Capítulo 25: El día después.


Hermione se despierta a la mañana siguiente, desorientada; parpadea varios segundos mientras intenta entender dónde está. Se siente aplastada, como si le hubieran disparado en el pecho; como si hubieran emulsionado su cerebro en algodón y luego lo hubieran colocado de nuevo en su cráneo.

Se incorpora para sentarse e inmediatamente vuelve a caer sobre las almohadas; se toma el rostro con las manos al sentir que el dolor le estremece la cabeza. No tiene idea de cómo llegó hasta su cama.

Ay dios. Tendida allí, los eventos de la noche anterior comienzan a volver a su memoria. La fiesta. Cormac. Malfoy.

Se siente terrible. Sabía que existían las resacas, pero no sabía que eran así de horribles.

Consigue bajar al Gran Comedor por un desayuno tardío, completamente verde por las náuseas; se arrastra con cautela hasta un asiento junto a Harry.

—Escuché que fue una fiesta salvaje —dice, con una voz innecesariamente alta.

—¿Hasta qué hora te quedaste? —pregunta Ron, mirándola.

Ella gime, se aprieta la frente con la palma de la mano, y siente el deseo de golpearlos si no dejan de gritar.

—No lo sé —murmura—. Perdí la noción del tiempo.

—¿Te enteraste de lo de Cormac?

Se ahoga con el jugo de calabaza que había comenzado a beber, y le sale disparado por la nariz, ardiendo. Tose varias veces y se seca las lágrimas.

—No… ¿qué pasa con Cormac? —grazna.

—Está en la enfermería —dice Harry, y Hermione apenas lo escucha por encima del chirrido de un tenedor en el plato de alguien.

La aprensión la atraviesa. Mira los rostros de los muchachos en busca de alguna pista de lo que saben o sospechan, pero Harry está ocupado con sus huevos y Ron está clavando su tenedor en una salchicha.

—Se cayó de una escalera movediza en algún momento de la noche —dice Harry, levantando la mirada—. Romilda lo encontró esta mañana. Ya sabes cómo es… comenzó a gritar como una banshee diciendo que estaba muerto. Para cuando los profesores llegaron allí y descubrieron que no lo estaba, el rumor de que había sido asesinado ya estaba en todas partes. Resultó ser que estaba borracho y se cayó por las escaleras, y como ya habían terminado las rondas, ningún prefecto lo encontró. El gato de Filch está con un resfriado o algo así, tampoco estaba patrullando anoche.

—Eso es… horrible —dice Hermione, tratando de no lucir aliviada.

—McGonagall parecía a punto de echar una maldición a Slughorn —comenta Ron—. Está en serios problemas. Se dice que podría haber una investigación en el colegio.

El pecho de Hermione se contrae y se obliga a preguntar de manera casual.

—¿Cormac está bien?

Harry se encoge de hombros, despreocupado.

—Ah, sí. Estará bien. No fue gran cosa. Contusiones y huesos rotos, ha tenido peores jugando al Quidditch. Madame Pomfrey lo arreglará.


La escuela está repleta de chismes acerca de la fiesta. Se dice que Cormac está muerto y que lo están ocultando; se escuchan historias de duelos secretos en los corredores y encubrimiento de parte del colegio. Los profesores están tensos y caminan apresurados por los pasillos, luciendo más agotados de lo normal para ser un fin de semana.

El colegio ya está recibiendo suficiente atención internacional como para sumarle historias acerca de un profesor que le da alcohol a los alumnos.

Todo el mundo está muy consciente de las buenas conexiones que tiene la familia McLaggen, y del tipo de problemas que podrían causar si decidieran armar un escándalo.

Hermione vacila entre la culpa y la sensación de que Cormac se merecía eso y más.

Ella había dicho que no; él no le había hecho caso. Debería haberlo castrado. Aunque se dice a sí misma que fue mejor que no lo hiciera; no habría manera de hacer pasar una castración como resultado de una caída por las escaleras. Todo ha resultado extraordinariamente bien.

Aun así, se sobresalta llena de terror cada vez que alguien menciona el nombre de Cormac, temiendo que Dumbledore la llamará a su oficina, y que al llegar allí encontrará al consejo escolar y a los padres de Cormac mirándola fijamente mientras Cormac la señala y dice: «Fue ella. Ella me atacó».

Al mediodía, no está segura de si tiene más resaca o si está descompuesta por los nervios.

Afortunadamente, dado que todos están al tanto de la fiesta del Club de las Eminencias, nadie le cuestiona que se sienta descompuesta. Se retira al dormitorio de las chicas sin levantar sospechas, y se sienta junto a la ventana, mirando su mano derecha.

Durante la noche, las quemaduras negras que teñían sus dedos han desaparecido por completo sin dejar rastros. Quemaduras por hechizos, las ha llamado Malfoy. Examina sus manos bajo la luz, intentando entender qué es lo que tenía de interesante anoche.

Ahora que está sobria y con un poco menos de náuseas, está más consciente de su cuerpo y es más capaz de sentir la magia dentro de ella; es pesada y caliente como vidrio fundido dentro de su pecho. Cuando presiona sus costillas con las manos, puede sentirla. Su fuente.

Los dedos de sus pies se curvan por la euforia contenida.

Ya no tiene que ahondar más. La magia está allí, lo único que tiene que hacer es dejarla salir.

Flexiona su mano, pero luego titubea al recordar las instrucciones finales de Malfoy; no debía utilizar ningún tipo de magia. Niega con la cabeza, desechando la idea. Todos los sangre pura crecen con sus fuentes, así que no puede ser tan peligroso. Él solo está en negación.

Recoge su varita, pero se siente muerta entre sus dedos. No puede entender por qué. La estudia con cuidado, buscando grietas o marcas de quemaduras, temiendo haberla dañado al lanzar el hechizo a Cormac. Luce normal. La acuna entre sus dedos y la acaricia con tristeza antes de dejarla a un lado.

Cierra los dedos en un puño y luego los abre; murmura un hechizo, visualizándolo con claridad.

Nada.

Bueno, no esperaba que fuera fácil. Vuelve a intentarlo, dice el hechizo con más fuerza.

Otra vez, nada sucede.

Ofendida, se sienta más erguida y mira su mano; recita el hechizo con cuidado, enunciando cada sílaba, visualizando el resultado en el ojo de su mente, pero no hay rastro de esa conocida sensación de la magia fluyendo a través de su cuerpo y tomando la forma de sus intenciones.

Obviamente la magia está allí, pero se siente… diferente. Es algo más profundo, más fuerte. Abrupto, sin diluir. Y salvaje.

Le debería haber pedido más información a Malfoy acerca de las fuentes. Lo había seguido postergando porque no quería que él se burlara de ella y le preguntara por qué necesitaba saber eso si una hija de Muggles como ella nunca tendría una.

Cierra la mano en un puño y se queda en estado de contemplación; se pregunta qué será exactamente aquello tan urgente que debía investigar. «¿Cómo seguir adelante cuando alguien demuestra que toda tu visión del mundo, tu creencia de que eres valioso y tienes más derechos que los demás, es una mentira?». Suelta un resoplido de burla. ¿Quizá algo sobre quemaduras por hechizos? De todas maneras, quién sabe por qué Malfoy hace las cosas que hace.

Después de todo, existe una apuesta. Golpea el alfeizar con un dedo, sumida en sus pensamientos. Se debe estar demorando a propósito, porque sabe que cuanto más tiempo tenga ella para practicar ese nuevo poder, más grande será la amenaza que presentará en la Tercera Prueba. Ahora están empatados. En puntaje y quizá también en magia.

Él bien podría estar intentando ganar tiempo. La sospecha fortalece su decisión.

Respira profundamente y cuadra la mandíbula. Tiene que ser tan despiadada como todos los demás. No existe tal cosa como la justicia.

Se mira la mano y se deja sumergir en la oscuridad, apropiándose del poder.

Avis —dice, con una voz segura; necesita que el hechizo la obedezca.

El poder la atraviesa como una ola, se enrosca por su cuerpo como si la poseyera. Un torrente de canarios brota de sus manos, docenas, cientos, llenan la habitación, más y más. Cierra las manos en puños para detenerlos, pero no lo hacen, solo siguen saliendo, se materializan a su alrededor hasta que grita un hechizo para eliminarlos, desesperada por que desaparezcan.

En lugar de evaporarse como suelen hacer las cosas conjuradas, los canarios se desvanecen lentamente como si fueran apariciones, se vuelven oscuros y sombríos antes de esfumarse en el aire que los rodea. Esto le da a Hermione la clara sensación de que su magia permanece allí, flotando a su alrededor, solo que ha dejado de existir en forma de pájaros. Puede sentirla sutilmente. Un pequeño toque en la parte posterior de su consciencia, como el pinchazo de una aguja.

Se pasa la lengua por los labios nerviosamente y se mira las manos.

Los dedos de ambas manos están ennegrecidos hasta las palmas, y un entumecimiento, como si hubiera sido electrocutada, le llega hasta los antebrazos.

Quiere experimentar más, pero le preocupa el costo de esta magia. No sabe exactamente cuál será el precio y con cuánto cuidado deberá racionarla. Incluso más allá del modo en que sus manos están punzando, ese hechizo la ha dejado con la sensación de estar desgarrada por dentro, como si hubiera vuelto a abrir una herida que recién dejaba de sangrar.

Presiona su pecho con las manos, respira lentamente, y se dice que ya se acostumbrará.

Se dirige a la biblioteca para buscar información, con la esperanza de que algo se haya colado a través de la censura. Malfoy no está allí. Busca en un índice, resintiendo el hecho de que él tenga acceso a tantos recursos que ni siquiera necesite la biblioteca de Hogwarts cuando está en la búsqueda de información. Puede conseguir la respuesta a cualquier pregunta y apenas le importa; nunca la comparte a menos que se vea acorralado y se le haga la pregunta correcta.

Excepto por aquel inútil libro de ética del principio, con su razonamiento sin sentido y redundante.

Cierra un libro de golpe, ganándose una mirada de advertencia por parte de Madam Pince, pero mientras Hermione se pone de pie, furiosa, vuelve a pensar en aquel libro.

Decía algo acerca de dominar, pero luego decía algo más. ¿Qué era?

El practicante que ha dejado entrar la oscuridad.

Hace una pausa, considerando lo extraño de la frase. Para ser honesta, no había seguido muchos de los puntos del libro la primera vez que lo leyó porque no había entendido lo que era practicar las Artes Oscuras, e incluso después de que Malfoy le explicara los fundamentos, no lo había comprendido hasta que había comenzado a practicarlas ella misma. Pero recordaba que el autor había hecho una distinción entre dominar «las más oscuras artes» y alguien que «deja entrar la oscuridad».

Después de que Malfoy le hablara de fuentes y precios, Hermione había asumido que dejar que entre la oscuridad era una especie de posesión. Las Artes Oscuras se trataban de un intercambio, una asociación, la canalización de un poder más allá del propio. Todo lo que Malfoy le había enseñado entraba en esa última categoría, por consiguiente había asumido que dejar entrar la oscuridad era lo contrario: dejar que ese poder te utilice a ti.

Pero quizá significaba otra cosa.

Baja la mirada a sus manos. Aplica maquillaje en el dorso para ocultar la oscuridad, y lo que todavía queda a la vista parecen simplemente manchas de tinta. Ya se está desvaneciendo otra vez.

Esa magia tiene que ser su fuente. Es en lo que ha estado trabajando durante meses, es el lugar del que siempre ha extraído su magia, solo que antes era un pequeño orificio que se abría para que el poder se disipara y se asimilara en su interior, y ahora era como si lo hubiera abierto de par en par y la magia saliera con tanta fuerza que terminaba por inundarla.

Lo que demostraba que se trataba de su fuente.

Está casi segura de eso.

Casi.


El domingo cena en soledad. Incluso aunque el Quidditch ha sido cancelado todo el año por causa del torneo, se realizan partidos amistosos los domingos por la tarde. Harry, Ron, Ginny y Dean no han vuelto aún.

Ha visto brevemente a Malfoy al entrar. Se estaba yendo, y algunos muchachos de Slytherin lo siguieron. Sus ojos plateados la habían atravesado como si jamás la hubiera visto.

Ella se repite que no le importa. No necesita a Malfoy. Descubriría todo por su cuenta como siempre lo había hecho.

Está inmersa en un profundo análisis mental de su aprendizaje mágico autodidacta cuando una excesiva cantidad de ruido interrumpe sus pensamientos. Un nudo helado se asienta en su estómago al levantar la mirada y ver a Cormac llegando a la mesa de Gryffindor con una sonrisa en el rostro.

Experimenta una breve pero cruel sensación de satisfacción al ver que la mano que le ha destrozado sigue en cabestrillo, pero parece que el resto de sus heridas se han curado y no está ni muerto ni mucho más desgastado que antes.

Se obliga a apartar la mirada e ignorar todos los murmullos de simpatía que recibe mientras él les cuenta con espeluznantes detalles la cantidad de huesos rotos que tuvo.

Se lo merecía. Se lo merecía. Continúa recordándose mientras apuñala su cena y lo ignora.

—Lo digo en serio, alguien me hizo caer —dice Cormac con un tono de voz inusualmente bajo e intenso que recorre la mesa.

La sangre de Hermione se congela; levanta la mirada.

Un muchacho se ríe.

—¿No estabas ebrio?

Cormac niega con la cabeza y frunce el ceño.

—Sí, pero no tan ebrio. Creo… —Susurra y su voz se torna siniestra—. Creo que he sido hechizado.

La columna vertebral de Hermione se pone rígida y el terror la atraviesa.

—Probablemente bebiste demasiado. Recuerdas cómo Roger Davis creía que había sido hechizado porque continuaba chocando su cabeza contra los marcos de la puerta, y luego resultó ser que la poción que se había estado poniendo en el cabello era baba de Aguijones de Billywig—recuerda una chica, que parece molesta por el modo en que Cormac ha estado monopolizando la conversación—. ¿Sabes que dicen que Slughorn podría ser despedido por esto?

Cormac niega con la cabeza, empezando a enojarse.

—No. Algo pasó. Le dije a los profesores, pero lo único que quieren saber es cuánto whisky de fuego tomé, así que creo que voy a impulsar una investigación seria. Mi familia tiene conexiones con el Departamento de Misterios. Ha estado sucediendo algo extraño aquí, ¿saben? He escuchado a Lupin decir que el modo en que el lago se congeló de repente no parece natural. Y alguien le ha estado robando a Slughorn. ¿Recuerdan todas esas pociones desaparecidas? Todo está conectado. Apuesto a que, si mi padre les escribe una carta, especialmente ahora que mi tío Tiberius es Jefe Departamental, el Ministerio tendrá que lanzar una investigación. Podría ser algo. Saben, con las otras escuelas aquí, todos esos estudiantes que apenas hablan inglés, quién sabe qué están tramando. Podría ser que esos dementes de Durmstrang estén utilizando Magia Oscura contra nosotros.

—Creí que te caían bien esos dementes de Durmstrang, ¿o fue solo mi imaginación cuando creí verte con un prendedor de Hogwarts por Malfoy? —Es la misma chica otra vez. Hermione quiere abrazarla.

Cormac esboza una sonrisa muy poco sincera.

—Malfoy es diferente.

La chica se ríe y se pone de pie.

—Claro.

Cormac pone los ojos en blanco y apenas la muchacha se aleja, retoma sus acusaciones.

Hermione se queda ahí sentada, escuchando, maldiciendo por dentro. Le ha lanzado un Obliviate. Definitivamente lo ha hecho. ¿Por qué no funcionó?

¿Acaso la está provocando? ¿Su hechizo no funcionó en absoluto?

Vuelve a mirarlo.

Él no la está mirando a ella. Está claramente paranoico, pero está sentado a dos metros de distancia y no le ha echado ni un vistazo. Ahí sentada, jura que puede sentir su propia magia cubriéndolo como un velo.

Un hechizo Obliviate debería hacerle creer lo que le ha dicho: que iba de regreso a la fiesta y que se cayó porque estaba ebrio. Debería creer eso, no debería ser capaz de cuestionarlo. Así es como funciona ese hechizo. Entonces, ¿por qué sigue insistiendo con que ha sido hechizado?

Maldición. Maldición. Maldición.

Su corazón late con fuerza, tiene que obligarse a mantener una expresión impasible. Está aferrando el tenedor con tanta fuerza que le está dejando una marca en la palma.

Va a tener que hacer algo al respecto, y rápido; pero no tiene idea de qué, porque su varita no funciona y aparentemente no puede conseguir que un hechizo desmemorizador funcione, y Cormac todavía sigue hablando.

Un sudor frío se extiende por su espalda.

Cuando él se levanta para irse, Hermione lo sigue. Está cerca del final del corredor cuando ella sale del Gran Comedor, y apura apenas el paso para no perderlo de vista.

Al dar vuelta la esquina, él ya ha dado la vuelta a la siguiente, así que comienza a correr.

No vayas a ciegas, Hermione. Necesitas un plan. ¿Qué vas a hacer cuando lo alcances?

No tiene idea.

Algo oscuro se asoma por detrás de una enorme estatua y la agarra. Ella grita de sorpresa y patea con fuerza mientras es arrastrada detrás de la estatua, y se encuentra a pocos centímetros del rostro de Malfoy.

—¿Qué estás…? —comienza, pero él le tapa la boca y la empuja hacia abajo hasta que ambos quedan agazapados detrás de la estatua, y procede a aplastar su cuerpo con el suyo; inclina tanto la cabeza que sus mejillas casi se tocan.

—Shhh… —dice, y el aire le acaricia el hombro.

Ella se queda ahí, congelada, con el corazón galopando. Se aferra a Malfoy para no perder el equilibrio, todo su cuerpo rígido de miedo y anticipación porque no tiene idea de qué se están escondiendo.

Sin embargo, nada sucede. Solo se quedan acurrucados allí de un modo demasiado íntimo, y el corredor permanece vacío.

No es posible que la haya emboscado únicamente para abrazarla detrás de una estatua.

Está a punto de empujarlo cuando escucha unos fuertes pasos que se acercan.

Malfoy se aprieta aún más contra ella cuando los pasos se detienen; sus cuerpos están totalmente pegados. A Hermione se le seca la boca y el estómago le da un vuelco.

—¿Dónde está? —dice una voz ronca. Hermione la reconoce vagamente. ¿Boyle? O quizá Goyle. Un Slytherin, uno de los Golpeadores del equipo de Quidditch.

—No estaba tan adelante nuestro —contesta otra voz.

Malfoy ni siquiera respira.

—Su padre dijo que debíamos saber todos los lugares a los que iba. —Goyle suena molesto.

—Creo que le diremos que desapareció.

Puede sentir la maldición silenciosa que Malfoy suelta. Cuando dijo que lo estarían vigilando, ella no creía que se refería a que literalmente lo seguirían por el castillo.

Unos pies se arrastran.—Le gusta el lago. Ahí donde están los botes de los de primer año.

—Sí, busquemos allí.

Los pasos retroceden y desaparecen a la distancia, y Malfoy suelta el aire y se inclina hacia atrás lo suficiente para que ella alcance a ver su rostro.

Lo observa.

—Tus padres están dementes.

Él se sonroja y luce irritado.

—¿Podemos evitar ese tema en este momento? —gruñe—. No tengo mucho tiempo antes de que deba dejar que me encuentren. Necesito que envíes una solicitud para que te dejen salir del castillo para irte a casa durante Semana Santa.

¿Semana Santa? Hermione había olvidado que se acercaba. Es el próximo fin de semana.

Nadie se va a casa por Semana Santa.

—Debes irte este jueves a más tardar, aunque el miércoles sería mejor —está diciendo él, como si fuera completamente normal emboscarla y decirle que se vaya de la escuela.

Sus piernas comienzan a entumecerse por estar agachada detrás de la estatua.

Lo mira con amargura, apenas capaz de creer que la ha secuestrado para esto. —No.

Él luce sorprendido. —¿Cómo que no?

—No, no me iré a casa solo porque tú lo dices. No he tenido ningún problema desde el viernes por la noche. Mira, he estado practicando. Lo he conseguido anoche. —Levanta una mano cerrada en un puño, y con una lenta exhalación, abre los dedos.

A medida que sus dedos se extienden, unas chispas de fuego cobran vida en la palma de su mano, pero a diferencia de sus llamas azules, este fuego no tiene color. Las llamas en su mano son negras.

Como la sombra de un fuego.

Le tomó una vergonzosa cantidad de tiempo descubrir cómo controlarlo y conjurar solo un poco para no lanzar llamas por todos lados. Y, actualmente, es el único hechizo que puede controlar que no le tiñe los dedos de negro.

El fuego siempre ha sido lo más fácil para ella.

Siente como si un cable pelado le recorriera el brazo, pero sus dedos no se entumecen y no le duele el pecho cuando hace esto. Es tan simple como respirar.

—¿Alguna vez habías visto algo como esto? —Levanta la mirada hacia Malfoy, cuyo rostro está ensombrecido por las llamas en sus manos; los ángulos de sus rasgos que deberían reflejar la luz están oscurecidos por la extraña inversión que ella sostiene.

—No —su voz es ronca, y mira fijamente las sombras en el hueco de sus manos—. ¿Cómo lo…?

Estira una mano como si quisiera tocarlas.

Ella no puede reprimir un pequeño entusiasmo ante su reacción, y deja que las sombras se enciendan un poco más y se arremolinen hacia él, pero cuando las llamas le rozan la piel, él retrocede de un salto.

—Basta. ¡Detente! —De pronto se ve aterrorizado e intenta tomarla por la muñeca.

Sorprendida, Hermione cierra la mano y extingue el fuego, cortando la conexión abruptamente.

Todo da vueltas como si hubiera embotellado algo que no estaba preparado para ser contenido, y siente la necesidad de buscar la pared para estabilizarse, pero Malfoy la ha tomado por las muñecas y ahora examina sus dedos.

—Maldita idiota. —Levanta la mirada hacia ella y luce enojado. Sus ojos destellan y sus labios se curvan hasta revelar sus dientes—. Te dije que no usaras magia.

La sacude.

Hermione se libera de un tirón. Una furia defensiva se extiende por su cuerpo, pero él no se deja impresionar en absoluto, solo está enojado. Igual que cuando había conseguido utilizar Magia Elemental. Siempre se enoja y la critica y nunca le importa que todo esto sea realmente difícil de conseguir para ella.

Por supuesto que no va a estar impresionado. Le arden las mejillas. Fue una estupidez… fue infantil pensar incluso que podría estarlo.

Probablemente solo le importa porque una muerte prematura podría provocar una violación de su Juramento; porque, si ella muriera, no podría enseñarle nada más. Todo lo que viene de él es egoísta, incluso besarla en el Baño de los Prefectos fue sólo una manera de vengarse de sus padres sin lastimar a alguien que quiere.

Lo odia.

Se pone de pie, sin importarle si alguien los ve. —No tengo tus privilegios, Malfoy. No tengo recursos como bibliotecas, ni tutores, ni familia a donde ir a buscar respuestas. Ni siquiera tengo tiempo para ser cuidadosa. Solo tengo seis meses para dominar todo. ¡No voy a esperar que me des permiso!

Su voz se eleva.

Él la toma con fuerza por la mandíbula, y ella se sacude bruscamente, arañando su mano, pero los dedos de él se entierran más, lo suficientemente fuerte como para que el interior de sus mejillas se hundan contra sus encías.

Ella le muestra los dientes. —No finjas que soy importante para ti o que te importa lo que pase con…—

Él la interrumpe tapándole la boca con fuerza con la otra mano y arrastrándola otra vez detrás de la estatua. Ella casi le muerde la palma por puro despecho.

—Granger —dice, mirándola a los ojos, en voz baja—. Si pierdes el control de esa magia, podrías matar a todos en este colegio. O… o hacer algo peor. No estoy del todo seguro.

Se hace un largo silencio mientras Hermione procesa lo que él acaba de decir, y luego tiene que volver a procesarlo, convencida de que debe haber un malentendido. Lo mira fijamente, sus ojos casi saliendo de las cuencas mientras intenta detectar alguna pista, algún indicio de que él está mintiendo, intentando controlarla y manipularla, pero él solo le devuelve la mirada y quizá en ese contexto su expresión de pánico no parece irracional.

—¿Qu…? —Está tan atónita que olvida que su mano la está silenciando.

Cierra los ojos, intentando recuperarse. Aparta la mano de él de su boca y habla en un susurro forzado.

—¿A qué… te refieres? —Y ahora está enojada con él por otro motivo—. ¿Y por qué no me lo dijiste?

Él la mira con exasperación.

—Estabas ebria, ¿recuerdas? Apenas eras capaz de enfocar y te disolvías de manera intermitente. ¿Cuándo exactamente habría sido un buen momento para aterrorizarte por completo?

—¡En cualquier momento! —gruñe ella—. ¡Decírmelo en algún momento habría sido bueno! —No sabía que fuera posible expresar tanta indignación con un susurro.

Él parece ofendido. Su ojo derecho se contrae mientras la observa, su mandíbula está tan apretada que puede oír sus dientes rechinar.

—Bueno, no creí que fuera útil para la situación hacerte entrar en pánico diciéndote «¿sabes cómo se ve esta magia? Como si fueras una asesina en masa» —Le espeta—. Nunca escuchas lo que digo.

Quiere estrangularlo.

—¿Entonces me dejaste así durante días? ¡He estado practicando! No tenía idea.

Él hace una mueca de burla.

—Te dije que no usaras magia. Fue una de las últimas cosas que te dije. no quisiste venir conmigo. Yo intenté cuidarte y solo hiciste un berrinche y saliste corriendo por los pasillos.

—Porque no me dijiste que fuera tan grave.

—Te ofrecí meterte a escondidas dentro del barco, así que obviamente era grave. —Es difícil decir cuál de los dos está más enojado. El pequeño espacio entre ellos parece encogerse a cada momento, con cada furiosa exhalación—. Bueno, ahora que has demostrado que no puedo dejarte sin supervisión, tienes que pedir permiso para salir del castillo este fin de semana y venir conmigo. No es una pregunta.

El cerebro de ella hace corto circuito, como un tren que descarrila violentamente del tema «magia extremadamente peligrosa» hacia «viajar de vacaciones con Malfoy».

—Espera. ¿Vamos a viajar juntos?

—Sí. —contesta entre dientes, como si fuera obvio—. Es por ello que necesito que envíes la solicitud, para que parezca que estás en tu casa durante las vacaciones. Conozco a alguien que… que puede tener algunas respuestas.

El corazón de Hermione de repente late a toda velocidad.

—¡Ah! —Se muerde un labio, intentando esconder los nervios que siente ante la perspectiva de estar a solas con él otra vez, especialmente por un tiempo prolongado.

—De acuerdo —, dice, finalmente, volviendo a mirarlo con la más expresión más vacía posible. Como si apenas un minuto antes no acabara de soltar una rabieta frente a él, aunque una totalmente razonable.

Entonces él suelta el aire, mientras se distrae mirando hacia el pasillo que sigue vacío. —Bien. —Asiente con la cabeza—. Es mejor que salgamos el miércoles, pero el jueves también es posible.

La toma por los hombros y la mira fijamente.

—No uses más magia —dice lentamente, como si ella fuera una niña extremadamente estúpida.

Ella asiente y pone los ojos en blanco, pero acepta a regañadientes que es la mejor opción, a pesar de las dudas que tiene sobre sus intenciones.

—Si es necesario falta a clases, pero no uses ni un solo hechizo. Envíame una lechuza cuando sepas el día en que puedas salir.

Él revisa su reloj. —Maldición. Debo irme.

Y entonces se va.


A la mañana siguiente se dirige al despacho de McGonagall. La Subdirectora luce particularmente agotada por la investigación que se está realizando a Slughorn en el colegio. Hermione ha preparado toda una historia triste, dice que sabe que es demasiado tarde para solicitar un permiso, pero que su madre acaba de escribir y dice que quiere verla antes de la siguiente Prueba y que se sentiría mal si le dice que no ya que sus padres casi nunca tienen la oportunidad de estar con ella.

Todas mentiras. Hermione ni siquiera les ha contado a sus padres acerca del torneo. Ellos no lo entenderían, ni tampoco apreciarían el enfoque laissez-faire* que tiene el Mundo Mágico con respecto a la salud y a la seguridad, y además siempre han sido extremadamente suspicaces acerca de todos los eventos extracurriculares de Hogwarts desde que Hermione cometiera el error de contarles acerca del Quidditch.

Pero Hermione parece triste de una manera muy convincente y McGonagall le dice que está bien, que hará una concesión.

Y así como así, todo está arreglado. Va a la lechucería y envía una carta sin firma a Malfoy para decirle que el miércoles estará en Hogsmeade después de la cena, asumiendo que comprenderá quién es el remitente.

Tan pronto llega al pie de las escaleras de la lechucería, escucha unos pasos y entonces Cormac da vuelta la esquina y casi choca con ella.

—Cormac —saluda ella, retrocediendo al verlo. Había estado tan distraída con Malfoy y su nuevo potencial latente para asesinar en masa que por un momento se había olvidado del problema de Cormac.

Él le sonríe.

—Hermione.

Ella se obliga a devolver la sonrisa y lo observa en busca de alguna pista que le indique qué es lo que ha salido mal con el hechizo.

—¿Qué estás haciendo? —pregunta, forzando una voz ligera y casual.

Él se encoge de hombros y levanta la mano sana para mostrar un sobre.

—Una carta al Ministerio. Voy a solicitar una investigación. Probablemente has oído lo que me pasó después de que te acompañé hasta la torre.

Hermione se obliga a asentir, con los ojos fijos en la carta que sostiene.

—Ah. —Su garganta se contrae y su corazón late con fuerza cuando se da cuenta de que tiene que hacer algo ahora mismo—. Te escuché anoche durante la cena. ¿Realmente crees que alguien te atacó?

—Sí. —Asiente con la cabeza y se lanza a pronunciar un intenso monólogo acerca de lo increíblemente importante que es su familia y cómo todo el mundo sabe quién es él y que obviamente alguien debe andar detrás suyo; mira a su alrededor mientras habla, como si le preocupara que alguien estuviera escuchando su conversación.

Ella quiere golpearlo en la garganta, pero lo deja parlotear mientras se permite sumergirse en aquel pozo de poder que reside en su interior. Un rincón culposo de su consciencia le recuerda las palabras de Malfoy. Nada de magia.

Tiene que hacerlo. Además, técnicamente, no está lanzando un hechizo.

Puede sentir la magia de Cormac. Es un sentimiento sutil como un pulso, pero, cuando se concentra, está allí debajo de la superficie. Se siente como una vela naranja que titila, y con ella está su propia magia, envuelta a su alrededor como una telaraña que podría simplemente arrancar.

Está segura de que ese es su Obliviate.

Se siente tan tangible.

Cormac todavía está hablando. De alguna manera ha pasado al Quidditch y a las oportunidades que tiene en las pruebas, y a una teoría conspirativa que asegura que alguien pudo haberlo arrojado por las escaleras debido que él representaría una amenaza competitiva para el Mundial de Quidditch. Qué idiota es.

Curva los dedos, sintiendo la magia dentro de él. Su magia le responde como si todavía estuvieran conectados.

Intenta tirar de ella. La conexión se rompe. Lo intenta varias veces, sus dedos tiemblan. Falla.

Si su rostro delata frustración, Cormac no se ha dado ni cuenta.

Listo.

Es como arrancar un yeso.

Se sacude cuando el hechizo se libera de su mente.

La voz de Cormac se interrumpe y sus ojos pierden foco. Se tambalea y se toca la frente antes de levantar la mirada. Luce confundido, y después más confundido aún.

Luego, asustado. Realmente aterrorizado. Su piel se vuelve grisácea, se estremece y sus ojos se abren como platos.

Definitivamente ahora lo recuerda.

Se recupera de una forma impresionante, y suelta una risa forzada.

—Lo siento, ¿de qué hablaba?

Su mano se mueve cerca de su bolsillo, hacia su varita.

—No —advierte ella.

Él se detiene y finge inocencia.

—¿Qué?

Ella avanza un paso y ahora él retrocede, y todo su cuerpo se encoge.

—Tenía la intención de dejarte en paz —dice ella—. Pero me estás causando muchos problemas.

Él traga saliva, la punta de su lengua se asoma y mira a su alrededor, pero no en busca de espías, sino de ayuda.

—Mira, Granger… —Levanta la mano sana ante ella, intentando razonar—. No hice nada. Yo creí que eras el tipo de chica que hacía esas cosas. Todo el mundo lo dice.

Hermione creía que estaba tranquila y controlada, pero esas palabras hacen que todo en su interior se agudice. La magia presiona a través de esa grieta dentro de su pecho y se extiende por sus nervios, ardiendo como ácido.

¿Quién? —La pregunta brota de ella, pero su voz no suena como suya; está crepitando como el fuego.

Los ojos de Cormac se mueven de un lado a otro como locos, buscando ayuda o una vía de escape.

Sería muy divertido que intentara escapar.

—Higgins. Y… eh… Sel-Selwyn, y algunos otros, maldición, no me acuerdo… Solo muchachos hablando tonterías. Ya sabes. P-Por favor… ¡Detente!

El por favor sale ahogado.

Él no la está mirando, no directo al rostro. Está mirando hacia el suelo. Ella sigue su mirada y descubre que las sombras del vestíbulo se están moviendo, alargándose.

Se queda mirándolas.

Las advertencias de Malfoy resuenan en sus oídos. Podría matar a todo el mundo, o quizá algo peor. Parece aterradoramente factible.

Se le seca la boca y traga saliva.

Contrólate, Hermione.

Pero no quiere hacerlo. Quiere matarlo.

Cormac gime como un animal acorralado.

El aire a su alrededor ondula por el calor, como si estuvieran demasiado cerca de una fogata. Aparecen marcas de quemaduras en la túnica de Cormac y el sobre que tiene en la mano hace combustión espontánea y desaparece en menos de un minuto.

Cormac suelta un pequeño grito.

Ahora confía en las advertencias de Malfoy. Esto no puede ser una fuente, tiene que ser algo más, algo nuevo.

Su cabeza está palpitando, se vuelve ligera, como si se estuviera desangrando; la magia fluye demasiado rápido, incluso aunque ella no está intentando hacer nada.

Contrólate, Hermione. Encárgate de Cormac.

—Si me causas problemas, voy a hacerte sufrir. —Suena fría como el hielo, pero por dentro está ardiendo. Se está incendiando.

Sus palabras salen rápidamente y apenas puede oírlas por encima del rugido de la sangre en sus oídos.

—Si veo apenas un indicio de algo, si el Ministerio o cualquier otro me molesta, voy a asumir que es tu culpa. Si intentas escapar, te encontraré, no importa a dónde vayas ni en dónde te escondas, y cuando lo haga, voy a arrancarte la magia desde la raíz, voy a arrancarla directamente de tu alma. ¿Lo entiendes?

Ella no sabe si realmente puede hacer algo de eso, pero Cormac no lo sabe y se siente tan impulsada por el poder que sospecha que, si quisiera, podría hacerlo. Es capaz de cualquier cosa.

La magia de él es frágil y la de ella es real, tan tangible como el castillo en el que están.

Cormac asiente, luciendo como si estuviera a punto de orinarse encima.

—Dilo.

—Lo… entiendo.

Entonces se permite respirar, sintiéndose un poco más tranquila, un poco más controlada.

—Bien. —Toma una bocanada profunda de aire, y se le ocurre una idea—. Quiero que averigües cómo logra Rita Skeeter obtener historias sobre mí. Tienes una semana.


Deja a Cormac temblando en la lechucería, prometiendo una y otra vez que encontraría cualquier cosa que ella quisiera. Tan pronto se encuentra a una distancia prudente, se derrumba contra una pared, luchando para volver a tomar el control de su magia; se siente como si se hubiera esparcido fuera de ella, llenando todo el espacio a su alrededor, y si no tiene cuidado, todo se podría desmoronar. Tiene que volver a meterlo en su interior.

Se prepara y comienza a tirar, pero es como intentar inhalar todo el oxígeno dentro de una habitación.

La sala da vueltas a su alrededor y termina cayendo al suelo.

Frente a sus ojos hay un túnel.

Se dice con firmeza que no se va a desmayar. Se niega a hacerlo por pura fuerza de voluntad. Pero el túnel se hace más y más largo hasta que la habitación se convierte en un punto a la distancia; se aferra salvajemente a él.

Entonces desaparece.

La oscuridad se precipita.

Se despierta con un dolor de cabeza abrasador, y todo el cuerpo ardiendo por dentro.

Ni siquiera tiene que inventar una excusa para saltarse las clases, se siente enferma y exhausta y no se atreve a lanzar ni un hechizo. Tiene miedo hasta de pensar en uno.


Rechaza el ofrecimiento de Harry y Ron de acompañarla a Hogsmeade el miércoles, incluso aunque siente culpa por excluirlos ahora que están haciendo el esfuerzo de mantener «el trío» intacto. Una parte de ella quiere finalmente sincerarse, contarlo todo, mostrarles lo que puede hacer para que sean parte de esto, pero tiene miedo de sus reacciones. De lo que dirán si descubren que ha estado aprendiendo Artes Oscuras con Malfoy. Recién en las últimas semanas Ron ha dejado de actuar como si estuviera esperando que ella comenzara a salir con él, y las cosas se siente casi normales otra vez. Si les dice lo que ha estado haciendo, teme que todo se vuelva a estropear.

Les dice que es muy tarde para solicitar un permiso para dejar los terrenos del colegio con el fin de escoltarla. Ron se queja de que sea tan estricta, y ella los abraza y se marcha con nervios y anticipación, y con un bolso en las manos.

Está apenas a medio camino de Hogsmeade cuando alcanza a ver un destello rubio en el bosque junto al camino. Es Malfoy, y es la primera vez que lo ve usando algo que no sea el uniforme de su escuela.

O un traje de baño, le recuerda amablemente su cerebro.

Sus mejillas se enrojecen mientras camina hacia él, intentando desterrar la imagen de su mente.

Está usando una ambigua mezcla de atuendo mágico y casi Muggle, como si intentara pasar desapercibido, pero no supiera cómo. Sus manos están escondidas en los bolsillos de un largo abrigo de lana negro, con el cuello levantado, que le cubre el rostro hasta las mejillas, como si su rasgo más llamativo no fuera el brillante cabello rubio plateado.

Él no la saluda, sino que mira hacia el camino para comprobar que no la han estado siguiendo antes de levantar un brazo hacia ella.

Ella lo mira con escepticismo desde el brazo al rostro. ¿Planea «escoltarla» hasta el tren de Hogsmeade? ¿Irán del brazo?

Él solo extiende el brazo con más fuerza.

—¿Nunca has hecho Aparición conjunta?

Ah, por supuesto que no van a tomar el tren. Se patea por dentro al darse cuenta.

Ni siquiera ha intentado nunca la aparición conjunta. Sabe que existe, por supuesto. Se suponía que darían clases de Aparición para los de Sexto Año en Navidad, pero el torneo y el baile habían descarrilado el calendario académico habitual. Aferra la manga de lana del abrigo con fuerza.

—No te sueltes. —Es toda la advertencia que recibe.

Desaparecen.

Es como ser violentamente aplastada contra sí misma mientras viajan a la velocidad de la luz. El universo se dobla a su alrededor. Todo el exterior de su cuerpo intenta meterse en su interior y ella gritaría si fuese físicamente capaz de hacerlo.

Reaparecen en un callejón y Hermione casi tropieza contra un contenedor de basura mientras jadea y lucha por recuperarse.

—¿Cómo puede ser eso legal? —pregunta con voz ahogada.

—Se vuelve más fácil cuando ya sabes qué esperar —dice Malfoy, indiferente, como si ser desarmado, licuado y reconstituido fuera normal—. Se siente peor cuando es conjunta.

Ella lo fulmina con la mirada por mencionar esto solo después de haberlo hecho, pero él se encoge de hombros sin arrepentimiento. —¿De qué otra forma podría traernos aquí?

Ella mira a su alrededor, sin siquiera saber dónde es «aquí». Luce… Muggle. —¿Dónde estamos?

Él abre la boca para responder pero luego se detiene. —No lo sé. Es un pueblo Muggle. En algún lugar de Inglaterra, creo. Quizá Irlanda. Estoy casi seguro de que es Inglaterra.

Camina hacia la calle principal, mirando a su alrededor con aprensión antes de salir. Ella lo sigue. Para alguien que no sabe dónde están, parece saber a dónde están yendo. Aunque se pone rígido y retrocede un poco cada vez que ve un Muggle, como si esperara que todos de repente comenzaran a atacarlos con horcas.

Hermione mira a su alrededor mientras lo sigue. El pueblo es bastante anodino, no parece particularmente turístico, lo que significa que no hay letreros en ninguna parte que indiquen en qué parte de Inglaterra están. —¿Cómo es que no sabes dónde estamos?

—Me trajeron aquí antes —susurra—. Es lo único que necesitas para aparecerte. El nombre y la ubicación geográfica exacta no eran importantes, así que no me lo dijeron.

Se detiene frente a una posada y lee el cartel con el ceño fruncido para verificar de qué se trata antes de anunciar.

—Nos quedaremos aquí. —Y luego, entra.


Si Hermione tuviera que calificar a Malfoy como organizador de viajes, obtendría una «T» de Troll, porque es el peor organizador de viajes del mundo.

Camina directamente hacia un escritorio y procede a sacar una obscena cantidad de dinero Muggle mientras solicita una habitación.

Habitación. Singular.

Hermione tiene que recordarle que necesitan dos, mientras recoge unos cuantos fajos de billetes y los vuelve a poner en sus bolsillos, rezando para que no los confundan con ladrones de bancos, porque ¿qué clase de demente anda por ahí con tanto dinero en sus bolsillos? Millonario idiota.

Está claro que no comprende en absoluto las tasas de conversión.

Luego, Malfoy casi da su nombre verdadero, pero se da cuenta tarde que no debería y entonces se queda en silencio, ya que al parecer nunca se le ha ocurrido pensar en un seudónimo. Hermione proporciona rápidamente el primer nombre que se le viene a la cabeza, Wilkins. Wendell y Mónica Wilkins. Inmediatamente después de haber anunciado con mucha confianza sus nombres, se da cuenta de que les ha dado el mismo apellido, y tiene que aclarar entonces, con seriedad, que ella y Malfoy no están casados, sino que son hermanos.

Está asombrada de haber conseguido que les den las llaves.

Una vez que están en camino por las escaleras, en lugar de disculparse por haber sido totalmente inservible, Malfoy solamente se queja de haber recibido el nombre de Wendell, y comenta de manera muy útil que nadie jamás en su sano juicio los podría confundir a ellos dos por hermanos.

Las dos habitaciones están una junto a otra. Hermione se queda en la primera, la abre y la vuelve a cerrar con llave apenas está adentro, para dejar en claro a Malfoy que no es bienvenido y que no le importa en absoluto cuánto odie el nombre de Wendell Wilkins.

Revisa el baño, se asoma dentro del pequeño armario, y luego va hacia la cama arrinconada contra una pared. Todo está limpio y ordenado. De hecho es bastante agradable. Deja caer su bolso al pie de la cama.

Mira por la ventana, hacia la calle, y luego más allá, intentando encontrar un punto de referencia o algo que le dé un indicio del lugar en el que están. Una espesa niebla está comenzando a descender y apenas logra distinguir un bosque a la distancia.

Golpean la puerta.

Malfoy está ahí parado y parece haber superado las etapas de duelo respecto a su nombre falso. Ya está de regreso a lo importante. —Deberíamos irnos antes de que oscurezca.

Mientras vuelven al callejón, ella pregunta exactamente a dónde están yendo y a quién van a ver, pero él la ignora.

Extiende un brazo hacia ella y respira hondo. —Si no está allí esta noche, vamos a tener que volver hasta encontrarlo.

Vuelven a aparecer al borde del bosque que Hermione había visto por la ventana.

El aire alrededor del bosque es frío y poco atractivo. Es inquietante hasta los huesos. Comienza a alejarse, pero Malfoy la toma por la muñeca.

—Ignóralo —dice, tirando de ella hacia los árboles—. Es un hechizo repelente.

Presiona un pequeño nudo en el tronco de un árbol. Las ramas se desprenden y revelan un camino irregular que conduce directo hacia la oscuridad.

Él comienza a caminar y la empuja hacia adelante.

—Vamos, tenemos que movernos.

El camino serpentea y Malfoy camina rápidamente por él, sin correr, pero sin dejar que sus pasos bajen la velocidad, sin importar cuántas raíces y desniveles aparezcan.

Se escucha un crujido y un susurro de hojas detrás de ellos. Hermione mira por encima del hombro y ve que las ramas y los árboles vuelven a tomar su lugar, cerrando la abertura, y el camino se va desvaneciendo a medida que ellos se adentran en el bosque.

A quien sea que viva aquí no le gustan las visitas.

En cuestión de minutos, están prácticamente corriendo para mantenerse fuera del alcance del camino que se cierra y, por eso, cuando Malfoy se detiene repentinamente, ella se estampa contra él. El bosque detrás de ellos se queda en silencio y ella ve por encima del hombro de él una cabaña oscura erguida en mitad de un claro.

Una luz fría y tenue se filtra por los árboles para iluminar un edificio encorvado que luce al borde del colapso, como si solo estuviera en pie por pura obstinación. La cabaña tiene una joroba en la mitad con un grueso techo de paja que llega hasta el suelo, y se asemeja a una vieja usando un chal, encorvada sobre un jardín.

Y qué jardín. Cada planta que crece allí es mortalmente venenosa, tanto las Muggles como las mágicas. Beleño y acónito, ajenjo, culebra blanca, rosario, adelfa y trompeta del diablo. A lo largo de las paredes de la cabaña crecen lechos repletos de amanita muscaria, con su reconocibles sombreros de pintas rojas, y otros hongos tóxicos. Hay otras plantas que Hermione no reconoce, y una cantidad que no deberían siquiera ser capaces de crecer en Inglaterra; pero allí están, en flor, como si fuera verano en este bosque frío y húmedo.

Aún más siniestro que las plantas mismas es la fila de colmenas de abejas a lo largo de la cerca de matorrales. Llenan el aire de un zumbido bajo y constante. Hermione sabe que al menos algunas de las propiedades de las plantas que están allí pueden ser transferidas a través del polen. Una gota de esa miel estaría mezclada de toxinas cuyo sabor quedaría oculto, pero serían igualmente letales.

Malfoy parece despreocupado, apenas echa un vistazo a las plantas mientras camina por el jardín venenoso hasta la puerta de la cabaña, y toca dos veces mientras Hermione se abre paso con cuidado detrás de él, esquivando el agarre de la Tentácula Venenosa que intenta enroscarse alrededor de su tobillo. Debajo de sus ramas verdes y puntiagudas yacen los huesos de pequeños animales medio enterrados en el suelo del jardín.

Cuando alcanza a Malfoy, él la mira. —No hagas contacto visual.

Antes de que pueda preguntar por qué, la puerta se abre.

Si Hermione hubiera tenido tiempo de esperar algo, habría asumido que la casa pertenecía a una bruja arpía de un cuento para niños, con una larga nariz cubierta de verrugas, dientes afilados, cabello verde y hongos venenosos.

En cambio, un hombre de nariz ganchuda con rostro cetrino y ojos negros los fulmina con la mirada.

—¿Qué quieres, Draco?


NOTA DEL TRADUCTOR

*Laissez-faire: Teoría económica que significa '«dejen hacer, dejen pasar»', defiende la no intervención del gobierno en los asuntos económicos de un país.