After Death

Capítulo 2

Departamentos.

oooooOOOOOOOOOOOooooooooo

-Esos departamentos en los que vive Rebecca se me hacen un poco… inseguros.

Claire se encoje de hombros.

-Bueno, no es que Terra-Safe pague muy bien que digamos por los servicios de una investigadora, aunque te diré que le pagan mejor a ella que a mí, sólo por el hecho del riesgo biológico.

Leon le dirige una mirada de incredulidad a través del espejo retrovisor.

-Pero tú también te arriesgas, y quizá más que ella, dado el hecho de que estás en el terreno y aún hay muchos brotes de bioterrorismo.

Claire se encoje de nuevo de hombros.

-Yo no tengo problemas con ese arreglo, si eso significa que la gente más calificada gane mejor que yo. Como quiera que sea, Chris y Jill me ayudan a pagar una mejor renta. Con eso es más que suficiente.

-Eso en lo que le consigo un buen marido que la saque de ese edificio.

Chris ríe al tiempo que Claire le da un puñetazo en el hombro.

-Muy chistoso. Deberías de dejar de bromear, porque ya te lo dije, no pienso casarme.

Chris se voltea a ver a su hermana, completamente indignado.

-¿Pero qué dices? ¿Qué pasará con el linaje Redfield?

Claire se cruza de hombros, mostrando su indignación.

-A mí no me preguntes, si quieres que el linaje Redfield perdure, debes de entender que esa es tu misión. A mi sácame de tus sueños raros, porque bastante tengo con los problemas en Terra-Safe como para lidiar con tus ideologías tontas.

Chris sacude la cabeza en negativa, pero se niega a seguir peleando con su hermana, pues sabe que es un caso perdido, por lo que aprovecha la distracción para darle indicaciones a su amigo.

-Hemos llegado a los departamentos de Claire, puedes orillarte, compañero.

Leon hace lo que le indican, y se orilla al lado de la acera, sobre unos departamentos que, aunque no resultan lujosos, definitivamente tienen mejor pinta que el lugar más bien de barrio bajo donde dejaron a Rebecca. Leon se queda pensando en que podría conseguirles un trabajo mejor en el gobierno a sus dos amigas, al menos uno que les ofrezca un sueldo más justo.

Bueno, eso en caso de que la Redfield más pequeña decida dejar su tozudez a un lado y abandone Terra-Safe por algo mejor.

Sus pensamientos se ven interrumpidos por el ruido de Claire al despedirse de Jill.

-Es un placer volver a trabajar contigo. Realmente te extrañaba.

Jill le sonríe mientras la abraza.

-A mí también me da mucho gusto estar de vuelta, Claire. Me hacía mucha falta tener de nuevo estas misiones juntas.

La pelirroja le regresa el abrazo y le da un beso en la mejilla como despedida, para después abrazarse al cuello del rubio desde el asiento trasero.

-Como siempre, Leon, eres todo un caballero. Por favor, ya no quiero que estemos enojados. Más te vale que cumplas tu palabra y me invites a cenar pronto.

Leon se pone nervioso ante la inesperada muestra de afecto, pero la agradece.

-S-sí, claro, no te preocupes por eso. Arreglaremos este asunto en el restaurante que tú escojas.

Chris le dirige una mirada inquietante a su amigo, pero este niega rápidamente, todo seriedad, esperando poder hablar después con el alto hombre y aclarar cualquier confusión que pueda estar teniendo.

Por su parte, Claire se baja, pero de inmediato se coloca al lado de la puerta del copiloto.

-Tú vienes conmigo, Chris.

El aludido pone cara de sorpresa.

-¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? ¡Yo quiero ir a descansar a mi departamento!

Pero la pelirroja cruza los brazos sobre el pecho, mirándolo enojada.

-¡De ninguna manera, hermanito! Prometiste que me ayudarías a reparar mi calentador, algo que llevo semanas pidiéndote, ¡y siempre me pones de pretexto otra misión!

-¡Pero sí he estado en misiones, Claire! – El hombre trata de defenderse. – Y si ya se te olvidó, precisamente estamos regresando de una, ¡quiero bañarme!

Claire golpea el techo del auto, haciendo que los dos hombres respinguen. Jill observa todo en silencio, luchando porque no se le escape la carcajada divertida, ya demasiado acostumbrada a este intercambio entre hermanos.

-¡Precisamente! ¡Quiero que sientas lo que se siente tener que bañarse en tres minutos porque es todo lo que me dura el agua caliente! ¡Vamos hermanito! Ahora que te tengo frente a mi departamento, no te voy a dejar ir.

Chris suspira, resignado, y le ofrece un puño a Leon, a modo de despedida.

-Ahora veo por qué no has aceptado ser mi cuñado.

-¡Chris!

Leon ríe por lo bajo, sintiendo empatía por el pobre hombre, mientras choca su propio puño con el del agente.

-Lo siento mucho, amigo.

-Te encargo mucho a Jill, compañero. Váyanse con cuidado. – De igual forma le extiende el puño a su compañera sentada en el asiento de atrás, quien se inclina hacia adelante para chocarlo con el propio.

-Ya deja de preocuparte, viejito. Te prometo que vamos directo a casa, sin ningún desvío.

Chris resopla, divertido.

-¿Viejito? ¡Apenas te llevo dos años!

-Y más te vale que nunca lo olvides. – Ella le guiñe el ojo, y Chris sonríe de lado, negando con la cabeza, mientras se baja del auto de mala gana.

Los dos pasajeros del auto observan cómo se alejan ambos Redfield, y al tiempo en que Jill decide bajarse para ocupar el asiento del copiloto, Leon percibe un guiño que le hace Claire por encima del hombro, haciendo que el rubio abra mucho los ojos y después sonría, mientras niega con la cabeza.

-No puedo creerlo…

-¿El qué?

Jill se sube a su lado, sacándolo de sus pensamientos.

-Nada. Simplemente ya me había desacostumbrado de las interacciones de los Redfield. Pensé que con el tiempo pelearían menos.

Ella ríe por lo bajo. Al ser hija única, quizá su interacción complicada es precisamente una de las cosas que más adora de ellos dos.

-Sí, bueno. Claire tiene el temperamento de su hermano, sólo que se lo aplica a él, mientras Chris se lo aplica a sus subordinados.

-Me alegro entonces que Claire sólo tenga que cuidarlo a él.

Jill sonríe ante sus pensamientos.

-Lamento decirte que, en Terra-Safe, Claire es jefe de los investigadores en terreno abierto.

-¿Ah, sí? ¿Y eso es algo malo?

La mujer resopla, divertida y a la vez orgullosa ante la actitud dominante de su mejor amiga.

-¿Acaso no lo sabías? Nuestra hermosa y adorada Claire Redfiled tiene atemorizados a todos sus colegas, aún cuando no sean sus subordinados. Y a los pobres que les toca estar bajos sus órdenes, bueno… los trata peor que a soldados.

Leon silva ante las noticias.

-Wow… no hubiera creído eso de Claire. Siempre la veo muy linda, tranquila y ecuánime. Sólo la he visto maltratar a Chris. – Sin embargo, por un momento se le viene a la mente la última vez que se vieron. – Bueno… quizá no sea tan cierto…

Jill no hace mucho caso de sus últimas palabras.

-El punto es que, desde Racoon City, se exige de más, y esa exigencia se las transmite a todos, a veces incluyendo a sus propios jefes. Está tan determinada en salvar vidas, que se toma demasiado en serio su trabajo, aunque en ocasiones este sea sólo de escritorio. Por lo que te podrás imaginar cómo se pone en aquellas misiones relacionadas con brotes.

Leon suspira, mientras se adentra en la avenida principal.

-¿Acaso no lo hacemos todos, en algún grado? ¿Tratar de compensar con más esfuerzo por nuestra parte, por las vidas que no logramos salvar en su momento?

Jill se paraliza ante esa aseveración, y voltea hacia el vidrio.

-Sí… en cierto grado todos lo hacemos…

El tono de ella suena tan triste, que Leon voltea a verla, y en efecto, su semblante se ha vuelto sombrío. No está seguro del efecto que sus palabras pudieron haber tenido sobre la agente, pero se imagina que, después de lo que ella vivió, seguramente no sería algo agradable de decir.

-Jill, lo siento… no quise decir…

-Te vas a pasar la salida hacia mi edificio.

Jill lo interrumpe mientras le señala la salida, y de inmediato Leon gira el volante, apenas logrando tomarla, regañándose a sí mismo por palabras tan insensibles cuando está tratando de hacerla sentir bien.

Realmente está perdiendo su toque.

Después de varios minutos de incómodo silencio, finalmente llegan a los departamentos. Leon nota que el edificio es pequeño, de apariencia clásica, sus fachadas de estilo agradable, el vecindario aparentemente más seguro que el de Claire, y definitivamente más que el de Rebecca: una pequeña calle muy encantadora, con edificios viejos de no más de siete pisos, pero de fachadas más bien europeas, con árboles perfectamente cuidados ubicados cada diez pasos, que le recuerdan a algunas avenidas que encontró cuando visitó París.

-¡Oh… rayos…!

El rubio se sobresalta un poco ante la súbita exclamación.

-¿Que pasa?

-De nuevo han tomado el lugar de la entrada.

En efecto, hay un auto cubriendo la entrada a su edificio, incluso bloqueando el paso de discapacitados.

-¿Ese es tu lugar?

Jill resopla, algo molesta.

-No, no, nuestro estacionamiento está a una calle, pues no hay estacionamiento subterráneo, pero los vecinos siempre procuran dejar el lugar de la entrada libre para que aquellos que no tenemos auto podamos descender de los taxis. Claro que nunca falta el idiota que hace lo que quiere. Puedes orillarte en la esquina. – En el momento en que voltea a verlo para darle más instrucciones, la mujer se permite observarlo detenidamente, y nota por primera vez, las pronunciadas ojeras del rubio, y cómo los párpados se ven más bien pesados, su semblante agotado. Tal vez todos ellos se vean así, incluyéndola a ella… o tal vez no. – ¿Estás bien?

Él le sonríe, tratando de darle seguridad.

-Sí claro, ¿por qué la pregunta?

-Te ves terrible.

Por un momento Leon abre mucho los ojos, y después suelta una tremenda carcajada que toma de sorpresa a la mujer. Después de unos segundos logra por fin articular palabra.

-¡Vaya! Realmente hubiera preferido morir antes de ver el día en que una hermosa mujer me dijera algo como eso.

Jill se pone roja de la pena.

-Lo… lo siento, quise decir…

Riendo un poco más, Leon se talla los ojos con su mano libre.

-No te preocupes, la verdad es que llevo dos días sin dormir, realizando la investigación que me llevó a Alcatraz con ustedes, y en la tarde del tercer día arribé a mi destino en la bahía, y pues… el resto ya lo sabes.

-Que pasaste una tercera noche en vela salvando nuestro trasero…

Él ríe un poco ante las palabras que escogió su copiloto.

-No me lo tomes a mal, pero jamás me arrepentiría de salvar el trasero de mis amigos – 'especialmente si es uno como el tuyo' Leon apenas logra reprimir este último comentario, que sabe perfectamente no sería bienvenido por una mujer tan independiente como ella. Sin poder evitarlo, y tal vez debido a la conversación que están teniendo, un amplio bostezo se escapa de su boca. – Pero no te preocupes, un baño caliente y una buena siesta me pondrán como nuevo.

Jill se le queda viendo un momento y después posa una mano sobre el brazo que sostiene el volante.

-Acércate a la esquina, ahí logré ver un lugar vacío.

El agente de la D.S.O. hace lo que le pide, y una vez pone la velocidad en parking, se voltea para despedirse de ella, pero es recibido por una perfecta vista del trasero de Jill, en el momento en que ella se baja del auto sin decirle más. Ante tal acción, el hombre no puede evitar sentir una punzada de decepción que se le clava en el pecho, al verla bajarse sin poder decir adiós. O recibir un 'gracias…'

-Emh… bueno… fue un placer servirte de chofer…

-¿Qué estás farfullando?

El hombre se sobresalta al encontrarla parada al lado de su ventana, sus preciosos ojos azul celeste muy cerca de los de él, inclinada al frente con ambas palmas recargadas sobre la ventana de su puerta, lo que, inintencionadamente, le dan una vista perfecta al amplio escote.

'Y bueno, tendré que darle la razón a Rebecca…'

-N-nada… pensé que ya te habías subido a tu casa.

Ella se le queda viendo en silencio un par de segundos, como si queriendo leer en sus ojos las palabras que no alcanzó a escuchar, y luego, decidiendo que seguramente no es nada relevante, se endereza, extendiéndole la mano.

-Ven conmigo, Kennedy, te invito a mi departamento.

Leon abre mucho los ojos ante la propuesta absolutamente indecorosa.

-¿Q-qué? Pero… no creo que sea adecuado…

La mujer resopla y, volteando los ojos, sin permitirle que reaccione abre la puerta del piloto, extendiéndole la mano de nuevo.

-No seas infantil. Sólo te estoy invitando a tomar un café. No es que vaya a abusar de ti o algo así, pero no puedo permitir que te vayas en esas condiciones. Nunca me perdonaría que, después de lo que hiciste por nosotros, te pasara algo por no haber mostrado un poco de cortesía hacia ti.

'Por mí, puedes abusar todo lo que quieras.' Con una sonrisa de lado, Leon suprime esos pensamientos y toma la mano de la agente, quien lo ayuda a salir.

-Qué caballerosa…

Jill resopla de nuevo, aunque le regresa la sonrisa de lado.

-¿Siempre eres así de parlanchín?

Él se encoje de hombros.

-Algunos dicen que lo soy, pero en realidad no puedo evitarlo. Aunque he encontrado que es una cualidad que les gusta a las mujeres.

Jill de nuevo voltea los ojos, aunque esta vez se le escapa una suave risa.

-No, créeme que no. Pero eso explica por qué Claire se expresa así de ti.

Una ceja se levanta.

-¿Así? ¿Cómo?

Jill lo mira por debajo de sus pobladas pestañas, inconscientemente haciéndolo estremecer, y con un movimiento de la mano omite la respuesta.

-Deberías de cerrar bien tu auto. Es una calle relativamente segura, pero no por eso dejan de presentarse asaltos a vehículos. - El hombre de inmediato hace lo que le pide, y la sigue al interior. Su departamento se encuentra en el tercer piso, por lo que, mientras atraviesan cada piso, Leon no deja de ver las distintas puertas en cada nivel, cuatro en cada esquina, analizando los detalles de las mismas, y ve que, en una de ellas, se asoma apenas una señora de aproximadamente 60 años, que hace el ademán de regar su planta de afuera, aunque es más que evidente que lo hace para salir a investigar.

-Bienvenida a casa, Jill. ¿Todo bien?

Jill sonríe de lado, mientras levanta la mano y contesta sin voltear.

-Todo bien, señora Figg, gracias por salir a recibirme.

Por supuesto, la señora se le queda viendo al alto hombre directamente a los ojos. Este, incómodo, le saluda con la mano.

-Buenas tardes.

Antes de que la mujer pueda preguntar, Jill le espeta, con un tono más bien monótono, como si fuera una conversación común entre ellas.

-Él es mi hermano perdido, señora Figg. Sólo viene a llevarse unas cosas de mamá.

-Claro, hija, claro.

Es más que evidente que la señora Figg no se traga ese cuento, sin embargo, también es evidente que entiende la indirecta y no pregunta más, desapareciendo detrás de la puerta de su departamento.

-Interesante señora.

Jill niega con la cabeza, suspirando.

-La señora Figg viene con todo y la renta del departamento. La conozco desde que me mudé aquí. Bastante entrometida en muchas cosas, pero es una buena persona. Más de una vez me ha ayudado con llevarme al médico cuando me caían muy pesados los estudios que me hacían en la B.S.A.A. después de… bueno, cuando me sentía muy mal, y un par de veces me ha hecho curaciones de heridas leves, especialmente ahora que estoy de regreso en el activo. Fue enfermera en su juventud, así que nos beneficiamos mutuamente: yo soy su entretenimiento, la dejo que me cuide, y le proporciono algo más que hacer además de husmear en la vida íntima de los demás.

Él ríe un poco.

-Déjame adivinar, ¿te supervisa que no metas malos hombres a tu departamento?

Jill le manda una mirada dura al hombre.

-Ya no tengo veinte años, Leon. Obviamente ese no es un tema entre ella y yo.

Resoplando, ella voltea a ver al frente, y Leon se golpea la frente con la palma de su mano. ¡Vaya que le está yendo muy mal con esta chica! Parece que, después de todo, sí está perdiendo su toque.

Una vez que entran al departamento, Leon se da cuenta de que en realidad es espacioso, y si bien, Jill no tiene muchas cosas, más bien parece una habitación bastante espartana, la distribución de los muebles, así como los colores y tonos la hacen verse muy cómoda y cálida. De hecho, en el momento en que se sienta en el amplio sofá, exhala con placer al sentir que su cuerpo se hunde deliciosamente entre los cojines.

-Esto se siente muy bien…

Jill ríe por lo bajo.

-Deberías de tener cuidado, ese sofá es muy viejo, pero parece que eso lo hace aún más placentero. Por eso me llevé la televisión a mi cuarto: en el momento que te sientas, parece que te abraza y casi de inmediato te quedas dormido.

Leon se abraza a sí mismo mientras se acomoda mejor en el sofá.

-No me tientes, porque en estos momentos no tengo mucha fuerza de voluntad.

Jill vuelve a reír.

-Está bien, agente Kennedy, puede usted hacerle el amor y todo lo que quiera a mi sofá. Pero en realidad no estoy bromeando: si te confías, te quedarás dormido. Déjame mejor te hago el café para que te puedas ir a casa más tranquilo. Y sobretodo, más despierto.

Leon cierra los ojos mientras se acomoda mejor.

-No te preocupes, sólo era broma. Realmente tengo una fortaleza férrea. Prometo que no me dormiré.

Jill, divertida al notar su voz más bien arrastrándose, niega con la cabeza.

-Si tú lo dices...

Con la certeza de que esa batalla ya está decidida, la mujer desaparece tras la puerta de la cocina, y mientras deja que el agua de la tetera se caliente, se quita las botas con la intención de andar deliciosamente descalza, para después permitir que sus manos trabajen automáticamente preparando las cosas para el café, sin querer permitiendo que su mente divague sobre los últimos acontecimientos.

Sin embargo, Jill está a costumbrada a llegar y prender la radio para que exista ruido en su casa, ruido que la ancla al lugar, al aquí y al ahora. Pero con Leon en su sala, prefirió dejar la radio apagada, queriendo ofrecerle esos minutos de reposo, pues está segura que el hombre, más que una taza de café, lo que necesita es dormir al menos un rato. Él es, después de todo, un buen amigo de sus mejores amigos, y ahora, gracias a esa noche que acaban de pasar, un compañero de pesadillas.

Es lo menos que puede hacer por él.

Esa es la razón por la cual no prendió el radio como habitualmente hace, y ahora, en el absoluto silencio que en esos momentos envuelve su cocina, sin poder evitarlo recuerdos indeseables de nuevo se agolpan en su mente, recuerdos de la noche pasada mezclados con aquellos de más de siete años de antigüedad.

De muertos andantes. De tentáculos vivos y amenazadores. De cuerpos deformes con músculos expuestos al ambiente, sin piel, sin nada. De gritos que desgarran el aire. De sangre, y más sangre.

Jill se da cuenta de que está hiperventilando mientras su cuerpo se baña en sudor frío, y sus manos tiemblan. Apenas consciente de que lo hace, logra depositar la taza en la mesita, so pena de que la deje caer al suelo y se rompa, mientras ella se deja caer en la silla más cercana del desayunador, obligándose a sí misma a inspirar y exhalar profundamente, luchando por salir de ese ataque de pánico, mientras imágenes de zombies, de cuerpos, y de los ojos dorados de Wesker, asaltan su mente.

-Leon… - Jill apenas susurra, su cabeza entre las piernas para poder inspirar profundamente, para no caer desmayada, deseando que él la escuche, que acuda a ayudarla… pero a la vez deseando que no lo haga, pues la vergüenza de que la vea así, destrozada y sin posibilidad de recuperarse, la mataría.

Después de varios angustiantes minutos, el sonido de la tetera logra atravesar su mente atribulada, y la guía hacia el camino de regreso, logrando que se tranquilice, aunque más lentamente de lo que le gustaría. Una vez que siente que ya puede respirar mejor, que ha retomado el control, aunque sólo sea parcialmente, se levanta del asiento y sirve las dos tazas de café, sus manos conservando un temblor fino.

Definitivamente necesita una taza de café… aunque hubiera preferido que fuera un trago.

Negando con la cabeza, la mujer lleva las dos tazas a la sala… sólo para encontrarse que su visita se encuentra, en efecto, cómodamente desparramada sobre el amplio sofá, roncando suavemente. Jill niega con la cabeza, divertida.

-Creí que te lo había advertido, Leon.

Resignada, pero agradecida, pues sabe que él lo necesitaba mucho, toma la pequeña cobija en el respaldo del sofá y cubre al hombre con él, después se arrodilla a sus pies para, lo más lentamente posible, quitarle las botas y proceder a acomodarlo mejor posible sobre el viejo sofá. El hombre respinga un poco ante el movimiento, pero no se despierta ni por un momento.

-Me alegro que puedas descansar, Leon. Te quedas en tu casa. Y más te vale que no hagas nada raro, porque realmente necesito un buen baño. – La mujer lo regaña como si fuera un niño, pero apenas en un susurro, pues con sinceridad desea que el agotado agente recupere sus fuerzas con un buen sueño.

Sabe lo que se siente estar varios días sin descansar, a la caza de una angustiante pista.

Ni tarda ni perezosa, Jill entra en su cuarto y a cada paso que da se va retirando prenda por prenda, hasta lograr entrar al cuarto de baño, ya completamente desnuda, para regular el agua de la regadera lo más caliente que la pueda soportar. Esta vez sí que lo necesita.

Mientras tanto, Leon se mueve un poco, despertando parcialmente al sentir que una de sus piernas casi se cae del sofá, dándole la sensación de vacío, lo que logra arrancarlo un poco del sueño tan delicioso en el que se encontraba. Sus sentidos parcialmente alerta, se da cuenta de que, a lo lejos, puede escuchar el sonido del agua corriendo en la regadera, y se atreve a abrir un ojo. Al principio se siente desubicado, pero de inmediato su cerebro lo alcanza y recuerda los últimos eventos. El hombre resopla, una media sonrisa dibujando su rostro.

-Bien… voy avanzando… al menos puedo presumir que dormí en el departamento de la famosa Jill Valentine.

El hombre cierra los ojos y se acomoda mejor en el sofá, dispuesto a continuar durmiendo en tan exquisito lugar, maravillándose con la posibilidad de que sea más cómodo que su propia cama, cuando su oído entrenado percibe el giro del pomo de la puerta principal, aunque demasiado lentamente para su gusto.

Como si la persona que está a punto de entrar no deseara que nadie lo escuchara.

Leon abre los ojos completamente, pero no se mueve, se obliga a permanecer absolutamente quieto, mientras sus oídos perciben claramente cómo la puerta se abre con lentitud, con absoluta parsimonia, para después escuchar un par de pesadas botas pisando cuidadosamente el piso de madera, evidentemente esforzándose por no hacer ruido, el silencio del movimiento haciendo que todos sus sentidos salten en alarmas por todo su cuerpo.

'¡¿Pero qué demonios…?!'

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A/N: Segundo capítulo! perdón que sea como de relleno, pero entre otras cosas quiero explorar la mente de Jill, responder por mi parte las mil preguntas que todos los fans tenemos sobre ella, sobre qué pasó durante el tiempo que estuvo con Wesker, y especialmente qué pasó después, durante su tiempo en recuperación. Dos cosas que la película no nos aclaró en absoluto.

Por supuesto, también querré explorar su relación con los dos Redfield, además de incrementar la temperatura entre ella y Leon, jejeje…

Espero que no esté saliendo muy O.O.C., pues la verdad es que Jill siempre me fascinó por ser muy humana, muy femenina, y a pesar de eso mostrarse muy valiente y decidida. Algo que la Jill de la película no le quitó, pero, a diferencia de los juegos, no ahonda tampoco en su personalidad. Supongo es entendible, dado que el tiempo tenía que dividirse entre todos. En fin, ¡espero que les esté gustando la historia, y que se estén entreteniendo tanto como yo!

Antes de que se me olvide, Resident Evil y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Capcom. ¡Si fueran míos, habría muchos más besos que zombies! jejeje