Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Una luna sin miel" de Christina Lauren, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 11
Abro la puerta de la suite intentando no hacer ruido.
Esperé a que Edward despertara, pero me cansé de hacerlo y decidí bajar a buscar algo para comer.
Cuando regresé, lo encontré en ropa interior, sentado en el sofá. Hay tanta piel bronceada para procesar que se me descontrola el pulso. En algún momento, tendremos que hablar de lo que pasó anoche (de los besos y de que dormimos abrazados), pero preferiría evitar la charla incómoda y volver a besarnos.
—Hola —digo despacio.
—Hola. —Tiene el pelo hecho un desastre y los ojos cerrados.
Está inclinado hacia atrás como si se estuviera concentrando en respirar o pensando en armar un proyecto de ley que prohíba la venta de mai tais por $1,99.
—¿Qué tal la cabeza? —pregunto.
Responde con un gemido grave.
—Traje fruta y sándwiches de huevo. —Sostengo unas bandejas con mango, fresas y una bolsa con los sándwiches. Edward los mira como si fueran mariscos del bufé.
—¿Bajaste a comer? —pregunta. El sin mí queda implícito.
Su tono es de patán, pero lo perdono. Nadie disfruta del dolor de cabeza. Acomodo la comida en la mesa y voy a la cocina para buscarle café.
—Sí, te esperé hasta las nueve y media, pero mi estómago se estaba comiendo a sí mismo.
—¿Sophie te vio sola?
Sus palabras me sacuden. Me doy vuelta y lo miro sobre mi hombro.
—Em, ¿qué?
—No quiero que crea que las cosas andan mal en nuestro matrimonio.
Pasamos toda la tarde de ayer hablando de que está mejor sin Sophie, me besó, y ahora está preocupado por lo que ella crea.
Maravilloso.
—¿Te refieres a nuestro falso matrimonio? —pregunto.
—Sí, exacto. —Masajea su frente, deja caer la mano y vuelve a mirarme—. ¿Y?
Aprieto los dientes, siento una tormenta gestarse en mi pecho.
Está bien. El enojo está bien. Sé manejarlo. Es mucho más fácil que las mariposas en el estómago.
—No, Edward, tu exnovia no estaba desayunando. Tampoco estaba su prometido ni los nuevos amigos que hiciste anoche.
—¿Los qué? —pregunta.
—Nada, no te preocupes. —Es obvio que no se acuerda. Excelente. Podemos hacer como si el resto tampoco hubiera sucedido.
—¿Estás de mal humor? —pregunta y se me escapa una risa cínica y seca.
—¿Si yo estoy de mal humor? ¿Me preguntas en serio?
—Pareces alterada.
—¿Yo parezco…? —Respiro profundo y enderezo la espalda.
¿Parezco alterada? Anoche me besó, me dijo cosas tiernas que me hicieron pensar que iba a querer volver a hacerlo y luego se desmayó. Ahora me interroga sobre quién pudo haberme visto bajar a desayunar sola. No me parece que mi reacción sea exagerada.
—Estoy perfecta.
Murmura algo y luego se acerca para tomar un trozo de fruta, pero primero la analiza:
—¿Lo tomaste del…?
—No, Edward, no es del bufé. Ordené un plato de fruta fresca. Lo traje para ahorrarnos los doce dólares de recargo por el servicio a la habitación. —Tengo ganas de darle una bofetada por primera vez en dos días y se siente glorioso.
—Gracias —gruñe, y luego toma un trozo de mango con la mano. Lo mira fijamente y larga una carcajada.
—¿Qué es tan divertido? —pregunto.
—Acabo de recordar a la novia de Dane que tenía un mango tatuado en una nalga.
—¿Qué?
—Trinity, con la que salía hace unos dos años. —Mastica y traga.
—No puede haber sido hace dos años. Hace tres años y medio que está con Nya. —Frunzo el ceño; me recorre una molestia. Me ignora.
—Sí, pero antes de que fueran exclusivos.
Con estas palabras dejo caer la cuchara con azúcar que tengo en la mano y suena fuerte contra la encimera. Nya conoció a Dane en un bar, se fueron juntos esa noche, tuvieron sexo y ella nunca más miró atrás. Hasta donde yo sabía, nunca hubo un tiempo en el que no fueran exclusivos.
—¿Me repites por cuánto tiempo salieron con otras personas? —pregunto intentando mantener el control.
Edward se mete un arándano en la boca. No me mira, por suerte, porque creo que mi expresión debe ser la de alguien que está dispuesta a cometer un asesinato.
—Los primeros años de relación, ¿no?
Me inclino y pellizco el puente de mi nariz para intentar canalizar a la Isabella Profesional, la que puede conservar la calma incluso cuando la desafían médicos condescendientes.
—Claro, claro. —Puedo enloquecer o aprovechar la oportunidad para conseguir información—. Se conocieron en el bar, pero no fueron exclusivos hasta… ¿cuándo fue?
—Em… —Edward detecta algo en mi tono y me mira.
—¿Fue justo antes del compromiso? —No sé lo que haré si acierto con este tiro al aire, pero de pronto cobra sentido que Dane se resistiera al compromiso y que de un segundo a otro estuviera listo para entregarse al sagrado matrimonio.
Solo puedo pensar en fuego y azufre.
Edward asiente con lentitud y sus ojos analizan mi rostro como si intentaran descifrar mi expresión sin lograrlo del todo.
—¿Recuerdas que terminó con la última chica justo cuando a Nya le quitaron el apéndice y luego le propuso casamiento?
—¿Me estás cargando? —Golpeo la encimera con fuerza.
Edward se pone de pie y me señala:
—¡Me engañaste! No quieras hacerme creer que Nya no lo sabía.
—¡Nya jamás creyó que no eran exclusivos, Edward!
—Te debe haber mentido. ¡Dane le cuenta todo!
Sacudo la cabeza. En verdad quiero pegarle a Dane, pero Edward está más cerca y me vendría muy bien practicar.
—¿Me estás diciendo que Dane se acostaba con otras personas durante los primeros dos años de su relación y te hizo creer que Nya sabía y no le molestaba? Comenzó a cortar vestidos de novia de las revistas pocos meses después de su primera cita. Se ocupó de participar en todos los concursos que pudo para conseguir cosas para la boda; y eso la consumió. Tiene un delantal que usa solo para hornear magdalenas, por el amor de Dios, y ya eligió los nombres de sus futuros hijos. ¿Suena como el tipo de chica relajada que no tendría problema con una relación abierta?
—Yo… —Parece menos seguro que antes—. Puede que me haya equivocado…
—Tengo que llamarla. —Me giro para ir hacia el baño a buscar mi teléfono.
—¡No! —grita—. Mira, eso fue lo que él me dijo y ahora es un secreto entre nosotros.
—Debes estar bromeando. No hay forma de que no se lo cuente a mi hermana.
—Por Dios, Dane tenía razón.
—¿Qué quieres decir con eso? —Me quedo muy quieta. Edward se ríe sin alegría—. Te pregunto en serio, ¿qué quieres decir? —Me mira y me angustia saber que perdió la mirada de adoración que me dedicaba anoche. El enojo que hay en el aire es doloroso—. Dime —digo, más calmada.
—Me dijo que no perdiera el tiempo contigo, que siempre estabas enojada. —Se siente como un golpe en el esternón—. ¿Puedes creer que pensaba invitarte a salir? —dice y se ríe divertido.
—¿De qué hablas? —pregunto—. ¿Cuándo?
—Cuando nos conocimos. —Se inclina para apoyar los codos sobre sus muslos. Todo el largo de su cuerpo se dobla en una C y pasa una mano por el desorden de su pelo—. Ese día en la feria. Le dije que creía que eras preciosa. A él le pareció raro. Dijo que le incomodaba que me gustaras. Que, como son gemelas, era como si me gustara su novia. Me dijo que no me molestara, que eras una cínica amargada.
—¿Dane te dijo que yo era una amargada? ¿Amargada con qué? —Estoy asombrada.
—No lo sabía en ese momento, pero coincidió con tu forma de actuar. Te caí mal desde el comienzo.
—Me caíste mal porque te comportaste como un imbécil cuando nos conocimos. Me miraste comer bollos de queso como si fuera la mujer más repulsiva que hubieras visto jamás.
—¿De qué hablas? —Me mira con los ojos entrecerrados y confundidos.
—Todo iba bien —explico—, pero, mientras todos decidían qué ver primero, fui a comprar bollos de queso. Cuando volví, los miraste y me miraste con un asco evidente y luego te fuiste a la competencia de cerveceros. A partir de ese momento, siempre parecías asqueado cuando estabas cerca de mí, o de comida.
Edward sacude su cabeza con los ojos cerrados, como tratando de entender esta realidad alternativa:
—Recuerdo conocerte, que me dijeran que no podía salir contigo, y luego cada uno hizo su vida. No tengo un solo recuerdo de todo el resto.
—Bueno, yo sí.
—Eso explica lo que dijiste hace dos días —dice— sobre no reírme de tu cuerpo mientras te masajeaba. Y ciertamente explica por qué me trataste con tanto desdén luego.
—¿Disculpa? ¿Yo te traté con desdén? ¿Hablas en serio?
—¡Te comportaste como si no quisieras tener nada que ver conmigo luego de ese día! —exclama enfurecido—. Probablemente estaba intentando aclarar mi mente porque me gustabas, ¿y tú lo interpretaste como un desprecio hacia tu cuerpo y los bollos de queso? Dios, Isabella, hacer foco en lo malo de cada interacción es tan típico de ti.
La sangre se acumula en mis oídos. No sé cómo procesar lo que estoy escuchando, o el innegable dolor que me produce pensar que quizá tenga razón. Pero la voluntad de defenderme le gana a la introspección:
—Bueno, ¿quién necesita conocer a las personas si tu hermano ya te dijo que soy una porquería y que no te me acerques?
—¡Nada de lo que vi contradijo lo que él me había dicho! —Levanta las manos.
Respiro hondo.
—¿Se te ocurrió alguna vez que tu actitud provoca una reacción en los otros?, ¿que heriste mis sentimientos con tu actitud haya sido consciente o inconscientemente? —Me mortifico cuando siento como se me endurece la garganta y se me llenan los ojos de lágrimas.
—Isabella, ya no sé cómo decírtelo: me gustabas —gruñe—. Eres sexy. Y probablemente estaba intentando ocultarlo. Lamento mi reacción completamente inconsciente, de verdad, pero todas las pistas que tenía, de tu parte y de la de Dane, indicaban que creías que yo era un desperdicio de espacio.
—Al principio no —digo y me guardo el resto.
Es claro que puede leer en mi expresión el pero ahora sí y su boca se endurece.
—De acuerdo —dice con la voz ronca—. Entonces, por suerte para ambos, el sentimiento es mutuo.
—Qué gran alivio. —Lo miró fijamente por dos cortos segundos, lo suficiente para archivar su cara en la entrada de IMBÉCILES de mi enciclopedia mental. Me doy la vuelta, regreso enfurecida a la habitación y cierro de un portazo.
Me tambaleo hasta caer en la cama. Una parte de mí quiere hacer una lista para poder procesar de modo organizado todo lo que acaba de suceder. Me refiero a que no solo Dane tuvo sexo con otras mujeres durante los primeros dos años de noviazgo con mi hermana, sino que además le dijo a Edward que no perdiera el tiempo conmigo.
Porque Edward quería invitarme a salir.
No sé qué hacer con esta información porque va totalmente en contra con la idea que me había hecho de él. Hasta hace unos días nunca hubo un indicio de que Edward quisiera tener nada que ver conmigo; ni un poco de dulzura o calidez. ¿Lo está inventando? ¿Por qué lo haría?
¿Eso significa que tiene razón? ¿Malinterpreté todo en ese primer encuentro y me quedé con esa idea durante dos años y medio? ¿Fue suficiente una mirada ambigua para llevarme a este punto sin retorno en el que decidí que éramos enemigos? ¿Estoy tan enojada?
Cada vez me cuesta más respirar mientras repaso los sucesos en mi mente. ¿Es posible que Nya supiera que Dane salía con otras personas? Nya sabía que yo no era la fan número uno de Dane;
tengo que considerar la posibilidad de que tuvieran un arreglo del que yo no sabía, para que no me preocupara o me quejara para protegerla. Francamente me cuesta imaginarme a Nya y Dane en una relación abierta, pero sea o no verdad de ningún modo puedo llamarla desde Maui para preguntarle. No es una conversación para tener por teléfono; debo hablarlo en persona, con vino, comida y mucho cuidado.
Apoyo una almohada contra mi rostro y grito. Cuando la alejo, escucho un golpecito en la puerta del dormitorio.
—Vete.
—Isabella—dice mucho más calmado—. No llames a Nya.
—No lo haré, pero… en serio… vete.
El pasillo se queda en silencio y, unos segundos después, escucho el clic de la puerta de la suite cerrándose.
Me levanto al mediodía, el sol da directo en la cama y la convierte en una bañadera rectangular llena de luz. Rolo en la cama para alejarme y aterrizo en una almohada que huele a Edward.
Correcto. Durmió a mi lado anoche. Está en cada rincón de este dormitorio: en la pulcra fila de camisetas colgadas en el armario, los zapatos alineados en el vestidor. Su reloj, su billetera, sus llaves; incluso su teléfono está aquí. Hasta el ruido del océano está contaminado con el recuerdo de su cabeza sobre mi regazo para aliviar su malestar en el barco.
Durante un momento de maldad me alegra pensar que está en la piscina, triste, rodeado de personas con las que quiso iniciar una amistad cuando estaba borracho, pero que sobrio prefiere evitar. La alegría se desvanece cuando recuerdo nuestra pelea: el hecho de que pasé dos años y medio odiándolo por un gesto que no significaba lo que yo pensé; y la idea de que el tema de Nya y Dane no va a resolverse por varios días.
Entonces solo queda un tema para darle vueltas: Edward quería invitarme a salir.
Tengo que reescribir toda la historia, y me lleva un gran esfuerzo mental. Claro que Edward me pareció atractivo desde el primer momento, pero la personalidad es todo, y la suya dejaba un enorme hueco en la lista de atributos positivos. Hasta este viaje en el que fue no solo un gran compañero, sino también adorable en muchas ocasiones… y pasó mucho tiempo sin camisa.
Gruño. Me levanto, camino hacia la puerta y espío. No hay señales de Ethan en la sala de estar. Voy rápido hacia el baño, cierro la puerta, abro el grifo y me salpico el rostro con agua helada. Me miro en el espejo y pienso.
Edward quería invitarme a salir.
Porque le gustaba.
Dane le dijo que era una malhumorada.
Le di la razón en ese primer encuentro.
Mis ojos se abren cuando se me ocurre otra posibilidad: ¿Qué tal si a Dane no le convenía que saliera con su hermano? ¿Qué tal si me quería lejos de sus asuntos para que nunca me enterara que en realidad era él quien organizaba los viajes y que salía con otras mujeres y Dios sabe qué otras cosas?
Usó a Edward como un chivo expiatorio, como un escudo. ¿Qué tal si usó a su favor mi fama de gruñona para crear una trinchera? ¡Qué imbécil!
Salgo disparada del baño para comenzar el operativo Búsqueda de Edward y me choco de lleno contra la pared de ladrillos que es su pecho.
El ufff que exhalo es digno de una caricatura. Empeora todo cuando me toma con facilidad y me mira con cierta distancia, con cautela. Se me viene a la mente la absurda imagen de Edward alejándome con una mano en la frente mientras intento sin éxito golpearlo con mis cortos brazos.
—¿Dónde estabas? —pregunto mientras me alejo.
—En la piscina —dice—. Volví a buscar el teléfono y la billetera.
—¿A dónde vas?
—No estoy seguro —responde y se encoge de hombros.
Volvió a levantar la guardia. Claro que la levantó. Admitió que lo atraía y hasta este viaje solo fui grosera con él y en nuestra última conversación me fui de la habitación dando a entender que era una pérdida de tiempo.
Ni siquiera sé por dónde empezar. Me doy cuenta de que, de los dos, soy la que más tiene para decir. Quiero comenzar con una disculpa, pero es como intentar atravesar un muro: las palabras no logran salir.
Comienzo por otro lado:
—No quiero hacer lo que hago siempre y pensar el peor escenario posible, pero… ¿crees que Dane intentó separarnos?
Edward frunce el ceño.
—No quiero hablar sobre Dane o Nya ahora. Es imposible llegar a buen puerto si ellos están allí y nosotros aquí.
—Lo sé, de acuerdo, lo siento. —Lo miro por un momento y capto un rastro de emoción en sus ojos. Es suficiente para darme valentía—. ¿Deberíamos hablar sobre nosotros?
—¿Qué nosotros?
—El nosotros que está teniendo esta conversación —murmuro con los ojos bien abiertos—. El nosotros que está compartiendo unas vacaciones, peleando, sintiendo… cosas.
—No creo que nosotros sea una buena idea, Isabella. — Entrecierra los ojos.
—¿Por qué? ¿Porque discutimos?
—Discutir se queda corto para lo que hacemos.
—Me gusta que discutamos —digo, dispuesta a dejar ver lo cursi y tierno en mis palabras—. Tu novia no quería discutir. Mis padres no se divorcian para no tener que hablar. Y… sé que no quieres hablar de esto, pero… siento que mi hermana está en un matrimonio en el que… —dudo, no quiero volver por el mismo camino y terminar enojada— no conoce a su esposo tan bien. Pero nosotros siempre pudimos decirnos exactamente lo que pensábamos. Esa es una de mis cosas favoritas de estar contigo. ¿Tienes ese vínculo con todo el mundo? —pregunto, y como no responde de inmediato insisto—. Sé que no.
Baja las cejas, lo está analizando. Puede que siga enojado, pero al menos me está escuchando.
Me muerdo el labio y lo miro. Momento de cambiar la estrategia.
—Dijiste que soy sexy.
—Sabes que lo eres. —Edward Cullen me mira y revolea los ojos.
Tomo aire y sostengo la respiración. Aunque nada pase cuando volvamos a casa (y puede que eso sea lo mejor para ambos porque quién sabe qué bomba nuclear estallará cuando al fin hable con Nya), dudo que podamos pasar los siguientes cinco días sin tocarnos.
Al menos yo no podré. Mi enojo hacia Edward se transformó en un cariño y una atracción tan agudos que me cuesta no arrojarme en sus brazos en este pasillo, ahora mismo, aunque me mire con la expresión más hosca (ceño fruncido y labios apretados) y tenga las manos cerradas en un puño al costado de su cuerpo. Quizá todas las veces que lo quise golpear, lo que en verdad quería era apretar mi rostro contra el suyo.
Entrecierro mis ojos. No me da miedo apelar a la seducción barata.
Tomo su mano y, por accidente, el movimiento hace que mis senos se junten.
Lo nota. Abre las fosas nasales y apunta los ojos hacia mi rostro, como si tuviera que evitar que se ahoguen. Definitivamente Edward Cullen es un hombre de senos.
Me muerdo el labio y arrastro los dientes. No se mueve. Solo se lame el labio y traga. Se hará rogar.
Me acerco y apoyo la mano libre en su abdomen. Por Dios, es tan firme y cálido, siento leves espasmos bajo mis dedos. Me tiembla la voz, pero creo que estoy logrando bajar sus defensas y eso me da confianza para avanzar.
—¿Recuerdas que me besaste anoche?
—Sí. —Pestañea y exhala despacio, como si lo hubieran atrapado.
—¿Pero lo recuerdas? —pregunto, y me acerco un poco más, nuestros pechos casi pueden tocarse.
—¿A qué te refieres? —duda y me mira con confusión.
—¿Recuerdas el beso en sí? —Rasguño apenas su abdomen y llego al borde de su camiseta, deslizo el pulgar hacia el interior, lo acaricio— ¿o solo recuerdas que sucedió?
—Sí. —Vuelve a humedecerse los labios y siento un incendio en mi estómago.
—¿Te gustó?
—Sí. —Puedo percibir que su respiración se acelera. Frente a mí, su pecho se infla y se desinfla rápido. Yo también siento que el oxígeno apenas me alcanza.
—¿Te olvidaste las palabras, Elvis?
—Me gustó —consigue decir y pone los ojos en blanco, pero me doy cuenta de que está conteniendo una sonrisa.
—¿Qué tan bueno?
Traba la mandíbula, creo que quiere pelearme por estar preguntándole todo esto como si no hubiese estado allí, pero el calor en sus ojos me dice que está tan excitado como yo, y que está dispuesto a seguirme el juego.
—Fue de esos besos que se sienten como tener sexo.
El aire se me escapa de los pulmones y me quedo mirándolo muda. Esperaba que fuera más tímido, no que dijera algo que disparara mi libido a la estratósfera.
Le acaricio el pecho con ambas manos, saboreo el pequeño gemido que no puede contener. Tengo que pararme de puntillas para alcanzarlo, pero no me importa que me haga trabajar para conseguir lo que quiero. Sosteniéndome la mirada, no se inclina hasta tenerme justo ahí, tan cerca como puedo.
Pero luego se entrega por completo: con un gemido de alivio, cierra los ojos, me toma por la cintura y cubre mi boca con la suya.
Si el beso de anoche se sintió como un impulso etílico, este se siente como un desahogo. Se apodera de mi boca de a poco y aumenta la intensidad hasta que un gemido profundo me hace temblar hasta la médula.
Me siento en el paraíso cuando hundo las manos en la suavidad de su pelo y me levanta para que alcance su altura y pueda enroscar las piernas en su cintura. Su beso me desarma. No me avergüenza demostrar mi hambre voraz porque él está en la misma sintonía, frenético.
—Cama —digo dentro de su boca.
Me lleva por el pasillo y atraviesa la puerta con agilidad hasta la cama. Quiero alimentarme de sus gemidos, del aire que exhala por el placer que le provoca que jale sus cabellos o pase la lengua por sus labios o que avance con mi boca hasta su mandíbula, su cuello, sus orejas.
Lo empujo sobre mí cuando me apoya sobre el colchón, le quito la camisa antes de que llegue a inclinarse por completo. Sentir su piel suave, cálida y bronceada me hace delirar como si tuviera fiebre. La próxima vez, pienso, la próxima vez lo desvestiré lento y disfrutaré de descubrir cada pulgada de su cuerpo, pero ahora lo único que me importa es sentir todo su peso sobre mí.
Su boca avanza por mi cuerpo; sus manos, que ya conocen mis piernas, ahora recorren mi pecho, mi vientre, la sensibilidad de los huesos de mis caderas, y baja. Quiero tomarle una foto ahora mismo: con el pelo acariciando mi vientre mientras desciende con los ojos cerrados por el placer.
—Creo que nunca habíamos pasado tanto tiempo sin pelearnos—murmura.
—¿Y si es una emboscada para tomarme una foto con la que puedas chantajearme? —Me quedo sin aliento mientras besa mi ombligo.
—Siempre quise estar con alguien a quien le gustara conversar. —Muestra los dientes y muerde la sensible articulación que une la cadera con el muslo.
Comienzo a reírme, pero me interrumpe un beso justo entre las piernas que me hace temblar de dolor y calor. Edward se estira para poner una mano en mi pecho y sentir el latido de mi corazón. Con calma, dedicación y sonidos alentadores, me desarma. Abatida y risueña me dejo caer en sus brazos.
—¿Estás bien, Isabella? —pregunta mientras besa mi cuello.
—Preguntas luego. Silencio ahora.
Con un gesto me dice que está de acuerdo; acaricia con hambre mi vientre, mis pechos, mis hombros.
Logro recuperar el control pese a que sus clavículas, el vello de su pecho y su abdomen me tientan a entregarme a un orgasmo demoledor que me impida seguir explorando. Tiene los labios separados, los dedos enredados en mi cabello y me mira descender por su cuerpo, besándolo, saboreando cada centímetro hasta que me detiene.
Se estira, me jala hacia arriba y me da la vuelta en una demostración de agilidad impresionante. Siento mis pulmones expandirse, la suavidad de su cuerpo cuando se desliza sobre el mío.
—¿Estás bien? —pregunta.
Discutiría sobre la palabra bien cuando las cosas son claramente sublimes, pero no es momento de ser quisquillosa.
—Sí. Sí. Perfecto.
—¿Quieres? —Edward me besa el hombro y desliza una palma por mi cadera, mi cintura, mis costillas y vuelve a bajar.
—Sí. —Inhalo una enorme bocanada de aire—. ¿Tú?
—Sí, mucho —asiente, luego se ríe despacio y me besa.
Mi cuerpo grita sí mientras mi mente grita anticoncepción.
—Espera. Preservativos —balbuceo entre un beso.
—Tengo algunos. —Se incorpora y me distrae tanto verlo atravesar la habitación que no caigo en la cuenta de lo que acaba de decir.
—¿Con quién creías que ibas a tener sexo en este viaje? —le pregunto con falsa indignación—. ¿Y en qué cama?
—No lo sé, pero siempre es mejor estar preparado, ¿no? —Abre la caja y me mira.
—¿Planeabas tener sexo conmigo? —Me apoyo sobre un codo.
Edward se ríe mientras abre el envoltorio con los dientes.
—Definitivamente no.
—Qué malo.
Vuelve hacia mí y me regala un paisaje encantador.
—Hubiese sido un delirio creer que podía tener tanta suerte.
¿Sabrá que eligió las palabras perfectas para terminar de seducirme? No puedo discutir; yo también lo considero el mayor golpe de suerte de mi vida. Y cuando vuelve a acomodarse encima de mí, me besa, baja una mano por mis muslos, toma mi rodilla y la sube hasta sus caderas, discutir es lo último que cruza mi mente.
NOTA:
Ahora ya sabemos que Edward nunca odio a Bella y todo fue gracias a su hermano, yo no lo soporto y no me gusta que Edward lo justifique.
