Capítulo 24: Magia es poder


Hermione está pateando algo. Una y otra y otra vez.

Su pie golpea una vez más y se escucha un crujido húmedo; la interrupción le hace parpadear a través de la furia, entonces examina aquello que está en el suelo frente a ella.

Es Cormac.

Una parte de ella lo sabía.

Está tendido en el suelo, gritando.

Sin embargo, no hay sonido.

Hermione solo había deseado que el ruido desapareciera y el espacio a su alrededor se había doblegado ante su voluntad. Las vibraciones de los gritos de terror y de dolor de Cormac ondulan en el aire, pero el sonido que debería emitir no existe.

Pero Hermione todavía puede sentirlo, puede sentir su absoluto terror.

Puede sentir todo. Toda la magia dentro de ella y a su alrededor. El poder se extiende más allá de su cuerpo a medida que emana de su ser. Sin canalizarlo, sin direccionarlo. La magia es ella. Ella es Magia. Ha destrozado el puente que las separaba.

El castillo intenta reaccionar; a la magia que está en las paredes no les gusta tener que hacer lugar para una nueva entidad. Está vibrando, cambiando, cobrando vida. Preparada para alertar ante una intrusión.

Hermione siente el pulso del poder a medida que el castillo comienza a activarse, a emitir señales para levantarse en armas. Ella lo atrapa, lo sofoca y les dice a los encantamientos que se debaten en sus manos que guarden silencio y la dejen en paz.

Ella no es una amenaza, es una consecuencia.

El castillo, obediente, se queda en silencio.

Funciona igual con Cormac.

No quiere que se mueva, así que él no puede hacerlo. No quiere que haga ruido, así que no lo hace. Quiere que él le tema, y que sienta más dolor del que ha sentido en su vida, y así sucede.

Ella lo patea una vez más por si acaso.

Su mano se cierra en un puño, y cuando lo hace puede sentir que las costillas de él se doblan hacia adentro, y expulsan el aire de sus pulmones a medida que sus dedos aprietan. El corazón de él late con tanta fuerza que podría explotar. Afloja su agarre para dejar que respire y se inclina sobre él, examinándolo con pereza.

Lastimarlo no llega a ser tan satisfactorio como creyó que sería.

Parece tan pequeño ahora. Necesitó una cantidad de esfuerzo insignificante para reducirlo a esto. Cuando él la había puesto de rodillas, sus manos se habían sentido pesadas, y su cuerpo había parecido mucho más grande, pero ahora, si ella quisiera, podría encogerlo hasta hacerlo desaparecer.

Sus dedos se contraen y lo aprietan otra vez para que sienta lo indefenso que está.

Quiere hacerlo.

Quiere aplastarlo. Que sienta el peso de su poder, como un insecto, quiere aplastarlo con un talón. Quiere reducirlo hasta que no sea nada, y hacer que se enfrente con lo pequeño que es. Con lo pequeño que ella puede hacer que sea.

¿Cómo se atreve? ¿Cómo se atreven todos?

Lo vuelve a patear.

Siente algo húmedo en el rostro y entonces se da cuenta de que está llorando. Se limpia las manos con el dorso de la mano.

Quiere arrastrar a Cormac frente a toda la escuela, directamente al Gran Comedor, y arrojarlo frente a Dumbledore y a Rita y a todos los demás, y mostrárselo a todos. No me toquen. No me subestimen. No se pongan en mi camino. Esto sucederá con ustedes. Este mundo también es mío.

¿Y luego qué?

¿Qué sucedería después?

Traga saliva, pero es como si hubiera una piedra alojada en su garganta.

Todo es tan confuso, es difícil pensar.

Su visión es borrosa, la oscuridad titila frente a sus ojos.

Se está ahogando por dentro.

¿No había creído que ser nombrada Campeona de los Tres Magos cambiaría todo para ella? ¿Que todos la verían diferente y se darían cuenta de que pertenecía allí?

Se contrae su garganta.

En cambio, ¿qué había sucedido? Todo había empeorado cada vez más.

Te van a expulsar por esto.

Se congela ante la idea, y toda la atención que estaba poniendo en enojos y en retribuciones se hace añicos. El control que tenía sobre el poder que la inunda se desliza de sus manos, se libera y estalla, y de repente no tiene el control de nada.

Se tambalea hacia atrás, y siente que su cráneo se quiebra desde dentro. El suelo se ondula bajo sus pies. Retrocede, arrastrando el poder que brota de ella como una hemorragia; intenta aplacarlo, reducirlo a algo que pueda sostener. Su interior está ardiendo, como si se hubiera sobrepasado los límites de su propio cuerpo.

No está hecha para contener tanto.

Cae de rodillas y vomita. La poción verde salpica contra la piedra mientras su estómago se contrae.

Su mente intenta comprender lo que sucede, unir todas las piezas confusas, pero nada cuadra. Nada de esto es posible.

Debe estar alucinando. El estrés terminó por quebrarla y está teniendo una pesadilla.

Cierra los ojos con fuerza y se dice a ella misma que solo está soñando.

Despierta.

Escucha gritos. Son tan fuertes que no puede concentrarse en otra cosa. Busca de dónde salen.

Cormac está a medio metro de ella, gritando. Ahora de un modo muy audible.

No, está alucinando. Solo necesita despertar.

Le sale sangre de la nariz. Una de sus manos está doblada contra su pecho.

Solo despierta.

Está intentando arrastrarse lejos de ella.

Ella lo mira irse porque nada de esto es real. Es solo una pesadilla.

¡DESPIERTA!

Su respiración se acelera más y más.

Nada de esto ha sucedido. Ella no ha perdido el control. Nunca lo hace. Es solo un mal sueño.

Se encoje con las rodillas entre los brazos, intentando respirar. El corazón le late tanto que parece que quisiera atravesar sus costillas.

Te van a expulsar.

Vas a tener que regresar a vivir al mundo Muggle para nunca, jamás, volver a usar magia.

El pánico amenaza con quebrarla, pero se pone de pie.

No puede dejar que Cormac se vaya. Si lo hace, él se lo contará a alguien. Será su palabra contra la de él.

Él es rico, de sangre pura y tiene conexiones en el Ministerio.

Detenlo.

Tan pronto su mente aterrada y confundida consigue formular la idea y sostenerla, su magia fluye hacia adelante y golpea a Cormac contra el suelo, con tanta fuerza que le rompe otra costilla. Él suelta un grito áspero pero no consigue moverse, como si estuviera clavado en el piso.

Ella se arrastra hasta él, retorciendo las manos en las faldas de su vestido. Le tiembla todo el cuerpo y siente que oscila entre el frío y el calor.

¿Cómo va a arreglar esto? ¿Cómo podrá hacerlo?

Instintivamente, busca a ciegas la varita en su bolsillo.

Una cosa a la vez. Divídelo en tareas que puedas manejar.

Se arrodilla junto a Cormac, con las manos temblando.

Luce terrible. No recuerda exactamente lo que ha hecho. Es solo un borroso recuerdo de herirlo, herirlo, herirlo.

La magia sigue pasando a través de ella, haciéndola perder el equilibrio como si la estuviera atravesando un maremoto. Se tambalea.

Por supuesto que ella lo ha lastimado. Ella quería lastimarlo.

Su mano vacía se cierra en un puño y puede sentir de nuevo los huesos de él, como si estuvieran en sus manos. Frágiles como ramitas. Si aprieta un poco más, cada uno de ellos podría…

Se obliga a abrir la mano, respirando con dificultad.

Tiene que hacer como si esto jamás hubiera sucedido.

Agita la varita temblorosamente, y murmura episkey una y otra vez, pero su magia se niega a cooperar. Se retuerce fuera de su control como una anguila. No tomará la forma correcta, no sanará siquiera un rasguño.

Su varita se siente como poco más que un palo en su mano.

Cormac está allí tendido, con el rostro desencajado por el terror, el blanco de sus ojos brillando bajo la tenue luz, como si ella fuera algo salido de una pesadilla.

Ninguno de sus hechizos funciona.

No entres en pánico. Piensa, Hermione. No puede irse. Nadie puede saberlo.

Solo perdiste el control por un momento. Todavía lo puedes solucionar.

Aprieta la mandíbula y toma una decisión.

—Mírame —le dice.

Él se encoge de miedo.

—¡Mírame! —gruñe ella, y todo el cuerpo de él se sacude; su cabeza gira de manera antinatural hasta quedar mirándola sin pestañear.

Ella apunta la varita hacia su rostro, intentando concentrarse en lo que necesita lograr.

No puede dejar ningún rastro.

Se aferra a su magia, intentando sostenerla y controlarla. Se retuerce, pero no puede dejar que Cormac le cuente a nadie lo que ha sucedido.

Obliviate —dice con fuerza, ignorando el dolor en su garganta.

Empuja la magia a través de su varita, sin importarle que no quiera cooperar. Un dolor le quema el antebrazo, pero ella empuja con más fuerza y el hechizo estalla contra el rostro de él.

Su brazo queda entumecido por la cantidad de poder que acaba de atravesarla, una fuerza que se siente como haber sido golpeada en el pecho. Suelta un grito ahogado y se le corta la respiración.

El rostro de Cormac se afloja y todo el miedo desaparece.

Ella se obliga a inhalar. Siente los pulmones quemados; la magia sigue ardiendo, centellando a través de sus nervios y de sus venas, esperando que ella la deje volver a explotar.

Sabe que necesita aplacarla, pero sus manos tiemblan y hasta la varita se siente demasiado pesada. Quiere dejarse caer al suelo y quedarse allí tendida hasta que todo deje de girar.

La mano de la varita está palpitando, y la incita a bajar la mirada. Los dedos que envuelven el mango de la varita se están volviendo tan negros como el carbón. Un gradiente de oscuridad se extiende por su mano. Ella observa horrorizada.

Un movimiento llama su atención. Cormac está sacudiendo la cabeza, parpadeando lentamente, sus ojos lucen vacíos y desorientados.

No parece asustado.

Ella traga saliva, siente la boca seca. —Después… después de que me dejaste en la Torre de Gryffindor, te fuiste de regreso a la fiesta de Slughorn. Estabas borracho. Te caíste por las escaleras. Deberías… deberías ir a la enfermería.

Él gime como si de pronto registrara todo el dolor que siente, y entonces ella se da vuelta y sale corriendo.

No sabe a dónde está yendo, simplemente sabe que necesita irse, esconderse, entender lo que ha sucedido, descubrir cómo controlarlo. Corre ciegamente por los corredores del castillo.

Al dar vuelta una esquina su pie se engancha en una piedra irregular. Tropieza. El suelo se eleva hasta su rostro.

¡No! No hay tiempo de hacer otra cosa más que prepararse para el impacto.

Entonces ella pasa directamente a través del suelo.

Apenas tiene tiempo de registrar lo que sucede; el corredor del piso inferior se abre debajo de ella y el siguiente piso se acerca rápidamente a su rostro. Echa las manos hacia adelante, intentando proteger su cabeza, y vuelve a pasar a través del suelo.

Sigue cayendo.

Cada vez más rápido. Todo es borroso a su alrededor.

Intenta detenerse, pero no hay nada de qué sostenerse y nadie de quién agarrarse.

Es intangible, se mueve increíblemente rápido, y ahora no sabe en qué dirección está yendo. Es como si hubiera sido arrojada fuera de la atmósfera, más allá de los confines de la gravedad. Ni arriba ni abajo, sin detenerse, solo siendo arrastrada sin cesar. Mientras cae, su percepción de haber tenido alguna vez un cuerpo se desvanece. Su consciencia es lanzada hacia afuera como una red. Hay destellos de los lugares que conoce; de las personas que conoce. Vistazos de las habitaciones del castillo. El bosque. El lago.

Harry, acostado boca arriba en un sofá de la Sala Común, arrojando una snitch dorada en el aire mientras se ríe de algo que dice Ron.

Cormac, cojeando aturdido por un corredor del castillo.

Ginny, en algún lugar que Hermione no puede distinguir. La ve suspirar, con la cabeza inclinada hacia atrás. —Lo superaré.

Bisset, de pie en alguna parte del castillo, dando vueltas como si estuviera perdido. Cadeau emerge de las sombras y Bisset le señala un corredor oscuro antes de caminar hacia la dirección opuesta.

Dumbledore, frunciendo el ceño ante un retrato en su oficina. —¿Estás seguro, Phineas? Podría jurar que por un momento sentí…—

Vistazos de docenas de salones y habitaciones del castillo. Rincones de la biblioteca y pasajes secretos. El bosque. El lago. La gente del agua en su aldea submarina. Hogsmeade. El Callejón Diagon. La estación de King's Cross. La habitación de su casa. Sus padres, sentados en el sofá de la sala de estar.

Destellos de cosas pasan cada vez más y más rápido. Se expanden y se contraen. Hermione quiere parar. No sabe por cuánto tiempo ha estado cayendo, pero no sabe cómo detenerse. O qué sucedería si lo hiciera.

¿Qué hará?

Necesita ayuda. No sabe lo que está pasando.

¿Dónde puede ir? ¿Quién podrá ayudarla?

Recuerda haber colapsado al salir del lago, y a Malfoy atrapándola y arrastrándola para sacarla.

Malfoy.

Apenas piensa en él, puede verlo, como si siempre hubiera sabido exactamente dónde está pero se hubiera negado a mirar.

Está solo en la torre del reloj.

Probablemente él sepa lo que le está sucediendo.

Tan pronto termina de formar la idea de querer verlo a él, vuelve a materializarse abruptamente y cae directamente desde el aire.

Los ojos pálidos de Malfoy se abren con sorpresa, pero no tiene tiempo de reaccionar antes de que ella caiga en sus brazos.

Sus hombros golpean contra su pecho y ambos caen al suelo.

Hermione queda tendida sobre él, aturdida, sintiendo como si su mente hubiera sido empujada violentamente dentro de su cuerpo pero todavía la sinapsis no se hubiera reestablecido. Todo se siente mal, como si alguien hubiera puesto su consciencia al revés dentro de su cerebro.

Se siente visceralmente consciente del peso de su existencia física. Puede sentir todo, la textura de sus huesos, sus células, la telaraña de su sistema nervioso, las contracciones musculares de su corazón, los movimientos de sus órganos internos, y el burbujeo del ácido de su estómago. Es repugnante. Quiere vomitar.

—¿Acaso acabas de… aparecerte encima de mí? —Malfoy la toma por los hombros y la empuja hacia atrás. Su voz suena incrédula.

Hermione se sienta a horcajadas sobre él por un instante, y su corazón, apenas funcional, de alguna manera consigue dar un salto antes de que su cabeza se eche hacia atrás, seguida por sus hombros y su espalda, y entonces se aparta de Malfoy con una especie de mortal hacia atrás.

Él suelta una maldición y lanza una mano hacia adelante para atraparla, pero sus dedos no la alcanzan por poco, y ella golpea el suelo con la parte superior de la cabeza y cae de lado.

No puede recordar cómo mover sus brazos. Está vagamente consciente de que alguna parte del cuerpo le duele.

Varias partes del cuerpo.

Queda ahí tendida como un bulto contorsionado, intentando enfocar la vista y sentir dónde está su mandíbula para tratar de hacer que se mueva. ¿Cómo es que todo funciona? Nunca había tenido que pensar en esto antes.

—¿Granger? ¿Qué te ha sucedido? —Malfoy está inclinado encima de ella; tiene la varita con la punta iluminada en una mano.

Ella intenta responder, pero siente como si estuviera utilizando todos sus recursos para no dejar que su mente se escape de su cuerpo. Es como si hubiera olvidado cómo ser un cuerpo con forma de cuerpo y hacer cosas de cuerpo.

Todos los límites de su ser están borrosos. Se siente terrible y espesa, es muy difícil estar así.

El lugar parece estar girando en círculos concéntricos. Se había olvidado de lo ruidosa que es la torre del reloj, con todos los chasquidos de los mecanismos del reloj. ¿No podía Malfoy estar en un lugar más silencioso?

Él está arrodillado junto a ella, sosteniendo una varita iluminada en una mano, desenredando sus piernas y brazos e interrogándola.

—¿Qué paso? ¿Estás ebria? —Eleva el tono en la siguiente pregunta—. ¿Cómo conseguiste aparecerte dentro del colegio?

Y eso que pensaba que Malfoy sabría lo que estaba sucediendo.

Se hace una pausa, y entonces el tono de su voz es más bajo.

—¿De dónde salieron esos moretones?

Hermione no tiene idea de lo que está hablando.

—Granger —chasquea los dedos frente a su rostro—. ¿Alguien te hizo algo? ¿Qué pasó? Di algo.

Siente el áspero piso de piedra bajo la yema de sus dedos, lo suficientemente irregular como para hacerla estremecer, y se desconecta del continuo aluvión de preguntas de Malfoy, que son las mismas preguntas que ya le ha hecho, solo que suenan más enojadas cada vez que las repite.

Odia esto.

Es tan difícil pensar, seguir las palabras y los sonidos, todas esas sensaciones mientras intenta pensar.

Siente como si se hubiera convertido en un líquido, sus manos se deshacen sobre el suelo. Sus pies y sus piernas las siguen. Se está deslizando de vuelta a ese lugar en el que no tiene peso...

—¡Granger!

Algo golpea su mejilla, plano y contundente.

La cabeza de Hermione gira hacia un lado y sus dientes chocan entre sí.

Su consciencia vuelve a entrar en su cuerpo con la fuerza de un disparo.

Mira a Malfoy en estado de shock.

Le ha dado una bofetada en el rostro. Está inclinado encima de ella, con una mano levantada como si tuviera la intención de volver a hacerlo.

¿Cómo se atreve?

Sin detenerse a pensar, obliga a sus manos a volver a materializarse y lo golpea tan fuerte como puede.

Golpea violentamente su mejilla, con una fuerza tal que le quema la palma y una huella escarlata aparece instantáneamente encima de su piel. Siente el impacto hasta la punta de los dedos.

Él la observa atónito, y entonces se lleva la mano al rostro. Se pasa la lengua por el labio. Está sangrando, partido contra sus dientes.

La sangre baja en una fina línea por su barbilla.

Se produce un silencio ensordecedor mientras se miran el uno al otro. La varita de él se ha caído, y yace en alguna parte del suelo, todavía iluminándolos con su haz de luz.

—Tú me golpeaste primero —dice ella finalmente, y, cuando su capacidad para hablar por fin regresa, su voz es un murmullo a la defensiva.

Él solo la mira, como si quisiera decirle aproximadamente cuatrocientas mil cosas, la mayoría de ellas crueles. Tiene el rostro pálido, excepto en la zona teñida con la mancha escarlata de la huella de su mano.

—Te estabas derritiendo a través del suelo, sin decir nada —contesta al final, como si estuviera explicándole algo a un niño, con una voz corrosiva como ácido de batería—. ¿Qué querías que hiciera?

Ella no tiene respuesta. Nunca se había derretido a través de una superficie y no tiene la más mínima idea de cuáles son los protocolos correctos. Esquiva su mirada. —Yo… no lo sé.

La sorpresa que sintió cuando él la abofeteó, y su retribución inmediata y enfurecida parecen haber devuelto su consciencia lo suficientemente profundo dentro de su cerebro como para dejar de sentirse al borde de desvanecerse otra vez.

Se siente menos incorpórea y mucho, mucho más ebria. Siente un dolor en el pecho como si alguien la hubiera apuñalado y luego llenado la herida con brasas que estuvieran irradiando por su sangre. Han encendido un fuego en su interior, pero se siente corpórea y correctamente ensamblada.

Gira la cabeza y estira unos dedos temblorosos hasta la mano de Malfoy. Lo acaricia con torpeza.

—Lo siento —dice, y sus mejillas empiezan a arder.

Él suelta el aire y se vuelve a sentar, limpiándose la sangre de la barbilla.

—Eh… está bien. —Levanta la mirada hacia el techo—. No es exactamente como me imaginaba que sucedería esto, pero… no importa. ¿Qué ha pasado?

Hermione apenas escucha la pregunta. Está inesperadamente distraída por la sensación de su mano debajo de la suya. Es tan corpóreo y tranquilizador. Nunca se había percatado de lo agradable que era.

Desliza más sus dedos hasta que la palma presiona contra sus nudillos. Puede sentir su magia, fresca y fluida, bajo la superficie de su piel; le provoca un escalofrío. Su mano y su muñeca están cubiertas de cicatrices tan tenues como una tela de araña; ella las recorre y resuenan ante su tacto.

El Juramento Inquebrantable, se da cuenta entonces, siguiéndolas con la yema de sus dedos. El cuerpo de él se estremece, y retira su mano.

Se inclina encima de ella otra vez.

—¿Qué pasó? —pregunta. Sus dedos pasan por encima de sus hombros, y encuentran un lugar sensible junto a su clavícula.

Ella se encoge, y él aparta la mano de inmediato.

Mientras la observa, todo en él parece volverse nítido.

—¿Quién te hizo esto?

Ella lo mira con los ojos abiertos y el corazón agitado.

No puede dejar que él sepa lo de Cormac. No puede dejar que nadie sepa lo que le ha hecho a Cormac.

—Nadie —dice, con la garganta tensa. Niega con la cabeza—. No es nada.

Él no parece creerle.

—¿Entonces qué ha sucedido? ¿Por qué estás…? —La señala. —¿…así?

Ella traga saliva y cierra los ojos para evitar su mirada.

Qué ha sucedido es una buena pregunta para la que ella también querría tener una respuesta.

Intenta reproducir los eventos en su cabeza, la fiesta, pero todo se siente inconexo y surrealista. Sus recuerdos se sienten como si mirara a través de un vidrio empañado. Todo está en penumbras y borroso, es inútil, incluso las voces suenan distorsionadas y lejanas. Una nebulosa con algunos breves momentos de claridad, pero incluso esos recuerdos se distorsionan.

—No sé qué ha sucedido —dice finalmente, con una voz apagada y adolorida—. Estoy realmente ebria.

—Sí, ya me di cuenta de eso. —Se vuelve a sentar, se pellizca el puente de la nariz y se frota la mejilla.

Ella ignora su gruñido, se acurruca de costado y se toma la cabeza con las manos.

Sabe que debería decirle que volvió a perder el control, pero no quiere. Si lo admitiera, él pensaría que ella es muy inferior.

De todas maneras, no es como si ahora creyera que eres especial.

Todo adentro de ella se oscurece y se vuelve nítido. Se dobla sobre sí misma, acurrucándose alrededor del ardor en su interior, deseando que todo deje de moverse.

—Granger —la voz de Malfoy la interrumpe y la trae de regreso.

Ella parpadea y mira por encima del hombro, y vuelve a hacer foco en el rostro de él. La está mirando con atención.

—¿Tienes alguna idea de cómo hiciste para aparecerte? —lo dice de una manera que suena como si ya lo hubiera preguntado varias veces.

¿Es eso lo que más le importa? Hermione apenas ha pensado en ese detalle a la luz de las circunstancias, pero la verdad es que él no sabe nada acerca de todo lo demás, y se supone que en el castillo hay hechizos para prevenir apariciones.

Vuelve a rodar sobre la espalda y suelta un suspiro.

—No, pero… estaba en una fiesta. En el Club de las Eminencias. Tomamos una poción.

—¿Qué tipo de poción?

Ella es apenas consciente de que él la está separando del suelo y la está sentando contra la pared, examinándola, probablemente buscando señales de despartición. En esa posición todo parece moverse más.

El ruido de los engranajes de la torre del reloj le irrita los nervios, repitiendo su tictac una y otra vez. La habitación da vueltas. Siente la mano de él en el rostro, le abre los párpados y apenas puede distinguirlo mientras la examina.

Su mano baja hasta su mejilla.—Describe la poción, Granger.

Sus manos se sienten frescas contra su piel caliente y febril.

—Alcohólica —dice—. Verde. Se suponía que debía ayudarnos con nuestra magia. —Frunce el ceño, intentando recordar algo más—. Pero no se sintió bien. Mi magia se apagó.

Malfoy le dirige una mirada extraña.

—Y entonces… —Se le contrae el pecho y el rostro le arde; se obliga a decirlo—. Creo que perdí el control de mi magia. Estalló, y estaba en todas partes y estaba intentando controlarla, pero yo… me caí, y creo que pensé que me iba a lastimar, pero pasé a través del suelo y seguí cayendo, y de repente… estaba aquí.

Se hace una pausa.

—¿Tu magia estalló? —dice él, dubitativo—. Como si fuera… ¿magia accidental?

No, no fue magia accidental. La magia accidental es una rápida explosión en respuesta a sus emociones, una manifestación de sus sentimientos. Esto fue más como una erupción sostenida, y todo lo que había sucedido, ella había querido que sucediera.

Hermione niega con la cabeza, entrecerrando un ojo, intentando recordar los detalles. Todo había pasado tan rápido. Estaba enojada. Tan enojada que no quería contenerlo más, no le importó lo que sucedería si lo hacía. Y cuando sintió eso, cuando finalmente lo creyó posible, fue como si pasara a través de una barrera que siempre la había retenido.

Ella suelta un grito ahogado al unir todas las piezas, y se lanza hacia adelante.

—Malfoy, ya sé lo que pasó. —Lo agarra por los hombros—. He llegado a mi fuente.

Él la mira con una expresión desconcertada.

—¿Tu… fuente? —repite lentamente.

—La fuente de la que proviene mi magia —contesta ella—. ¡Eso es! Para eso era la poción. Se suponía que nos ayudaría a alcanzar… una revelación. Aquello en lo que uno estuviera trabajando. —Habla rápido, las palabras se tropiezan unas con otras—. Al principio creí que no había funcionado porque todavía estaba intentando mantener el control. Pero entonces… cuando dejé de querer contenerme, entonces fue que todo sucedió. La poción me empujó hacia la revelación.

Él guarda silencio por un momento.

—¿Puedes describirlo?

Ella toma una bocanada de aire.

—Es como… canalizar un elemento, excepto que viene desde el interior. Es más fuerte, ¿sabes? Crudo, como un… un… —Se esfuerza para ponerlo en palabras. No puede recordar la última vez que se sintió tan aliviada—. No está diluida, ya que es la esencia de mi magia. Cuando la usé para un hechizo, fue tan fuerte que me quemó. —Baja la mirada y descubre que las yemas de los dedos de su mano derecha todavía están teñidas de negro. A simple vista podrían confundirse con manchas de tinta. Se las muestra—. Mira.

Él apenas da un vistazo a sus dedos. Luego parpadea y vuelve a mirar, y entonces aferra su muñeca y tira de su mano hacia él, acercando la varita a sus dedos como si intentara verlos con más claridad.

—¿Esto… esto pasó cuando usaste un hechizo?

Hermione asiente, tan emocionada que cree que podría comenzar a vibrar.

Por supuesto, eso era. ¡Su fuente! Lo ha logrado, finalmente, a pesar de que él estaba tan seguro de que no podría hacerlo. Que los hijos de Muggles no podían hacerlo. Lo había conseguido.

Echa la cabeza hacia atrás y se ríe, inundada por el alivio, y su magia la atraviesa tan rápido que se marea. Todos esos meses practicando y luchando, ahora cobraban sentido, la habían traído hasta aquí. Era capaz de cualquier cosa.

—Granger. —La dura voz de Malfoy interrumpe sus pensamientos—. Para.

Ella da un salto y se percata de que había comenzado a desvanecerse. El contorno de su cuerpo se estaba borrando a medida que su magia zumbaba, demasiado eufórica para mantenerse en un solo lugar. La mano de Malfoy está sujeta alrededor de su muñeca, como si quisiera físicamente mantenerla allí.

Ella se obliga a concentrarse.

Cuando vuelve a recuperar una forma corpórea adecuada, Malfoy continúa con la inspección de su mano, como si nunca hubiera visto una.

Sigue girándola bajo la luz de su varita; examina la forma en que las yemas están teñidas de negro como un carbón, y las diminutas ramificaciones oscuras que recorren sus dedos hasta la palma. Sus cejas están juntas en el centro de la frente, formando un surco.

Toca una yema con cautela, como si creyera que pudiera quemarlo. La sensación le provoca un escalofrío que le acelera el corazón.

Es entonces que finalmente se le ocurre que están juntos y solos por primera vez desde el Baño de los Prefectos.

Al darse cuenta su estómago da un vuelco, y la urgencia del presente finalmente da paso a los eventos del pasado.

Ahora que está pensando en ello, también es consciente de que supuestamente ella está enojada con él. Ha estado enojada por varias semanas, y con todo el caos de alguna manera terminó olvidándose, y ahora están acurrucados juntos en el suelo de la torre del reloj; sus manos están en las de él, y entonces siente que si debía decirle lo mucho que lo odia y que desea su muerte, ya debería haberlo hecho antes.

Intenta liberar su muñeca, pero él la aferra con más fuerza.

—Quédate quieta —le dice con una voz severa, sin levantar la vista.

Eso, inexplicablemente, la hace sonrojar.

Frunce los labios e intenta apartar la mirada, ignorando el calor que le recorre el cuello y la manera en que su ritmo cardíaco se acelera. El silencio es ensordecedor, interrumpido solo por los engranajes del reloj. Está abrumada por la repentina necesidad de decir algo.

—¿Sabías que tus padres estaban interfiriendo con el torneo? —la pregunta brota de su interior.

Él se congela y luego levanta la mirada con una expresión de incredulidad.

—¿En serio? ¿De eso quieres hablar ahora?

Considerando todo lo que podría haber traído a colación, siente que ha sido bastante generosa. Se encoge de hombros.

—¿Lo sabías?

Él baja la mirada con la mandíbula tensa, y frota el pulgar contra el centro de su palma. Un cosquilleo le recorre la columna y se acumula en su estómago.

—No. —responde, después de un momento—. No lo supe hasta un momento antes de que comenzara la Prueba. Ya les había dicho que no necesitaba ayuda. Yo… Creía que me habían hecho caso, pero obviamente no lo hicieron.

Hermione suelta el aire, considerando sus palabras. Debería estar enojada. Sabe que debería estarlo. Es mejor estar enojada, resentir cada detalle que conoce acerca de él. Sus trampas pusieron muchas cosas en riesgo para ella, pero le parece inútil discutir este punto en particular.

La prueba del lago era fácil para él. Iba a ser fácil de todas maneras.

Lo que sus padres hicieron fue quitarle mérito a sus logros.

Ella no dice nada y eso parece molestarlo.

Frunce el ceño.—Ahora que hemos resuelto ese problema increíblemente urgente, ¿de casualidad sabes el nombre de la poción que tomaste?

Hermione intenta recordar, intenta ignorar los dedos de él, todavía envueltos alrededor de su muñeca.

—Espíritu de Hada, creo. Sí, Espíritu de Hada Verde.

Las cejas de él se vuelven a juntar en el centro y baja la mirada.

—¿Espíritu de Hada? El Espíritu de Hada no… —Se detiene, y su voz se vuelve escéptica—. ¿Estás segura? Descríbela.

Ella intenta pensar, pero es muy difícil recordar cualquier cosa cuando él está tan cerca y sigue tocando su mano. Sin importar cuánto lo ha intentado, para ella es imposible olvidar lo que se siente estar con él, y está tan intoxicada que piensa que no sería una mala idea repetirlo.

—Slughorn la hizo. Era verde, todos tomamos un sorbo. Sabía horrible. Quería escupirla…

Se queda callada porque, mientras hablaba, él ha tomado sus dos manos y parece estar comparándolas. Tiene una expresión extraña en el rostro, como si no creyera lo que está viendo.

—¿Qué pasa? —pregunta, sin entender por qué ésto es más desconcertante que haberse derretido.

Él no aparta la mirada de sus manos.

—Esta es la mano de la varita. —Le muestra su mano derecha—. Usaste un hechizo. ¿Se veía diferente cuando lo lanzaste?

—No lo recuerdo… tal vez. Estaba enfocada principalmente en hacer que funcione. —Tiene la esperanza de que no pregunte qué hechizo usó—. La magia se negaba a hacer lo que yo quería, así que tuve que forzarla.

Él se queda callado por un momento, mirándola con una expresión ilegible.

—Necesito investigar un poco.

Es la primera vez que él se ha ofrecido a investigar algo. Siempre ha dejado claro que su conocimiento existente es el último límite que puede ofrecerle; que no haría ningún esfuerzo por ella.

Le suelta la mano, echa la cabeza hacia atrás y se frota la nuca, con un aire inseguro.

—Tienes que venir conmigo. —Traga saliva—. No puedes quedarte aquí. No puedo perderte de vista. —Se pasa una mano por el lado enrojecido de su rostro—. Buscaré la manera de meterte en el barco.

Eso suena como una idea increíblemente terrible.

Hermione entrecierra los ojos.

—¿No te están vigilando? ¿No es esa la razón principal por la que no hemos hablado en más de un mes?

Ni siquiera tiene que estar sobria para imaginar todas las maneras en las que puede salir mal. Unos estudiantes ya han intentado colarse al barco de Durmstrang. Karkaroff se puso furioso y acusó a Dumbledore de estar usando estudiantes como espías.

Si atrapaban a Hermione, las consecuencias serían peores.

Sin duda los padres de Malfoy se enterarían. Malfoy recibiría poco más que un regaño y un poco más de supervisión, pero Hermione probablemente sería acusada de intentar seducir a su oponente para poder obtener algún tipo de ventaja en el torneo. Los Malfoy seguramente intentarían que la expulsen por violar el código de conducta estudiantil. Incluso si no la expulsaban, como prefecta ella está más que advertida que las residencias de los otros colegios están estrictamente fuera de los límites para todos los estudiantes de Hogwarts. Bien podría perder su insignia de prefecta.

Barty Crouch probablemente dejaría de apoyarla también.

Malfoy hace una mueca.

—Sí, bueno…

—No —dice ella, y finalmente aparta la mano de las suyas—. Absolutamente no.

Él solo parpadea, como si nunca hubiera imaginado que ella podría negarse.

—Volveré a la Torre de Gryffindor —dice Hermione—. Ya me estoy sintiendo mejor, y podrían darse cuenta de que no estoy.

Malfoy la mira como si hubiera perdido la cabeza.

—Granger, algo no está bien contigo. Te apareciste dentro de la escuela, lo cual, a menos que seas mitad elfo doméstico, debería ser imposible. Tienes quemaduras por hechizos. Y no olvidemos como casi te derrites a través del suelo.

Hermione quiere preguntarle qué son exactamente las quemaduras por hechizos y por qué es eso importante, pero sospecha que preguntarle sería admitir su debilidad, y él podría aprovecharse de ello.

Él no parece entender lo extremadamente arruinada que podría quedar su vida si la atraparan en una situación apenas vagamente comprometedora con él.

Así que lo descarta con un gesto.

—Eso es porque estaba ebria.

Él suelta un sonido incomprensible desde la garganta.

—¡No! No es así como funciona la ebriedad. Y, además, todavía estás ebria.

Ella suspira y pone los ojos en blanco.

—No tan ebria. Y aunque lo estuviera, no me voy a meter en tu barco. —Se pone de pie para demostrar que se ha recuperado—. ¿Ves? —Se apoya subrepticiamente contra la pared y levanta una mano para mostrarle—. Ya no me estoy evaporando. Estoy bien. Solo me iré a la cama.

Él traga saliva.

—Granger, no lo entiendes...

—A menos que me digas qué es lo que no entiendo, no me importa —replica.

Arquea las cejas, desafiándolo a darle una explicación. Le encantaría recibir una explicación.

Él comienza a abrir la boca pero se detiene y esquiva sus ojos; sus manos se cierran en puños frente a él. —No estoy seguro. Es por eso que necesito investigar.

Ella resopla con burla y gira sobre los talones, balanceándose peligrosamente por un instante antes de recuperar el equilibrio y dirigirse hacia las escaleras.


Malfoy la alcanza e intenta detenerla hasta que Hermione amenaza con darle otra bofetada, y entonces se resigna a seguirla a través del castillo, soltando comentarios sarcásticos acerca de lo increíblemente sobria que está cada vez que ella se tambalea y necesita usar la pared para mantenerse erguida.

Hermione le sisea para que le dé espacio, y murmura advertencias acerca de Filch, pero él se niega a retroceder y la sigue de cerca, observándola como si esperara que ella se disolviera frente a sus ojos otra vez, a pesar de que ahora ya no es ningún esfuerzo mantenerse corpórea.

Para cuando llegan al agujero del retrato, ya ha tenido suficiente; se vuelve hacia él y agita una mano frente a su rostro.

—¿Ves? Lo he conseguido, y ni siquiera estoy un poco desencarnada. Vete.

Él toma una bocanada de aire, sus ojos pasan de ella al agujero del retrato y luego a ella otra vez, como si se debatiera con él mismo.

Finalmente, suelta un suspiro. —Solo vete a dormir —le dice, como si haber ido a la torre hubiera sido su idea—. No hables con nadie. No uses magia. No vayas cerca del lago.

Ella arruga la nariz.

—¿Por qué no debería ir cerca del lago?

Algo cruza su expresión, y entonces la fulmina con la mirada.

—Solo vete a dormir —le dice, entre dientes.

Es tan irritante.

Ella le devuelve la mirada fulminante.

—Es lo que estaba por hacer, porque fue mi idea.

Se precipita hacia el retrato. La Dama Gorda está roncando y solo murmura entre dientes cuando Hermione accidentalmente se choca contra el marco del cuadro y tiene que sostenerse.

Malfoy se queda parado allí, junto a la esquina, y la observa mientras se va.