Los personajes de She-ra and the Princesses of Power son propiedad de Nate Stevenson y Dreamworks Animation y las razas y ubicaciones son propiedad de Games WorkShop.
(En colaboración con davidomega59)
Hay cosas que al desconocer su inicio y mucho menos su final damos por hecho que siempre han estado ahí. Nadie sabrá a ciencia cierta cuando fue la primera vez que la luz de las lunas que rodean a Etheria alumbraron sus valles, cuando se formaron las montañas ni cuales fueron los primeros seres inteligentes en habitar el planeta. Tal vez con investigación y tiempo se podrían concretar teorías pero nada más.
La naturaleza de la vida es tan caprichosa y misteriosa como las entidades que han dejado su marca en el planeta que ahora lo ven todo desde la omnipresencia que la divinidad les confiere. Pues la naturaleza puede ser tan cruel en sus castigos como Slaanesh y tan gentil como podría serlo Nurgle. Despiadada como Khorne y en constante evolución como Tzeentch pero con un enfoque diferente.
Proveyendo a la supervivencia, incitando la evolución y dando lugares en los que los seres vivos puedan hacer sus vidas en armonía, sabia en su infinita incomprensión. Dando los árboles para que las aves hagan sus nidos o los arrecifes para que los seres del inmenso mar habiten creando un espectáculo de gran belleza.
¿Quién sabe? A lo mejor haya algo más conspirando y que guió a lo que queda de la Horda a ese lugar en un territorio lejano donde no los cubriera la sangrienta sombra de la Zona del Terror.
Donde las noches dejaban ver las estrellas o los flujos de esa magia irascible y mutable donde las nubes se arremolinan con violentos vientos trayendo a los engendros del Reino del Caos.
Bajo el liderazgo de Lonnie han resistido gran cantidad confrontaciones contra los demonios de los nuevos amos de Etheria. Y contrario a lo que se pudiera creer, la altura es una desventaja para sus atacantes pues con su artillería pesada apostada a lo largo del cañón de formación natural los demonios quedan expuestos.
Pero no todos los ataques llegan desde arriba. A veces se arrastran desde las profundidades del mismo cañón y la artillería no puede apuntarse tan abajo. Para eso se encontró la solución, tras largas horas de trabajo, crearon un sistema de túneles para desplegar los toscos tanques modificados. Que es solo una forma de llamarlos, pues son solo cañones atados a sus vehículos blindados haciéndolos lentos, pesados y difíciles de maniobrar pero, contra todo pronóstico, efectivos.
Salvo cuando aparecen los Juggernauts.
Largas jornadas de luchas se han librado en ese abismo creado por el planeta hace miles, tal vez millones de años, tan reñidas que cada que un Portador de Plaga o un Rastrealmas de Slaanesh es devuelto a la disformidad lo hacen en un densa nube de polvo negro que se ha impregnado en la tierra y las piedras, manchándolas permanentemente. Tanto que cuando se ve desde la distancia la formación natural luce como herida necrosada que atraviesa la tierra.
¿Huyeron de la Zona del Terror, dejó atrás a la Capitana Catra y sobrevivieron a los Bosques Susurrantes para pasar el resto de sus días en un hoyo en la tierra? ¿Qué sabía él? Solo es un soldado de la Horda.
— Balthasar —, lo llama Lonnie, — Hey, Balt. —. Él solo se voltea.
— No estarás durmiendo otra vez, ¿o sí? —. La chica levanta una ceja. Él niega con la cabeza.
— Para nada, capitana —. Vuelve a acomodarse en su puesto de vigía.
— También vigila el fondo del cañón. No quiero que pase lo de la última vez —. Un pulgar arriba es la única respuesta que obtiene. — Y quítate esa chatarra de encima. Estos días hará calor.
Muchos se deshicieron de sus uniformes cuando se supo que la Horda fue completamente derrotada. Algunos conservan las pecheras como armadura, otros las botas o los guantes. Pero él mantenía su uniforme al completo, el visor de su casco está intacto, su pechera abollada y su rodilleras desgastadas pero no se lo quitaba. Para él las enseñanzas de la Horda aún significan algo. La lealtad es lo que lo mueve y sabe que no es el único.
Pasa su dedo por el lado izquierdo de la pechera donde hay una marca tallada por él. Una marca que le hace recordar a aquella que, ya cerca del final, hizo lo posible para mantenerlos a salvo y juntos. Aquella que se preocupó por los suyos y con la que probablemente compartió sus últimos momentos.
En el fondo deseaba que Catra estuviera por ahí y que algún día los ayudaría en su lucha. Que ella junto a Lonnie los harían ganar pues está seguro que vio a la verdadera Catra en esos últimos días de la Horda.
Es mejor que no creer en nada.
La vida tanto bajo tierra como por encima de ella se volvió dura para cualquier ser que no siguiera a ninguno de los cinco poderes del Caos que ahora pululan por el planeta.
Pues en secreto, en silencio y desde la sombras, la Gran Rata Cornuda se había hecho un lugar entre el creciente poder de la disformidad en el planeta, haciendo cumplir su voluntad a través del Clan Mors guiados por el Señor de la Guerra Girak, poco conocido entre los clanes y que solo algunos sabían de su acérrima rivalidad con Queek Coleccionistas de Cabezas.
A él se le encomendó la tarea de acabar con el clan de esclavos al que pertenece Kalmtrunkz y que durante mucho tiempo le eludió. Ambos líderes skavens saben dónde está cada uno y su propia guerra se libra en las entrañas del planeta, al igual que en el Viejo Mundo.
Kalmtrunkz era más que consciente de su inferioridad numérica y la falta de experiencia en cuanto combate se refiere así que trazó un plan un tanto complicado y peligroso para poner las cosas un poco a su favor. Khak aconsejó que evitara complicar más aún su situación, pues ya de por sí sus ideas habían hecho enojar a cabecillas importantes del Reino Subterráneo y del propio Consejo de los Trece.
Kalmtrunkz sabía el resentimiento que muchos de su clan sentían por él, pues a pesar de la miserable vida de un esclavo skaven, tenían una o dos cosas aseguradas, ahora vivían en incertidumbre constante pero debía correr el riesgo para su supervivencia, más si son los guerreros del Clan Mors. Si bien habían logrado atrincherarse en esas ruinas brillantes donde la cosa rubia y el fantasma brilloso se reunían era solo cuestión de tiempo para tener que hacerle frente al grueso del ejército de sus enemigos.
Primero debía resolver el problema de sus números, así que él junto a Khak se dieron a la tarea de rastrear a algunos miembros del Clan Mors para ver donde se habían asentado, una vez hecho eso, con la mayor precaución posible cavaron hasta lo más profundo de la tierra, trazando planos imaginarios para dar con lo que buscaban. Las Madres Rata.
Porque sí, no todos los skaven son de sexo masculino, estás especímenes skaven son puestas bajo una especie de trance con piedra bruja desde muy jóvenes para servir como máquinas de cría de para el Imperio Subterráneo. Estás Madres Rata, bien cuidadas y alimentadas, pueden parir entre uno a diez skaven por semana y aquellos que sobreviven alcanzan la madurez en una o dos semanas.
Sabían que hacer esto encendería más aún la ira del Clan Mors pero era un riesgo que debían correr según Kalmtrunkz. Después de cortar un par de cuellos y cabezas, se llevaron a un par de Madres Rata a rastras hasta su guarida y la semana siguiente se dedicaron a repeler los ataques de un enardecido clan dispuesto a recuperar a sus criadoras.
Con eso resuelto pasaron a experimentar con la tecnología que encontraron en las cavernas brillantes de lo que alguna vez fue el Castillo de Cristal. Encontrando material casi infinito para la creación de las arañas robóticas que Light Hope creaba.
— Cosas-araña estar por todas partes. Construirlas para montarlas debemos —. Ordena Kalmtrunkz inspirado por las historias de goblins montando arañas Aracnarok.
Khak se puso manos a la obra para hacerlas funcionar y así lo hizo… a medias. La tecnología empleada en su creación era increíblemente compleja y ni siquiera los ingenieros del Clan Skryre podrían comprender su funcionamiento del todo.
La Horda también dejaron vestigios atrás en su retirada masiva durante la Podredumbre del Bosque en los últimos días antes del Éxodo del Caos. Recuperando una gran cantidad de restos de robots desperdigados por ahí fueron llevadas a su madriguera en el Castillos de Cristal para disponer de ellos siempre y cuando no estuvieran completamente dañados o marcados por ruinosidad caótica.
En lo que Khak decidía qué hacer con todas esas partes los robots que fueron recuperados enteros se pusieron en funciones nuevamente. En una cueva encontraron unos robots muy curiosos pues después de una cuenta regresiva explotan creando un pulso que aturde al enemigo y dañándolo si está lo suficientemente cerca.
Esto fue bien recibido por los skavens libres pues se convirtieron en su primer línea de defensa contra los ataque de Girak y sus hordas, y en una guerra tan encarnizada como la de los hombres rata les resulta bastante bien.
La Guerra Subterránea se cobraba bastantes vidas y con la táctica de Kalmtrunkz de enfrentarse en espacios cerrados y muy bien acorazados la sangre skaven corría como el agua por el río pero con los skavens libres victoriosos la mayoría de veces. Pero estos enfrentamientos se cobraban la vida de los nuevos nacidos por lo que perdían tropas de la misma forma en que nacían.
Al menos los cuerpos aseguran comida para la madriguera así que lo del hambre no sería un problema en un tiempo.
Kalmtrunkz creyó que la segunda parte de su plan había fracasado hasta que un día mientras roían las raíces de ese mundo se toparon con el mayor golpe de suerte que cualquier skaven podría tener. Un brillo verde enfermizo apareció entre las rocas y la tierra, rápidamente la gran noticia llegó a la madriguera; una beta de Piedra Bruja fue encontrada.
— Llevensela a Khak —, ordenó Kalmtrunkz, — Cosas-araña se levantarán para pelear. — En menos de un día las arañas robot ya estaban de pie con el poder de la piedra de disformidad fluyendo por su cuerpo y una nueva idea aflora en la mente de Khak.
— Cosas-humanas usar máquinas acorazadas abandonadas en el bosque —, dice Khak, — Puedo ponerlas a funcionar. ¡Más Piedra Bruja hay que encontrar, si-si!
Así grandes partidas de búsqueda se organizaron para cavar por lo largo y ancho de las entrañas de la tierra para reclamar la piedra de disformidad, pues no podían ser los únicos buscando tan importante material. Así también los ojos estarían puestos en la superficie, cualquier caso de mutación debía ser reportado para investigar si era alguna bendición de los dioses o los efectos mutágenos de la Piedra Bruja.
— ¡Sobrevivir! —, vociferaba Kalmtrunkz todos los días, — ¡Sobreviviremos! ¡Libres seremos, si-si!
Hay partes de Athel Loren que parecen estar en una noche perpetua. Un pequeño rincón del mundo donde el tiempo pareciera haberse detenido, lugares donde la parte siniestra del bosque puede aflorar y males tan antiguos como el mundo pueden arrastrarse.
La celosa protección de los elfos silvanos sobre su bosque es implacable, más no impide que logren colarse hechiceros, nigromantes, mutantes y hombres bestia. Estos últimos acosan el bosque de Athel Loren como cualquier otro bosque del Viejo Mundo y cada vez que Morghur renace las peregrinaciones de los Astados para unirse a él en el saqueo y la destrucción afecta a todos, incluso a los elfos.
Ha pasado tiempo desde que supo algo de ese enemigo de la naturaleza, pero los caudillos y chamanes Hombres Bestia se adentran en el bosque para hacer lo que sus instintos les indican. Cientos de escaramuzas se han librado en partes recónditas del bosque, batallas en las que muchos Bailarines Guerreros han perecido defendiendo los claros y arroyos completamente solos pues han sido los únicos que han podido detectar la amenaza que logró burlar la defensa de los altos señores.
Millhadris, lo sabe. Ha estado ahí y al igual que muchos otros, ha perdido a compañeros queridos y en los últimos días se dedicó a cazar calmadamente a una partida de hombres bestia que se escabulló en el bosque. Eran rápidos y astutos pero no más que ellos, y luego de unos días todos los astados habían caído ante sus flechas y ataques furtivos.
— Loec nos enseña sus danzas para poder luchar como lo haría él contra el Gran Enemigo —. Era lo que decía Caelir mientras le enseñaba a Millhadris el camino del dios élfico de la danza y el engaño, pues se decía que Loec robaba las almas élficas de las garras de Slaanesh con engaños que le costaban más esfuerzo del que parecía, y aún así ningún rescate estaba asegurado.
Caelir se aseguró de que Millhadris se volviera todo aquello que se esperaba de un Bailarín Guerrero. Las creencias y filosofía de los Señores del Festival eran un misterio para los demás miembros de su raza y Millhadris guardó el secreto cuando ingresó a la Guardia Eterna a pesar de los constantes cuestionamientos de sus compañeros.
Recordaba cada palabra, cada enseñanza y ahora que volvía a esos lugares donde duros enfrentamientos se libraron los recuerdos volvían y así esa dicotomía para su alma. Pues le gustaba la libertad y la habilidad de luchar grácilmente como su dios, pero también la marcialidad de la Guardia Eterna la hacía sentir en unión y la sensación de un esfuerzo conjunto y de lealtad entre compañeros para ella es un sentimiento grato.
No es como que no haya confianza y hermandad entre los Bailarines, pero sentir que estás en unión por un bien mayor en vez de solo actuar por designios misteriosos de un dios embaucador la hacían sentir que solo había interés y no deber.
— ¿La Guardia Eterna es tan mala que decidiste volver? —. Pregunta Caelir.
— No pienso quedarme. Tengo una labor que hacer —. Responde Millhadris.
— Todos tenemos una labor que hacer pero decidimos como cumplirla.
— ¿Cuál es tu labor, Caelir? —, cuestiona Millhadris, — ¿Qué te pide Loec que hagas?
— Nuestro Señor obra de formas misteriosas… para algunos.
— Para mí siempre fueron un misterio. Aún después de tantos siglos, nunca entendí lo que había detrás de tanto secretismo.
— Creo que la Guardia es el mejor lugar para ti entonces. Si es que recibir órdenes es lo que quieres —. Suelta Caelir con un deje de burla.
— No hay nada de malo con luchar con un propósito detrás.
— ¿Insinúas que nosotros peleamos sin propósito?
— ¡No! Estoy diciendo que prefiero luchar cuando conozco la causa por la que lo hago.
— ¿Y qué causa sería esa?
— Un mundo agonizante con seres sintientes, inundado por el Caos, que debe ser salvado.
— ¿Y qué te hace pensar debes ayudarlos? ¿Quién te dice que debes salvarlos?
— Ariel dice que Isha…
— Entonces si estás dispuesta a seguir los designios de los dioses.
— Porque si Isha se ha preocupado por ese mundo es porque debe haber algo más allá.
— Y quieres saber qué es —, Caelir ríe mientras empieza a caminar alrededor de Millhadris y se detiene cerca de un hacha oxidada que yace al lado de un cráneo de un hombre bestia muerto hace mucho, — Mi querida Millhadris, tienes un espíritu tan impetuoso, incluso para un Bailarín Guerrero. Siempre queriendo saber que hay más allá, y aún así decidiste unirte a la regia Guardia Eterna.
— Sabes muy bien porqué lo hice —, la mirada de Millahdris se pierde por un momento viendo a un punto en el espacio mientras su mente va muchos años atrás, — ¿Cómo está él?
— Sigue luchando tan fieramente como el primer día. No hay ningún rencor, o al menos eso dice él.
— No sé si podré volver a verlo alguna vez y menos ahora —. Una sensación amarga llena la boca de la elfa.
— La guerra rara vez nos encamina hacia el mismo destino. Supongo que te marcharás ahora.
— Nos vendría bien tu ayuda.
— Las tropas de la reina no se sentirían tranquilas con nosotros cerca. Si van a marchar hacia las garras del Caos, deben tener la mente clara y centrada o si no La Serpiente tomará sus almas —. El semblante del elfo se torna oscuro y distante.
— Quisiera poder decir que eso no pasará pero… —. Millhadris sabe el coste que su marcha implicará, los elfos obedecerán los órdenes de su reina pero no podrá asegurar que se queden.
— No dejes que otra sombra de duda acorrale tu corazón. No necesitaste mucha ayuda para descubrir lo que querías. No eres más una Bailarina Guerrera ni tampoco un miembro de la Guardia Eterna —, Caelir la toma de los hombros y la ve con un cariño fraternal en los ojos, — Eres Millhadris, solo espero que entiendas lo que eso significa.
— Fue un placer verte de nuevo, viejo amigo —. Dice Millahdris.
— Lo mismo digo. Ahora ve, y espero que encuentres la fuerza que necesitas para enfrentar lo que se viene. Y recuerda: "Flotando y tejiendo a través de la batalla…"
— "Una expresión de violencia" —. Completa Millhadris.
Ambos sabían que no había nada más que decir, Millhadris sabía que partirían pronto y necesitaban a su comandante. La entristecía no haber podido convencer a Caelir pero sabía que el elfo no era de dar su brazo a torcer, así que confiaría en que Ariel diera las suficientes tropas para poder luchar contra los horrores del Caos.
No podía dejar de pensar en lo que Caelir había dicho. Era cierto que podía ser bastante impasible y temeraria algunas veces, inspirada por el indomable carácter de Arahan a quien había visto pelear y le contagiaba ese fuego que la inspira a pelear, pero la había dejado con la duda de que era en realidad. Tenía en claro lo que quería hacer y lo que debe hacer, pero que le haya dicho que no es una bailarina y mucha menos una guardiana eterna ¿quién era entonces?
Podía parecer obvio pero en ese momento se sentía muy difuminado y confuso.
Tek'un se había acostumbrado a esos parajes inhóspitos y volátiles como las mismas criaturas que ahora se arrastran por esa tierra arrasada. Muchas veces, al observar aquella tundra caótica, se imaginaba que lo mismo le podía pasar a Lustria, al mundo entero.
Desde su desove se la pasaba escuchando historias de la Gran Catástrofe, la época en la que la malicia de los dioses del Caos apareció por primera vez junto con todos sus demonios, el eslizón se enfrentó en persona a esto seres infernales cuando el tejido de la realidad se desgarran de cuando en cuando y el Reino del Caos regurgita a sus aberraciones sobre la realidad.
Esperó nunca tener que ver su hogar destruído por demonios y engendros y estando allí, en ese mundo extraño que solo un portal lo separaba de la jungla de Lustria, ese miedo se hacía más presente. A simple vista parecería que la labor de los hombres lagarto carecía de sentido, tanto en ese mundo como en Lustria.
Pero las guerras que han librado los Primeros Nacidos del mundo por mano y obra de los Ancestrales han mantenido al mundo a salvo por miles de años. Los elfos habrán creado el Gran Vórtice que purgó y hasta día de hoy regula los Vientos de la Magia que soplan por todo el mundo manteniendo a raya al Caos en donde una vez estuvieron las puertas polares, pero los hombres lagarto fueron el verdadero escudo durante esos turbulentos días. Fueron ellos quienes evitaron que el mundo fuera consumido por completo.
Y, a pesar de lo bruto que puede llegar a ser Trog Kant a veces, su intervención les permitió salvar a otro mundo antes de engullido por las fauces retorcidas de los dioses del Caos. Una vez más fueron ellos quienes impidieron una catástrofe a gran escala y ahora debían asegurarse de revertir el daño y no dejar que el Caos tenga una puerta libre a Lustria.
Los Slann los incitan a apegarse al gran plan de los Ancestrales pero Tek'un ya no lo veía tan claro. Para él seguían las órdenes de los Slann porque era lo único que les quedaba, que sin ellos serían solo las bestias salvajes que los sangre caliente piensan que son.
Al final todo se trata de eso ¿no? De tener algo por lo que luchar. ¿Por cuánto tiempo podrían seguir así?
Todo lo que pasó en el mundo que ahora protege, los portales, los augurios, la aparición de los elfos. Todo eso no podía formar parte del Gran Plan. Si fue destino o casualidad o algo más, no lo sabía y quería averiguarlo.
Averiguar el porqué de tantas cosas pero muchas de ellas son engañosas ilusiones que bien podrían ser trampas de los Dioses Oscuros o cualquier otra cosa que acecha al otro lado de la realidad. Y por sobre todo quería saber porqué tuvo que ser él el que tenía que estar en medio de todo eso.
Habiendo tantos guerreros destacados dentro de todos los cohortes de hombres lagarto tenía que ser él. No era un astromante como Tetto'eko, un guerrero destacado como Tiktaq'to o Kroq-Gar y menos una leyenda viviente como Nakai. No era especialmente destacado entre sus semejantes eslizones tampoco, ¿entonces por qué?
— Tal vez cada uno debe hacerse un lugar. No todos somos especiales al final —. Dice el eslizón a su fiel compañero Saurio que solo gruñe en respuesta.
Muchos han sido los años que Trog Kant y Tek'un han luchado lado a lado, derramando sangre tanto propia como la de sus enemigos sobreviviendo a las incursiones de los sangre caliente como a las invasiones de los elfos oscuros así como las olas imparables de skavens que envenenan los suelos y ríos de Lustria, guiados por la astucia y agilidad del eslizón en conjunto con la fuerza y bravura del saurio hacen una dupla casi imparable.
— Esto no es parte del Gran Plan y lo sabes. Temo que eso se haya esfumado hace mucho y solo nos aferramos a eso porque es lo que nos queda, ¿Qué hacer entonces si no hay nada real por lo que seguir adelante? —, cuestiona Tek'un, más para sí mismo que a su compañero.
— Muerto —, articuló el guerrero saurio señalando al paraje de Etheria, — Hogar —, señala a donde está el portal rodeado por la muralla de piedra — Elfos… juntos.
Los guerreros saurio fueron creados única y exclusivamente para la guerra, ellos son las punta de lanza, el fuerte núcleo de los cohortes blandiendo sus macanas y armas hechas de obsinita y se dice que no conocen otra emoción más allás del salvajismo obsesivo, pero tantos años ya le han comprender que Trog es diferente. Capaz de una comprensión cálida como de una insensata valentía.
— No todos están de acuerdo, no comprenden a los elfos con hojas y odian a los pálidos, ¿qué pasa si nos abandonan? ¿O sí nos ordenan retirarnos? —. Pregunta Tek'un. Trog da un pequeño golpe al pecho del eslizón para luego golpear el suyo.
— Juntos —. Repite. Tek'un hubiera querido dar una respuesta pero hay algo que lo inquieta, allá entre los árboles.
— Hay ojos vigilando —. Susurra el eslizón. Trog gruñe y toma su masa se adelanta al eslizón con fuertes pisotones.
Tek'un se arrastra por el suelo con rapidez dejando detrás al fornido saurio mientras intenta percibir algún sonido, captar el lugar de donde sentía aquellos ojos maliciosos. Desde su garganta empieza a emitir chasquidos para llamar a otros eslizones que montan guardia a lo largo de un amplio perímetro formado alrededor del Templo de la Puerta.
Si bien no recibe respuesta, él contínua mientras se adentra en la maleza sabiendo que en algún momento lo escucharán y vendrá el apoyo, así como también que Trog no le pierda el rastro. Pasos presurosos pasan corriendo a sus espaldas. Sabe lo que va a pasar, ha estado en esa situación varias veces. Le aliviaba que no fueran demonios pero lo otro no era mucho mejor. Los skaven dependen de su número y lo único que podía sentir era fastidio al tener que lidiar con ellos aquí también.
Una plaga sin duda.
Agudiza la vista y pasa sus ojos de aquí y allá. La naturaleza manchada por el Caos empieza a hacer efecto en él, la corrupción caótica tergiversa la realidad de aquellos que son susceptibles, no creyó que él lo fuera. Los árboles parecían más altos, sus chasquidos se ahogan en el vacío y como sí algo más que solo miradas lo estuviera acechando.
Un agudo grito lo saca de ese trance y lo hace reaccionar. El ataque del hombre rata es frustrado por un movimiento evasivo del eslizón, el skaven golpea contra el suelo y el eslizón se le tira encima. Garras rasgan piel, pelo y escamas y con la propia arma del skaven Tek'un acaba con la vida de su atacante.
Ahora de dos en dos, tres en tres y más skaven salen de sus escondites abalanzándose sobre el eslizón que rápidamente se ve superado. Los movimientos rápidos y ágiles se notan inútil contra esa marea de ratas con armaduras rojas que lo arañan, lo muerden y lo jalan. Los golpes con sus garras y su cola poco hacen para que logre liberarse.
Los chillidos y risas de las inmundas ratas son calladas al mismo tiempo cuando un rugido resuena por el aire. Trog destroza los troncos de los árboles a su paso, cuando llega a donde está Tek'un da un salto y cae aplastando a algunas ratas bajos sus poderosas patas y otras más encuentran su contundente final con los poderosos golpes del guerrero saurio.
Los manotazos, golpes con la cola y el cierre de sus fauces sobre las gargantas de la plaga skaven le dio un respiro a Tek'un que sacó su daga de obsinita y también empezó a apuñalar y cortar cuellos skaven.
Pero las ratas empiezan a montarse sobre el lomo del saurio maldiciendo y chillando mientra apuñalan las duras escamas del saurio sin mucho éxito y el saurio intenta quitárselos de encima pero más y más empiezan a subirse encima y a salir desde sus escondrijos y lo poca ventaja que el eslizón había tenido desapareció.
Una rata se le tira encima al eslizón, este último la muerde y golpea pero el skaven logra someterlo y tirarlo al suelo y acabarlo pero el eslizón no se dejaba vencer tan fácil a pesar de que en su forcejeo fue pisado una docena de veces por sucias patas llenas de tierra. El skaven se posiciona sobre el eslizón y atenta con clavar su espada curva en la garganta de su enemigo.
Las ratas empiezan a corear el grito de "Muerte a las cosas-lagarto".
Tek'un usa toda su fuerza para que el arma no se le acerque lo más mínimo hasta que siente una sacudida y el rugido desesperado de Trog Kant desplomado sobre el suelo. El skaven ríe con demencia mientras sus ojos brillan con regocijo al contemplar la desesperación de los últimos momentos del hombre lagarto.
Su risa se apagó en seco cuando un dardo se clava en su cuello, ahora el skaven ya no ríe más sino que regurgita quejidos y espuma mientras su cuerpo falla y cae de lado muerto. Muchos más dardos son disparados desde cerbatanas haciendo caer a docenas de skaven en minutos mientras otra docena de rugidos interrumpen los chillidos que pasan de ser burla a chillidos de horror mientras son masacrados por los guerreros saurio que sacan a los skaven de encima de Trog Kant que mientras se levanta abre su mandíbula y atrapa a tres ratas y aprieta rompiendo sus huesos y las arroja hacia un lado.
Los eslizones se mueven con rapidez para matar a los skaven que huyen de vuelta a sus agujeros en la tierra, aunque si bien no logran acabar con todos, la mayoría no logra adentrarse a sus madrigueras y muchos otros entraron y probablemente murieran pues llevaban dardos en su piel y los saurios aplastan y machacan a los roedores esparciendo sus ponzoñosas entrañas por el lugar hasta que solo quedaron los hombres lagarto de pie.
Tek'un siente un alivio ahora que se habían librado pero con esas alimañas pululando por ese mundo sabía que la victoria sería muy difícil de alcanzar… si estaban solos. Si necesitaba una prueba que lo convenciera de que deben cuidar las relaciones con sus potenciales aliados acababa de tenerla. Tendría que hacer un esfuerzo por entender a los elfos verdes y dejar de lado su rencor con los elfos oscuros, aunque eso último costaría mucho.
Tek'un se levanta y se acerca a Trog Kant que está recuperando su aliento.
— Juntos —. Dice el eslizón y el saurio ruge como afirmación.
Cuando Velshakir despertó ya estaba cruzando el umbral de entrada a la ciudad de Naggarond, la ciudad más antigua y grande de los Elfos Oscuros y, posiblemente, el lugar más diabólico de todo el mundo. Tras ser derrotado durante la Guerra de la Secesión, el Arca Negra que anteriormente fuera el castillo de Malekith, encalló en una playa de piedra fusionándose con las rocas ricas en hierro y pizarra de las montañas. Al principio no era más que una simple ciudadela, pero durante milenios, el trabajo de cientos de esclavos humanos capturados la transformaron en la imponente capital del reino de Naggaroth.
Naggarond se alza en las estribaciones de las Montañas de Hierro. La ciudad es una mezcla de mansiones, barracones, templos, pozos de esclavos y callejones retorcidos; todo ello envuelto en un manto de humo perpetuo. Durante días fríos y noches heladas los adoradores de Khaine ofrecen el corazón y la entrañas de sus víctimas aún vivas a los pozos ardientes de su dios hambriento. Y así, el propio aire de Naggarond se llena con la esencia del asesinato.
Naggarond se enrosca sobre sí misma como un dragón enorme, rodeada por una muralla relumbrante. Sus negros muros de piedra tienen una altura de treinta metros y están atravesados por cuatro grandes entradas con puertas de hierro bruñido de quince metros de alto. Sobre la muralla pueden distinguirse cientos de altas torres erizadas de púas de hierro sobresaliendo de ella hasta el doble de la altura de los muros, de modo que pudieran dejar caer nubes de flechas y pesadas piedras sobre cualquier invasor.
En lo alto de estas torres ondean los oscuros estandartes del Rey Brujo, pintados sobre las pieles de las víctimas sacrificadas a Khaine. Las cabezas cortadas y otras partes del cuerpo que pertenecían a los que han disgustado a Malekith son clavadas en los pinchos de las almenas como un recordatorio de lo que sucede a quienes niegan la voluntad de Malekith, y cientos de cadáveres putrefactos y de esqueletos destrozados por los cuervos dan la bienvenida a quien atraviesa sus puertas.
Todas las ciudades Druchii son lugares laberínticos y traicioneros, llenos de callejones sin salida y giros confusos destinados a atrapar y matar a los incautos, pero Naggarond no se parece a ninguna otra ciudad. Una vez dentro de las murallas, no hay puntos de referencia a partir de los cuales uno pudiera orientarse; casi todas las calles acaban en una encrucijada que conecta con otras tres vías que siguen direcciones impredecibles. Ninguno de los edificios tienen señales o sigilos que indiquen qué era, y apenas se pueden encontrar plazas de mercado.
Pocos caminan descuidadamente por esas calles. Se puede estar caminando durante horas a través del laberinto, sin más compañía que los ecos de sus pasos. Apenas se puede ver a un solo ser vivo a lo largo del recorrido: ni ciudadanos ni guardias de la ciudad, ni borrachos ni ladrones, ni oráculos de pacotilla ni degolladores. Aquellos que buscan sacrificios no hacen distinciones de rango o lealtades ya que la sed de Khaine se puede saciar por igual con los Príncipes Oscuros de más alto rango o con los esclavos más abyectos. El asesinato y el robo son moneda corriente, ya que el Rey Brujo tolera cualquier acción, excepto aquellas que molestan a su gobierno. De hecho, Malekith provoca la discordia ya que la anarquía sirve para purgar a los débiles y hacer más fuerte a su gente. Es por ello que incita el conflicto entre las nobles casas, provoca la revuelta de innumerables legiones de esclavos y anima a las Brujas de los cultos de muerte a lanzarse a la garganta unas de otras. Semejante agitación deja frecuentemente a Naggarond en ruinas, pero al Rey Brujo no le importa siempre y cuando los débiles parezcan y los fuertes sobrevivan.
Hay otras tres murallas defensivas que subdividen la ciudad, cerradas a su vez por otras tres pesadas puertas de hierro. Altas casas silenciosas parecen pegarse con fuerza contra ambos lados de esas murallas interiores. Da la sensación de que, al ser la primera de las seis ciudades, Naggarond había crecido a trompicones a medida que prosperaba el reino, expandiéndose más allá de sus propias murallas una y otra vez, hasta quedar con tantos anillos como un viejo árbol nudoso.
Naggarond está rodeada de una nube de humo perpetua que procede de los altares de sacrificios de Khaine, el Dios del Asesinato. Sobre estos altares, las sacerdotisas Elfas Brujas destripan a humanos y Elfos. Arrancan los corazones de sus víctimas cuando aún están vivos y después les arrancan las entrañas mientras gritan de horror, lanzándolas a las llamas de los sacrificios de su sangriento dios. La sangre fluye día y noche, y en ningún otro lugar se honra tanto a Khaine; tan solo la ciudad de Har Ganeth, donde el pavimento es lavado diariamente con sangre, puede compararsele en número de sacrificios.
En el interior de estos muros impenetrables, la ciudad asciende de altura progresivamente hasta las laderas de las montañas, en cuyo centro se erige la Torre Negra del Rey Brujo, desde donde Malekith gobierna su reino con mano de hierro. No se trata de una única fortaleza sino de una ciudad dentro de otra, pues la fortaleza original se ha ido extendido con sus muchas torres más pequeñas y un laberinto de palacios, muros y almenas que la recorre por sus lados más escarpados, apiñándose tras sus murallas. Se trata de una. Una corona de magia oscura pende sobre el pico más alto de la torre.
En el centro de la ciudad se alza la Torre Negra. Aquí moran los nobles más cercanos a Malekith, un honor que aporta riqueza y patronazgo, pero también peligro.
El bastión central de esta torre pertenece en exclusiva a Malekith y nadie, excepto la Guardia Negra de Naggarond puede entrar sin el permiso del Rey Brujo. No se permiten linternas ni antorchas en su interior y, aunque nunca lo admitiría, el Rey Brujo hace tiempo que se muestra turbado por una simple llama. Muchas de estas habitaciones y pasillos yacen en tinieblas y otros se encuentran levemente iluminados por sellos sangrientos. Pocos Elfos Oscuros entran en esas cámaras sin un motivo urgente, ya que se encuentran llenas de una inconfundible melancolía. Cuando se fundó Naggarond, el Rey Brujo pretendía que esta ciudadela fuera rival del refinamiento y esplendor de las mayores mansiones de Ulthuan. Sin embargo, conforme se sucedían los milenios, Malekith perdió el aprecio por las fruslerías y las indulgencias. Las cámaras inferiores que antaño relucían y donde resonaban las risas de los cortesanos y sus acompañantes, ahora están desoladas, llenas de telarañas de un silencio inquietante. Únicamente se mantienen las glorias del pasado en las Cámaras superiores. Allí, el Rey Brujo reúne a su corte y hace sus planes contra la odiada Ulthuan rodeado del tesoro saqueado por todo el mundo.
Las puertas de este lugar son abiertas bruscamente mientras Velshakir maldice y patalea mientras es arrastrada y arrojada al suelo por Kouran que sin decirle nada ni dirigirle la mirada sale azotando la puerta una vez más dejándola ahí sola… con él. Todos los insultos e improperios vociferados por la corsaria se ahogaron en su garganta al sentir aquella presencia que la observaba desde su trono de hierro.
La cámara del concilio es un espectáculo especialmente horrendo. Su techo abovedado se pierde en las sombras y sus muros están cubiertos de tapices tejidos con cabellos ensangrentados. Los contrafuertes tallados a semejanza de dioses crueles observan desde los muros con ojos ardientes en la oscuridad. En el centro de la habitación se encuentra una enorme mesa circular labrada en obsidiana. A su alrededor se encuentran un centenar de sillas de hueso ennegrecido y piel desollada. Algunas solo se ocupan cuando se reúne el concilio. Otras están ocupadas permanentemente por sus antiguos propietarios muertos tiempo atrás al disgustar a Malekith.
El trono de hierro de Malekith se alza en la cabecera de esta mesa, pero él prefiere merodear a su alrededor de tal forma que nadie pueda estar seguro de donde mira. Pero ahora su oscura figura yace sentada con su cabeza apoyada en su mano mientras la respiración se filtra por la máscara con una perpetua expresión de rabia que hace ver al elfo como si el propio Khaine caminara por el mundo.
— ¡Malekith, mi señor! Sé que debí… —, su voz es acallada una vez más mientras siente una horrible presión en su pecho y su espalda que llega hasta cuello, cortándole la respiración. Sus piernas quieren fallar pero no cae al suelo.
Sus miembros se sienten rígido y puede sentir como su cuerpo se eleva por encima del piso mientras desde su posición puede ver el brillo verde los ojos verdes de su señor como si de dos vetas de piedra bruja incrustadas en roca negra se tratasen.
— Allá afuera podrás hablar y comportarte como si fueras alguien importante o como si fuera tu igual —, dice Malekith mientras se levanta de su asiento con la mano extendida manipulando la magia sobre la figura de Velshakir, — Pero aquí vas a recordar tu lugar y dirigirte a mí como es debido —, un hilo de sangre brota de la nariz de Velshakir —, ¿O es que acaso has olvidado tu deuda conmigo?
Finalmente la libera y cae sobre sus rodillas, ella intenta recuperar el aliento y ponerse de pie rápidamente, no iba a verse débil; no frente a él.
— Jamás. Lo tengo presente, todos los días —. Hay amargura en su respuesta.
— Ahora, podrías explicarme… —, Malekith se acerca a la mesa circular y jala una silla donde yacen uno de los cadáveres carcomido hasta los huesos que se deshacen y caen al suelo, — ¿Qué te hace pensar que puedes volver sin antes venir a informarme sobre lo que ocurrió?
La sumisión tendría que ser su mejor carta a jugar en esa situación, pues el Rey Brujo siempre ha sido un monarca volátil, generoso cuando la fortuna le sonríe y terriblemente despiadado cuando no obtiene lo que quiere. Sabía que tenía que decir para salir indemne de ahí pero lo que importaba es que Malekith lo creyera conveniente para él.
Tuvo que pensar milimétricamente sus palabras al momento de hablar lo que pasó con los hombres lagarto y los elfos silvanos para no irritar al Rey Brujo y considerara sus acciones como traición, tanto como para los suyos o contra él personalmente. Durante todo el relato Malekith solo se dedicó a caminar alrededor de la mesa del concilio sin decir nada, solo escuchando mientras que ella solo miraba hacia al frente con expresión neutra para no levantar ninguna sospecha sobre ella y sus verdaderas intenciones.
Odiaba hacerlo, pero debía complacer a Malekith haciendo quedar a los hombres lagarto y a los elfos silvano como meros ignorantes supersticiosos siendo guiados por creencias fundamentadas en la fe hacia sus dioses mientras que ella planteaba su plan como una forma más en su eterna guerra contra Ulthuan.
— Mi intención no era escapar de mi deuda con usted, mi señor. Solo quería recuperar lo que es mío —. Finaliza Velshakir.
Al mismo tiempo que Velshakir terminó su explicación, Malekith se detiene y queda parado detrás de ella proyectando una sombra que engulle la figura sentada de la druchii que trata de mantener su expresión neutra mientras ve la sombra los cuernos del yelmo de la Armadura de Medianoche de su señor.
El dominio de Malekith sobre la magia es tan grande que se preguntaba que ya habría escudriñado en su mente averiguando lo que quería hacer realmente en ese mundo.
— Hay algo más en tu mente —, a Velsahkir se le hiela la espina dorsal al escuchar esas palabras, — Algo que va más allá de débiles supersticiones y una simple Arca Negra. Algo sobre tí misma, lo he escuchado entre tus palabras. Algo relacionado a los dioses —. Velshakir se relaja después de lo último.
— Majestad, me envió después de algo que vieron las brujas en sus visiones. No quiero ser un objeto que los dioses usan y luego desechan —. Dice Velshakir. La mesa de obsidiana se estremece por el golpe de su señor sobre la misma.
— ¡Lo que los dioses o tú deseen no importa! Dices que tienes presente tu deuda conmigo, ¡entonces vas a cumplir lo que yo demande! —, la obliga a ponerse de pie y a encararlo, — Arrasa al Caos y envíalos de vuelta a su retorcido reino, expulsa a los lagartos y extermina a los elfos silvanos y ¡asegura nuestro dominio en ese mundo! —, Malekith calma un poco su genio y continúa, — Aprovecha el tiempo que llevan los lagartos en ese mundo para conocer el terreno e instalarse ahí. Aprovecharemos sus recursos y si queda alguien vivo ahí se rendirán ante sus nuevos amos. Lo preferirán antes que a cualquier paladín caótico. No puedo permitir que Malus escape de mi vista y Hellebron convertiría todo el mundo en un altar a Khaine, así que tú vas a hacerte cargo.
Velshakir reprime su sonrisa de satisfacción al escuchar aquello.
— Partirás de inmediato, llevarás las tropas y recursos necesarios hasta que se adapten y se asienten en ese lugar. No podrán ganarse nunca la confianza de los otros y no cometerás el error de confiar en ellos. Serán otro medio para nuestro verdadero fin, asegura un bastión desde una posición para dirigir todo en ese mundo. Asegúrate de conseguir los conocimientos para crear una puerta como la que hicieron los Hombres Lagarto, y espero saber lo que pasa cada cierto tiempo. ¡No vas a fallarme!
— Aún hay algo que debo hacer antes de irme —, Dice firmemente Velshakir haciendo que Malekith se voltee con brusquedad, — No marcharé hasta que tenga lo que es mío.
El cuerpo roto del estaliano cae con la espalda destrozada por los latigazos dados por sus crueles amos mientras Ahtered se vuelve a recostar en su silla con la respiración algo agitada.
— Te advertí que tuvieras cuidado con la copa —, dice mientras pasa un trapo por la mesa, — He de admitir que la capitana tenía razón. Este vino es excelente.
Meses Ahtered había planeado deshacerse de Velshakir para ocupar su puesto y la fortuna le favoreció cuando la capitana empezó su viaje en Norsca. Se dio el beneficio de esperar un día después de la partida de Velshakir para zarpar de vuelta hacia Naggaroth y empezar su ascenso entre los corsarios druchii.
Había regresado hace poco a Karond Kar y quería celebrar su nuevo puesto. Con el tiempo él podría llegar a liderar incursiones sobre Ulthuan, grandes planes se gestaban mientras se sirve una copa de vino.
La copa no llega a tocar sus labios pues un virote le impacta en su hombro derecho, todo los presentes en lugar si giran hacia la entrada y ven una figura delgada parada en el umbral con una ballesta en las manos. Sin decir entra a la habitación acercándose hacia la mesa donde se preparaban para degustar un festín.
Todos se levantan de sus asientos y desenvainaron sus armas al reconocer quien era la que estaba ahí parada. Tres espadas chocaron al mismo tiempo, Velshakir patea a uno de sus atacantes haciéndolo caer mientras burla los ataques de un cuarto atacante, su espada corta la garganta de uno y apuñala el estómago de otro. Aquel al que había pateado no alcanza a hacer algo más cuando la espada de Velshakir atraviesa su cara en seco, la druchii vuelve a blandir su arma. El característico sonido de acero contra acero vuelve a escucharse por al menos un minuto más mientras las maldiciones y gritos se escuchan por la habitación mientras Velshakir los enfrenta con expresión neutra. Al parecer deshacerse de los traidores no es tan satisfactorio como creyó.
Algunos tajos certeros hacen que la sangre manche el suelo y las paredes mientras Ahtered se saca el virote del hombro cuando la sombra de la druchii se alza delante de él con una expresión de decepción en su rostro.
— Esto… no valió mi tiempo. Son patéticos, ¿cómo permití que formarán parte de mi tripulación? —, dice Velshakir mientras clava su espada en la pierna del traidor para después empezar a arrastrarlo hacia afuera, — Pero esta arca es de mi propiedad. A todos ustedes, miserables ratas, los mataría a uno por uno pero… —, hay un silencio siniestro mientras salen de la habitación, — Elfas brujas, Guardia Negra, Hidras, Lanzavirotes destripadores, Caballeros de Gélido, Manticoras, Verdugos, Asesinos, Segadores del cielo; todas esas tropas a mi cargo, todos los que puedan entrar en esta arca y en otras dos para llevar la guerra a otro mundo. No puedes ni imaginar como me hace sentir eso. Matarlos a ustedes solo es un pendiente más en una lista. Ya no toleraré más otro minuto más de esto.
Velshakir lo arrastra hasta la orilla y desde esa altitud lo arroja hacia el frío e inclemente mar solo para suspirar con alivio mientras desde el muelle se oye como se vociferan órdenes mientras más y más tropas se subían por órdenes expresas por el Rey Brujo.
Sabía que el viaje en arca desde Karon Kar hasta Lustria y atravesar la selva le llevaría varios días pero no le importaba. Tiene una pequeña flota de Arcas Negras a su disposición, unos cuantos cientos bajo su mando al igual que varios recursos para meses. Malekith estaba bastante más interesado para haber movido a tantas tropas en tan poco tiempo.
Camina de vuelta hacia donde acababa de matar a los traidores, pasando por encima de sus cuerpos para sentarse a la cabeza de la mesa. Escucha unos gimoteos y ve al estaliano aún con vida.
— Bueno, no te vas a quedar ahí, ¿o sí? —, dice mientras se sirve un trago, — Sácalos de aquí y limpia este desastre.
Millhadris emergió del bosque con un paso firme y la frente en alto con una mirada de ardiente determinación.
Millhadris se había vuelto a poner su armadura de la Guardia Eterna pero su yelmo había desparecido dejando su largo cabello rubio suelto hasta sus hombros y al llegar al Claro del Rey se encuentra con un escenario pavoroso para todos aquellos que sean declarados enemigos por los elfos.
Números y números de soldados de diferentes unidades y rangos se reunieron en el Claro del Rey respondiendo al llamado de su reina.
Caballeros de lor Reyes de los Ciervos, bestias mágicas que están estrechamente vinculadas a los bosques más antiguos. Se dice que cuando uno abandona su oscuro cobijo arbóreo, señala el inicio de una época portentosa y de que se van a realizar grandes hazañas. Forestales, los guardianes de las sendas que llevan a Athel Loren, son silenciosos y mortíferos centinelas; Miembros de la Guardia Eterna de los doce feudos de todo Athel Loren.
Guardias del Bosque, que son las tropas más numerosas de su ejército. Jinetes Salvajes, que son los guardianes de las sendas que llevan a Athel Loren, son silenciosos y mortíferos centinelas. Hermanas de la Espina, en muchos aspectos, son el reflejo de los Jinetes Salvajes de Kurnous, una hermandad dedicada a la hechicería y la sabiduría allí donde los siervos de Orión sólo conocen la gloria de la caza.
— Nuestra Reina me ha pedido que lleve a otros como yo conmigo. Solo dos aceptaron, y todos los demás están aquí porque nuestra reina así lo ordenó —. Aegnir la recibió.
— A muchos les gustaría no tener que ir a la guerra nunca. Pero el mundo es el que es —. Responde Millhadris.
— Tardaste mucho —, dice Aradis extendiéndole su yelmo, — Temía tener que ocupar tu lugar en todo esto —, Millhadris toma su yelmo.
— Jamás huiría de mis responsabilidades. Además, podría decirse que yo inicié esto —. Se coloca su yelmo y se acerca hacia el centro del lugar. Pronto un cuerno se escucha desde los árboles llamando la atención de todos en el claro.
De entre la flora emergen al menos cinco compañías de Bailarines Guerreros con Caelir a la cabeza. Las miradas de muchos se centraron en los recién llegados, algunos llegando a murmurar entre ellos mientras Caelir se acerca Millhadris.
— Los Caminos de Loec podrán ser extraños y confusos pero eso no significa que carecemos de propósito —, hace una pequeña reverencia, — Estamos a sus órdenes, Millhadris, Guardiana Eterna.
Un brillo de gran belleza se alza sobre los elfos. Un par de grandes alas de polilla se extienden de lado a lado mientras una ominosa voz se hace escuchar para todos.
(Suena "Gilraen's Memorial" - Howard Shore)
— Se les ha encomendado una misión de la que no todos estarán de acuerdo. Pero la probabilidad de que el destino de Athel Loren y el mundo dependa de lo que se logre en el Mundo Más Allá. Les deseo éxitos y espero que encuentren la fuerza para enfrentar lo que se avecina —. La voz de Ariel hizo sentir una extraña paz en Millhadris y mientras la reina baja de nuevo a tierra las Raíces del Mundo se abren para darles paso hacia Lustria y un futuro incierto.
Tek'un recibió la noticia de la inminente llegada de tres Arcas Negras a la costa de Lustria pero se le habían adelantado y enviaron a emisarios para recibir a los elfos oscuros mientras que por otro lado una escolta de saurios traían a los elfos silvanos. Le hubiera gustado hacerlo él mismo para aminorar tensiones entre bandos pero las tareas en aquel mundo se habían incrementado desde la emboscada skaven.
Ahora sentía como si los vigilaran desde todos los lados, cientos de ojos que planeaban como acabar con ellos. Sentía que dependía de él que esta alianza funcionara y lograran ganar. Él tenía su propio plan, al igual que los elfos, debía hacer que esos planes convergieran en una sola causa común. Implicaba que creía que podía cambiar los modos de los elfos oscuros. Era algo peligroso y más le valía que valiera la pena o en su defecto, asegurarse de que lo que planearan, fuera mas dañino para los ejércitos del Caos que para ellos.
Antes del anochecer dos grandes ejércitos extranjeros llegaron a la Ciudad-Templo de Huatl.
— He perdido a muchos de los míos en esa jungla en el pasado pero ahora parecía que se abría a nuestro paso —, comenta Velshakir con una orgullosa sonrisa con Ahuran y Alas Negras a su lado, — ¿Estaban esperándonos?
Los ojos furiosos de los hombres lagarto juzgaban y dudaban de cada uno de los druchii mientras guardan su recelo con los elfos silvanos quienes a su vez demostraban su desagrado de estar en ese lugar con sutiles gestos, pues, ciertamente, no les gustaba tener los pies embarrados por lodo increíblemente denso. Mientras los druchii mantenían sus expresiones detrás de sus yelmos mientras la elfas brujas pasaban su mirada de aquí a allá con ojos deseosos y orgullosos, mientras las hidras enjauladas enseñan su colmillos a los intranquilos estegadones.
— La Reina Hechicera Ariel ha enviado a su gente para iniciar una guerra contra el Caos. Haremos lo necesario para que esta alianza crezca fuerte contra nuestro enemigo —. Declara Millhadris.
— El Rey Brujo Malekith ha permitido esto bajo ciertas condiciones que debemos discutir después —. Habla Velshakir.
— Los Magos Sacerdotes Slann han dejado que pisen nuestra tierra y nuestras Ciudades-Templo. Haremos lo que sea para que el Caos no consuma nuestro mundo y cumplir con lo que debamos en el Mundo Más Allá… juntos —. Afirma Tek'un Uman.
Sin nada más que decir los tres líderes dan la orden para que sus tropas avancen hacia el portal que brilla como una estrella caída al cielo que inspira valor y miedo al mismo tiempo donde cada raza presente labrará su destino.
Varios guerreros sostienen sus armas con fuerza, mientras que otros miraban una y otra vez a los demás ejércitos esperando alguna traición. Las bestias de guerra y monturas estaban inquietas, mientras que los carruajes y caravanas con recursos de los Asrai y los Druchii se preparaban para construir sus respectivos campamentos y bastiones para librar la guerra. Una alianza imposible y aún inestable se halla entre las tres razas, y hará falta algo que las mantenga unidas contra la tormenta.
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Su cuerpo le dolía. No podía pensar en otra cosa que no fuera que estaba rota por completo mientras una sensación parecida al fuego consumía su brazo mientras creía ser acechada por serpientes, el frío de la muerte cerniéndose sobre ella. Sentía sangre correr por sus manos mientras una rabia de origen desconocido le agitaba la respiración y un cuerno de caza retumba en su cabeza.
Sobre ella solo escucha clamores de victoria pidiendo sangre y cráneos.
Fue solo entonces que se puso de pie y caminó.
