Capítulo 2

El Granville High School era un gran edificio central de ladrillo rojo, rodeado de césped y árboles donde los cientos de estudiantes solían sentarse una vez que llegaba el buen tiempo. Detrás estaba el gimnasio, y los diferentes campos y pistas para practicar los diferentes deportes que ofrecía la escuela.

Después de dejar a Sean en su escuela, Aaron caminó despacio hacia Granville School. Era un buen estudiante y le gustaba la escuela (se esforzaba mucho por tener buenas notas), pero en ocasiones soñaba con tomarse un día libre. Pero sabía lo malas que serían las consecuencias.

Al llegar, se fijó que bajo la sombra de un árbol estaba la chica que se encontró el Sábado en el lago. Leía un libro. Se acercó y se sentó a su lado.

-Espero que hoy no salgas corriendo como el otro día -sonrió levemente. Ella lo miró con seriedad.

-¿Qué quieres? -preguntó por fin.

-En realidad nada. Fuiste tú la que estabas en el lago. Es mi sitio. Nadie suele ir allí.

-Siento haber invadido tu espacio. No volverá a ocurrir -recogió sus cosas, con intención de irse.

-Espera -Aaron la agarró suavemente de la muñeca, impidiendo que se fuera. Ella se zafó rápidamente, con miedo-. No es eso lo que quería decir. Sé quien eres. La hija del médico del pueblo, el Doctor Strauss.

Erin lo miró un instante, luego apartó la mirada, asintiendo. En ese momento sonó la campana, indicando el comienzo del día escolar, y Erin aprovechó para levantarse, ágil, y dirigirse al interior. Aaron no pudo detenerla, y en unos segundos la perdió de vista. Así que no le quedó más remedio que hacer lo mismo, seguir al resto de estudiantes y empezar su día.


El señor Gold describía con su habitual voz nasal los peligros de mezclar el ácido sulfúrico con agua. Aún así, y con todas las precauciones, lo harían al final de la semana. Paul murmuró algo, y ante la falta de reacción por parte de Aaron, le dio un codazo. Este se volvió hacia su amigo, que lo miró interrogante. Aaron susurró un "estoy bien", y comenzó a prestar atención de nuevo a lo que decía el señor Gold.

Pero Aaron no podía dejar de pensar en Erin Strauss. La había visto apenas dos veces (en realidad una, porque en el lago había salido corriendo), pero lo había visto. La tristeza en sus ojos, y un miedo velado que sólo lo veías si tú también estabas sufriendo. Se preguntó qué sería lo que la tenía tan aterrorizada. ¿También sufría malos tratos? ¿O sería otra cosa? Recordó la mirada de pánico cuando la cogió de la muñeca. Fuera lo que fuera, Aaron estaba dispuesto a averiguarlo.


Cuando la campana sonó indicando el final de la clase, Erin suspiró. Hubo un alboroto general mientras sus compañeros recogían sus cosas y salían en tropel del aula. Era la hora de comer y los Lunes servían lasaña, uno de los mejores platos. Nadie quería quedarse sin su ración.

Erin recogió sus cosas lentamente, disfrutando de la sensación de quedarse sola. Desde que Laura, su mejor amiga, se había mudado a Nueva York el verano anterior, se sentía muy sola. Había sido incapaz de encajar en la escuela. Se suponía que juntas iban a comenzar en Granville School, el cambio a la escuela secundaria era mejor si lo hacías con tu mejor amiga. Aunque estaba segura que no tenía nada que ver con la ausencia de Laura, puesto que no se consideraba tímida ni retraída. Pero era precisamente así como se sentía desde que su padre había empezado a abusar de ella. No confiaba en nadie, y el cambio de escuela, sin Laura, no ayudaba nada.

Entró en el comedor y se puso a la cola. Cogió un poco de arroz con verduras y una manzana. Se sentó sola en la mesa más alejada que encontró, y a los pocos minutos, el chico molesto del lago se sentó frente a ella. Erin frunció el ceño, molesta.

-¿Qué quieres? -preguntó metiendo un poco de arroz en la boca.

-Estoy empezando a pensar que sólo sabes decir eso -muy a su pesar, Erin sonrió-. Quiero presentarme en condiciones, esta mañana te fuiste demasiado rápido. Soy Aaron Hotchner.

-Erin Strauss -él asintió con la cabeza-. Pero eso ya lo sabías…

-En realidad no sabía tu nombre, sólo sabía quién eras…

-¿Y qué más sabes de mi, Aaron Hotchner? -preguntó Erin apoyando la espalda en la silla y cruzando los brazos.

-Poca cosa. Sé que eres nueva, estudias noveno grado, y tocas el violín en la banda de la escuela. Esto lo sé porque te he visto con la funda por los pasillos. Y…siempre estás sola. Y eso me intriga -se inclinó hacia adelante y susurró esa última afirmación.

-¿Y eso por qué?

-No lo sé. Supongo que las niñas como tú siempre están con alguien, es raro verlas solas.

-¿Las niñas cómo yo? Explícame eso, por favor -se sentó recta, apoyando las dos manos sobre la mesa.

-Creo que me he metido en un problema…Eres el tipo de chica, rubia de ojos azules, guapa, que podría considerarse "la chica popular". Siempre rodeada de amigas, de chicos dispuestos a salir con ellas… A eso me refería.

-Siento decepcionarte, pero nunca seré "la chica popular" Hay muchas chicas aquí con ese papel. Y me gusta destacar, pero al revés -volvió a su posición anterior, un poco arrogante.

Aaron la miró y sonrió. Tenía razón, nunca sería esa chica, y él estaba contento de que no lo fuera. Estaba dispuesto a conocerla (al margen de saber qué le pasaba), y convertirse en amigos. Ella le devolvió la sonrisa.

-Y tú, Aaron Hotchner, ¿eres un chico popular?

-Ni lo soy, ni quiero serlo. Aunque Paul se empeñe en que vayamos a fiestas o nos movamos en esos círculos. Lo único que me importa es estudiar, para poder irme de este pueblo y no volver nunca.

-¿Y has ido ya a muchas fiestas?

-A ninguna -Erin soltó una carcajada, y Aaron sonrió ampliamente-. Y Paul tampoco. Pero supongo que si sigue insistiendo, algún día iremos.

En ese momento, la campana que indicaba el final de la comida sonó histriónicamente en el comedor, y Erin se levantó dispuesta a irse.

-Espera Erin -el chico se levantó también-. Me gustaría que nos viéramos en el lago esta tarde, para seguir hablando y eso. A las seis, si te viene bien.

-No me dejan salir durante la semana, pero si quieres podemos quedar el Viernes a las seis, que mis padres ya consideran fin de semana- Aaron asintió sonriendo-. Vale, pues nos vemos por aquí.

Y se perdió entre el resto de estudiantes. Aaron cogió su mochila y salió del comedor justo cuando Paul pasaba por allí. Su amigo jugaba al béisbol, y los Lunes y los Jueves el equipo comía todo junto mientras estudiaban las jugadas de sus próximos partidos.

-Hey Hotchner, ¿quién era la rubia con la que hablabas? Te he visto antes, al salir.

-Erin Strauss, de noveno grado -respondió él mientras entraban en el aula de Literatura.

-Pues está bien buena -rio Paul.

-¿Siempre tienes que ser tan vulgar? -dijo Aaron sacando sus libros, malhumorado.

-¿Y a ti qué mosca te ha picado ahora?

-Nada.

Paul solía hablar así, aunque tenía quince años y Aaron supuso que sería normal estar interesado en las chicas. A él lo único que le importaba eran sus notas y conseguir sobrevivir día a día sin una paliza. Ojalá pudiera contarle a su amigo realmente cómo se sentía. Tal vez con un poco de tiempo, podría contárselo a Erin.

Continuará…