Los personajes de She-ra and the Princesses of Power son propiedad de Nate Stevenson y Dreamworks Animation y las razas y ubicaciones son propiedad de Games WorkShop.
(En colaboración con davidomega59)
Cuando el flujo de magia de todo el planeta dejó de hacerles daño, Glimmer tomó a Scorpia y aparecieron en Luna Brillante en un instante. Apenas las pudo llevar un par de metros más allá antes de que el demonio las acabara en la Zona del Terror.
Ambas caen sobre una maraña de hielo y raíces espinosas, cada una pérdida en sus propios pensamientos. Glimmer seguía dimensionando la gravedad de su error. En su afán de querer salvar a Etheria casi la destruye por completo junto con todo el universo y no solo eso, pues ahora tenía mucha más perspectiva del verdadero alcance que esos nuevos poderes tenían por todo el planeta.
Scorpia solo yace sobre su espalda, a las estrellas y pareciera que no le pone atención a la herida que tiene en el hombro mientras la sangre solo brota manchando su exoesqueleto.
— Scorpia —, musita Glimmer arrastrándose, aún recuperándose, — Lo siento mucho. No debí convencerte de esto. Todo esto es mi culpa.
Scorpia no responde, su pecho solo se expande con lentitud mientra una lágrima recorre su rostro.
— No pude —, es lo único que dice, — Estuve tan cerca de salvarla y no pude.
Glimmer entiende al instante de lo que habla y aunque intentara entender como se siente Scorpia no podría. Odiaba a Catra como no creyó poder odiar a alguien antes pero eso no iba a hacer que se portara antipática con Scorpia. Sabía lo que se sentía.
— Vamos, tenemos que reunirnos con los demás —, dice Glimmer mientras se pone de pie, — Tenemos que avisarles de…
No continúa con su frase, se acerca a la orilla de aquella maraña congelada solo para ver Luna Brillante inundada hasta los cimientos, la Piedra Lunar fuera de la vista y la entrada del lugar que la vio nacer a miembros de su guardia adorando a otro demonio de múltiples extremidades.
No supo si sentir rabia o tristeza, si arrojarse de cabeza a luchar o solo quedarse ahí y caer de rodillas una vez más a esperar lo que el destino le deparará, sola sobre una roca fría. Sin duda lo que más le dolía era no saber lo que le habría pasado a su piedra rúnica, el símbolo indiscutible de su reino, si es que aún podía decir que es suyo. Si se perdió o fue destruído daba igual pues el resultado es el mismo. Generaciones de regentes de Luna Brillante perdidas para siempre y su bastión arrebatado y convertido en un agujero de traidores y asesinos.
Desde la distancia siente como un par de afilados ojos la ven con ansia y deseo. Un deseo ruin y macabro. Al pie de la meseta de piedra blanca que marca la entrada al castillo ve a una mujer alta y delgada, no logra reconocer su rostro pero sabe que es ella la que la está viendo, sabe que la está esperando y, absurdamente, Glimmer se debate entre darle el placer de ir y enfrentarla o huir con el remordimiento de no haber intentado recuperar lo que es suyo por derecho.
— Vámonos —, súplica Scorpia, — No me quedan fuerzas para pelear y son más que nosotras y… esa cosa —, señala al demonio —, Nos hará pedazos sin siquiera pestañear. Tal vez… Los otros hayan conseguido huir y estén a salvo y si no… Bueno… la gente que se fue…
— Sujeta mi mano, — la interrumpe Glimmer, — Iremos hasta el Reino de las Nieves —. Scorpia le tiende su pinza y Glimmer se concentra para ir hasta el reino de Frosta pero no sucede nada.
Aquella sensación, esa chispa, ese brillo que la recorría cada vez que se hacía aparecer a sí misma de un lugar a otro no estaba, había desaparecido y al parecer usó lo último que le quedaba para huir de la Zona del Terror y sin la Piedra Lunar…
— Corre —. Dice Scorpia.
— ¿Qué?
— Vamos, ya, ¡corre! —. Ambas emprenden la huida con fuerzas renovadas, dando trompicones y procurando no resbalar por el hielo mientras Ithrant con su aguda mirada, un don de su oscuro señor, las ve alejarse.
— ¿No irás por ella? —. Pregunta Midna mientras la abraza de un costado.
— No ahora mismo. Hay otras cosas que me gustaría hacer —, voltea su vista hacia la noche estrellada y las montañas aullantes donde las legiones de los Verdadero Poderes corren libres sin atadura —, Etheria es nuestra. Disfrutemosla a plenitud —. Y así, Ithrant, La Impetuosa, declara sus oscuras intenciones.
"Todo lo ke veo ez mío. Y lo ke no me alkanza a la vizta también, lo ke paza ez ke no he llegado aún." - Grimgor Piel'ierro, Kaudillo Orco Negro
Sin poner la vista atrás, Adora caminó fuera del Castillo de Cristal para no volver nunca más. Por largos minutos deambuló por el oscuro recinto de los Primeros hasta llegar a la salida donde se detuvo un momento para contemplar el restablecido firmamento sobre su cabeza, más no sintió asombro, el paisaje no la conmovió ni la hizo evocar ninguna sensación que no fuera desolación y derrota.
Desde el valle que alberga el monolito de sus ancestros logra escuchar los gritos y cacareos de diferentes criaturas que no había escuchado antes en una faena desenfrenada y monstruosa. Pero ella solo siguió caminando adentrándose en los Bosques Susurrantes con el mango de su otrora espada.
Aquellos gritos y rugidos no la preocupaban ni generaban reacción alguna pues en su mente un susurro se alargaba hasta el hartazgo y el rememorarlo le causaba una gran desesperación y terror.
Shhhhh.
A lo que le seguía la imagen de su espada fragmentándose.
Con su cabello ahora suelto cayendo hasta sus hombros sigue avanzando por el bosque mientras la agrietada Piedra Rúnica de su espada se rompe por completo y sus restos cayeron sobre el suelo.
Adora solo siguió caminando.
Entre los árboles, a la distancia, escucha pesados pisotones junto con unas risitas y un mal olor que se hacía más presente conforme pasaba el tiempo. Adora detiene su andar y mantiene su vista hacia adelante. No se prepara para luchar ni siquiera se le cruza por la cabeza defenderse. Solo se quedó ahí parada esperando que clase de horror aparecería.
— ¡Adora! —, escucha su nombre desde el cielo, — Que bueno que te encuentro. Estoy tan aliviado de que estés bien. ¿Qué pasó?
Swift Wind, su fiel compañero, apareció con genuina preocupación en su alargado rostro. La rodea con su ala y por primera vez en días siente un verdadero sentimiento de confort y paz entre toda esa marea de locura y muerte.
— Se ha ido, —musita Adora al borde del llanto, — She-ra se ha ido.
— Lo sé —. Dice Swift Wind apegando su cuerpo al de Adora.
A pesar de que el corcel compartía un vínculo con She-ra, puede sentir esa misma conexión con él en ese instante y por un momento se dio cuenta que no había compartido lo suficiente con su compañero. No solo era el corcel de She-ra, también es su amigo.
— Hay que irnos, vi una cosa demasiado horrorosa como para hablar de ella viniendo hacia acá —, Adora no parece reaccionar en principio pero la súplica en los brillantes ojos de Swift Wind la hace subir a su lomo emprender el vuelo entre las estrellas.
En tierra los árboles se parten mientra un limo y musgo se esparcen por el fértil suelo y Silvy solo ve al caballo alado alejarse con premura.
— Caballito —, dice con un puchero mientras se aferra al monstruoso cuerpo de su padre, — Me hubiera gustado tenerlo.
— Olvídate de él —. Dice uno de sus amigos nurgletes.
— Nuestro invitado ha venido con un apetito que anhela ser saciado —. Dice el otro.
Detrás de Gamond se asoma una figura bulbosa hinchada por la corrupción. Su enfermiza piel verde se reduce a poco más que algunas zonas lisas entre pústulas abultadas, heridas cavernosas de las que manan torrentes de pus y trozos de carne, y extensiones de llagas palpitantes. Es un excelente caldo de cultivo para toda viruela y plaga que ha atormentado jamás a las buenas gentes del mundo de los mortales.
A través de las diversas grietas de su carne descompuesta y agrietada pueden verse los órganos internos, bombeando corrupción al resto de sus enormes cuerpos, rezumando porquerías y bilis sobre su grueso pellejo, decorándolo con contagios nuevos y frescos que irritan la carne. Y sobre su grotesco ser, arrastrándose, frotándose, mamando y ocultándose, hay toda una jauría de diminutos Nurgletes, a quienes considera sus crías.
Verdaderamente, las Grandes Inmundicias, los grande demonios de Nurgle, representan la descomposición y el deterioro inevitable de todas las cosas.
— ¿Y qué debemos hacer ahora? —. Pregunta Silvy.
— A este nuevo mundo le hace falta alegría que solo Padre Nurgle puede darle. Empecemos, pequeña —. Alienta el nurglete.
— ¿Tú qué dices, papá? —, Gamond solo emite un gruñido que para Silvy fue más que suficiente, — ¡Excelente! ¡Oye, amigo! ¡Vámonos!
— No seas grosera —, dice uno de los nurgletes, — Llámalo por su nombre.
— ¿Ah? ¿Y cuál es? —. Los dos nurgletes sonríen mientras la gran inmundicia solo lanza una pequeña carcajada ahogada mientras acaricia con cuidado la cabeza de la niña, para que luego uno de los nurgletes se acerca al oído de Silvy, La Risueña.
— Gran Señor Vigilante, hemos seguido los designios de Tzeentch, El que Cambia las Cosas —, declara Adrey de rodillas ante el Señor de la Transformación, — Los mayores practicantes de la magia en este mundo se han consagrado bajo la atenta mirada de nuestro nuevo señor para cumplir su voluntad.
Desde Udrog Landrath hasta Umi Lunarlake, todos los miembros del consejo de Mystacor cruzaron miradas nerviosas ante la presencia de semejante ser. El Señor de la Transformación extiende sus alas multicolor y hace un gorgoteo desde su lánguida garganta escapando por su alargado pico.
El Señor de la Transformación es el más extravagante de los Grandes Demonios. Su piel despide energías antinaturales y la magia fluye a través de su cuerpo deforme igual que la sangre por las venas de un ser mortal.
A pesar de su delgada apariencia una voz profunda se dirige directamente a Adrey que mantiene la mirada abajo junto a Lila.
— Han obrado bien al abrirnos las puertas a este mundo. Todo lo lograron trabajando juntos, y alcanzaremos la victoria si siguen trabajando juntos —. El Gran Demonio de Tzeentch golpea su bastón contra el suelo.
— Se lo agradezco, mi señor. Nos aseguraremos que… —. Su espalda se arquea repentinamente, siente como manos invisibles pero de férreo agarre tiran de su piel y moldean sus huesos como si fueran de barro.
A su lado Lila también se retuerce como si fuera una muñeca de trapo siendo doblegada y retorciéndose sobre sí misma con gestos de absoluto sufrimiento y siente como ambos se van acercando poco a poco. La piel de su espalda es abierta de par en par y queda tendida al aire como alas carnosas y sangrantes mientras Lila se le es echada encima como un bulto. Sus músculos hacen un sonido espantoso mientras se fusionan con la carne de Lila quien es despojada de sus piernas pedazo a pedazo convirtiéndose en polvo fluorescente que es llevado por el viento.
Cuando al agarre sobre él se deshizo y el dolor cesó sentía algo sobresaliendo de su espalda pero no se le hacía pesado el llevar a Lila a cuestas ahora que solo la parte superior de su cuerpo sobresale de la espalda de Adrey. El Señor de la Transformación les hace un gesto para que Adrey se ponga de pie a lo cual obedece.
— Con su magia ahora combinada son ejecutores de la voluntad de Tzeentch. Pueden actuar a voluntad, pero han de responder a mis órdenes cuando yo lo demande —. Se para erguido y asiente con reverencia.
Las órdenes del demonio habían sido claras pero al ser siervos de Tzeentch las cosas han de cambiar con el tiempo y tampoco es que la verdad sea absoluta, pues también ante tales seres que se les llama los Ojos de Tzeentch están sujetos a la exigencia de cumplir con que el mundo se mantenga en un constante flujo de cambio y pueden llegar tener sus propios subterfugios debajo de más conspiraciones que solo ellos conocen.
Pero para Adrey y Lila ahora solo se abre un nuevo mundo de posibilidades, de magia y cambios, pues juntos lograron lo que querían; ser algo más, algo superior. Los Videntes Azules.
Cuando los cráneos cosechados en su ataque fueron reunidos en una sola pila y cuando la sangre que debía derramarse manchaba garras, suelo y paredes, Tung Lashor se apartó de sus fuerzas y se adentra en los pasadizos y corredoras de la Zona del Terror hasta que llegó a una lugar más sombrío que el resto.
Al final de un un corredor rodeado por cables y máquinas desactivadas ve una serie de escaleras que se alzan a unos cinco metros sobre su cabeza. Ni corto ni perezoso, Tung sube encontrándose con un trono con el símbolo de la Horda pintado al centro por sobre la cabeza de aquel que se sentara ahí.
Tung sonríe de lado y se deja caer sobre el trono, recostando su espalda y recargando su cabeza sobre su puño mientras el eco de la sangrienta celebración que su ejército tiene afuera. Estando ahí reflexiona sobre todo el tiempo que perdió luchando por territorio en el desierto. La Horda cayó muy fácilmente, tanto que él mismo pudo haber conquistado el lugar antes de que Khorne le diera toda su nueva fuerza.
Y aún así, se relame el amargo sabor en su boca al no haber podido consumar su anhelada venganza contra la forastera. Si fue el Gran Conspirador el que quiso que así fuera le hacía hervir la sangre pues no era quién para negarle tal derecho y hacerlo con una estratagema tan burda y simplona lo hacía enojar aún más.
— Mírate nada más, — Oroshk entra al recinto, — De haber sabido que llegarías a esto, no te habría hecho todo lo que te hice cuando eras un mocoso.
— Todo lo que me pasó desde el día en que nací me han llevado a esto. YO me he labrado este destino y no pararé hasta que Nuestro Señor tenga todos los cráneos de nuestros enemigos en su trono —, proclama Tung mientras se sienta erguido en el trono, — Y ahora hay muchos más enemigos de los que teníamos antes.
— Inútiles y débiles —. Remarca Oroshk.
— Débiles sobre todo —, los ojos de Tung brillan con un brillo rojo, — Pudorosos buscadores de placeres sin vision, conspiradores cobardes sin impetu y leprosos alegres sin ambicion. Ahora somos parte de algo más grande, Oroshk, y podemos ser más. Mucho más. Etheria no es nuestra, no todavía, no hasta que la hayamos derramado toda la sangre y logros que se nos demanda. ¡Hasta que no demostremos la supremacía de los verdaderos Dioses!
— Y yo que temía que esto iba a ser todo —. Una sonrisa sardónica aparece en el rostro de Oroshk.
— No somos nosotros los que tenemos que temer —. Afirma Tung Lashor, La Víbora Carmesí, el Primer Bendecido junto a Oroshk el Paladín de Khorne.
Por cada Piel Verde que Luthor Harkon decapitaba, aparecían tres. Por cada cañonazo que despedazaba a 5 orcos, 10 salían por el portal y rápidamente se vieron superados.
— ¡Todos vuelvan a bordo! —, orden el vampiro, — ¡Esto ya no tiene caso, y que alguien caye a esos ruidosos pieles verdes!
Los pieles verdes se arremolinan con vigorosa violencia sobre los no muertos de Harkon enfadándose al ver que no suponían un rival digno de su fuerza por lo que solo quedaba eliminarlos por completo. Pues estos no son orcos cualquiera. Son orcos negros.
Los Orcos Negros son los más grandes, fuertes y despiadados de todos los Orcos. Su sobrenombre les viene de su piel de color verde muy oscuro, en ocasiones incluso negro, aunque también se debe a su carácter extremadamente severo. Los Orcos Negros son serios, secos y están totalmente centrados en la guerra, una ocupación que se toman extremadamente en serio. Puede decirse literalmente que los Orcos Negros viven para luchar.
Las enormes mazas y hachas dignas del porte de un orco de este estilo aplastan a los zombis dejando solo un montículo de carne podrida y huesos ennegrecidos en el suelo. Algunos ni tenían que usar armas, solo sus enormes manos verdes son más que suficientes para acabar con indignos oponentes y el verlos escapar solo empeora su ya de por sí pésimo temperamento.
— Oh, estás cosas son molestas —, dice Luthor en una barca de vuelta a su barco, — Pero esas son repugnantes.
Desde el suroeste ven a la fétida horda de Portadores de plaga contoneándose con sus órganos colgando y su piel enferma marchando hacia los recién llegados.
— Jefe. Ezaz cozas vienen hacia acá. Zon azquerozos y vienen armadoz —. Dice uno de los orcos a otro que lo sobrepasa por una cabeza recubierto con armadura pintada de negro y pinchos en sus hombreras portando un hacha doble y con colmillos amarillentos tan grandes que le impide cerrar la boca, por lo que siempre anda con un incesante jadeo.
— Puez hay que matarloz —, responde el orco, — ¡Mátenloz! ¡Ze loz ordena zu líder, Grookt Thrazk'Urkk Makk'Chaka!
Los pisotones de los orcos hicieron vibrar las piedras de la costa mientras entre gruñidos y rugidos de batalla los orcos se abalanzaron sobre la infantería de Nurgle. Las gruesas y pesadas armaduras de los orcos negros golpearon a los portadores de plaga con toda la fuerza que poseen y en esa primera embestida los fétidos demonios reventaron como simples burbujas manchando con visceras y pus a los piles verdes mientras estos rompen atráves de la inmunda horda sin mucha resistencia.
Definitivamente el resultado no iba a dejar satisfechos a los orcos pero ya habían entrado en la pelea y no podían echarse a atrás. Mientras Luthor ve como la costa se pinta de verde, negro y rojo.
— Una vista asquerosa debo decir —, le dice al zombi otrora soldado hordeano, — No me gusta retirarme como un cobarde, pero tampoco me gustaría terminar rodeado por los sucios verdes con las pústulas. Es mejor verlos de lejos, ¿no crees, eeehhh? —, titubea el vampiro, — ¿Cómo se llamaba el muchacho? —. Le pregunta a Drekla.
— Creo que nunca se presentó —. Responde el primer oficial de Harkon.
— Bien, desde ahora te llamas Hans —, lo sacude del hombro, — Creéme, Hans, estás mejor conmigo. La no muerte no es glamorosa pero no te pido demasiado. No como… esos cuatro —, lo último lo dice susurrando, — Bueno, tendremos que buscar otro lugar para asentarnos. Esperemos que el viento nos favorezca.
Cuando hasta los eslizones son capaces de sentir los flujos de magia que solo los Slann son capaces de ver y manipular, es porque las cosas van terriblemente mal.
Durante un día y una noche, los hombres lagarto plantaron cara a los demonios que la esfera expulsaba de cuando en cuando de manera inquebrantable como lo hicieron hace miles de años cuando las puertas polares colapsaron.
El puente entre mundos fluctuaba entre el Mundo Más Allá y el Reino del Caos, algo alteraba el flujo y no provenía desde su lado.
— Seguirán saliendo demonios hasta que no se estabilice el puente —, dice el eslizón que sirve al Slann de la ciudad templo, — Hay que destruir lo que lo causa.
— Aún es muy peligroso cruzar así, podríamos terminar en el peor lugar del Reino del Caos —, replica otro, — Hay que esperar a que esté más estable.
— Ya no hay más tiempo. Algo está pasando del otro lado y antes de que nos alcance a nosotros debemos…
Sus palabras siseantes fueron interrumpidas cuando Trog Kant ruge y se arroja sobre la esfera de luz perdiéndose en el fulgor.
El guerrero saurio no sintió nada, las cosas se volvieron brillantes un momento y lo siguiente que vio fue un cielo estrellado con esa luz a sus espaldas emanando un aura fría. Justo frente a él ve a un grupo de personas con expresiones desconcertadas y solo con verlos reconoce la mancha del Caos sobre su piel y alma.
Con su maza de piedra y hueso empieza a golpear y machacar a todos los retorcidos adoradores de los poderes ruinosos sin miramientos ni mediaciones, pues ese es el propósito de los guerreros saurios. Pelear y nada más.
Los insignificantes cultistas después de su shock inicial no reconocen el poder de sus dioses en aquella nueva criatura y atacan inútilmente con sus armas que se rompen cuando chocan contra las escamas del hombre lagarto y este responde con un movimiento de su gigantesca arma.
Cuando la maza no es suficiente para acabar con sus atacantes los toma con su garra y los aplasta con suma facilidad dejando caer sus huesos triturados o abre sus fauces para engullirlos y sacudirlos para partirlos por la mitad y quitarles una extremidad y rematarlos con un golpe de su cola.
Fue entonces que los cultistas recurrieron a la magia, que no es que hiciera mucho efecto tampoco pero lograba tenerlo un poco a raya pero también solo lo hacia rabiar con cada destello que le arrojaban. Los usuarios de esta magia cayeron inertes al suelo, envenenados con dardos disparados por la cerbatana del eslizón Tek'un Uman.
— Nunca he conocido a uno de los tuyos tan precipitado —, regaña el eslizón. Trog parece que ni siquiera le escuchó, — ¿Habremos llegado tarde?
El eslizón puede ver y sentir como el Caos había ninguneado esas tierras y soltado a sus huestes sobre ellas como lo hicieron en su propio mundo, aunque no hubiera desovado cuando la Gran Catástrofe asoló Lustria, fue un período en la historia de su raza y por lo tanto, su historia.
— No pudimos actuar para evitarlo pero lo haremos para arreglarlo… lo que podamos —. Trog vuelve a rugir y con su maza destruye un monolito de piedra del que cae un pequeño espejo.
Al destruirse, ve como un flujo de energía parecido a la red geomántica se detiene y el orbe de luz por el que cruzaron deja de fluctuar y queda suspendido en el aire con un perpetuo color blanco aunque carente de brillo.
Tek'un se acerca y se asoma la cabeza a través del orbe encontrándose con la mirada de otro compañero eslizón. Lo cruza por completo y vuelve a estar en Lustria por completo y sin problema.
— El camino está forjado —. Declara Tek'un y como si todas las bestias de Lustria sintieran un inusual llamado a la guerra, rugen al unísono.
Kafele creyó que solo una pequeña fracción de la ciudad de Makeph habría sido llevada hasta ese desconocido lugar, grande fue su sorpresa al ver que la ciudad entera había sido arrastrada. Hasta la última piedra, el monolito más escondido representando a Asaph, todo. Eso incluyendo sus murallas.
Las murallas de Khemri son impenetrables, inexpugnables, y sus defensas inigualables. Pero Makeph es el escudo de Lybaras y sus murallas darían sombra a varios miles de soldados al ponerse el sol alrededor de los casi quince kilómetros cuadrados que ocupa la ciudad.
Con el desenterramiento de la ciudad, se creó un valle semisurgido. Ahora las pirámides ya no sobresalen en la arena, se muestran en toda su magnificencia, las estatuas en honor a los dioses de Nehekhara se alzan nuevamente mirando hacia el oeste con las legiones de esqueletos caminando a sus pies.
Pero el rey y señor de la ciudad ahora alzaba la mirada al cielo nocturno salpicado por las estrellas y no precisamente para admirar el firmamento.
Un punto negro surcando los cielos se acerca a la ciudad, un par de alas de murciélago elevan a una oscura figura que baja a tierra quedando a escasos metros del rey funerario.
— Parece que el no saber de su presencia hasta ahora está teniendo sus consecuencias —. Dice Lilith mientras camina hacia Kafele.
— Un oscuro poder te rodea y te recorre. Puedo sentirlo incluso sin piel —, Kafele también empieza a caminar hacia el emisario del Caos, — No eres bienvenido aquí. ¡Márchate! Y llévate tus sucias palabras contigo.
— Hablas como si tuvieras el derecho de ordenarme y reclamas esta tierra como si fuera tuya para tomarla —. Dice Lilith teniendo al rey frente a frente.
— Es mía, no por derecho sino por la voluntad de tomarla —, guarda silencio un momento mientras medita, — No me interesa saber quien eres. Solo con verte sé que eres aquello a lo que hemos venido, lo que Asaph nos ha encomendado.
— Tus dioses te han engañado y te han abandonado en este desierto mientras los míos me observan en todo momento. Incluso el poder que usas proviene de ellos y que los uses, su voluntad —. Lilith extiende las alas como intentando hacer énfasis en sus propias palabras.
— Entonces conocerán la derrota a través de su propio poder —. Declara Kafele.
— Los blasfemos no sobreviven a su ira —. Amenaza Lilith.
— Ya he sobrevivido más de lo que puedas imaginar a incontables crueldades de la vida, la muerte y la magia. Yo no vivo por y para ellos. Incluso en la maldición de la no muerte, soy el dueño de mi propia vida —. Kafele no tiene intenciones de pelear más no iba a retroceder.
— Entonces las palabras serán inútiles —. Sentencia Lilith.
Blandiendo su lanza, intenta dar un corte al rey funerario pero este logra parar el golpe con su cetro dorado y le empuja haciendo que Lilith se tambalee unos pasos hacia atrás. Kafele que desenvaina su espada lanza un par de estocadas que son detenidas por Lilith, luego usa su cetro para tener el mismo resultado pero usa la otra mano para hacer un corte.
El arma no atravesó la armadura del ser alado pero dejó una línea plateada sobre el peto de la armadura. Lilith concentra algo de magia en su mano izquierda y antes de que pudiera terminar el conjuro la arena se hunde bajo sus pies, arrastrándole hacia abajo. Imbuye su lanza con magia y hace un barrido antes de que las pinzas del escorpión de tumba se cierren sobre su ser al tiempo que sale de la arena buscando picarle con su aguijón de piedra tallada y punta dorada.
Ya en el aire, Lilith tenía intención de atacar al rey funerario de nuevo hasta que un poderoso golpe proveniente de una necroesfinge que alza varios metros por sobre Kafele. Una Necroesfinge es una extraña y horripilante estatua, una extraña amalgama de las diversas bestias míticas que, según las leyendas, habitan el Inframundo de Nehekhara para mantener el orden entre los honorables muertos. La Necroesfinge tiene el torso y la cara de un hombre, y en sus brazos lleva gigantescas cuchillas curvas capaces de decapitar a un Dragón de un solo tajo. De su espalda surgen un par de ornamentadas alas similares a las de los halcones que sobrevuelan los niveles superiores del inframundo, vigilando que las almas de los condenados no se escapen. Finalmente, muchas Necroesfinges tienen una cola de escorpión que les ayuda aún más en su misión de montar guardia contra el mal.
Ambas criaturas se paran al lado del rey de Makeph y aunque estas fueran superiores en tamaño, la figura de Kafele lograba resaltar entre ellos. Fue entonces que vio a un par de carros de guerra tirados por caballos esqueléticos mientras legiones de esqueletos y muertos avanzan hacia la ciudad. Reconoció algunos cadáveres que los subordinados de Tung habían matado.
Mancillaron los sacrificios a Khorne. Habían robado cráneos para su trono.
— Volveré por ustedes —. Anuncia Lilith antes de marcharse.
— Y aquí estaremos. Aquí prevaleceremos.
Los rayos del sol se filtran por la nubes sobre las tierras del norte mientras una ligera ventisca dejaba caer algo de nieve sobre las aullantes montañas mientras los asrai siguen su camino con dificultad, pues sus pies se hunden en la nieve del suelo por la tormenta de la noche anterior.
Millhadris pasaba su mirada de un lado a otro mientras atravesaban ese camino nevado entre la montaña con paredes de piedra escarpada que encima es estrecho. El lugar perfecto para una emboscada aunque hasta el momento no había detectado movimiento de ningún tipo, no podía bajar la guardia.
— Parece que estamos llegando al final del camino —. Dice Elthros.
Y ciertamente, el camino dobla a la izquierda y el viento se escucha con más claridad por lo que al final saldrían de ese angosto camino. Apresurando el paso llegan a la salida y llegan a un pequeño acantilado que lleva a una explanada completamente blanca y a unos trescientos metros puede ver aquello que debían encontrar a la entrada de un bosque con grandes rocas afiladas y negras. Podía sentirlo y estaba segura que no era la única.
Usando las rocas para bajar el acantilado, los miembros de la Guardia Eterna salen a terreno abierto.
— Alto —. Ordena Milhadris. Los elfos rápidamente tensan los arcos.
— ¿Qué viste? —. Pregunta Aradis.
— Nada. Pero estamos siendo descuidados —, la aguda mirada de la elfa revisa todo a su alrededor, — ¡Formación!
A falta de escudos, los elfos se colocan en dos hileras de cinco con arcos tensados en una formación de testudo y a paso firme y al unísono avanza por la explanada y con cada paso las energías que el viento llevaba la noche anterior.
Estando cerca puede ver el monolito rodeado por árboles que parecían petrificados y unos colmillos de mamuts clavados en el suelo de forma ritualística mientras el Monolito de Katam se alza en toda su inefable gloria.
Katam, hechicero del Caos, murió hace mucho tiempo. Tras su muerte, el cráneo del demonologista fue pulido y cubierto de runas utilizando la sangre del Dragón del Caos Baudros y desde entonces susurra secretos y conjuros a todos aquellos que lo tienen en su poder o solo están cerca del mismo.
Tal fue su poder y fama, que una tribu o alguien desconocido erigió un monolito en su nombre, pero solo otro más de tantos monolitos erigidos a los Dioses del Caos o sus paladines.
Una estructura larga y alta de piedra negra similar a una torre con estructuras puntiagudas apuntando hacia el monolito.
Dejó de nevar, las nubes grises cubrieron por completo el sol y aunque el viento no soplaba los elfos pudieron sentir como la temperatura bajó de golpe.
— Ya estamos aquí —, dice Elthros, — ¿Qué hacemos ahora?
— Yo… no lo sé —. Millhadris se empeñó tanto en llegar a ese lugar, dispuesta a hacer lo que hiciera falta y enfrentar todo lo que se le presentara y nunca se detuvo a pensar que harían al llegar.
Y ahora que finalmente estaban ahí…
— ¿Habremos llegado tarde? —. Pregunta Aradis.
— Tal vez no debimos venir —. Dice otro elfo.
— ¡No! —, niega Millhadris, — Ni siquiera hemos intentado algo. Todo esto no ha sido por nada. Hay que pensar en algo.
— ¿Cómo qué? —. Cuestiona otro.
— Estamos en territorio hostil cerca de los Desiertos del Caos y esta es una estructura maldita. Solo podría responder a la misma magia oscura que lo hizo —. Dice Elthros.
— Y funciona muchas veces… con sacrificios —. Afirma Millhadris con pesar.
— Entonces eso se puede arreglar —, una voz femenina toma por sorpresa a los siempre alerta elfos silvanos, — Al fin tuvimos algo de suerte al parecer pero… —, se detiene para negar con la cabeza, — Pobrecitos. Los pequeños amantes de los árboles están muy lejos de casa.
Velshakir desenvaina la espada y los druchii hacen lo mismo y los asrai no dudan en apuntar sus arcos hacia ellos. Antes de que cualquiera hiciera algo Millhadris levanta la mano ordenando que no disparen, cosa que sorprende a los asrai como al Velshakir.
— Tampoco es normal encontrar a los tuyos por aquí. Menos en esta zona tan lejos de la costa para una capitana de una Arca Negra —. Afirma Millhadris.
— ¿Me delata la armadura? —, Velshakir sonríe burlonamente, — Da igual. Si todo esto ha sido para matar a unos abraza-árboles come hierba… es decepcionante y me enoja y mucho.
— Khaine te ha mostrado que tenías que venir aquí —. Interviene Millhadris.
— ¿Qué haces? —. Pregunta Aradis.
— Yo me encargo de esto —. Afirma la elfa.
— Khaine no me ha mostrado nada. Khaine no significa nada para mí. Solo sigo órdenes —. Exclama la druchii.
— ¿Por qué alguien como tú seguiría órdenes de un superior?
— ¿Estás intentando hacerme un cumplido acaso?
— ¿Quién podría darle órdenes a alguien como tú sino alguien con el poder suficiente para acabarte y al que temes profundamente? —. Eso último hace a Velshakir apretar los dientes.
— Hablas demasiado, princesa —, apunta su espada al pecho de la elfa silvana, — ¡Matenlos! Menos a ella. Las cadenas te sentarán bien pero tu lengua no la necesitarás más.
Alas Negras ya iba a lanzarse a la batalla cuando el druchii a su lado cayó con una flecha atravesando su garganta.
(Suena "Horni Hljomar - When Horns Resound — Assassin's Creed: Valhalla Soundtrack")
Los elfos ignoraron por completo que mientra hablaban guerreros norses los habían rodeado. No es habitual encontrar elfos en sus tierras y aquellos que puedan probar su valía contra los elfos no solo sería reconocido como un formidable guerrero, mejor prueba que cualquier saqueo contra los hombres de las costas del Imperio que no son más que cobardes a sus ojos, sino que sería grandes objetos de sacrificio.
Al menos cuatro docenas de guerreros marcados con el símbolo de Slaanesh rodean a los elfos cerrando todas las aberturas por las que pudieran escabullirse y escapar.
Ante el panorama, Velshakir solo hace girar su espada mientras sonríe de lado a lado irónicamente para inmediatamente fruncir el ceño y resoplar con enojo.
— Y encima tienen que ser los más depravados. ¡Esto no compensa las molestias! —, grita como si se dirigiera a alguien. Uno de los norses ordena algo en su idioma, — ¡Cállate!
La druchii saca una daga y se la arroja hacia la cabeza. Esa fue la chispa que encendió el fuego y las ansias de batalla de los norteños. Con espadas, hachas y escudos se arrojan sobre los elfos.
Los druchii responden con movimientos rápidos y vertiginosos chocando armas con los norteños que levantan sus escudos para bloquear los ataques y devolverlos con gran fuerza pero no lo suficientemente rápidos por lo que miembros y cabezas acaban cortados. La habilidad de los druchii es tal que hacen falta tres bárbaros para derribar a uno de ellos, mientras a la distancia los arqueros abaten a otros dos. A uno logró darle en la cabeza mientras que al otro tuvieron que darle 6 flechazos para que no se levantara más.
Los asrai se colocaron en una formación semicircular cerca del monolito y defendieron la posición a base de flechas pero la ola de norteños los iba a sobrepasar en poco tiempo por lo que recogen escudos de guerreros abatidos y cuando los bárbaros fueron demasiados para sus flechas, los escudos chocaron y tanto elfos como norses se enfrascaron en una prueba de fuerza para romper la resistencia del muro de escudos de cada lado. Los elfos silvanos daban cortes certeros y letales a los adoradores mientras que estos daban fuertes golpes pero torpes y a lo loco. Millhadris ordenaba una y otra vez que los hicieran retroceder mientras tres de ellos disparan sus arcos.
Velshakir hace cortes violentos con su arma cortando cuellos y dejando que la nieve se tiña de sangre, cuando se acercan por su espalda da una patada al estómago, los hace soltar sus armas y con las mismas los acaba en el acto. Ningún norteño resiste mucho en combate con la capitana y ella más que esforzarse solo hace que se irrite.
— ¡¿Acaso no podían ser los de Khorne?! —, exclama, — ¡Tal vez ellos harían el esfuerzo de pelear!
Siente un golpe por la espalda tal que hace a su cuerpo tambalearse y caer de rodillas. Una lanza la golpeó en el omoplato derecho, si no fuera por su armadura estaría muerta pero la punta había logrado atravesar un poco para herirla. Con esfuerzo intenta sacar la lanza pero apenas logra alcanzarla y no puede sacarla. Millhadris la observa mientras sigue conteniendo a los norses.
— ¡Cubranla! —, ordena a los arqueros quienes intercambian miradas confundidas, — ¡Ahora!
Los arqueros dirigen sus flechas hacia todo aquel norse que se acercara para rematar a la druchii. Los elfos oscuros se dispersaron demasiado y uno a uno fueron cayendo hasta que solo quedaron Ahuren y Alas Negras cada uno ejecutando norteños por su cuenta. Velshakir logró sacarse la lanza y ponerse de pie para seguir luchando y ejecutando pero con más lentitud pero con igual precisión y más contundencia.
El muro de escudos de los asrai al fin se desmoronó cuando un norse con una mutación que deformó su brazo haciéndolo increíblemente fuerte pero flexible como si fuera un tentáculo sin serlo tomó a Millhadris del cuello y la arroja lejos del monolito y golpear al resto de sus compañeros. Esos momentos de confusión fue aprovechado por los adoradores del Caos para acribillar a tantos elfos silvanos como pudieran cuando se les tiraron encima.
El mutante va hacia Millahdris y pretende matarla, antes de que pudiera ponerle las manos encima ella logra contarle esa asquerosa extremidad de un solo movimiento. El guerrero sigue atacándola con la extremidad que le queda y ella empieza a moverse fluidamente con elegancia y naturalidad que el mutante poco pudo hacer ante eso y cayó sin dificultad.
Todos los que quedan sienten una vibración que les recorre el cuerpo y un zumbido atascado en sus orejas. Algo los hace girar la cabeza y dirigir la mirada hacia la punta del monolito.
En el cielo pareció que miles de ojos se abrían de par en par mientras cientos de gritos de horror y cánticos de adoración se elevan, sus mentes se difuminan y se pierden más allá de las nubes para después solo ver estrellas.
Cuando toda esa sensación engorrosa y mareante pasó solo están Millhadris, Elthros y Aradis, estos últimos con las ropas manchadas de sangre. La Guardiana Eterna echa un vistazo alrededor y ve que están en un risco que da a una caída de varios metros en algún bosque extraño con árboles con troncos y hojas ennegrecidas.
El hecho de que solo Elthros y Aradis estén ahí con ella la hace entender el destino del resto de sus compañeros que nunca llegaron a descubrir la razón por la que Isha los hizo abandonar su bosque; su hogar.
— ¿Qué pasó? ¿Dónde estamos? —. El siempre estoico Aradis se desconcierta al ver ese nuevo entorno en el que estaban.
— No lo sé —. Es lo único que puede responder Millhadris.
— ¿Estaremos… en el Reino del Caos? —. Se cuestiona temeroso Elthros.
— Estoy sinceramente sorprendida por su ignorancia respecto a uno de sus enemigos jurados. Aunque vivir en su bosque sin contacto con nada más, supongo que debería ser normal —, se mofa Velshakir seguida de cerca por Ahuren y Alas Negras, — No es el Reino del Caos pero si está afectado por él —, en su mano lleva una raíz negra que arrancó de un árbol, — Ahora, princesa, vas a responder un par de pregunta porque…
— ¿Qué busca Malekith en este mundo? —, a Millhadris le resultó fácil sacar conjeturas con lo que dijo Velshakir y al igual que ella quería respuestas, — ¿Qué necesita de aquí?
Velshakir piensa por un segundo su respuesta, ya las coincidencias eran demasiadas pero tampoco iba a darle respuestas que no tenía pero la princesita tenía más perspectiva. Lo sabía e iba a sacarle respuestas a como diera lugar.
— A Malekith no podría importarle menos este lugar igual que a mí. Pero las elfas brujas dicen que Khaine que tiene interés en este mundo y la sangre que puede correr —. Explica Velshakir.
— Curiosa razón para alguien que no le debe nada a su dios —. Dice la elfa silvana.
— No estoy aquí por Khaine, o Malekith, o las brujas. Todo eso me da igual. Llegué hasta aquí porque no me conformo con quedarme en Naggaroth y menos con seguir a Malekith cada vez que intenta conquistar esa isla inmunda. El mundo es demasiado grande como para desperdiciar mi vida así —. Dice Velshakir.
— Desleal a los únicos ideales que poseen —. Comenta Aradis.
— Es mejor así, en cambio ustedes están tan entregados a su causa que darían todo por ella ciegamente. Lo malo de la lealtad a una causa es que al final los traicionará —. Escupe la druchii.
— Y aún así. Aquí estamos guiados por visiones similares por parte de dioses tan diferentes —, Millhadris avanza hacia Velshakir, — Creo que haz hecho lo que querían sin saberlo.
Velshakir enseña los dientes mientras la rabia crece dentro de ella.
— No hay razón para seguir caminos tan diferentes, ¿no crees? —. Insinúa Millhadris.
— ¡Millhadris, no! —. Exclama Elthros.
— Después de todo nos enfrentamos a un mismo enemigo. Aquí y en nuestro mundo —. Millhadris la ve con expresión seria esperando su reacción.
— Déjame decirte algo, princesa, preferiría que una hidra me comiera viva antes que aceptar una alianza con ustedes. No pienso ser el juguete de dioses indiferentes. ¡He labrado mi camino hasta hoy y así seguirá! —. Exclama Bloodcold.
— Velshakir —. Llama Ahuren, ella lo ignora.
— Esto no es sobre nuestro destino, ¡es sobre el destino de este mundo! —. Replica Millhadris.
— Velshakir —. Ahuren la vuelve a llamar.
— ¡Yo misma le prendería fuego a este mundo para no saber nada de él! ¡Soy la dueña de mis acciones y mi destino!
— ¡Velshakir! —. Tarde atiende a los llamados cuando de entre la maleza dos reptiles antropomorfos aparecen, uno más grande que el otro.
(Suena "I am War - For Honor OST")
— Todos respondemos al llamado de nuestros dioses. Lo queramos o no y cumplimos nuestra parte sigamos sus designios o les demos la espalda —. Habla el eslizón a los elfos.
Alas Negras y Ahuren tenían las armas desenvainadas pero Velshakir ni siquiera se veía dispuesta a presentar resistencia. Hacían falta varios efectivos para igualar a un guerrero saurio solo ellos tres sería estúpido e inútil.
— Hemos esperado su llegada desde que se nos fue presagiada hace un año. Hemos puesto resistencia para que este mundo no sea consumido por completo por la disformidad —. Explica el eslizón.
— ¿Un año? —, Millhadris está claramente desconcertada, — ¿Tan tarde llegamos?
— Aún hay tiempo —. Dice el eslizón.
Estos no viajaron hasta Norsca, entraron por otro lado y si han resistido tanto tiempo debe haber un portal abierto directamente a Lustria piensa Velshakir mientras ve a los hombres lagarto para después pasar su mirada a la vista que le ofrece aquel risco.
Si regresa sin nada sin duda Malekith la atormentaría por su fraaso y para ese punto ya debieron haber robado su Arca Negra y haberse hecho con el control absoluto. No le gusta nada la idea de trabajar codo a codo con elfos silvanos y salvajes hombres lagarto pero un nuevo mundo se le abría ante ella. Lo gobernaría ella si le ganaba al Caos o lo haría arder si era una causa perdida como había dicho.
Si es dueña de su destino, ese es el momento de dar el primer paso para crearse algo más grande que ella misma, ser más que Malus Darkblade y no tener que rendirle cuentas a nadie.
Velshakir Bloodcold, Conquistadora del nuevo mundo. Eso suena bien dice para sus adentros
— De acuerdo, si no queda más remedio —. Velshakir guarda su espada.
— ¡¿Qué haces?! —. Pregunta Alas Negras irritado.
— ¡Cállate! —, ordena Velshakir, — Pero primero… ¿Qué es lo que saben y qué es lo que hay que hacer?
