Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: Sabe que no pueden estar juntos, sus prejuicios, el pasado, las diferencias… ¿pero podrá dejar que otro ocupe el lugar que quiere para él?

Muchas gracias a todos por los mensajes, me alegran el corazón y me animan mucho a seguir. Perdón por la tardanza en actualizar, espero que os guste este nuevo trocito. Saludos.

IMPERIO

Solo era un hombre cualquiera a ojos de los viandantes de aquella calle muggle. Solo una sombra más, oculto bajo el paraguas para resguardarse de la persistente lluvia que empezaba a crear charcos sobre la calzada. Ni siquiera se apartaba cuando los coches, a gran velocidad, amenazaban con salpicar todo a su paso, incluidas las perneras de los pantalones de los presurosos hombres y mujeres que corrían intentando evitar terminar empapados.

Ninguno de ellos reparaba en que ni una sola gota humedecía a Draco Malfoy, y no porque la misma agua le temiera, sino porque se había aplicado a sí mismo un hechizo impermeable. El paraguas era simplemente, un elemento decorativo para no llamar la atención.

Equilibrándolo sobre su hombro, dejó libre la mano derecha para consultar el reloj, y por fin vio como la figura alta de la persona a la que había estado aguardando entraba presuroso a través de las puertas de cristal del restaurante italiano ante el que él se había apostado.

Pobre infeliz, pensó Draco amargamente, tener que recurrir a un restaurante donde servían pasta de imitación, en lugar de tomar un vuelo a la capital misma de Roma para, al menos, intentar que aquella cena mereciera más la pena.

Que la cita no fuera a tener lugar no venía al caso, aquel mequetrefe debería haber dado lo mejor de sí mismo desde un principio, puesto que aspiraba a tanto. Con movimientos sutiles, inadvertidos para cualquier ojo, sacó apenas la varita del bolsillo de su chaqueta. Apuntó con una floritura al hombre provocándole un leve tropiezo y una sacudida de cabeza. Ya le tenía. El control sería suyo otra vez.

-Imperio.

Sus ojos grises recorrieron el interior del local hasta volver al lugar donde Luna Lovegood esperaba a su acompañante. Estaba sentada ojeando la carta con muchísima curiosidad, y llevaba un vestido azul eléctrico de gruesos tirantes que dejaba una porción deliciosa de piel pálida al descubierto en su espalda. El larguísimo pelo rubio, recogido en una trenza espiga que nacía en el mismo centro de su cabeza, le caía sobre el hombro izquierdo.

Solo mirarla dulcificó el rostro agrio de Draco. Hacía aquello por ella, se decía, aunque las palabras cada vez gozaban de menos fuerza para que se las creyera. La realidad es que lo hacía por maldad, y por celos. Pero dado el caso de que iba a conseguir lo que se proponía, poco o nada importaba.

Se había jurado, hacía mucho, no volver a utilizar ninguna de las maldiciones imperdonables. No le había costado demasiado cumplir con aquella promesa, hasta hacía relativamente poco. Sabía Dios que Draco, a pesar de lo que se pensara de él, no hallaba tentación alguna en matar a nadie. En cuanto a la tortura física… después de lo ocurrido en los calabozos de su casa tantos años atrás, durante la guerra… simplemente se veía incapaz de invocar el crucio. No después de haber visto lo que padecía Luna bajo él.

Pero la maldición de control… eso era completamente distinto.

Fijó la mirada en la recién encontrada pareja. Aquel tipo, por lo que había descubierto, era una fotógrafo que El Quisquilloso había contratado de forma ocasional para cubrir algunas vacantes. Joven, soltero y sin prácticamente nada oscuro que Draco pudiera objetarle como ser humano. Salvo que había invitado a cenar a Luna, y quien sabía qué intenciones albergara. No quería ni pensar en lo que habrían vivido juntos durante esas horas en las pequeñas instalaciones de la revista, y solo imaginarlo hacía que se le helara la sangre.

Él no era un partido para Luna, eso lo tenía muy claro. Sería como emparejar a un cordero con un lobo de las nieves, exótico, llamativo… pero evocado al desastre. De modo que, no sin reticencia, él, Draco Malfoy, había renunciado a intentar mantener una relación con la única mujer por la que estaría dispuesto a cambiar.

Por ella. Porque estar juntos la cambiaría, y no para bien.

Había renunciado, pero aquello no quería decir que él fuera a permitir que otro hombre la tuviera. Al menos no uno cualquiera, sin su total aprobación. Tal vez fuera egoísta o cruel, pero Luna saldría sola de aquel restaurante y así es como se iría a su casa. Ya lidiaría él luego con sus remordimientos de conciencia, si es que éstos aparecían.

Volvió a mover la varita en dirección a ellos y entonces, parte de su conversación se hizo nítida a sus oídos. El hombre se rascaba la nuca, como si ni él mismo diera crédito a sus palabras, en tanto que Luna le miraba entre asombrada y curiosa. No parecía enfadada. Y desde luego, no había decepción en sus ojos, de forma que ese tipo no le importaba tanto como para hacerla sentirse dolida. Draco sonrió.

-Creo que no es apropiado que mezclemos el trabajo con las relaciones personales –decía el hombre-, ahora mismo estoy totalmente centrado en varios proyectos y no tengo el tiempo…

Con eso bastaría. Luna no era de esas mujeres que rompería a llorar o empezaría a hacerle preguntas inquietas, por qué has venido entonces, tú fuiste quién me citó, debe haber otra… no, ella simplemente aceptaría aquel revés, como todos los de su vida, y seguiría adelante sin regodearse, con fortaleza.

-Él no es para ti –murmuró Draco, mirándola con un anhelo casi doloroso-, si te mereciera solo una mínima parte yo nunca habría intervenido.

Les vio estrecharse la mano y luego, el desdichado caballero salió del restaurante cabizbajo. De pronto, se paró en seco en mitad de la acera, dejando que algunas gotas de agua se filtraran por entre su gabardina marrón, dejando chorreras oscuras. Draco asintió en su dirección, sostuvo la varita y ni siquiera se molestó en mirar al hombre más de unos segundos antes de susurrar:

-Finite incantatem.

Liberado ya del control, el desconocido pretendiente de Luna se marchó a pequeñas zancadas. No recordaría los detalles de aquella tarde, solo que la había rechazado por las razones que fueran, y que no volvería a intentarlo.

Luna cenó boloñesa y sonrió durante gran parte de la velada, perdida en sus pensamientos y observando el comportamiento de una familia de seis muggles que cenaba lasaña en la mesa de al lado de la de ella. Draco vio como conjuró, disimuladamente, dos cisnes con las servilletas de los niños, los cuales no se explicaron cómo aquella proeza había sido posible. Le dieron una buena propina al camarero antes de irse, y éste la aceptó sin entender la razón.

Draco esperó bajó el chaparrón durante casi dos horas más, hasta que Luna empezó a recoger sus recoger y pidió la cuenta. Después, con el amargo sabor de sus acciones mezclado con el placer del triunfo, emprendió el camino al callejón más cercano donde pudiera desaparecerse.

Se prometió a sí mismo que, con el próximo candidato, la dejaría intentarlo, aunque no estaba seguro de que tampoco esta vez, fuera a conseguir cumplirlo.