Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Una luna sin miel" de Christina Lauren, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 12
Edward me mira, sonríe, se gira y pincha su almuerzo.
Irónicamente, es un gesto muy tímido para el sexy pervertido que hace apenas media hora me miraba vestirme con la intensidad de un depredador. Cuando le pregunté qué hacía, me respondió: "Me tomo un momento".
—¿Qué tipo de momento te estás tomando ahora? —pregunto y Edward alza la vista.
—¿Momento? ¿Qué?
Me doy cuenta de que estoy mendigando un cumplido. Me veía vestirme con una sed que no le había visto ni siquiera en la noche de los mai tais. Pero supongo que sigo con esa amnesia selectiva que no me deja creer del todo que estemos llevándonos tan bien, ni que hablar de todo lo que hicimos desnudos.
—En la habitación —explico—. "Me tomo un momento".
—Oh —dice con una mueca—. Sí. Respecto de eso. Me estaba dando un pequeño ataque de pánico haber tenido sexo contigo.
Lanzo una carcajada. Creo que bromea.
—Gracias por la honestidad.
—No, en serio. —Relaja la situación con una sonrisa—. Estaba disfrutando de mirarte. Me gustó ver cómo te vestías de nuevo.
—Cualquiera creería que el atractivo sería desvestirse.
—Lo fue. Créeme. —Toma un bocado, mastica y traga mientras me analiza y algo en su expresión me lleva una hora atrás en el tiempo, al momento en que susurraba Esto es bueno, muy bueno en mi oído, justo antes de que me derritiera por completo—. Pero luego, ver que volvías a armarte… —Mira sobre mi hombro buscando la palabra indicada y creo que será una buena (sexy o seductor o único), pero su expresión se amarga de golpe.
—Esa no es la cara para esta conversación —lo apunto con el tenedor.
—Sophie —dice, y es al mismo tiempo una explicación y un saludo porque ella se acerca a la mesa, con un trago en una mano y Billy en la otra.
Claro. Quiero decir, claro que se nos acerca justo ahora con solo un bikini y un diminuto pareo, mirándome como si acabara de salir de una sesión de fotos para Sports Illustrated. Por mi parte, tengo el pelo enroscado en un nudo sobre la cabeza, estoy sudorosa por el sexo, sin maquillaje y llevo un short deportivo y una camiseta con el dibujo de un envase de kétchup bailando con uno de mostaza.
—¡Chicos! —Su voz es tan aguda que se oye como si alguien hubiese soplado un silbato dentro de mi oído.
Analizo a Edward al otro lado de la mesa, siempre me dará curiosidad cómo pudo haber funcionado su relación: él, con esa voz de miel, grave y cálida; y Sophie, con su voz de ratón de caricatura.
Edward, con su mirada profunda; y Sophie, que no puede dejar los ojos quietos y siempre está buscando un nuevo estímulo. También es mucho más grande que ella. Por un segundo lo imagino llevándola por Twin Cities en una mochila para bebés y tengo que reprimir una gran carcajada.
—Hola —decimos al unísono y sin ganas.
—¿Almorzando tarde? —pregunta.
—Sí —responde Edward, y luego pone una expresión entrenada de falsa felicidad marital. Si yo puedo darme cuenta de que es forzada, Sophie (la persona con quien convivió por casi dos años) también tiene que notarlo—. Pasamos la mañana en la habitación.
—En la cama —agrego demasiado alto.
Edward me mira como si no tuviera remedio. Exhala por la nariz largando el aire con paciencia. Por primera vez no estoy mintiendo e igualmente sueno como una loca.
—Hicimos lo mismo ayer. —Sophie desliza una mirada a Billy—. Nos divertimos, ¿no?
Todo esto es tan incómodo. ¿Quién le habla así a su pareja? Billy asiente, pero no nos mira; no puedo culparlo. Tiene tantas ganas como nosotros de que pasemos tiempo juntos. Pero a Sophie no le interesa su reacción y una mueca de disgusto le trasforma la cara. Contempla a Edward con deseo, pero aparta rápido la vista, parece la mujer más solitaria del planeta. Me pregunto cómo se sentiría Edward si levantara la vista y lo notara: el anhelo en su expresión, la pregunta ¿me equivoqué? clavada en sus ojos. Pero está demasiado concentrado en pinchar sus macarrones.
—Bien… —dice, mirándolo fijo. Parece que le estuviera mandando mensajes con el poder de la mente.
No le llegan.
—¿Sí? —Finalmente la mira con un gesto inexpresivo.
—Quizá podríamos tomar algo más tarde y ¿hablar? —Es claro que la invitación es para él en singular, no para nosotros en plural. Asumo que Billy tampoco está incluido.
Quiero gritarle: ¿Ahora quieres hablar? ¡No tenías tantas ganas cuando estaba contigo!
Pero me contengo. Un aire incómodo se instala y miro a Billy para saber si él también lo percibe, pero tomó el teléfono de su bolsillo y está navegando en Instagram.
—No tengo… —Edward me mira con las cejas hacia abajo—. ¿Quizá?
Pongo cara de ¿Me estás jodiendo?, pero no me ve.
—¿Me mensajeas? —le pregunta Sophie con suavidad.
Él responde que sí con un ruido forzado y quiero tomarle una foto a la cara que pone ella para mostrársela luego a Edward y exigirle que me explique qué mierda está pasando. ¿Sophie se arrepiente de la ruptura? ¿O solo le molesta que esté "casado" y haya dejado de llorar por ella?
Esta dinámica es fascinante… y muy pero muy extraña. No hay otro adjetivo para describirla.
Intento pensar en la efervescente persona que tengo en frente dejando una nota que dice, ni más ni menos, Creo que no debemos casarnos. Lo siento.
Y, de hecho, puedo imaginarlo perfectamente. Es de esa gente que empalaga de dulce, pero no puede comunicar malas noticias o emociones negativas. Por el contrario, yo soy amarga en la superficie, pero puedo detallar con alegría todos los motivos por los que creo que el mundo está perdido.
Luego de unos segundos de silencio, Sophie se cuelga del brazo de Billy y avanzan hacia la salida. Edward suelta una respiración profunda mientras mira su plato.
—¿Por qué insisten en relacionarse con nosotros? Pregunto en serio.
—No tengo idea. —Descarga su fastidio con un trozo de pollo al que prácticamente apuñala.
—Creo que tomar algo con ella es una mala idea.
Asiente, pero no habla.
Me giro para ver la retirada altiva y segura de Sophie, vuelvo a mirar a Edward.
—¿Estás bien?
Tuvimos sexo hace una hora. A pesar de que el fantasma de su relación pasada deambule por el hotel, la respuesta correcta es Sí. ¿No?
—Estoy bien. —Me dedica una sonrisa que, ya lo sé, es falsa.
—Qué bien, porque me daban ganas de revolear la mesa por los aires cuando te miraba con esos ojos de perro mojado.
—¿Cuando qué? —Levanta la cabeza.
No me gusta que mi comentario tenga un efecto inmediato en él.
Quiero ser honesta, pero se nota lo forzado en mis palabras.
—Solo que… Parecía que quería mirarte a los ojos.
—Pero sí nos miramos a los ojos. Nos invitó a tomar algo…
—Sí. No. Te invitó a ti a tomar algo.
Se esfuerza por parecer relajado, pero el resultado es pésimo.
Puedo verlo luchar contra una sonrisa.
Y lo entiendo. ¿Quién no ha querido enrostrarle su nueva relación a la persona que lo abandonó? No hay nadie que sea tan bueno como para estar por encima de esa mezquindad. Y, sin embargo, el calor sube a mis mejillas. No son solo celos, me siento humillada. Fui solo una revolcada de verano. Muy obvia, por cierto.
Al menos, amigo, esconde la erección que te produce tu ex hasta que hayan pasado seis horas desde que te acostaste con otra persona.
Me detengo.
Esto es lo que hago siempre. Asumo lo peor. Necesito un respiro. Me levanto y apoyo la servilleta sobre la mesa.
—Me adelantaré para ducharme. Creo que quiero comprar algunos regalos en las tiendas del hotel.
—De acuerdo, yo puedo… —Se para también, creo que con más sorpresa que cortesía.
—No, está bien. Nos vemos luego.
No dice nada más y, cuando vuelvo a mirarlo ya cerca de la salida, no puedo leer su expresión: volvió a sentarse y mira fijo a la comida.
La terapia del consumo es real y gloriosa. Paseo por las tiendas del hotel y encuentro algunos suvenires para Nya, para mis padres y hasta una camiseta para Dane. Puede que sea un imbécil, pero se perdió su luna de miel.
Aunque logro distraerme un poco examinando adornos sobrevalorados, en el fondo, la irritación con Edward permanece, acompañada por el estrés que me produce pensar en si cometimos un terrible error al dormir juntos. Es posible que lo haya sido, y, entonces, los cinco días restantes serán todavía más incómodos de lo que podrían ser si siguiéramos odiándonos.
La jornada me dejó emocionalmente exhausta: me desperté recordando un beso, me peleé con Edward, me enteré cosas terribles sobre Dane, me reconcilié con Edward, tuvimos sexo y nuestro encuentro con Sophie de cada día arrojó a todo este panorama kilos de incertidumbre. El día duró cuatro años, y todavía no termina.
La primera persona a la que acudo cuando estoy mal siempre es Nya. Tomo mi teléfono y me concentro en la imagen de una palmera moviéndose por el viento que se refleja en la pantalla apagada. Quiero saber si está bien. Quiero preguntarle si Dane está con ella, saber qué estuvo haciendo y con quién. Quiero que me aconseje sobre qué hacer con Edward, pero sé que no puedo hacer nada de todo eso si no explico con detalle varias cosas.
No puedo hacerlo por teléfono y mucho menos por mensaje.
Entonces, para sentir cerca a mi familia, le escribo a Alec.
Yo:
¿Qué hay de nuevo en la tundra congelada?
Alec:
Tuve una cita anoche.
Yo:
Oooh, ¿estuvo bien?
Alec:
Me quitó un trozo de comida que había quedado atascado en mis dientes sin
avisar.
Yo:
Entonces… ¿no?
Alec:
¿Edward y tú siguen sin asesinarse?
Yo:
Casi no lo logramos, pero sí, seguimos vivos.
Sin duda este no es el momento para darle la noticia de todo lo que pasó con Edward, y Alec definitivamente no es la persona para decírselo primero: no podré controlar el mensaje.
Alec:
Bien. Cuéntame qué te inventaste para sufrir en esas vacaciones de ensueño
Yo:
Imagínate qué tan increíble es que ni yo puedo quejarme. ¿Cómo está Nya?
Alec:
Demacrada, aburrida y casada con un varón promedio.
Yo:
¿Y mamá y papá?
Alec:
Dicen que tu papá le envió flores y ella les arrancó todos los pétalos y los usó
para escribir PUTA sobre la nieve.
Yo:
Wow. Eso es… Wow.
Alec:
Así que todo como siempre por aquí.
Suspiro. Eso era justo lo que me preocupaba.
Yo:
De acuerdo, te veo en unos días.
Alec:
Te extraño, mami.
Yo:
Yo también
Regreso con las bolsas a la habitación. Espero (quizá deseo) que Edward no esté para poder usar la calma que me dejaron las compras en mi cerebro e intentar descifrar cómo voy a manejar la situación.
Pero claro que está: recién duchado, cambiado y sentado en el balcón con un libro. Oye la puerta, se incorpora y entra.
—Hola.
De solo mirarlo recuerdo lo que pasó hace unas horas y el desdén con el que me trató. Enlentece sus movimientos mientras se acerca, tiene los ojos pesados y la boca floja de placer. Dejo caer las bolsas en una de las sillas de la sala de estar y me doy a la tarea de hurgar en ellas para fingir que estoy ocupada.
—Hola —digo con un gesto distraído.
—¿Quieres cenar? —pregunta.
—Em… No tengo mucha hambre —miento, mi estómago ruge.
—Oh, esperaba ver… —interrumpe la frase y se masajea el mentón, se ve conflictuado.
—Creía que ibas a salir a tomar algo con Sophie —comento. Sé que no tiene nada que ver con lo que preguntó, pero es lo que mi cerebro decide lanzar.
—Yo… ¿no? —Se atreve a hacerse el confundido.
—Podrías haber bajado a cenar solo. Lo sabes, ¿no? —No sé qué hacer con las manos entonces comienzo a cerrar las bolsas de compra con violencia y a acomodarlas—. No tenemos que comer siempre juntos.
—¿Y si quiero ir contigo? —pregunta y me analiza enfadado—. ¿Eso rompe alguno de tus nuevos y confusos códigos?
—¿Códigos? ¿Qué sabes tú de códigos? —Lanzo una carcajada.
—¿De qué hablas?
—Duermes conmigo y luego te da un pedo mental frente a tu ex. Diría que eso es romper una regla bastante grande.
—Espera. ¿Esto es por Sophie? ¿Es una interpretación como la de los bollos de queso?
—No, Edward, no es por ella. Me importa un carajo Sophie. Es por mí. Estabas más preocupado por llamar su atención que por cómo me sentía yo en ese momento. No suelo exponerme a situaciones en las que soy una venganza o una distracción, así que creo que entenderás que para mí también fue incómodo verla. Pero no te diste ni cuenta. Y, obvio, puedo esperar eso porque no sientes nada por mí, pero… —Mi voz se debilita y se va desvaneciendo—. Como sea. No tiene nada que ver con Sophie.
Edward hace una pausa, tiene la boca abierta como si quisiera decir algo y no supiera bien qué. Finalmente, se decide:
—¿Qué te hace creer que no siento nada por ti?
—Nunca lo dijiste. —Ahora soy yo quien duda.
—Tampoco dije que no.
Me gustaría seguir esta ridiculez solo para molestarlo, pero alguien tiene que comportarse como un adulto.
—Por favor, no finjas que no entiendes por qué estoy molesta.
—Isabella, apenas conversamos desde que tuvimos sexo. ¿Por qué deberías estar molesta?
—¡Estabas al borde de un ataque de pánico durante el almuerzo!
—¡Y tú ahora!
Me doy cuenta de que no niega nada de lo que digo.
—Claro que me molesta verte absorber en silencio los celos de Sophie cuando acababas de tener sexo conmigo.
—¿"Absorber en silencio"? —Sacude la cabeza y levanta la mano para pedir un alto al fuego—. ¿Podemos ir a comer? Muero de hambre y no tengo idea de qué está sucediendo.
Para sorpresa de nadie, la cena es tensa y silenciosa. Edward pide una ensalada y yo hago lo mismo; es claro que no queremos esperar demasiado por la comida. Los dos evitamos el alcohol, aunque, para ser franca, me vendrían bien un par de margaritas.
Cuando la camarera se retira, tomo mi teléfono y me hago la ocupada. En realidad, estoy jugando al póker.
Obviamente, tenía razón: el sexo fue un gran error, y nos quedan cinco días juntos. ¿Debería resignarme, entregar la tarjeta y pagar una habitación solo para mí? Sería un gran gasto, pero puede que sea el único modo de que las vacaciones sigan siendo… divertidas.
Podría terminar de hacer las actividades que me quedan en la lista y,aunque sea solo un 30% de lo divertido que podría ser con él, sigue siendo 100% más divertido de lo que sería estar en casa. Sin embargo, la sola idea de pensar en que no disfrutaré más de ese humor tan típico de Edward es un fastidio.
—Bella. —Lo miro con interés, pero no continua.
—¿Sí?
Despliega la servilleta, la acomoda en su regazo, se apoya en los antebrazos y me mira directamente a los ojos.
—Perdón.
No sé si se disculpa por el almuerzo, por el sexo o por los otros cien motivos por los que podría pedirme perdón.
—¿Por…?
—Por el almuerzo —dice con amabilidad—. Debería haberme concentrado solo en ti. —Hace una pausa y se pasa un dedo por las cejas—. No me interesa para nada ir a tomar algo con Sophie. Si me veía desconectado fue porque tenía hambre y porque estoy cansado de encontrármela en todos lados.
—Oh. —Todo lo que daba vueltas en mi cabeza se detiene de repente, me quedo sin palabras. Eso fue mucho más fácil que pagar por otra habitación—. Está bien.
—No quiero que las cosas queden raras entre nosotros. — Sonríe.
—Espera. ¿Te estás disculpando para que volvamos a tener sexo? —pregunto con el ceño fruncido.
Edward se debate entre reír o arrojarme un tenedor.
—Creo que me estoy disculpando porque así lo siento.
—¿Tienes otros sentimientos aparte de la irritación permanente? —Ahora sí se ríe.
—No me di cuenta de que parecía estar disfrutando sus celos. Tampoco te diré que no me provoca ningún grado de alegría verla celosa, porque estaría mintiendo, pero eso no tiene nada que ver con lo que siento por ti. No quería darle mi atención a Sophie luego de haber estado contigo. —Guau. ¿Una mujer le mandó esa disculpa en un mensaje? Fue maravillosa—. Me escribió hace un rato y le respondí. —Me pasa su teléfono para que pueda leer un mensaje que dice Voy a saltearme los tragos. Que tengas un lindo viaje—. Fue antes de que regresaras a la habitación. Mira el horario —dice y señala con un gesto—. No puedes decir que lo hice porque estabas enojada, no tenía ni idea. Al fin mi despiste sirve de algo.
La camarera apoya las ensaladas y, ahora que las cosas están mejor entre nosotros, me arrepiento de no haber pedido una hamburguesa.
—De acuerdo, bien —digo mientras pincho un trozo de lechuga.
—¿"De acuerdo, bien"? —repite lento—. ¿Eso es todo?
Lo miro.
—Fue una gran disculpa, lo digo de verdad. ¿Podemos volver a la ironía, así nos divertimos de nuevo?
—¿Qué tal si ahora quiero que nos divirtamos siendo amables? —pregunta y llama a la camarera.
—Intento imaginar cómo te quedaría la "amabilidad". —Entrecierro los ojos.
—Fuiste bastante amable conmigo antes —murmura por lo bajo.
A un lado de la mesa, alguien se aclara la garganta. Ambos miramos, la mesera regresó.
—Oh. Hola. Muy oportuna. —La saludo con la mano y Edward se ríe.
—¿Puedes traernos una botella de pinot Bergstrom Cumberland? —le pregunta. Ella se va y él sacude su cabeza.
—¿Esperas ablandarme con alcohol? —pregunto con una sonrisa—. Ese es uno de mis vinos favoritos.
—Lo sé. —Se inclina sobre la mesa, toma mi mano y todo en mi interior se vuelve cálido y tembloroso—. Y no, te voy a ablandar rehusándome a pelear contigo.
—No resistirás.
—Apostemos. —Se acerca y besa mis nudillos.
