Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: Como dije en la presentación de estos relatos cortos… me gusta pensar en muchos momentos variados para Luna y Draco, tanto eróticos como felices, graciosos o… tristes. Porque todas esas escenas son la que, en mi opinión, hacen una relación. Así que aquí está otro capítulo de estos DRUNA que son ya, tan nuestros. No todo pueden ser risas, pero incluso las lágrimas no derramadas unen y fortalecen un amor especial.

Espero que os guste, el próximo toca más ligero. Muchísimas gracias por los reviews, de verdad que no esperaba que mis escritos gustaran tanto, los análisis de los capítulos, las opiniones, visión de los personajes, que os metáis en la historia y la desgranéis, haciéndola real… es más de lo que esperaba. Se agradece infinitamente. Mientras sigáis queriéndome… aquí seguiremos, respetuosa y humildemente, mi pluma y yo.

PATRONUM

La lechuza del correo despertó a Draco con un sobresalto. Quedó sentado en la cama, apoyado en los antebrazos y desvió la mirada hacia la ventana, donde el repiqueteo del pico del ave parda con el distintivo del Ministerio de Magia insistía en ser atendida sin demora.

Maldiciendo en voz alta, Malfoy apartó las mantas y recogió del suelo los pantalones del pijama que había desechado la noche anterior. Abrió una de las hojas de cristal de la ventana y extendió la mano, recibiendo el sobre lacrado y viendo acurrucarse sobre sus patas a la lechuza mensajera, sin duda esperando que Draco constatara los hechos que se le exponían por escrito y ofreciera una respuesta inmediata a los mismos.

Con las rubias cejas enarcadas, rasgó el sobre y abrió de papel ocre en el que, con letras estilizadas y finas, se le informaba de la noticia de que su padre, Lucius Malfoy, había fallecido aquella madrugada en su celda de Azkaban.

Aunque la vista se le nubló a causa de la impresión y el resto de palabras de condolencia se le hizo difícil de digerir, Draco acertó a leer que se le permitía recoger el cuerpo en las dependencias mortuorias del Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas y decidir el destino de éste a su conveniencia, algo raramente permitido a los prisioneros de crímenes tan graves como los cometidos por Lucius.

Aquella deferencia, al igual que el resto de la misiva, iba firmado por el Jefe de la Oficina de Autores, Harry J. Potter.

Cerró el puño con la carta en la mano antes de que el ulular de la olvidada lechuza le devolviera al presente. Caminó distraído hacia el escritorio de caoba de la habitación contigua y garabateó unas palabras impersonales en el reverso de la misma carta. Después la dobló de cualquiera manera y la ató a la pata del ave, que emprendió el vuelo sin demora.

Una vez a solas, Draco arrancó otro trozo de pergamino y redacto una concisa nota que entregó a Misticus, su halcón personal. Se permitió unos segundos para verle cruzar los cielos, apoyado en el alféizar de la ventana, antes de volver dentro y caminar hacia la ducha, dispuesto a empezar un día que prometía ser atrozmente inolvidable.

En la redacción de El Quisquilloso, que bullía de actividad por el reciente atisbo por parte de un mago naturista de los primeros indicios fiables en doce años de la posible existencia de un Snorkack de cuerno arrugado, Dennis Creevey corría por los pasillos, cámara al cuello, enarbolando una nota que acababa de llegar por correo aéreo. Pasó al lado de mesas y compañeros sin dedicarles apenas un saludo, a pesar de su consabida afabilidad, presuroso de llegar hasta el despacho de la redactora jefe, en cuyo rótulo, pintado en la pared con letras azul eléctrico se leía.

«Redactora de El Quisquilloso: Luna Lovegood.
Por favor, pase sin llamar, a no ser que sea un Torposoplo»

Creevey cruzó la puerta y, sin resuello, soltó la carta sobre el abarrotado escritorio de Luna, que en ese momento levantaba la cabeza de un pergamino muy antiguo, el cual revisaba con sus inseparables espectrogafas. Se las subió por la frente y le sonrió a Dennis antes de abrir el sobre, intrigada.

Dos horas después, y bajo el típico frío neblinoso de Inglaterra, Draco miraba el montículo de tierra en el que acababan de enterrar a su padre, con las manos metidas en los bolsillos de la gabardina gris marengo y el pelo rubio ligeramente despeinado en la coronilla a causa del viento.

Tras algunas deliberaciones, había optado por el Cementerio Memorial de Magos y Brujas de Londres, donde los Malfoy tenían una parcela desde antes de los tiempos de su abuelo Abraxas. No estaba dispuesto a hacer nada por Lucius, puesto que después de la Segunda Guerra ambos habían escogido caminos diferentes, su padre, el de la rendición y la cobardía, suplicando por una inocencia y una vida patética durante todos los días que permaneció preso, y él, Draco, por el perdón y la oportunidad de redimirse. No obstante, dado el caso de que aquél iba a ser el último contacto existente entre Lucius y él, decidió darle reposo en el lugar que su padre habría escogido de poder opinar sobre su descanso eterno.

De modo que allí estaba, sepultado con los suyos, tanto Mortífagos como simples obsesivos de la pureza de sangre que habían dado grandeza al apellido Malfoy de maneras diversas y poco enorgullecientes. Lucius pasaría la eternidad rodeado de todos sus antepasados y sería, al igual que su tía Bellatrix Lestrange, situada dos tumbas a la derecha, juzgado por ellos allá donde fuera tras su muerte.

-Es más de lo que tú hiciste por mí durante toda mi vida –susurró, con la vista perdida en la tierra húmeda recién removida-, no te lo merecías. Pero al menos, seguiré viviendo con la conciencia tranquila.

Casi estaba preparado para darse la vuelta y marcharse, cuando una mano pequeña y cálida se cerró sobre la de él. Draco cerró los ojos y exhaló un suspiro que salió de sus labios en forma de vaho. Los hombros le cayeron unos centímetros más, y el ambiente ennegrecido y privado de todo sentimiento positivo que tenía aquel cementerio, pareció reducirse un poco.

-No hacía falta –dijo sin abrir aún los párpados, perdido en las sensaciones de calor que aquellos dedos hacían llegar directamente a su corazón-. Era solo un trámite, ya te lo dije en la carta.

-Es el entierro de tu padre, Draco –Luna apoyó la mejilla en su brazo, mirando el espacio de terreno que ocupaba la sepultura de Lucius con más respeto del que seguramente merecía-. No podía dejarte solo, aunque me lo hubieras pedido.

Para Luna, la familia tenía un grado de importancia que Draco nunca podría compartir, porque ambos habían sido criados de forma totalmente diferente. Si bien ella había respetado su necesidad de estar solo a la hora de recoger el cuerpo de Lucius y darle sepultura, no podía ausentarse de su lado en un momento como aquel. Todos necesitaban apoyo ante la pérdida de un ser querido, incluso si éste no era una persona que hubiera demostrado aprecio o afecto por nadie mientras vivió.

Intentando aligerar la tensión que cortaba el ambiente, Luna se fijó en la corona de flores sobria que reposaba a un lado del túmulo, con una cinta burdeos que ofrecía un pésame muy correcto por parte del Ministerio de Magia.

-Qué detalle –susurró, imaginando que alguien de gran corazón debía estar detrás de aquel símbolo.

-Potter es muy deferente, a pesar de todo –y la voz de Draco perdió todo cinismo y burla al pronunciar tales palabras-, podrían haberle dado el trato que recibe cualquier…

-Era un Malfoy –cortó Luna, antes de que Draco pusiera un adjetivo cruel a su padre ante su propio lugar de reposo-, y aunque no lo hubiera sido… tú no eres un desconocido. La gente buena ayuda y hace favores.

Malfoy asintió. Sabía que aquel gesto valdría un agradecimiento de su parte, y lo daría en cuanto estuviera preparado para ello. Extrañamente, no se sentía aturdido o apenado por la muerte de su padre, a quien ya consideraba perdido incluso durante los últimos años de su adolescencia, por el contrario, una extraña sensación de libertad, de paz, rondaba su corazón.

Podía tener que ver con la presencia de Luna, cuya luz irradiaba todo, o con aquél gesto amistoso de Potter, tan absolutamente inesperado. No lo sabía, pero de repente, Draco se sentía renovado, como si las ataduras que le quedaban con aquel pasado oscuro y grotesco que había protagonizado antaño por fin estuvieran rotas del todo.

Mirando la piedra gris en forma de rectángulo que descansaba ante la montaña de tierra, desnuda y sin pulir, Luna alzó la mirada hasta conseguir que Draco le devolviera el gesto. Tenía el ceño ligeramente fruncido y unas arrugas de cansancio recorrían su frente y mejillas. Levantó la mano para acariciarle el hombro, ofreciéndole una sonrisa que suavizó en parte aquella indudable expresión de pesar y agotamiento.

-¿Qué vas a grabar en la lápida? –le preguntó. Él se encogió de hombros.

-Ni siquiera lo había pensado –Draco se rascó el mentón, donde empezaba a crecerle una barba rubia, y miró aquella roca fría y sin vida-, «Lucius Malfoy, padre horrible, esposo decepcionante, vergüenza de todos sus antepasados, mago mediocre y Mortífago fracasado. Pagó con su vida su propia inutilidad»

Luna chasqueó la lengua y, en un hechizo no verbal, conjuró un sencillo ramo de rosas blancas y clavelinas, sembradas de lluvia verde muy vistosa, que cayó sin hacer ruido justo ante la roca gris, posándose en el túmulo sin levantar si quiera una mota de polvo.

-¿Qué tal… «Cometió errores, pero siguió hasta el final sus convicciones y creencias»?

-Es mucho más de lo que merece –pero Draco había tenido que tragar saliva antes de contestar. Con un gesto, señaló el bello ramo, que quitaba soledad a la triste tumba vacía-, y eso también.

-No creo que lo hubiera aceptado nunca de mí –Luna se encogió de hombros, quitándole toda importancia-, después de todo, soy una…

-Persona maravillosa –Draco apretó su mano con fuerza-, si existe descanso para mi padre, estoy seguro de que lo encontrará gracias a tu presencia. No hay nada en este mundo más bueno que tú, Luna. Cada gota de tu sangre es… mil veces mejor que toda la mía junta.

Draco extendió el brazo y la rodeó con fuerza, permitiendo que ella le diera un consuelo que no sabía que deseara. Pensar en cuánto tiempo había perdido, en cuánto había tardado en llegar a aquella conclusión… le apresó el corazón.

Exhaló nuevamente, y esta vez el suspiro casi se solidificó al abandonar sus labios. Levantando apenas la vista, Draco pudo verlo, en la lejanía, medio escondido tras esos árboles oscuros y retorcidos, acechando, buscando el preciado nutriente de desolación y pena que tanto abundaba en lugares como aquel cementerio, donde la alegría y la felicidad casi estaban extinguidas.

Con dedos temblorosos, intentó echar mano de la varita que llevaba en el bolsillo de la gabardina, con la mirada fija en el ser, cuya presencia siniestra opacaba poco a poco todo, conforme se acercaba, dispuesto a alimentarse del dolor recién sepultado de aquellos mortales a los que tenía en frente. Algunas de las flores del arreglo del Ministerio se marchitaron, los ruidos procedentes de los pocos pájaros que anidaban en aquellos árboles se silenciaron, y algo en el interior del pecho de Draco se heló, llenándose de pesadumbre y sensación de soledad, un sentimiento triste y negro que empezó a calarle hondo.

Apenas vio alzarse la mano de piel pálida de Luna, quien levantaba la varita sin vacilar. Su voz le llegó como rasgada de un arpa celestial cuando habló, sin apenas levantar el tono.

-Expeto Patronum.

De las vetas plateadas que abandonaron la varita se formó una nube que fue mutando en un dragón perfecto, de cuyas fauces salió un fuego brillante de color perla que ahuyentó al dementor en cuestión de segundos. El animal, aunque pequeño, era fuerte y robusto, y se paseó con las alas abiertas por encima del túmulo de Lucius Malfoy, enarbolando la cola de punta de flecha y exhalando humo brillante por las fosas nasales. Tras un último giro, despareció, confundiéndose con la niebla tardía.

-¿Cuándo cambió? –musitó Draco varios minutos después, mirando aún los restos de aquel patronus que tanto significaba para él.

-Desde que supe que me gustaba pensar en ti para invocarlo.

Una ligera sonrisa petulante alzó la comisura del labio de Draco. Cogió aire profundamente y alzó los hombros, mirando al horizonte, donde el cielo empezaba a tornarse rojizo. La sensación de abandono y soledad dejaron su corazón de forma inmediata. Se giró hacia Luna, mirándola con adoración y, a pesar del lugar donde se encontraban, e independientemente de las circunstancias que vivían, la alegría asomó a sus ojos grises.

Puede que hubiera roto la última conexión con un pasado que deseaba enterrar tan profundo como ahora estaba Lucius Malfoy, pero también era cierto que tenía nuevas relaciones en su vida de las que estar muy agradecido.

-Anda, vamos a casa.

Y sin dedicar una última mirada al pasado que quedaba atrás, Draco y Luna entrelazaron sus dedos y echaron a andar a buen ritmo, mirando hacia un prometedor cielo, lleno de posibilidades.