Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota:Luchar contra los sentimientos más inverosímiles nunca ha sido fácil. Nueva escena DRUNA. Esta pareja está conquistándome a mucha velocidad, la necesidad de contar historias de cómo podrían ser las cosas entre ellos me obsesiona. Porque de repente… me encajan. Espero guste, muchas gracias.

EL JARDÍN DE LAS DELICIAS

Podía verla desde la ventana del segundo piso que daba al jardín. Aparentemente indiferente y con la mirada gris perdida en el lejano horizonte, Draco apuraba su café, sosteniendo entre los dedos, largos, estilizados y seguros, la taza de porcelana. Pretendía no prestar atención, pero el clavar su mirada en ella hizo le temblara la mano y provocó un estridente tintineo en la loza.

Luna deambulaba por su jardín, descalza y con los pantalones subidos hasta por debajo de las rodillas. Llevaba una de esas extrañas chaquetas de punto que ella misma tejía y su cabello, una maraña rubia que caía en una cascada ondulante, rozaba el final de la espalda con cada movimiento. Entre sus manos agitaba dos varas de madera en tanto que entonaba unas extrañas palabras aprendidas de memoria años atrás.

Desde su posición de altura dominante, y vestido con un pantalón de traje gris y un suéter negro de cuello en pico, Draco pensó que nada podía resultarle más hermoso que aquella visión. Aferrarse a ella era todo lo que podía hacer, mentir para obtener unas horas de la compañía de Luna era su única salvación para no caer en la desesperanza.

La realidad era que no podía permitirse enamorarse de ella.

Distraídamente, se miró la mano derecha, donde había vuelto a colocar el sello de oro de los Malfoy. Aquél feo anillo, grueso y pesado, antaño símbolo de orgullo le valía ahora como perenne recordatorio de quién era y lo que había hecho. No creía en los cambios, ni siquiera ahora que en su propio interior había tenido lugar uno, pero en lo que sí creía era en evitarle a toda costa sufrimiento y pesar a Luna; y por ello lo llevaba. Para no permitirse olvidar.

No había futuro para un ser puro como ella en aquél lugar, de muros fríos y sombras tenebrosas que seguían a Draco allá donde iba. Incluso si ella lo escogiera por su propia voluntad, él sabía que terminaría languideciendo a su lado. Mataría su espíritu, y sus bellos ojos perderían esa luz de la que él se permitía alimentarse solo en contadas ocasiones, como un vampiro sediento que toma escasos sorbos de sangre prohibida para lograr sobrevivir.

Dejó la taza en el alfeizar de la ventana y se metió las manos en los bolsillos, bajando resueltamente los escalones hacia el recibidor cuando la vio caminar en dirección a la casa. La pesada puerta que daba al jardín estaba abierta, y para cuando llegó a la entrada, Luna ya estaba allí, guardando las varas en su bolso y recolocándose un pañuelo de vivos colores sobre la frente.

Levantó la vista y le sonrió, provocando que todos los músculos del cuerpo de Draco clamaran y se contrajeran. Luchó, como venía haciendo cada día desde hacía meses, con su crianza y con el modo en que había vivido hasta entonces. Reprimió el impulso de hacer valer sus deseos por encima de los de cualquier otra persona. Imponerse a ella no estaba en discusión.

Tomar a Luna le proporcionaría tal placer, que incluso era posible que su alma, negra y hecha jirones, renaciera. Pero pensar en lo que aquello podría hacerle a ella… nunca cometería tal imprudencia. Nunca la contaminaría con su sucia maldad interior, que aún latía, yacente, en lo profundo de su ser.

-Has tardado menos que otras veces –le dijo en respuesta a su sonrisa, permaneciendo en el último escalón para poder verla desde una leve altura.

-Es posible que esté encontrando la manera de ahuyentarlos de forma definitiva –contestó la chica, uniendo sus pequeñas manos sobre el vientre-. La verdad, esos Nargles parecen encontrar algo en tu jardín que les hace volver una y otra vez, no entiendo cómo puede ser posible.

Draco, a su pesar, esbozó una débil sonrisa que alzó una de las comisuras de su boca. Se acodó en la pared, cruzando los brazos sobre el pecho. Si mantenía la conversación el tiempo suficiente, el perfume de Luna perduraría en el corredor durante unas horas, después de que ella se hubiera ido, entonces él podría andar perdido entre sus propios pasillos, con los ojos cerrados, aspirándolo libremente, dejándose envolver por él.

-No entiendo qué puede atraerles tanto –su voz sonó verdaderamente inocente. Cuestión de práctica, mentir nunca le había sido ajeno-. He intentado de todo, incluso fertilizantes muggles porque pensaba que podría haber algún problema en la tierra, pero esos extraños fenómenos…

-Siempre fueron Nargles-, Luna se echó el pelo hacia atrás, arrugando la nariz, entendida-, parte de la vegetación que has plantado es como un imán para ellos. Les encanta retozar al sol y travesuras.

-¿Y tú? –Draco bajó el escalón, dando un tímido paso que le acercó a Luna más de lo que solía permitirse habitualmente-, ¿has retozado alguna vez bajo el sol, en un jardín como este?

Casi podía verla, echada sobre el césped, la ropa hecha una montaña a su alrededor, aquél cabello lustroso y suave esparcido sobre las flores y las manos cerradas en puños sujetando la tierra con vehemencia mientras él recorría su cuerpo y arrancaba a todas las criaturas reales y míticas de su jardín a fuerza de los gemidos que ella emitiría cuando llegara a un clímax abrasador… y destructivo.

Pensativa y ajena a sus pensamientos, Luna negó. La sonrisa le llegó a los ojos antes de contestar, sin apreciar el doble sentido de las palabras de Draco, que se habían estrellado, como casi siempre, contra su muro de inocencia.

-¿Estás loco? Sin las debidas precauciones… podría sufrir una infección por Nargles. A veces incluso se enredan en el pelo y es muy difícil hacerlos salir.

Draco se encogió de hombros con aire comprensivo, aunque estaba muy lejos de sentir la calma que su rostro mostraba. Puso distancia y dio unos pasos hacia atrás mientras veía a Luna recoger sus pertenencias. Se calzó unas sandalias color verde musgo y sacudió algunas ramitas de la chaqueta de punto. Antes de salir de su casa, se puso de puntillas y le besó en la mejilla, provocando toda una serie de sentimientos encontrados dentro del hombre que, en aquellos momentos, luchaba contra sí mismo con más fuerzas de las que poseía.

-No dudes en llamarme si vuelven los Nargles, podrían anidar si no se actúa con toda rapidez.

-Descuida, te avisaré tan pronto note algo. Muchas gracias, Luna.

-Adiós Draco.

Él alzó la mano a modo de despedida. Al verla marcharse, se la quedó mirando hasta que su silueta fue apenas perceptible, calculando los días que iba a dejar pasar antes de reclamarla nuevamente con cualquier tipo de excusa.