Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: Se suele decir que para saber cómo es la vida, depende del cristal con el que uno mire. Y no siempre es fácil ver lo bueno escondido detrás de algo que para la gran mayoría de las personas, no tiene nada digno de admirar. Por suerte para Draco, Luna es una persona que siempre ha tenido muy fácil encontrar magia detrás de lo más simple, ¿podrá enseñarle a dejar de lado el resto de sus prejuicios sobre el mundo?

Muchas gracias por leerme y por los comentarios. Humildemente, espero que os guste.

REFLEJOS

Con la tez marfileña cubierta bajo una enorme pamela, Luna Lovegood disfrutaba deambulando soñadoramente por la orilla del mar, dejando que el agua salada le lamiera los pies y que la suave brisa escocesa removiera su larga melena rubia. Recolocándose el pareo amarillo sobre el traje de baño, estiró los brazos y giró sobre sí misma, haciendo resonar los adornos acoplados a la cinta de la pamela con cada movimiento.

Siempre disfrutaba llevándose recuerdos de las vacaciones, incluso aunque solo se tratara de un fin de semana suelto que pasara en algún remoto pueblecito de Inglaterra. Para ella, salir en coche (¡qué invento muggle ese, cuánto le divertía!) significaba vivir toda clase de experiencias de lo más pintorescas, y era tanto lo que le gustaban, que siempre recogía pequeños talismanes aquí y allá.

En los dos días que llevaba en aquella playa, ya había adherido a su pamela un par de conchas (asegurándose de que no estuvieran habitadas); una chapa de botella cuyo dibujo jamás había visto; una ramita que la marea prácticamente le había llevado hasta las manos y el resguardo del restaurante donde había cenado la noche anterior. A esas alturas, imaginaba que su pamela parecía la de El Sombrerero Loco, ese simpático personajillo de cuento para niños muggles, pero no le importaba. Nada podía opacar su felicidad y sus ganas de descubrir y conservar un poco de todo lo nuevo que estaba conociendo.

Estiró el cuello y miró unos metros más arriba, a la arena blanca, donde Draco permanecía cómodamente sentado sobre una hamaca doble, acolchada, y protegiendo su tono de piel pálido con una sombrilla de rafia que oscilaba con el aire. No había nadie más en aquella cala de las afueras de Escocia, motivo por el que ambos la habían escogido para darse una escapada, pero de haber estado abarrotada de turistas, seguramente éstos habrían empezado a fruncir el ceño ante la gran variedad de extraños comportamientos que aquella atractiva pareja de rubios mostraba de cuando en cuando.

Y es que Draco, quien en su adultez optaba por usar la magia solamente cuando la requería, sin depender de ella para pequeñas cosas de su día a día, como le ocurría de más joven, estaba leyendo un periódico del revés.

El ejemplar de prensa, tal como pudo comprobar Luna conforme empezó a acercarse, no era otro que El Quisquilloso, del que era editora, tal como su padre antes que ella. La portada, de brillantes tonos anaranjados anunciaba una conspiración que involucraba a algunos de los más famosos golpeadores de Quidditch, los cuales, según el artículo, habían recibido sobornos para empezar a llevar publicidad subliminal en sus bates, algo que aún no había podido ser demostrado.

Ignorante de estar siendo observado, Draco pasó las hojas hasta dar con un desplegable cubierto de extraños símbolos inconexos entre sí. La nota informativa declaraba que para poder ver el contenido oculto era necesario mirar a través de unas gafas espectrales, que podrían adquirirse con el número del periódico de la semana siguiente por solo medio galeón más.

Luna tuvo que ahogar una risa al ver que Draco hurgaba en su bolso y saca sus espectrogafas rosadas. Con el rictus muy serio, las abrió y pegó los cristales a las páginas de El Quisquilloso, arrugando su rubio entrecejo y entrecerrando los ojos con el fin de poder ver algo de lo que prometía el artículo.

Incapaz de contenerse, Luna carraspeó, provocando que Draco soltara las espectrogafas, que rebotaron sobre la hamaca, vergonzosamente cerca de donde él estaba sentado como para que una mentira pudiera salvarle de haber sido pillado infraganti.

-Ya has vuelto –comentó en un carraspeo.

-Funcionaría mejor si te las pusieras.

Malfoy se echó el flequillo hacia atrás y esbozó la que había sido, en su adolescencia, la sonrisa más petulante jamás conocida. Estirando sus brazos, tiró de la cintura de Luna para sentársela en el regazo. Ella, dejándose llevar por lo que se había convertido en un dulce acto de costumbre, le pasó las manos por el cuello, haciendo que su piel, tibia por el sol, se estremeciera bajo el contacto de las palmas que ella había metido en el agua fresca.

Le recorrió los hombros, amplios y bien formados, y el vientre plano. Le gustaba el cuerpo de Draco, porque le resultaba curioso verle cuando iba o venía de hacer ejercicio. Él, que antaño tanto había renegado de los muggles y su mundo, se abría cada vez más a probar cosas nuevas y conocer sus usos. Disfrutaba especialmente haciendo ejercicio físico, y Luna admiraba la constancia que eso suponía, además de permitirse luego el placer de poder disfrutar de una visión de Draco Malfoy que no muchas personas tenían, como verle con el pelo sin fijar y en bermudas de baño.

A veces, solía pensar ella, no había mejor cura para una persona que había vivido tantos años replegada en sus creencias, que actuar de forma distinta. Tomar prestadas algunas actitudes muggles había cambiado a Draco para mejor.

-Estás loca si crees que alguna vez voy a ponerme eso en la cara –dijo él, sacándola de sus pensamientos.

-No es la primera vez que me llaman loca y al final acabo teniendo razón.

Draco la envolvió con los dos brazos, pegándosela al pecho mientras negaba con la cabeza, dejando asomar un atisbo de sonrisa en sus labios. La cara de Luna estaba ensombrecida por la pamela, de modo que tuvo que inclinarse para mirarla a los ojos.

-Me refiero a verdaderamente loca.

-¿Qué tienen de malo mis espectrogafas? –le insistió ella.

-Nada, cuando se trata de ti.

Luna dejó que la besara en los labios y se concentró en ello durante unos momentos, pero entonces, los ojos se le abrieron y su mente no pudo evitar darle vueltas a lo que él acababa de decir. Distraída, miró las gafas de reojo, que se habían movido y estaban caídas sobre el ejemplar de El Quisquilloso. ¿Habría Torposoplos en aquella cala de Escocia? Quedaban tantas cosas por descubrir, y era tan triste que la gente se sintiera avergonzara por querer conocerlas…

La mano de Draco se apoyó en su mejilla, haciendo que le mirase. Parecía preocupado, con los labios contraídos y el ceño fruncido.

-¿Qué pasa? –Le preguntó, inquieto-, ¿por qué no me estás besando?

Con un movimiento suave, Luna dejó la pamela sobre la hamaca y tomó las espectrogafas con cuidado, mirando a Draco de tanto en tanto, que parecía mucho más interesado en devorarla que en mantener una conversación (¡y así habían pasado todo el día anterior, y el anterior a ese!).

-Si sientes curiosidad por los contenidos ocultos de esa página, ¿por qué no los descubres?

-Luna… -él resopló, repentinamente cansado-, solo son unos tontos dibujos con truco.

-Sí, es cierto… pero hay muchas otras cosas que te estás perdiendo por miedo a sentirte humillado –y su brutal sinceridad pareció azotar toda la arena de la playa-, ¿si no eres capaz de ponerte unas gafas, cómo vas a poder estar conmigo sin que te resulte violento que los demás lo vean?

Draco se tensó de la cabeza a los pies, con el rostro frío y serio, la sujetó de los hombros, asegurándose de que le miraba con mucha atención antes de responder.

-Escúchame, Luna, porque no voy a volver a dejar que digas nunca más algo como eso –sus ojos, grises, parecieron brillar-, jamás me he avergonzado de decidir empezar una relación contigo, ¿lo entiendes? La única razón de que disfrute más estando a solas contigo que rodeado de personas, es que no soporto la atención que despiertas. Detesto compartirte.

Luna chasqueó la lengua. Apoyó su frente en la de Draco y le dijo sin palabras que ella sabía todo aquello. El camino no había sido fácil, Merlín sabía que no lo sería nunca, pero los dos habían vencido muchos prejuicios para estar donde estaban ahora, incluso ella, que aceptaba prácticamente todas las cosas de la vida sin cuestionarlas, había tenido que buscar mucho en su interior antes de dar ese paso. Ahora estaban juntos, y no quería que ningún miedo a lo nuevo los separara.

-Simplemente eres más abierta que yo –murmuró Draco, enredando los dedos en los mechones de pelo de Luna-, siempre ves algo nuevo… algo mejor, dentro de todo lo demás. Imagino que eso hiciste conmigo.

-Tú también viste en mí cosas que los demás no veían, Draco –su sonrisa le hizo temblar y abrazarla más fuerte contra su pecho-, el mundo, la vida… todo está lleno de reflejos que no deseo que te pierdas. Por eso siempre llevo estas espectrogafas conmigo, para no olvidarme nunca de ver algo más.

-Creí que las tenías para buscar Torposoplos.

Luna rio y dejó las gafas en la mano de Draco, con un apretón cariñoso. Se encogió de hombros y alzó la mirada, perdiéndose unos instantes en la inmensidad del cielo azul que era visible a través de la sombrilla.

-Son algo bueno que encontrar, para empezar.

Totalmente perdido en su sonrisa, en la belleza pura y serena de su rostro, Draco tomó aire y con manos temblorosas, se puso las espectrogafas. Inmediatamente se sintió ridículo, pero se recordó por quién lo hacía. Decepcionar a Luna no estaba dentro de lo posible para él, de modo que abrió los ojos tras los cristales y miró a su alrededor, enfocando primero a Luna y luego todo cuánto le permitía la vista, hacia el horizonte.

Después de unos momentos de silencio, ella, expectante, le tomó por las mejillas.

-¿Qué has visto, Draco?

Descubriéndose los ojos, Malfoy iba a responder, pero entonces quedó mudo ante la expresión que reinaba en el rostro de aquella mujer que, no sabía todavía cómo, le había devastado por completo, abriéndole el pecho y llenándoselo luego de tal cantidad de sentimientos buenos que apenas se reconocía al mirarse en un espejo. Luna ni siquiera dudaba de que él fuera capaz de ver algo especial, tal como hacía ella. Porque creía en él.

Esbozando una sonrisa sincera, la acarició con reverencia en los brazos, subiendo luego por sus mejillas y labios. Comprendió que tenía razón, que la vida podía llenarse de reflejos maravillosos si uno sabía bien dónde mirar, y no tenía miedo de arriesgarse a hacerlo.

Draco no estaba dispuesto a perderse nada por miedo. Aquella época, ya estaba muy atrás.

-He visto… algo precioso, Luna –le susurró, buscando sus labios apasionadamente-, algo precioso de verdad.

El beso cobró fuerza y ambos se sumergieron en él con los cinco sentidos, enredados en una pasión que apenas estaban empezando a descubrir. Las espectrogafas quedaron relegadas a un segundo plano, yaciendo sobre la hamaca y dejando que un rayo de sol se reflejara en sus cristales, creando un destello de luz.