Aqui esta mi nueva adaptación espero les guste.
**Los personajes son de Stephenie Meyer y la historia al final les digo el nombre de el autor
CAPÍTULO SEIS
Asheville
Martes, 6 de marzo01:00 p.m.
Ella estaba ahí afuera. Lo sabía.
Se estaba carcomiendo. ¿Cómo lo había hecho?
Witherdale se recostó en el respaldo de la silla de cuero con los brazos firmemente cruzados sobre el pecho, mirando el pequeño reloj de arena girando en la pantalla.
Había revisado todas las bases de datos de búsqueda que conocía, y no había encontrado ningún registro de Mary Grace, con cualquier combinación de Mary, Grace, Witherdale, o Higginbotham, su apellido de soltera. Era como si hubiese desaparecido de la faz de la tierra.
¿Cómo había desaparecido sin dejar ningún rastro de mierda?
¿Cómo lo había planeado? ¿Quién la había ayudado?
Ella no era lo suficientemente inteligente como para planear una huida así, incluso si hubiera estado bien físicamente, y ella no lo estaba.
¿Dónde estaba?
¿Dónde estaba Jimmy? Tendría catorce años, estaría convirtiéndose en un hombre. Witherdale clavó los dedos en el apoyabrazos, tratando de estabilizarse contra la súbita fiebre de dolor y de rabia. Había echado de menos a su hijo. Ella le había robado el placer de ver a su hijo convertirse en un hombre. Sin su dirección, era probable que Jimmy se hubiera vuelto suave y mimado. Tendría que arreglar eso en poco tiempo, cuando diera con el muchacho. Sería difícil erradicar siete años de mala crianza, pero tendría que hacerlo, no importa que tan drásticas tuvieran que ser las medidas a tomar.
El reloj de arena desapareció, y fue sustituido por el cuadro de dialogo. Resultados de la búsqueda: 0. Esa era la última base de datos que conocía.
—Maldita sea —murmuró y cogió la lata de cerveza de encima de la mesa. Estaba vacía.
Maldita sea―. ¡Victoria! —Aplastó la lata con una mano y la tiró a la papelera.
—Estoy aquí, James —dijo Victoria suavemente detrás de él. Una lata de cerveza fría apareció junto a su codo—. Tengo que correr al mercado. ¿Puedo alcanzarte algo antes de irme?
Witherdale la miró por encima del hombro, los moretones en su rostro habían comenzado a desvanecerse, y se había cubierto el resto aceptablemente con maquillaje.
Giró la cabeza hacia la puerta.
—Ve. Pasa por la ABC, de camino a casa. Estoy escaso de Jack.
—James… —Su voz era un gemido quejumbroso, la forma en que siempre empezaba a quejarse por tener que ir a la tienda de licores. Le agotaba los nervios. Se dio vuelta en la silla para mirar su rostro de luna llena. Ella se estremeció y retrocedió un paso.
—¿Qué pasa, Victoria?
—¿No vas a trabajar hoy? ―balbuceó. Sus ojos se fijaron en la pantalla de la computadora. Pero él no hizo ningún esfuerzo por ocultar la búsqueda que estaba realizando. Victoria era demasiado estúpida como para encontrar su propio trasero. No había manera de que entendiera lo que estaba haciendo.
—Me tomé una licencia. —Se volvió a la computadora, cerrando la ventana.
—¿P-por cuánto tiempo?
Se paró y levantó el puño. Se sintió satisfecho cuando ella palideció y retrocedió otro paso.
—Hasta que esté listo para volver. Ahora sal de aquí antes de que termines encerrada unos días más.
Victoria llevó una mano temblorosa a su mandíbula, donde si se miraba con atención, se podía ver la evidencia del lugar donde su puño había hecho conexión con sus huesos la última vez. Ella asintió con la cabeza y se dirigió a la puerta.
James volvió a su equipo.
—No olvides lo de ABC.
—Sí, James.
La puerta se cerró y quedó solo de nuevo. Era como si Victoria nunca hubiera existido. Su mente se llenó de nuevo con Mary Grace. Y Jimmy.
¿Y ahora qué?
¿Cómo podía hallar algún rastro si había cambiado de nombre? Encontrarla era la clave para encontrar a Jimmy. Lo sabía. Los niños desaparecidos, en su mayoría siguen desaparecidos. Eran muy fáciles de ocultar. Sin embargo un adulto necesita comer, necesita tener un ingreso de algún tipo. Habría registros. Él solo tenía que encontrar los registros escondidos.
Una afilada puntada de miedo asomó en él, mientras estaba sentado meditando. ¿Y si ella fuera lo suficientemente inteligente? ¿Qué pasaba si no la encontraba?
¿Qué pasaba si nunca encontraba a su hijo?
Se miró las manos, estaba temblando. Tenía miedo. Apretó los dientes y los puños. Iba a encontrarla. Podía ser más inteligente de lo que había pensado originalmente. Pero no más inteligente que él, maldita sea, estaba seguro. Y tampoco era lo suficientemente inteligente para haber hecho esto sola.
Tenía que encontrar a la persona que la había ayudado. A la persona que había planeado los detalles del secuestro de su hijo.
Se levantó y caminó por la sala como un gato enjaulado. Buscando cualquier grieta en el cristal que lo separaba de la respuesta. Sabía que estaba allí. ¿Quién la había ayudado?
Si había sido la jefa de enfermeras del hospital de Asheville, no iba a obtener ninguna información. Había muerto unos seis meses después de que Mary Grace desapareciera. Frunció los labios. Ahora deseaba no haber elegido esa curva en particular de la montaña para sacar a la mojigata enfermera de la carretera. Tendría que haber elegido una caída más suave, donde podría haber sobrevivido, pero que le quedara miedo suficiente para no darle a la policía más fotografías. La enfermera estaba segura de que él lo había hecho. De que él había asesinado a su esposa y a su hijo. La perra había tratado de interferir y les había dado a los detectives que investigaban el secuestro de su hijo, las fotos de cuando Mary Grace estuvo en el hospital. Había un detective con el que ella hablaba todo el tiempo, Steven Farrell, que lo miraba como si fuera mierda en su zapato cada vez que una nueva foto aparecía. La enfermera había tenido que ser detenida.
Witherdale tan solo deseaba no haberlo hecho de forma tan permanente.
Su mente volvió a la estatua pegada y agrietada que descansaba en el armario de pruebas del condado Sevier. Una ayudante de enfermería le había dado esa estatua a Mary Grace. Quizás le había dado mucho más.
Necesitaba saber donde estaba ahora esa ayudante.
Desconectó el modem y cogió el teléfono para llamar al hospital y preguntar, pero se detuvo antes de marcar, con el teléfono en la mano. Él no podía llamar y preguntar. Porque en ese momento, pensó y tensó la mandíbula, un agente especial de la Oficina Estatal estaba sentado en la oficina de Ross. Colgó el teléfono. El Señor Estado… ¿Cómo se llamaba el chico? … MaCarty, si… Ross se aseguraría de que el agente MaCarty se centrara en él como objetivo de la investigación.
Frenó el impulso de tirar algo. Él. Sospechoso. Una vez más. Ya había sido bastante malo la primera vez. Pero que esto le ocurriera de nuevo, era casi imposible de creer. Sin embargo Riley Biers lo había llamado al celular hacía unos diez minutos. Pagaba para tener amigos en el departamento. Por lo menos tendría flujo de información mientras se encontrara de licencia. No estaba especialmente preocupado de que pudieran acusarlo de nada.
No había hecho nada malo.
Se quedó mirando el teléfono y luego el ordenador. No podía llamar al hospital para preguntar por la ayudante de enfermería. MaCarty se enteraría… y pronto. Y aun cuando no estaba preocupado de que encontraran algo, sabía que podían obligarlo a salir de licencia sin sueldo mientras se rascaban el culo comprobando, sin encontrar nada.
¿Cómo podía acceder a los archivos de personal del hospital? Él no era tan bueno con las computadoras como para siquiera intentarlo. Tenía que encontrar a alguien que lo fuera.
Asheville
Martes, 6 de marzo 02:25p.m.
—¿Y bien? —Ross estaba en la puerta de la sala de conferencias que había asignado como oficina de Emmett.
Emmett empujó la silla, poniéndose de pie. Se pasó la mano por la parte posterior del cuello, y arqueó la espalda para estirar los músculos, había estado quieto por mucho tiempo.
―Encuentro su hospitalidad lamentable, Teniente Ross —dijo con una sonrisa cansada―. Aquí debe hacer ciento cincuenta grados.
Ross se apoyó en el marco de la puerta.
—Se pone un poco calentito ―admitió—. Sobre todo cuando el sol entra por esa pequeña ventana.
—¿Calentito? —Emmett se aflojó la corbata un centímetro y se desabrochó el botón del cuello—. ¿Cómo es en agosto? No importa, no quiero saber.
—Era una sala de interrogatorios. —Sonrió y Emmett se sorprendió por el impacto. Ross con una sonrisa era una mujer atractiva―. Pero el estado dictaminó que era cruel y no la aprobaron. Los técnicos del estado nos construyeron una moderna sala de interrogatorios hace unos años, y guardamos este espacio para distinguidos invitados. —Se puso seria y señaló la delgada pila de archivos―. Le dije que no era mucho, pero son todos los registros que se presentaron. Las declaraciones. —Su voz se endureció, al igual que su mirada, cuando se posó sobre dos fotografías recortadas al frente de una de las carpetas manilas—. Las fotografías.
Emmett tomó las fotos por las esquinas, estudiando con gravedad una, y luego otra.
La primera era de una joven Mary Grace Witherdale, unos dieciocho años, con un niño rubio de dos años y una sonrisa de dos dientes, en la cadera. Sus labios estaban doblados en una tosca parodia de sonrisa que no llegaba a alcanzar sus ojos atormentados. La segunda foto era de Mary Grace unos años más tarde, en el hospital, inmediatamente después de la caída por las escaleras. Uno de los lados de la cara estaba hinchado, casi irreconocible. Su pelo castaño había sido masacrado por alguna bien intencionada enfermera, para permitir su atención en lo que se convertiría en una estancia de tres largos meses en el Hospital General. El cabello, cerca del abultado vendaje estaba rapado. El resto, cortado de alrededor de tres centímetros de largo.
A nivel personal, las imágenes le revolvían las tripas. A nivel profesional, encajaba en el perfil de abuso doméstico. Desafortunadamente, no había ninguna documentación que demostrara que Witherdale hubiera sido acusado por eso. Y ese hecho le molestaba. Deslizó cuidadosamente las fotos en la carpeta, luego levantó la vista para ver que Ross lo estudiaba, con expresión preocupada.
Emmett movió hombros, en una combinación de estiramiento y de encogimiento.
—No lo sé. De alguna manera esperaba ver al menos una mención de que alguien en este recinto sospechara de él. Después de todo, la esposa y el hijo pequeño de un policía fueron secuestrados…
—En ese momento, los oficiales investigadores decidieron que ella había huido con el niño ―dijo Ross.
No todos ellos, pensó Emmett. No el padre de Stefan Farrell.
—Sí, eso leí. Se pensó que Mary Grace Witherdale había huido porque su marido estaba teniendo un romance con la vecina de al lado. —Vio como la cara de Ross se contraía—. ¿Usted lo cree, Teniente?
Ross asintió con la cabeza, el ceño fruncido torciendo los labios.
—Es ciertamente plausible. James ha sido siempre muy popular entre las damas. Pero lo que siempre me molestó fue el chico. James Witherdale parecía amar a su hijo con locura, durante años estuvo afligido por Jimmy. No puedo imaginarlo dañando al niño. Nunca creyó que su esposa hubiera escapado. Estaba convencido que algún maleante los había secuestrado por venganza.
―Se encogió de hombros—. Eso no es imposible posible tampoco. Witherdale ha hecho una gran cantidad de detenciones en los últimos años. La verdad es que no lo sé, MaCarty. Es por eso que estuve de acuerdo en que viniera.
Emmett miró las fotos de nuevo.
―Me gustaría hablar con Witherdale tan pronto como sea posible.
—Le puedo dar su dirección. Él no está hoy aquí. Tomó una licencia con goce de sueldo — añadió, contestando a la siguiente pregunta obvia, antes de que la hiciera.
—Bien. ¿Y los detectives que investigaron el caso hace siete años?
—Puede hablar con Farrell, pero no con York. Emmett se ajustó la corbata.
—¿Por qué no York?
—Murió el año pasado. Emmett frunció el ceño.
—¿En cumplimiento del deber? Ella negó con la cabeza.
―Ataque al corazón. El hombre nunca encontró un pollo frito que no le gustara. Emmett se echó a reír.
—Entonces murió feliz. Ella sonrió de nuevo.
―Como una almeja frita. Farrell vive en las montañas cerca de Boone. Puede verlo mañana por la mañana. Hoy está de pesca con algunos niños locales de las tropas de exploración —dijo mientras él reunía los archivos—. Le gustará Steven Farrell. Es un tipo recto.
—Oí decir que su esposa hace un grandioso pastel de dulce de batata.
—Pecaminoso.
Chicago
Martes, 6 de marzo 05:01p.m.
Eran las cinco en punto. Por fin. Edward cerró el libro que había fingido leer. La había escuchado atender los teléfonos toda la tarde, con ese sexy acento sureño filtrándose por las paredes. La había escuchado mientras se preparaba para irse, preguntándose si estaría pensando en él. Seguro como el infierno que él había pensado en ella. Toda la tarde. Se preguntaba donde la iba a llevar a cenar. Esperando la noche, como no había esperado nada en mucho tiempo. Visualizando el beso de buenas noches, esperando que ella fuera igual de sensible a su beso, como lo había sido a su simple caricia en el labio inferior.
Dios. Él apenas la había tocado y había estado a punto de correrse. Ella había temblado cada vez que le había acariciado el labio con su pulgar, los ojos abriéndose más con cada inspiración. Para ella era nuevo lo que había sentido, con esos ojos suyos irradiando inquietud, luego asombro. Había habido algo más también, se dijo mordiéndose el labio inferior. Se había sobresaltado cuando él se acercó. Bella era algo asustadiza.
Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos. Bella. Solo de pensarlo, su nombre conjuraba todo tipo de imágenes mentales. Se enderezó en la silla.
―Adelante.
Se las arregló para mantener una sonrisa en su rostro, a pesar de la puñalada de decepción, cuando una mujer alta y joven, con el cabello largo y oscuro, entró.
—Bree, ¿qué puedo hacer por ti?
Bree Tanner se acercó tentativamente. Hablando de asustadizos. La joven se movía como un potro de piernas largas e inseguras. No tenía ni idea si sería una buena secretaria cuando Bella se graduara o no. Él no sería capaz de decidir hasta que se le pasara su amor platónico inicial y dejara de mirarlo como a una estrella de cine.
O un héroe deportivo, se burló su mente. Empujó bruscamente a un lado el pensamiento indeseado.
—Yo solo quería saber si necesitaba algo de la biblioteca —ofreció con voz suave y apacible.
—No, gracias Bree —dijo, intentando una sonrisa tranquilizadora. Él no era bueno demostrando afecto. Le iba mejor cuando lo llamaban Señor y Doctor, y sus peticiones se cumplían al momento. Pero la sonrisa debió haber logrado algo bueno, por como Bree se ruborizó hasta las raíces de su cabello, y se alejó tartamudeando un adiós. Edward suspiró. Él no quería una secretaria joven. Quería una secretaria mayor y eficiente que no se desmayara sobre él.
Excepto Bella, por supuesto. Podía desmayarse sobre él tanto como quisiera. Había terminado de cerrar el cajón de su escritorio cuando volvieron a llamar a la puerta.
―Adelante —gritó, luego suspiró en voz baja por el sobrecogedor olor a perfume que llegó a la deriva por la habitación. La Dra. Lauren Mallory. Había estado evitándola todo el día. Levantó la cabeza para encontrarla de pie en la puerta, observándolo en silencio con una mirada depredadora. Conocía esa mirada. Kate la había usado a menudo. La reconocía ahora por la falsedad que representaba. La brillante y colorida boca de Mallory se curvaba hacia arriba en lo que suponía, pretendía ser una sonrisa seductora. Luchó contra las ganas de gritar pidiendo ayuda.
—¿Puedo ayudarla en algo, Dra. Mallory?
Ella se dirigió hacia adelante, sus caderas parecían moverse de manera independiente.
—Por favor, llámeme Lauren.
Edward se sentó en su silla y juntó los dedos encima de su escritorio esperando parecer inaccesible.
―Entonces, ¿puedo ayudarla, Lauren?
—Eso espero.
Dios, estaba ronroneando. Pensó en un gato al acecho ante un indefenso ratón. Lástima que no hicieran ratoneras de metro noventa de altura.
—Tenía la esperanza de que me dejara llevarlo a cenar. —Hizo una pausa y apoyó una cadera en la esquina del escritorio, para inclinarse hacia él. Su perfume era insoportable, al punto de ahogarlo. Él tragó, mientras ella sonreía de nuevo—. Para darle la bienvenida al Departamento.
—Bueno, gracias por la oferta Lauren, pero… Ella se inclinó unos centímetros más cerca.
—Conozco un pequeño restaurante francés en la avenida Michigan. Hice reservas a las se reclinó hacia atrás en la silla hasta oír los resortes en señal de protesta.
―Es muy amable de su parte, Lauren, pero esta noche tengo otros planes. Su sonrisa se torció y puso mala cara.
—Realmente, Edward. ¿Cómo podría tener planes para la noche? Sólo lleva una semana en Chicago. —Sus dedos avanzaron hacia sus manos. De un tirón, las retiró del escritorio y cruzó los brazos firmemente sobre el pecho.
—Tengo otros planes. ―Se puso de pie torpemente, y fue a coger su bastón, pero ella fue más rápida y lo tomó antes. Edward extendió la mano para tomar el bastón, pero en cambio, ella deslizó su mano en la suya.
—Cancélelos —murmuró―. Le garantizo que puedo hacer que valga la pena. Volvió a cruzar los brazos sobre el pecho.
—No quiero cancelar mis planes. Ahora bien, si es tan amable de devolverme el bastón, le desearé buenas noches.
—Pero…
La puerta de su oficina se abrió y los dos se volvieron a mirar. Edward rezó porque no fuera Bella. Había logrado mejorar su opinión después de lo de esa mañana con las jóvenes, pero sabía que Bella se sentía especialmente vulnerable cerca de Mallory. Sus ojos se agrandaron al ver entrar a Jasper.
—Edward, no estás planeando plantarme, ¿verdad?
Y para su consternación, Jasper cruzó la habitación y le pasó un brazo sobre los hombros.
Después sacó su mano libre para saludar a Lauren.
―Hola soy Jasper, la cita de Edward para esta noche.
La mandíbula de Lauren cayó, dejando al descubierto varios empastes de plata en la parte posterior de la boca. Muy poco atractivo, pensó Edward, luchando por mantener su cara seria y la risa controlada. Lauren se horrorizó por completo. Medio recuperada, alcanzó a estrechar la mano de Jasper.
—Ustedes dos… ¿se conocen?
—Oh, sí ―respondió Jasper ligeramente, estrechando su mano con una calurosa sacudida―. Fuimos juntos a la universidad de Harvard.
—Dirigió una mirada tierna a Edward—. Fuimos compañeros de apartamento… —Su voz se suavizó—. ¿No es así, Edward?
Con los ojos muy abiertos, Edward asintió con la cabeza, incapaz de hablar. Lauren había retrocedido.
Jasper lo estrechó más y apoyó la cabeza en su hombro.
—Fuimos prácticamente inseparables, desde el momento en que éramos… bueno, muchachos.
¿No lo dirías así, Edward?
Edward volvió a asentir. Se aclaró la garganta.
―Inseparables. Así que ya ve, Lauren, no puedo cenar con usted esta noche, o cualquier otra.
¿Le importaría? —Sostuvo la mano y movió los dedos. Lauren le entregó el bastón.
Ella se recuperó notablemente. Con la cara contraída por la disculpa.
—Lo siento, Edward. No sabía que estaba involucrado con alguien. —Miro a Jasper, que estaba sonriendo beatíficamente—. Es un placer conocerte, Jasper. Que disfruten de… su noche.
—Gracias. ―Jasper asintió con la cabeza. La imagen de la inocencia—. Íbamos a pedir una pizza, ¿no Edward?
Edward se atragantó. Pizza. Le había ofrecido pizza a Jasper la noche anterior. Planeando la cena con Bella, lo había borrado de su memoria.
—Pizza. Sí. Buenas noches, Lauren.
Vieron como ella salía. Sus caderas ya no se movían de forma independiente. Escucharon hasta que oyeron cerrarse la puerta exterior. A continuación, Edward se volvió hacia Jasper con el ceño fruncido, forcejeando para quitarse el brazo de su hermano del hombro.
―¿Qué diablos crees qué estás haciendo? Jasper sonrió.
—Te saco de encima esa mujer. No querías salir con ella, ¿verdad? Edward intentó parecer severo.
—No, no. Pero eso no te da derecho… Jasper lo empujó en las costillas.
—No seas ingrato. Puede que no haya sido políticamente correcto…
—¿Puede qué no? —Edward explotó—. ¿Tienes idea los problemas…? Jasper se encogió de hombros.
―Pero eso te mantendrá fuera de sus garras un buen rato. —Sonrió de nuevo y Edward sintió que su corazón se derretía. Ese era su hermano menor, que había sido capaz de usar su extravagante sentido del humor para que, incluso el peor de los días, fuera soportable—. Vamos a comer pizza.
Edward hizo una mueca.
—Realmente tengo otros planes,Jas. Jasper frunció el ceño.
―¿Me estás plantando en serio? ¿Por quién?
—Con Bella… —En su voz se reflejó el pánico—. Oh, Dios espero que no haya escuchado nada de esto. —Corrió a la puerta de la oficina tan rápido como se lo permitieron sus piernas―.
¡Mierda!
Estaba sentada en su escritorio, la cara en sus manos, sus hombros temblaban. Con un gesto amenazante a Jasper, Edward cruzó la distancia hasta el escritorio de Bella. Se sentó en la equina del escritorio y le tocó el hombro suavemente.
—Bella, no sé lo que hayas oído, pero nunca me habría ido a cenar con Lauren. Y éste es solo el idiota de mi hermano. —Le sacudió el hombro—. No habría hecho planes contigo, para después romperlos, de veras.
—Ibas a romper los planes conmigo ―añadió Jas suavemente. Observando la escena lo suficientemente lejos como para que Edward tuviera que oponerse de pie y caminar unos pasos para golpearlo.
—Cállate, Jasper—siseó Edward—. Ya has hecho bastante daño por un día. —Se volvió a Bella que aún escondía el rostro en las manos―. Por favor, no llores. Mi hermano se está yendo.
Bella abrió los dedos lo suficiente como para mirar a través de ellos.
—Oh, no, no deje que se vaya —exclamó—. Por favor. —Deslizó las manos de sus ojos para cubrir su boca, revelando las lágrimas que corrían por sus mejillas—. Oh, Dios mío, yo… —empezó a toser. Y Edward se dio cuenta con alivio supremo que no estaba llorando después de todo. Estaba riendo tan fuerte que se ahogaba. Resueltamente, le dio una palmaditas en la espalda mientras trataba de recuperar el aliento—. No me he reído tanto… —Comenzó a toser de nuevo.
—Consigue un poco de agua por favor, Jasper.
Con la misma sonrisa en su rostro imperturbable, Jasper lo hizo.
—Gra-gracias. —Bella vació el vaso—. Oh Edward, la expresión en su rostro cuando se marchó de aquí no tenía precio.
Edward sintió que su cara se relajaba en una sonrisa de alivio.
―Éste es mi hermano, Jasper.
—Ya lo sé. Nos conocimos antes de que entrara a su oficina. —Bella negó con una risita residual—. Gracias Jasper, esa mujer ha sido una espina en mi trasero durante cinco años.
Jasper inclinó la cabeza.
―Me alegra ayudar. ¿Cuánto hace que ella trabaja aquí? Bella se echó a reír.
—Cinco años. Cinco largos años. ―Se volvió a Edward con los ojos marron brillantes—.
Si ustedes quieren ir a comer pizza, odiaría ser la tercera en la rueda.
Algo se relajó dentro de él. Su maravillosa risa lo hacía sentirse a gusto.
—Bueno, podríamos invitar a Kristie o Stephie para ti. Sus ojos se agrandaron, pero apareció el hoyuelo.
―Sobre mi cadáver, amigo.
Cautivado, no podía apartar los ojos de su rostro. Era tan bonita cuando reía.
—Lárgate, Jasper —dijo, sin tomarse la molestia de mirar sobre el hombro.
—Edward no me parece justo. Él hizo todo el camino hasta aquí para verle.
—Probablemente, tenía que traer el coche de algún tipo rico. ¿Cierto, Jasper?
—No —dijo Jasper a su espalda. La voz cargada de tristeza―. Recorrí todo el camino hasta aquí solo para ver a mi querido hermano.
—Es un histriónico —comentó Bella a Edward.
—Siempre lo ha sido —contestó Edward—. Lárgate, Jasper. Prometo comprarte un pack de esas cervezas que tanto te gustan. Solo tienes que irte.
Jasper suspiró dramáticamente.
—Cuídate, Bella. Él te dejará tirada como una patata caliente cuando comiences a aburrirle.
Creo que iré a ahogar mis penas a Moe´s.
—¿Qué es Moe's? ―Bella recogió su bolso y sonrió a Edward cuando la ayudó a ponerse el abrigo. Su corazón dio un vuelco y se vio obligado, por lo menos mentalmente, a dar las gracias a Jasper porque sus ojos brillaran así.
—Es un lugar en el que solíamos comer cuando éramos niños. Antes de que Edward se volviera importante. —Alzó los ojos al techo―. Antes de que me despreciara por otros.
Bella sonrió a Edward.
—¿Dónde habías pensado llevarme? Edward se encogió de hombros.
―Había pensado ir a Morton Steak House, pero tengo la leve sospecha de que terminaremos todos en Moe´s, cenando hamburguesas doble con aros de cebollas.
La aprobación que vio en sus ojos hizo que la decepción por cambiar los planes fuera algo agradable.
Jasper hizo un guiño a Bella.
—Y yo que pensé que había olvidado sus orígenes humildes. Esta noche estoy conduciendo un Corvette 57. ¿Quieres venir conmigo?
Ella miró a Edward con una sonrisa descarada.
―Depende. ¿Qué conduce usted?
—Mercedes. —Le dirigió a Jasper una mirada de advertencia que no tuvo absolutamente ningún efecto.
—El mío es un clásico —la persuadió Jasper—. Rojo y negro. Faros de burbuja.
Bella apretó una esquina de su boca, fingiendo tener que pensarlo, a continuación negó con la cabeza.
―Lo siento, el lujo alemán le gana al auténtico americano. El suyo tiene interior de cuero, ¿verdad Edward?
—Sí —respondió secamente—. Puedo traerte de vuelta para buscar tu coche.
—No es necesario, tomé el autobús esta mañana. Jasper dejó caer la mandíbula.
—¿No tienes auto? ―preguntó horrorizado.
Bella negó con la cabeza y lanzó una mirada señalando a Edward.
—Se descompuso mi arranque. No puedo permitirme uno nuevo con el salario de una secretaria.
—Tu jefe es un cerdo —dijo Jasper, y la tomó del brazo escoltándola fuera de la miró sobre su hombro, su sonrisa ya más serena, pero igual de impactante.
—No, yo creo que es un tipo agradable.
El corazón de Edward dio otro giro lento. Esta vez terminó en un latido desgarbado. Iba a perdonar a Jasper, sólo por esta vez. Su hermano la había hecho reír. Algo que probablemente nunca hubiera podido hacer tan fácilmente. Y no importaba que más pasase, Isabella Swan saldría de Moe's con él esa noche.
Asheville
Martes, 6 de marzo 07:30p.m.
—Sigo pensando que es una muy mala idea.
Emmett miró sobre su hombro, la mano sobre el picaporte de la puerta de la taberna Dos Puntos, para encontrar al Detective Aro Volturi parado tercamente, los brazos cruzados sobre el pecho.
―Lo he anotado en el expediente —respondió secamente—. Usted preguntó si había algo que podía hacer para ayudar. —Tiró para abrir la puerta―. Esto es ayudar.
—Esto es buscarse problemas —se quejó Volturi al ver que Emmett iba a entrar igualmente.
—Quiero ver a los jugadores en su hábitat natural ―murmuróEmmett.
—No son animales,MaCarty—rechinó Volturi apretando la mandíbula. Emmett giró los ojos.
—Figurativamente, Volturi. ―Miró en torno a la clientela de la barra. Policías por todas partes. Algunos de uniforme, otros de saco y corbata. Pero todos policías, sin lugar a dudas— Quiero hablar con ellos en un entorno más natural. ¿Eso está mejor?
Volturi no se había relajado un ápice.
―Entonces interróguelos en el recinto. Vienen acá a relajarse, no para ser espiados. Emmett se volvió hacia Volturi, toda su frivolidad se había ido.
—Cualquier policía digno de su placa y sin nada que ocultar no tendrá problemas en hablar conmigo. Una mujer y su hijo están desaparecidos. Ciertamente espero que eso signifique algo. — Levantó una ceja—. Para todos ustedes.
Volturi torció la boca. Irónicamente, la mueca no estropeaba su buena apariencia ni un poco.
―James Witherdale no es mi persona favorita, Agente Especial MaCarty, pero respeto su hoja de servicio. No quiero que su nombre ande arrastrado por el suelo sin pruebas. Los rumores ya son más que suficientes. —Sus ojos recorrieron la multitud que todavía no los había notado—. Encontrará que mi opinión es ampliamente compartida.
—Aunque no tan elocuentemente ―murmuróEmmett. Mentalmente se preparó para el ataque que había instigado deliberadamente apareciendo en un lugar donde no era bienvenido. Y no tuvo que esperar mucho, pensó al ver como el detective Riley se acercaba a donde estaban, agarrando una jarra de cerveza con mano temblorosa. Por su aspecto, esa copa no era la primera.
—¿No le enseñaron buenos modales en Raleigh, Agente Especial MaCarty? —dijo torpemente Biers—. Hubiera pensado que sabría que uno no debe meterse en una fiesta privada.
—Riley ―advirtió Volturi.
Pero Biers no iba a parar el rollo.
—Cierra la boca Ari. ―Emmett vio que Volturi hacía una mueca de dolor, y supo que el apodo era tan desagradable como su propia presencia—. Llévalo a una tienda de quesos y vinos. No lo queremos aquí. —Biers se paró una pulgada delante deEmmett—. ¿Cree que puede venir aquí y hacernos hablar mal de James, eh, Agente Especial MaCarty? No hay un hombre en este lugar que no iría a la lona por James Witherdale. ―Se dio la vuelta y levantó la jarra—. ¿Verdad muchachos?
Emmett observó a la multitud con cuidado. La mayoría de los hombres respondió con un rotundo "¡Cierto!". Pero no todos. Memorizó los rostros de los que se quedaron callados y prestó especial atención a los que miraron para otro lado. No todos en ese lugar veían a Witherdale como un héroe. Pero Riley Biers lo hacía y en ese mismo momento, ya era bastante problema.
—Así que vuelva a casa, MaCarty ―Biers se inclinó hacia adelante y Emmett luchó contra el deseo de alejarse del intolerable aliento del hombre. Mezclado con cigarrillos rancios, era suficiente para voltear un estómago de hierro.
—. Vaya a casa para utilizar todas sus computadoras de lujo, y sus laboratorios para averiguar lo que en verdad pasó con el hijo de James. Porque usted está perdiendo cada minuto que piense que él lo hizo.
—Se oye usted seguro ―dijo Emmett—. ¿Por qué?
—Porque lo conozco —declaró Biers, su mirada se torno apasionada—. Lo entrené cuando no era más que un niño. Él es como un hijo para mí. —Tragó saliva, abrumado por la escondida emoción—. Sostuve su mano cuando Jimmy desapareció. El ama a su hijo, MaCarty. —Tragó de nuevo, claramente superado—. No se equivoque. James Witherdale no podría haber lastimado a ese chico más de lo que yo podría haberlo hecho.
Emmett vio como las lágrimas nublaban los ojos del anciano. Era tan sincero como borracho estaba. Emmett no tenía duda.
—¿Qué hay de su esposa, Detective? ¿James podría haber lastimado a su esposa?
La mandíbula de Riley se tensó.
—Él fue bueno con su mujer. Era una terrible carga. Pero se hizo cargo de ella. Ella estaba deprimida todo el tiempo. No podía ni siquiera atarse los zapatos —dijo con disgusto—. Pero él la tenía en su casa. Pagó las facturas del médico. Ató sus zapatos —añadió con desprecio—. Y sin obtener nada a cambio. —Sus ojos se achicaron malvadamente—. Nada.
Emmett sentía todos los ojos del lugar fijos en él, esperando su próximo movimiento.
―Justicia, diría yo. —Hizo una pausa esperando hasta que vio el destello en los ojos de Biers—. Especialmente, si él le hizo eso.
Bingo, pensó, aún cuando el contenido de la jarra de cerveza salpicó su cara y su camisa. Las manos del fornido detective lo agarraron de los hombros, empujándolo contra la pared.
—Riley—gritó Volturi, tirando de Biers, mientras otros tres policías corrían a ayudar. Volturi pasó a Biers a los demás. Entonces sacó un pañuelo blanco de su bolsillo y se lo entregó a MaCarty, temblando de rabia visiblemente. ―Limpie su cara —espetó—. Y si valora la paz, espéreme afuera.
Emmett se alejó, deteniéndose en la puerta para ver en el frenesí, como Volturi hablaba con otro hombre. Era el detective Tyler Crowley. Ross se lo había presentado esa tarde.
—Llévalo a casa Tyler ―pidió Volturi—. Asegúrate de que llegue a la cama. El detective Crowley puso su brazo sobre los hombros de Biers.
—Vamos, Riley. Has tenido suficiente por una noche. Déjame llevarte a casa a dormir la mona.
—Crowley vaciló cuando paso junto a Emmett, parado en la puerta—. Él no es normalmente así, MaCarty. Estuvo con James cuando Jimmy fue secuestrado hace siete años. Tuvo que sentarse nuevamente con él ayer por la noche, después que James descubriera que su hijo probablemente esté en el fondo del lago Douglas. Téngale un poco de consideración, ¿de acuerdo?
Steven asintió con la cabeza.
―De acuerdo —dijo. Pero pensó: "Maldita sea si lo haré": Volturi se acercó con cara de furia.
—Dijo que hablaría con los hombres. No que incitaría un maldito motín. Emmett dobló el pañuelo en cuartos perfectos, antes de deslizarlo en su bolsillo.
—Lo lavaré y se lo devolveré ―dijo con calma—. En este momento, me vendría bien un aventón al hotel para cambiarme de ropa. Después de eso, estaré listo para queso y vino. —Dejó que sus labios se curvaran hacia arriba—. Aunque realmente preferiría un filete, término medio.
Volturi cerró los ojos, obviamente mordiéndose para no decir lo que realmente quería decir.
Sacudió la cabeza y mantuvo la puerta abierta.
—Después de usted, MaCarty, después de usted.
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