a sus monturas y salieron de los campos de palacio con el Rey y su familia al frente de la gran comitiva. Pronto estuvieron en las afueras de la ciudad y en cuestión de una hora habían alcanzado las faldas de la Montaña Sagrada y sus primeras colinas. Ahí otro numeroso grupo de personas esperaban al Rey con la intensión de seguirlo hasta la cima de la Montaña y escuchar las palabras de Gracias a Eru.
Aunque el Rey había pedido explícitamente a su hermana que cabalgara al lado del Maestro Herrero con el fin de que lo informara acerca de esta tradición en particular, la princesa se había mantenido en silencio, solo mirando hacia el frente con su habitual expresión taciturna, Almandur lanzó sus ojos hacia ella varias veces durante el trayecto a la montaña, en un intento de encontrar conversación, pero las palabras morían en la punta de su lengua, solo pudo ver por breves instantes que las manos que a simple vista parecieran sujetar las riendas con fuerza, en realidad estaban temblando.
La comitiva que venía montada bajó de sus corceles y dieron paso al Rey que encabezaría la procesión. Tras Tar- Minastir se posicionó Ciryatur de la mano de su esposa, y después de ellos Silmarien tomó su lugar con Almandur a su lado, Valandil como Señor de Andunie los seguía junto con Miriel, y el resto de los nobles y el pueblo que había llegado a acompañarlos. El Elda miró hacia tras y se asombró de ver la larga fila de cuerpos congregados para subir la Montaña Sagrada con el Rey.
-En unos momentos más Minastir dará la orden de guardar silencio- susurró Silmarien a Almandur sin dirigirle la mirada, como una tarea a la que la han obligado a hacer- subiremos hasta la cima caminando, y solo escucharas nuestros pasos, ni un sonido debe salir de la boca de nadie, todos marcharemos en silencio.
Al ser pronunciada esta última palabra el Rey caminó hacia el amplio sendero rocoso, y volviéndose hacia la multitud levantó su mano en alto para indicar que la marcha del silencio comenzaba, después se viró enfrentando el camino y comenzó la procesión.
La multitud caminaba tras Tar-Minastir portando un solemne respeto, sus miradas se mantenían firmes al frente siguiendo el sinuoso camino rocoso que representaba la historia de Numenor, El Rey representaba el liderazgo, y los convocados representaban el Pueblo de Numenor que seguía a ciegas a su regente por caminos empinados hacia la gracia y beatitud de Eru Iluvatar.
Habían caminado por algún tiempo cuando la ciudad empezó a mostrarse lejana allá abajo en la tierra, y la Torre del Rey se veía como una aguja recortada en el paisaje. Almandur se sorprendió del profundo respeto que los Numenoreanos le tenían a esa tradición, y mirando momentáneamente tras de si, se dio cuenta que su grupo de Herreros estaban igual de maravillados y conmovidos. De pronto las Águilas comenzaron a darles la bienvenida porque ya se estaban acercando a la cima plana de la Montaña Sagrada, y las enormes aves revoloteaban cerca de ellos alentándolos a seguir su camino, los cabellos y ropas de los congregados ondeaban con las fuertes ráfagas de viento que provocaban las enormes alas de las águilas, y los estridentes chillidos llenaban la atmosfera, pero nadie abandonó su porte solemne.
Por fin habían alcanzado la cima y Tar Minastir detuvo sus pasos cuando había alcanzado el centro de la planicie, y la gente lo rodeó expectante. La tensión de los testigos esperando el comienzo de las palabras del Rey era una entidad que flotaba en el aire, los ojos grises del Rey relucieron unos instantes y alzando sus manos al cielo comenzó a pronunciar su plegaria a Eru, su voz salía de su boca como un rió que se perdía en el aire fresco de esa mañana, y era fuerte y poderosa como una tormenta de verano, la grave voz del Rey parecía estar llena de un sortilegio que solo se podía pronunciar en la Alta Lengua de los Noldor, y quienes estaban ese día presentes de esa raza, por un momento dudaron de que el Rey perteneciera a los segundos nacidos, porque les parecía que había crecido en estatura y una luz lo rodeaba como si hubiera captado los destellos de luz de los Dos Arboles.
El tiempo parecía no tener sustancia, porque la gente no sabía si había pasado una hora o cinco minutos cuando el bello poema llego a su fin y Tar- MInastir bajó sus encumbrados brazos que habían querido rozar el cielo. Agradeció con la mirada a las majestuosas Águilas que sobre volaban la cima en todo momento, y dirigió a su gente de nuevo al camino de descenso del Meneltarma.
Así la gran comitiva regresó a la ciudad para llenar sus calles de músicas y danzas que salían alegres de las ventanas y balcones, y en todo lugar caían fragantes pétalos de flores arrojados desde los altos edificios de mármol, y en Palacio la música salía de los grandes salones y los patios estaban adornados con bellas lámparas.
-Te portaste bien esta mañana- le dijo Silmarien a Almandur mientras desmontaba, quien por segunda vez ignoraba la ayuda que el Elda le ofrecía al alzar sus brazos- solo por eso te llevaré a un lugar que no creo que hayas visitado.
-Agradezco tu consideración- dijo Almandur sarcásticamente y asintió con la palma de su mano sobre su pecho.
Silmarien solo sonrió brevemente mientras daba las bridas al mozo de cuadras y condujo a Almandur a los patios privados del Rey, dónde la música ahora se escuchaba distante, y llegaron a una muralla de piedra con un arco puntiagudo que daba paso a un patio escalonado, dónde en el centro se erguía orgulloso el legendario árbol de Numenor, Nimloth.
Sus hojas bailaban arrastradas por el viento, y eran como la nieve en una tormenta invernal. Almandur se acercó con pasos lentos, maravillado tomó entre sus dedos una hoja blanca que había caído en su hombro y sonriendo se acercó para verlo más detalladamente, su tronco sinuoso era grueso y fuerte y en su totalidad blanco, con unos sutiles destellos que lanzaba cuando los rayos del sol lo tocaban. El Elda sonrió agradecido a la doncella que lo miraba desde sus espaldas.
-¿Es verdad que se le parece?- preguntó Silmarien, pero Almandur la miró inquisitivamente sin vocalizar ni una respuesta- He escuchado decir a la gente que tu eres de los que vieron a los Dos Árboles, ¿crees que Nimloth se parece a Telperion?
Almandur volvió su mirada a las ramas de Nimloth y frunció el ceño como analizando las ramas, las hojas y ese tenue destello plateado que parecía rodearlo.
-Es un árbol de gran belleza, y no creo que otro se le iguale al Este del Mar- comenzó a decir el Elda, sus ojos parecían repasar las innumerables páginas de sus memorias- pero nunca habrá ninguno que se parezca a Telperion.
-No puedo imaginar a ninguno más bello que Nimloth- dijo la doncella emparejándose a Almandur, mientras tomaba del aire una hoja plateada y la colocaba en el tocado de su cabello.
Almandur admiró extasiado el hermoso contraste que hacia la hoja de plata contra los cabellos oscuros de la doncella, y se quedó pensativo, mirando la hoja que había atrapado y que sostenía en su palma abierta.
-Gracias por traerme a conocer a Nimloth, sé lo que significa para los Numenoreanos- dijo la profunda voz de Almandur.
-No pensabas que este gesto pudiera provenir de mi- dijo Silmarien mirándolo de reojo su rostro mayormente orientado hacia el frente, hacia Nimloth.
-Ha decir verdad, no, no me lo esperaba, pero los gestos inesperados son los que más se valoran y agradecen.
-Ya te lo he dicho antes- dijo Silmarien volviendo su mirada gris al árbol de nuevo, esa mirada que tenía un peso propio y donde se posaba parecía absorber el oxígeno- Soy orgullosa, pero no egoísta. He escuchado que te gusta la historia de Numenor, por eso te comparto este detalle- dijo Silmarien haciendo un gesto con su barba hacia el árbol- Además que me lo ha pedido mi hermano, y es el Rey y por más que me molesten sus requerimentos, tengo que hacerle caso.
Almandur rió ante la respuesta tan honesta de la princesa, y después un silencio se adueñó de ellos por unos minutos antes de que el Elda hablara de nuevo, después de que sus pensamientos habían repasado de nuevo los desafortunados acontecimientos del día anterior con respecto a la princesa.
-Quisiera que esta fuera la ocasión en que nos hayamos conocido y borrar los malos recuerdos de la anterior- le dijo Almandur a Silmarien, y ella lo miró gravemente porque el corazón se le había endurecido pero aun podía sentir un poco de piedad- Por favor, acepta mis disculpas, te prometo que nada de lo que dije era cierto, sino solo un tonto juego. Jamás te faltaría al respeto.
El silencio de la princesa se le hizo eterno aunque solo había durado un suspiro, y ésta por fin lo miró sonriendo y la niebla que nublaba su conciencia desapareció.
-Está bien, haremos como si nunca nos hubiéramos visto antes hasta este momento- Silmarien le ofreció su mano en saludo- Silmarien, de Numenor.
-Mucho gusto, Silmarien- dijo Almandur volteando la nívea mano de la princesa y posando un delicado beso en ella- Almandur, Maestro Herrero de Lindon, su fiel servidor.
Almandur miró como la sonrisa se fue desvaneciendo de los labios de la princesa y volvió a su actitud taciturna, ¿había temblado cuando la tocó? ¿O era solo su imaginación? La princesa regresó sus ojos a admirar la frondosa copa de Nimloth y Almandur sintió cómo si quisiera evitar su mirada. Estuvieron un rato en silencio y sus cabellos se llenaron de los bellas hojas del Árbol Blanco, hasta que unas voces se acercaban hacia ese jardín, y por el mismo arco que habían atravesado ellos minutos antes, se dejaron ver la figura de tres doncellas que reían entre ellas, una de las cuales era Miriel, quien saludó educadamente con una cortesía a la pareja, mientras que la doncella rubia se dirigía decididamente a Almandur.
-Espero que no interrumpamos nada- dijo Nellas mirando a Almandur y después dirigiéndose a Silmarien quien la miraba de soslayo sin darle la importancia que Nellas estaba buscando.
-Silmarien me mostraba los patios privados del Rey- La princesa respingo al escuchar su nombre dicho de forma tan familiar por el Maestro Herrero, a quien el buen humor le había vuelto porque ya había hecho las paces con la hermana del Rey- justamente me preguntaba sobre el parecido de Nimloth con Telperion.
-Una pregunta muy interesante, pero están perdiéndose de toda la diversión- dijo Nellas en un mohín y tomando la mano del Elda lo invitó a regresar a los jardines principales de palacio.
Almandur miró a Silmarien para cerciorarse de que los acompañaría, y aunque al principio la princesa no hizo ademán de moverse, Miriel intercedió tomando uno de sus brazos con una sonrisa y obligándola a integrarse al alegre grupo.
El grupo volvió a la ajetreada parte del jardín donde Eldar y Dunedain reían y tomaban juntos, incluso hasta bailaban al compás de la alegre música que inundaba el ambiente, y Nellas arrastró a Almandur al centro de uno de los claros donde ya se encontraban varias personas bailando.
Silmarien y Miriel los veían apartadas bajo el cobijo de los árboles, la dama de compañía de la princesa sabía lo mucho que le costaba estar ahí, pretendiendo que la presencia de los Noldor no le causaba el más mínimo dolor, y admiraba la estoicidad con la que estaba manejando la situación.
Minastir y Valandil, Señor de Andunie, conversaban animadamente entre ellos con copas llenas en sus manos que vaciaban rápidamente entre trago y trago. El rubio Señor de las playas del Oeste miró que las doncellas se encontraban a unos pasos de ellos y las invitó acercarse, quienes lo hicieron de muy buena gana.
-¿Por qué sus copas están vacías?- preguntó animadamente Valandil haciendo seña a un sirviente para que se acercara con el jarrón del vino- esto no es aceptable.
Miriel lo miraba con sus alegres ojos avellana, mientras Valandil llenaba su copa, y en ese momento una nueva pieza musical se elevó en el aire y al rubio caballero se le iluminó el rostro.
-Esta es mi favorita, Miriel, ¿me harías el honor de bailar conmigo?- dijo Valandil ofreciéndole su mano.
-Por supuesto- aceptó la doncella de cabellos castaños, quien lucía una bonita corona de flores en su cabeza. La pareja se alejó feliz y se unió a los danzantes dando saltos agraciados al tiempo en que las flautas y las percusiones marcaban el compás.
-Valandil está tratando de robarme a mi dama de compañía y creo que lo está logrando- dijo Silmarien mirando a la pareja acusadoramente con el ceño fruncido.
-Te aconsejo que vayas buscando una nueva, si quieres llenar esa posición porque siento que pronto estará vacante- dijo Minastir riendo.
-No creo que lo necesite, a Miriel la acepté porque al principio me obligaste y la conservé porque en verdad es buena persona, pero no necesito que me estén vigilando todo el tiempo, valoro mucho mi tiempo sola- dijo Silmarien al tiempo que le daba un trago a su copa de vidrio cortado.
-Bueno, es que en ese momento la necesitabas, no podía dejarte sola con tus pensamientos- dijo Minastir volviéndose a su hermana con un semblante más serio- creo que te ha ayudado bastante tenerla cerca.
-¿Lo crees? Yo me siento igual, solo no lo externo como antes lo hacía.
-A mi me parece que eso es un avance- concluyó Minastir y volvió su mirada a la música y la danza- ¿Cómo te has sentido con respecto a nuestros invitados?
-Como te digo, he aprendido a no externar lo que siento, pero ahora mismo quisiera estar cabalgando hacia el Oeste, pero me has pedido que me quede por un tiempo, y no te desobedeceré, pero la presencia de los Noldor avivan mi dolor, especialmente la presencia de ese- dijo Silmarien fijando su mirada en Almandur que había dejado la pista de baile y platicaba animadamente con los herreros, justamente frente a ellos, cruzando el claro.
-Creo que cualquier príncipe de los Noldor te recordará a Ereinion- Silmarien respingó al escuchar ese nombre y miró con el ceño fruncido a su hermano- Almandur pertenece a la Casa de Feanor, es pariente de la causa de tu tristeza, te lo digo para que estés enterada, y si quieres irte a esconder a algún rincón lejano de Numenor, tienes mi permiso, cualquier cosa que alivie un poco tu malestar, porque el contrato que se hizo con los Herreros de Lindon durará mucho tiempo. Solo te pido que te presentes en cada Plegaria a Eru, son solo tres veces al año.
-¿Puedo volver a la Tierra Media?- preguntó Silmarien ante la sorpresa de Minastir.
-¿A dónde irías? Las colonias del sur son salvajes aún, y en su mayor parte son terrenos inexplorados, ¿Imladris? Tú sabes que Ereinion visita seguido a Elrond, sin mencionar que le prometiste no dejar Numenor.
-Entonces estoy acorralada- dijo Silmarien con un tono de derrota en su voz.
-Silmarien, eres joven, tienes belleza, y eres una mujer inteligente, sé que Ereinion es el amor de tu vida pero date a ti misma la oportunidad de ser feliz- dijo Minastir con cariño, porque había sufrido junto a su hermana todos esos años.
-Eso trato, Minastir, pero me es muy difícil, y más con ellos aquí.
El grupo de herreros tomaba copiosamente de sus copas y se servían de los abundantes jarrones, así como todos los demás presentes en las festividades, y el alcohol empezaba a nublarles el juicio y a envalentonarse a hacer y decir cosas que sobrios no lo harían. Los Eldar se reunían en las orillas del claro junto con sus compañeros de fraguas dunedain, porque después de meses habían entablado una buena amistad y camaradería con sus hermanos de profesión.
-Ya vimos que el Gran Maestro Herrero de Lindon no ha perdido el tiempo y ya se codea con las donellas de palacio- dijo un Elda rubio, que el vino rojo ya le había subido a las mejillas.
-He tenido la fortuna de conocer a damas muy agradables desde que llegamos a Numenor- se excusó el pelirrojo Herrero.
-No seas egoísta y presentanos a las doncellas que conoces, tanto tiempo en las fraguas nos hace extrañar la compañía de una bella dama, escuchar una delicada voz entonando las canciones de las cuerdas, en lugar de los gritos y los golpes de los martillos que escuchamos todos los días.
-De haberlo pedido antes, Aranwe, mira la dama Nellas viene hacia aquí con sus amigas, permíteme presentártela- dijo Almandur, sonriendo a través de la gente a la rubia doncella, quien lo miraba de reojo mientras conversaba con un grupo de doncellas, todas con coronas de bayas rojas adornando sus largos cabellos.
-Sabes lo ambicioso que soy, me gustaría que me presentaras a la bella hermana de Tar-Minastir- dijo Aranwe con la mirada fija en la princesa que platicaba con su hermano sin la mínima sospecha de la existencia del herrero noldo- digo, si es que aun está vacante, hace unos momentos vi que se estaban retirando del ajetreo…
-Entonces es así como se hacen los chismes de palacio- rio Almandur dándole un buen trago a su copa, si supiera la realidad de la delicada relación que tenía con la princesa, Aranwe no estuviera abriendo su bocota- La princesa solo me mostró el patio donde esta plantado el Árbol Blanco, por órdenes de su hermano el Rey, y no estábamos solos, varias doncellas se nos unieron.
-Está bien, disculpa mis sospechas, pero como dice el dicho, crea fama y échate a dormir- dijo el rubio noldo con una sonrisa pícara asomando en su rostro- no sería la primera doncella a la que invitas a tener más privacidad en una fiesta…
-Estas libre de intentar acercártele- dijo Almandir levantando las palmas de las manos, aún con su copa sujeta- te deseo la mejor de las suertes, porque la vas a necesitar.
Los presentes rieron ante la respuesta del Maestro Herrero y el objetivo de Aranwe, uno de los Dunedain que lo escuchó le palmeó los hombros.
-En verdad eres ambicioso, te fijaste en la única que está prohibida, aquí donde están plantados tus pies, es lo más cerca que podrás estar de ella- dijo un dunadan riendo y sus camaradas lo secundaron.
-Creo que tengo más habilidades que solo levantar el martillo y asotarlo contra el yunque, tal vez incluso eso le llegue a gustar a la princesa- dijo el ofendido Aranwe y comenzó a caminar hacia su objetivo, pero Almandur lo detuvo poniendo una mano en su hombro con un semblante grave.
-No te recomiendo que te acerques, Aranwe, el vino te orilla a hacer imprudencias- le advirtió el pelirrojo Herrero.
-Déjalo, Almandur, que entienda por experiencia propia nuestras palabras, algunas personas no aprenden de las vivencias ajenas- dijo Hilmir, uno de los herreros numenoreanos.
El grupo observó atento como el rubio Herrero cruzaba el claro esquivando a los bailarines y se ponía de frente al Rey de Numenor, a quien hacía una respetuosa reverencia, y luego se dirigía a la princesa, quien lo veía con su habitual semblante serio, el cual no le restaba hermosura en ese día de otoño, con sus largos cabellos negros y ondulados saliendo de su medio recogido, y su alta y orgullosa figura que representaba todo lo bello que existía en la Isla. Aranwe le extendió la mano a la princesa, quien lo miró despectivamente, y desde donde estaban, Almandur pudo comprobar la cara de angustia expectante de Tar-Minastir. Silmarien solo miró severa al Elda, le dijo unas rápidas palabras a Minastir, y se alejó de la concurrencia dejando plantado a Aranwe en su lugar. El grupo estalló en carcajadas cuando el rechazado caballero volvía derrotado con sus compañeros.
-Bajo aviso no hay engaño- rio Hilmir recibiendo al derrotado Elda con una pinta de burbujeante cerveza- ¡Salud por los soldados caídos!
