Vale, normalmente no hago esto porque suelo reservarme estas notas para el final. Pero esta vez sentí que era necesario aclararlo desde el principio porque puede malinterpretarse esta historia y hacer pensar que estoy romantizando un tema MUY SERIO y repulsivo, cuando esa no es en absoluto la intención.

Para la posible desgracia de muchos, la historia NO contendrá HadesxSeiya, o al menos no pienso plasmar una relación romántica entre ellos dada la gigantesca diferencia de edad que entre ellos existe. Puede que sea confuso dado a que puse la etiqueta de Romance, pero no es así. Cuando me refiero a Romance me refiero a otras relaciones que pienso desarrollar a lo largo de la historia. Así que les pido que no se confundan, o que algún basadito venga a ponerle captura a mi historia para tacharme de enferma.

Dicho esto, no los molesto más ¡Disfruten de la historia!


«El problema era que yo siempre había sido inadecuada.»

Sylvia Plath.

La primera vez que Hades dejó de ser un simple tercero para pasar a hablar directamente con los Makri, fue exactamente un año después de esa fatídica madrugada en la que encontraron muerta a la señorita Makri. Sobraba decir que muchísimas cosas habían pasado durante el trascurso de ese tiempo.

Si le preguntaban a Hades, incluso él desde su ventana habría podido decir que la visión de aquella noche había resultado surreal y también aterradora, como cualquier otra escena del crimen. Los alrededores de la casa Makri rodeados por cinta amarilla, pratullas y una camioneta forense, la policía y médicos forenses entrando en la casa o impidiendo el paso a los vecinos y curiosos que se reunían alrededor de la escena o rodeaban al padre de familia, quien poca o ninguna atención les ponía. Los asustados Seiya y Shoko, en ese entonces de nueve y once años, siendo introducidos en una patrulla, mientras que Aioros permanecía afuera con el rostro oculto en el hombro de su pequeña hija Shoko, que lloraba en sus brazos.

Hades no había logrado ver por completo lo que allí ocurría porque estaba llegando tarde a su trabajo y se alejó en su auto. Pero al regresar una mujer lo puso al tanto de todo: Al parecer la esposa de su vecino de el frente había sido encontrada muerta en una zona abandonada y enrejada detrás de la propia casa de la familia, habiendo sido la niñera de los niños quien encontró el cuerpo y alertó con sus gritos al hombre castaño y a los niños. Naturalmente los primeros sospechosos habían resultado ser el propio Aioros y la chica, por lo que los llevaron a la comisaría para interrogarlos mientras la zona era investigada.

Hades en ese momento no había podido decir nada, no había podido hacer nada más que asentir puesto que la estupefacción le había arrebatado toda palabra de la garganta, e ir a encerrarse en su casa. Admitía para sí mismo que entonces se había dedicado a vigilar como un maníaco la casa frente a la suya, expectante y tratando de no pensar en que ese hombre de ojos verdes y brillante sonrisa, el mismo que profesaba adorar tanto a la mujer fallecida sería capaz de asesinarla cerca de su propia casa.

Tanto Aioros como los niños regresaron al vecindario tres días después. El hombre, que se veía agotado como si hubiese pasado un año sin dormir o comer bien, había dicho que fue liberado de toda sospecha al tener tantos testigos de dónde había estado la posible noche de la muerte de Mei y haber pasado todas las pruebas de detector de mentiras. Pero se negó a dar más detalles, se encerró con los niños en el hogar y el resto del conjunto residencial no supo nada de la familia durante otros cinco días hasta el funeral de la señorita, días en los que los niños no fueron a la escuela ni al jardín, y todos prefirieron no molestarlos mientras se recuperaban del posible shock que se hallaban atravesando.

No dieron casi información acerca de la versión de la niñera, otra sospechosa al haber sido quien había encontrado a su jefa, y más aún tan cerca de la casa, pero supieron por terceros que la chica también fue luego librada de todo posible cargo y posteriormente renunció, probablemente perturbada por lo ocurrido ahí. En silencio, la mayoría de los vecinos y hasta el propio Hades pensaban que era sólo cuestión de tiempo hasta que los Makri se mudaran, pero no fue así, para sorpresa de casi todos.

Una semana después Aioros estaba llevando a los niños a la escuela como de costumbre, aunque con el ánimo mucho más lúgubre y Hades reconocía que más de una vez había sentido una especie de nudo en la garganta al ya no ver a la madre de los pequeños, con sus vaporosas faldas y dejando que los pequeños jugasen con su cabello largo. Y estaba más que seguro de que no era el primero ni el último en sentirlo.

Poco a poco y en silencio, la familia empezó a reinstalarse en las actividades del vecindario y la atmósfera desoladora que la muerte había provocado comenzó a desvanecerse, sin jamás marcharse del todo. Pero las actividades fueron retomadas con el ritmo anterior al menos y se los volvió a ver sonriéndole a la gente, hablando en las reuniones y jugando, aunque no lograba cambiar el hecho de que parte del entusiasmo y brillo de la familia se había ido con la mujer asesinada. Era algo así como el elefante en la habitación que más de uno había tratado de hacer notar, con desastrosos resultados, esa situación tan evidente pero que se niega a ser mencionada, porque implicará confrontar una realidad muy incómoda o dolorosa, una especie de tabú.

El primer contacto de Hades con el hijo del medio de los Makri fue la típica escena de las telecomedias y los libros infantiles. El balón que sobrepasa los límites y termina en el jardín de nadie más y nadie menos que el vecino más aterrador de la cuadra (Hades), siendo el niño más valiente del grupo (Seiya) el que iba a buscarla personalmente. Hades recordaba que el muchachito simplemente había tocado a su puerta y, con su rostro un poco sonrojado y la mano rascándose la nuca, cual pequeño que sabe que ha cometido una grave travesura, le explicó lo que había sucedido y le pidió su balón que estaba justo en su contenedor de basura.

—Un día nos reiremos de esto ¿Sí?—había dicho el chico de diez años entre risitas nerviosas— ¿Y podría no decirle a mi papá, por favor? Si se entera de que lancé mi balón a la basura ajena va a asesinarme —el niño colocó una expresión de terror casi cómica al mencionar lo último, pero Hades no se rio.

Con un rostro en blanco que tal vez llegó a intimidar un poco al niño, el hombre de largos cabellos negros le permitió entrar a su casa e ir al patio trasero para recoger su pelota, aunque naturalmente no le contestó aquél pedido del niño de no contarle a su padre su metedura de pata, por la sonrisa agradecida que Seiya le ofreció, parecía que el chiquillo había entendido todo lo contrario, como si Hades le hubiese hecho algún tipo de promesa silenciosa, y tras despedirse con toda confianza el nene salió de la casa. Hades lo siguió con la mirada hasta que el pequeño castaño desapareció tras la puerta de su propia casa

Hades pensó que sería la primera y la última vez que hablaría como tal con su vecino del frente. Pero vaya sorpresa la que se llevó cuando dos días después se topó en su puerta a Seiya de nuevo, esta vez acompañado de su hermana de ahora doce años, ambos llevaban cajitas de dulces y con sus brillantes sonrisas siempre pegadas a sus rostros lo saludaron.

—¡Queremos que sea nuestro amigo!

—¿Su amigo?—repitió el hombre de ojos claros con su ceja alzada.

—¡Sí! Le devolvió a mi hermano su balón hace unos días y nunca antes hemos hablado, así que queremos conocerlo mejor, papá está de acuerdo.

Los niños le insistieron tanto que Hades se vio incapaz de negarse, y los dos hermanos procedieron a arrastrarlo al parque en el que su pequeño grupo había permanecido, brincando y subiéndose unos sobre los otros como si eso les ayudara a apreciar mejor lo que estaba pasando. Al principio, Hades pudo apreciar como los rostros de buena parte de los niños se cubrían de breve miedo, o cuando menos sobresalto, para luego ser reemplazados casi todos por una expresión de timidez, uno que otro enmascaraba su intimidación mandándole pseudo miradas desafiantes.

Shun, Hyoga, Shiryu, el pollo de Ikki como lo llamó Seiya, Jabu, Saori. Lo cierto es que habían tantos niños que el pálido hombre no demoró demasiado en perderse sus nombres, demasiadas voces y con tonos demasiado altos por encima de lo que estaba acostumbrado y demasiadas manos pequeñas jalonéandolo sin cesar suplicando su atención. Los niños no lograron convencerlo de jugar con ellos a la pelota, pero sí lo convencieron de quedarse sentado en un banco cerca de su zona de juegos, como si fuese el tutor de alguno de los niños, y de cierta manera rara. Sí sentía que tenía ahora una responsabilidad sobre los hermanos Makri, Seiya y Seika. Por lo menos de vigilarlos ahí en reemplazo de su padre.

Incluso él se sorprendió de sobremanera cuando, pasadas las seis él los llamó para llevarlos a su casa, y los pequeños lo siguieron como obedientes cabritos confiados, como si fuese su amigo de toda la vida. Un tanto descolocado los llevó a la vivienda y fue el padre de los niños el que los recibió. Hades no negaría que se sintió de nuevo, un tanto raro por la actitud de Aioros quien prácticamente arrebató a los niños para esconderlos en sus brazos, mientras los regañaba diciendo que no se debían quedar en el parque hasta esa hora y cuando le agradeció por vigilar a sus retoños y llevarlos a casa. Lo cierto es que en un inicio le había parecido un tanto exagerada tanta emoción junta.

Pero ¿Podía culpar al hombre? Había perdido hace apenas un año a su esposa, había sido brutalmente asesinada, casi en su propia casa, y el asesino no había sido encontrado hasta el momento. Era una reacción por completo natural que sintiese paranoia al no saber dónde estaban sus hijos. Al pensar en eso Hades se llegó a sentir mal por haberse extrañado con el comportamiento del castaño.

—Papá ¿El señor Hades puede cenar con nosotros? ¡Es nuestro nuevo amigo!

Claro, para un niño cualquier persona que esté dispuesta a guardarles un secreto o los tratase bien se convertiría en su amiga.

—¡Cierto!—dijo Seika— ¡Él nos estuvo cuidando mientras estábamos en el parque! ¡Se lo debes!

Con un suspiro de por medio Aioros invitó a cenar al hombre de cabellos negros, y Seika y Seiya nuevamente insistieron tanto con ello que Hades aceptó y entró por primera vez a la casa de sus vecinos.

El primer piso tenía estancias considerablemente amplias, era de paredes plateadas o de un gris muy claro, el piso en su mayoría de madera era de un tono bastante rocoso, casi terracota y podía sentirlo cálido a través de sus zapatos. Las lámparas de cristal o de capuchas claras en las estancias que hacían que la casa pareciese brillar, la chimenea encendida, los muebles de tonos claros y tonos cálidos aquí y allá, y sobretodo el montón de juguetes esparcidos a lo largo del suelo—mismos por los que oyó al de ojos verdes regañar a sus hijos— creaban un escenario familiar, acogedor y de alguna manena también nostálgico.

Y ese toque de melancolía Hades lo pudo distinguir por las fotos que habían en las paredes o alacenas. Si bien había fotos solamente de los niños recién nacidos, una Seika pequeñita posando junto al bebé Seiya, otra foto de Shoko recién nacida, otra solamente del hombre. Hades no pudo evitar sentir un tipo de retorcijón en el estómago al ver dos fotografías enmarcadas, una junto a otra: En una de ellas estaba Aioros con su esposa, el hombre sonreía, llevaba puesto un esmoquin blanco y un lirio púrpura en la solapa de este, sostenía en sus brazos a Mei que llevaba un hermoso vestido blanco sin ningún tipo de manga, una tiara de perlas que al parecer sostenía su velo a su cabeza y en sus manos llevaba un ramo de rosas blancas y lirios púrpuras. Se veía más hermosa de lo que Hades la recordaba. Era una foto de su boda y si bien era sólo una fotografía, la felicidad en sus miradas parecía atravesar el papel y clavarse en la mente del pálido oficinista.

La otra foto era una más familiar. Aioros estaba detrás de su esposa cargando con un brazo al pequeño Seiya, que reía mientras que aparentemente intentaba escapar del abrazo de su padre, Seika lo sostenía de la cintura y la mujer, inclinada, sonreía a la cámara cargando con amor a la pequeña Shoko, quien también reía mostrando su boquita sin dientes. De por sí las imágenes eran algo difíciles de ver luego de lo que había ocurrido, pero la rosa blanca posada justo entre ambos marcos y la vela negra encendida a un lado daban a entender que la familia quizá no puso las fotos en esa posición sólo porque sí.

—Señor Hades. Hora de cenar—la dulce vocecita de Seika lo distrajo de las fotos, cuando la volteó a ver ella estaba en el marco que llevaba a la cocina y al parecer también miraba las fotos. Pero apartó la mirada casi al instante—. Papá lo espera en el comedor—sin más la niña se giró y se fue. Poco quedaba de la alegría que mostraba cuando apareció con su hermano en la puerta de Hades.

Sin embargo con la aparición de Seiya los ánimos se recobraron un poco. El jovencito castaño devoraba su comida y al mismo tiempo contaba como a menudo observaba a Hades desde que este le devolvió su pelota, dándose cuenta de que no era tan malo como decían en el vecindario que era, entre los regaños constantes de Seika y ciertas llamadas de atención de Aioros. De por sí el hombre de cabellos negros no estaba acostumbrado a comer acompañado y menos aún acompañado de individuos tan ruidosos, pero la mirada que Aioros le mandaba, indescifrable y de alguna forma extraña penetrante lo tenía más inquieto. Eso sumado a que tampoco Aioros habló demasiado y en su mayoría los niños y los pequeños balbuceos y palabras de la pequeña Shoko mantenían ligera la atmósfera.

Cuando Seiya y Seika terminaron su comida se pusieron de pie y, para sorpresa de Hades, llevaron solos sus platos y sus cubiertos, luego Seiya salió corriendo del comedor tras agradecer y Seika se las arregló para tomar a Shoko en sus brazos.

—Shoko. Te manchaste el vestido otra vez —se quejó la mayor a lo que la pequeña hizo un puchero.

—Perdón.

Aioros sonrió; y Hades estuvo bastante seguro de que esa había sido la sonrisa más sincera que le vio al castaño desde que llegó.

—Sé paciente con ella, Seika. Sólo tiene seis —le habló con cariño.

—Seiya era igual de sucio a esa edad ¿No es así, papá? —respondió la niña tomando una servilleta para limpiar el rostro de su hermanita.

—Y tú eras incluso peor, señorita.

—¡No es cierto! —exclamó Seika a la vez que se sonrojaba.

—Sí lo es —contestó Aioros. Esta vez fue Seika la que hizo un puchero.

—La llevaré arriba —dicho esto la niña se dio la vuelta con su hermanita en brazos y con una dignidad nada acordé a su edad se la llevó fuera del comedor— ¡Gracias por la comida!

Una vez los infantes se fueron Hades volvió a sentir esa pesadísima tensión latente desde que vio esas dichosas fotografías. Varias veces abrió y cerró la boca tratando de encontrar algo para decir, pero las palabras simplemente no le salían, ni siquiera el «Gracias por la comida pero ya debería irme» que había pensado en un principio.

Sin decir una palabra Aioros se puso de pie y recogió su plato para llevarlo al lavavajillas, y por puro instinto y con algo de torpeza Hades lo imitó.

—Gracias por venir, otra vez —dijo Aioros por cortar el silencio—. Notó que les agradó mucho a mis hijos.

Al fin a Hades se le ocurrió algo mínimamente coherente: —Su hija Seika es muy responsable, y Seiya es más educado de lo que yo hubiera pensado. Sin ofender.

En lugar de molestarse Aioros exhaló una risita.

—Descuide. Con lo inquieto que es no es la primera vez que Seiya es malinterpretado, por eso se lleva tan bien con su tío Aioria —ambos hombres caminaron a la cocina y dejaron sus platos y cubiertos vacíos justo sobre los de los niños—. Y en cuánto a Seika, ella ha sido siempre así. Sus hermanitos son su vida. Creo que eso lo heredó de su madre.

Al fin la habían mencionado. La mujer fallecida cuya ausencia era un fantasma que embrujaba todo el ambiente. Pero para Hades se sintió como si un yunque le hubiese caído a los pies.

—Yo...

—No se preocupe. Pregunte sin problemas —Aioros le sonrió amistosamente—. Es el primero que no nos asedia con el tema y desde que Seika lo vio en el recibidor tuve la impresión de que me pediría algunas respuestas.

Respuestas que Hades sabía que no le debía. Pero aún así no pudo evitar querer saber más.

—¿Cómo se sienten... Ellos? —empezó con incomodidad señalando al pasillo por donde habían desaparecido los tres niños.

—Lo están llevando mejor de lo que esperaba —respondió Aioros—. La psicóloga de la escuela está muy pendiente de ellos y me informa de cualquier cosa inusual. Ellos no saben ocultarme nada.

Hades como por reflejo volvió a mirar al pasillo, Aioros siguió su mirada y su sonrisa se ensanchó, sólo un poco.

—Mejor hablemos en la sala ¿No cree?

Ambos se sentaron en sillones opuestos de la sala cuidándose de no tropezar con los juguetes. Hades oyó a Aioros gruñir algo sobre el desorden de sus hijos y finalmente se envalentonó para hablar.

—Lamento su pérdida. Y también lamento haber esperado tanto tiempo para decírselos —empezó Hades—. No sabía cómo dirigirme a ustedes y pensé que lo último que necesitaban era interrogatorios o esas cosas.

El castaño volvió a sonreír. Se veía decaído todavía, pero más tranquilo. —Gracias.

Hades observó otra fotografía posada en un mueble de la sala. Ahora ella era la única que se veía en el marco y sonreía con ambas manos debajo del mentón y los codos apoyados en una mesa de mantel blanco, llevaba una flor en el cabello atado en una coleta y usaba una especie de vestido rosado pálido sin mangas.

—¿Cómo era ella? —preguntó Hades observando la foto.

Aioros siguió su mirada y tras ver la foto de su esposa un sentimiento de nostalgia volvió a instalarse en su semblante.

—Mei —musitó el de ojos verdes—. No sabría contarle sin que suene extraño. Para empezar, ella era un mar de sentimientos que nunca pude terminar de comprender —Aioros soltó una risa—, en un momento podía estar enojada o triste y al siguiente nos estaba llenando de amor a mí y a los niños. Era la mujer más sensible que he conocido, aunque ella nunca lo reconoció en voz alta.

Aioros se puso de pie, pero sólo para agarrar la fotografía de su lugar y darle una caricia con los dedos.

—La gente solía decir que era arrogante y apática y que lo nuestro no iba a durar. Que tontos eran todos... Después de mi madre no conocí otra chica más amorosa que ella —Aioros procedió a volver a su lugar en el sillón y pasarle la foto a Hades, quien la tomó entre sus manos con todo el cuidado que pudo—. Aún hoy no logró acostumbrarme a no oírla cantarme o cantarle a los niños, no me acostumbro a despertarme a ver su lado de la cama vacío y...

Aioros se quedó callado y Hades apartó la vista de la foto para verlo a él. Se dio cuenta de que los ojos del contrario estaban vidriosos y parecía que tenía algo atorado en la garganta, de hecho ya dos pequeñas lágrimas habían formado surcos sobre sus mejillas. Aioros se secó bruscamente el rostro con el antebrazo, respiró profundamente y le volvió a sonreír.

—Perdón —murmuró—. No me acostumbro a no tenerla delante siempre queriendo abrazarme o besarme.

Hades negó con la cabeza: —No se preocupe. Ha pasado por una tragedia y...

—Mamá era hermosa ¿Verdad, señor Hades?

Ambos adultos se sobresaltaron por la voz infantil de Seiya. Este se había colado de alguna forma detrás del sillón de Hades y ahora también tenía sus ojos castaños fijos en la foto. En sus manos tenía un robot de juguete sin un brazo, lo que le hizo pensar a Hades que había bajado para que su padre se lo compusiera.

—¿Verdad? Era la más linda de todas.

Hades asintió: —Sí, la más linda.

Era la primera y en un inicio creyó que sería la única comida que compartiría con los Makri. Pero después de eso Hades no pudo evitar tener ese firme pensamiento de que no podía dejarlos solos. Ni siquiera aunque estos decidiesen largarse para no volver más.

Era un hombre sereno que prefería no meterse en esas cosas.

Pero con ellos decidió hacer una pequeña excepción.