Capítulo 2: Consciencia

Yo me notaba muy raro. Realmente podía notarlo y al mismo tiempo no. Estaba en una especie de trance. Me habían dado un chute de algún tipo de droga. Varios minutos después de que la droga estuviera en mi torrente sanguíneo. Aún estando inconsciente podía sentir ese jodido ardor recorriendo mis venas, de arriba abajo y por todo mi cuerpo. Era horrible, como si me estuvieran metiendo en una hoguera. De repente ese ardor paró, de golpe, como si se hubiera acabado el combustible que alimenta una vela. Abrí los ojos y solo vi un mundo blanco. Sin horizonte, ni sol, ni cielo, ni tierra. Un mundo totalmente blanco, cual sala de torturas. Yo no podía distinguir si estaba despierto o no, si estaba en una especie de sueño o en el mundo real.

Un fortísimo ruido resonó en toda esa especie de sala. Me tapé los oídos todo lo fuerte que pude, intentando impedir que ese estridente sonido penetrara por mis tímpanos. Fue en vano. Caí de rodillas al suelo, con las manos en mis oídos y con un importante dolor de cabeza. Era peor que las pruebas de adiestramiento de Umbrella. Casi prefería flagelarme yo mismo a seguir sufriendo el dolor que me provocaba ese condenado sonido. De repente, el sonido desapareció. Así como empezó, se fue. Yo me incorporé, poco a poco, pues me temblaban muchísimo las rodillas y estaba jadeando, de la fatiga y el cansancio. Era como si me hubieran consumido toda mi energía vital. No pude recomponerme del todo y me quedé a cuatro patas en el suelo, jadeando y sudando como un pollo. Pasaron unos dos o tres minutos, tal vez alguno más pues medir la noción del tiempo en ese entorno blanco, sin referencias, era imposible. Pude recomponerme del todo. Me vino una explosión de imágenes, de repente, como si fueran flashbacks de mi pasado. Fui caminando entre esa retahíla de recuerdos e imágenes hasta detenerme en uno concreto que había conseguido captar mi atención.

Estaba cara a cara con aquella imagen, flotando. No se apreciaban ni cables ni conexiones propias de una pantalla o de algo parecido. Era muy extraño. Di un par de pequeños pasos al frente, para acercarme un poco. Yo era un manojo de nervios, temblaba como si fuera un flan o una gelatina en un plato. Una sensación de tristeza, agonía, mezclada con indiferencia y distancia me envolvió y me removió las entrañas. El recuerdo se reprodujo. Era en una misión, no especificada, como si fuera una especie de construcción ficticia para aterrorizarme. "Esto no puede ser real". Me repetía una y otra vez en mi mente. Un eco profundo invadió aquella sala y esas palabras que pronunciaba, en mi sepulcral silencio, retumbaron por toda la sala, como si las escuchara a través de un altavoz. Yo me quedé contemplando la escena. Me veía a mí mismo, como si estuviera frente a un juicio y me estuvieran exponiendo una grabación de culpabilidad.

Era una de tantas misiones realizadas. No tenía mucho en especial, ni siquiera parecía diferenciarse a algunas escenas que ya había visto. Pero no, algo captó mi atención. Me veía a mí mismo, a sangre fría, pasando a cuchillo a mucha gente inocente. Parecía disfrutar de ello, una sonrisa se le escapó al protagonista de aquellas acciones en esas imágenes. Era como si se regodeara en el morbo de ver tanta sangre, parecía disfrutar de ello. Yo solo sentía indiferencia. De pronto la escena se detuvo cuando el chico de la imagen miraba directamente a mis ojos. Era como si estuviéramos frente a frente.

Pude vislumbrar todo de él, pues era un chico alto, probablemente medía un metro y setenta y seis centímetros y tenía una apariencia bastante joven, creo que podía tener dieciséis años, con un sedoso cabello rubio, corto y con entradas en la zona derecha, también estaba bien peinado hacia la izquierda, tenía como unas mechas negras en esa zona de la derecha. El pelo dejaba entrever los rasgos de su cara, una nariz mediana, unas orejas echadas un poco hacia atrás y unos labios carnosos y bien definidos. Esa disposición del cabello de aquel chico dejaba entrever varias cicatrices en la cara, en el hemisferio derecho de la cabeza. Era una gran cicatriz que salía de la zona del pelo hasta la ceja, en vertical. Se fusionaba en la zona del ojo con una mancha de igual color que le rodeaba todas las comisuras, el párpado y debajo de la ceja. La cicatriz se prolongaba hacia abajo, hacia la zona del cuello, y allí desaparecía como el Sol en el horizonte. El resto de su cara presentaba muchas marcas de arañazos y pequeñas cicatrices, como si fuera una señal eterna de todas las misiones y situaciones extremas vividas, como si fuera una condena para recordar todo ese pasado para que jamás cayera en el olvido. También apreciaba como un tono metálico en su oreja derecha, en la zona del lóbulo y parte de la zona exterior. El resto de los rasgos estaban bien definidos, al igual que la barbilla. Por lo general era un chico bastante guapo, pero irradiaba una sensación muy sombría, como si tuviera una importante carencia de emociones y sentimientos.

Yo seguía contemplando al chico, de arriba abajo. Llevaba, también, una vestimenta muy extraña. Un traje un poco apretado que hacía que se le marcase la musculatura, la poca que tenía, pues estaba definido, pero no era exagerado. Parecía una ropa bastante cómoda, esa especie de malla de color negro estaba coronada con una cremallera y dos rectángulos de color turquesa muy brillantes. La zona de las mangas era un poco más ancha y estaba decorada con trazas de color rojo y turquesa, culminados con el logo de Umbrella, el octógono rojo y blanco, en la zona de los hombros, así como un par de abrazaderas metálicas que le cubrían ambos brazos, entre la muñeca y el codo. Por la espalda se asomaba un mango cubierto como de cuero y cuerdas de color marrón, que estaba sujeto a un par de correas con velcros abrochadas a ambos lados de los pectorales. Presuponía que el mango era de una espada. También tenía unos pantalones negros como de malla, con una fina red de acero muy metálico que los recubría. Se le sujetaba un cinturón con varios espacios para cartuchos y armas y unas botas bastante gruesas, en conjunto con todo el traje, con los cordones de color rojo y blanco.

Yo me quedé mirando fijamente al chico de la imagen. Solo podía centrarme en sus ojos azules. Eran de un tono azul verdoso, aunque el de la derecha era bastante más brillante, como de un azul eléctrico. Esa mirada penetrante, era como si también me estuviera mirando a mí. De pronto el chico lanzó como una pequeña sonrisa, era una leve curvatura de sus labios, como si me estuviera diciendo que me acercase. Me intrigaba demasiado. Yo estaba realmente fuera de mis casillas. No entendía absolutamente nada y, para colmo, no era capaz de percibir la realidad, de si estaba vivo o muerto, de si estaba delirando o bien me había vuelto loco del todo. El corazón me latía a mil por hora, estaba temblando de miedo.

—Acércate —dijo el chico con una voz bastante imponente.

Yo me acerqué poco a poco, dando pasos cortos pero constantes. Me temblaba todo, aunque yo realmente me resignaba a tener miedo, era lo que me invadía de arriba abajo. Agudizaba todos mis sentidos en señal de precaución, como si fuera una presa siendo acechada. Estaba a un metro, más o menos, de esa extraña imagen. Desde ahí yo podía contemplar a la perfección algunos rasgos en su ojo derecho, como si fueran de metal, en la zona de aquella extraña mancha oscura. Él también se acercó un poco, o al menos eso percibí yo de primeras, era como si fuera una especie de espejo acuoso o líquido.

El chico, de repente, soltó una sonrisa mucho más amplia, más macabra, como si expulsara odio y rabia por todas partes. Era espeluznante, y un escalofrío recorrió mi cuerpo a la velocidad de la luz. Yo acerqué mi mano derecha, lentamente, para tocar la superficie de ese extraño espejo. El chico hizo lo mismo. Cuando toqué esa pantalla salieron un par de ondas, como si fuera agua o algún líquido. Era un poco viscoso. Ambos tocamos nuestras palmas de la mano, y yo podía sentirlo, como si estuviera ahí conmigo, aunque fuera imposible.

Acto seguido un extraño viento me azotó en la cara y el paisaje que yo veía en el reflejo se tonó horrible. Todo seguía siendo blanco excepto la imagen. Una ciudad completamente arrasada, carente de vida, sin árboles, con edificios desnudos cual maniquíes, como si estuvieran agonizando. Se veían bien las vigas y los escombros, algunos muros que aguantaban de pie a duras penas. Se libraba una batalla a espaldas del chico. Se podía divisar un eco desgarrador en cada explosión. Un shock estallaba para dar paso a una falsa calma, pues el humo que salía de los cráteres era muy negro. Parecía que transportaba los sollozos y gritos de dolor, de rabia, de odio, de la gente que estaba pereciendo. Pronto la luz del Sol se volvió más tenue. El espeso humo hacía que no penetrara, y que todo se volviera más apocalíptico. Los sonidos de las balas penetraban en oídos de forma incesante, al igual que los gritos de agonía. Yo solo podía mirar, atónito, esa cruel y terrible escena. Era el incesante rodillo de la guerra. Una carnicería realizada en nombre de las poderosas corporaciones. Yo bajé la mano lentamente al mismo tiempo que una sensación, desconocida para mí, me invadió: era la tristeza.

—¿Lo sientes? —dijo el chico en un tono amable clavando su mirada en mí.

—¿Qué quieres decir? —respondí confundido y nervioso.

—¡¿Lo sientes?! —repitió de nuevo el chico rubio, esta vez con más rabia y odio que nunca—. Es tu jodida creación —continuó con una voz más furiosa.

Yo di un paso hacia atrás. Estaba realmente confundido y no alcanzaba a procesar la información que estaba lanzándome aquel joven. "¿Creación?" pensé yo. Realmente estaba abrumado y superado por aquella reacción. Sentía el miedo correr por mis venas, aunque también lo compensaba una gran cantidad de adrenalina que me seguía manteniendo en una alerta constante.

—No voy a dejar que te olvides, Elián, que nos olvides —afirmó el joven.

—¿Elián? —respondí confundido, pero manteniéndole la mirada.

—¿Has visto lo qué me has obligado a hacer? —prosiguió el chico con una mirada amenazante y manteniendo el tono de rabia.

—Sigo sin saber a qué te refieres —concluí entre murmuros.

—Tú me obligaste a matarlos —decía el chico dejando escapar una leve y macabra carcajada, como si estuviera poseído por la locura.

Yo aparté la mirada e hice un gesto de disconformidad, pues esa risa estridente me punzaba los oídos como si fueran finas y pequeñas cuchillas atravesando mi piel. Un sentimiento de rabia e ira hacia ese chico provocó que cesara mi reticencia y yo pasara a estar en una fase de descontrol absoluto.

—¡Basta! —exclamé con rabia mientras fruncía mis cejas y entrecerraba un poco los ojos, lanzando una mirada asesina a ese chico, que aún se reía con mis palabras. Ni siquiera sé quién cojones eres, pero no voy… —no pude terminar la frase porque me interrumpió el joven desde el otro lado del espejo.

—Yo soy tú —replicó. Y tú me has obligado a matarlos, estás lleno de odio y locura —concluyó el chico entre esa macabra risa.

—No… no… puede… ser… —dije entre incredulidad y negación. No estaba dispuesto a aceptar eso, de ninguna manera. ¡Deja de jugar conmigo! —exclamé con rabia.

De las manos del chico empezó a gotear sangre, al mismo tiempo que volvió a esculpir esa sonrisa, como salida de una película de terror, y esa carcajada macabra.

—No has entendido nada —me recriminó el chico en tono afable.

Yo seguía mirando a aquel chico que decía ser yo. Una ola de perplejidad me asaltó de improvisto, aunque yo seguía renegando esas palabras en mi mente. Di por hecho que había terminado de enloquecer. Volví la mirada hacia las manos del chico, al igual que él se fijaba en las mías. Seguí el color rojo intenso de la sangre que goteaba de sus manos, la cual no llegaba al suelo porque, por suerte para mi cordura, seguía siendo solo en esa especie de proyección. Aunque me equivoqué. Un charco de sangre brotó en el suelo, tiñendo el blanco suelo de un carmín intenso. Miré a mis manos de forma nerviosa, pues empezaba a entender las palabras del chico. La imagen también imitaba mis gestos. Levanté mis manos, a la altura de mis pectorales, y las contemplé con recelo e incredulidad. Mis manos se cubrieron de sangre, igual que las del chico, y goteaba exactamente igual.

—¿Lo sientes ya? —volvió a redundar el chico, con más rabia aún.

—¡Basta ya! —le volví a responder, gritando, con voz temblorosa, casi sin creerme lo que yo mismo decía.

El chico volvió a clavar su mirada en mis ojos y volvió a soltar esa maldita risa acompañada con la ya característica sonrisa macabra. el joven balbuceó un par de palabras, las cuales yo no llegué a escuchar. Me volví a encerrar en mis pensamientos, tratando de cavar una cueva muy profunda para intentar refugiarme de toda la situación en la que estaba envuelto. Estaba totalmente sobrepasado y abrumado, era como si recibiera un montón de puñaladas en el costado y por la espalda, un dolor punzante que me hacía gritar por dentro de mí, como si estuviera en una puñetera prisión.

Volví a alzar la mirada al joven. Él hizo lo mismo. Sin embargo, esta vez él levantó sus manos, con las palmas orientadas hacia la cabeza. Inexplicablemente yo hacía lo mismo, como si hubiera una extraña fuerza que tirase de mí. Eso me confirmaba que no estaba loco, o quizás sí. El chico, que se autodeterminaba Elián, hundió su mentón en sus sangrientas manos, al mismo tiempo que lo hacía yo también. Unos segundos después dejó ver su nuevo rostro. Su pálida piel ahora tenía un montón de sangre por la cara, y sus ojos se tornaron de un rojo muy intenso, macabro, como si fuera una escena de película de miedo. El chico soltó un potente grito que penetró intensamente en mi cabeza, y retumbó por todo mi cuerpo.

—Los has matado a todos —gritó de forma agonizante —. No ha quedado nadie vivo —prosiguió mientras cerraba fuertemente los puños —.

Yo solo le miraba. Estaba rozando un estado de locura intensa. No sabía si correr, gritar, llorar o intentar darle un puñetazo. Estaba totalmente paralizado. No sabía qué hacer.

—Somos un monstruo, Elián —volvió a hablar entre sollozos mientras dejaba entrever lo que parecía un cadáver humano, al mismo tiempo que sostenía una espada ensangrentada en su mano izquierda.

Clavé la espada en el suelo mientras contemplaba la escena. Seguía incrédulo, sin saber procesar esa información ni entender lo que estaba pasando. Intentaba recordar ese suceso, pero mi mente no quería devolverme ningún recuerdo. Era como si muchos de mis recuerdos se hubieran quedado encerrados en un cajón bajo llave. Volví a mirar mis manos, las cuales seguían cubiertas de sangre. Una lágrima corrió por mi mejilla izquierda como si fuera un puñal rasgando mi cara, una lágrima de un color intenso, oscuro, dejando un leve rastro de sangre por dónde se deslizaba. Sentía mucho dolor, pero no podía comprender ese sentimiento. En ese instante se levantó una gélida brisa. Me abracé a mí mismo para cubrirme del frío y caí sobre mis rodillas, intercalando miradas hacia el suelo y hacia el chico. Las emociones que estaba sintiendo se entrelazaban las unas con las otras. Todo era un mar de sentimientos, aunque predominaba la ira, la rabia y la tristeza. Estaba nadando entre dos mares, entre emociones que no había sentido antes y muchísima rabia y dolor. Entre resignación e incredulidad inhalé una bocanada de aire y grité con rabia.

—Aaaaaaahhhhhh —dije soltando un grito liberador mientras miraba al suelo a cuatro patas.

—Vaya por dios, ¿ahora te haces el duro? —preguntó el joven entre burlas y vaciles.

—No sé quién cojones eres, ni qué es lo que quieres, pero vas a dejarme en paz, por las buenas o por las malas —le dije mientras apoyaba una mano en el suelo, la otra en mi rodilla derecha y mientras me incorporaba poco a poco.

—¿Cómo qué no sabes quién soy? —preguntó sonriendo airadamente y en tono jocoso, mientras se acariciaba el pelo, el cual se tornaba de tonos rojizos por culpa de la sangre de sus manos —. Estás mirándote a un espejo y aún no te has dado cuenta de que yo soy tú, ¿o acaso sigues pensando que eres como ellos? —espetó entre risas.

—¿Qué demonios quieres decir? —le respondí moviendo la mano derecha, desde la zona de los pectorales hasta alinearla con mi cuerpo.

El chico se tomó unos segundos para respirar varias veces. La sangre seguía cayendo a través de sus manos como si fuera una fuente infinita, hasta que cerró los ojos, suspiró y los volvió a abrir de forma fulgurante. Fue como si esa mirada me fulminase al instante, esos ojos rojos clavados en mí, como si fueran estacas.

—No eres como ellos, solo buscas servir a tus amos, el darles todo sin importar a quién le vayas a joder la vida. Eres un monstruo, Elián, ¿o es qué aún no lo ves? —replicó con una voz amenazante y llena de cólera al mismo tiempo que dejaba entonar esa risa de nuevo.

Yo volví a gritar de rabia. Estaba a punto de perder todo el autocontrol que había podido almacenar en mi ser. Grité. Grité varias veces al aire, sin vocalizar palabra alguna. Solo rabia. Volví la mirada hacia ese espejo y pude distinguir al mismo chico apuntando a varias siluetas, apretando el gatillo. "Un buen soldado cumple órdenes", retumbó en mi cabeza. Yo volví a arrodillarme, sosteniéndome sobre la rodilla izquierda, renegando. No estaba dispuesto a aceptar esa situación, aunque no sabía muy bien a qué se refería. Renegué de nuevo. Seguí renegando hasta que una voz volvió a interrumpir mis pensamientos.

—No eres normal, Elián. No eres normal. ¡No lo eres! —dijo en tono altivo, aumentando gradualmente el tono de voz, al mismo tiempo que su cara se tornó apática y sin expresión alguna, como si fuera de piedra.

—Tal vez tengas razón —dije yo en tono sátiro y con la mirada clavada en el suelo —. O tal vez no —intentaba entonar una falsa sensación de seguridad y confianza frente a un discurso que ni yo mismo me creía.

—Sabes que la mentira nunca ha sido uno de tus puntos fuertes —replicó el chico en tono de burla mientras se acariciaba el pelo.

—¡Cállate, tú no sabes nada de mí! —exclamé con rabia mientras fulminaba al chico con la mirada.

—Ya te he dicho todo lo que necesitabas saber —dijo el joven en tono asertivo mientras se limpiaba las manos en los pantalones.

—Deja ya de repetir toda esa mierda —le grité con rabia mientras cerraba el puño derecho y le esquivaba la mirada.

—Yo no soy el que ha matado inocentes a sangre fría, Elián —me replicaba con la misma sonrisa, a sabiendas de que esas palabras se estaban clavando en mi ser como si fueran puñales —. Tienes las manos manchadas de sangre, de todos los inocentes que han muerto en tus manos, mientras jurabas lealtad a una maldita corporación que solo busca su propio beneficio —me espetó de nuevo con un tono más enfadado.

Yo solo pude gritar, de forma incontrolada, de rabia. Cerré mi puño derecho, de nuevo, y lo cargué hacia mi espalda para soltarlo directamente contra el chico de la imagen. Estaba rabioso pero el golpe solo atravesó esa especie de espejo. La inercia me hizo avanzar a trompicones, casi cayéndome. Me volteé y vi al chico riéndose a carcajada limpia.

—Y yo que pensaba que el autocontrol era una de tus fortalezas —clamaba el joven en tono burlesco, pinchándome para que no contuviera mi ira.

—¡Déjame en paz! —grité mientras sacaba una de las pistolas que tenía en una de las fundas del pantalón.

Apreté el gatillo, varias veces, como si me fuera la vida en ello. Cuatro casquillos de bala cayeron al suelo, haciendo un sonido metálico bastante leve. Todo se volvió calmo. Un poco de pólvora se quedó impregnada en mis manos, debido a que aún estaban húmedas por la sangre. El chico desapareció sin dejar rastro, era como si después de una tormenta hubiera llegado la calma. Una calma tensa. Era una sensación que no me gustaba en absoluto. El humo seguía saliendo del cañón del arma que acababa de disparar. Guardé el arma en la funda del cinturón y caí sobre mis rodillas. Agotado, exhausto. Era como si ese estado de locura hubiera consumido toda mi energía. Estaba cansado, de mente. Todo estaba en mi cabeza, o al menos eso creía pues esa estancia blanca todavía se extendía por todas partes. El charco de sangre seguía en su sitio. Yo suspiré mientras pensaba que se había acabado todo. Ingenuo de mí.

Unos minutos después, entre tres o cuatro, me intenté incorporar. Tampoco sentía la noción del tiempo. Era como si hubieran pasado horas o días. Un ardor repentino empezó a brotar dentro de mi cuerpo. Una sensación como si me estuviera cociendo en un horno. El blanco espacio se tornó con colores ocres, rojizos, anaranjados y amarillentos. Unas lenguas de fuego me envolvieron mientras mis desgarradores gritos de dolor se fundían con el latente silencio del momento. Yo pedía ayuda, pero nadie parecía contestarme. Una voz empezó a resonar, lejana como el horizonte, pero bastante clara como para entender lo que decía: "EL.9.1.14, despierta".

Yo sollocé y todo se desvaneció ante mí. A duras penas pude abrir mis ojos. Estaba totalmente aturdido, como si estuviera bajo el efecto de alguna droga. Sentía un inmenso ardor en mi brazo izquierdo. Giré mi cabeza para tratar de vislumbrar que es lo que me provocaba ese ardor. Era una vía que me introducía una especie de líquido viscoso de color verde azulado. Yo me encontraba un poco mareado. Era la misa sensación que la que tuve aquella vez en los muros. Podía distinguir una figura de una persona mayor, aunque no la podía ver con suficiente claridad, pero sabía que era Ava Paige. Era imposible olvidarse de aquella cara.

Lancé una mirada rápida por toda la habitación en la que estaba. Yo estaba en una especie de camilla, atado, sin poder moverme. Lo notaba cuando intentaba mover los brazos o las piernas, pero no podía. Había varios científicos trabajando, mirando datos en los ordenadores, mezclando productos en tubos de ensayo y otras actividades que no alcanzaba a distinguir. La habitación estaba coronada por un amplio ventanal transparente que permitía ver el ajetreo de idas y venidas de gente en el pasillo. Realmente era como si estuviera en una especie de manicomio, pues yo pensaba que ya había perdido toda la cordura. Solté un suspiro leve, como afrontando una rendición, y dejé caer mi cabeza en el almohadón de la camilla.

Pasaron varios minutos, quién sabe si horas, eternos. No tenía ningún tipo de referencia que pudiera tomar para hacer un cálculo estimado de la hora que era. De repente la sala se quedó en calma, todos los científicos la habían abandonado, previamente pasando por una especie de vestíbulo que procedía a su descontaminación. Yo no presté atención a aquellos sucesos. Estaba inmerso en mí mismo. Deseaba poder ser preso de mi mente para no tener que soportar esa maldita agonía. Una voz retumbó por la sala haciéndome volver de mi pequeño letargo. Era Ava.

—Bien, sujeto EL.9.1.14, ahora nos dirás todo lo que queremos saber y el por qué estás aquí —dijo Ava desde el otro lado del cristal.

Yo me incorporé y pude diferenciarla entre la gente. Llevaba una bata blanca y una blusa de color carmín, era rubia, con arrugas y podría estar en torno al metro setenta o metro setenta y cinco. Su gran carácter contrarrestaba todas las especulaciones que yo me había hecho sobre una posible debilidad en su razón de ser.

Aunque yo no podía recordar más allá de los sucesos en los muros de Birmingham, mi cabeza seguía funcionando medianamente bien. Y digo medianamente bien porque yo estaba mentalmente agotado, pero algo me llamaba a no confiar en absoluto en esta gente. Quizá el instinto de supervivencia o una mera corazonada, pero sabía, a ciencia cierta, que no debía de confiar en esta gente.

—¿Qué… te hace… pensar… que quiero… colaborar contigo? —dije entre balbuceos y tosiendo un poco, con expresivas muecas de dolor en mi cara.

—No tienes alternativa —me espetó la doctora con un tono de voz dulce y amistoso, como si quisiera intentar persuadirme.

—Siempre hay… alternativas… —concluí entre jadeos y cerrando los ojos con muestras de dolor —. Además… es de mala educación… —balbuceaba entre quejidos —, no mirar… a las personas… al hablar… —concluí dejando caer mi cabeza en esa cómoda almohada.

—Tal vez podría mostrar un poco más de hospitalidad —dijo Ava mientras pulsaba alguna tecla en una consola, al otro lado del cristal, que provocó que la camilla se fuera plegando poco a poco en una silla.

—Vaya… esto sí que es hospitalidad —dije en tono de burla para disimular el dolor que sentía por el cuerpo.

Realmente el estar en esa posición, sentado, no hacía sino incrementar esa especie de tortura. Empecé a ver doble, con los colores distorsionados. Un fuerte mareo me azotó como si me hubieran clavado un puñal en la cabeza. Fueron los segundos más largos de mi vida. También me percaté que tenía algunas magulladuras en los brazos, lo que me hacía sospechar que llevaba un tiempo siendo examinado por esa gente, aunque no era capaz de determinar cuánto.

Ava entró a la sala por la zona de descontaminación. Fue realmente rápido pues no pude atisbar que no estaba frente a la cristalera. Detrás solo había gente curiosa y dos figuras que no pude distinguir tampoco, y, evidentemente, tampoco pude percibir ni relatar su conversación. Realmente parecía bastante airada, pero con cierta tensión. Volví la mirada hacia la puerta y hacia Ava Paige. Ella solo se sentó al lado, con la mirada perdida. Me revolvió el estómago. Realmente no llegaba a entender cual era la finalidad de esto.

—Bueno, mis compañeros, en especial Thomas, al que seguramente ya no recuerdes, me están presionando para que te dejemos tranquilo —anunció la doctora con bastante preocupación e indiferencia, mientras cruzaba los brazos y los apoyaba en su torso.

—Me es totalmente indiferente lo que opinéis, tanto tú como tus acólitos —dije en tono altivo y clavando mi mirada en ella, con rabia—. No es forma de tratar con personas, Sra. Paige —concluí, sin apartar la mirada de ella y respirando profundamente.

—Así que… personas… ¿verdad? —respondió de forma asertiva mientras se levantó de su asiento y se acercó a la ventana que daba al lado contrario del cristal del pasillo. Ella se colocó de frente, con las manos entrelazadas por detrás de la espalda.

—¿Qué quieres decir? —pregunté entre balbuceos y con una leve taquicardia. Estaba ante la misma situación que en esa especie de sueño con aquel chico.

—No es lo que yo quiero decir, más la realidad de que no eres humano —respondió de forma tranquila pero imponente a mi pregunta.

Yo solo podía resignarme ante tales declaraciones. Seguramente fuera por el suero, o lo que demonios sea, que me estaban metiendo. Era esa estúpida sensación de sentirme contrario a mi propia realidad. "Claro que soy una persona", me decía a mí mismo en mis pensamientos. Un escalofrío me recorrió la espalda, como si me hubieran pasado un trozo de metal helado por la columna. Mi respiración se empezó a agitar y mi pulso se aceleró un poco. Escuchaba los pitidos de la máquina que medía las constantes vitales. Eso me hacía perder más la cordura. No estaba bien y me lo notaba.

—Tranquilo, sujeto EL.9.1.14, no es que estemos haciendo todo lo posible para acabar contigo, pero nos podrías venir muy como sujeto de pruebas en los laboratorios —proseguía la doctora, consciente de mi pobre estado—. Aunque siempre podemos esperar a que desarrolles, o te implanten, un nuevo modelo de consciencia que te haga ponerte a nuestro nivel —espetó la doctora mientras caminaba hacia mí.

—No vas a conseguir nada de mí. ¡¿Me oyes!? —grité con todas mis fuerzas en un arrebato de zafarme de esas ataduras que me mantenían sujeto en la cama.

—No te preocupes, a estas alturas tu cerebro ya habrá sido regado con una enzima que suprime la voluntad. El hecho de que seas un cíborg solo nos ha facilitado las cosas —concluyó poniendo su mano en mi hombro derecho.

Le lancé un gruñido y algunas palabras de resignación, entre murmuros y balbuceos.

—Por favor, no hagas esto más difícil de lo que ya es —concluyó mientras se dirigía a la puerta para salir.

—¿Lo ves Teresa? No podemos seguir de brazos cruzados viendo como esta gente hace daño a personas inocentes. No lo soporto más —dijo el chico en tono de resignación y apartando la mirada del cristal.

—No, Thomas. Todo se basa en el fin para encontrar la cura. Tú eras el que más a favor estaba de todo esto. Además, no puede ser que estés despertando aprecio hacia ese chico, ¿o me equivoco? —replicó Teresa un poco enfadada y moviendo las manos airadamente.

—¿No estarás diciendo que este chico…? —preguntó Thomas antes de ser interrumpido.

—No es humano, Thomas. Es un cíborg. No es como nosotros —trataba Teresa de embaucar a Thomas, sin mucho éxito, aparente.

—Entonces no se merece el proceso de tortura al que se la ha sometido, ¿no? Quiero decir, ¿y qué cojones vamos a sacar en claro si este chico no puede ser infectado por el Destello? —asintió el joven en tono rabioso y alejándose poco a poco de Teresa.

En ese momento los pensamientos de Teresa fueron invadidos por la voz de Paige que la llamaba a continuar con las investigaciones.

—No podemos negar que el camino que ha elegido Thomas nos pone en una situación… muy delicada —mencionó Ava para interpelar a Teresa, la cual estaba escondida en sus pensamientos.

Habían pasado varias horas. Pude orientarme un poco por la luz del Sol que entraba a través de la gran ventana de la habitación. Era como si un ente etéreo mantuviese mi ser entre la normalidad y la locura. Como si uniera ambos estados mediante un delgado hilo a punto de romperse. Estaba mental y físicamente agotado, notable puesto que pude dormir un poco.

Volví a notar un pinchazo en uno de mis brazos y también unas manos que me tocaban el pelo. Pude incorporarme, para mi sorpresa, pues no me acordaba de que estaba atado a la camilla. No reparé en hilar dos más dos y pensar por qué podía moverme.

—Esto debería de devolverte los recuerdos relativos a los acontecimientos que te dieron tu verdadero nombre —dijo un chico de pelo oscuro que vestía una bata blanca y una camiseta azul, un poco raída.

—¿Por qué me estás ayudando? —pregunté mientras me frotaba los ojos y hacía guiños para esquivar los puñales de luz intensa que estaban atravesando mis pupilas.

—CRUEL no parará hasta destruirte, Elián. Cíborg o no, sigues siendo humano. Piensas como nosotros, comes como nosotros, hablas como nosotros. Un implante mecánico no te hace de menos. Eso es lo que quiero que entiendas —me dijo el chico en tono amistoso y sonriente.

—Soy consciente del lugar en el que estoy metido, pero tú les ayudaste a retenerme —le dije en un tono seco y apartando la mirada de él, con desconfianza.

—De nada por revertir esa situación, ¿eh? —dijo el chico en tono burlón mientras se rascaba la nuca—. De hecho, yo te he devuelto ese recuerdo imprescindible. Tu nombre. No eres una máquina, aunque no te pido ningún ápice de confianza, pero podrías mostrar algo más de disposición conmigo —concluyó clavando su mirada en mí.

—Confiar o no es cosa mía, porque ni yo te conozco ni tú me conoces a mí. Así de simple —le dije con resignación y titubeos al mismo tiempo que me limpiaba la camisa.

—Thomas. Puedes llamarme Thomas, y así ya tendrás un pequeño rayo de esperanza para confiar en mí —me replicó el chico en voz alta—. Yo iniciaré mañana las pruebas del Laberinto, y no recordaré absolutamente nada, salvo el nombre. Nos da nuestra propia identidad de ser. No sé de donde vendrías tú, pero llamarte "sujeto EL.9.1.14" no es muy dignificante, ¿no crees? —concluyó Thomas tendiéndome la mano.

Yo seguí desconfiando de él. No podía dar ni un solo centímetro de confianza ante la gente que me tenía retenido en este horrible sitio. De repente me vino un recuerdo a la mente. Esta vez sí que podía distinguir varias personas en él. No pude identificar toda la escena, seguía siendo bastante borrosa. "Elián queda bien, ¿no chicos?" eso retumbó en mi cabeza y me hizo quedarme atónito y a abrir mis ojos como platos. "Es bastante ingenioso coger el número de serie y transformarlo en letras del abecedario para completar el nombre" dijo una voz, bastante dulce y jovial que, desgraciadamente, tampoco pude identificar.

Me levanté de la camilla y me acerqué a un pequeño lavabo. Abrí el grifo y el agua tardó un poco en salir. Puse mis manos debajo, en forma de cuenco para poder coger un poco de agua. Estaba bastante fría. Por alguna extraña razón me gustaba esa sensación. Tenía un poco de agua entre las manos y hundí mi cabeza en ella, salpicando un poco. Sentía que tenía que lavarme la cara para tratar de despejarme. Realmente estaba abrumado con todo lo que había sucedido en este corto periodo de tiempo.

Me percaté de que, a mi izquierda, entre los tubos de ensayos y los restos de algún experimento fallido, había un pequeño espejo en la pared. Sentí como si me desgarrasen las entrañas. Me armé de valor para enfrentarme a mi propio ser, a mi propio yo. Nunca me había puesto frente a mi propio ser. Realmente sí que tenía comportamientos propios de un robot, como la carencia de compasión o la indiferencia y frialdad para adoptar determinadas posturas en momentos claves o adversos de gran carga emocional. Me miré frente al espejo el rostro reflejado era exactamente igual que el del chico que me atormentaba en esa especie de visión catastrofista. Me quedé pálido. Podría haber sido un fantasma de no ser por el color azul intenso de mi ojo derecho y que no tenía todas las manchas de sangre que portaba en mi visión.

—¿Este el rostro de una creación de Umbrella? Un ser capaz de aislar las emociones y cumplir a rajatabla con los protocolos de una corporación que te usa como si fuera una puta marioneta —me dije a mí mismo con resignación y rabia—. Lo siento Thomas, pero mi propia consciencia me delata —dije mientras contenía la rabia de mi interior.

Le lancé un puñetazo al espejo. No sentí dolor alguno, pero un poco de sangre brotaba de mis nudillos, pues el cristal era tan fino que había perforado un poco en mi piel. Me acerqué a la ventana y me quedé a contemplar el cielo. Aún seguía siendo un mar de dudas, de rencores, de emociones y de inseguridades. De miedos y llantos. Aunque una certeza sí que sobrevoló mi maltrecha mente: "Umbrella, juro con todo mi ser que os destruiré".