Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Asesinato para principiantes" de Holly Jackson, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 24
Unos momentos de chirridos acolchados anunciaron que el tren se ponía en marcha y empezaba a tomar velocidad. Dio una sacudida y movió el boli de Bella, que hizo una raya en medio de la hoja en la que estaba escribiendo la introducción de su trabajo. Suspiró, arrancó la hoja del cuaderno e hizo una bola con ella. De todas formas, tampoco le gustaba lo que llevaba redactado. Metió la bola de papel en la mochila y se dispuso a coger el boli otra vez.
Estaba en el tren camino de Little Chalfont. Edward la esperaría allí, iría directamente desde el trabajo, así que pensó que podía usar los once minutos de trayecto para hacer algo útil, empezar con el borrador de su trabajo sobre Margaret Atwood. Pero ahora que leía sus propias frases, no le gustaban mucho. Sabía lo que quería decir, tenía cada idea perfectamente formada y constituida, pero las palabras se le embrollaban y desdibujaban al pasar del cerebro a los dedos. Su mente estaba atascada en la historia de Sid Prescott.
La voz grabada de la megafonía anunció que la próxima parada era Chalfont y Bella agradeció tener un motivo para apartar la vista del cuaderno y poderlo guardar en la mochila. El tren aminoró la marcha y se detuvo con un agudo suspiro mecánico.
Bella bajó al andén e introdujo el ticket en el torniquete de salida.
Edward la estaba esperando fuera.
—Sargentita —dijo apartándose el oscuro pelo de los ojos—. Acabo de dar con la banda sonora de nuestra lucha contra el crimen. De momento, veo cuerdas aterrorizantes y una flauta cuando entro yo, y luego apareces tú con unas trompetas tremendas, en plan Darth Vader.
—¿Por qué me tocan a mí las trompetas? —preguntó ella.
—Porque caminas de forma supermarcial; siento ser yo el que te lo diga.
Bella sacó el celular e introdujo la dirección del hotel Ivy House en la aplicación de mapas. El camino apareció en la pantalla y siguieron las directrices en un paseo de tres minutos, durante los cuales el círculo azul que era el avatar de Bella se deslizaba por la ruta en sus manos.
Cuando su círculo azul coincidió con el punto rojo de llegada, miró hacia arriba. Había un pequeño letrero de madera justo antes de la entrada que rezaba «Hotel Ivy House» en desvaídas letras excavadas. La entrada era una rampa de guijarros que llevaba a una casa de ladrillo rojo cubierta de hiedra casi por completo. El conjunto de hojas verdes era tan frondoso que la propia casa parecía temblar con el suave viento.
Cuando se dirigieron a la puerta principal, sus pisadas resonaron en la gravilla. Bella se fijó en el coche aparcado, que quería decir que había alguien dentro. Esperaba que fuera el de los propietarios y no el de algún huésped.
Apretó el timbre de frío metal y lo dejó sonar durante una larga nota.
Oyeron una tenue voz que emergía del interior, unos pasos lentos y amortiguados y luego la puerta se abrió hacia dentro, haciendo temblar la hiedra que la enmarcaba. Una mujer mayor con un esponjoso pelo gris, gafas gruesas y una chaqueta de prematuros motivos navideños apareció ante ellos y les sonrió.
—Hola, queridos —saludó—, no sabía que teníamos huéspedes. ¿A qué nombre hicieron la reserva? —preguntó indicando a Bella y a Edward que la siguieran dentro. Cerró la puerta.
Los chicos entraron a un vestíbulo cuadrado tenuemente iluminado, con un sofá y una mesita de café a la izquierda y una escalera blanca que se perdía en la pared opuesta.
—Ah, no, disculpe —dijo Bella volviéndose para colocarse de cara a la mujer—, en realidad no tenemos una reserva.
—Ya veo, bueno, por suerte para vosotros no estamos al completo, así que...
—No, perdone —la cortó Bella; miró a Edward con cara rara—, quiero decir que no venimos para quedarnos. Estamos buscando... Queríamos hacerles unas preguntas a los dueños del hotel. ¿Es usted...?
—Sí, yo llevo el hotel —sonrió la mujer mirando de forma algo irritante a un punto justo a la izquierda de la cara de Bella—. Lo dirigí durante veinte años con mi Emmett; aunque él se encargaba de casi todo. No ha sido fácil desde que falleció hace un par de años. Pero mis nietos están siempre por aquí, y me ayudan. Henry está ahora mismo arriba limpiando las habitaciones.
—Entonces, hace cinco años, ¿usted y su marido llevaban el hotel? —preguntó Edward.
La mujer asintió y posó los ojos en él.
—Qué guapo —dijo con parsimonia, y luego se dirigió a Bella—. Eres muy afortunada.
—No, no somos... —empezó Bella mirando a Edward.
Ojalá no lo hubiera hecho. Sin que la anciana mujer lo viera, se contoneó, se señaló la cara y vocalizó «qué guapo» hacia Bella.
—¿Quieren sentarse? —preguntó la mujer señalando un sofá verde y violeta bajo una ventana
—. A mí sí que me gustaría.
Se dirigió a un sillón de cuero que había enfrente del sofá.
Bella la siguió y, al pasar por su lado, piso intencionadamente el pie de Edward. Se sentó, con las rodillas hacia la mujer, y Edward se encajó a su lado, aún con esa estúpida expresión en la cara. —¿Dónde tengo mis...? —dijo la mujer tocándose la chaqueta y los bolsillos del pantalón, con una mirada extraviada.
—Como iba diciendo... —comenzó Bella para atraer la atención de la mujer de nuevo hacia ella—, ¿guarda registro de la gente que se ha alojado aquí?
—Está todo apuntado en el... eh... ese, ah..., el ordenador es, ¿no? —contestó la mujer—. A veces se hacen por teléfono. Emmett siempre se encargaba de las reservas; ahora lo hace Henry.
—Y ¿cómo guarda registro de las reservas que se han realizado? —preguntó Bella, temiéndose que no hubiera una respuesta.
—Mi Emmett lo hacía. Tenía un cuadrante impreso para toda la semana. —La mujer se encogió de hombros mientras miraba por la ventana.
—¿Conserva los cuadrantes de las reservas de hace cinco años? —inquirió Edward.
—No, no. Tendríamos toda la casa inundada de papel.
—Pero ¿tiene los documentos guardados en el ordenador? —intentó Bella.
—Ay, no. Nos deshicimos del ordenador de Emmett después de su fallecimiento. Era un armatoste muy lento, como yo —respondió—. Mi Henry es quien hace ahora todas las reservas. —¿Puedo preguntarle algo? —dijo Bella abriendo la cremallera de su mochila; sacó un trozo doblado de papel impreso, estiró la página y se la dio a la mujer—. ¿Reconoce a esta chica? ¿Ha estado aquí alguna vez?
La mujer miró la foto de Sid, la que habían usado en la mayoría de los artículos del periódico. Levantó el papel hasta dejarlo pegado a su cara, luego lo alejó a la distancia de un brazo, luego lo acercó otra vez.
—Sí —asintió; su miraba vagaba entre Bella, Edward y Sid—. La conozco. Ha estado aquí.
A Bella se le erizó la piel de emoción y nerviosismo.
—¿Recuerda que esta chica haya estado aquí hace cinco años? —preguntó—. ¿Recuerda al hombre que iba con ella? ¿Cómo era?
El rostro de la mujer se contrajo y miró a Bella, los ojos le iban de izquierda a derecha y un parpadeo marcaba cada cambio de dirección.
—No —dijo con voz temblorosa—. No, no fue hace cinco años. Vi a esta chica. Ha estado aquí.
—¿En 2012? —preguntó Pip.
—No, no —Los ojos de la mujer volvieron a ese punto fuera de la cara de Bella—. Fue hace unas semanas. Estuvo aquí, lo recuerdo.
A Bella se le cayó el alma a los pies.
—No es posible —dijo—. Esa chica lleva cinco años muerta.
—Pero... —La mujer negó con la cabeza, y la piel arrugada entre sus ojos se plegó aún más con la confusión—. Pero yo lo recuerdo. Estuvo aquí. Ha estado aquí.
—¿Hace cinco años? —intervino Edward.
—No —negó la mujer con una nota de enfado anunciándose en su voz—. Me acuerdo, ¿no? Yo no...
—¿Abuela? —Una voz masculina la llamó desde el piso de arriba.
Un fuerte ruido de pisadas descendió por la escalera y un hombre rubio hizo su aparición.
—Hola —dijo, mirando a Bella y a Edward. Se acercó hasta ellos y les extendió la mano—. Soy Henry Hale —dijo.
Edward se levantó y le estrechó la mano.
—Soy Edward, ella es Bella.
—¿Los puedo ayudar en algo? —preguntó lanzando una mirada preocupada a su abuela.
—Le estábamos preguntando a su abuela sobre una persona que estuvo aquí hace cinco años —dijo Edward.
Bella volvió a mirar a la anciana mujer y se dio cuenta de que estaba llorando. Las lágrimas le resbalaban por la piel arrugada y le caían desde la barbilla a la foto de Sid.
Su nieto también debió de darse cuenta. Fue hacia ella y le acarició el hombro, luego cogió la foto de su mano temblorosa.
—Abuela —le dijo—, ¿por qué no pones agua a hervir y nos preparas un té? Ya acompaño yo a estos chicos a la salida, no te preocupes.
La ayudó a levantarse de la silla y la acompañó hasta la puerta de la izquierda. Al pasar junto a Bella, le devolvió la foto de Sid. Edward y Bella se miraron, con los ojos llenos de preguntas, hasta que Henry volvió un par de segundos después y cerró la puerta de la cocina para que no se oyera tanto el ruido del hervidor.
—Lo siento —dijo con una sonrisa triste—. Se enfada cuando se siente confusa. El alzhéimer... se está poniendo cada vez peor. De hecho, estoy limpiando todo para poner el hotel a la venta. Pero ella siempre lo olvida.
—Lo siento —dijo Bella—. Teníamos que habernos dado cuenta. No queríamos molestarla.
—Ya lo sé, claro que no era esa vuestra intención —dijo—. ¿Puedo ayudarlos con eso que están haciendo?
—Le preguntábamos por esta chica. —Bella le mostró la foto—. Si estuvo aquí hace cinco años.
—Y ¿qué les dijo mi abuela?
—Pensó que la había visto hacía poco, solo unas semanas... —Bella tragó saliva antes de añadir—: Pero esta chica murió en 2012.
—Sí, le pasa muy a menudo —dijo, mirando a ambos—. Se arma un lío con las fechas y no sabe cuándo pasaron las cosas. A veces aún piensa que mi abuelo sigue vivo. Probablemente se acuerde de esta chica de cuando vino hace cinco años, si es cuando piensan que estuvo aquí.
—Sí —dijo Bella—, supongo.
—Siento no poder ser de más ayuda. No puedo decirles quién se hospedó aquí hace cinco años. No conservamos los registros de esa época. Pero si mi abuela la reconoció, supongo que eso les da una respuesta, ¿no?
Bella asintió.
—Sí. Siento que la hayamos molestado.
—¿Está bien? —preguntó Edward.
—Sí, no te preocupes —contestó Henry con amabilidad—. Una taza de té y como nueva.
Salieron de la estación de Kilton cuando la ciudad empezaba a oscurecer. Eran las seis y el sol se hundía en el oeste.
El cerebro de Bella trabajaba como una centrifugadora: hacía girar las piezas de Sid, las separaba y las volvía a juntar en diferentes combinaciones.
—Resumiendo —dijo—, creo que podemos afirmar que Sid se hospedó en el Ivy House.
Supuso que los azulejos del baño y el reconocimiento de la mujer, aunque confuso en el tiempo, eran pruebas suficientes. Pero esta suposición perdió fuerza y algunas piezas cambiaron de lugar.
Giraron a la derecha para entrar al aparcamiento y se dirigieron hacia el coche de Bella, aparcado en el extremo más alejado, intercambiando probabilidades y conclusiones.
—Si Sid iba a ese hotel —propuso Edward—, debía de ser para encontrarse con el tipo mayor secreto, porque ninguno de ellos quería que los vieran juntos.
Bella asintió, mostrando su acuerdo.
—O sea —dijo ella—, eso significa que quienquiera que fuese el tipo mayor secreto, no podía llevar a Sid a su casa. Y la razón más probable para eso es que viviera con su familia o con su esposa.
Esto cambiaba las cosas.
—Daniel Parkinson vivía con su mujer en 2012 —siguió Bella— y Mike Newton vivía con sus padres, que conocían bien a Billy. Tanto uno como otro necesitarían salir de casa para mantener una relación secreta con Sid. Y, no nos olvidemos, Mike tenía una foto de Sid desnuda hecha en el Ivy House, una foto que, según él, «encontró» —dijo Bella dibujando comillas con los dedos.
—Sí —concedió Edward—, pero Howie Bowers vivía solo. Si era él la persona a la que Sid veía en secreto, no habrían necesitado ir a un hotel.
—Sí, eso es lo que estaba pensando —dijo Bella—. Lo que significa que podemos sacar a Howie de la lista de candidatos para tipo mayor secreto. Aunque eso no quiere decir que no pueda ser el asesino.
—Cierto —apoyó Edward—, pero al menos las cosas empiezan a estar un poco más claras. La persona a la que Sid estaba viendo a espaldas de Billy en marzo no era Howie, y no se refería a él cuando hablaba de arruinarle la vida a alguien.
Dejaron de deducir al llegar al coche. Bella buscó en el bolsillo y sacó las llaves. Abrió la puerta del conductor y metió la mochila dentro, Edward se la acomodó en el regazo en el asiento del copiloto. Pero cuando la chica iba a meterse dentro, miró hacia arriba y vio a un hombre apoyado en la valla, a unos veinte metros, que llevaba una parka verde con una capucha de pelo de un naranja brillante.
Howie Bowers, con la capucha puesta, la cara en sombras, asentía hacia el tipo que estaba a su lado.
Un tipo cuyas manos gesticulaban notoriamente profiriendo lo que parecían airadas exclamaciones. Un tipo con un elegante abrigo de algodón y el pelo rubio despeinado.
Mike Newton.
Bella se quedó pálida y dio un respingo en el asiento.
—¿Qué pasa, Sargentita?
Ella señaló fuera de la ventana hacia la valla donde estaban los dos hombres.
—Mira.
Mike Newton, que le había mentido una vez más al decirle que nunca había vuelto a comprar droga en Kilton después de la desaparición de Sid, que no sabía quién era el tipo que se la pasaba a su amiga. Y aquí estaba, discutiendo con ese mismo tío; las palabras entre ellos se perdían en la distancia.
—Ah —dijo Edward.
Bella puso en marcha el motor y arrancó. Se fue de allí antes de que Mike o Howie pudieran verlos, antes de que las manos le empezaran a temblar demasiado.
Mike y Howie se conocían.
Otro cambio que ponía patas arriba el puzle de Sid Prescott.
