El silencio en la mansión era insufrible. Hacía que sus pasos sonaran más fuerte de lo que él quería, que su respiración pareciera más pesada de lo que era.
Damian caminó lentamente hacia la habitación de Raven, apoyándose en las paredes de los pasillos cuando tenía que tomar un descanso. Alfred le había advertido que no debía moverse en lo que se recuperaba del golpe que Damian apenas recordaba, y él no era exactamente conocido por seguir órdenes al pie de la letra. Pero en ese momento, lo que lo estaba obligando a salir de su cama no era ningún tipo de incomodidad respecto al dolor físico que sentía.
No. El dolor físico era soportable.
Damian abrió la puerta de la habitación y se apoyó en el marco. Las luces estaban apagadas y el único tipo de iluminación que entraba a la habitación era por la ventana, gracias a la luna y los faroles de fuera de la mansión.
Cerrando los ojos por unos segundos, Damian tomó aire y se concentró en los sentimientos que estaban brotando dentro de él. Angustia, rabia, resentimiento… miedo.
Sentimientos que no eran suyos, pero que por alguna razón dejaban su rastro en él.
No era la primera vez que los sentía. Sin embargo, esa noche habían sido lo suficientemente fuertes como para despertarlo.
"Creí haberle dicho, joven maestro Damian, que tenía que reposar para sanar más rápido."
La voz de Alfred, aunque tan irónicamente cordial como siempre, resonó en la mansión.
Damian no se molestó en mirarlo, habiendo notado su presencia desde hace rato.
"Han pasado días…" él dijo, frunciendo los ojos. "Ya debería haber despertado."
Alfred alzó una ceja y de mirar a Damian pasó a observar a Raven, un suspiro escapando de él.
"No lo sé, joven maestro," Alfred contestó con sinceridad, la falta de luz escondiendo su expresión en las sombras. "Pero no lo hará más rápido si la visita a costa de su salud."
Damian no respondió a eso y solo se acercó a la cama, en donde Raven yacía.
Lo que sea que le había pasado, no era algo físico. Su cuerpo estaba en coma, pero su mente y alma seguían funcionales. No solo por los sonidos que a veces emitía o los movimientos esporádicos que hacía, Damian lo sabía. Lo sentía. Era como si estuviera dormida, atrapada en un sueño que la atormentaba lo suficiente como para buscar su ayuda.
Ayúdame.
Como cuando oyó su voz en su mente…
Damian tomó asiento en una banqueta a su lado y frunció el ceño al verla apretar los labios en su sueño. Quería ayudarla. No podía dejarla sola. Por alguna razón, Raven no era alguien a quien pudiese ignorar.
Ni siquiera cuando el resto del mundo parecía estarse yendo a la mierda. Damian debió saberlo desde el primer día que se conocieron.
Inconscientemente estiró su mano para posarla sobre la de ella. Sus ojos fijos en ningún punto específico y con ninguna intención real en su mente, pero como si fuera un hechizo, Raven relajó su expresión en cuestión de segundos.
Un suspiro escapó de sus labios y Damian sintió calidez.
Él hubiera sonreído si no fuera porque Alfred le colocó una manta sobre los hombros, sorprendiéndolo.
Damian tragó saliva y aunque el mayordomo no hizo ningún comentario al respecto, ambos sabían lo que había pasado: él había olvidado que estaba ahí.
Raven soñaba con su madre.
O al menos, Raven era consciente de que estaba soñando, por más de que esos sueños quisieran pretender ser añorados recuerdos.
Al principio, por supuesto, había estado confundida. Encantada incluso, por la calidez de su hogar, que era palpable, y las sonrisas de Arella, que eran brillantes… por los fragmentos de una vida estable, feliz y normal.
Pero…
Las casas en las que habían vivido nunca habían sido hogareñas y si Arella sonreía, solo lo hacía para evitar mostrar cualquier otra emoción negativa.
Sus vecinos no las saludaban al cruzarse, las personas las evitaban a donde quiera que iban. Así como ellas los evitaban.
Con Arella siempre había sido así: frío, distante, solitario. Raven la amaba como todo niño ama a su figura materna, y Arella no hizo más que intentar darle y mostrarle todo el amor que le tenía, pero la realidad era otra y ella siempre lo recordaría, por más de que quisiese ocultarlo en un oscuro rincón de su mente.
"Hey, ¿no esa niña aterradora?"
"¿Por qué se habrán mudado aquí? Me dan escalofríos."
"La madre está loca, la niña es extraña. No deberían estar aquí."
Los murmullos de personas aleatorias con las que en algún momento habían interactuado interrumpieron la belleza del sueño e hicieron eco en su mente.
Raven trató de taparse los oídos, pero sus manos no se movieron.
"¿Por qué nos odian?"
Su propia voz, más aguda y teñida de inocencia, salió de sus labios, pero no fue Raven quien las dijo.
Como un recuerdo, pero mucho más intenso.
Raven cerró los ojos con fuerza y apretó la mandíbula.
"No hemos hecho nada malo."
"¿Por qué nos escondemos?"
"¿Por qué no puedo salir?"
El resentimiento de su yo más joven se fundió con el suyo propio, dando vida a un odio profundo que Raven no sabía que tenía.
Basta.
No solo odio, sino tristeza.
Un terrible sufrimiento eterno que amenazaba con partirla a la mitad. Con sacar algo dentro de Raven que ella misma no sabía que tenía.
"No es su culpa, Raven," la voz de su madre resonó en sus oídos. De todos lados y a la vez desde ninguno. "Ellos no tienen la culpa."
¿Pero entonces eso significaba que ella la tenía? ¿Que el odio de todos era por su propia culpa? ¿Siempre terminaban mudándose por ella?
Raven nunca lo había entendido. Arella nunca se lo había explicado.
Y entonces su madre desaparecía de sus sueños, como si cada vez fuera arrancada de los mismos, y Raven se quedaba sola. Sola, en una completa oscuridad que apenas le permitía verse las manos. Sola, con solo sus sentimientos y el latido de su corazón fuerte en sus oídos para hacerle compañía.
A veces, sentía una calidez lejana. Ajena a ella misma y al sueño que la rodeaba. Esa calidez que quería protegerla y la mantenía cuerda.
Pero esa calidez que ya conocía no siempre era suficiente.
Los odiaba.
Era su culpa.
Ba-thump.
Estaba sola.
Ellos tenían la culpa.
Ba-thump.
Podía eliminarlos a todos.
Ba-thump.
Podía conquistar ese mundo con solo desearlo. Raven tenía ese poder. Raven podía liberarlo.
Y entonces, Raven se dió cuenta que esos murmullos no eran sus pensamientos, que esa voz no le pertenecía y que lo que sea que estaba sintiendo no era lo que realmente sentía.
¿Pero estaba segura de eso? ¿Estaba segura que apenas despertara, no sería el monstruo que realmente era? ¿Que no vengaría a su madre?
Ella era la mestiza, después de todo. Destinada a llevar al mundo de los humanos a las cenizas y establecer el reino de Trigon. Destinada a no pertenecer a ningún lado.
Raven apretó la mandíbula, o eso sintió que hacía. Cada vez se sentía más diminuta. Más débil. Más frustrada. Esa no era ella. Arella nunca había resentido a los humanos. ¿Por qué lo haría ella? Raven quería que se detuviera. ¡Que salga de su cabeza!
¡Por favor!
El rostro de Damian apareció como un destello.
Y por fin, Raven fue capaz de sentir algo exterior.
De escuchar.
"¡Raven!"
Raven abrió los ojos de golpe y se levantó de un solo movimiento, jadeando como si hubiese corrido una maratón y buscando cualquier cosa de la que pudiese sujetarse como si todo a su alrededor diera vueltas.
El mareo que sintió se esfumó rápidamente y entonces se dio cuenta que no estaba sola. La luz de una de las lámparas iluminaba a Damian, quien, a su lado, parecía haberse levantado repentinamente ya que una banqueta básicamente se había volteado al caer. Ella tragó saliva, sintiendo un increíble alivio al sentirlo con ella otra vez, por más de que su torso estuviera envuelto en vendas y tuviera ojeras marcadas bajo los ojos.
"Tú… estás bien."
Él pareció sorprendido ante sus palabras, casi tanto como ella lo estaba al dejarlas escapar de sus labios sin pensarlo mejor, pero por un momento, por ese preciso momento, a Raven no le importó. No le importó en lo absoluto cuando sintió la calidez que ya conocía recorrer su cuerpo como si estuviera en sus venas. Cuando recordó y reconoció la calidez que la había salvado en más de una ocasión desde que se conocían.
No le importó cuando estiró sus brazos para abrazarlo y acercarlo a ella, por más de que sus extremidades se sintieran torpes, por más de que él tensara su cuerpo, totalmente anonadado por el repentino contacto.
Raven estaba aliviada. Muy aliviada.
Damian no se vio capaz de alejarla de él cuando su cabeza se apoyó en su hombro y, embarazosamente, trató de devolver el gesto, recostando una de sus manos en su espalda mientras que con la otra cubría instintivamente sus costillas.
"Eso es lo que yo debería decir."
Raven frunció el ceño y alejó su cabeza lista para preguntar a qué se refería. Él es el que había sido casi asesinado por su culpa. Ella solo se había desmayado. No había punto de comparación.
Sin embargo, antes de que cualquier pregunta se formulara en su mente, Raven detuvo sus movimientos, y tragó saliva cuando su mirada y la de Damian se cruzaron. De pronto, ella era consciente de los fuertes latidos de su corazón y por primera vez sentía que las ganas de acercarse más a alguien, por más de que fuera físicamente imposible aparentemente, no eran debido a una sed incontrolable o a una ira profunda.
Raven quería más de Damian. Mucho más.
Y por cómo Damian la miraba, pareciendo conflictuado y casi rendido, Raven sentía que para él era lo mismo.
Y ahora estaban tan, tan cerca…
"¿Es esto una película cursi o algo así?" pero entonces la voz de Dick hizo que ambos se alejaran torpemente y que Damian fulminara con la mirada a su hermano, que estaba apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y una expresión engreída, como si supiera algo que ellos ignoraban.
Damian rodó los ojos y se alejó de Raven. Ella lo dejó ir de mala gana. No pudieron volver a mirarse por un rato y el silencio reinó mientras que Dick los observaba de uno a otro.
Él negó con la cabeza, como si no pudiera creerlo, y exhaló antes de señalar hacia el pasillo.
"Es bueno verte despierta," él dijo y luego la miró a los ojos. "Tienes mucho para ponerte al día."
Raven frunció el ceño e inclinó la cabeza.
"¿De qué hablas?" ella preguntó y cuando Dick alzó ambas cejas, ella volvió la cabeza hacia Damian. "¿Cuántas cosas podrían haber pasado en un día?"
Damian compartió una mirada con Dick, ninguno de los dos realmente comprendiendo lo que Raven decía, pero luego, él exhaló, sabiendo que lo mejor era hablar sin rodeos.
"No ha pasado un día, Raven," él dijo. Raven alzó ambas cejas. "Han pasado diez."
Después de asearse y de comer algo, Raven fue acompañada por Damian y Dick hacia la cueva, ya que Bruce los había mandado a llamar.
En esos diez días, varias cosas habían pasado, pero las principales eran que: primero, la Reina había decidido hacer pública la existencia de los vampiros y segundo, el gobierno había declarado toque de queda como consecuencia debido a las muchas muertes que estos estaban causando.
Solo bastó con encender la televisión para que Raven viera incontables noticias de gente desaparecida, u homicidios, e incluso gente con pancartas y haciendo huelgas, exigiendo al gobierno que alguien hiciera algo. La repulsión en sus expresiones era clara, el aborrecimiento era obvio.
Básicamente, estaban en estado de emergencia.
Y Raven se sintió asqueada. Nerviosa, o asustada incluso.
De pronto, todo lo que conocía había cambiado otra vez. Su oportunidad de ser alguien normal, o de al menos poder vivir como alguien normal, cada vez se hacía más ínfima.
Damian observó a Raven mientras Dick explicaba lo que estaba pasando con Gotham. Aunque era algo que él ya se esperaba, o más bien algo que él sabía que iba a pasar más temprano que tarde, por alguna razón no podía evitar sentir cierta tristeza al respecto.
De vez en cuando, Raven alzaba la mirada hacia él, como buscando una confirmación de alguien en quien confiaba, y a Damian le costaba admitir que cada vez que asentía se le partía un poco el corazón.
Esos sentimientos afligidos, él estaba seguro que no eran suyos. Sin embargo, no parecía prudente comentarlo por el momento. Si lo que sospechaba era correcto, Raven ya tenía mucho en lo que pensar.
Cuando llegaron, como la primera vez que Raven estuvo ahí, los demás miembros de su familia los estaban esperando. Por suerte, si alguno tenía heridas, eran tratables o quizá solo rasguños que habían curado en ese tiempo.
Raven se lamentaba de pensar que era mejor que hubiesen sido esos otros cazadores a ellos, por más de que no se llevaran muy bien, la verdad era que la habían aceptado lo suficiente. Más de lo que otros humanos hubieran hecho y más de lo que otros humanos lo harían.
Ella tomó asiento al lado de Barbara y Damian se sentó en el asiento contiguo.
Bruce fue el primero en hablar, como era de esperarse.
"Es bueno que estés aquí Raven."
Raven asintió, pero fue Jason quien habló.
"Bueno, la bella durmiente ya despertó, ¿ya podrían decirnos por qué han estado tan secretivos?" él preguntó de manera un poco brusca mientras miraba de Dick a Bruce y viceversa.
Raven inclinó la cabeza, curiosa de saber por qué parecía que habían estado esperándola para esa reunión.
Y, por supuesto, Bruce no tardó, asintiendo.
"Sé que han estado ocupados tratando de solucionar lo que la Reina provocó, así que supuse que es momento de explicarles con claridad la verdadera razón por la que el plan falló."
Barbara alzó ambas cejas.
"¿Verdadera razón?" ella repitió, indignación rebosando en su voz. "¿Estás diciendo que ser emboscados con un ejército de vampiros salvajes no era razón suficiente?"
"Ser emboscados estaba dentro de lo calculado," Bruce explicó simplemente antes de mirar hacia Raven. "Tenía un plan y ese plan falló."
Damian frunció el ceño, cruzando los brazos.
"Habla claramente, padre," él demandó. "¿Qué tiene que ver con Raven?"
Ella no los había traicionado, pero el que su padre esperara a que ella esté despierta para convocar esa reunión, así como aquella misteriosa conversación que tuvo con Lady Shiva para convencerla… Jason tenía razón sobre algo, y es que les estaba omitiendo información.
Pero entonces, Raven se enderezó en su asiento y después de presionar los labios, pensativa, habló:
"¿Tiene que ver con mi herencia?" ella preguntó, cautelosa. "Porque soy la mestiza, ¿no es así?"
Todos la miraron con cierto nivel de confusión, pero Raven no tenía idea de a qué se referían con eso. Lo había escuchado durante la batalla, y lo había vuelto a escuchar en sus sueños. Ella sabía quiénes eran sus padres. Había luchado contra ese hecho durante mucho tiempo, sin embargo, eso no quería decir que fuera algo relevante en lo que hacía.
No obstante, Bruce solo exhaló y de uno de los cajones cercanos sacó un viejo libro.
"La mestiza… la hija de Trigon con una humana, esa eres tú, ¿no es así?" él preguntó y Raven parpadeó. Sus manos empezaron a sudar, la incredulidad de los demás clara en sus rostros.
"Esperen, esperen," Jason alzó ambas manos frente a él, llamando la atención. "¿Trigon? ¿Trigon como en el señor de los vampiros?" Bruce asintió. "¿No era una leyenda? Nadie nunca habla de eso."
Damian observó a su padre y luego a Raven. Ella parecía enferma de pronto, encogida en su asiento, apretando sus labios juntos.
"Él existió," Bruce aclaró. "No hay registro de si fue eliminado o no, sin embargo."
Si alguno tuvo una pregunta o comentario al respecto, Bruce no les dio tiempo a expresarlo, ya que honestamente, los demonios no eran su área de expertise. Todo lo que él sabía era que de algún modo había sido sellado y que era imposible para él escapar de donde sea que estuviera atrapado. Sin embargo, eso había sido hace veinte años y antes de eso, desde mucho antes de eso, los cazadores habían tenido problemas para controlar la población de vampiros.
Por supuesto, los mestizos estaban dentro de esa población.
Aunque pocos, siempre era notorio cuando uno aparecía. Su presencia, sus habilidades. Todo lo que era constante en vampiros normales, era variado en ellos. Algunos tenían la fuerza de un superhéroe, otros eran tan débiles que apenas podían mantenerse de pie. Raven no se había equivocado en que eran escasos, sobre todo mestizos que llegaran sin complicaciones a su edad. Sin embargo, la fuerza, la presencia de ella, y todo lo que les había hecho creer que era una vampiresa de clase alta solo había bastado para confirmar lo que él creía.
Y es que Raven no solo era una mestiza. Era la mestiza, la que mencionaban en aquel poema del que pocos sabían.
"Un poema que mis padres encontraron antes de ser asesinados," Bruce contó, abriendo el libro que tenía en las manos justo en donde había un separador. Hizo una pausa, como si necesitara la plena atención de todos, y entonces recitó:
Cuidado con la mestiza de la noche,
Su poder trae oscuridad y luz en derroche.
Un sendero de sangre y dolor se abre ante ella,
Dejando tras de sí solo ruinas sin huella.
Su alma dividida, en constante combate,
Entre la oscuridad y la luz, un eterno debate.
Su corazón es puro, pero aún así manchado,
Por la oscuridad del deseo de su padre imponente y desalmado.
La mestiza llega con poderes colosales,
Forjando el destino, sellando finales.
Su toque es muerte, su voz maldición,
Desatando la ruina, sin piedad ni compasión.
Cuidado con la mestiza de la noche,
Portadora de destrucción, en verdad sin reproche.
Camino de sangre y fuego, su senda crece,
Dejando a su paso una pira, tristeza que enloquece.
De todos, fue Tim el que habló primero cuando Bruce se detuvo expectante. "Es una profecía," él concluyó, frunciendo el ceño. "¿De destrucción?"
"Al menos esa parte lo es," Dick fue el que contestó, juntando las manos sobre la mesa. "Pero Bruce tenía sospechas de que estaba incompleto. Como era de esperarse, no se equivocó."
Bruce suspiró.
"No era una sospecha realmente. La hoja está partida a la mitad."
"Como sea, nadie lo hubiera pensado dos veces."
El mismo Dick fue el que sacó algo de su bolsillo para entregárselo a Bruce. Era una hoja doblada en cuatro y arrugada. A primera vista parecía una impresión normal, pero cuando Bruce la abrió, Damian se dio cuenta, por los bordes dentro del papel, que más bien era una fotocopia.
Su padre, con una expresión más severa que de costumbre, no tardó en continuar.
En medio de la noche y la velada,
La mestiza se verá encarnada.
Una hija nacida del bien y el mal,
Cuyo destino al mundo en fuego encenderá.
Sus poderes son vastos, su alma brillará,
Un rayo de esperanza, poderosa señal.
Su tacto cura, su voz guía,
Cuidado con la mestiza de maldad y armonía.
Pero con gran poder el miedo se desata,
Y muchos buscarán exterminarla.
Aquellos que no entienden ven peligro,
Extinción de la luz, un destino sombrío.
Y así, la mestiza deberá actuar,
Pelear por el bien o liberar el mal.
Su destino es incierto, un camino por descubrir,
Ella decide si crear o destruir.
En sus manos reposa el sendero de la redención,
El fin de la eterna noche en su acción.
Mas si opta por la aniquilación,
Su poder se alzará en desolación.
Cuidado con la mestiza de la noche,
Brillará con fulgor, poder en derroche.
"Un momento, estoy confundido," Jason se llevó una mano a la sien, y exhaló. "La primera parte habla de destrucción, pero los versos en la segunda parte hablan de salvación. ¿Estás seguro que se trata de Raven?"
Bruce no asintió al instante.
"Lo estoy ahora."
"Hm…" Tim entrelazó sus dedos en frente de su rostro y frunció los ojos hacia Dick. El recuerdo de los vidrios explotando, de los temerosos vampiros y del ambiente pesado durante la batalla, fresco en su memoria. "¿Por qué la detuviste, entonces?" él quiso saber.
No es como si estuviera acusándolo de negligencia, pero por cómo iban las cosas, era obvio que la primera muerte hubiera sido la de su actual enemigo. Dick la había detenido, por lo que algo no iba de acuerdo al plan del que no habían sido informados.
Damian también observó a su hermano mayor, siendo consciente de la frustración que crecía tanto dentro de él como de Raven, cuyos nudillos se habían tornado blancos de tanto apretar los puños.
Dick exhaló.
"Porque en ese momento, lo que estaba desatando sus poderes era la influencia de la Reina," él explicó. "Según lo que hallé, hay dos posibles—"
BAM!
Pero antes de que Dick pudiera continuar, Raven se levantó de golpe, golpeando la mesa con sus manos y logrando robar la atención. Su respiración pesada en indignación y sus ojos burbujeantes. Si Damian no la conociera mejor, diría que estaba lista para asesinar a alguien por cómo su fuerte presencia parecía al borde de descontrolarse.
"Basta," ella demandó, apretando la mandíbula.
En ese momento, sonaban como la Reina, pensó Raven. Tratando de sacar lo que ella todo el tiempo luchaba por esconder.
"¿Desde cuándo saben todo eso?," Raven inquirió, alzando la mirada hacia Bruce y Dick, tratando de no dejar brotar sus colmillos o sus garras por los fuertes sentimientos oscuros. "¡¿Por qué no lo dijeron antes?!"
¿Es que acaso no entendían la magnitud de lo que estaban hablando?
Pero Bruce solo le devolvió una expresión seria. Y Raven comprendió.
Él lo sabía. Él era consciente de los riesgos.
"¿Habrías venido con nosotros de estar consciente de lo que podría pasar?"
Ella apretó la mandíbula.
Ba-thump.
"¡Por supuesto que no!"
Ser hija de Trigon, ser una mestiza, no era lo que la definía. Raven estaba harta de eso.
Pero tanto para ellos, como para los vampiros, era su más importante rasgo.
Raven tragó saliva y se acercó a Bruce a pasos enfurecidos. No le costó arrancarle el libro de las manos, aunque probablemente él no se esforzó en retenerlo. Se sentía, de algún modo, traicionada.
"¡Estás loco!" ella gritó, no importando que fuera una falta de respeto, no pensando en lo que los demás pensarían de ella. Lo que fue un ligero error, ya que su presencia incrementó sin querer y todos ya estaban preparados para luchar, manos en armas, posiciones listas. A Raven se le partió el corazón. "¡Todos lo están!"
Sus ojos se detuvieron por dos segundos más de lo esperado en Damian. No porque quisiera culparlo, sino porque quería ver algo, algún indicio de que él no pensara como su padre, o estuviera en guardia como sus hermanos. Y, aunque no lo estaba, su expresión fue suficiente para que Raven no fuera capaz de mantenerle la mirada. Él no lo había sabido tampoco, no había razón para enojarse con él…
Pero aun así, ella salió furiosa de la cueva. El dorso de su mano pasando discretamente sobre uno de sus ojos antes de desaparecer.
Un silencio incómodo se estableció.
No era raro para su padre utilizar a la gente. Mucho tiempo atrás ya todos habían entendido que por la misión, por el bien mayor, Batman daría su vida y la de sus aliados.
Pero esta vez, ¿realmente lo valía?, Damian observó por donde Raven había ido.
El hecho de que ella no estuviera enojada con ellos, sino consigo misma. Triste y asustada… Como siempre, él no era el mejor cuando se trataba de sentimientos, por lo que su propia confusión se mezcló con su desesperación.
Él no quería que ella se sintiera así.
"¿No debería alguien ir con ella?" Jason preguntó.
Damian exhaló, su mirada se dirigió a Bruce por medio segundo antes de empezar a caminar.
"Buen trabajo, padre."
"Hay algo que no entiendo," Barbara se cruzó de brazos y luego se apoyó en el respaldo de su asiento. El sarcasmo en la voz de su hermano menor los había dejado callados, quizá por la ligera culpa que sentían, pero no por ello iba a dejar de preguntar. "¿Por qué ocultaste un pedazo de información tan importante como ese?"
Todos sabían que independientemente de lo que pensaran de Raven, hubieran seguido el plan de Bruce.
Él le mantuvo la mirada por un buen rato, sin embargo, antes de exhalar.
"Porque la manera más sencilla de que ella usara todo su potencial es cuando está protegiendo a los que aprecia," Bruce dijo. "Ustedes no son los más amistosos, una profecía así solo empeoraría la situación."
Jason rodó los ojos.
"El burro hablando de orejas."
El viento nocturno de la costa Gotham era frío, y se sentía peor cuando recién había tomado un baño y su cabello seguía mojado, por lo que Raven se abrazó a sí misma mientras leía el poema.
Lo leyó una y luego otra, y luego otra vez, y lo único que lograba era enojarla más. ¿Qué destrucción? ¿Qué salvación? Lo único que sabía era que cuando estaba en ese estado, dejaba de ser ella misma y se convertía en algo sobre lo que no tenía control. Se convertía en aquello que todos odiaban y la razón por la que su madre tanto había sufrido para esconderla del resto del mundo.
Casi se rió de sí misma.
Y entonces oyó el sonido del cable de un batclaw y antes de verlo supo de quién se trataba.
"Realmente te gustan las alturas," la voz de Damian se oyó fuerte en el silencio de la noche y Raven se preguntó cómo había llegado hasta ahí sin haber llamado la atención de todos los patrulleros.
"¿Cómo me encontraste?" ella preguntó, frunciendo el ceño. "No hubo tiempo de que pusieras otro rastreador en mi ropa."
Damian se encogió de hombros y sin responder, lentamente se acercó a ella para sentarse al borde del faro, ambos dándole la espalda al enorme foco que hacía tiempo había dejado de funcionar. Parecía mentira que las calles vacías por el toque de queda eran la misma ciudad que ambos conocían como un nido de vampiros. Probablemente las únicas personas que verían pasar serían vagabundos o bien policías armados. No había fiesteros ni criminales, mucho menos la gente normal de Gotham, era curioso cómo esa paz sólo era resultado de una amenaza peor.
"Tuve un presentimiento," él dijo simplemente y ambos se sumieron en un silencio cómodo.
Raven se mantuvo observando la tapa del viejo libro, o al menos fingió que lo hacía. Ser consciente de la presencia de Damian era… confuso. No desagradable, más bien todo lo contrario y eso, que la Reina había utilizado a su favor, asustaba a Raven.
Ella no quería aceptarlo, pero era algo que ya era un hecho.
Con sus dedos acariciando la tapa del libro, ella alzó la mirada.
"Lo siento," ella dijo. "No quería explotar en contra de ti y tus hermanos."
Damian negó con la cabeza, sin mirarla.
"Yo hubiera reaccionado peor," él contestó.
Y Raven presionó los labios, solo para mirar al cielo escaso de estrellas. Ella dejó el libro a un lado y suspiró.
Todo ese tiempo, había estado luchando contra esa oscuridad que siempre había sentido dentro de ella. Luchando para no perder el control. Había tratado de ser la mejor versión de sí misma, haciendo lo que creía era lo correcto al ponerse del lado de los débiles humanos. Haciendo lo que creía su madre hubiese querido. Pero resulta que eso era lo de menos. Resulta que no importaba en lo absoluto.
"... Resulta que de todos modos iba a pasar," ella terminó de decir y por alguna razón, sintió ganas de sonreír.
Reírse de la ironía.
Pero no lo hizo y, en su lugar, encontró la mirada de Damian al voltear hacia él.
"Dime, ¿qué se supone que debo hacer ahora?"
La pregunta sonó como una súplica, y Damian se quedó embobado por unos segundos, no solo porque realmente no sabía qué responder a eso, sino porque ahí, por alguna razón, en ese momento, Raven se vio totalmente distinta.
Su fuerza, su presencia… De pronto todo se sintió… ínfimo. Una sombra de la seguridad que había visto en ella cuando se conocieron por primera vez. Un rastro de lo que a él le había llamado la atención.
Y a Damian no le gustaba eso. Era difícil de decir, complicado de explicar, pero lo que sí estaba seguro, era de que no quería verla así. No cuando ella era mucho más.
Él apretó sus manos en puños. Por alguna razón, sintiéndose culpable de pensar… sentir lo que estaba sintiendo.
Raven le agradaba. Le gustaba más de lo que podía admitir.
"No lo sé," él contestó a su pregunta después de un rato, siendo totalmente sincero, y sin dejar de mirarla a los ojos. "Pero eres fuerte, Raven. Más fuerte que cualquiera de nosotros, y más humana que muchas personas."
Hubo una pausa, como si no estuviera tan seguro de hacer lo que haría, pero aun así lo hizo y Damian apoyó su mano sobre la suya. Un gesto que Raven no rechazó en lo absoluto, sintiéndolo casi natural, y aunque no entrelazó sus dedos, ella deseó que lo hiciera. Él supo que era así, así como supo que lo que sea que se había encendido hace tiempo en él no era unilateral. "Si no quieres hacerlo, no te culparía. Ninguno de nosotros lo haría."
Y él lo sabía. Después de todo, ninguno de ellos juzgaría a otro por decidir dejar esa vida tan solitaria como peligrosa.
Pero en lugar de aceptarlo, en lugar de simplemente asentir y dejar que todo caiga por su propio peso, Raven negó con la cabeza.
"No se trata de eso," ella confesó, presionando los labios y sumiéndose en sus pensamientos por unos segundos mientras parecía meditar lo que diría a continuación.
Raven sabía que no era cuestión de querer o no querer. Según lo que había leído Bruce, según todo lo que había vivido hasta ese momento, era algo que iba a pasar aunque no quisiera. Era algo dentro de ella, oscuro y macabro, que iba a salir y mostrarse al mundo en cualquier momento, entonces ¿por qué perder tiempo rehusandose?
El problema no era ese, ella lo sabía, por lo que no miró a Damian cuando volvió a hablar;
"Tendrás que detenerme cueste lo que cueste."
Fue rápido. Un murmullo casi, que Damian logró escuchar a duras penas solo para fruncir el ceño con severidad, por muy poco pareciéndose a su padre.
"¿Qué?" él necesitaba oírlo claramente.
Y ella, llenándose de una audacia que no siempre tenía, alzó la mirada hacia él y ahuecó su rostro entre sus manos, conectando sus miradas forzosamente.
"Ustedes no lo entienden," ella trató de explicar. Intentando que su voz no se quebrara. "No se trata de salvación o destrucción. No es uno o lo otro. Una vez que suceda lo que tenga que suceder, tendrás que detenerme para evitar que algo peor que la Reina pase… incluso si eso significa matarme."
Ella tragó saliva, sus ojos se desviaron inconscientemente a los labios de Damian como si el contexto en el que estaban no fuera de todo excepto romántico.
"Tienes que prometerlo," ella pidió, dejando caer sus manos y viéndose incapaz de mantener el contacto visual que ella misma había iniciado, volviendo a poner su mano sobre la de Damian para darle un apretón. "Promételo."
No hubo una respuesta inmediata. La mente de Damian se nubló con distintas preguntas y dudas. ¿A qué se refería? ¿Por qué parecía tan segura? ¿Por qué no creía en lo que Dick decía?
Sin embargo, la única pregunta que fue capaz emitir fue;
"¿Por qué yo?"
Damian no desconfiaba de sus habilidades. Todo lo contrario, él sabía que era una persona altamente capacitada y criada para hacer lo que hacía. No había alguien igual a él. Pero asimismo, también era consciente que para casos como esos, la gente normal acudiría a su padre o a alguno de sus hermanos, clasificándolo a él como muy joven o muy imprudente, o ambos.
Damian no tenía duda de sus habilidades, pero sí de su voluntad para eliminarla.
Sin embargo, Raven entrelazó sus dedos en un afán para volver a ganar su atención y en casi un susurro, como si fuera algo que no debía decir, ella contestó:
"Porque tú eres la única persona que podría detenerme… A quien yo jamás podría lastimar si todavía tuviera un poco de consciencia."
Para Raven, eso se había vuelto un hecho. Tanto como que el sol salía por el Este y se ocultaba por el Oeste, Damian era él único que podía traerla de regreso aun cuando aquella oscuridad empezaba a engullirla. Lo había hecho más de una vez, la había salvado de sí misma. Raven simplemente sabía que él iba a ser el único capaz de detenerla.
Ella volvió a alzar la mirada. Damian le hacía sentir, después de todo, que todavía había una oportunidad. Una oportunidad para ella, para el futuro, para todos. No solo era un sentimiento cálido y burbujeante en su pecho. No. Era mucho más que eso.
Y ella no estaba dispuesta a dejarlo ir.
Por lo que, antes de saberlo, antes de decir cualquier cosa que pudiera arruinar el momento, antes de empezar a pensar otra vez en todos los problemas, Raven se inclinó hacia él y juntó sus labios con los suyos.
La sorpresa de Damian fue evidente por cómo se tensó al inicio. Quizá fue más que simple sorpresa, de hecho; sin embargo, más pronto que tarde, sus manos ya se habían elevado hacia su rostro, solo para acercarla más de lo que creía posible a él.
En ese momento, por lo rápido que latía su corazón y por lo cálido que se sentía su cuerpo, Raven no podía sentirse más humana…
En ese momento, junto a Damian y gracias a él, por algún motivo, fue más fácil aceptar el destino que algún dios o lo que fuera le había impuesto con solo nacer.
Era tan raro, tan eufórico que por un momento, solo por unos segundos, tuvo que obligarse a detenerse. Tuvo que obligarse a separarse de Damian para verificar que no solo era otro sueño, que ese sentimiento —que su toque, su cercanía, su aliento sobre sus labios y su respiración acelerada —, que todo era real.
Y sí lo era. Su pecho subiendo y bajando, sus ojos sedientos de algo se lo aseguraron.
Y entonces fue él quien buscó sus labios otra vez. Sus manos yendo a su espalda y enredando sus dedos en su capa mientras que ella lo rodeaba por el cuello. Un beso que fue casto e inseguro al inicio pronto evolucionó a uno más profundo y desesperado. Bajo el cielo nocturno de Gotham, a espaldas de un mundo en conflicto como si fuera un secreto, se besaron, y se besaron, y se besaron.
