Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Una luna sin miel" de Christina Lauren, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.


Capítulo 3

El malestar repentino de Dane no pudo haber sido producto del alcohol, porque la hija de una de las damasde honor tiene siete años y, luego de que Nya se vengara de Dane vomitando sobre él, la pequeña Catalina también despidió su cena. A partir de ahí, la plaga se esparció como un incendio forestal a lo largo y ancho del salón.

Edward se para, camina hacia atrás y apoya la espalda contra la pared. Hago lo mismo, pienso que es mejor contemplar el desastre desde un lugar seguro. Si esto fuera una película, sería una de humor escatológico. Pero estar aquí y ver la desgracia suceder a gente que conocemos, con la que brindamos y hasta quizá besamos, es aterrador.

Desde Catalina hasta el gerente del hospital en el que trabaja Nya y su esposa; Alice y Daphne, unas personas que estaban sentadas en la mesa cuarenta y ocho, mamá, la abuela de Dane, papá, Alec…

Ya no puedo seguir el rastro del brote porque todo se descontrola. Un invitado se cae sobre un mozo y varias piezas de porcelana se estrellan contra el suelo. Algunos intentan huir doblados sobre sus estómagos y clamando por un baño. Sea lo que sea, esta maldición quiere salir de los cuerpos por cualquier vía disponible; no sé si reír o llorar. Incluso quienes no vomitan o corren hacia el baño tienen la piel verde.

—Tu discurso no fue tan malo —dice Edward.

Si no me diera miedo que me vomitara encima por el movimiento, lo echaría de nuestro refugio a empujones.

Mientras un coro de arcadas suena alrededor, una certeza invade nuestro espacio de paz y lentamente nos miramos con ojos bien abiertos. Evalúa mi rostro y yo el suyo. Su semblante se ve normal, ni un poco verde.

—¿Tienes náuseas?

—Solo las que me provocan ver esto y verte a ti, pero fuera de eso no.

—¿Diarrea incontenible?

—¿Cómo es que estás soltero? Francamente es un misterio. —Lo miro fijo.

En lugar de estar aliviado por sentirse bien, pone la cara más engreída que he visto jamás.

—Tenía razón sobre los bufés y las bacterias.

—Es demasiado rápido para que sea una intoxicación.

—No necesariamente. —Señala los cubos de hielo en los que había langostinos, almejas, caballa, mero y otras diez variedades de elegantes pescados y mariscos—. Te apuesto… —Levanta un dedo como si estuviera probando el aire—. Te apuesto que es una intoxicación por ciguatera.

—No tengo ni idea de qué es eso.

Respira hondo, como si estuviera disfrutando el esplendor del momento y no pudiera advertir que lo que está sucediendo en el baño ha comenzado a invadir el pasillo.

—Nunca estuve tan orgulloso de ser el eterno enemigo de los bufés.

—Creo que lo que quieres decir es "Gracias por asegurarte de que tuviera un plato de pollo, Isabella".

—Gracias por asegurarte de que tuviera un plato de pollo, Isabella.

No estar vomitando es un alivio, pero la situación me horroriza.

Era el día soñado de Nya. Pasó los últimos seis meses preparando este momento y esta es la versión de bodas de una película de zombis.

Entonces hago lo único que se me ocurre: voy hacia ella, me inclino, enrosco su brazo en mi nuca y la ayudo a incorporarse. No hay necesidad de que todos vean a la novia en este estado: cubierta de vómito (suyo y de Dane) y tomándose el estómago como si fuera a perderlo.

Más que caminando estamos tambaleándonos (en realidad, la estoy arrastrando); cuando estamos llegando a la puerta, siento cómo la parte de atrás de mi vestido se desgarra por completo.


Aunque me cueste admitirlo, Edward tenía razón: la culpa de que la boda estuviera arruinada la tiene algo llamado ciguatera, una indigestión que ocurre cuando se come pescado contaminado con ciertas toxinas. Parece que no se puede condenar al servicio de catering porque no tiene relación con la preparación de la comida (no puedes quitarle las toxinas a un pescado intoxicado aunque lo cocines hasta carbonizarlo). Salgo del navegador cuando leo que los síntomas pueden durar semanas o meses. Esto es una catástrofe.

Por razones obvias, cancelamos la tornaboda (un enorme festejo que íbamos a hacer durante la madrugada en la casa de la tía Ginny). Ya imagino que mañana pasaré el día envolviendo y congelando la impresionante cantidad de comida que cocinamos durante los últimos tres días; no hay forma de que alguien vuelva a ingerir algo sólido por mucho tiempo. Algunos invitados tienen que ser trasladados al hospital, pero la mayoría solo se retira a sushogares o habitaciones de hotel para sufrir en soledad. Dane está en su suite; mamá en la de al lado, doblada en el retrete, y papá fue desterrado a uno de los baños de la recepción. Desde allí me mandó un mensaje para que recordara darle una buena propina a la persona que se ocupa de mantener la limpieza de los baños.

La habitación de la novia se ha convertido en una unidad de primeros auxilios. Alec está en el suelo de la sala de estar, aferrándose a un cesto de basura. En el otro extremo del ambiente, Astoria y Alice tienen una cubeta cada una (cortesía del hotel) y están en posición fetal sobre el sofá. Nya lanza lloriqueos agudos mientras se retuerce para librarse de su vestido. La ayudo y decido que está bien que se quede unos minutos en ropa interior. Al menos pudo salir del baño. Seré honesta, los ruidos que escuché mientras estaba allí no eran dignos de una noche de bodas.

Camino alrededor del dormitorio prestando mucha atención a dónde piso; cambio paños húmedos de las frentes, masajeo espaldas, vacío cubetas y le agradezco al universo por mi alergia a los mariscos y mi tolerancia al asco.

Salgo del baño con guantes de goma colgando del hombro y escucho que mi hermana ruge como un zombi desde dentro de una cubeta:

—Tienes que usar mi viaje.

—¿Qué viaje?

—La luna de miel.

La propuesta es tan desubicada que la ignoro y le pongo un cojín bajo la cabeza. Luego de un par de minutos, vuelve a hablar:

—Ve, Bella.

—De ninguna manera, Nya.

Su luna de miel es una estadía de diez días en Maui con todo incluido. La ganó llenando más de mil formularios. Lo sé porque la ayudé a poner las estampillas a la mitad de ellos.

—No es reembolsable. Tendríamos que salir mañana y… —Una arcada la obliga a hacer una pausa—. No podremos.

—Los llamaré. Lo van a solucionar, estoy segura, vamos.

Sacude la cabeza y escupe hacia arriba el agua que acabo de hacerle tomar en sorbos. Tiene la voz ronca, como si estuviera poseída por un demonio.

—No lo solucionarán. —Mi pobre hermana se transformó en una criatura del pantano. Nunca había visto a alguien de este tono de gris—. No les importan las enfermedades o los accidentes, lo dice el contrato. —Vuelve a caer al suelo y mira hacia el techo.

—¿Por qué estás pensando en esto ahora? —pregunto, aunque sé la respuesta. Adoro a mi hermana, pero ni siquiera una enfermedad así de violenta le impedirá reclamar un premio ganado en buena ley.

—Puedes usar mis documentos para registrarte —dice—. Solo tienes que fingir ser yo.

—Nya Swan, ¡eso es ilegal!

Gira la cabeza para mirarme, tiene los ojos tan vacíos que es cómico; tengo que contener una risa.

—Ahora no es prioridad —digo.

—Sí que lo es. —Batalla para sentarse—. Voy a estar muy estresada si no lo haces.

La miro fijo y la contradicción hace que mis palabras salgan firmes pero enredadas.

—No quiero dejarte. Ni que me arresten por fraude. —Puedo darme cuenta de que no va a dejar de insistir. Finalmente, me rindo —. Bien. Déjame llamar y ver qué puedo hacer.

Veinte minutos después, me doy cuenta de que tiene razón: al servicio al cliente de Aline Turismo no podría importarle menos los intestinos y el esófago de mi hermana. Según internet y un médico contratado por el hotel, que está visitando a todos los invitados,

Nya tardará unas semanas en recuperarse.

La reserva desaparecerá si ella y su acompañante designado no la toman en los días correspondientes.

—Lo siento, Nya. Esto es monumentalmente injusto —digo.

—Mira —comienza, pero la interrumpen algunas arcadas— considera este el momento en el que tu suerte cambia.

—Doscientas personas comenzaron a vomitar mientras Bella daba su discurso —nos recuerda Alec desde el suelo.

Nya logra incorporarse y se apoya en el sillón.

—Lo digo en serio. Tienes que ir, Belly. Tú no te enfermaste. Tienes que celebrarlo.

Dentro de mí, un pequeño rayo de sol asoma entre una nube, pero vuelve a desaparecer.

—Preferiría que el cambio de suerte no fuera a expensas de nadie —le digo.

—Desafortunadamente —discute Nya— no puedes elegir las circunstancias. Así funciona la suerte: sucede cuando y donde sucede.

Le doy otra taza de agua, una muda de ropa limpia y me acurruco a su lado.

—Lo pensaré —concedo.

Aunque, en verdad, cuando la veo así (verde, sudada, indefensa) sé que no solo jamás tomaría sus vacaciones soñadas, sino que nunca me alejaría de su lado.


Apenas salgo al pasillo recuerdo que mi vestido tiene un enorme tajo en la espalda. Tengo el trasero afuera, literal. Lo positivo es que ahora sí está lo suficientemente holgado en la parte de adelante como para cubrir mis senos. Vuelvo a la habitación, deslizo mi tarjeta por la cerradura, pero se prende una luz roja.

Vuelvo a intentar y escucho la voz de Satán detrás de mí.

—Tienes que… —Suspira con impaciencia—. No, déjame mostrarte.

Lo último que quiero en este momento es que Edward alardee e intente explicarme cómo abrir una puerta de hotel.

Me quita la tarjeta y la apoya contra el círculo negro de la cerradura. Lo miro incrédula, escucho cómo la puerta se destraba.

Comienzo a agradecerle sarcásticamente, pero él está muy ocupado con la vista de mi faja modeladora.

—Tu vestido está roto —dice para ayudar.

—Tienes espinaca en el diente.

Es mentira, pero lo distrae y me permite entrar en la habitación y cerrarle la puerta en la cara.

Por desgracia, golpea.

—Un segundo, tengo que vestirme.

—¿Por qué vas a empezar a usar ropa justo ahora? —La puerta amortigua el volumen de su pregunta.

Consciente de que no hay nadie en la habitación a quien le importe verme desnuda, revoleo mi vestido y faja en el sillón, tomo la ropa interior y vaqueros de mi bolso y salto dentro de ellos.

Mientras termino de ponerme la camiseta, abro solo un poco la puerta para que no pueda ver a Nya hecha una bolita en su ropa interior de encaje.

—¿Qué quieres?

—Necesito hablar rápido con Nya —dice con el ceño fruncido.

—¿De verdad?

—De verdad.

—Tendrá que ser conmigo, mi hermana está apenas consciente.

—¿Entonces por qué no estás con ella?

—Para que lo sepas, estaba yendo a buscarle Gatorade — respondo—. ¿Por qué no estás tú con Dane?

—Porque hace dos horas que no sale del baño y necesito la información de la luna de miel. Dane me pidió que me fijara si logro reprogramarla.

—Es imposible —informo—. Ya llamé.

—Está bien —exhala largo y lento mientras se peina el pelo, injustamente grueso y brillante—. De ser así, voy a decirle que iré yo.

—Guau, ¡qué generoso! —le ladro.

—¿Qué? Él me lo ofreció.

—Desafortunadamente, el acompañante designado es Dane, no tú —dije enderezando mi postura al máximo.

—Solo le pidieron el apellido, y casualmente es el mismo que el mío.

Maldita sea.

—Bueno… Nya también me lo ofreció a mí. —No es que esté planeando tomar el viaje, pero no permitiré que él lo haga.

Parpadea hacia un lado y luego directamente hacia mí. Ya he visto a Edward Cullen usar esa sonrisa despareja y esas pestañas para endulzar los oídos de la tía Mione y conseguir que le cocine tamales. Sé que puede ser encantador si se lo propone. Claramente, ahora no es el caso, porque agrega sin entusiasmo: —Isabella, tengo algunos días de vacaciones para tomarme y creo que las necesito.

Siento el fuego subir. ¿Por qué él cree que lo merece? ¿Tiene setenta y cuatro ítems en su lista de tareas escrita en papel decorado? No, no tiene. Y ahora que lo pienso, su discurso fue tibio. Apuesto a que lo escribió en la habitación del novio mientras tomaba el fondo de una lata de cerveza.

—Bueno —respondo—, yo estoy desempleada contra mi voluntad, así que creo que necesito estas vacaciones más que tú.

—Eso no tiene sentido. —Frunce todavía más el ceño y hace una pausa—. Espera. ¿Te despidieron de Bukkake?

—Es Butake, idiota. Y no es de tu incumbencia, pero sí. Me despidieron hace dos meses. Seguramente te alegrará saberlo. —Ahora soy yo la que frunce el ceño.

—Un poco.

—Eres Voldemort.

—Supongo que podríamos ir los dos. —Se encoge de hombros y estira la mano para rascarse el mentón.

Entrecierro los ojos y espero que no note que estoy analizando su frase, aunque eso sea exactamente lo que estoy haciendo. Me pareció haber escuchado que sugirió que fuéramos…

—¿A la luna de miel? —pegunto incrédula. Él asiente—. ¿Juntos? —Vuelve a asentir—. ¿Estás drogado?

—No en este momento.

—Edward, apenas podemos soportar estar sentados uno al lado del otro durante lo que dura una comida.

—Por lo que escuché —dice— ganaron la suite nupcial. Va a ser enorme. Ni siquiera tendremos que vernos. Está todo incluido: tirolesa, esnórquel, caminatas, surf. Vamos. Podremos estar cerca sin cometer un crimen violento.

Desde adentro de la habitación, Nya ruge en un tono grave.

—Veeeee, Bella.

Giro hacia ella

—Pero… es Edward.

—Mierda —tartamudea Alec—, si puedo llevar conmigo esta cubeta de basura, voy yo.

—Edward no es tan malo. —Con mi visión periférica puedo ver a Nya levantar un brazo verdoso y moverlo con flacidez.

¿No es tan malo? Vuelvo a mirarlo y lo evalúo. Demasiado alto, demasiado en forma, demasiado hegemónicamente bello. Pero nada amigable, nada confiable, nada divertido. Su sonrisa parece inocente… aunque sé que solo lo es en el exterior: un atisbo de dientes, un hoyuelo, pero sus ojos son un agujero negro.

Luego pienso en Maui: surf, piñas, cócteles y sol. Oh, hace cuánto no veo el sol. Miro hacia la ventana, el cielo está gris y no tengo que salir para saber el frío que hace. Sé que el camión amarillo está patrullando las calles para correr la nieve. Sé que estos días son tan gélidos que se me podría congelar el pelo si salgo del apartamento sin secarlo perfectamente. Sé que, si abril llega sin un calor consistente, estaré deprimida y encorvada como un Skeksis.

—Vengas o no, me voy a Maui —declara, interrumpiendo mi viaje en espiral por las tuberías de la mente; se inclina y agrega—: y lo pasaré sensacional.

Veo sobre el hombro a Nya alentándome (como puede) y algo me pesa en el pecho de solo imaginarme aquí, rodeada de nieve, olor a vómito, con el paisaje del desempleo en el horizonte mientras Edward yace al costado de una piscina con un trago en la mano.

—Bien —accedo, y le apoyo un dedo sobre el pecho en señal de advertencia—. Tomaré el lugar de Nya, pero estaremos cada unopor su lado.

—No lo haría si fuera de otro modo —responde.