Capítulo 3: Confianza

Yo suponía que había pasado un día, o dos, desde que estuve hablando con Thomas en aquella horrible sala de experimentos. Todavía estaba confuso y desorientado, aunque, he de reconocer, que cada vez se me revolvía menos el estómago. Se ve que toda esa mierda que me habían pinchado se iba diluyendo, como un azucarillo en una taza de café, en mi sangre. El agua de la ducha caía por todo mi cuerpo mientras yo miraba al suelo. Estaba apoyado en las baldosas de la pared del baño, cabizbajo, en silencio, recordando algunos episodios de mi pasado. Incompletos, en fragmentos, distorsionados, como si estuviera en una especie de pesadilla de la cual no podía despertar. Todo lo que intentaba recordar se tornaba de un blanco intenso, desagradable y que me hacía sentir muy inquieto, que se ligaba a esa extraña sensación de no saber la hora que era. Todo en mi era un mar de dudas, un océano de desconcierto, un vasto sinsentido. Seguía sin estar a gusto. Odiaba esta sensación.

Mi mente trataba de ligar e hilar los numerosos flasesque se sucedían en mi mente en forma de pensamientos, aislados y sinsentido y relación entre ellos. Estaba totalmente sobrepasado y abrumado por la situación. Quería hallar muchas respuestas, pero a medida que encontraba algunas, a cuentagotas, otras miles se sucedían. Era frustrante que la única respuesta de Thomas fuera: "sabrás más a su debido tiempo".

Después de tratar de meditar durante varios minutos, no llegué a percibir el tiempo total que había estado debajo de la ducha, si bien el baño estaba cubierto de una intensa nube de vapor de agua. Agarré la toalla blanca y me sequé el cuerpo, las piernas y luego el pelo. Lo único que se me pasaba por la cabeza en este instante era una pequeña reflexión sobre mi propio ser. Era la sensación de poder ducharme sin que mi propio ser mecánico se estropease. También me provocaba algo de gracia que la mejor reflexión que había tenido sobre mí, en muchos días, hubiera sido con la cuestión del agua. ¡Qué ironía! Aunque quizá podría acostumbrarme a esto de poder pensar por mi cuenta, el que me surja cualquier pensamiento sin tener que reprimirlo por culpa de una droga o de un chip que controlase mi voluntad.

Después de secarme procedí a vestirme, me puse la ropa que los de CRUEL me habían dejado en el armario. Una camiseta blanca, que desprendía un olor a detergente, bastante agradable, unos pantalones oscuros, estilo cota de malla con unos pequeños retoques de fibra de carbono y nylon de color blanco y azul. He de decir que la ropa que me habían dejado era bastante más cómoda que el viejo uniforme de Umbrella, si bien este último me gustaba más y la disposición de patrones y colores era mejor que la de CRUEL, pero, en fin, no se puede tener todo, y como dice el dicho: a caballo regalado no le mires el diente. Lancé un suspiro y me puse la chaqueta, de un material similar al de los pantalones, aunque tenía un acabado en cuello alto, dos tirantes metalizados, divididos en varias secciones rectangulares de color plateado y situados a unos tres centímetros de la zona corredera de la cremallera, a ambos lados. También tenía dos correas que colgaban de la zona trasera, por la parte de en medio de los omoplatos y sobre esa misma altura, de unos diez o quince centímetros. Disponía de dos cremalleras para bolsillos, perpendiculares a la corredera, a la altura de mis codos. Las mangas eran largas, pero yo me las recogí un poco, doblándolas hacia dentro hasta dejarlas, más o menos, a la altura de los codos. La chaqueta coronaba una especie de respiraderos de fibra de vidrio de color gris plateado, de forma circular, de unos 3 centímetros de radio, y divididos en seis secciones idénticas con una espiral que nacía desde la intersección de los seis radios.

Antes de disponerme a salir del baño, me detuve unos minutos frente al espejo. Lo primero que me vino a la cabeza fue el recuerdo que tuve con esa especie de representación tenebrosa de mí. Cerré fuerte los ojos, apreté los puños y luego los volví a abrir, rezando para que esa impresión se fuera de mi cabeza. Por suerte todo eran imaginaciones mías. Me detuve a peinar y colocarme un poco el cabello rubio que tenía tan alborotado. Después de colocarme el pelo, mi cicatriz, la cual me atravesaba toda la cara desde la zona del ojo derecho y cercenaba un poco el párpado del mismo ojo, se tornó de un azul eléctrico, del mismo color que mi ojo derecho. Temeroso de volver a encontrarme con mi auténtico yo me apresuré a lavarme la cara, abriendo el grifo con la mano izquierda, esperando a que el agua saliera tibia para después poder lavarme la cara un poco. Después me la sequé y me fui caminando, pensativo hacia la gran ventana que coronaba la habitación, a la izquierda de la cama.

Me quedé dubitativo, frente al cristal de la ventana. Una tenue luz de color anaranjado con toques amarillos y morados teñía las nubes en el cielo, el despertar del alba se hacía hueco en la profunda oscuridad de la noche. Poco a poco la húmeda y oscura noche dejaba paso al floreciente día. Yo miraba por el cristal, fascinado, si bien nunca me había detenido a contemplar un amanecer. Los colores del alba se difuminaban por los altos edificios de la ciudad, los cuales reflejaban parte de la luz en un espectáculo maravilloso de luz y color. También podía observar los muros de la ciudad inglesa, fundiéndose en el horizonte con el alba, además de que se hacía notar un ajetreo constante de tráfico, de gente, de idas y venidas. Parecía que en este lugar la gente era de una clase bastante acomodada, a juzgar por los trajes, maletines, bolsos y ropajes que llevaban las personas, en general. Si bien había de todo, era obvio que predominaba una clase acomodada y con grandes prestaciones económicas. Eso me terminó de revolver por dentro. Yo pensaba que todas mis respuestas estaban orientadas a velar por un supuesto ideal de bien y de generosidad, claro, según lo entendía Umbrella. Aunque, si bien, desde la cúpula de la Corporación no habíamos recibido una orden clara de salvar a los civiles, sí que sentíamos, lo que nos dejaban sentir. Yo me sentía como rabioso, con un dolor salvaje dentro de mi ser. Inconscientemente estaba desarrollando una simpatía hacia la gente más humilde: míralos, todas estas personas están dispuestas a pagar una buena suma de dinero para salvar su puñetero culo de la muerte. Me dan asco., pensé.

Ese odio latente y ese rechazo que se cultivaba en mi interior me mantuvo en vilo durante un largo periodo de tiempo. No podía sino pensar en todas las personas que no iban a poder sobrevivir a la pandemia, más si cabe, no iban a tener, siquiera, la oportunidad pues todo estaba planteado para que solo pudieran salvar el pellejo los de siempre, los de arriba, los poderosos y los que más poder económico tenían. Realmente yo me quedaba atónito con lo que uno podía pensar y sentir cuando no era preso de un yugo tan fuerte como una droga. Al final todo se reducía a una especia de falsa sensación de libertad, una libertad que solo puedes comprar con dinero, o aceptando esos sueros de mierda que no hacían sino eliminar la voluntad de la gente para convertirlos en meros títeres de los dueños de la megacorporación.

Mientras yo me dedicaba a bucear entre mis pensamientos, ignoré totalmente lo que sucedía a mi alrededor. Thomas había entrado a mi cuarto, pero yo no me había percatado de su presencia, pues estaba demasiado concentrado en el exterior. Era como si un vigor revolucionario me recorriera las venas, pero al mismo tiempo me calmaba mi sosiego y mi propia conciencia: un buen soldado cumple órdenes, Elián. Resonó mi nombre en la cabeza, tanto que casi podía percibirlo de forma presencial. Elián. Volví a escuchar. Me giré y vi a Thomas, el cual se estaba dirigiendo a mí, en tono alegre, aunque podía percibir una cierta sombra de preocupación en su rostro. Eso me inquietaba muchísimo.

—Ah, Thomas —dije de forma leve y calma—. No te había visto entrar —concluí mirándole a los ojos.

—No te preocupes Elián —se dirigió a mí en tono sereno mientras daba un pequeño paseo por el sitio—. Vaya, si que te han dejado una buena habitación —concluyó en un tono burlón.

La verdad es que Thomas tenía razón, si bien la habitación no era muy grande, de unos 10 por 8 metros de longitud, tenía una buena cama, un armario, una pequeña mesilla y un baño auxiliar, además de que disponía de un gran ventanal que prácticamente cubría toda la pared que estaba en frente de la puerta. No es que los colores fuera lo mejor, varios tonos de grises y blancos, aunque no me podía quejar. Bueno, dentro de la situación de que realmente estaba secuestrado en ese extraño lugar sin que me hubieran comunicado absolutamente nada sobre el sitio.

—Bueno, puede que tengas razón —dije soltando una leve carcajada mientras le miraba.

—Basta de bromas, estamos perdiendo un tiempo precioso y necesito que vengas conmigo de inmediato —me replicó cambiando el tono de voz a un tono que denotaba más preocupación e impaciencia mientras clavaba su mirada en mí al tiempo que arqueaba las cejas.

—Vale… —suspiré, mostrando algo de preocupación por dentro, pero tratando de permanecer impertérrito ante la situación que Thomas me estaba exponiendo—. ¿qué es lo que te traes entre manos, Thomas? —pregunté con firmeza y clavando la mirada en sus ojos.

Thomas se acercó a mí y me susurró al oído:

—Tenemos que hablar, y es importante que no lo sepa nadie más —me susurró Thomas, poniendo su mano cera de mi oreja para amplificar un poco el sonido de su susurro.

—Eso está muy bien Thomas, pero ¿por qué debería de confiar en un empleado a sueldo de CRUEL? —pregunté intrigado y confundido.

—Sé que tienes un total de cero razones para confiar en mí, pero, de la misma forma que yo lo estoy haciendo contigo, desearía que me dieras un maldito voto de confianza —concluyó Thomas un poco irritado pero calmo al mismo tiempo, mientras mantenía el tono de susurro.

Yo solo asentí con la cabeza y volví a mirarle a los ojos. Sentía que nada de lo que sucedía en este lugar tenía sentido, pero algo dentro de mí me incitaba a dar un ápice de confianza a Thomas. Realmente no le conocía de nada, pero sabía que su mirada era sincera, aunque me provocaba sensaciones encontradas. Era una sensación bastante extraña, una sensación que jamás había sentido antes, ni siquiera en las numerosas batallas en las que me habían designado como general. La sensación de poder confiar en alguien, aunque solo fuera un pequeño resquicio, en mi pétreo ser semi-robótico, por el que se colaba esa luz, como un intenso y ardiente fogonazo, llamada confianza.

—Sólo confía en mí, vámonos —concluyó el chico, aún en voz baja y mientras me hacía gestos para que le siguiera.

—Está bien, realmente no tengo mucho más que hacer en este sitio, salvo mirar por la ventana —respondí mientras cogía una chaqueta de la silla.

—Deberías de recoger tus cosas, no dejarlas en la silla —bromeó Thomas mientras caminaba hacia la puerta.

Yo traté de ignorar su comentario porque prefería centrarme en cosas más importantes, si bien no había mucho en lo que pensar. Al final acabé pensando en el comentario de Thomas y acabé esbozando una leve sonrisa. Hombre, un poco desordenado sí que soy pensé. Entretanto, Thomas se me acercó de forma más airada, justo cuando llegamos a la zona de la puerta de la habitación, la cual estaba como un poco apartada.

—Antes de salir, Elian, tienes que actuar como si estuvieras recluido, o como si te estuviera trasladando a otra estancia, ¿vale? —me dijo Thomas de forma un poco más airada.

—No tengo objeción alguna ante eso, Thomas —afirmé de forma seria, aún sin estar convencido de que eso era la mejor idea.

—Tampoco es plan de que los empleados de la corporación vean que tengo una relación, digamos, demasiado airosa contigo —suspiró Thomas—. Porque eso sería traición, y, créeme, CRUEL no se toma eso de muy buena gana —concluyó el joven en un tono más altivo.

—¿Ah no? —solté una leve risa. Como si experimentar conmigo fuera una especie de recompensa— bromeé mirando a Thomas.

—Bueno, tienes suerte de que haya sido así —comentó Thomas en un tono un poco más amenazante, parecía que mi comentario no le había hecho mucha gracia—. Aunque tiene gracia que lo digas, si bien yo soy el jodido motivo por el cual estés vivo en este preciso momento, y permitiéndote el lujo de lanzarme una broma —concluyó Thomas mientras abría la puerta. Definitivamente mi comentario no le había sentado nada bien.

Salimos del campo de visión de las cámaras, avanzando por un pequeño pasillo que derivó a otra puerta. Thomas la abrió y yo le seguí. Podía notar la tensión de la situación, tan palpable como cualquier objeto que pudieras tocar con las manos. Notaba que Thomas no estaba cómodo en esta situación, no paraba de apretar el puño derecho y soltarlo, repetidamente. La zona por la que estábamos pasando era un pequeño pasillo de unos cuatro o cinco metros de ancho, con el suelo de color gris, con tonos como si fuera granito, y las paredes blancas, con unas pequeñas ventanas oscuras, posiblemente las típicas ventanas en las que solo se veía desde una dirección, colocadas cada siete u ocho metros de separación. Me fijaba también en el techo, también blanco, aunque tenía un leve tono azulado, y los flexos de luz se disponían cada diez o quince metros. Todo este lugar era como una especie de psiquiátrico, era eso o yo seguía sumido en un profundo sueño, bueno, más bien en una inmensa pesadilla, sin final. Tan larga como el pasillo que estaba recorriendo al lado de Thomas.

—¿No piensas decir nada? —dije yo para tratar de romper el sepulcral silencio que había invadido el ambiente desde hacía ya varios minutos cuatro, o puede que cinco. Probablemente fueron los minutos más largos de mi vida, pues era como estar en una especie de trance, enigmático pero aterrador.

—Que tienes suerte de seguir vivo, escoria —dijo el chico en voz alta y con un tono agresivo. Ahora sígueme y cierra la puta boca —concluyó.

Yo solo tragué saliva, pues Thomas me había pedido un voto de confianza, pero yo seguía siendo muy reacio a dárselo. Realmente me sentía como un insignificante grano de arena en medio de una playa, aunque el no sentir el vicio que me provocaba la droga que me inyectaban en el cerebro con ese chip me aliviaba una barbaridad. El poder desarrollar un pensamiento propio, con su propia crítica y sus propios desarrollos era algo fascinante, y el contemplar el mundo con otros colores, unos colores críticos, era una sensación tan impresionante que recorría mi cuerpo como si de un shock eléctrico se tratase. Aunque estaba retenido, contra mi voluntad, en las instalaciones de CRUEL, me juré cobrar venganza tanto contra Umbrella como contra CRUEL por el daño que me estaban causando.

—Vale Elián, ahora te vas a tener que poner unas de estas —dijo Thomas de forma asertiva mientras sacaba unas esposas del bolsillo derecho de su pantalón azul.

Yo volví a aterrizar desde el mundo de los pensamientos, con seriedad, pero con calma hasta que clavé la mirada en las esposas.

—¿Es necesario? —dije refunfuñando, sin aprobar, en absoluto, esa idea al mismo tiempo que negaba con la cabeza.

—Joder chico, te he dicho que confíes en mí —dijo Thomas bastante alterado y frenando en seco su andadura—. Te recuerdo que sigues teniendo una orden de ejecución vigente, y que solo tu condición de "sujeto de pruebas" es lo que te mantiene ligado a la vida, o conectado a la corriente eléctrica, según quieras que te hable en tono humano o robótico —concluyó Thomas mientras me lanzaba una mirada amenazante.

Yo me resigné, me cerré a esa idea. Ni me lo planteaba. Lo que menos me importaba era esa estúpida orden de ejecución, pues apenas sabía lo que era el valor de la vida. Toda mi existencia se limitaba a dirigir a soldados en un campo de batalla, en un pueblo o en una ciudad. En masacrar sin piedad, en obedecer a Umbrella y en cumplir las órdenes de mis superiores. Ahora mismo lo único que parecía preocuparme, pues se había enrocado en mi mente, era salvar mi honor y mi orgullo, heridos por esa absurda captura, y esa trampa en la que caí como un principiante. No. Me volví a resignar, redundando una y otra vez en ese conflicto interno que se había creado en mi propio ser.

—Yo… no puedo… no… —dije titubeando y con la voz entrecortada.

—Mira, es la única forma en la que nos vas a poder ayudar —decía Thomas intentando sacar tajada de mi propio conflicto emocional.

—¿Nos? —pregunté un poco sorprendido.

—Sí —asintió el joven—. Nos. A ti y a mí —continuó Thomas—. Porque yo estoy tan metido en esta mierda como tú, y eso es lo que parece que no terminas de comprender —me dijo entre susurros, cerca del oído.

—Sigo sin tenerlo nada claro, Thomas —le repliqué a Thomas clavando mis ojos en los suyos mientras hacía estiramientos con los brazos.

—Mira chaval —dijo Thomas agarrándome de la chaqueta mientras las palabras llenas de rabia y seriedad brotaban de sus labios—. Te recuerdo que he sido yo el que te ha salvado el jodido culo, ¿lo pillas? Y, si no, pues vete haciéndote a la idea, ¿sí? Porque nuestras vidas, así como las de mucha gente, dependen, primero de mí y, en segunda instancia, de ti —concluyó Thomas soltándome de golpe.

Yo me quedé atónito. Paralizado. Confuso. No entendía este arrebato que le había entrado a Thomas, así de repente.

—Vale, creo que me ha quedado demasiado claro, diría yo —dije mientras me sacudía un poco la chaqueta y me miraba los pantalones para poder colocármelos bien después del zarandeo de Thomas—. Por ahora te seguiré el rollo, pero seré yo el que elija que destino tomar, ¿de acuerdo? —concluí en un tono asertivo pero agresivo.

—Me conformo con eso, es un paso bastante grande respecto a nuestras posiciones iniciales —dijo Thomas dándose la vuelta—. Y ahora póntelas —concluyó el chico moreno sosteniendo las esposas con un dedo mientras disfrutaba de esas palabras que acababa de esbozar.

Acepté de mala gana y me acabé poniendo las esposas. Apretaban un poco, pero era un mero trámite que tenía que superar, aunque seguía siendo una humillación para mí.

—¡Esto es humillante! —exclamé entre quejidos mientras seguía a Thomas.

—Joder Elián, eres un exagerado. Deja de quejarte y camina —dijo Thomas en voz alta, mientras me miraba por el rabillo del ojo y caminaba hacia la bifurcación de aquel pasillo—. Cuanto antes salgamos de aquí, antes te las podrás quitar —concluyó mientras seguía hacia delante.

El pasillo moría en un gran vestíbulo, el cual se extendía de forma perpendicular al propio pasillo por el que estábamos caminando. Si en este último pasillo estábamos solos, Thomas y yo podíamos, literalmente, escuchar la respiración de cada uno; un bullicio rompió esa serenidad de repente. Un trasiego de gente vestida con batas blancas, camisetas variopintas y pantalones, generalmente vaqueros y zapatillas, tanto formales como deportivas. Algunos llevaban algunos útiles típicos de científicos, como probetas, matraces, libres con bolis y otros objetos que no llegaba a distinguir, porque, seamos serios, mi especialidad era la guerra, no la ciencia. También podía distinguir varios grupúsculos de guardias de seguridad, repartidos en grupos de dos o tres personas, con trajes negros, eran unas buenas armaduras, con cascos negros, que impedían que se les pudiera ver los ojos, así como cinturones equipados con cartuchos de munición, granadas de humo y fusiles de asalto que sujetaban con las dos manos, con una el cañón y con otra la zona del gatillo. Intentaban parecer imponentes comuna posición bien erguida pero solo se notaba su carencia de disciplina, es decir, unos aficionados.

—Debemos tener cuidado —susurró Thomas sin mirarme, solo limitándose a caminar en línea recta.

—¿Ah sí? ¿Eso lo has deducido tú solo o te ha ayudado alguien? —respondí en un tono jocoso, pero a rebosar de ironía.

—Tienes suerte de que te necesite con vida Eli… —Thomas no pudo acabar la frase porque se dio de bruces con una persona—. Pero ¿qué cojo…nes? —Thomas alzó la mirada entre titubeos y se quedó un poco perplejo al ver de quién se trataba.

Un tipo alto, de unos ciento ochenta o ciento ochenta y cinco centímetros se dio la vuelta, en tono furioso, hasta que vio que se trataba de Thomas. El señor rondaba los cincuenta años, más o menos mi estimación. Vestía un jersey grisáceo, de lana y de cuello alto, volteado, una chaqueta vaquera de color negro y calzaba unas deportivas blancas. Tenía unos rasgos faciales bastante característicos, un gran mentón, un pelo gris y oscuro, una prominente nariz y unos ojos marrones.

—Ah Thomas, justo estábamos hablando de ti —dijo el desconocido con voz imponente pero aparentemente cercana.

—Dime, Janson, tengo mucha prisa —dijo Thomas entre nervios y titubeos mientras abría y cerraba el puño derecho.

—¡Vamos Thomas! —exclamó Janson. No hay motivos para estar nervioso, todo está yendo a la perfección —concluyó el misterioso hombre.

—Janson, te repito que tengo mucha prisa, tengo que trasladar a nuestro" invitado" al sector Sur del complejo, y ya llevo diez minutos de retraso —dijo Thomas mientras esbozaba un leve suspiro y notaba como le goteaba un poco el sudor por la parte izquierda de la cabeza.

—Déjame invitarte a un café, tenemos mucho de lo que hablar —decía Janson mientras rodeaba con el brazo a Thomas en un alegato de compadreo y compañerismo—. El intruso este puede esperar, además no he recibido ninguna notificación de traslado por parte del Alto Mando ni de la Junta —concluyó Janson esbozando una mirada y lanzándome una sonrisa maquiavélica.

—Igual es que deberías de revisar tu sistema de información, o abrir tu correo electrónico de vez en cuando —dijo Thomas en un amago de llevar la absurda conversación por otros derroteros—. Además, no tengo sed, Janson, ya he desayunado, quizá otro día —concluyó Thomas mientras intentaba hacerse un hueco para poder pasar.

—Bueno, entonces no te robo más tiempo, seguro que es un asunto urgente el que estás tratando ahora mismo —concluyó el hombre mientras se disponía a caminar hacia el lado opuesto por el que iba Thomas, pensativo e intrigado, como si le mosqueara el no poder deducir lo que estaba tratando Thomas.

Ambos reanudamos la marcha, y yo sentía como el estatus de humillación se iba evaporando lentamente para dejar paso a una especie de trance donde los guardias y el resto del personal me miraba como si fuera un bicho raro, como si fuera un monstruo. Quizá porque algunas de mis cicatrices de la cara dejaban entrever mi verdadera realidad.

—Vale, no estamos muy lejos del ascensor, solo tenemos que llegar al módulo tres, que está un par de secciones más al noreste, y tendremos vía libre —susurraba Thomas mientras se acercó a manipular una pequeña consola que había en una especie de zona destinada a recepción.

—No creo que sea el momento de ponerte a jugar con eso —bromeé para tratar de romper el hielo mientras movía un poco las manos para que las esposas no me rozaran tanto las muñecas.

—Ja, ja, que gracioso eres, sabes, si no estuvieras cautivo te hubiera propuesto como bufón del Alto Mando —replicó el joven mientras escribía una serie de líneas—. Estoy registrando tu traslado para ganar tiempo, idiota —dijo mientras seguía concentrado en su trabajo, inclinado hacia la terminal mientras tecleaba con los dedos de forma bastante rápida.

—Vaya, si al final va a parecer que lo haces por mí, y todo —seguí bromeando mientras me volteé para obtener una visión panorámica de ese gran pasillo y su bullicio de gente.

—¿Sabes? Empiezas a caerme bien —asintió Thomas en tono sarcástico.

—Era cuestión de tiempo —le seguí el juego, pero sin mirarle, de espaldas hacia él y sin perder de vista todas las acciones laborales del personal de CRUEL que allí se encontraba.

—Sí, es una pena que ambos vayamos a perder parte de la memoria en un par de horas —concluyó el joven mientras se volvió a erguir tras haber finalizado su cometido.

—¿Qué demonios has dicho? —dije en tono furioso y volteándome de forma instantánea y clavando mis ojos en Thomas, como si estuvieran inyectados en sangre, así como encarándome a él.

—Tranquilo, fiera —decía el joven de forma entrecortada, pero tratando de rebajar la situación—. Es algo protocolario, además tienes suerte de no estar en ese puto Laberinto, ¿vale? Así que cierra el puto pico y déjame trabajar —concluyó mientras me dio una leve sacudida para que me alejase un poco de él.

—¿Cómo quieres que esté tranquilo si solamente haces que darme malas noticias, una detrás de otra? —concluí bastante furioso y cerrando mis puños para liberar la tensión del momento.

—Cuando lleguemos a la zona segura, hablaremos, mientras tanto, cállate y camina —asintió el joven, de nuevo, en un tono altivo e imponente mientras iba caminando hacia uno de los cuatro ascensores que había, más o menos, al final del pasillo.

Pasaron unos cuantos minutos, de camino, eternos, como si de horas se tratasen, al mismo tiempo que yo creía que todo iba a ser coser y cantar. Pero nada más lejos de la realidad. Podía notar como el nerviosismo de Thomas me iba invadiendo poco a poco y como me iba conquistando segundo a segundo, minuto a minuto. Era una sensación bastante extraña. Por un lado, estaba empezando a ponerme de los nervios y, por otro, estaba con la adrenalina por las nubes. Una parte de mí se sobrecogió al mismo tiempo que sucumbió ante el morbo de estar pasando por una situación crítica, de emociones fuertes y de sensaciones brutales. Era como volver a bajar al barro, a hacer trabajo de campo, a intentar tomar un jodido edificio para permitir que el escuadrón pudiera avanzar un par de metros en una ciudad asediada.

Mientras seguía imbuido en mis sensaciones, un par de guardias se debieron de percatar de los planes de Thomas, o al menos debieron de haberles comunicado que estuvieran también con nosotros. Desconocía el motivo que los había llevado a empezar a seguirnos, si bien también lo ignoraba completamente, pues, en mi estado, no podía hacer sino ignorar todo lo que se sucedía a mí alrededor.

—Esto… Thomas… —dije yo con algo de nerviosismo mientras lanzaba miradas hacia atrás disimuladas de alguna forma para evitar que se notase mi inquietud, al mismo tiempo que seguía por el camino indicado.

—Lo sé, Elián, lo sé, soy consciente de que nos están siguiendo —dijo el chico, aún más nervioso que yo, pero sin que su rumbo se viera alterado.

Ambos seguimos caminando por ese largo pasillo, el cual parecía no tener fin. Era como si estuviéramos en una maldita maratón, pues parecía que el ascensor solo se alejaba a cada paso que dábamos.

—¿Alguna idea? —pregunté por lo bajini, mientras seguía andando, también con muchos nervios y con algo de sudor recorriendo mi frente.

—Y yo qué sé —replicó el chico, aún más nervioso. No tengo certezas en este momento, Elián —replicó entre susurros y sudores fríos.

Seguimos caminando durante veinte o veinticinco metros más, no mucho más, hasta que estuvimos rodeados por un grupo de unos ocho o nueve guardias. Thomas se frenó en seco y yo acabé por chocarme con su espalda, debido a que no me esperaba ese frenazo en seco. Uno de los guardias se acercó a Thomas para intentar indagar sobre los motivos, seguramente, que le llevaban a trasladarme a "la sección Sur del complejo".

—¡Alto chico! ¡Dente de forma inmediata! —gritó el guardia mientras se iba acercando a nosotros—. Identifícate —dijo el hombre que se había acercado a Thomas mientras sujetaba su arma, apuntando al chico.

La voz del guardia era bastante grave, pero quizá se debía a que el caso con esa máscara negra le distorsionaba la voz. De todos modos, yo volví la mirada a Thomas, pues estaba pálido, blanco, como si fuera parte de las paredes del pasillo. No había diferencia entre ambas tonalidades, si bien Thomas sí que era algo más expresivo que los muros de este lugar.

—Soy Thomas O'Brien, con identificador TB77.012 —dijo el chico mientras ganaba más confianza con cada palabra que pronunciaba, frunciendo el ceño y encarándose con el guardi—. Y ahora déjame proseguir mi camino —concluyó con un tono de enfado a medida que recuperaba su tono de piel normal.

—Bien Thomas, ¿y qué motivos tienes para trasladar a este espía sin consentimiento de la Junta? —replicó el guardia en tono soberbio para intentar causarle impresión a Thomas.

—La Junta está notificada sobre este traslado, soldado —le replicó el joven mientras le lanzaba una mirada desafiante al guardia y le retiraba el cañón del arma que le apuntaba.

—Esa no es la información que manejamos nosotros, mocoso —dijo el guardia con ímpetu mientras estrechaba el cerco sobre Thomas.

—Yo ya he dado demasiada información a un tipo que es un mero peón y que no debería de inmiscuirse en los asuntos de la Junta —le contestó Thomas de mala gana y cruzando los brazos mientras mantenía una postura altiva, con una mirada agresiva para intentar imponerse al guardia.

Thomas siguió discutiendo con el guardia, llegando incluso a emplear un lenguaje bastante, digamos, soez. Cada uno trataba, no de intentar, explicar su postura sino de imponerla. La discusión se alargó unos minutos más, y no llegaron a las manos porque un sonido les interrumpió, un pitido intermitente que parecía provenir de la zona del brazo del guardia. Era un comunicador.

—Soldado, está todo en orden, repito, todo en orden. Deja que Thomas se vaya —decía la voz desde el comunicador del guardia. Era una voz que podía reconocer, aunque la distorsión lo dificultaba un poco.

—De acuerdo Sr. Janson, nos retiramos ahora mismo y volvemos a nuestros puestos —dijo el guardia mientras apretaba el botón de su brazalete para cortar la comunicación.

Thomas y yo nos miramos a la cara, un poco sorprendidos y ambos suspiramos y nos invadió una sensación brutal, como si nos hubiéramos quitado una enorme losa de encima. Sobre todo, Thomas. El chico sabía que había levantado demasiadas sospechas, en tanto y en cuanto había manipulado el terminal y, probablemente, le hayan pinchado alguna de las conversaciones que había tenido conmigo en los pasillos. Yo seguía sin creerme que todo este absurdo plan, que había ideado Thomas, estuviera funcionando, mejor o peor, pero habíamos llegado a los ascensores, o al menos estábamos rozándolos con la punta de los dedos.

Me volvió a invadir otra vez esa sensación de adrenalina, esa que recordaba de los campos de batalla, pero esta vez venía acompañada de un grito desgarrador. Era una voz que ya había oído anteriormente, en mis sueños. El desgarro de una madre gimiendo desconsolada porque no encontraba a sus hijos. Volvió a penetrar en mi mente como si fuera un puñal. Yo me quedé ojiplático y paralizado por lo imprevisible de la situación.

Thomas no paraba de llamarme, mientras intentaba no hacerse notar más de la cuenta. Mi estado de trance duró, aproximadamente, unos pocos segundos. Volví en mí. Agité la cabeza de forma rápida, y de izquierda a derecha, hasta recobrar el sentido de la realidad.

—Oye, no es momento de ponerse a flipar, tenemos que irnos —declaró Thomas mientras llamaba al ascensor, pulsando el botón con la mano izquierda.

—Perdón, estaba… recordando —concluí sin sonar demasiado convincente.

—Creo que tienes mucho que contarme, compañero —dijo el joven provocando mi sobresalto.

—¿Qué has dicho? —dije sobresaltado y alucinando, pues mi tono de voz denotaba un toque de alegría y desconcierto al mismo tiempo.

—Vaya, eso sí que ha cautivado a tu atención —bromeó Thomas—. Aunque no creo que hay de especial en que me cuentes cosas de ti que no conozco aún —concluyó Thomas encogiéndose de hombros.

—No, no… no me refería a eso, que me ha quedado bastante claro —dije mientras agitaba un poco las manos para que las espesas se bajaran un poco—. Me refería a lo de "compañero" —dije, logrando captar la atención de Thomas.

—Ah, bueno… solamente intento darte razones para que puedas confiar en mí, nada más —anunció Thomas con una sonrisa y un tono de voz bastante gentil mientras hacía algún aspaviento con las manos.

No hubo respuesta de mi parte porque el ascensor llegó antes de que pudiera articular palabra alguna. Thomas se apresuró a meterse en el ascensor y me hizo gestos para que hiciera lo mismo. Fue un trayecto de unos dos o tres minutos, no mucho más, siempre según mis estimaciones, claro. Acabamos recorriendo muchas plantas, demasiadas, un total de treinta y siete. El ascensor era como una jaula de cristal, con una base metalizada de unos dos metros y medio por tres de largo. Se podía ver toda la ciudad de Birmingham a la perfección, y, de nuevo, esos muros. Esos muros que servían de refugio para la clase más pudiente, para generar desigualdades sociales, para apartar a los "apestados" de las personas con dinero. Me ponía enfermo revivir estos pensamientos, me carcomía el interior la idea de que hubiera gente jugando a ser Dios y decidiendo quién podía y quién no optar a salvar la vida. Ese puto juicio era lo que me iba lanzando poco a poco a buscar una Cruzada frente a toda esta gente, con o sin Thomas y con Umbrella de por medio o sin ellos. Me daba igual.

Me fijé en que Thomas también lanzaba una mirada perdida hacia los muros. Era diferente. Le dolía. Era capaz de ver sus ojos vidriosos, por un poco de agua que iba brotando poco a poco en ellos como si de una planta se tratase. Él no dijo nada, pero yo sabía que le dolía mucho. A veces pensaba cuales eran los motivos que llevaban a una persona a llegar a la posición de Thomas, es decir, a un crío de dieciséis años, puede que diecisiete, a tomar decisiones o apoyar a una organización que decía quién debía ser purgado.

Nuestros pensamientos se silenciaron y nuestros quejidos y gemidos internos se acallaron en cuanto escuchamos un leve pitido. Era la señal que indicaba que el ascensor había llegado a la planta baja. Thomas solo me hizo un gesto para que le siguiera. Estaba serio, demasiado. Más de lo que a mí me gustaría en este momento. Íbamos caminando por el vestíbulo del edificio central de CRUEL en Birmingham, extraído del letrero que estaba en el centro de aquella amplísima sala, en la zona de la recepción. Se podía leer: No temáis compañeros, CRUEL es buena. Nosotros recibimos las miradas atentas de la gente que decidía perder un poco de su tiempo en observarnos. Ejecutivos, personal científico, comerciales, gente de a pie con lujosos trajes y un largo etcétera de personas de alta clase iban y venían por aquella gran sala. Tenía el suelo como de madera barnizada, de roble, si mis cálculos eran precisos. Una excelente talla que se mezclaba con una grandísima alfombra roja de unos cincuenta metros de largo por tres y medio de ancho, que iba desde el ascensor hasta la serie de portales en hilera del final, diez puertas tenía la entrada. Por las ventanas se podía contemplar mucho verde, jardines y fuentes ornamentaban este centro de opulencia vil y terrorífico, así como numerosas puertecillas y varias zonas de descanso para el personal.

Thomas y yo salimos de aquel edificio. Yo pude respirar aliviado el aire "puro", aunque sí estaba bastante limpio, del exterior. Había estado en ese lugar, encerrado, como una o dos semanas. Me vino muy respirar el aire. Ambos caminamos durante casi una media hora larga. Callejeamos entre varias bifurcaciones, esquinas y plazoletas, hasta llegar a una zona un poco apartada. Había varios edificios muy descuidados, gente con los ropajes desarrapados, provocando un brutal choque cultural entre los numerosos barrios que acabábamos de cruzar hace unos minutos escasos.

—Bien Elián, aquí no estamos expuestos a que nadie de CRUEL nos escuche —dijo Thomas entre leves suspiros y jadeos mientras trataba de entonar serenidad y seguridad y lanzándome una mirada conciliadora y de confianza.

—¿Lo estamos? —dije yo sin creerme mucho sus palabras al mismo tiempo que le esquivaba la mirada y le contestaba en un tono más seco.

—Si te quito las esposas… ¿me darás un voto de confianza? —preguntó Thomas suspirando y sacando la llave del bolsillo derecho de su pantalón.

—Eso sería un paso, importante cuanto menos —concluí extendiendo mis manos.

Thomas se acercó a mí, me cogió las manos y metió la llave en la zona de las esposadas, reservada para ese cometido, y la giró. Un leve 'clic' sonó y el mecanismo se accionó y las esposas cayeron al suelo.

—Bueno chico, como te he dicho previamente, no puedo obligarte a unirte a mi causa, pero sí que creo conveniente el contarte toda esta puta locura y por qué estoy con el agua al cuello —concluyó Thomas mientras me miraba, se agachaba para recoger las esposas, las guardaba en el bolsillo derecho del pantalón y se sentó en una pequeña repisa que había en un lado de la acera.

Un silencio imponente invadió la estancia hasta que lo rompí con unas palabras.

—Antes, en el ascensor —dije en tono calmo y cabizbajo, mientras me frotaba la muñeca izquierda con la mano derecha para aliviar un poco el dolor y la marca que me habían dejado las esposas.

—¿Eh? —dijo Thomas un poco sorprendido.

—Sí, pude ver tu mirada. Era sincera. Algo te atormenta y lo reprimes en lo más hondo de ti —dije mientras me sentaba en el suelo con las piernas cruzadas y extendiendo mis brazos a la zona de mis muslos clavando la mirada en Thomas—. Es la misma mirada que me surge muchas veces, la de la culpa —concluí mientras movía los dedos de las manos, entrelazándolos y jugando con ellos.

—Es un sentimiento que me invade desde hace ya varios meses —dijo Thomas con la voz entrecortada y mirando al suelo—. Pero es ese sentimiento el que me ha hecho replantearme todo. Amistades, relaciones y, sobre todo, la gente en la que confío —proseguía el chico mientras cerraba los puños—. Todo por lo que he luchado desde entonces… —Thomas no pudo proseguir porque le corte de golpe.

—Yo… sigo sin entender por qué me necesitas a mí —dije entre sollozos mientras me frotaba el ojo de la cicatriz azul con la mano derecha.

—Necesito toda la ayuda posible, Elián, yo no puedo lidiar contra todo esto yo solo —dijo Thomas levantando la cabeza y mirándome fijamente mientras abría los brazos para sonar más convincente.

No es eso… no… —dije titubeando—. Conozco todos los sucesos del Faccionalismo, conozco a la perfección a los insurgentes de Amanecer, a CRUEL, a Umbrella y a los verdes que se ocultan en las zonas del norte de América y Noruega. Soy consciente de todo lo que ha supuesto el cambio climático provocado por las Llamaradas y, además, soy consciente de la amenaza que supone el Virus T para toda la humanidad, y me corroe una barbaridad que haya gente multimillonaria jugando a ser Dios y decidiendo sobre el destino de la humanidad —dije en un tono de rabia, odio, pero con trazas de sollozos y tristeza, casi derramando alguna lágrima.

—Ya tienes, mínimo, un motivo más para escuchar mi cometido y ayudarme —dijo Thomas en tono altivo mientras se colocaba la chaqueta.

—Otra vez ese tono, Thomas… —dije con nerviosismo y apatía—. Tú… no sabes la lacra con la que me toca cargar desde que la dopamina de Umbrella ha dejado de brotar de aquel chip e inundar mi cerebro —explicaba con la voz entrecortada—. Yo… me persigue el tormento de la muerte Thomas —dije mirando al chico mientras me incorporaba y me ponía de pie.

—¿Qué quieres decir? —dijo el joven mostrando afección y preocupación hacia mí.

—He matado a sangre fría… Thomas… gente inocente… civiles desarmados… soldados… a toda clase de personas. Desde hace unos cuantos días no paro de oír y de escuchar el llanto de una madre desconsolada ante los cadáveres de sus hijos. Yo… los maté… —sollocé esas palabras mientras caí al suelo, a cuatro patas, llorando desconsoladamente—. Eran inocentes. ¡ERAN INOCENTES! —grité de forma desgarradora mientras se apoderó de mí un llanto desolador.

Thomas se acercó a mí. Se agachó. Se puso a mi altura y me abrazó para consolarme. Realmente estaba necesitado de eso. Necesitaba soltar toda esa mierda que tenía encima y poder apoyarme en alguien que mostrase un poco de aprecio hacia mí. Compasión era la palabra.

—Elián —dijo Thomas mientras me incorporaba, agarrándome de los hombros—. Yo no soy quién para juzgar tu pasado —concluyó Thomas tratando de calmarme.

—Ni siquiera estoy seguro de poder confiar en ti, Thomas —dije limpiándome las lágrimas de los ojos con ambas manos—. Ni siquiera tú sabes si puedes confiar en mí —concluí entre titubeos y tratando de ignorar a Thomas.

—Soy consciente de ello, pero por algo hay que empezar —dijo Thomas tendiéndome la mano y sonriendo.

—¿Por qué querrías confiar en un asesino como yo? —le pregunté mirándole firmemente a la cara.

—Tú no eras consciente de lo que hacías, Elián —dijo Thomas mientras me seguía ofreciendo la mano para que me levantase—. Te estoy dando la oportunidad de redimirte, de enmendar tus errores, de borrar esa vida tuya antes de que se te extrajera el chip. Te estoy ofreciendo curar tu pasado para poder modelar un futuro de esperanza —finalizó Thomas en tono cordial y mirándome a los ojos.

—¿Crees en la redención, Thomas? —pregunté con un tono de voz algo más frío y mostrando un rostro de seriedad.

—Yo también he visto morir a muchos de mis compañeros, en las pruebas del Laberinto. Eso fue lo que me llevó a entablar conexiones cifradas con El Brazo Derecho. Yo tampoco estoy exento de maldad, Elián, pero quiero poder redimirme, aún si me tengo que jugar la vida para salvar a mis amigos de las garras de CRUEL, habiendo contribuido yo a encarcelarles ahí —dijo Thomas tratando de aguantar los sollozos.

—¿Estás dispuesto a sacrificarte por la gente a la que has traicionado solo para poder salvarla? —pregunté mientras le agarraba del brazo y me ayudaba a incorporarme.

—Si esa es la forma que tengo de poder estar en paz, tanto conmigo mismo como con mis compañeros, que así sea —concluyó Thomas con un tono imponente y mostrando convicción por unos ideales concretos que él consideraba correctos.

—Yo no estoy seguro de si algún día seré capaz de perdonarme por todo lo que he hecho… —comenté antes de ser interrumpido por Thomas.

—Hagas lo que hagas, que sea siempre por unos valores y unos ideales que defiendas, Elián. Haz lo que creas correcto. A partir de mañana yo no estaré aquí para ayudarte o guiarte, tendrás que labrarte tu propia senda. Además de que es probable que no recuerdes nada de todo esto que está ocurriendo ahora, ni siquiera puedo garantizarte que te vayas a acordar de mí, por eso te digo que te aferres a un ideal, que lo agarres como si tu vida dependiera de ello y que lo pongas por bandera y sea lo que te guíe hasta tus metas —concluyó el chico mientras respiraba de forma agitada y mostraba ímpetu con los brazos.

—Podría darte un pequeño ápice de confianza, solo porque parece que tu mirada y tus palabras son sinceras. Acepto ayudarte en todo lo que pueda, Thomas. Dime que es lo que tengo que hacer —dije yo mostrando el mismo ímpetu que Thomas.

—Solo cierra los ojos y confía en mí —concluyó el chico.

Yo le hice caso y cerré los ojos. Noté un pinchazo en el cuello y todo se volví en tinieblas, como si la noche hubiera caído de golpe. Yo me desperté aturdido e incómodo, aquejando algo de dolor en todo mi cuerpo. Percibía que estaba en un sitio diferente al del complejo de Birmingham. Escuchaba las hélices como de un helicóptero. Estaba siendo trasladado a algún remoto lugar del mundo, algún sitio donde CRUEL tuviera algún otro tipo de laboratorio experimental. De momento yo apenas podía percibir mi propia existencia, si bien algo en mi mente se me aparecía, de forma intermitente, como si fuera una especie de grabación. Veía como una pantalla de algún dispositivo electrónico, y podía diferenciar a dos chicos de unos dieciséis años. Un chico y una chica. Los veía desde la esquina de la habitación. Había gente con utensilios de científico y una señora mayor que no paraba de repetir varias frases, dos de ellas muy claras y concisas: "Ahora todo va a cambiar" y "Thomas, recuerda, CRUEL es buena".

Ese nombre catapultó esa especie de flashback un poco de tiempo atrás, donde estaba ese mismo chico, ¿Thomas? Pude distinguir la frase que me había lanzado: "Debes localizar a El Brazo Derecho, a un chico llamado Aris e intentar cifrar todo lo que puedas sobre CRUEL, ese es tu cometido. No confíes en nadie más, solo en lo que te guíe tu instinto".

Notaba como un calor abrasador inundaba el habitáculo de la aeronave, permitiéndome volver de mi trance, o eso era lo que creía. Apenas podía diferenciar lo real de lo imaginario. Después de agitar varias veces mi cabeza y de darme unas leves palmadas en las mejillas pude recobrar todos mis sentidos, empecé a poder ver con algo más de claridad, llamándome la atención la ropa de color naranja con un distintivo que ponía "CRUEL", así como notar el tacto de varios objetos, los olores del ambiente, y el cálido y tórrido sentir del calor abrasador. En la cabina había varios chicos más, dos chicos y dos chicas. Desconocía quiénes eran ni cuales eran los motivos que los habían llevado hasta aquí. Yo traté de permanecer impasible, inmóvil, para que no se percatasen que estaba consciente. Mi instinto de supervivencia, ese del que me hablaban las voces de mi cabeza, me decía que no hiciera nada que pudiera llamar la atención de lo desconocido. Sin embargo, para mi "desgracia", uno de los chicos se acercó a mí.

Pude diferenciar y vislumbrar que el chico vestía una chaqueta de color grisácea, con rayas de color azul marino en la zona de los antebrazos de las mangas y de los hombros, también llevaba unos pantalones vaqueros y unas deportivas blancas muy gastadas y en mal estado. De piel clara, ojos verdosos, labios carnosos y pelo castaño claro, también tenía marcadas un par de cicatrices en la mejilla derecha y un leve corte cicatrizado en la comisura del labio inferior. Aparentaba unos dieciséis o diecisiete años y debía rondar el metro ochenta de altura. Su cabeza estaba cubierta por la capucha de la sudadera que llevaba puesta, como si tratase de evitar que nadie le reconociera.

—Al fin te has despertado —dijo el misterioso chico poniéndose de cuclillas y susurrando.

—¿Al fin? No entiendo nada de lo que está pasando. ¿Quién demonios eres? ¿Y por qué parece que me conoces de algo? —pregunté en tono nervioso, invadido de nuevo por la inseguridad del entorno y de la duda.

—Tranquilo, de momento estás a salvo con nosotros —continuó el chico de ojos verdosos mientras gesticulaba con las manos—. Es normal que tengas muchas dudas, pues yo también soy preso de ellas y solo me puedo refugiar en las paredes de mi mente y recordar unos vagos recuerdos, los cuales no puedo ni datar ni situar en el tiempo —dijo el chico en tono afable mientras me ofrecía un vaso de agua, sin que me pudiera haber percatado de donde había podido salir.

—Gracias… —dije mientras cogía el vaso y bebía apresuradamente para saciar la sed provocada por el terrible calor—. Tengo muchas dudas, y parece que tú estás en la misma situación que yo, pero por lo menos dime como te llamas —le dije al chico en tono sereno y en gratitud por el vaso de agua.

—Me llamo Aris, Aris Jones —concluyó el chico mientras me esbozaba una sonrisa de complicidad.

Yo me quedé pensando pues ese nombre había hecho que la maquinaria de mi cerebro se pusiera a rebuscar en los archivos de mi memoria para intentar hilar los cabos que había dejado esta encrucijada. No tuve éxito, pero sabía que ese nombre estaba relacionado con algo importante que, en este momento, se me escapaba.