Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: Nuevos retos, cambios, posibilidades que se abren y nuevas relaciones que comienzan. Nueva entrega de vivencias para Draco y Luna, en esta ocasión, algo totalmente opuesto a la anterior, mucho más cálida y de marco feliz. Aprender a encajar puede ser difícil, pero a veces, tremendamente satisfactorio.

Perdón por la tardanza en publicar. Espero de verdad que os guste este nuevo drabble, muchas, muchísimas gracias por los review y las bonitas palabras. El apoyo para una escritora amateur es como una inyección de fuerza y ánimo. Seguiré mejorando. Espero que os guste.

VIDA

Los pasillos del Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas bullían de actividad aquél martes cualquiera, ajenos a la horda de prensa y reporteros de los diversos medios escritos y audiovisuales del mundo mágico (e incluso algunos del muggle) que se agolpaban tras sus puertas, intentando colarse en busca de la esperada primicia.

Para Draco Malfoy, que recorría esos mismos pasillos portando una caja envuelta en brillante papel verde y atado con una cinta plateada, abriéndose paso con movimientos fluidos y rápidos, era un día mucho más especial, por diversas razones.

Se trataba de un nuevo comienzo, para él y Luna, quien estaba esperándole en alguna de las habitaciones de aquél enorme centro médico, tal como rezaba la nota que le había enviado esa misma mañana. Draco había ido a trabajar como Director en Finanzas al Banco de Gringotts, como todos los días. Apenas había empezado sus labores, consistentes en llevar un seguimiento exhaustivo de las fortunas de todos los clientes del Banco (teniendo a veces que desplazarse a lugares insólitos acompañado de algún rompe-hechizos profesional), cuando la lechuza de El Quisquilloso había hecho aparición, provocando que la rutina a la que tan acostumbrado estaba se hiciera pedazos.

Siguió rápidamente las instrucciones de Luna, compró un regalo en la tienda que le venía más cerca y luego, se apareció justo en la entrada del hospital. Andaba ahora rumbo a los ascensores, por donde flotaban camillas portando enfermos de distinta gravedad, cuando un hombro procedente de un joven alto y fuerte tropezó con él.

-Vaya, disculpe –dijo la voz perteneciente al agresor-, estamos a tope, ¿está usted…? ¡Rayos y centellas, Draco Malfoy!

El rubio aludido se sacudió la gabardina negra innecesariamente y, tras revisar que seguía llevando el paquete a salvo en la mano, enarcó la ceja como toda respuesta. Aquél joven, sin duda enfermero a juzgar por el uniforme que llevaba, le sonreía con una amplia dentadura blanca. Su tez blanca brillaba bajo los focos y le miraba con ojos saltones y alegres mientras aguardaba a que sin duda Draco le reconociera, llamándole por su nombre.

No ocurrió.

-Fuimos juntos a Hogwarts –insistió el joven, como si eso tuviera que ser decisivo-, los seis años, bueno, yo seguí en séptimo, tú no porque, evidentemente…

-Ya, perdona –Draco carraspeó y le tendió la mano libre-, ¿eras de Slytherin?

Cuando el muchacho respondió con una carcajada, Malfoy bajó la mano. El enfermero negó rápidamente con la cabeza. Sin dejar de sonreír, se subió la manga del uniforme y mostró orgulloso una pulsera con colores escarlata y dorado que hizo que las dos cejas de Malfoy se enarcaran a la par.

-Comprendo –dijo Draco por toda respuesta, dejando caer la mano que antes había ofrecido-. Lo siento. A menos que hubieras sido pelirrojo, insufriblemente inteligente o con gafas… me temo que no puedo ubicarte en Griffindor.

-¡Vamos tío! –empezando a parecer ofendido, el chico se golpeó el pecho con ambas manos-. Finnigan. Seamus Finnigan, ¡cómo no vas a acordarte!

Draco tenía una ligera idea. Aquel muchacho parecía ir siempre precedido de alguna explosión y un montón de hollín disperso por toda la cara, pero no le pareció elegante recordárselo, aunque antaño hubiera disfrutado mucho haciéndole avergonzar públicamente en su lugar de trabajo.

-Me alegro de verte –decidió que aquello sonaría más caballeroso-, escucha… estoy buscando la planta de maternidad.

-¡No me digas! –Seamus le golpeó con fuerza el brazo, casi haciendo que Draco perdiera el equilibrio-, ¿tengo que darte la enhorabuena por haber aumentado la famosa estirpe Malfoy?

Abriendo la boca para soltar, ahora sí, algún insulto, Draco pensó por un momento que sentiría si, en lugar de encontrarse allí para hacer una visita de cortesía, estuviera para acompañar a la mujer que acabara de dar a luz a un hijo suyo. Se imaginó por unos instantes el cabello rubio y largo de Luna recogido en una trenza, mientras acunaba un bebé de ojos claros al que miraba con adoración. Él entraría, cargado con algún obsequio de inmenso e incalculable valor, o quizá con uno de esos… muñecos de felpa enormes que tanto gustaban a los niños muggles, entonces ella le sonreiría…

-¿Malfoy? -Los dedos de Finnigan empezaron a chasquear ante sus ojos, impaciente-, ¿sigues ahí?

Draco sacudió la cabeza, y Luna se evaporó de su mente, llevándose al bebé de ambos con ella. Molesto, carraspeó y consultó su reloj de pulsera. Su tiempo para comer iba a írsele entre las manos mucho antes de que lograra realizar su cometido con éxito, según parecía.

-¿Sabes dónde está la sala de maternidad? Tengo que hacer una visita.

-Sube hasta la quinta planta y cruza la sala de té –contestó Seamus-, a la derecha del todo está el área de nacimientos. Hay bastante revuelo, parece ser que…

-Sí, sí, por eso vengo. Gracias.

Malfoy echó a correr justo cuando el tintineo del ascensor anunció su llegada y se coló entre las puertas, dedicando un gesto de disculpa a un mago de enormes dimensiones que padecía un sarpullido horrible y que se apretaba contra uno de los laterales, intentando mantenerse alejado de todos los demás inquilinos temporales.

Subieron en silencio y el ascensor no se paró hasta llegar a la segunda planta, con un ruidoso abrir de puertas y la voz mecánica que anunciaba su destino.

Segunda planta: Enfermedades mágicas

-Enfermedades contagiosas como la viruela de dragón

-Mal evanescente

-Escrofungulosis

Entraron y salieron memorandos, pequeñas cartas en forma de graciosos aviones de papel que trasladaban mensajes o recados para medimagos y enfermeras. Las puertas se cerraron y el ascensor siguió subiendo, al llegar a la tercera planta la voz anunció "envenenamientos provocados por pociones o plantas" y por fin, el hombre del sarpullido abandonó el cubículo con pasos apresurados e irregulares. Draco se removió inquieto, rascándose la nuca nerviosamente.

Pulsó el botón número cinco, pasando por la cuarta planta, "maleficios, embrujos y encantamientos mal realizados"; hasta que por fin el tintineo anunció el destino al que Malfoy esperaba llegar. Nada más salir del ascensor se dio cuenta de que había hecho bien al traer el regalo del Callejón Diagon, puesto que la tienda de regalos del hospital estaba abarrotada. Por doquier, magos y brujas compraban flores perennes, golosinas de brillantes colores, ropita cambiante de tamaño según el crecimiento del niño al que fuera destinada, peluches; y juguetes de todas las clases y formas.

Se abrió paso como pudo entre la gente y llamó la atención de la encargada de administración, que parecía desbordada entre un millón de papeles. Ajustándose unas gafas de pasta color violeta, unos enormes ojos de sapo le miraron. La boca, excesivamente pintada de color rojo, sonrió a Draco.

-La habitación de Potter –pidió Malfoy, intentando hacerse oír entre el insoportable barullo reinante en los pasillos-. Potter esposa.

-Siga el camino de cestas de flores y snitchs de chocolate, querido –dijo la administrativa, señalando con el dedo-, tercera individual a la derecha, en el pasillo cuatro.

Con un gesto de agradecimiento, Draco emprendió el difícil acceso a la habitación. Algunos reporteros se habían colado, seguramente haciéndose pasar por enfermos o familiares que iban a otras estancias. Los miembros de seguridad intentaban mantenerlos apartados y hacerlos abandonar el edificio. Él mismo fue retenido unos minutos y sometido a un detector de embrujos oscuros. El regalo que llevaba también se vio expuesto a hechizos reveladores de magia tenebrosa. Cuando preguntó si aquello era necesario, el responsable de seguridad que le había cacheado le miró con sorna.

-Draco Malfoy, ¿no? –bajó la varita, socarrón-, sí, yo diría que toda comprobación es necesaria.

Por fin le dejaron trasponer las puertas de la habitación, que se cerraron inmediatamente a su espalda. Enseguida su visión se llenó de cabezas pelirrojas, todas ellas agolpadas alrededor de una cama grande y de sábanas blancas en la que reposaba una mujer joven (pelirroja también) que sostenía un bulto en brazos. En torno a ella, una joven castaña, inclinada sobre la cama y riendo, levantó la vista. Reinó el silencio y casi pareció que un dementor hubiera entrado en la habitación.

Hermione dio un codazo a Harry, que permanecía en la cabecera de la cama, inclinado sobre Ginny y mirando con un ligero sentimiento que mezclaba el miedo y la inquietud con la alegría, a su pequeño hijo.

Luna, que charlaba con Ron un poco apartados de la cama, sonrió de oreja a oreja, andando los pasos que la acercaban al recién llegado. Repentinamente tímido al ser el centro de la atención de todas aquellas personas, Draco carraspeó y agachó humildemente la cabeza para que Luna le diera un beso en la mejilla. Cuando se irguió y vio a Harry levantar la rodilla de la cama y acercarse, casi esperó que todos los presentes enarbolaran sus varitas contra él.

Por el contrario, fue saludado, incluso con cierta alegría por parte de los presentes. Vivir para ver, pensó.

-Enhorabuena, Potter –dijo por fin, acercándose una distancia prudencial. Con un gesto de la cabeza, miró a Ginny, que sonreía, sonrojada y con el pelo ligeramente sudado recogido en un moño, mirando en su dirección-, y… señora.

Con cierta torpeza, Draco entregó el paquete en las manos de Harry y después las estrecharon a modo de mutuo reconocimiento. Potter miró el envoltorio y esbozó una sonrisa que no fue compartida por Ron Weasley, quien hizo un comentario que provocó una reprimenda audible por parte de Hermione.

-Verde y plata –murmuró Harry, con sorna-, ¿no había otro color?

-Bueno ya sabes –Draco se encogió de hombros-, genio y figura.

El rato que estuvo en la habitación de la reciente madre fue breve, o quizá eso le pareció por no pasarlo tan mal como en un principio había creído. Conoció al primer hijo de Harry y Ginny, que, evidentemente, iba a llamarse James. Era un bebé arrugado, con las encías babosas y unos ojos de color indeterminado, que había nacido con una pelusilla oscura en la cabeza, la cual Ron insistía en que con el tiempo se volvería indudablemente rojiza.

Hermione lo acunó, compartiendo miraditas embobadas tanto con su novio (y Weasley tragó y tragó saliva hasta poder haber llenado una piscina), mientras, una cámara mágica flotaba en el aire, tomando instantáneas de los padres con el bebé, e incluso de las flores y la montañita de regalos que ocupaba la mesilla de noche junto a la cama.

Cuando Luna tomó al recién nacido en brazos, la visión que Draco había tenido momentos antes volvió con más fuerza. Se vio a sí mismo sonriendo de forma estúpida (¡con lo petulante que había sido él!) e imaginando que quizá, llegado el momento… podría atreverse a soñar con algo como aquello. ¿Por qué no? Dijo una voz en su cabeza. Y Luna le sonrió, acercándose al sonrosado bebé a su cara marfileña, sonriéndole y soplando suavemente a su alrededor para alejar a cualquier Nargle que, sin duda atraído por el olor a bebé, fuera a anidar en su cabeza pelona.

La visión le tocó el corazón de una forma nueva que hizo que un ligero temblor se apoderara de él. Nuevos sentimientos, pensó, nueva vida.

Se marcharon juntos, tímidamente cogidos de los dedos y balanceando los brazos por el pasillo. Los abuelos Weasley habían llegado y eran ya muchos en la habitación. Esta vez, el ascensor iba prácticamente vacío, de modo que mientras bajaban a la planta baja, pudieron hablar sin ser oídos.

-Tendremos que desaparecernos dentro de la sala de espera si queremos evitar a toda esa prensa –murmuró ella, consultando su reloj de pulsera color verde pistacho. Draco ya sabía que Potter solo iba a hablar y entregar fotografías de su hijo a un periódico, el único que había estado de su lado cuando los demás le habían tachado de loco. El Quisquilloso era su medio de comunicación de cabecera, lo cual era muy beneficioso para Luna-, por cierto, ¿qué escogiste como regalo al final?

Draco se rascó la nuca, encogiéndose de hombros.

-Uno de esos… pantalones con petos para recién nacidos –explicó-, pedí el más pequeño que tuvieran.

-No lo habrás comprado verde, espero.

El tintineo sonó y la puerta del ascensor se abrió. Draco sonrió con malicia, pero terminó negando al ver el adorable ceño de Luna. Con un suspiro resignado, y casi mostrando dolor en su expresión, confesó la que había sido, hasta ahora, una de las compras más difíciles que había hecho.

-Era rojo. Con una… estúpida cabeza de león en la parte delantera, ¿satisfecha?

Luna se rio, encantada, y entrelazó sus dedos con los de Draco, que se habían quedado fríos. Él sacó la varita con la mano libre y la miró con aquella fingida indiferencia que tanto le había funcionado de joven, pero a través de la cual ella parecía ver sin que le afectara.

-Al final vas a conseguir formar parte de ese grupo de amigos para siempre, Draco –le susurró, rozándole el hombro de forma juguetona.- Espera y verás.

-Eso ni lo sueñes, cariño –respondió él, con fingido desinterés-, puedo asegurártelo.

Después, se desaparecieron.