La bronca de dos muchachos

El culpable, ¿quién fue?

—¿Qué estás haciendo acá, tonto?

Una cabeza pelirroja se alzó. Debajo de ella, unos ojos furiosos.

Kaede Rukawa estaba parado en la puerta del vestidor. Con una pierna cruzada adelante de la otra, lo miraba desde arriba. Venía de entrenar, Hanamichi se dio cuenta por su estado y la ropa. Tenía el short violeta y la playera doble blanca y negra que solía usar. Se había quedado entrenando hasta tarde. Ya eran pasadas las ocho.

Hoy no era el mejor día para verle la cara a ese zorro. Predecía un futuro caótico. Por eso mismo ni había asistido a la escuela ese día, para evitarlo a él y a todo ser humano existente. Hasta que a la noche, la melancolía le ganó.

Rukawa le sostuvo la mirada un instante más y suspiró. Comenzó a dirigirse a su casillero ignorando a Hanamichi, que se mantenía sentado contra la pared con un balón de Básquet entre las piernas. Empapado por la lluvia que no paraba desde la tarde, hacía todo lo posible para guardarse la bronca que venía acumulando desde el partido que tuvieron contra Kainan. Por su culpa habían perdido, no dejaba de repetirse a sí mismo.

Estaba pasando el duelo en silencio. Solo quería lamentarse en privado, llorar lo suficiente para descargarse y así, con suerte, seguir adelante. Pero ahora la situación había cambiado.

—¡¿Qué te pasa?! ¡¿Por qué no dices nada?!

Explotó. Bastaba ver la cara de su eterno rival para sentirse furioso y levantarse con los puños cerrados. Era una reacción automática.

Rukawa no le prestaba atención. Abría su casillero, sacaba una toalla, se limpiaba el sudor.

—¡Justamente tú por qué no me lo echas en cara!

Para variar, los gritos del cabeza hueca le aturdían a Rukawa. Hoy en especial. Sus palabras lo removían por dentro despertando una furia dormida, más no contra Sakuragi sino contra sí mismo.

Giró el rostro hacia él con su mejor cara de nada.

—¿Huh?

—¡No te hagas el tonto! Tú, que siempre me estás corrigiendo, ¿no me vas a decir nada del error que cometí? ¡No necesito tu compasión si es lo que pretendes darme!

—¿Compasión?

Cerró el casillero, bufando. Sacudió la cabeza en señal de que había dicho una estupidez y comenzó a retirarse. Hanamichi apretaba los puños fuertemente.

—¡Espera, Rukawa!

Rukawa apenas arrastró las pupilas hacia el costado; veía la sombra del pelirrojo en la pared del pasillo.

—¡Te digo que esperes!

Hoy estaba más molesto que nunca. Lo seguía a grandes zancadas hasta la puerta del gimnasio. La abrió y entró con él puteando a los cuatro vientos. Difícil era no contestarle.

Debido a los insultos rutinarios que recibía de su parte, Rukawa se veía en la necesidad de contestar. Mejor dicho, de hablar. Una ironía era que con alguien como Sakuragi fuera con quien más hablara a pesar de ser un antisocial. Incluso en momentos donde el pelirrojo ni le dirigía la palabra, él se encontraba diciéndole al menos un "idiota" o "eres un torpe". Se había convertido en una costumbre aparecer de la nada solo para recalcárselo. Le entretenía ver sus reacciones.

A veces, muy pocas veces, de forma indirecta también lo elogiaba. "Para ser tú no estuvo nada mal", fue la última vez que lo reconoció en el partido de Shoyo por esa tremenda clavada que hizo. Sus pies se movieron antes de darle la orden, dirigiéndolo hacia él. Las palabras salieron antes de pensar, la mano se levantó para tomarle el hombro. Eso sí lo pudo controlar. La llevó al costado de su cuerpo enseguida y algo desconcertado por su propia conducta.

Sin darse cuenta, Sakugari se había vuelto su centro de atención luego del Básquetbol. Aunque sea con indiferencia, Rukawa siempre estaba ahí, mirándolo. Se preguntaba si el pelirrojo era consciente de eso. De cómo lo miraba realmente.

Y de las verdades que escondían sus ojos siempre fríos.

No era el único involucrado. Sakuragi también lo miraba a él. Con una vena hinchada en la frente, lo hacía.

—Eres un tonto… ¿Crees que por tu culpa perdimos? —Rukawa lo encaró en medio del ginmasio, parándose frente a él—. No te estés luciendo, ¿quieres?

Hanamichi gruñía aguantándose las ganas de golpearlo.

—En el partido de ayer incrementaste tu capacidad, pero solo fue un golpe de suerte —continuaba Rukawa con indiferencia—. Dime algo, ¿qué tanto crees que podían esperar el capitán y el director de ti?

Lo dejó pensando.

—B-Bueno, en realidad yo era el salvador del equipo. —respondió Sakuragi con una falsa arrogancia. No sonó muy convincente.

—Un tanto así. —Rukawa hizo una seña con el pulgar y el índice, indicando su pequeñez—. Tal vez si te esforzabas un poco más, un tanto así. —Separó más los dedos.

Para ese momento, fuego salía de los ojos de Sakuragi.

—Desde un principio todos sabían que ibas a cometer un error en el partido, así que no tienes porqué sorprenderte por haberte equivocado. Esa es la capacidad que puedes mostrar.

Y el fuego crecía y crecía.

—De tu error no dependía mucho si obteníamos la victoria o la derrota.

Hanamichi apretaba el puño a más no poder, resaltando unos nudillos peligrosos.

«Me está subestimando… ¡Ese maldito!»

No pudo soportar más el fuego que ardía en su interior. Levantó el brazo e impulsó el puño hacia él con toda la bronca, sin embargo, al ver su expresión aburrida se detuvo. Le temblaba el brazo en el aire del esfuerzo que estaba haciendo por contenerse. Él ya no quería ser solo un tipo violento, un callejero más que buscaba peleas, ¡él era un basquetbolista!

«No tiene caso golpearlo. Lo que tengo que hacer es demostrarle mis habilidades en la cancha, así entenderá su lugar»

Pensaba para controlarse. Si pudieran verlo, sus compañeros lo aplaudirían por la madurez que estaba manejando con el asunto. Es decir, no era poca cosa que se estuviera aguantando de golpear a Rukawa. Bueno, uno de sus compañeros lo estaba viendo. Lo tenía enfrente y no parecía muy complacido con tal madurez. Con esa misma cara aburrida que le generó ganas de bajarle los dientes, él levantó la mano y le pegó en la mejilla como si nada.

—Ah, ¿te pegué?

Rukawa, definitivamente, no quería que madurara.

Una nube negra se apoderaba de Sakuragi mientras se le escapaba un chorrito de sangre de la nariz. En sus ojos, un demonio.

Al carajo la madurez.

—Maldito… ¡Te voy hacer entender a golpes!

Y entonces una batalla comenzó. Los puños iban y venían, la sangre salpicaba, las patadas volaban, moretones nacían. Largos minutos estuvieron así. Y seguían. Respirando agitados unos segundos para recuperarse, despegaban los pies del suelo y volvían a empezar.

Hasta que Rukawa habló.

—Yo fui el responsable de esa derrota.

Hanamichi frenó los pies sobre el suelo. En su voz encontró una angustia furiosa. Bronca. La misma que él sentía. ¿Rukawa, sintiéndose igual que él? Que no lo jodan.

—Si hubiese tenido más energía para continuar hasta el final, ya tendríamos un partido ganado. —Rukawa elevó la voz, haciendo notar su frustración respecto al tema.

Hanamichi no supo bien porqué su dolor le hacía enfurecer más. Quizás enfadarse era una manera de tapar la empatía que comenzaba a sentir por el zorro. Porque lo entendía. Entendía perfectamente cómo se estaba sintiendo. Pero antes de mostrarle un mísero sentimiento de aprecio, prefería morir.

—Insecto… ¡Tampoco te luzcas! —Le encestó una trompada en la mejilla derecha.

Rukawa dio tres pasos atrás por la embestida. Volvió por el mismo camino.

—¡Todo esto fue mi culpa! —exclamó, pegándole una patada en el estómago.

Hanamichi se aferró el estómago con los ojos agrandados por el dolor. Le sacó el aire de los pulmones.

—¡N-No! ¡Fue mi culpa! —Se recuperó, agarrándolo de la playera. Le encajó un rodillazo en el abdomen.

—¡Fue la mía! —Rukawa, soportando el dolor, le dio otra trompada.

—¡Que fui yo!

—¡Fui yo!

Al circo que estaban armando solo le faltaba el público, los animales ya estaban. Eran ellos. Tan inmiscuido estaba el pelirrojo en su odio que no podía ver que las palabras que le había dedicado Rukawa, filosas pero honestas, solo eran para quitarle la culpa de encima. Es cierto, Rukawa no tenía las mejores formas para dirigirse a los demás, pero al menos hacía un esfuerzo. Si lo pensaba bien, él era el único que se esforzaba de los dos para tener una mejor comunicación. Si tenía que pasarle el balón, se lo pasaba. Si tenía que pedírselo, se lo pedía. Si le nacía felicitarlo, a su forma lo hacía. Él siempre trataba de aflojar la tensión constante entre los dos. Hanamichi, por dentro, era consciente de eso.

Pero era mejor seguir peleando y no pensar en eso. Porque si lo hacía, lloraría.

Cayó al piso ante una tremenda trompada que recibió. Antes de llegar a incorporarse, Rukawa se sentó en su vientre y continuó golpeándolo en la cara con una violencia que no se ajustaba a la expresión de su rostro. Indiferente, tal como si estuviera andando en bici, estrellaba el puño una y otra vez en su mejilla.

Sakuragi cerraba un ojo sintiendo al cachete adormecerse de tantos golpes. Dolía como la mierda.

—Ja, golpeas como niña.

Pero nunca lo reconocería.

Atajó su puño e impulsó el suyo hacia adelante. En venganza, le pegó una trompada en el mentón que casi lo desnuca.

—Agh… —Rukawa se lo refregó, adolorido. Abría la boca una y otra vez, buscando destrabar la mandíbula. Sentía un gusto metálico por la sangre—. Esa me la vas a pagar.

Le pegó en el cachete derecho. Sakuragi le pegó en el izquierdo. Rukawa atajó su cuello, Sakuragi le pegó un cabezazo. Les costaba respirar, la energía se consumía, las ganas de pelear se perdían. Estaban llegando al límite.

—¡Es mi culpa! —exclamó Hanamichi con la nariz sangrando, forcejeando su playera.

Rukawa forcejeaba la suya blanca. De la ceja se deslizaba una gruesa gota de sangre. Llevó el puño hacia atrás con los ojos bien abiertos.

—¡Es la mía!

Le pegó una trompada que le dio vuelta la cara.

Hanamichi se estampó contra el suelo. Lo sintió todo en cámara lenta de tanto que le dolió ese golpe. Trató de incorporarse con los codos, pero la espalda cayó otra vez. Allí se quedó, mirando al costado con la mejilla hinchada y los ojos perdidos. Lentamente se iban cristalizando.

—Fue mi… culpa.

Se tapó el rostro con un brazo. Su cuerpo se sacudía por momentos, arrugaba las comisuras.

Un silencio se hizo en el gimnasio. Solo se escuchaba a Hanamichi aspirar fuerte por la nariz.

Rukawa poco a poco iba relajando los párpados, su puño bajaba. Estaba llorando. Ese tipo molesto que generaba miedo a toda la escuela se estaba quebrando frente a él. Era como un niño, lloraba de bronca. Y lo destruía con esas lágrimas. Aunque su rostro no contaba nada, se le hundía el pecho por verlo así.

¿Por qué? ¿Por qué tenía ese poder en él?

Agarró su brazo y lo quitó del rostro, dejando entrever unos ojos rojos que no lo miraban por la vergüenza.

—No fue tu culpa…

Sakuragi regresó la vista al escuchar esa voz susurrante que le acarició los oídos. Se sonrojó. Rukawa lo miraba con profundidad. Sentado sobre él, pasaba los dedos por su frente acomodándole el flequillo. Sakuragi le sostenía la mirada sin saber cómo sentirse. Estaba desconcertado.

—Levántate. —Le pidió antes de que su sentir se transformara en algo concreto. Lo veía venir; punzante, peligroso. Le pinchaba el pecho.

Rukawa tardó un momento en contestar.

—¿Por qué?

Él comenzaba a inclinarse. Sus ojos fríos lo congelaban, su cabello suave y negro estacionaba en la frente. Hanamichi carecía de toda fuerza para moverse mientras Rukawa deslizaba un dedo debajo de su párpado, limpiándole las lágrimas.

—¿Q-Qué te pasa? Quítate de encima. —Esta vez se encontró pidiéndoselo con una voz algo temblorosa. Le costaba hablar normal por la cercanía.

Rukawa levantó una ceja.

—¿Y si no quiero?

Sakuragi arrugó la frente.

—¡Que te quites! —Sacudió el brazo para apartarlo.

Rukawa lo detuvo con la mano. Se acercó a su rostro de golpe.

—No quiero.

—M-Maldito. —Sakuragi se removía debajo de él, tratando de zafarse del agarre— ¡Voy a romperte la ca-¡Hmm!

No pudo terminar de hablar. Rukawa se impulsó hacia él y juntó sus labios borrando cualquier dolor pasado, presente o futuro. Al menos por un instante, lo desconectó de la tierra.

Sakuragi, preso de la confusión, se quedó inmóvil procesando lo que estaba ocurriendo. Labios suaves se frotaban contra los suyos, pero lo hacían de una forma brusca, violenta, como si quisieran romperle la boca. El acto le llegaba con una respiración caliente que colisionaba en su piel. Su boca fue abierta a la fuerza, una lengua trató de pasar y entonces volvió a aterrizar en la tierra.

«Un hombre me está besando... Un hombre, Rukawa»

Entró en pánico.

Empezó a moverse para sacárselo de encima. Lo empujaba por los hombros, sacudía las piernas entre las suyas mientras Rukawa lo aplastaba con el cuerpo.

—¡Deja-¡Hmm!

Rukawa estampó su brazo en el suelo y capturó sus labios otra vez. Entre besos y suspiros, su cuerpo se movía impaciente sobre el ajeno, como si fueran olas de un enfurecido mar. Estiraba el brazo que apresaba por el suelo, metía una rodilla entre sus piernas y la arrastraba hacia arriba. Hanamichi se entumeció cuando sintió una presión en los testículos.

«Esto no está… bien»

Sus ojos castaños comenzaban a mostrar un destello diferente al rechazo que antes no dejaba de sentir. La lengua de Rukawa giraba lenta por la suya, le hacía sentir su saliva, luego le succionaba la punta de la lengua con los labios. Se sentía bien, lo emocionaba. Era su primer beso, se lo estaba robando un hombre, su eterno rival, y sin embargo se sentía tan jodidamente bien.

Sus manos lo traicionaron, subiendo temblorosas por la espalda bien pulida del muchacho que lo acorralaba. Rukawa abrió los ojos al percibir un peso caliente, tropezándose con los de Hanamichi envueltos de vergüenza e irritación.

—Hanamichi…

El nombrado no llegó a enojarse por cómo lo llamó que Rukawa atajó su mentón y lo besó con profundidad. Esa lengua dentro de su boca no se calmaba, se deslizaba cada vez más ansiosa por la suya. Hanamichi apretaba los ojos, adaptándose como podía al beso.

«No es justo, mi primer beso iba a ser con… con…»

El precioso semblante de Haruko le vino a la mente, haciéndole sentir extremadamente culpable.

—Parece que lo estás disfrutando.

Una voz ronca le habló al oído, no ayudando a la crisis. Hanamichi sentía algo extraño en el pantalón, un movimiento insistente. Bajó los ojos con miedo y entonces estos estallaron. Rukawa le masajeaba la entrepierna por encima del jean. Iba y venía por el muslo, provocando que algo se removiera ansioso en medio de sus piernas. Algo que él notó. Rukawa comenzó a bajarle el cierre del jean, descubriendo un bulto importante debajo del boxer negro que llevaba. Pestañeó con curiosidad.

—Qué rápido. ¿Y solo por un beso? Sí que eres tonto.

Sakuragi apretaba las mandíbulas a tal punto que comenzaban a sangrar. Su entrepierna apuntaba directo a Rukawa. Lo elegía a él para hacer algo que se había jurado hacer solo con Haruko cuando finalmente estuvieran juntos. Tenía el orgullo por el suelo y el zorro lo usaba como trapo de pisos. ¿Cómo podía ser que ese tipo le hubiera provocado una erección? Se odiaba. Odiaba a su cuerpo que no le obedecía.

—¿Quieres que te ayude?

Ante la pregunta de Rukawa, el odio creció. Se burlaba. Ese zorro no sonreía, pero Sakuragi no necesitaba de su sonrisa para saber que se estaba burlando de él. Siempre lo hacía, ¿por qué hoy sería la excepción? Con una broma de mal gusto, lo molestaba; trataba de convencerse. Era mejor pensar en eso que admitir que estaba pasando algo entre los dos que iba más allá de su entendimiento.

—Si no dices nada, lo tomaré como un sí.

Rukawa examinaba ese rostro inmerso de furia que parecía haber perdido la capacidad de hablar. Hanamichi tenía la garganta obstruida por la bronca. Rukawa ya no sabía a quién le dedicaba tal bronca, si era por él o por el partido. Tampoco le interesaba. Ya no podía frenar después de haberlo visto así.

Sus ojos, oscurecidos por el encuentro, solo veían una cosa.

Volvió a sus labios con una urgencia que no se gastó en esconder. Hanamichi buscaba la fuerza para resistirse mientras una mano traviesa paseaba por su abdomen debajo de la playera, recorriendo esa ruta de trazos perfectos. Se deslizó hacia abajo por su piel hasta estacionar en la entrepierna.

—Está más duro que antes...

Rukawa, mezclándose con su aliento, le apretó el miembro suavemente por encima del bóxer. Hanamichi ensanchó los ojos y entonces una sensación repulsiva pero también agonizante lo llenó por completo, devolviéndole la energía.

—¡T-Tú…!

Le pegó una trompada, empujándolo hacia atrás. Quizás fue la trompada más fuerte que le dio desde que se conocieron. Le dolieron los nudillos cuando los incrustó en su pómulo.

Rukawa se llevó una mano a la mejilla. Quedó sentado en su vientre, cabizbajo. Respiraba jadeante, de a poco sus ojos iban tomando color. Su mirada indicaba que recién estaba despertando de lo que hizo.

Sakuragi se incorporaba con los codos igual de jadeante.

—¡¿Qué mierda te pasa, maricón?!

Rukawa, al escucharlo, levantó el rostro de golpe. Sakuragi se sorprendió ante lo que vio en sus ojos; impotencia, vergüenza, cólera. Todo acompañado de un tenue sonrojo que se mezclaba en sus mejillas con el morado, producto de los golpes.

—Qué te pasa a ti, idiota.

Rukawa se puso de pie, evitando los otros ojos impresionados. Sus zapatillas chirriaban lento en el suelo mientras se dirigía a la salida del gimnasio. Lo alejaban a un paso moribundo.

Sakuragi no podía creer lo que veía. Se levantó rápido, resbalándose en el medio.

—¿A dónde crees que vas, sabandija? Me robaste mi primer beso… ¡Ese era mi beso especial con Haruko y tú lo arruinaste! —Sakuragi lo seguía con torpeza, abrochándose el pantalón— ¡¿Por qué hiciste eso?! ¡¿Por qué siempre estás metiéndote entre nosotros?! ¡Por qué simplemente no puedes esfumarte!

Rukawa usaba la espalda para ignorarlo.

—¿Vas a ignorarme después de haberme manoseado así? Es todo… ¡Te voy a terminar de romper la cara, malnacido!

Rukawa abrió la puerta bruscamente, haciéndole frenar en seco. Antes de cerrarla, lo miró una última vez. Sakuragi sintió una puñalada en el pecho al chocar con sus ojos. Transmitían un sentimiento agridulce.

—Perdimos por mi culpa.

Le recordó, para luego cerrar la puerta con tanta fuerza que el ruido del portazo continuó resonando en un eco, expandiéndose por el gimnasio.

Sakuragi se quedó mirando la puerta, escuchando a sus pasos alejarse detrás de ella. Bajó el rostro. Lágrimas rodaban por las mejillas, no podía detenerlas.

—Hijo de puta…, claro que te tenías que quedar con la última palabra.

Golpeó la puerta sin fuerza. Su mano se iba resbalando por ella, las piernas se aflojaban. Cayó de rodillas al suelo.

—Maldito zorro. Un tipo como tú no pudo… Yo no pude…

Se llevó una mano a la cara. Su corazón no se calmaba, el cuerpo no se enfriaba. Y, peor aún, su entrepierna no dejaba de molestar.

—Maldición…

Continuará...