Disclaimer: Nada de esto me pertenece, la saga crepúsculo es propiedad de Stephenie Meyer y la trama es del libro "Una luna sin miel" de Christina Lauren, yo solo busco entretener y que más personas conozcan este libro.
Capítulo 14
—Que alguien me explique la ley física por la que mi maleta pesa veinte kilos más
ahora que cuando llegué —digo—. Solo sumé un par de camisetas y unos brazaletes de souvenir.
Edward se acerca hasta mi lado de la cama y aplasta la maleta; aunque todavía requiere algo de esfuerzo, puedo cerrarla.
—Debe ser el peso de tu cuestionable idea de comprarle a Dane una camiseta que dice Me hicieron aloha en Maui.
—¿Crees que no le gustará el humor negro? —pregunto—. La duda es si se la doy antes o después de decirle que estamos juntos.
—Puede reírse o no hablarte nunca más. —Se encoge de hombros, baja la maleta de la cama y me mira.
—La verdad es que puedo soportar cualquiera de las dos.
Estoy acomodando cosas en el equipaje de mano por lo que me toma unos segundos darme cuenta de que Edward dejó de responder.
—Estoy bromeando, Edward.
—¿Sí?
Pude quitarlo de mis pensamientos durante la mayor parte del viaje, pero la realidad asoma dentro de nuestra burbuja de vacaciones antes de lo que esperaba.
—¿Dane va a volverse un problema entre nosotros?
Edward se sienta en el borde del colchón, me jala entre sus rodillas con suavidad y responde:
—Ya lo dije… Está claro que no te cae bien, y es mi hermano.
—Edward, no tengo problema con él.
—De acuerdo. Ahora también es tu cuñado.
—Mi cuñado, el que engañó a mi hermana durante dos años. — Me alejo frustrada.
—No hay forma… —Edward cierra los ojos y suspira.
—Si salió con Trinity Nalga de Mango hace dos años, definitivamente engañó a Nya.
—No puedes tirarle todo esto a Nya así como si nada no bien lleguemos. —Inhala profundo y exhala de a poco.
—Dame un poco de crédito. También puedo ser sutil —digo y, como lo veo reprimir una sonrisa, agrego—: Que conste que no fui yo quien eligió el vestido de dama de honor.
—Pero sí el bikini rojo.
—¿Tienes alguna queja? —pregunto sonriendo.
—Para nada. —Su sonrisa desaparece—. Mira, sé que tú, Nya y toda tu familia comparten un vínculo que yo no tengo con Dane. Claro, viajamos juntos, pero no hablamos de estas cosas. Creo que no debemos meternos. Ni siquiera sabemos cuál es la verdad.
—Pero, solo para saber, ¿qué pensarías si descubres que Dane efectivamente le estuvo mintiendo a Nya todos estos años?
Edward se para y tengo que levantar la cabeza para mirarlo. Mi primera reacción es creer que se enojó conmigo, pero no es así (creo): me toma el rostro entre las manos y se inclina para besarme.
—Estaría decepcionado, desde ya, pero me cuesta mucho creer que pueda ser capaz.
Como suele sucederme, el fusible de tolerancia para hablar sobre mi cuñado se quema. Tengo sentimientos encontrados hoy (no quiero irme, pero estoy ansiosa por ver cómo funcionaremos en casa) y sumar el estrés que me produce la situación de Dane y Nya no hará las cosas más sencillas.
Engancho el elástico de sus pantalones con un dedo, puedo sentir la calidez en la piel de su ombligo, lo atraigo hacia mí. Con una sonrisa comprensiva me besa con urgencia, como si acabáramos de enterarnos de que este cuento de hadas puede llegar a un final abrupto. Su manera de tocarme con tanta familiaridad me excita tanto como sus besos. Amo que sus labios sean tan suaves y carnosos. Amo que me toque con las manos bien abiertas como si quisiera abarcar tanta piel como le sea posible. Ya estamos vestidos y listos para salir, pero no protesto ni un segundo cuando me arranca la camiseta y se estira para desabrocharme el sujetador.
Nos desplomamos sobre el colchón; tiene cuidado de no caer sobre mí, pero ya me volví un poco adicta a su peso, al calor, la robustez y los ángulos de su cuerpo. La ropa que habíamos preparado para usar en el avión forma una pila al costado de la cama. Edward se acomoda sobre mí flotando por la fuerza de sus brazos estirados. Su mirada recorre cada fragmento de mi rostro.
—Ey —digo.
—Ey. —Sonríe.
—Solo mira. De nuevo terminamos desnudos.
—Esto puede volverse un problema. —Levanta un hombro muy bronceado.
—Problema o perfección, ¿quién puede diferenciarlo?
Suelta una carcajada que desaparece rápido. Por la forma en que sus ojos me buscan, parece que quisiera decirme algo más. Me pregunto si puede leerme la mente: cómo estoy rogándole que no mencione a Dane o le doy vueltas a todo lo que podría salir mal cuando estemos de vuelta en casa. Por suerte, no lo hace. Desciende sobre mí y gruñe despacio cuando le envuelvo la cintura con las piernas.
Ya sabe lo que me gusta, pienso mientras mis manos recorren su espalda y él comienza a moverse. Todo este tiempo estuvo prestándome atención. Quisiera volver el tiempo atrás para mirarlo con estos nuevos ojos.
AhorraJet parecía la aerolínea del horror en el vuelo de ida, pero, en el de vuelta, la cercanía de los asientos es la excusa perfecta para enroscar mi brazo con el de Edward, acurrucarme y pasar varias horas deleitándome con el aroma a océano que todavía persiste en su piel. Incluso él parece más calmado: luego de la tensión y el intercambio monosilábico durante el despegue, cuando ya estuvimos en el aire dejó caer la mano sobre mi muslo y la mejilla sobre mi cabeza.
Si hace dos semanas alguien me hubiese mostrado una foto de nosotros ahora, creo que el impacto me hubiese matado.
¿Habría podido creer esta mirada que no puedo borrar (embelesada, sexualmente satisfecha); este tipo de felicidad intensa y desmedida que ya no tiene miedos o inquietud por Edward y lo que sentimos? Nunca adoré a alguien con tanta entrega, y algo me dice que él tampoco.
La única incertidumbre que me queda es qué nos espera en casa.
Para ser más específica, qué grieta podría provocarnos una pelea entre Nya y Dane.
Entonces me pregunto: ¿vale la pena decirle a mi hermana? ¿Debería dejar el pasado en el pasado? ¿Debería dejar de pensar siempre lo peor y empezar a tener fe en las personas? Quizá ella ya lo sabe y pudieron superarlo. Quizá podría avergonzarla que yo sepa que Dane no siempre fue monógamo y ponerla a la defensiva cuando estemos los tres juntos.
Miro a Edward, que sigue dormido, y me doy cuenta de que, aunque crea que siempre sé lo que está sucediendo, no es así. Este hombre aquí es el ejemplo perfecto. Creía que sabía todo sobre él y estaba muy equivocada. ¿Es posible que haya aspectos de mi hermana que tampoco conozca? Lo alejo con delicadeza, respira, se incorpora y me mira. Se siente como un puñal que me guste tanto su cara.
—Ey —dice con voz gruesa—, ¿qué pasó? ¿Estás bien?
—Me gusta tu cara —confieso.
—Me alegra que sintieras que debías decírmelo en este preciso momento.
—Y… —digo con una sonrisa nerviosa—. Sé que no nos gusta este tema, pero quería que supieras que decidí no decirle nada a Nya sobre Dane.
—De acuerdo, bien. —Relaja su expresión, se inclina y besa mi frente.
—Estamos todos tan bien ahora…
—Sí —me interrumpe riéndose—. Excepto por la ciguatera que hizo que se perdieran la luna de miel.
—Excepto por eso. —Hago un gesto para parecer relajada, pero se me nota lo falso—. Como sea, todo está bien ahora, y el pasado debe quedar en el pasado.
—Totalmente. —Me besa, se apoya sobre mí y sonríe con los ojos cerrados.
—Quería que lo supieras.
—Me alegra.
—De acuerdo, vuelve a dormirte.
—Lo haré.
El plan: cuando aterricemos, buscaremos nuestro equipaje, tomaremos un taxi hasta Minneapolis y cada uno pasará la noche en su casa. Acordamos que me dejará primero a mí en el apartamento de Dinkytown (para que se asegure de que llegué bien) y luego lo llevará a él a Loring Park. Me resultará raro dormir sola, pero arreglamos volver a encontrarnos para desayunar. Para ese punto estoy segura de que me abalanzaré sobre él y no haremos lo que planificamos: pensar cómo contarle a Nya y Dane que estamos juntos.
Las diferencias entre el comienzo y el final de este viaje son imposibles de procesar. No estamos incómodos. Nos tomamos las manos mientras atravesamos el aeropuerto charlando con ligereza sobre quién se rendirá primero y se aparecerá en la casa del otro.
—Podrías venir ahora para ahorrarte el viaje más tarde. —Se inclina sobre la cinta de equipaje y me besa en la boca.
—O podrías venir tú.
—Pero mi cama es genial —argumenta—. Es grande, firme pero no dura.
Veo de pronto un futuro problema: ambos amamos nuestras casas y somos testarudos.
—Sí, pero quiero sumergirme en mi bañadera y usar todos y cada uno de los productos cosméticos que extrañé como loca los últimos diez días.
Edward vuelve a besarme y va a decir algo más, pero los ojos se le enrarecen cuando mira sobre mi hombro y todo su comportamiento se transforma.
—Mierda.
Las palabras resuenan y el eco las multiplica en la distancia. Me doy vuelta para ver qué es lo que mira y mi estómago se desploma:
Nya y Dane están parados a unos metros sosteniendo un cartel que dice ¡BIENVENIDOS DE NUESTRA LUNA DE MIEL! Ahora entiendo el eco que escuché: Nya y Dane dijeron lo mismo en el mismo momento.
Hay un alboroto en mi cerebro; así es mi suerte. Soy incapaz de decidir qué debería procesar primero: el hecho de que mi hermana esté aquí, que me haya visto besar a Edward, que Dane me haya visto besar a Edward o que (incluso once días después de que los atacara la toxina) siguen viéndose objetivamente horribles. Creo que Nya perdió cinco kilos y Dane probablemente más. El tono gris no terminó de irse de la piel de mi hermana y la ropa le cuelga.
Y aquí estamos nosotros, bronceados, relajados y besándonos mientras buscamos el equipaje.
—¿Qué es lo que veo? —dice Nya y deja caer su mitad del cartel por la conmoción.
Estoy segura de que más tarde cuestionaré mi reacción, pero dado que no puedo saber si está emocionada o enojada, suelto a Edward y me alejo un poco. Me pregunto qué opina: la dejé sola para irme a su luna de miel, casi no pagué nada, no sufrí como ella y vuelvo a casa besando al hombre que se suponía que odiaba… y no se lo mencioné por teléfono ni por mensaje.
—Nada, solo estábamos despidiéndonos.
—¿Se estaban besando? —pregunta y abre grandes los ojos color café.
—Sí —arroja Edward con seguridad.
—No —digo al mismo tiempo, convencida.
Me mira con desconfianza por la facilidad con la que mentí. Sé que está más orgulloso por la fluidez que molesto por la respuesta.
—De acuerdo, sí —corrijo—. Estábamos besándonos, pero no sabíamos que estarían aquí. Íbamos a contarles mañana.
—¿Contarnos qué exactamente? —pregunta Nya.
—Que estamos juntos. —Edward se hace cargo de la respuesta, desliza un brazo sobre mi hombro y me acerca hacia él.
Miro con atención a Dane por primera vez. Tiene los ojos entrecerrados como si quisiera enviarle a su hermano un mensaje por telepatía. Intento ocultar mi reacción porque sé que es posible que sea la lectura que yo hago de la situación, pero puedo ver un ¿Qué le dijiste? en su mirada.
—Todo está bien —agrega Edward con calma y reafirmo mi decisión de ocuparme de lo que me compete, exacerbada por la inyección de adrenalina en mi sangre.
—Todo está muy bien —digo también, demasiado fuerte, y guiño un ojo a Dane con dramatismo.
Estoy loca.
Lanza una carcajada y finalmente rompe el hielo. Avanza para abrazarme primero a mí y luego a su hermano. Nya sigue mirándome pasmada y se acerca despacio. Siento que estoy abrazando un esqueleto.
—Viejo, ¿en serio están juntos?
—Sí, en serio —responde Edward.
—Creo que a estas alturas puedo aprobarlo —ofrece Dane, sonriendo y asintiendo con la cabeza como un jefe benevolente.
—Emm —digo—, eso es… ¿bueno?
—¿Cómo rayos sucedió? —Nya no ablandó ni un poco su expresión.
—¿Lo odiaba hasta que ya no lo odié más? —Me encojo de hombros y hago una mueca.
—Esa es una sinopsis muy precisa. —Edward vuelve a pasar un brazo por mi hombro.
—No sé si alegrarme u horrorizarme. ¿Llegó el apocalipsis? ¿Eso es lo que sucede? —Mi hermana sacude lento la cabeza, mirándonos por turnos.
—Podríamos intercambiar gemelas un día de estos —le dice Dane a Edward y lanza una risa de fraternidad. Mi sonrisa se borra.
—Eso… —Sacudo la cabeza con énfasis—. No, gracias.
—Ay, por Dios, cállate, cariño. —Nya se ríe y le golpea el hombro—. Eres asqueroso.
Todos se ríen menos yo y me doy cuenta muy tarde, por lo que mi ja, ja, ja se parece al de una muñeca con cuerda.
Creo que, en resumen, ese es mi problema con Dane: es asqueroso. Y, desafortunadamente, mi hermana lo ama, estoy saliendo con su hermano y hace menos de cinco minutos le hice un guiño cómplice. Tomé una decisión: voy a tomar el toro por los cuernos y aprender a lidiar con él.
