Los personajes de She-ra and the Princesses of Power son propiedad de Noelle Stevenson y Dreamworks Animation y las razas y ubicaciones son propiedad de Games WorkShop.
(En colaboración con davidomega59)
Los cielos siempre nublados de Naggaroth aparecieron sobre sus cabezas mientras una ligera ventisca acompañada de nieve caía sobre ese extraño punto y único de toda la Tierra del Frío, dominio de los elfos oscuros.
Pues el lugar resplandecía con un brillo propio de algún bosque del Viejo Mundo, pues los árboles se notan verdes de troncos y raíces fuertes con musgo y flores creciendo en un pasto que desprende el reconocible aroma del rocío en una mañana de primavera. Un paisaje tan idílico, impropio de esas tierras y que parecía sacado de algún ducado de Bretonia.
— No sabía que existía este lugar —. Comenta Ahuran.
— Nadie que conozco sabía de este lugar. Hasta ahora —. Responde Velshakir.
— La elfa dijo que la mayoría de las Raíces del Mundo estaban destruidas. Si este lugar está conectado… —. Alas Negras sacaba conjeturas.
— Los Elfos Silvanos estuvieron aquí —, termina Velshakir, — Andando —. Ordena.
— ¿De verdad vas a dejarlo así? —. Alas Negras se adelanta para encarar a la elfa que empezó a caminar con rapidez.
— Mi arca debe estar ahora mismo en su embarcadero en Karond Kar. Las manos de esos miserables malditos están ahora mismo sobre su timón y dando órdenes a mi tripulación. Que un puñado de elfos silvanos hayan estado bailando en un bosque no me importa ni me sorprende, porque es lo único que hacen —, enlista Velshakir, — Si tratan hacer de algo en Naggaroth en problema de Malekith. Nuestros nuevos dominios tienen su entrada en Lustria ¿o lo olvidaste? Si alguien quiere ganar crédito por matar come-plantas dejáselo a Malus. Está tan desesperado por ascender que se rebajaría a eso. An-dan-do.
Caminaron en línea recta sin saber si iban hacia al norte o hacia el este, la falta de sol habitual de Naggaroth hacía complicada la orientación y más aún en un lugar desconocido. Pero no importaba, solo siguieron hacia adelante hasta que llegaron a lo que parecía el límite de esa zona antinatural (antinatural para el ecosistema que rige en el norte) hasta que el verde pasto dio paso a roca gris y por encima de los árboles se alzaron altos picos nevados y más allá los rayos de una poderosa tormenta eléctrica iluminaban el cielo.
— Las Montañas Espinazo Negro —. Afirma Ahuran. Una sombra de duda atraviesa las mentes de los tres druchii.
— Hay que subir —. Dice Velsahkir
— ¿Qué? —. Pregunta Ahuran sorprendido.
— Hay minas en esas montañas. Minas con esclavos, las seguimos y salimos al puesto de avanzada más cercano y de ahí a Karond Kar —. Explica la druchii.
— No sabes ni siquiera a donde vas. Si ese es el norte llegaríamos cerca de Hag Graef, donde está Malus. Si se dirige al este llegaríamos a Clar Karond y ¿y luego qué? ¿Les dirías que vamos a Karond Kar? Nos matarían en el acto. Y si… — Alas Negras es interrumpido por Velshakir.
— Si te callas y haces lo que te digo sabremos hacia donde vamos y ya se me ocurrirá algo —. Replica la corsaria.
— No voy a morir allá arriba por tu culpa —. Escupe Alas Negras.
— Morirás solo si eres tan estúpido como para no saber moverte sobre ellas —. Una vez más Velshakir empieza a avanzar sin molestarse en voltearse a ver si la seguían o no.
"Temes a la muerte misma. La muerte no es nada. ¿Crees que la muerte es el fin de tu servicio a los Dioses Oscuros? Tienes mucho que aprender. Tu servicio a los dioses continúa mucho después de la muerte, guerrero. ¿Qué es la muerte para los mismos dioses? No es nada. Podrías morir aquí, en lo alto de esta meseta de calaveras, y a los dioses no les importaría..." - Asavar Kul, Elegido del Caos.
(Suena "Battle of Krokodilopolis - Sarah Schachner")
La luz del mediodía se alza sobre el Desierto Carmesí. Hay un estruendo en el horizonte, se pueden ver humaredas detrás de unas dunas mientras el sonido de cañones retumban el aire y el suelo se estremece bajo los pies de una gran horda de guerreros que portan el estandarte de la estrella de ocho puntas.
Los proyectiles de los cañones hacen añicos pequeñas porciones de un gran muro de piedra amarilla mientras catapultas de madera adornadas con extremidades y cráneos hacen llover fuego al interior de la ciudad de Makeph. Los restos de un ariete de grandes proporciones yace a las puertas de la Ciudad Desenterrada y desde sus muros guerreros esqueletos hacen llover flechas, una andanada tras otra.
A la horda de adoradores los asistían las Diablillas de Slaanesh aunque sus movimientos rápidos y gráciles no evitaban que su demoniaca belleza se perdiera al ser atravesadas por las largas flechas pero eso no hacían que sus macabra sonrisa se borrara de sus rostros. En el cielo Aulladores y Discos de Tzeentch hacían lo propio para esparcir el caos al interior de la muralla pero es inútil intentar infundir miedo a un enemigo que ya no siente nada y que lo único que lo mueve es el eco del deseo de un tiempo ya olvidado.
Unas Bestias de Nurgle se arrastran pesadamente sobre la arena dejando un rastro de moho y baba inmunda mientras tiran de torres de asedio. Los demonios del Señor de la Decadencia no se inmutan ante las rondas de flechas que caen sobre ellos y siguen con su labor. Kafele observa como adoradores y demonios se arremolinan ante sus puertas con sus cuencas vacías brillando en rabia pero con decisión en sus órdenes.
La falta de victorias por parte de los adoradores del Caos en los ya tres meses que llevaban de asedio solo reafirmaba la idea que tenía de ellos; simples masas llevadas por un fervor profano pero sin liderazgo real. Indisciplinados, vulgares, meros mortales que se condenaron por toda la eternidad por promesas de gloria y sangre.
La única vez que estuvieron cerca de ganar una victoria fue cuando los siervos del Dios de la Sangre aparecieron atacando la muralla oeste. La cosecha de cráneos ese día fue poca y ante la negativa de derramar la sangre de sus enemigos, se vieron envueltos en una confrontación con sus semejantes que devino en una carnicería que mermó los números de los atacantes aún más.
Kafele recuerda ese y otros momentos en los que solo podía darles el beneplácito de la muerte a sus enemigos para que confrontaran a sus despiadados amos en la otra vida. Las murallas se estremecen, las torres han alcanzado su objetivo, las compuertas se abren y los guerreros salen como bestias embravecidas solo para ser recibidos por un muro de escudos y lanzas.
Los lanceros atravesaron la carne de los devotos dementes y aquellos que lograron atravesar la barrera de madera, puntas de hierro y huesos encontraron su final ante los espaderos que cercenaban miembros, cabezas y mutaciones con certeros tajos.
Kafele dio la orden y los ushabtis que representan a la diosa Asaph suben a las murallas y debilitan la ya de por sí deplorable ofensiva de los guerreros del Caos. Las pocas Diablillas de Slaanesh que quedaban ese día subieron por la parte exterior de la torre solo para que su belleza sobrenatural encontrara su final por las espadas de los ushabtis.
Desde los cielos los aulladores y discos del Señor de la Transformación cayeron a tierra atravesados por lanzas, flechas, saetas y los demacrados buitres de Nehekhara, aves consideradas sagradas desde los albores de la civilización nehekhariana y se deshicieron entre los granos de arena y aquellos que los usaban como montura eran rápidamente ejecutados por la Guardia del Templo de Makeph.
La arena se agitó y varios estallidos tomaron por sorpresa a los atacantes cuando figuras serpenteantes emergieron y atacaron a aquellos que se les pusieran por delante. Los Acechadores Sepulcrales son estatuas con la parte inferior del cuerpo de una serpiente gigante, y el tronco superior de un hombre, coronado por un cráneo inhumano cuyo interior brilla con una inquietante luz mortecina.
Con grandes movimientos fugaces aniquilan a los artilleros con sus alabardas y con poderosos golpes de sus colas destrozan los cañones dispuestos a lo largo de la muralla. Una vez cumplida con su labor vuelven a escarbar y adentrarse en la arena mientras las torres de asedio caen estrepitosamente contra el suelo, destruyéndose con el impacto gracias al actuar del Golém Escorpión.
Cuando las torres cayeron los sacerdotes funerarios de Makeph se apersonaron en la murallas para realizar los antiguos cánticos usados por el Culto Mortuorio y uno a uno los cuerpos de los servidores mortales fallecidos se levantaron y comenzaron el ataque a los que fueron sus compañeros en vida. Ante esto, los adoradores del Caos se vieron obligados a emprender la retirada.
— ¡El día es nuestro! —, exclama Kafele, — Una vez más.
Así habían sido sus días esos últimos meses. Ataque, repelerlos, resucitar a sus muertos y hacerlos luchar. Aún no era tiempo de tomar una estrategia tan arriesgada y llevar ellos la ofensiva. No hasta que las dos piezas de su plan estuvieran listas.
Cuando los atacantes ya se habían retirado de las murallas Kafele empezó una ronda de inspección para asegurarse de que el ataque no hubiera sido una distracción para entrar desde otro lugar o crear un punto débil en la fachada del que aprovecharse en otro ataque. A lo largo de las murallas yacían los restos materiales de lo que el asedio dejó a lo largo de los días.
Madera astillada de torres de asedio, acero retorcido de cañones demoníacos, espadas torcidas y oxidadas, yelmos ornamentado con cuernos atravesados por flechas, escudos rotos tanto de adoradores y guerreros esqueleto, huesos partidos en docenas de pedacitos y cráneos aplastados. No hay cadáveres pues tanto guerreros bajo el estandarte del Rey Funerario como guerreros del Caos fueron levantados por las magias del Culto Mortuorio y ahora engrosaban las filas de Kafele y los demonios habían sido desterrados al lugar de donde vinieron.
Una vez terminó su tarea, que le llevó casi cuatro horas, regresa a la cámara central de su pirámide donde fue recibido por la Guardia del Templo y Akbhendred junto a los miembros del Culto Mortuorio.
— Espero ver los avances —. Dice Kafele mientras Akbhendred se une a su marcha.
— Los necrotectos hacen lo que pueden con los recursos que tienen, mi señor. Se toman su trabajo en serio —. Responde el sacerdote.
— Deberían tomar en serio nuestra situación entonces. No los detendremos para siempre —, atravesando un pasillo y llegando a la cámara de Sukhep, el maestro necrotecto de Makeph, y Kafele se dirige a él, — Espero que mi orden esté siendo cumplida.
— Ciertamente pero no libre de dificultades. Yo construyo necrópolis, no máquinas de guerra —. Los Necrotectos eran los artesanos de la antigua Nehekhara. No se trataba de trabajadores comunes sino de arquitectos de extraordinaria habilidad, cuya ambición sobrepasaba en mucho lo que podía llegar a lograrse en el periodo de duración normal de una vida mortal.
— Todos tenemos que adaptarnos a los tiempos que corren como siempre lo hicimos. Nuestros enemigos siguen arremolinándose afuera de nuestros muros, nuestras filas han crecido pero es solo cuestión de tiempo… —. El Señor de Makeph es interrumpido por el necrotecto.
— Entiendo lo que me dice, mi señor, pero aquí no es tan fácil hacer tales creaciones. El más mínimo error hará que todo el esfuerzo sea inútil y sería inmensamente deshonroso que alguien como yo tenga creaciones defectuosas en su haber —. En la no muerte, los Necrotectos no han perdido ni un ápice de su personalidad frenéticamente hiperactiva. Se ven dominados por una necesidad compulsiva de derribar las inferiores y vulgares ciudades de sus enemigos, para reemplazarlas con vastos monumentos de su propio diseño.
En el caso de Sukhep también hay orgullo.
— Apresurese, Maestro Necrotecto, no es el único con la capacidad de cumplir con mis demandas —, Kafele abandona la cámara seguido de Akbhendred, — Vas a tener que obligarlo a trabajar más rápido. No lograremos nada si nos quedamos en estás cámaras. ¡Tenemos una misión!
— Entendido, mi señor. El Hierotitán estará listo más pronto de lo que cree y la elegida estará a la cabeza de nuestras fuerzas —. Asegura el sacerdote.
— Si es que se digna en cooperar alguna vez —. Contesta Kafele.
Cuando las Raíces del Mundo se abrieron lo primero que vieron fue el Roble Eterno alzándose majestuoso no muy lejos de su posición. El sol brillaba y volvían a sentir aquella magia y misticismo que solo el bosque de Athel Loren tanto a elfos como meros humanos mortales.
Sabían el lugar en donde estaban: El Claro del Rey. A pesar de las distancias podían ver la ciudad creada sobre los árboles del Claro del Rey, cosa que pasaría desapercibida por el ojo inexperto y no pasó mucho tiempo antes que su presencia fuera notada y las primeras en notar su regreso fueron las propias Hermanas del Crepúsculo.
— Esto es inesperadamente decepcionante —. Dice Arahan mientras su largo cabello blanco cae por sus hombros.
— Ahora no, por favor —, súplica Naestra mientras se acerca a recibirlos, — Ciertamente es una sorpresa verlos regresar y una gran casualidad que los hayamos encontrado o… tal vez no. Como sea, deben de traer noticias —. La gemela de cabello negro queda a la espera de la respuesta pero Millhadris solo se queda callada incrédula por haberse topado con las hijas de la propia Reina Hechicera del bosque.
Sobre todo con Arahan, de espíritu salvaje como un fuego descontrolado.
— ¿Qué esperamos entonces? —, interviene Arahan, — El consejo debe escuchar lo que tienen que decir.
No tardaron mucho para reunir a los quince señores y damas que componen el consejo que ayudan a Orión y Ariel a presidir el Claro del Rey y llevarlos al centro del mismo. Los que tardaron un poco más en llegar fueron la propia Reina Hechicera y su consorte que, al igual que el resto, no recibieron muy cálidamente a los miembros de la Guardia Eterna.
Millhadris, al ser la líder de esta expedición, fue quién habló de todo lo que había pasado, no escatimando en detalles y siendo abierta y completamente sincera en todo momento. Desde su llegada a Norsca hasta el acuerdo con los Hombres Lagarto y los druchii, nada quedó como secreto y mientras relataba todo lo acontecido desde su partida las expresiones de los señores y damas del consejo eran variadas desde la sorpresa hasta el reproche absoluto. Incluso Arahan hacía una que otra mueca de molestia mientras Millhadris hablaba. Los únicos que se mantenían estoicismo eran los propios regentes de Athel Loren y Naestra quien volteaba la mirada hacia Ariel como esperando que su ira o la de Orión no llegara a puntos inimaginables.
— ¡Esto es inaceptable! —, exclama uno de los señores del consejo, — Vienen con augurios de destrucción y muerte, han permitido que los crueles druchii usen las Raíces del Mundo y han dejado los cuerpos de sus compañeros en el hórrido y frío suelo del norte.
— Un mundo fue consumido por el Caos. Una pena, sin duda —, habla una de las doncellas, — Sin embargo, debemos de considerar esto como una advertencia y un recordatorio de que es lo que pasa cuando no sé está preparado.
— Con todo respeto, mi señora, por lo que el eslizón me comentó durante nuestro paso por Lustria es muy probable que los habitantes de ese mundo no fueran conscientes de la existencia del Caos muy tarde. No podemos culparlos y tacharlos de ignorantes cuando ni siquiera sabían que tales fuerzas corruptas existían. Y si me permiten decirlo, creo que aún hay supervivientes a lo largo de ese mundo —. Interviene Millhadris.
— ¿Y es acaso que pretendes salvarlos? —. Habla otro noble.
— No… no lo sé. Pero no podré hacer nada sola —. Millhadris gira su mirada hacia Ariel.
— ¿Y ustedes tienen algo que decir? —. Ariel rompe su silencio y les habla a los otros dos acompañantes de Millhadris.
— He tenido mis reservas —, responde Aradis, — Admito que he pecado de permisivo viendo como se han tomado algunas decisiones pero no creo que haya malicia en el actuar de Millhadris.
— ¿Y tú? —. Ariel le habla directamente a Elthros.
— No estoy de acuerdo con mucho de lo que ha hecho Millhadris hasta ahora pero… —, la mira por un momento, — Ha cumplido con el deber que se la he encomendado y siento que hace lo que es mejor.
— ¿Y qué es "lo mejor" según ella? —. Interviene otro noble del consejo.
— La supervivencia —, habla un miembro del consejo, pero uno cualquiera, sino un Cantor de los árboles, — Creo que todos aquí somos el resultado de siglos y siglos de supervivencia. Porque sabemos quién es nuestro enemigo, sabemos como se comporta y como logra sus objetivos pero si no lo hiciéramos ¿qué habría sido de nosotros?
— Creo que sé a donde quieres llegar, Aegdir, pero el destino de ese mundo ya fue sellado —. Habla Orión con voz solemne.
— ¿Lo fue? ¿Según quién? Ella cree que aún hay esperanza para ellos. Creer que porque las puertas a ese mundo están en Lustria no significa que no nos va afectar a nosotros. Hay una grieta en el norte hacia el Reino del Caos. Otra más sería catastrófico, incluso para nosotros —, argumenta Aegnir, — Nuestros parientes en Ulthuan le dieron la espalda al mundo, al igual que nosotros. Isha pidió ir hacia este mundo y no creo que sin razón.
— Cuidado, Aegnir —, amenaza Orión, — Tú no hablas por los dioses.
— La fuerza mágica de Isha fluye a través de mí como si fuera ella en persona —, Ariel extiende sus alas y da un paso hacia el frente ante la expectante mirada de todos, — Ya he oído suficiente. Millhadris, miembro de la Guardia Eterna, aunque tus decisiones han sido cuestionables, creo que puedo entender el porqué de las mismas. Nosotros no hacemos discernimientos fútiles entre dioses como si lo hacen nuestros parientes de Ulthuan. Aceptamos la furia de Khaine y somos cautelosos ante las advertencias de Lileath. Si Isha considera que Khaine y el dios Serpiente Sotek pueden trabajar en conjunto y labrar un camino que lleve la salvación a ese mundo entonces no me opondré —, las Hermanas del Crepúsculo intercambian miradas inexpresivas, — Seré yo la que elegirá a quienes y cuantos de nuestras filas puedes llevarte y partirás cuando lo ordene —, Millhadirs, Aradis y Elthors se arrodillan ante las órdenes de Ariel, — Aegnir, los acompañarás y cumplirás tus deberes con Cantor de los Árboles junto a ellos.
— Mi reina —. Aegnir también se arrodilla.
Sin que nadie pudiera contradecir la decisión y órdenes de Ariel. Nadie, ni siquiera Orión, puede contradecir a la Reina Maga si se obstina en algo. Y este rasgo es a la vez la mayor fortaleza y peor debilidad de su pueblo porque, aunque garantiza una unidad de propósito que los gobernantes de Naggaroth y Ulthuan desean por encima de todo, es una gran ayuda cuando el juicio de Ariel es acertado, y ha costado más de un disgusto cuando se ha equivocado.
Una vez la reunión del consejo terminó Millhadris sintió que debía tener un momento a solas. En todo ese tiempo nunca se molestó en preguntarle a sus compañeros su opinión respecto a qué cosas o como debían proceder, aunque podía intuir la respuesta que obtendría en algunas ocasiones sabía que no estaba bien ignorar por completo el sentir de sus compañeros para evitar conflictos y vio como un acto de consideración bastante desmesurada que se hubieran callado todo lo que sentían.
Esa clase de equivocaciones podrían parecer nimias pero la repercusión en el futuro podría ser terrible. Era la líder y no se había comportado como tal, ahora tendría a un número considerable de fuerzas a su cargo. No podía fallar así otra vez.
— La reflexión sobre tus acciones es un ejercicio perfecto para entender quien eres y lo que quieres llegar a ser siempre y cuando no se haga de manera punitiva sobre quien fuiste en el momento de actuar —. Hablar Aegnir.
— Gracias por interceder por nosotros aunque no tuvieras que hacerlo —. Agradece Millhadris.
— Años de servir como embajador en los momentos en los que se requería te hacen saber qué decir y en qué momento hacerlo —, responde Aegir, — Veo tus intenciones, Millhadris, nobles pero te hace falta guía y consejo.
— Al igual que todos —. Dice suavemente.
— En ti hay una vibra característica, algo que he visto muchas veces y que te causa conflicto —, afirma Aegir, — El pasado es un lastre ligero o muy pesado. Eso depende de nosotros.
— No debería haber razón para que fuera así —. Millhadris adivinó la razón detrás de la visita del Cantor de los árboles.
— Tu mente está yendo en una dirección y tu corazón hacia otra. Tal vez no puedas hacer que ambos tomen el mismo camino, pero puedes hacer que ambos estén en armonía —. Aconseja Aegnir.
— ¿Cómo? —. Pregunta Millhadris con congoja.
(Suena "Inspiriting - Ori and the Blind Forest OST")
Aegnir no responde y en su silencio solo dirige su mirada hacia el bosque. Millhadris tardó en comprender lo que quería decir y cuando lo hizo el silencio persiste pero ahora sabía lo que debía hacer. Trataría de hacerlo rápido para cumplir con sus otras obligaciones.
A paso rápido y seguro camina hacia los árboles. No lleva sus armas ni su espada y cuando estuvo a punto de adentrarse del todo en el bosque, se lleva las manos a la cabeza y se quita el yelmo de la Guardia Eterna y con calma lo deja sobre el pasto y sin decir nada a nadie ni mirar atrás, se adentra en el bosque.
El tener que atravesar los escarpados caminos y picos de las Montañas Espinazo Negro con tales compañeros era realmente un ejercicio de alto riesgo. Tan fácil y tan sencillo que sería agregar algo de peso más a esa cornisa o un empujón en el momento menos esperado y ya está. Problema resuelto.
El clima era otro enemigo implacable, el frío que cala hasta los tuétanos hace difícil los agarres a las rocas o simplemente caminar o ver con tales ventiscas hacía que la inquietud de Velshakir creciera cada vez más. Sus ansias podrían ser calmadas si se deshiciera de aquellos dos que tendrían sus planes contra ella y, a su vez, planes contra ellos mismos. Para ella sería fácil pero cuando tuviera que confrontar al Rey Brujo necesitaría testimonios que respaldaran lo que dijera.
La noche estaba por caer y la temperatura caería drásticamente y no podrían encender ni la mínima chispa hasta que finalmente tienen un golpe de suerte. La entrada a una de las tantas minas que hay a lo largo de la montaña aparece y podía ver un tenue brillo en lo profundo de la misma.
Eso podría conllevar sus peligros desde piles verdes hasta los desagradables hombres rata, y si fueran estos últimos, tendrían las de perder y a falta de una alternativa mejor deciden correr el riesgo y al adentrarse unos 20 o 30 metros descubren que no era nada de lo anterior, sino meros esclavos minando hierro para armas.
Alas Negras aconsejó que el mejor silencio es aquel que el que la muerte otorga y luego de cortar un par de gargantas caminan por los caminos iluminados. La mina era lo que era y aunque ninguno dijo nada sabían que estuvieron perdidos por un par de horas hasta que finalmente vieron una salida y una vez afuera, ahora de mañana y con un clima mejor, encontraron a cinco de sus congéneres de frente, los dueños o supervisores, ni una sola palabra fue dicha y antes los cincos cayeron al suelo rápidamente. Uno hizo sonar su látigo para defenderse dejando una marca en el cuello de Velshakir, ese fue apuñalado con especial saña.
Una vez acabada su pequeña riña arrojaron los cuerpos a los acantilados de las montañas y jalando a unos de esclavos de Tilea y Estalia para que jalaran un carromato que los druchii esclavistas usaban para moverse y así seguir su viaje hasta Karond Kar más cómodamente.
— No vamos a dejarles la cosa tan fácil ¿o sí? —. Alas Negras apunta hacia la entrada de la mina.
— No tengo tiempo para eso. Haz lo que quieras —. Velshakir jala a un par de estalianos para encadenarlos frente al carromato y lo siguiente que escuchó fue el sonido de un par de picos de hierro picando la roca y después un derrumbe que bloqueó la entrada de la mina.
Cumplido su pequeño capricho siguen con su marcha una vez más en un tenso silencio. Hora tras hora, Velshakir pasa su mirada incontables veces por el rabillo del ojo para verificar que no haya una navaja cerca de su cuello y afinando su audición para escuchar cuando la espada fuera desenvainada azotando el látigo para que los pobres diablos aceleraran el paso. Cuanto más rápido recuperara su arca, mejor.
No hubo descanso, ni tiempo para comer o beber. Oh, Velshakir daría lo que fuera por un trago de vino en esos momentos. Al caer la noche de ese día el cielo estuvo particularmente despejado y con la luna brillando en su esplendor sin que Morrslieb la opacara pero siempre haciendo notar su presencia y bajo ese brillo blanco pasaron lo más rápido y alejado que pudieran de Clar Karond que se daba admirar en su siniestro esplendor.
La Torre de la Muerte, que sirve como astillero principal del Rey Brujo, donde innumerables hordas de esclavos trabajan en las flotas del Rey Brujo ya que aquí se colocan las quillas de miles de barcos y naves de asalto con las que saquean las tierras de Ulthuan y de más allá. Dos tercios de la flota ligera de Naggaroth permanecían anclados en la Ciudad de los Barcos durante los largos meses del invierno, cuando los estrechos del Mar Frío quedaban completamente congelados.
Clar Karond también es famosa por sus Señores de las Bestias. Fue allí donde siglos atrás los caballeros de Hag Graef domaron a los primeros Gélidos, y mucho después, donde los feroces Kharibdyss se vieron atados a la voluntad de los Elfos Oscuros.
La ciudad mantiene una ferviente rivalidad con Karond Kar por ser el mayor puerto de Naggaroth y esa era una de las razones de Velshakir para estar lo suficientemente lejos para no ser detectados pues más de una vez ha intercambiado insultos, airadas discusiones y amenazas de muerte con uno que otro Señor de las Bestias y ser reconocida por alguno de ellos supondría un obstáculo bastante difícil de sortear.
Pero la suerte seguía estando de su lado y pasaron desapercibidos por los ojos de los vigías de la torre y siguieron por otros dos días por las yermas tierras de Naggaroth y en todo ese tiempo solo una vez se detuvieron para ver si lograban cazar algo y poder comer. No tuvieron suerte y Velshakir, cansada y hambrienta, tenía su rabia a flor de piel. Mala elección por parte de los tileanos elegir esos momentos para intentar escapar. La rabia de Velshakir fue descargada de forma tajante y no se molestó en limpiarse la sangre de la cara y el peto y cada cierto tiempo lanzaba sonoros latigazos no para golpear sino para llamar la atención de los esclavos y voltearan a verla a la cara.
El horrible clima característico de Karond Kar empezó a hacerse presente al anochecer del tercer día, las poderosas olas de agua helada rompiendo contra las rocas se empezaron a escuchar y las torres y torreones de los Señores de la Ciudad empezaban a vislumbrarse y la gran puerta de la ciudad portuaria abierta de par en par mientras el flujo de elfos oscuros entrando o regresando del comercio de esclavos era poco pero nunca se detenía por lo que entraron y después de pasara por un par de avenidas se adentraron en un callejón donde pasaron a los esclavos por el acero de sus dagas. Hay que ahorrarse todos los problemas posibles.
Velshakir caminaba de forma presurosa con un marcado ceño fruncido en su rostro con las manchas de sangre aún manchándola era seguida por Ahuran y Alas Negras. Y mientras desde todos lados los gritos y lamentos de los esclavos traídos de todos los rincones del mundo llenaban la ciudad ella solo podía tener una cosa en mente.
Una helada brisa caía mientras ella camina por los muelles sin importarle quien estuviera delante. Tanto así que arrojó al mar a un par de esclavas que no se movieron lo suficientemente rápido ganándose el disgusto del druchii que las acaba de comprar que procedió a desenvainar su espada. Velshakir hizo lo propio y sacó además su daga. Lo apuñaló en el vientre y luego cortó su cuello para arrojarlo también al mar.
La sangre seca ahora estaba siendo limpiada de su rostro mientras veía allá su preciada Arca Negra atada y con las velas plegadas. Las ganas que tenía de acabar con todos esos idiotas haría quedar en ridículo a cualquier matanza que cualquier elfa bruja haría en su frenesí de crueldad y sangre, y al que haya tomado el cargo de capitán lo haría pasar por las peores torturas que se le pudiera imaginar. Incluso en ese momento estaba analizando y descartando ideas.
Todo pensamiento quedó detenido en seco cuando sintió el frío roce del acero en su cuello.
— Te ves muy apurada por subirte y partir tomando en cuenta que acabas de llegar —. Entonces acaban de llegar es lo primero que piensa pero luego se concentró en ver a quien la está amenazando.
— Kouran —. Escupe Velshakir.
Kouran Manoscura, el astuto comandante. El líder extremadamente eficiente y es respetado y temido por los Elfos Oscuros que están bajo su mando. Kouran es famoso por su predilección de asumir riesgos, aunque hasta la fecha siempre ha salido victorioso. Una vez sacrificó a la mitad de su ejército para atraer al enemigo hasta una trampa, sin importarle las vidas de los que sirven a sus órdenes.
Kouran es el miembro más veterano de la Guardia Negra de Malekith, ya que ha luchado junto al Rey Brujo casi un millar de años. Su ascenso a la fama fue meteórico, convirtiéndose en maestro de la Torre del Dolor en su primera década de servicio y siendo nombrado Capitán de toda la Guardia Negra en solo cinco siglos. Ambos ascensos en rango se debieron a la muerte brutal de los titulares anteriores. Con todo hay que decir que este es el método de ascenso habitual en Naggarond.
Kouran es alguien inusual en una tierra donde abunda la traicion, un alma sincera y un guerrero completamente leal al Rey Brujo. Tales rasgos son poco apreciados en Naggaroth. De hecho, normalmente se consideraría una debilidad grave para ascender al alto rango y una seria amenaza para la supervivencia. Sin embargo Kouran no solo ha sobrevivido, sino que ha prosperado. Esto puede acreditarlo el hecho de que, por muy deficiente que sea en el engaño, no tiene reparos en tomar medidas rápidas y despiadadas si considera que sus propios intereses están en peligro.
— ¿Acaso olvidaste que se te fue encomendado algo? —. Emergiendo de la sombría esquina donde había esperado a Velshakir sigue sin bajar la espada de la garganta de la corsaria.
— ¿Qué haces aquí? —. Pregunta Velshakir con molestia.
— El Rey Brujo está impaciente. Fue una gran casualidad que viera tu arca anclada en el muelle y a tí caminando presurosa hacia ella —, un par de quejidos se escuchan y ve a Ahuran y Alas Negras ser sometidos por otros dos miembros de la Guardia Negra, — Eso considerando que siga siendo tu arca, claro.
— Déjame hacer esto y luego iré personalmente con Malekith a explicarle todo —. Dice Velshakir sin inmutarse a pesar de que todo está en su contra.
— El Rey Brujo se ha cansado de esperar. Ojalá que tengas algo que decir que lo ponga de buen humor —, el contundente golpe en la parte posterior de la cabeza de Velshakir la hace caer sobre el húmedo suelo del muelle, — Que fácil sería arrojarla al mar —. Insinúa Kouran al druchii que la golpeó para luego cargarla.
Velshakir no pudo ver a su Arca Negra alejarse una vez más de ella.
Cuando los días no eran cubiertos por una densa y oscura capa mágica que no permitía que ni el más pequeño rayo de luz atravesara la atmósfera el cielo se pintaba de un tono rojo oscuro como si la sangre escurriera por la bóveda celeste y las estrellas lucían como millares de ojos siniestros observando desde el infinito.
Otros días no había ni una sola nube y las lunas que rodean a Etheria simplemente irradian un aura siniestra brillando con una luz verde enfermiza.
Las noches podían ser tan silenciosas que alteraban los nervios y los días tan volubles y con aullidos atronadores viniendo desde las montañas, valles y ríos. Los bosques del planeta morían y renacían sin razón. Las olas de los mares se agitaban y rompían contra las costas arrastrando con ellas criaturas mutadas y demonios mientras el viento llevaba consigo olores dulces que invitan a seguirlos solo para poder experimentar una vez más aquella sensación y otra veces una inmunda peste podría cubrir varios kilómetros.
De donde alguna vez hubo villas y casas de personas normales ahora solo quedaba hierba removida y quemada y los que alguna vez habitaron las ciudades y pueblos de los diferentes reinos ahora se arrastran, pululan y acechan a lo largo de las nuevas tierras privados de cualquier rastro de su vida pasada clamando el nombre de sus dioses.
Los miles que se unieron al Caos en las vísperas de la Caída de los Reinos y el Éxodo de demonios superan o igualan a la cantidad de refugiados que lograron llegar al Reino de las Nieves que, aunque se cuentan por cientos de miles, parecía que siempre estaban en desventaja.
Durante un año la Rebelión (si es que aún podía llamarse así) se lanzaba en partidas de búsqueda y rescate a lo largo de Etheria para tender una mano a aquellos que lo necesitaran e incursiones ofensivas para recuperar terreno. Cosa que la mayoría de las veces terminaba en desastre.
Las montañas del norte les servían como frontera natural y que más allá no hubiera nada más que tundra y estepas heladas hacía que las incursiones de los corruptos fueran difíciles. Pero los demonios no tenían problema con el clima. A los pies de los picos helados y bosques petrificados en la frontera de la Princesa Frosta quedan los cuerpos congelados de adoradores fanáticos y guerreros aliados junto a sus armas destruídas.
Desde las montañas más altas se ve el brillo rojo de la Zona del Terror, el resplandor decadente de Luna Brillante y la mohosidad espectral de Plumeria y entre unas montañas más allá del poniente se ve algo. Los que alcanzan a verlo no podrían empezar a dar una descripción de lo que es pues se nota eterio, lejano y confuso. Pero desprende fascinación y horror a partes iguales. Algo enorme, algo monstruoso.
La red de cuevas cavadas en la roca de las montañas septentrionales para facilitar el paso de las fuerzas rebeldes se volvió el único medio de movilización seguro y en la entrada secreta a uno de estos pasajes en las montañas ubicadas al este esperan Adora y Glimmer impacientes que regresen los miembros de una partida de reconocimiento.
Un golpe rítmico en la entrada camuflada le hace saber que están ahí por lo que mueven la piedra señuelo. De los doscientos que se habían marchado ahora solo cuarenta y uno regresaron.
— No puede ser. ¿Sólo ustedes volvieron? —. Pregunta atónita Glimmer. Adora no dijo nada, solo masajeó sus sienes.
— Luna Brillante está más protegida desde la última vez. El nivel del agua bajó un poco pero sigue siendo el obstáculo principal para entrar —. Explica el jefe de la partida.
— ¿Y cómo fue que los descubrieron? —. Pregunta Adora con seriedad.
— Encontramos unas personas que pedían ayuda en el camino y bueno… —. El líder prefiere no explicar más.
— No es posible. ¿Que acaso no hemos repasado una y otra vez lo que debe hacerse en esos casos? —. Exclama Glimmer.
Horas de investigación y de capacitación para descubrir a los marcados por el Caos parece que no han sido suficientes.
— Lo hicimos pero parecían estar limpios. Fue uno de los nuestros que empezó a atacarlos y descubrimos lo que eran.
— Están aprendiendo a ocultar sus mutaciones. Hay que ser más precavidos o nos encontrarán —, dice Adora, — ¿Cómo se dio cuenta tu compañero?
— Creo que no lo hizo. Creo que solo empezó a…
— De acuerdo, de acuerdo. No digas nada —. Adora no lo deja terminar. Dormir con un cuchillo cerca ahora ya no parecía tan paranoico.
— Hicimos un conteo. Ciento treinta y siete murieron, los otros veintidós pues… Esperemos que estén muertos.
— ¡No digas esas cosas! —, le reprende Glimmer, — Ahora… —, se toma un momento, — Vuelvan al campamento.
Los sobrevivientes arrastran sus pies dejando a Glimmer y Adora solas.
— No podemos seguir enviando tropas así nada más —. Dice Glimmer.
— ¿Y qué haremos entonces? —. Cuestiona Adora.
— No lo sé. Pero si seguimos así en un año más ya no habrá nadie.
— Estas montañas no nos protegerán para siempre. Debemos recuperar terreno. Asentarnos en un lugar donde podamos operar mejor —. Más que una opción sonaba como una orden por parte de Adora.
— No. A partir de ahora solo enviaremos grupos pequeños para buscar comida y tal vez armas hasta que se nos ocurra algo mejor —. Glimmer intenta sonar autoritaria frente a la rubia.
— Haremos eso hasta que nos organicemos bien y hagamos lo que ya te había comentado —. Dice Adora para luego darse la vuelta y marcharse.
— Dryll está muy lejos de aquí y la frontera del reino está constantemente acechada. ¿Crees que podemos mover un batallón sin que nos vean? Caerán sobre nosotros y nos acabarán —. Dice Glimmer.
— Ya te lo había dicho. Tengo que pensar en los detalles —. Responde Adora.
— No harás nada hasta que no tengamos claro que tenemos una oportunidad y hasta que eso pase no vamos a seguir enviando más gente a su muerte allá afuera —. Ordena Glimmer.
— ¡Deja de hablar como si aún fueras la reina! —. Alega Adora.
— ¡Y tú deja de pretender que luchas por Etheria! ¡Ni siquiera naciste aquí! —. Replica Glimmer.
Ambas se dan la espalda y Adora se aleja furiosa sin decir nada más mientras Glimmer se queda de pie mirando hacia la nada.
No todos los espíritus de Athel Loren viven en armonía con los Elfos. Incluso ahora, miles de años después del primer gran consejo, hay seres que buscan activamente la destrucción de los Elfos. Algunos se deleitan con malevolencia pura por sus propios motivos, otros entablarían una guerra contra los Elfos con toda la astucia y poder a su disposición, de ser libres para hacerlo.
Aunque la mayoría de estos seres están encerrados en Cythral, El Bosque Salvaje, andar con precaución por Athel Loren es menester para todos que lo atraviesen.
Habían pasado ya unas horas desde que había partido. Caminó rápido y sin ataduras, moviéndose por el bosque como lo hizo en su día. Tiempos lejanos que habían vuelto en estos tiempos de incertidumbre para su corazón. Aunque para ese momento el sol ya habría mostrado sus primeras luces debajo de aquellos árboles se mantenía oscuro, no era raro, hay diversos sitios en Athel Loren sumidos en una noche perpetua y otros en los que parece que el tiempo se ha detenido.
La gracia rígida de la Guardia Eterna no importaba en ese momento, toda esa pompa marcial desapareció de su ser a medida que se adentraba en el bosque. Se sentía libra, abrazando ese fuego misterioso que Loec, el Dios Élfico de la risa, el embaucador, el patrón de las danzas, las canciones y el teatro, hace sentir a sus fieles servidores. Los Bailarines Guerreros.
Los Bailarines Guerreros vagan a lo largo y ancho de Athel Loren en pequeñas compañías patrullando los senderos y los caminos secretos que pocos conocen, o por los que pocos se atreven a caminar. Siempre son bienvenidos en los salones de los Elfos y reciben el más respetuoso de los tratamientos, en parte porque son temidos.
A veces conocidos como los "Señores del Festival" debido a su activo papel en las grandes fiestas, los sirvientes de Loec tocan instrumentos musicales y se convierten en maestros de ceremonias en las que llevan a cabo intrincadas danzas rituales con las que representan la historia de Athel Loren. Esta es una forma de relatar el pasado tanto o más apreciada por los Elfos Silvanos que las baladas, los relatos o la escritura convencional.
Millhadris danzó una vez más a través de arboledas y pasajes desconocidos para los propios Asrai pero viejos conocidos para ella que recorrió cientos de esos escondrijos secretos que hay en la periferia del Claro del Rey en años pasados. Se fue deshaciendo de parte de su armadura a medida que sentía las viejas melodías de batallas secretas libradas en el bosque y que solo los árboles y sus raíces son testigos.
Nunca se dio cuenta del verdadero peso de su armadura hasta que se la quitó quedando solo con sus prendas más íntimas y dejando al descubierto los tatuajes ritual que se había hecho en las piernas.
Tomándose un momento para escuchar la quietud de esa parte del bosque antes que los ojos que la venían siguiendo desde hace un rato ya se acercaran. No la iban a lastimar, eso lo tenía muy claro.
— Que comportamiento tan impropio de un miembro de la Guardia Eterna —. Dice alguien desde las sombras casi como un susurro.
— Que descortesía espiar de esa manera a una compañera —. Responde Millhadris.
— ¿Eres nuestra compañera? Porque tenía entendido que tu servicio y tu lealtad están con alguien más —. Una figura alta y sumamente delgada se acerca. Sus ojos verdes brillan como las hojas de un ciprés en primavera.
— Arrastro conmigo ese conflicto desde hace tiempo —. Responde ella.
— ¿Y has venido aquí para apaciguar esa confusión? —. Inquiere el bailarín.
— Aún no estoy segura de por qué he venido. ¿Quieres ayudarme a descubrirlo, Caelir? —. El elfo se acerca hasta quedar frente a frente con Millhadris.
El rostro afilado con una nariz puntiaguda y sus ojos cubiertos con pintura de guerra hacen un gesto y ambos se pierden en el bosque seguidos por una docena de figuras gráciles moviéndose al son de una armonía que solo ellos pueden escuchar.
