Capítulo 4: Ecos del pasado
Mi mente seguía confusa. Sin respuestas, sin explicaciones. Nada. Solo podía intentar refugiarme en mi mente y recordar, o intentar recordar, la referencia sobre el nombre de aquel muchacho. Aris. Aris, ¿verdad? Me percaté que no podía asimilar ningún registro de mi memoria asociado a aquel nombre. Todo seguía difuso y confuso, además de que el calor abrasador no ayudaba para nada. Notaba como una gota de sudor se deslizaba suavemente por la zona izquierda de mi cara, por la mejilla. Tan solo era una gota, pero la sentía como si fuera una pequeña cuchilla de metal haciéndome un suave corte por esa zona de la cara. Eso me empezaba a provocar un pequeño estado de locura que, ligado al misterio de no saber dónde estábamos y la adrenalina que derivaba del desconocimiento, hacía que me volviera más y más adicto al desconocimiento. Solo otro trago del vaso de agua que me había dejado Aris pudo borrar cualquier rastro de ese cóctel de emociones superpuestas.
El chico estaba dando vasos de agua a las dos chicas que estaban sentadas y con la espalda apoyada en la pared de entre, dentro de la aeronave. No parecía que fueran muy proactivas a entablar conversación, si bien Aris había intentado en varias ocasiones hablar con ellas. No obtuvo respuesta alguna. Dejé el vaso en un pequeño saliente que tenía a mi izquierda y me dispuse a hablar un poco.
—¿Alguna de vosotras sabe qué demonios ha pasado? O, por lo menos, ¿sabéis a dónde nos llevan? —entoné de forma afable mientras entrecruzaba las piernas y me incorporaba un poco.
Las chicas solo me miraron. Una sensación gélida, la cual recorrió mi cuerpo desde los pies hasta la cabeza, me azotó de golpe. No obtuve respuesta alguna.
—Que mal rollo… —dije susurrando.
—Deja de malgastar saliva, esto… —se trabó Aris, esperando que yo le diera una respuesta.
—Elián, me llamo Elián —respondí inmediatamente.
—Un placer conocerte, Elián, pero como te estaba diciendo, no malgastes saliva, y por ende agua, en hablar con ellas porque no te van a decir nada —replicó el chico renegando un poco.
—Eso parece —contesté de mala gana y suspirando.
Pasaron unos quince o veinte minutos, eternos, como de costumbre, sin que nadie dijera apenas nada. Ninguno de los cuatro que estábamos en el habitáculo de aquella aeronave teníamos la intención de articular palabra alguna.
Eché una mirada rápida a dicho habitáculo, para poder familiarizarme, un poco, con el entorno que me rodeaba. No tenía mucho misterio, era una cabina de color negro mate, con diez asientos, cinco en cada pared, los cuales eran similares a los que suele haber en algunas atracciones de parques temáticos, y de los cuales colgaban los cinturones de seguridad. La salita tenía unos seis metros de largo por tres metros de ancho. No era muy espaciosa pero lo suficiente para que los cuatro nos pudiéramos tumbar si así lo requeríamos. También había muchos cables, enchufes, aparatos eléctricos y botones con luces, de colores rojas y blancas. Había también una hilera de ventanas que se extendía por la zona media del habitáculo y las paredes, colocadas en los espacios de los asientos. Eso era lo que mantenía iluminado el interior de la aeronave, de una luz rojiza y tenue, pero que desprendía un calor intenso y sofocante.
Yo estaba recostado en una de las paredes, en el suelo, con las piernas cruzadas y estiradas y con la cabeza apoyada en dicha pared. Aris parecía bastante nervioso, quizá por el desconcierto de la situación o, siendo opinión mía, porque era débil de mente.
El silencio seguía siendo uno de los protagonistas absolutos, solo interrumpido por el sonido de las hélices de la aeronave. Era como una tortura china. Horrible, pero lo sobrellevaba de la mejor manera posible. El calor, el otro gran actor de esa situación también nos recordaba que seguía ahí. En forma de sofocos, sudores y amagos de sueño. Traté de evadir la situación en la que estaba mediante la búsqueda del refugio de mi mente. No lo logré, en parte porque todo lo que intentaba recordar era difuso y porque Aris hizo un amago de romper el silencio.
—Oye Elián —dijo Aris en voz baja.
—Dime —le respondí alzando un poco la cabeza y mirándole de reojo.
—Ya que no podemos obtener respuestas… —dijo el chico logrando atraer mi atención—, por lo menos podrías contarme algo de ti, de tu historia. Digo yo que de algo te acordarás —concluyó Aris cruzando sus brazos y sentándose en el suelo, también con las piernas entrecruzadas.
Ese pensamiento de Aris me lo tomé como una amenaza latente. Realmente desconfiaba de todo lo que pasaba, de la situación, de las chicas y, sobre todo, de Aris. No lograba comprender el por qué estaba tan interesado en abrirse conmigo, y que yo lo hiciera con él, cuando nos hemos conocido hace poco menos de una hora. Mi instinto me puso a trabajar y provocó que le contase una mentira:
—La verdad, Aris, es que apenas puedo pensar con claridad, menos aún tratar de recordar. Todo en mí es difuso y parece que mi mente está sumergida en una especia de trance, en una especie de pantalla de humo denso —dije tratando de sonar lo más convincente posible.
—Sí, quizá he sido demasiado incisivo desde el principio, se me olvidaba que yo he estado en tu misma situación un par de horas antes —comentó Aris de forma despreocupada.
—¿Llevamos volando un par de horas? —pregunté tratando de indagar en ese pequeño resquicio que había dejado Aris.
—Que va, yo llevo despierto un par de horas y he visto como unos hombres con trajes extraños, como si estuvieran en una zona de riesgo biológico, nos metían a nosotros cuatro en este trasto —concluyó Aris mientras gesticulaba la conversación con las manos.
—Todo esto es muy extraño… —balbuceé en voz alta sin darme cuenta.
—Tienes razón, aunque sigo sin verle el sentido a todo esto —me interrumpió Aris, el cual se había percatado de que había expuesto parte de mi pensamiento en voz alta.
Hice un gesto de disconformidad por haber pensado en voz alta. Volví en mí mismo y terminé mi pensamiento, tratando de ignorar el último comentario que había lanzado Aris: «Todo esto es muy extraño. ¿Por qué iba esta gente a dejar permitir que hubiera testigos contemplando sus acciones? Aquí hay algo que me da muy mala espina».
—Tío, estás muy concentrado. Si tienes algún plan o algo de información que quieras compartir, porque crees que puede ser útil, puedes contármelo, puedes confiar en mí —dijo el chico de forma asertiva.
Por un segundo, el que Aris mencionara las palabras "puedes confiar en mí" hicieron que en mi mente se reprodujera esa palabra. Como un sonido punzante. Incesante. Como si hubiera un profundo eco. Confianza. Tenía que recordar algo sobre la confianza, pero no sabía muy bien lo que era. Aun estando confuso, algo me indicaba que debía de desconfiar de todas las personas con las que me cruzara o encontrara en este sitio. Suspiré y le hablé a Aris:
—Todo lo que se me ocurre pasa por asaltar la cabina de los pilotos, matarlos y tratar de tomar los mandos, pero no tengo ni idea de conducir esta cosa lo que, a ciencia cierta, acabaría con todos estrellados contra el suelo —dije de forma que pareciera una locura.
—Bueno, quizá podemos utilizar tus habilidades y tus partes cibernéticas para el beneficio de dicho plan —dijo el chico convencido mientras me guiñaba un ojo.
Esas palabras volvieron a provocarme un gran vuelco. No recordaba haberle dicho a Aris que tengo implantes robóticos y que soy un ciborg. De momento pensaba que lo más sensato era ignorarlo y no levantar sospechas pues, aunque debería de intentar abrirme, sabía que seguía siendo preso de CRUEL y cuanto menos pudieran saber de mí, mejor.
—Eh… si… —balbuceé.
—¿Estás bien? —preguntó Aris.
—No… no tengo ni idea de por qué mis implantes pueden ser de utilidad en ese ridículo plan. Además, yo no he pilotado un trasto de estos, ni similar, en mi vida. Nos estaríamos abocando a la muerte —dije en tono altivo, pero mostrando desacuerdo.
—Entonces… ¿qué sugieres que hagamos? —replicó Aris de mala gana.
—Eres tú el que ha podido estar consciente cuando nos trasladaban a los cuatro a este cacharro, yo apenas puedo pensar con claridad —le contesté también un poco mosqueado.
Aris solo pudo apartar la mirada y lanzar una mueca en forma de queja y desaprobación.
—Lo más prudente es esperar y ver como se desarrollan los acontecimientos, pues no tenemos tampoco otra opción ahora mismo —finalicé y me senté en el suelo de nuevo.
—Yo pensaba que te iba la marcha y la acción, se ve que hace tiempo que no ejerces de alto mando en una batalla —volvió a responder Aris con vehemencia.
Otra vez este idiota ha conseguido que mis sentidos se alterasen. No estaba nada cómodo cuando Aris decía cosas sobre mí, y más cuando yo no las había mencionado. O una de dos, o no es quién dice ser o tiene algún tipo de poder mental que yo desconozco. Intenté volver a ignorarlo, pero no podía. Esa situación solo conseguía ponerme más y más nervioso, pero me tenía que contener, por mi bien.
Seguía dándole vueltas a esos tres comentarios que Aris había realizado sobre mí, sin que yo hubiera dicho nada a nadie, mientras trataba de no ponerme de los nervios. Algo había en todo esto que no tenía sentido. A parte de lo de Aris, claro, me había percatado de que el piloto de la aeronave no paraba de volar en círculos largos, con el radio suficiente como para camuflar la inclinación que provocaba el giro constante. Me había percatado al haberlo visto varias veces, tanto en los entrenamientos y simulaciones como en los vuelos sobre algunas ciudades de Indonesia.
Mientras seguía dándole vueltas a mis pensamientos, no me pude percatar de que todo estaba en calma, de nuevo. Una calma tensa. Un mar de tranquilidad esperando a que algo o alguien lo alterase para reactivar nuestros altos niveles de adrenalina previos. Todo estaba tranquilo hasta que un sonido, como un leve rugido, lo rompió. Era mi estómago.
—Parece que hay alguien que tiene hambre —dijo Aris en tono jocoso.
Yo me avergoncé un poco, pues no era plan de romper la convivencia por mi culpa, pero tampoco podía dejar de pensar que la última vez que me llevé algo comestible a la boca fue hace varios días.
—Si… eso parece —dije mientras ponía mis manos apretando la zona del estómago para paliar, un poco, esa desagradable sensación, como si una bestia fuera a salir de mis entrañas—. Creo que hará entre dos y tres días, si no más, que no como absolutamente nada —finalicé.
—Ahora que lo recuerdas… yo tampoco he comido en varios días, pero me extraña lo mucho que he podido… —Aris no pudo acabar su frase porque fue interrumpido por las dos chicas.
—Tomad, os sentará bien —dijeron ambas al unísono mientras nos ofrecían una barrita energética de cereales.
—Vaya, muchas gracias —dijo el chico cogiendo la barrita—. Me muero de hambre.
—Gracias… supongo —dije cogiendo también la barrita mientras la examinaba con desconfianza.
Aris había devorado la suya, y por poco se acaba comiendo hasta el envoltorio. Yo le lancé una mirada de desaprobación, si bien estaba seguro de que ni se habría percatado de ella. Examiné un poco la barrita, el envoltorio era algo bastante simple, de color gris con los típicos bordes acabados en puntas. En el reverso estaban escritas las letras de CRUEL en amarillo y por detrás su composición: cereales, miel, pasas y trozos de manzana. Desconfiaba profundamente de lo que pudiera llevar, si bien recordaba que los de CRUEL me habían inyectado algunas drogas, por ende, existían muchas probabilidades de que la barrita estuviera alterada. Mi instinto, una vez más, salió a mi rescate y provocó que reservara la barrita para más adelante.
—¿No comes? —me preguntó Aris con mucha curiosidad mientras daba un trago de un vaso que había llenado con agua.
—Prefiero guardarla. Realmente no sabemos cuándo será la próxima vez que podremos comer algo —sentencié.
—En eso tienes razón, pero también deberíamos de reponer energías, ¿no crees? —concluyó el joven en tono incisivo.
Yo arqueé una ceja, miré a Aris y pregunté de forma pausada:
—¿A qué te refieres?
—Bueno, realmente no sabemos a dónde vamos ni lo que vamos a hacer, por eso te lo digo —comentó el chico sin sonar muy convincente.
Volví a mirarle a la cara, un poco enfadado. Eso provocó que el chico se pusiera un poco nervioso. Definitivamente mis sospechas solo hacían que aumentar. Si quería buscar en quién confiar tenía que asegurarme de poder hacerlo, y esta gente no lo era. Si quería ir un paso por delante de la situación tenía que confiar en mis instintos y no confiar en nada ni en nadie.
El ambiente se volvió a enrarecer. Pude notar que la temperatura había subido dos, quizá tres grados desde hacía unos veinte minutos. Las dos chicas se volvieron a recostar en la pared y Aris hizo lo propio. El calor trajo consigo partículas de polvo y arenilla, las cuales hacían que respirase con algo de dificultad. Agarré la manga de mi camiseta y la arranqué. El sonido de la tela rota no pareció ser percibido por ninguno de los tres compañeros con los que estaba. Hice un pequeño apaño a modo de mascarilla o de pañuelo y me puse en torno a la nariz y la boca, para evitar que ese polvo me entrase en las vías respiratorias. Del pelo y de los ojos me ocuparía un poco más tarde.
Eché un vistazo por una de las ventanas que estaban entre los asientos y me cegó la potente luz del Sol. Era como si dominase toda la región, imponente. Parecía como si el astro se estuviera planteando si acaba con nuestras vidas o nos regalaba un día más. El calor abrasador hizo que me tuviera que apartar, pues notaba como mi mano derecha, la cual tenía varios implantes metálicos, se quemaba un poco. Esa especie de piel se volatilizó por el propio calor retenido del implante y dejó entrever una pequeña sección metálica, de color negro y gris, en la zona mi muñeca. No le di importancia, pero sabía, en mi interior, que el Sol había ganado esta batalla.
Volví a echar un vistazo, contemplando un edificio medio sepultado por las arenas, su armazón de hierro oxidado, algunas vigas, muros de ladrillo y cristales eran los ecos de que algo terrible había sucedido, el ver que el desierto engullía ese edificio como si fuera un vil depredador me estremeció. Hice un esfuerzo por contemplar la sombra para intentar datar la hora, de forma aproximada. El Sol estaba imponente en el cielo, no aún en su cénit. Eso me hizo indicar que debían de ser entre las once y las doce de la mañana. Resoplé y volví a sentarme en el suelo y a apoyarme en la pared. Repensé las palabras de Aris, sobre lo de recuperar energía y lo acepté como un consejo. Cerré los párpados, previamente me los había limpiado con las manos, y poco a poco el sueño me fue venciendo.
Al poco tiempo desperté. Estaba de pie, en medio de una ciudad. Estaba siguiendo a dos hombres y a una mujer. Solo pude ver unos árboles imponentes en la calle, grandes edificios, fuentes, un gran trasiego de personas. Las personas que tenía delante de mí estaban hablando, pero no lograba percibir lo que decían. Una especie de flas seguido de una luz cegadora hizo que me transportara, como por arte de magia, a algo que podía asemejarse a una arena. Era un gran cuadrado, de unos ochocientos o mil metros. El sitio tenía un montón de obstáculos, de diversos tamaños, alturas, anchuras y grosores, como si simulase una especie de terrero. Apenas pude percatarme de lo que yo tenía entre manos pues estaba demasiado ocupado contemplando como la sala esa se convertía en una especie de ciudad en ruinas, el ambiente se enrareció, parecieron nubes, una leve brisa soplaba desde algún lugar desconocido y el Sol brillaba en lo alto. Podía percibir hasta el olor de la arena, del aire, del paisaje. Definitivamente era un simulador.
Miré a mi alrededor y me fijé en que llevaba una ropa de estilo militar, de color gris, negra y roja. Una chaqueta con la cremallera desabrochada, un poco apretada, con algunos compartimentos y bolsillos. Un logo con forma de octógono, con los lados curvados hacia dentro, de colores rojo y blanco, alternos, coronaba ambos hombros. Los pantalones eran de una especie de fibra de carbono mezclado con algo metálico. Eran bastante ligeros, a pesar de que los coronaba un gran cinturón con cartuchos de munición y una pistola en la cadera izquierda. Yo sostenía en la mano un rifle de corto-medio alcance, si bien parecía que era un arma de entrenamiento.
A ambos lados había tres chicos, dos a mi izquierda y uno a mi derecha. El de mi izquierda tenía una estatura de metro setenta y tres, más o menos, pelo de color castaño coronado con mechas de un naranja intenso, como si fueran lenguas de fuego. Una cicatriz roja en la zona izquierda coronaba unos ojos de color carmín. Su tez era un poco más morena que la mía, como si hubiera estado tomando el Sol durante unas horas seguidas. El que estaba más a mi derecha tenía una estatura de un metro ochenta, más o menos, ojos azulados, pelo negro oscuro con alguna mecha rojiza y con una pequeña cresta hacia atrás, y que también presentaba unos rasgos aniñados y una tez blanca, un poco menos morena que la del primer chico, igual que los otros tres. El último, el que estaba más lejos de mí era casi albino. Un pelo blanco-azulado y rizado, tez blanca, ojos verdosos y con una cicatriz recta en su ojo izquierdo, de color negra, así como otra debajo del labio inferior que le recorría la barbilla. Todos estábamos vestidos con la misma ropa y llevábamos las mismas armas. Solamente el suspiro del chico albino rompió el sepulcral silencio que se había adueñado de la sala hacía unos minutos antes.
—Venga chicos, ¡podemos hacerlo! —dijo el chico de pelo oscuro como provocando inspiración—. Venga, Valir, Gazzel, Elián, conocemos el plan y las asignaciones de cada uno.
—Esto será coser y cantar. Tranquilo Jay, no es nada diferente a programas que ya hemos realizado otros días, dejádmelos a mí —dijo el chico con las mechas anaranjadas, en tono de soberbia y golpeándose el pecho con el puño izquierdo y sonriéndonos.
—No podemos confiarnos, Valir, hay que estar siempre alerta y evaluar todas las opciones posibles antes de actuar —al parecer eso lo dije yo, como tratando de calmar el ímpeto del chico, que al parecer se llamaba Valir.
—Elián tiene razón, tenemos que trabajar en equipo —concluyó el albino dándome la razón.
—Siempre tan oportunista como de costumbre, Gazzel —dijo Valir en tono jocoso.
—Y tú siempre con tus comentarios digamos… nada graciosos —replicó el albino, provocando un choque entre él y Valir.
—Chicos, concentración —espetó Jay, que al parecer era el líder del pelotón, poniendo disciplina y firmeza.
De repente una estruendosa alarma sonó, probablemente estaba en el techo, pero no se apreciaba dónde. Ese sonido tan desagradable penetró en nuestros oídos como si fueran pequeñas cuchillas afiladas. Sorprendentemente, ninguno de nosotros rompimos la formación y pareció importarnos poco el dolor interno de dicho estridente sonido. Le precedió una calma tensa y un gran alivio para nuestra parte. No duró mucho. Una voz nasal, de una persona mayor, un hombre, se hizo notar:
—Sujetos J.1.26., GA.2727.5.12., EL.9.1.14 y VA.12.9.19., tenéis veinte minutos para asaltar el edificio central y abriros paso por el corredor de la ciudad para alzar la bandera que está en su interior —dijo la voz misteriosa. Sonaba un poco robótica pero imponente—. Que comience el programa de simulación de asalto al núcleo urbano.
Todos tomamos posiciones entre las ruinas de la ciudad, apuntando con las armas hacia la ciudad. La prueba dio comienzo bajo una intensa lluvia de artillería y fuego de tanques, provocando que se instalase una gran nube de polvo, cenizas y humo. Después de que se disipase nos encontramos en un fuego cruzado de armas semiautomáticas. Provenían de algunos edificios cercanos.
Pese a lo aterradora de la situación, ninguno de los chicos rompimos la formación. Jay se giró, de cuclillas y gritó:
—¡Elián, ¿cómo ves la zona?!
Yo estaba analizando el terreno mientras me cubría de los disparos. La mira del arma de entrenamiento me servía para analizar los puntos débiles de la posición enemiga y así poder trazar una ruta de plan.
—Apenas hay brechas en su posición… —dije mientras disparaba hacia una de las ventanas de un edificio situado a mi izquierda. Tuve también que cubrirme tras disparar porque algunas balas pasaron cerca de mí—. Pero podemos intentar abrir un camino en el flanco occidental —concluí.
Valir y Gazzel tenían más camino para recorrer. Habían conseguido correr hasta los cimientos de uno de los edificios más al este. Aparentemente se abrían paso de forma rápida y eficaz. Seguía mirándolos, como intentando asegurarme de que llegasen sanos y salvos a ese punto.
—¡Cuidado! —gritó Jay mientras disparaba a uno de los soldados enemigos.
Le dio en toda la cabeza, al mismo tiempo que yo me cubría la mía. En vez de que cayera un cadáver, lo que se precipitó fue una especie de láminas metálicas que desaparecieron casi al instante.
—Concéntrate, joder —replicó el líder en tono de enfado.
—Lo siento, culpa mía —me disculpé mientras recobraba la posición.
—Venga, sigamos —concluyó Jay mientras seguía abatiendo enemigos.
—Te sigo, hermano —le dije yo mientras le cubría el flanco derecho abatiendo a algunos enemigos con varios disparos.
Al parecer Jay y yo nos compenetrábamos bastante bien, y los cuatro formábamos un grupo que se entendía a las mil maravillas. Era como si cada uno destacase en una habilidad en concreto y complementase a los otros tres de forma inmediata. Se presuponía una gran armonía en el grupo, con una eficacia casi perfecta. Casi.
Tras casi quince minutos de práctica estábamos ya para finalizar la sesión. Valir y Gazzel estaban peinando los edificios colindantes y yo la zona baja del edificio principal. Jay estaba yendo a por la bandera. Sin embargo, un silbido fulminante nos puso en alerta a todos. No duró mucho. El cohete salió disparado desde uno de los edificios que aún no habíamos asegurado.
—¡Elián, corre! —gritó Valir a lo lejos.
No pude reaccionar a tiempo y la explosión me impactó de lleno. Todo se volvió de un color blanco intenso y mis oídos empezaron a pitar, aunque no podía escucharlo. Era extraño, muy extraño. Me quedé aturdido unos segundos hasta que volví en mi ser.
Me desperté de un sopetón, o, por lo menos, creía estar despierto. La explosión del sueño coincidió con una en la zona trasera de la aeronave, provocando que se precipitase hacia el suelo. Todos nos quedamos aturdidos por el tremendo ruido y la dolorosa sacudida que nos provocó la explosión. Una vez más, mi instinto de supervivencia apareció:
—Todo el mundo al suelo, deprisa. Tumbaos —grité al grupo mientras me colocaba en el suelo boca abajo y con las manos cubriéndome la nuca y la cabeza.
—¿Qué cojones ha sido eso? —gritó Aris, un poco asustado y desconcertado tirándose al suelo, de golpe, y cubriéndose la cabeza también.
—Parece que han alcanzado a la aeronave —dije dirigiendo la mirada hacia él.
Caímos durante unos segundos hasta que chocamos con una de las dunas de arena. Gracias a dios no habían alcanzado ninguno de los rotores principales y solo planeamos hasta chocar con la arena. El estar tumbados amortiguó el golpe, pero yo me sentía como si un camión me hubiera pasado por encima. Me incorporé y ayudé a levantar a las dos chicas. Aris también se incorporó dolorido. A lo lejos se escuchaba el sonido de un tiroteo, como si los gritos de la muerte estuvieran llamando a nuestras puertas.
—¿Qué vamos a hacer? —dijo Aris mientras trataba de abrir la compuerta del vehículo para poder salir.
—Tenemos que salir de aquí antes de que explote este trasto, vamos —concluí mientras daba unas cuantas patadas a la puerta que Aris intentaba abrir.
El transporte estaba totalmente en llamas, destrozado. Una de las hélices había caído varios metros más adelante. Había trozos de metal por todas partes, así como cristales y combustible. Este lugar era una bomba de relojería y había que salir por patas de ahí ya. Aris y las chicas corrieron a cubrirse de las balas cerca de un edificio. Yo me quedé para inspeccionar un poco la cabina, pues si esta gente era personal de CRUEL debían tener armas. Subí a la cabina e inspeccioné los mutilados cadáveres de los pilotos. Uno tenía un cristal de la luna de la nave atravesado en la cabeza, como si fuera una brocheta de barbacoa, inerte en su silla, pues parecía que el cinturón había impedido que saliera por la cristalera. El otro estaba muerto encima de los mandos de lo que quedaba de la aeronave. No me inmuté lo más mínimo, de hecho, me importaba poco la vida de esos dos pilotos. Encontré dos pistolas que colgaban de sus cinturones. Agarré una y la cargué, la sacudí un poco y volví a tirar del cierre para comprobar que estaba bien cargada. La otra la dejé sin el cartucho, el cual vacié en uno de mis bolsillos, así como guardé el arma descargada en uno de los bolsillos interiores de mi chaqueta.
Salí de forma apresurada y a trompicones de la cabina y corrí como si mi vida dependiera de ello. Era difícil correr por esa arena tan densa, pero logré, de algún modo, coordinar mis zancadas. Para mi suerte el transporte de CRUEL no explotó, siguió calcinándose poco a poco, consumiéndose como si fuera una vela. Extraño cuanto menos.
Llegué a la zona en la que estaban Aris y las dos chicas, las cuales seguían sin inmutarse lo más mínimo. Aris tampoco parecía muy asustado. Le resté importancia a ello y comenté:
—Tenemos que buscar cobertura en algún edificio o nos van a freír en segundos —dije entre jadeos y tosiendo un poco.
—¿Tienes un plan? —preguntó Aris en un tono diferente un poco más ronco.
—¿Qué te pasa en la voz? —repliqué mientras apoyaba mi mano en la pared del tosco muro, y pudiendo percibir el incesante tiroteo que venía desde las azoteas de las ruinas cercanas.
—Responde, Elián. ¿Tienes o no tienes un plan? —volvió a comentar el chico con la misma voz, apagada y entre jadeos.
—Por supuesto —le contesté enseñándole la pistola.
—¿Vas a hacerte el héroe ahora? —concluyó Aris mientras tosía un poco y se tapaba la boca con la mano.
Esas palabras volvieron a resonar en mi ser, de arriba abajo, como previamente lo hizo el otro comentario de Aris. Cerré los ojos, me sacudí la cabeza y me coloqué de refilón en el muro. Apunté hacia una de las azoteas de la izquierda y disparé varias veces. Logré abatir a dos de los extraños que nos estaban disparando, e hice un gesto para que Aris y las chicas avanzaran. Yo hacía el fuego de cobertura, fallando más que otra cosa. Agoté varios cargadores en cuestión de un minuto, aproximadamente. Volví a parapetarme para cubrirme del fuego enemigo mientras recargaba la pistola. Eché a correr donde se habían resguardado Aris y las chicas. Trataba de apuntar corriendo, cosa que no habría que hacer, pero me sorprendí al derribar a uno de los enemigos.
—Vaya, eso es puntería —dijo Aris de forma efusiva entre jadeos.
—Tres cargadores no es lo que yo llamaría… puntería —dije en tono borde y jadeando también mientras me senté en el suelo para descansar un poco.
Aris solo gruñó. Yo lo ignoré y me dispuse a explicar el siguiente movimiento:
—Tenemos que seguir avanzando, no quedan muchos enemigos así que tenemos que compenetrarnos… —no pude concluir la frase cuando vi a una de las dos chicas que se dispuso a salir del edificio.
—¡¿Qué haces!? —exclamé mientras me incorporé de forma rápida para intentar detenerla.
No me dio tiempo a agarrarla. Todo se superpuso de forma muy rápida y esporádica. Varios balazos atravesaron su torso y cayó fulminada al instante. Cayó de golpe al suelo, entre los escombros del lugar, aunque no podía percibir sangre en sus heridas. La otra chica y Aris se mostraron impertérritos, como si no les hubiera sorprendido nada aquello. A mí, tampoco, pues apenas, por no decir nada, conocía a esa chica como para sentir lástima por ella. Ya no había nada que hacer.
—Tenemos que seguir, no podemos hacer nada por ella —dije con un poco de rabia y mirando hacia otro lado.
—Esto es una puta trampa mortal —gritó Aris—. No sé qué demonios quiere esa gente de nosotros.
—Sigo pensando que nada de esto es real —murmuré acercándome al grupo.
—¡¿Qué dices tío?! —replicó el chico enfadado—. La acaban de matar delante de tus narices ¿y dices que nada es real? —prosiguió.
—Aris, esa chica no ha sangrado por ninguna de las heridas que ha recibido, ¿eso no te parece extraño? —apunté de mala gana y fulminando al joven con la mirada, al mismo tiempo que procuraba mantenerse agachado para que no le alcanzase alguna bala perdida.
—Ya… bueno… —gimoteaba el joven, incapaz de articular palabra, preso del pánico, la confusión y la frustración.
El tiroteo cesó en cuanto no nos asomábamos por la zona desde hacía seis o siete minutos. Nosotros tres estábamos escaramuzados en uno de los pisos bajos de uno de los edificios que estaban en el centro urbano. Estimaba que había eliminado a entre quince y veinte enemigos. Sin embargo, lejos de mostrar euforia o motivación, me preocupaba que solo me quedaban un par de cargadores y el que estaba vacío, en total unas veinte balas en esos dos cargadores y las diez del bolsillo. La frustración se apoderó de mis emociones como si nada. Di una patada, cargada de rabia, a una especie de contenedor que había en el camino. Sabía de lo crítica que era la situación, pues apenas teníamos munición y no disponíamos de agua o comida como para llegar mucho más allá de esa ciudad. Es decir, nuestro destino estaba sentenciado, de una forma u otra estábamos a merced del destino, de la situación, del pánico. Solo cabía rogar que la muerte nos llegase de la forma más plácida posible, pues no había forma de eliminar a los enemigos y luego proseguir el viaje o de que los enemigos nos matasen poniendo fin a nuestra tortura.
Me resguardé a comer la barrita de cereales que me había guardado. Estaba muy cansado y sediento, más la sensación de tener que aceptar que nuestro destino estaba escrito era algo con lo que no podía cargar. Me resignaba a morir así, aunque no había nada más que pudiéramos hacer. La barrita de cereales me sentó de fábula. La miel estaba deliciosa y el crujir del cereal se mezclaba con el agradable sabor de las pasas y de la manzana. Quizá no era gran cosa, pero cuando uno tiene hambre no le hace ascos a nada. Agradecí en voz baja, a la nada, el poder haberme llevado ese bocado a la boca. La devoré, ya sin pensar más allá pues no había ningún futuro cercano en la delgada línea del horizonte.
Aris se me acercó y me comentó:
—Chico, la otra tía ha desaparecido —dijo sin inmutarse mucho.
No hice mucho caso al comentario de Aris pues, algo en mi interior me decía que ella tampoco duraría mucho y que correría el mismo destino que la otra. Me mostré impasible, como si mi alma robótica se hubiera adueñado de mí y me privara de expresar cualquier tipo de estado emocional.
—Bueno, lo único que puedo hacer es dejarte esto y que me ayudes a… sobrevivir un poco más —dije sacando el arma y dejándosela a Aris.
El chico la cogió, de forma rudimentaria, realmente no hacía falta que me dijera que nunca había empuñado un arma para saber que no lo había hecho.
—Solo agárrala firmemente y aprieta el gatillo mientras apuntas por la mirilla. No es muy difícil —concluí mientras me levantaba.
Desde que la otra chica desapareció, haría una media hora, todo quedó en calma. Como si la tormenta hubiera dejado paso a la calma después de arrasar con todo. La ciudad estaba en silencio, y solo el silbido del aire rompía esa plácida y falsa sensación de tranquilidad. El Sol brillaba. El calor era sofocante. Había conseguido adaptar un par de telas a modo de ropaje para protegerme de la intensidad de los rayos solares que parecían recordarnos que estábamos en el infierno.
También notaba que me observaban. Aún desconocía el cómo y el motivo, pero la sensación era palpable, como si lo pudiera tocar con la palma de mi mano. Tampoco sabía nada de Aris, el cual se había ido a buscar agua y comida algunos edificios cercanos. Una sensación de paz me recorrió todo el cuerpo, era como si la ausencia de la presencia de Aris me hubiera liberado de una prisión, de una cárcel emocional que me devoraba la personalidad y las ganas de seguir luchando por salvarme. Definitivamente estaba seguro de que ese chico no era quién decía ser. Todo lo que sabe de mí, sin haberle contado nada de nada, me ponía de los nervios, así como sus repentinos cambios emocionales. Tenía que indagar más y escuchar a mi instinto. «No es infalible, pero me da más seguridad que aquel chico», pensé.
De pronto un sonido similar al de una explosión se pudo percibir en algún lugar cercano. Me dispuse a ir corriendo, por si a Aris le hubiera ocurrido algo. Llegué al lugar de la explosión, no quedaba muy lejos de donde estaba previamente, aunque todo en este lugar parecía idéntico, un mar de escombros, vigas y destrucción, sin vida. Me mantuve alerta mientras exploraba la zona, aún en llamas. Con cautela, intentando no tropezar con los escombros intenté avanzar hacia la profundidad de ese gran edificio, que parecía ser un supermercado, bueno, más bien lo fue. Del edificio emanaba una oscuridad total, como salida de una de mis peores pesadillas. Tragué saliva y me dispuse a aventurarme por aquel sitio tan siniestro. El silencio me estaba matando, casi podía escuchar mis propios latidos, un poco acelerados por el chute de adrenalina que corría por mis venas.
Esta vez sí que notaba que me estaban vigilando desde muy cerca. Saqué la pistola del cinturón, la empuñé y apunté hacia delante. Notaba que estaba entrando en la guarida del lobo, pero lejos de acobardarme, la adrenalina rebosaba en todo mi ser. Necesitaba acción, estaba hecho para la acción y no iba a rehusar este momento.
—Si queréis jugar al gato y al ratón conmigo, aquí me tenéis —dije con confianza mientras caminaba lentamente y con cuidado—. Escúchame Janson, sé que me estás observando. Es de cobardes rechazar un duelo —continué con mi declaración mientras me iba adentrando cada vez más en la inusual oscuridad de ese edificio, con la respiración agitada pues parecía que el ambiente se había vuelto más pesado y costaba respirar.
El silencio se volvió a apoderar de todo. Nadie respondía a mis clemencias, pero yo seguía centrado en mi objetivo: agudizar mis sentidos y descubrir qué estaba pasando. Proseguí hasta que la oscuridad acabó por abrazarme. No tenía linterna. Ni nada que pudiera alumbrar. Solamente la luz azul que empezó a emanar de mi cicatriz se mostró como un pequeño faro para que me pudiera guiar en la penumbra.
De repente un fogonazo seguido de un sonido intermitente, como de un fluorescente encendiéndose, pero repetido unas treinta veces, me cegó de golpe. Me apresuré a taparme los ojos y a frotármelos con la mano que tenía libre. Cuando volví a abrir los ojos avisté que estaba en una especie de pasadizo, como si fuera algo industrial. Enfundé la pistola de nuevo. Estaba muy descuidado, se veían un montón de tuberías de agua, blancas, de gas, cobrizas y numerosos cables de color negro. En el techo estaban las luces fluorescentes, en hilera vertical, paralelas a las paredes. Debía de haber unos cinco o seis metros de separación entre ambos muros. Había numerosas goteras que dejaban un rastro de charcos de agua sucia. Definitivamente, todo rastro de un desierto o de una ciudad en ruinas había desaparecido por completo. A estas alturas ya nada me sorprendía.
A lo lejos escuchaba los pasos de alguien que venía corriendo. Las pisadas de sus pasos se ahogaban y amplificaban en el agua como un sollozo desgarrador. Las iba escuchando cada vez más, poco a poco. Según mis cálculos, la persona que los estaba realizando llevaba una buena marcha. Bajé el arma y seguí caminando, en modo alerta. Las paredes me tenían cautivo, esos muros de color verde y blanco, muy deterioradas y destrozadas por el paso del tiempo, me susurraban. Quizá me estaba volviendo loco, cosa que tampoco me sorprendería ya a estas alturas, también. Suspiré y me relajé una barbaridad cuando vi unas inscripciones en los muros. Unas letras de color carmín intenso, como si fuera sangre, y recién pintadas, me revelaban una pequeña inscripción, por partes, cada palabra a un lado de las paredes: «Confía… en… tus… amigos… y… ellos… tendrán… razones… para… confiar… en… ti…». Renegué de aquello pues no podía, ni siquiera, acordarme de si tenía algún amigo a familiar en quien confiar. Nada. Mis recuerdos también redundaban en un pozo de soledad infinita, de caos, de destrucción, de amargura y de frustración. Todo rastro de felicidad en mi vida pasa se había desvanecido de un plumazo, como si me lo hubieran arrebatado sin compasión.
Justo acabé de leer la frase y me vino a la cabeza, de golpe, un recuerdo de un chico de pelo oscuro, de unos dieciséis años, atlético, alto y decidido, que me dijo: "Solo cierra los ojos y confía en mí". Cerré los ojos de forma momentánea hasta que el sonido de unos zapatos pisando un charco de agua lo interrumpió todo.
—No debiste de haber venido aquí, Elián —dijo la voz de forma amenazante.
—Ya me estaba preguntando cuánto tardarías en encontrarme —dije mientras me giraba lentamente, con las manos en alto, para descubrir que era Aris el que me estaba apuntando con la pistola que le había dejado hace un tiempo atrás.
—Solo queremos ayudarte —dijo mientras me seguía apuntando con el arma.
—Eso a mí me da igual, no necesito que nadie me ayude. He estado solo mucho tiempo de mi vida, porque siga así un par de horas más no va a cambiar nada —comenté en tono jocoso, si bien no estaba la situación como para hacer bromas.
—No debiste de acercarte a la ciudad, ha sido un error estúpido por tu parte, chico —volvió a hablarme en el mismo tono amenazador de antes y con la voz un poco más grave.
—Creo que en eso coincidimos los dos —respondí a su comentario mientras me rascaba la zona de la nuca—. Sin embargo, yo solo quiero preguntarte una cosa.
—Te concederé ese privilegio —dijo Aris dejando caer una macabra carcajada—. Pero no intentes nada o te vuelo la cabeza —concluyó aún más amenazante que antes.
—¿Por qué? ¿Por qué habéis hecho todo esto? ¿Por qué queréis matar a toda esa gente? ¿Por qué solo pugnáis por la primacía del dinero frente a las vidas humanas? —dije con seriedad.
—Eres un sujeto de un valor incalculable, hay unos tíos que no paran de reclamarte en varios mensajes cifrados que circulan a lo ancho y largo del mundo —espetó Aris mientras seguía apuntándome—. El proveerte de la capacidad de sentir emociones solo era un pequeño paso para que pudiéramos estudiarte más a fondo, pequeño cíborg —prosiguió el joven—. Aunque, si bien es cierto, podríamos estudiarte en las mismas condiciones que a los chicos que fueron a los laberintos. Además, una… como puedo decirlo con algo de tacto… ah sí… cosa, como tú no merece que malgaste más saliva de la que he gastado ya —concluyó.
—Eso no es lo que te he preguntado —dije en tono rabioso, tratando de evadir sus palabras para que no pudieran ejercer ninguna presión en mis emociones, y mientras bajaba las manos y acercaba mi derecha a la pistola.
—¡Estate quieto! —dijo el chico, algo más nervioso—. Por todo que te implica, estate quieto.
Desenfundé el arma y le apunté también. Tenía bajo control la situación y no iba a permitir que se me escapara.
—He dicho que bajes la puta arma —volvió a decir el joven.
Solo obtuvo una leve risa por mi parte.
—Bastantes avisos te he dado —concluyó el chico apretando el gatillo.
El arma de Aris solo hizo un par de clics, pues estaba descargada.
—No pensarías que se me iba a pasar por la cabeza la idea de dejarte un arma cargada sin control alguno, ¿eh listillo? —dije riéndome mientras metía mi mano izquierda en el bolsillo para sacar las balas solo para dejarlas caer de golpe—. Yo no dejo cabos sin atar.
—¿Cómo has sospechado…? —dijo el chico.
No pudo terminar la frase porque apreté el gatillo tres veces y le dejé fulminado. El chico cayó de rodillas al suelo, un golpe resonó en ese túnel cuando terminó de caerse al suelo. El eco del disparo aun agonizaba en las profundidades de la galería, como un llanto de frustración ante una adversidad. Del cañón del arma emanaba un poco de humo fruto de la explosión que se produce en el interior. Volví a guardar el arma en mi cinturón y concluí:
—Escuchadme bien —grité en voz alta y con mucha rabia mientras inclinaba la cabeza hacia el techo del túnel—. Janson, Ava o quiénes cojones seáis, no tenéis ninguna opción contra mí, tendréis que inventaros mejores trucos para acabar conmigo —dije esbozando un último suspiro.
De pronto todo se volvió a desvanecer, de golpe. Estaba empezando a mosquearme de verdad con los dichosos aparatos y con la tecnología que usaba CRUEL, pues más que un estudio parecía una tortura. Todo volvió a su cauce natural, pues lo único que resultó ser cierto de aquello fue que la aeronave se había estrellado en medio del desierto. Nada quedaba de esa ciudad, ni del combate previo, ni siquiera el cadáver del chico estaba allí. Solo había polvo y arena. La confusión me volvió a abrazar y yo lancé un grito ahogado en rabia y desesperación, aunque nadie pudo escucharlo. El calor volvió a reinar y el Sol extendió su yugo sobre mí. Me agaché y cogí las balas de entre la arena, las puse en el cargador y lo guardé en el cinturón.
Estaba totalmente exhausto, hambriento y sediento. El Sol me quemaba la piel, aunque pude hacer algún apaño con los ropajes que quedaban de los pilotos del helicóptero. Proseguí mi andadura hacia ningún sitio en particular, cubierto con las telas para protegerme del Sol, jadeando y sollozando. Quizá era lo que me tenía preparado el destino como contrapeso a las atrocidades que había cometido. No. Me resigné de nuevo. Solo el mero hecho de que podía recordar algo de mi pasado, por terrible que fuera, me hizo querer continuar, hasta la extenuación, hasta que mi cuerpo dijera basta o hasta que se me fundieran los circuitos a causa del extremo calor, pero no estaba en mis ideales el perecer sin intentar escapar de ahí hasta mi última exhalación.
Pude caminar unos cuantos kilómetros más. Podía ver las ondulaciones que salían de las dunas a causa del calor. No podía ni levantar los pies. Hacía un buen rato que solo los arrastraba. La arena en los zapatos me ardía horrores, amplificado por el cansancio y el derrotismo, el cual se iba haciendo más y más grande dentro de mí, casi obligándome a aceptar mi destino, como una gran losa que me fuera a aplastar. Ni siquiera el ahorro de energía interna sirvió de nada. Mi cuerpo dijo basta y caí de rodillas al suelo. Derrotado. Hambriento. Solo. Me desmayé. Mis ojos se cerraron lentamente y todo se volvió blanco. Me quedé tirado en el suelo mientras soplaba el viento. La arena se iba acumulando poco a poco.
Un trasiego de idas y venías azotaba el ambiente. Yo apenas podía abrir los ojos. Estaba totalmente aturdido, sin entender muy bien lo que pasaba. Había un montón de tipos extraños con batas de médico, hablando a toda prisa, moviendo lo que parecía ser un gotero. Algo iba mal. Por un lado, quería pensar que estaba muerto, pero por otro algo se me escapaba. Mi percepción de la realidad era difusa, apenas podía ver ni oír, pero sentía muchísima paz. Una paz que parecía venir de una hermosa mujer que estaba al otro lado de lo que parecía… ¿una camilla? No alcanzaba a ver nada más. Estaba todo borroso y el cuerpo me dolía a horrores.
Pasaron varios minutos y ese trasiego fue disminuyendo. Poco a poco recobraba la conciencia y los sentidos. Estimaba que habían pasado varios minutos, sino horas, aunque nada más lejos de la realidad. Había perdido la noción del tiempo y me constaba muchísimo concentrarme en algo concreto. Quería gritar, pero no podía. Quería llorar, pero no caía ninguna lágrima. Quería moverme, pero mis extremidades y articulaciones no respondían. Sin embargo, quería dejar de escuchar, pero no podía; era extraño que el sentido del oído funcionase mejor que el tacto o la vista. Un pitido intermitente parecía marcar los latidos de mi corazón, según podía contar, pues estaba consciente, o eso era lo que pensaba; intervalos de unos cuarenta y cinco o cincuenta pitidos al minuto. Mi corazón latía inusualmente despacio, debía de ser porque tenía una arritmia cardíaca y por eso estaba en esa sala. Pude ver los tubos y los cables de la máquina de signos vitales justo a mi izquierda, lo vi por el rabillo del ojo pues los músculos del cuello no respondían.
El sollozo de una mujer penetró mis oídos y se abrió paso por todo mi cuerpo como si fueran cuchillas de cristal rasgándome la piel. Fue descorazonador. No entendía que era lo que estaba pasando. La mujer no paraba de llorar de forma incesante. La que antes percibí como una mujer hermosa estaba totalmente devastada. Sus llantos revelaban que la situación no era porque yo tuviera una mera arritmia, sino de algo peor. Traté de inclinar la cabeza hacia ella, pero no pude. No comprendía por qué mis extremidades no cumplían las funciones que le mandaba mi cerebro.
Tres personas entraron en la habitación. Tampoco pude distinguirlos pues, de nuevo, la vista me fallaba. Tampoco podía apreciar mucho más por mi ojo derecho, un borrón empezó a hacerse visible en todo mi campo visual de dicho lado de la cara. La mujer, que estaba a mi derecha, pues notaba sus manos en el lateral de la cama, así como su respiración entrecortada y los sollozos; se echó en manos de una de las tres personas, la que estaba más a la izquierda. Se derrumbó en ella y sollozó entre llantos desgarradores:
—Evelyn, por favor, te ruego que salves a mi hijo. Sé que Umbrella y tú podéis salvarle —dijo aquella mujer desesperada, con la voz entrecortada, sollozando, suplicando e inundada en un mar de lágrimas y dolor—. Somos amigas, te ruego que salves a mi niño —concluyó mientras se abrazaba a la mujer.
—Tranquila Eileen, vamos a hacer todo lo posible para salvar al pequeño Elián —dijo la otra mujer mientras la abraza y me lanzaba una mirada desconsolada.
—Sra. Marcus, Sra. Eileen —dijo la persona que estaba a la izquierda de Evelyn. Parecía que era el doctor, pero yo seguía sin poder distinguirlo—. Los pronósticos no son muy alentadores para el chico —prosiguió el doctor mientras examinaba unas hojas en una libreta—. Han pasado más de cuatro días desde aquel terrible accidente de coche y por fin hemos terminado de realizarle las pruebas al crío. Tiene varias fracturas de hueso en la zona del cúbito y el radio del brazo izquierdo, varias costillas rotas, la pelvis fracturada, el tobillo y la pierna izquierda con algunas fisuras y se le han quebrado varias vértebras, llegando a dañar la médula espinal. No creo que pueda recobrar la movilidad del cuerpo. También hemos detectado un traumatismo craneal en la zona derecha de la cabeza, además de tener mutiladas parte del brazo derecho, mano incluida, así como la mitad de la pierna derecha —concluyó el doctor, el cual parecía no haberse alterado mucho por ello—. El otro día conseguimos estabilizar la fisura pulmonar que tenía y le tratamos el ojo derecho, el cual estaba en riesgo de perderse o de quedar severamente dañado. También le hemos realizado varias transfusiones de sangre para suplir las grandes pérdidas que había sufrido —finalizó el doctor.
—No se preocupe Eileen, la Corporación Umbrella ha empezado a desarrollar un programa de inclusividad y recuperación de personas que han sufrido o padecido algunas heridas similares a las de su hijo, desde principios del año 2020 —dijo el hombre que estaba a la derecha de Evelyn Marcus, el cual parecía llevar unas gafas de sol, aunque no podía percibir mucho más—. Se han invertido grandes cantidades de dinero para ello y por fin tenemos luz verde por parte del gobierno. Será un placer poder ayudar a una gran amiga y exsocia de la Sra. Marcus.
—Wesker tiene razón, vieja amiga, podemos salvar a Elián —afirmó Evelyn con entusiasmo—. Aunque no será fácil puesto que la operación y el tratamiento no son sencillos ni llevaderos además de que…
—El dinero no es problema Evelyn —continuaba llorando mi madre interrumpiendo a su amiga Evelyn—. Solo sálvale.
—Eso haremos. No te vamos a fallar Eileen, te lo juro. Va a estar en las mejores manos posibles, eso te lo aseguro —finalizó Evelyn mientras seguía consolando a mi madre.
Yo derramé una lágrima. Fue lo más duro que pude hacer en mucho tiempo. La lágrima se deslizó como si fuera un cuchillo afilado cortando mi piel. Estaba agonizando y no podía ni gritar. Quería preguntarle a mi madre si todo iba a ir bien, si podría salir de esa situación tan horrible, de si esa gente podría ayudarme a volver a ser normal. En ese momento solo me circulaban pensamientos de tristeza y con carácter suicida.
Mi madre se arrodilló en la zona izquierda de la cama, teniendo cuidado de no golpear la máquina de vitales. Me agarró fuerte la mano. No me provocó dolor alguno, solo una increíble y maravillosa sensación de paz, como si todo hubiera acabado y estuviera recostado en el cielo, en una nube, mientras los ángeles me guiaban hacia arriba. Otra lágrima recorrió mi mejilla. Mi madre me besó la mejilla izquierda y limpió mi lágrima con su mano y se dispuso a susurrarme:
—Elián, hijo mío. No sé si me puedes oír. Estoy un poco más alegre de que Evelyn haya venido. Ellos, Umbrella, te podrán ayudar. La rehabilitación será muy dura, pero intentaré caminar junto a ti todos los días de mi vida. Solo te pido que luches. Que lo des todo y no te rindas jamás y, que después de desfallecer, te vuelvas a levantar y sigas luchando, hasta tu última exhalación de aire. No te rindas jamás, confía en tus amigos y en la gente que te quiere y mantenlos siempre a tu lado. No lo olvides jamás. ¡No te rindas jamás, mi amor! —dijo mi madre entre lágrimas mientras me acariciaba la mejilla y me hacía círculos en el pelo.
Yo esbocé una leve sonrisa. Sentía muchísima paz. Milagrosamente pude mover las comisuras de los labios para sonreír a mi madre, probablemente por última vez. «No te rindas jamás, y dalo todo hasta que desfallezcas». Eso se me quedó grabado a fuego, para siempre, en mi alma, en lo más profundo de mí. Lo único que recordaba de mi madre, una mujer que estuvo conmigo cuando estaba rozando la muerte, cuando la podía contemplar, oculta y preparada, detrás del borrón de mi ojo derecho. Había decidido que esa no era mi hora de rendir cuentas con ella y que debía de esperar.
Caí en un profundo sueño, todo se volvió a teñir de blanco, hasta que ya no era capaz de percibir la línea del horizonte.
De repente empecé a escuchar a varios chicos hablar entre sí. No entendía nada de lo que decían, aunque mis esfuerzos estaban todos destinados a poder abrir los ojos.
—Oye Minho, no podemos dejarlo aquí tirado —dijo uno de los presentes.
—A ver carafuco, le hemos dado agua y algo de comida líquida y no se ha recuperado, ahora suma dos más dos y dinos cual te parece que es el estado de este pingajo —replicó Minho—. Además, ni siquiera sabemos si este chico es un raro o no. Yo no me arriesgaría mucho por él, y más cuando hemos dejado atrás a Winston y Jack.
—Tío, o está muerto o está vivo, no hay más, pero no podemos dejarle aquí a su suerte, tenemos que ayudarlo —contraargumentó el primer chico en tono enfadado.
—Otro grandioso comentario de Thomas —dijo Minho entre carcajadas.
—Al menos intento aportar algo más que consejos sinsentido, pingajo idiota —gruñó Thomas.
—Baja ese tono Thomas, sigues siendo el verducho más inexperto de todos, solo a la altura de Aris, así que no rechistes —espetó Minho encarándose a Thomas después de haberle lanzado una mirada a Aris.
—A mí no me metáis en vuestras discusiones de niños pequeños —dijo el aludido Aris haciendo gestos para que le dejaran en paz.
—Si no vive… ¿creéis que estaría bien cocinar al chico este a la brasa? —dijo otro muchacho.
—Fritanga, eso es una estupidez, además de que me provoca mucho rechazo y repelús. El canibalismo no está entre mis preferencias ahora mismo —respondió Aris.
—¿Buscas problemas o los tienes? —prosiguió Thomas mientras se remangaba y ponía en posición de ataque, encarándose a Minho también.
—Tú sí que acabas de encontrar problemas, carafuco —gruñó de vuelta a Thomas.
—Callaos, gilipullos, parece que está recobrando el sentido. Parece que respira con dificultad, pero respira —dijo un quinto muchacho, con voz agradable y replicando a los otros dos chicos que estaban discutiendo.
—¡¿Eh?! ¡¿Qué dices Newt?! —exclamó Thomas, el cual se acercó corriendo a mi para comprobar como estaba, provocando que Minho cayera al suelo por el desequilibro. Aquello desató las risas de otro par de chicos, así como de los dos que estaban más pendientes de mí.
Yo respiraba con dificultad, a duras penas. De forma entrecortada. Había logrado escuchar varias palabras de aquellos muchachos que no paraban de discutir de forma airada. Volvía a estar en una especie de trance, imbuido por el desconcierto, la pérdida parcial de la memoria y el sentirme como si, de nuevo, un camión me hubiera pasado por encima. Tosí. Tosí mucho. Eso provocó que me acabase incorporando de forma inmediata en el suelo. Abrí los ojos de forma fugaz y me cubría la boca para seguir tosiendo. Mi reacción fue tan espontánea que asusté de sopetón a los chicos que estaban observándome a mi alrededor. Seguía respirando de forma ronca y entrecortada, como si mis vías respiratorias estuvieran faltas de humedad, frente a la perplejidad de los chicos que estaban rodeándome. Era como si me temieran. Alcé la mirada y examiné lentamente a todos y cada uno de ellos. Nada de lo que veía me daba buena espina. No me detuve en nadie en particular, pero eso también atrajo la mirada de curiosidad de los otros chicos. Me senté en el suelo y pregunté:
—¿Qué me ha pasado? ¿Quiénes sois vosotros? ¿Qué hacéis en este lugar? O mejor, ¿qué hago yo en este sitio? —pregunté entre jadeos, con una voz ronca y entrecortada, tosiendo también entre medias de cada pregunta, dando síntomas de muchísimo agotamiento, pero con la misma curiosidad que aquellos jóvenes que también ansiaban buscar respuestas.
Traté de incorporarme como podía, a duras penas. Me dolían horrores las plantas de los pies y toda la zona abdominal. Tosía de forma brusca, tapándome la boca con una de las manos. Quería lanzar un grito de desesperación y desear que todo hubiera terminado. No fue posible. La sensación de necesitar agua y comida me había vuelto a invadir, pero traté de resignarme pues seguramente estos muchachos me hubieran provisto de agua y comida para mantenerme con vida. Poca pero suficiente.
—Bueno, verás, tenemos mucho que contarte, aunque no creo que sepamos más que tú —dijo uno de los chicos, el cual era alto, de un metro ochenta o un poco más, con un cabello rubio bastante descuidado, con jirones en el pelo y algunos rizos sucios, de ojos marrones, guapo, con una mandíbula cuadrada y tenía bastante musculatura. el chico debía de tener unos diecisiete años y aparentaba tener una cojera, si bien le costaba levantar la pierna izquierda ya que mostraba signos evidentes de tener una cojera.
—Yo… yo… me llamo Elián —dije entre jadeos mientras me levantaba, a trompicones, solo para volver a caer a cuatro patas en la arena. El dolor abdominal era insoportable, como si las ardientes arenas se hubieran fundido en mi abdomen y me estuvieran friendo por dentro.
—Hey, tranquilo —dijo un chico de pelo castaño, tez levemente morena, quizá por la incidencia del Sol, de unos dieciséis años, ojos oscuros, delgado, atlético y musculoso—. Estás hecho unos zorros, no deberías de hacer movimientos bruscos. Descansa un poco.
—Thomas, déjale, si se quiere marchar, adelante. Ahora mismo solo es una carga para nosotros —dijo un chico musculoso y alto, de más de un metro ochenta, un poco más alto que el chico rubio y el moreno y de edad similar al chico que cojeaba. De rasgos asiáticos y con el pelo negro oscuro y bastante corto—. Chico —prosiguió el chico asiático, que aparentemente parecía el líder del grupo—. Parece que hay cierta predisposición y proactividad por tu parte, así que vamos a hacer un trato, ¿qué me dices? —dijo el líder.
—Oye Minho, ¿no crees qué te estás pasando un poco? —preguntó el chico rubio mientras seguía de cuclillas en la arena, mientras miraba al asiático.
—Newt, no estamos en predisposición de cargar con un peso extra. Si el chico está herido nosotros no podemos hacer nada por él salvo darle un poco de agua y comida. Además, si sabe información sería mejor intercambiarla por ayuda —concluyó Minho confrontando la mirada con Newt.
Yo levanté la cabeza y miré a Minho:
—Expón tus condiciones —dije entre jadeos.
Minho me miró fijamente, se arrodilló en la arena, puso sus manos en sus piernas y comenzó a exponer sus condiciones:
—Mira pingajo, tú nos cuentas todo lo que sepas, CRUEL, los raros, el Destello y la Quemadura y nosotros te dejamos unirte al grupo, ¿te parece bien? —dijo Minho tendiéndome la mano.
—Me parece… bien… —acepté la mano de Minho y me incorporé mientras me presionaba la zona abdominal, entre quejidos y muecas de disconformidad y dolor, para paliar o aliviar el malestar y el dolor que sentía—. Pero… yo también quiero saber… cosas sobre vosotros.
—Creo que podemos lidiar con eso, ¿no Thomas? —dijo Minho mirando hacia Thomas.
Thomas estaba de espaldas al grupo, con la mirada perdida en el horizonte del desierto y sin mostrar interés alguno por la conversación o las condiciones que me había ofrecido Minho.
—Tommy, ¿qué te ocurre? —dijo Newt mientras se acercaba al joven cojeando—. Eras el que más entusiasmado estaba de integrar al nuevo verducho, pero, de repente, esa ilusión y emoción inicial se ha desvanecido de golpe —prosiguió hablando Newt mientras llegó a la altura de Thomas y le puso una mano en el hombro derecho—. Si estás preocupado por algo sabes que puedes contar con nosotros.
—Es el chico nuevo… tengo la sensación de que ya le he visto antes —dijo Thomas susurrando, pero no suficiente como para impedir que yo lo escuchase.
—Si de verdad le conoces, Tommy, o si has coincidido con él, previamente antes del Laberinto, nos lo dirá —dijo Newt tratando de animar a Thomas.
—Tienes razón, de hecho, es la única pista real, quiero decir, física y palpable sobre CRUEL y el Laberinto desde que hablamos con el Hombre Rata —finalizó Thomas un poco más animado, pero sin estar seguro de ello, desconfiaba mucho de toda esta situación que se había puesto sobre el camino.
Uno de los chicos me ayudó a tratarme las heridas en el abdomen, con un par de vendas hechas con los harapos, limpios claro, de algunas sábanas y ropa para hacer presión en la zona del estómago para liberar mis manos. Realmente tenía algunas quemaduras por la exposición prolongada de esa zona en la arena de las dunas, pero nada que no pudiera soportar. De pronto, la misma sensación que había tenido antes, muchísimo antes, me volvió a invadir: era el hambre. Vestido con piel de cordero provocó un rugido en mi estómago, haciendo que, de forma inmediata, atrajera toda la atención del grupo de chicos, de los once. Me avergoncé muchísimo y me di la vuelta para que no me vieran, rascándome la zona de la nuca y siendo poseído por los nervios.
—Creo que va siendo hora de cenar, ¿no Minho? —preguntó un chico de tez morena, alto, de complexión imponente y un poco más bajo que Newt.
—Vale Fritanga creo que… —dijo Minho mientras chasqueaba los dedos de forma continuada y tenía los ojos cerrados, como si estuviera pensando como cerrar ese comentario—. Ah si… te toca cocinar —finalizó entre risas, provocando también las risas sueltas del resto de chicos a mi alrededor.
