¡Buenas! ¿Como pasaron la Navidad? Yo bien, pero me agarró una terrible gastroenteritis de la que me estoy recuperando.
DrVenom555: Bueno, apenas primer capítulo y ya Katrina es una waifu, eso tiene que ser record en algún lado XD.
Capítulo dos
Paranoia
Did you ever have that feeling in your life, that someone was watching you?
Katrina se despertó a las siete de la mañana, en total oscuridad. Con cuidado, se levantó de la bañera llena de agua a temperatura ambiente, tomó una toalla que estaba colgada a su lado y salió. Dormir en una cama le parecía muy poco práctico, así que dormía en una bañera con agua caliente. Fría, si hacía calor.
Se secó las manos con la toalla y encendió la luz. Salió de baño y empezó a encender todas las luces, mientras se secaba el cuerpo y el cabello en el camino. La calefacción encendida hizo que no sintiera nada de frio.
Llegó a la cocina, que también hacía las veces de comedor. Era pequeña, pero funcional, con todos los aparatos domesticos modernos, incluyendo un microondas. Tomó dos rebanadas de pan de molde y las puso en la tostadora. Mientras esperaba a que estuvieran listas, tomó un par de naranjas y usó la exprimidora para prepararse un jugo natural. Una vez que terminó, se fue a su habitación a cambiarse. Se puso una camiseta blanca y unos pantalones negros de gimnasia. Ya más tarde se pondría otra cosa.
Cuando volvió, las tostadas ya estaban listas. Puso el jugo, las tostadas, el queso untable y la mermelada en una bandeja y la llevó a la sala, donde estaba la televisión. Puso la bandeja en la mesita ratona, encendió el televisor y se sentó en el sillón de cuero negro.
Lo primero que vio fue el noticiero. Una periodista estaba fuera de una casa, haciendo una entrevista a una señora mayor. Era la madre del señor Jones, al que había matado hacía varios días.
—Mi hijo estuvo actuando muy extraño dos semanas antes de la desaparición —decía la señora, bañada en lágrimas—. Estaba muy distante conmigo, dejó de comunicarse con todo el mundo. No sé dónde pueden llegar a estar…
—Pudriéndose tres metros bajo tierra —le respondió Katrina de manera lacónica a la pantalla, antes de cambiar de canal para poner otra cosa. Por desgracia, cuando uno se levantaba tan temprano, solo había noticieros o infomerciales que intentaban venderte cosas ridículas a precios igual de ridículos. Terminó dejando un canal de noticias donde hablaban de la fiebre del crack que estaba asolando la nación a la que apenas prestó atención mientras desayunaba.
Cuando terminó, decidió que era hora de hacer ejercicio y fue a buscar a la habitación una alfombra de yoga y unas mancuernas. Dado a su trabajo, tenía que mantener una rutina de ejercicios al menos tres veces por semana.
Primero el calentamiento. Unas pocas flexiones de pecho y abdominales para tener más oxigeno en su flujo sanguíneo. Cuando terminó, levantó las mancuernas de diez kilos cada una. Luego saltó la cuerda y al final un poco de estiramiento. Listo.
Se dio un baño rápido para sacarse la transpiración y estuvo largo rato pensando en que ponerse. Normalmente no le interesaba mucho la moda, pero iría a visitar a Claudia y esta siempre se quejaba sobre que su vestuario solo tenía tres colores: negro, azul y rojo. Solo para no soportar su discurso, se puso unos jeans cortos, una blusa blanca y una camisa suelta del mismo color con unos dibujos grises. Lavó todas las cosas que usó, tomó una chaqueta, el casco, las llaves y salió de su casa, rumbo al estacionamiento del edificio donde estaba su moto.
Katrina vivía en Mission Valley, un gran distrito de San Diego que funcionaba como centro de compras y entretenimiento. Al ser un lugar turístico, le era útil para pasar desapercibida cuando salía a hacer compras o a correr para mantenerse en forma (cambiando la ruta cada vez). Siempre en alerta, era uno de los mantras que le habían enseñado para llevar la vida que llevaba.
Mientras tomaba la interestatal 805, por la zona de Kearney Mesa, ese mantra se puso a prueba. Cuando esperaba en un semáforo, cerca de una gran tienda de artículos asiáticos, captó un movimiento extraño a su derecha. Con la agilidad que la caracterizaba, alzó su brazo justo a tiempo para agarrar de la muñeca a un adolescente que llevaba una navaja, listo para asaltarla. Katrina lo miró a través de su casco: un chico afroamericano de unos catorce años, totalmente desgarbado y destruido por la adicción al crack. No llevaba camisa, solo unos pantalones grises y zapatillas, lo cual le permitia ver las costillas.
—¡Sueltame! —le gritó, intentando tironear de ella, pero Katrina era mucho más fuerte de lo que aparentaba. Por un segundo, Katrina pensó en matarlo, pero no valía la pena. Estaba en una interestatal, cualquiera podría verla si decidía matarlo en ese preciso instante. Lo mejor era darle un empujón y seguir de largo…
—¡Sueltame, maldita perra! —insistió, mientras intentaba pegarle un puñetazo a la cara con la mano libre
… o hacer algo más.
Katrina le sujetó el otro brazo también desde la muñeca y lo apretó con la fuerza suficiente para hacerlo gritar y soltar la navaja. Apenas sintió el tintineo de la hoja chocando contra el pavimento, Katrina apretó con más fuerza, rompiéndole ambas muñecas. Solo entonces lo soltó y siguió de largo.
—Malditos drogadictos —murmuró, mientras veía al chico gritar y llorar del dolor de rodillas contra el suelo a través del espejo retrovisor. No era la primera vez que intentaban asaltarla o violarla debido a que solía transitar por la calle a altas horas de la noche o por la madrugada y no era la primera vez que terminaban con algún hueso roto. Era fácil lidiar con ellos, aunque se volvían más peligrosos si tenían una pistola, venían en grupo o ambas. Si era un ladrón, normalmente los dejaba marcharse con la cola entre las patas. Si era un violador, generalmente terminaba con un cuello roto.
Viajó unos treinta minutos hasta llegar al barrio de La Jolla, donde vivía Claudia, pero no fue a su casa. Habían fijado un punto de encuentro en Black Beach. A Katrina le gustaba mucho pasear allí, ya que era un lugar difícil de acceder por estar justo debajo de los acantilados de Torrey Pines. Era sabido que a veces había deslizamientos de tierra y varias personas habían muerto aplastadas por las rocas.
Katrina siguió caminando por la orilla escarpada hasta encontrar su lugar favorito: una roca bastante grande separada de la orilla del mar por unos metros, lo cual tuvo que sacarse los zapatos y caminar por el agua helada que le llegaba hasta un poco menos debajo de la rodilla para llegar a ella, cuidando de que su mochila no se mojara. La roca era chata y lisa en su superficie, por lo cual podía sentarse sin problemas y disfrutar de un picnic si quisiera.
Ya había alguien esperándola allí. Era una hermosa mujer que aparentaba tener su misma edad (aunque Katrina sabía que era un poco mayor que ella), de cabello largo, rubio y rizado. Estaba descalza, vestida con un simple vestido verde oscuro de mangas largas hasta los tobillos sin ninguna decoración, salvo los bordes de las mangas y el borde inferior, que era una pesadilla multicolor en su opinión.
—Llegaste tarde —le dijo la mujer.
—Tú llegaste temprano, Claudia —respondió—. ¿Nadie te dijo que la era hippie pasó de moda?
Claudia la miró con sus ojos azules, sonriendo con una mueca.
—No vengas a criticar mi estilo de vestir. Cuando llegaste a San Diego, no sabías ni combinar los colores. Gracias a mi aprendiste a vestirte como se debe —agregó, señalándola con la mano—. ¿No tienes frío?
Katrina bajó la vista para mirarse a sí misma.
—Está bien, lo siento, lo siento —dijo, alzando las manos en un gesto de rendición—. Ahora que tengo las piernas mojadas, siento algo de frio.
Claudia se sentó en el suelo y Katrina la imitó, sentándose a su lado. El ruido de las olas chocando contra las rocas era uno de los sonidos más hermosos que ella haya escuchado en su vida. Nunca se cansaba de escucharlo. Tal vez pudiera mudarse a la casa de Claudia, que vivía no muy lejos de allí.
—¿Cuándo te vas? —preguntó, intentando no sonar decepcionada.
—En una semana, dos a más tardar. Es una oportunidad única…
—Me lo has dicho al menos veinte veces. Te voy a extrañar mucho, pero estaré feliz sabiendo que estás en camino de volverte una gran diseñadora y que me dejarás tu casa.
Claudia se rio y Katrina no pudo evitar sonreir un poco.
—Ya quisieras. No te preocupes por mí, estaremos en contacto y siempre tendré tiempo para ti cuando necesites consejos de moda.
—No te lo pediré.
—¿Quién dijo que me llamarías? Yo misma te llamaré para asegurarte que no te vistas como si hubieras salido del manicomio.
Katrina soltó una risotada. Realmente extrañaría a Claudia y sus chistes relacionados a la moda.
—Al menos estarás lejos de aquí. Un idiota intentó asaltarme en el camino.
Claudia abrió desmesuradamente los ojos.
—¿Te encuentras bien?
Katrina puso los ojos en blanco
—Si, Claudia, me encuentro bien. Logré frenarlo apenas se acercó.
Claudia se cruzó de brazos.
—¿No crees que actuaste demasiado rápido?
—¡Pero el me iba a asaltar!
—Tu no sabias eso ¿Y si te iba a pedir la hora? Menos mal que era un asaltante...
—Claudia, no seas tan crédula. ¿Que hace un adolescente merodeando por la calle a las siete y media de la mañana y acercándose a una chica sola? Sea como sea, prefiero haber atacado a un inocente que solo se quedará con un mal trago antes de terminar con una cortada en la garganta y mi moto en manos de un montón de adictos al crack.
Claudia resopló.
—¿Lo mataste?
Katrina chasqueó la lengua.
—No valia la pena. Me hubiese traído problemas.
Claudia se mordió el labio. Ya sabía que era un caso perdido razonar con ella, así que cambió el tema.
—Hablando de homicidios, ¿viste la noticia en los periódicos? ¿Lo de la familia de Riverside? —preguntó con preocupación.
Katrina puso nuevamente los ojos en blanco.
—Periódicos, televisión, radio… No es culpa mía. Yo los eliminé a todos y el equipo de Bill se encargó de borrar toda la evidencia.
—¿Temes que te descubran?
Katrina negó con la cabeza.
—Nadie me vio, que yo sepa. Y, aunque me hubieran visto, me describirían como una chica de pelo corto y negro. La policía podría pasar justo detrás de mí y nadie la relacionaría conmigo.
Katrina estaba con su aspecto "habitual", como solía decirlo cuando no se disfrazaba. Tenía el cabello largo, lacio y rubio muy claro hasta la cintura y ojos grises del color del cielo nublado. Mucha gente que la veía solía confundirla con alguien originaria de Europa del Este. Llamaba la atención de muchos hombres y no iba a ser modesta: ella era lo suficientemente bonita para estar arriba de una pasarela (y Claudia también). De todos modos, ella no le prestaba atención a ninguno. Aunque quisiera formar pareja, no sería con ninguno de esos imbéciles que la miraban con la boca abierta.
—¿Entonces no habrá ningún problema? —preguntó Claudia, aún preocupada.
—Será uno de esos misterios sin resolver que pasarán en unos años en algún programa nocturno de mala muerte y luego solo estará en la memoria de algunos vecinos.
Eso la tranquilizó un poco.
—Ya veo… Por cierto, ¿cómo resultó todo? ¿Averiguaste algo sobre lo que te dije?
—Sí, la dirección quedaba en Fairfax. Tuve que presionar un poco por aquí y por allá, pero logré conseguir una dirección y un teléfono, de San Fernando.
—¿Fuiste allí?
—Si, pero no entré, solo pasé por la moto. No es fácil ponerse a espiar en los suburbios porque llamaría mucho la atención, pero me las arreglé. Es por eso que he tardado tanto.
—¿Y que hiciste?
—Estuve espiando a los integrantes de la casa tanto como pude, y a sus vecinos también. Tú sabes, en todos los vecindarios hay una vecina metiche que se la pasa estirando el cuello sobre las vallas para espiar a sus vecinos y la encontré, por suerte. Me hice pasar por policía y me puse a hablar con ella sobre la seguridad en el vecindario, por lo de Riverside. Habló tanto que casi tuve que buscar una excusa para irme cuando ya conseguí todo lo que quería.
—¿Qué dijo?
—Qué no dijo, querrás decir. Se la pasó hablando mal de la familia, pero eso es lo de menos. Me informó que desde hace meses pasan cosas extrañas allí. La fecha aproximada corresponde con nuestras teorías.
Claudia enarcó las cejas.
—Entonces…
—Es probable que la pista sea verdadera.
Claudia sonrió complacida, pero luego su cara se tornó seria.
—Si llega a ser cierto… ¿Qué harás con la familia? ¿Los vas a matar como a los de Riverside?
Katrina miró fijo hacia el mar, llenando sus ojos con la belleza marina que se erigía ante ella.
—Eso dependerá de ellos—respondió.
—Es horrible lo que le sucedió a esa familia, ¿verdad?
Kate asintió con la cabeza, ansiosa porque se fuera de una vez. Raquel había venido a pedirle una taza de azúcar y no parecía tener ninguna prisa por ponérsela al té que se iba a preparar en su casa.
—Todavía no aparecen, no sabemos si les sucedió algo malo.
—Tal vez el padre o su hijo mayor andaban en malos pasos, quien sabe —Raquel se encogió de hombros—. Al menos la policía se está preocupando. El otro día vino una oficial joven a casa para hacer una encuesta sobre la seguridad del vecindario. Tendrías que haberla visto, era una joven preciosa...
—¿Ah, si? —Kate la miró, extrañada—. Por aquí no ha pasado.
—Tal vez lo hizo cuando ustedes no estaban… En fin, ya me voy. Que tengas una linda tarde, Kate.
Raquel se retiró a su casa y Kate no pudo evitar dar un suspiro de alivio.
—Ya puedes salir, Alf —dijo Kate.
Alf salió de la cocina, ya masticando algo.
—Qué extraño —comentó—. Aquí no vino ninguna policía así. Sino Willy ya habría huido con ella —se burló.
En ese momento, Lynn y Brian llegaron de la escuela, pero no estaban solos. Venían acompañados de un precioso perro Labrador de color beige.
—Hola mamá —saludaron los dos de manera muy inocente, como si ya tuvieran preparado un discurso sobre por qué debían quedárselo.
—Hola —los saludó Kate, mirando al perro de manera extrañada—. ¿De donde sacaron a ese perro?
—Me siguió a la salida de la escuela —dijo Brian—. ¿Podemos quedárnosla?
Alf se acercó con curiosidad a la perra. Esta emitió un ladrido y comenzó a mover la cola, casi arrojándose sobre él para lamerle la cara.
—¡Oye, parece que le agrado! —dijo, acariciándola.
—Debe tener dueño —dijo Kate—. Miren, tiene un collar.
—Pero solo dice el nombre —replicó Lynn—. No tiene un número de teléfono, ni dirección.
Alf tomó el collar y lo examinó de cerca.
—Se llama Flo —dijo, sorprendido. Después de un par de segundos salió de su ensimismamiento—. Debemos quedárnosla.
—Se le debe haber perdido a alguien —siguió insistiendo Kate—. Haremos unos carteles y los pegaremos por el vecindario para ver si alguien la reclama.
—¿Y si nadie viene nos la quedamos? —preguntó Brian.
—Veremos que dice tu padre cuando llegue a casa. Mientras tanto, vamos a hacer unos carteles.
—Está bien —dijo Brian, un poco desanimado.
—Alf, ¿vas a ayudarnos? —preguntó Lynn.
—No, háganlo ustedes. Yo tengo que terminar los guiones de la novela.
—¿Aún sigues escribiendo? —preguntó Kate.
—Si, pero creo que renunciaré pronto. Ya se me están acabando las ideas, ahora que Dorothy se marchó para conseguirse un novio de la mitad de su edad.
Alf tomó el teléfono inalámbrico se fue a la cocina y Kate fue a buscar unas hojas de papel y unos marcadores. Sabía que sus hijos soñaban con quedarse con Flo, pero no había que hacerse ilusiones. Lo más probable era que en un par de días vinieran a reclamarla.
Alf entró al garaje y se sentó en la silla frente a la máquina de escribir, pero no iba a escribir ningún guion. De hecho, no iba a escribir absolutamente nada. Marcó por teléfono y llamó al jefe de guionistas presentando su renuncia. Antes de colgar, preguntó si alguien había pasado por allí preguntando por él. Le respondió que había oído hablar de una chica que se había presentado para hacer un reportaje para su trabajo en la universidad y lo mencionaron cuando esta preguntó por los cambios recientes de la novela, pero nada más.
La policía haciendo encuestas, una universitaria preguntando por los guiones… ¿Coincidencia? Estaba cada vez más nervioso. ¿Estaban sobre ellos? Y ahora ese perro que Brian había traído… Nunca debió haber usado su apellido real, seguro por eso ahora estaban todos en peligro.
No podía decirles ni una palabra a los Tanner. Había demasiadas cosas que no sabían sobre él y el espacio y era mejor que se quedaran así. Él podía manejar esto.
No le quedaba opción. Tenía que actuar esta noche para sacarse la duda de la cabeza.
