Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: El pasado a veces llama a nuestra puesta, y enfrentarnos a él nos cura el miedo y nos hace mirar adelante. Espero que disfrutéis este nuevo retazo DRUNA, va con todo mi cariño. ¡Me encantan los comentarios que me dejáis! Saludos a todos, muchas gracias.

Madre

A Luna le encantaba recibir visitas. Desde que Draco y ella se habían mudado a aquel dúplex tan coqueto y luminoso en plena zona Muggle, le resultaba especialmente complicado dar cabida a parte de sus numerosos amigos y colaboradores del El Quisquilloso, no por falta de espacio, desde luego, sino más bien por cuestiones técnicas como lo apartado que estaba el lugar de las zonas frecuentadas por magos.

Y además, estaba el hecho de que eran pocos los pertenecientes al mundo mágico capaces de camuflarse correctamente en un barrio Muggle residencial.

Así las cosas, Luna cruzó la cocina, la salita y subió el par de peldaños que llevaba hasta la entrada, donde abrió la puerta con su mejor sonrisa de bienvenida, sin molestarse ni siquiera en preguntar antes de quién se trataba.

Lo cual, probablemente, debería haber hecho.

Narcissa Malfoy recorrió a su nuera de un vistazo sin el menor atisbo de disimulo. Desde la larguísima trenza rubia, hasta los pies descalzos, con las uñas pintadas de azul eléctrico. Pasando, por supuesto, por el redondeado vientre de cinco meses que Luna lucía llena de orgullo, cubierto por una casaca naranja con corte bajo el pecho.

Aunque se quedó paralizada ante la imponente figura envuelta en negro de Narcissa, Luna logró rehacerse rápidamente. Podía contar con los dedos de una mano las veces que la había visto, y algunas eran incluso destellos leves, desde lejos. Cabía esperar que la relación se normalizara en algún momento, claro que Luna había terminado por hacerse a la idea de que aquella rama en particular de la familia sería siempre un completo misterio para ella.

-Qué alegría verla por aquí –le dijo sin embargo, apartando todo lo demás de su mente-, por favor, pase, pase. Está en su casa.

Narcissa cruzó el umbral y siguió a Luna al interior de la casa. La puerta se cerró, pero la matriarca de los Malfoy estaba demasiado interesada en hacerse una idea de lo que la rodeaba como para percatarse. Había luz y color en aquel lugar, de eso no había duda. Y fotografías. Muchas fotografías que nunca había visto.

Su hijo salía en muchas de ellas. Rodeado de personas. Sonriendo.

-¿Draco? –fue la única palabra que pronunció.

-Oh, pues… -Luna echó un vistazo al viejo reloj de cuco que su padre le había regalado, mordiéndose el labio-, llegará en un minuto de Gringotts. Es muy puntual.

Con un gesto de la mano, invitó a Narcissa a tomar asiento en un sofá color caramelo, parcialmente cubierto por una manta delgada de varios colores. La señora Malfoy consintió, sentándose tiesa como un palo. Llevaba el pelo bicolor, rubio y negro, recogido apenas para que no le cayera sobre los ojos. Bajo su atuendo oscuro se adivinaba una profunda delgadez.

Tras un rato de silencio, en los que los sonidos del cuco sonaban atronadores, miró por fin a Luna a la cara. Se le torcieron los labios en un mohín antes de hablar.

-Imagino que eso… -hizo un círculo imaginario apuntando al vientre con el dedo índice-, es de mi hijo.

-Oh sí, naturalmente- Luna sonrió-. Draco y yo mantenemos una relación completamente monógama.

Ni siquiera una mujer como Narcissa, acostumbrada como estaba a toda clase de ironía, pudo disimular la impresión que sufrió al escuchar tales palabras. Y es que Luna Lovegood en ningún momento se sintió ofendida o puesta en tela de juicio. Se limitó, simplemente, a contestar la más incómoda de las preguntas con una naturalidad asombrosa.

-No hay ni una sola de las reliquias de la familia de Draco en esta casa –saltaba a la vista, en aquella habitación inundada de colores.

-Lo ha guardado todo en un guarda-muebles –explicó Luna, sin perder la tranquilidad de su semblante.

-¿En un… qué?

-Oh… es una especie de habitación situada en un almacén. Los Muggles los usan para guardar las cosas que no caben en sus casas.

-Comprendo –pero por su rictus, estaba claro que Narcissa veía aquello como una gran ofensa a su linaje.

En aquel momento la puerta se abrió y un hombre alto traspuso el umbral a grandes zancadas. Unas llaves cayeron sobre el cuenco de la entrada, y la capa negra flotó élegamente hasta el perchero, acompañada del maletín, que se posó sin un solo sonido en la mesita.

Draco ya venía sonriendo, porque nunca había razones en su casa que le obligaran a lo contrario. Cuando alzó la vista y vio a Luna de pie en el salón, incluso una risilla se le escapó en un siseo. Extendió los largos brazos hacia ella, con las palmas hacia arriba, invitándola.

-Pareces una calabaza en pleno crecimiento-, le dijo con un tono de ternura que asombraría a los que le habían conocido antaño-, ¿se ha estado moviendo otra vez?

-Tu madre ha venido a visitarnos, Draco –respondió Luna-, ¿no es estupendo?

Él solo había prestado atención a la primera parte de la frase. Eso había sido bastante para dejarle absolutamente perplejo.

Anduvo el camino que le llevaba dentro del salón y besó la sien de Luna sin ser ni siquiera consciente. Sus ojos grises se clavaron en Narcissa, que parecía tan inquieta como él. El rictus de Draco estaba paralizado, su semblante cincelado en mármol, sin mostrar ni una sola expresión, como si de pronto hubiera entrado a su salón un elefante de circo y estuviera destrozándolo todo a su paso.

Fuera de lugar, así era como sentía la presencia de su madre en aquel lugar. En su hogar.

-Madre –pronunció, tragando saliva.

-Creo que es momento de preparar un té con pastas –anunció Luna, dándose una palmada suave en el vientre-. Tardaré bastante.

Madre e hijo se quedaron a solas, evaluándose con la mirada. Draco se metió las manos en los bolsillos del pantalón beige, con los hombros ligeramente encorvados. Movía alternativamente los pies, sosteniendo su peso en los talones y en las puntas alternativamente. Se había acostumbrado muy rápido a la sensación de paz, felicidad y protección que le confería estar en su casa, ahora de pronto, notaba una extraña inquietud.

-Menuda tontería –oyó decir a Narcissa de pronto-, lo de ir a preparar el té… ¿acaso no sabe cómo conjurarlo?

-Luna es una bruja de excelentes habilidades, madre –el tono de Draco bien podría haber cortado los cristales a la mitad-, es evidente que considera que necesitamos tiempo solos para hablar.

Otra vez silencio. Narcissa volvió a mirar las fotografías, recorriendo con la vista momentos de la vida de su hijo que no había compartido. Suspiró, relajando por fin la postura, mirando a Draco con un rastro de aquel candor que le dedicaba cuando era un niño.

-De modo que Gringotts, ¿um? Como si tuvieras necesidad…

-Me gusta sentirme útil, tener un trabajo al que ir por las mañanas, rodeado de personas que respetan lo que hago.

-Posees una fortuna, Draco.

-Está muy bien donde está.

-Pero podrías tener una vida muchísimo mejor.

-Tenemos todo lo que necesitamos.

-¿Tenemos?

-¡Sí, madre, tenemos! –Draco abrió los brazos, abarcando todo lo que lo rodeaba-. Lo tenemos. Mi familia y yo.

-De modo que es eso… ya no me consideras tu familia –Narcissa se levantó, acercándose con pasos cautelosos a su hijo-, todo lo que hice en el pasado fue por ti. Por protegerte, hice pactos con el diablo.

-Yo también los hice, madre, pero no encontré la fuerza que necesitaba en ninguno de ellos.

-Ya veo… ¿tengo que suponer que hallaste la fuerza en esa muchacha?

Narcissa indicó con la cabeza una fotografía en la que se veía a Luna, con un gorro color salmón en la cabeza, sentada sobre una pila de hojas secas, delante de la casa de su padre. Draco estaba acuclillado a su lado, saludando a la cámara tímidamente con la mano.

Sonrió al ver donde estaba puesta la atención de su madre, rememorando aquel momento, y muchos otros más. Al volverse hacia ella, su tono volvió a ser firme y su voz, serena.

-Cuando tenía dieciséis años… y me ofrecieron una oportunidad macabra con la que yo creía que probaría mi valor y mi valía para formar parte de esos… asesinos, conocí el miedo en todas sus facetas, madre.

El fallido asesinato de Dumbledore para convertirse en Mortífago. Narcissa tembló al recordarlo.

-Te condujiste con la valentía y fuerza…

-No quería hacerlo. No pude. Siempre supe, de algún modo, que jamás llegaría a traspasar esa línea. Porque fui despreciable desde que aprendí a andar, madre, una persona rastrera y vil, pero nunca un asesino.

-Draco, escúchame, tú nunca, jamás, fuiste nada de eso. Ya de niño eras astuto, despierto, nunca te comportaste como…

-¿Cómo qué, madre? ¿Cómo un cobarde? –una sonrisa cansada asomó a sus labios-, ¿sabes que durante ese año pasé prácticamente todas mis horas diurnas escondido en algún rincón?

-No… eso no… no tiene sentido que saques todo eso a la luz. No ahora.

-Sí que es necesario, porque yo he hecho las paces con esa etapa, madre –se cruzó de brazos, con un encogimiento de hombros-, y es hora de que comprendas por qué después tomé las decisiones que tomé.

-¡Solo quiero saber por qué te alejaste, por qué te fuiste de ese modo! Todo había acabado, podrías haber vuelto a casa, a tu vida.

-Mi vida, tal como la conocía, la perdí cuando acepté hacerme cargo de ese… trabajo –esta vez, el desprecio asomó su fea cara-, me ocultaba sobre todo en los lavabos de la tercera planta, ¿sabes? Dónde sabía que nadie llegaría a buscarme, porque tampoco importaba mucho si pasabas unas cuantas horas, o días, sin ver a Draco Malfoy por ahí.

La mirada de Draco se perdió en el infinito, en el recuerdo de aquellos momentos que habían marcado su sino. Ese había sido el nacimiento de quien era ahora, de en quien se había convertido. Si miraba a aquel patético niñato estúpido, que esperaba ser marcado por el mal como si fuera a sentir la ascensión a una raza superior, desde quien era ahora, casi estaba agradecido.

Porque todos sus tropiezos le habían llevado adonde ahora estaba, un lugar que no cambiaría por ninguno.

-Luna empezó a aparecer allí por casualidad –continuó, aunque hablaba más para sí mismo que para su madre-, imagino que huía de quienes la molestaban o escondían sus cosas. La primera vez, yo estaba dentro de uno de los aseos, con la cabeza hundida en las rodillas. Empecé a oler su perfume y la vi sentarse en el suelo y ponerse a leer. La insulté, la humillé, escupí fuego para que se largara e incluso… alcé la varita contra ella.

-¿Qué hizo la muchacha? –a su pesar, Narcissa se había visto envuelta en la historia.

-Dijo que nadie podría leer con semejantes voces –Draco sonrió y algo se coloreó en sus mejillas-. Volvió al día siguiente. Y al otro. Y el tercero también. Yo la trataba lo peor que pudiera ocurrírseme, pero cada vez que escapaba a ese lugar en la tercera planta, mi interior empezaba a agitarse, ¿vendrá Luna hoy? ¿Habré conseguido espantarla del todo? Pero ella siempre estaba allí. Nunca me preguntó qué me pasaba, o por qué me escondía. Supongo que mi cara en esos momentos reflejaba el demonio que llevaba dentro, pero ella no parecía verlo. A veces ni siquiera hablaba conmigo, solo… estaba allí.

-Es muy comprensible que la compasión se te haya despertado, Draco. La muchacha te supuso un extraño apoyo en un momento de vulnerabilidad –Narcissa alzó las manos con entendimiento-, estar involucrado con ella como agradecimiento a eso…

-Por favor madre, no sea ridícula –Draco se apoyó en la pared, con una mueca de desagrado remarcando sus atractivas facciones-. Me sentí atraído por Luna simplemente porque soy un hombre.

No hacía falta entrar en más detalles. Una vez dejado atrás el oscuro pasado, Draco había disfrutado de etapas propias del enamoramiento juvenil, como todos los chicos de su edad. El amor había aderezado la pasión de forma natural, creando el vínculo que existía ahora entre Luna y él.

-Y parece que esa atracción ha dado sus frutos… un nuevo Malfoy llegará a nuestra familia.

El semblante de Draco se dulcificó y todos sus músculos se relajaron. Narcissa recordaba su propio embarazo, cada detalle, cada etapa, todas las preocupaciones y alegrías que conllevaron. Eran claras y nítidas en su memoria, probablemente, porque las había vivido prácticamente sola. Lucius solo había querido saber que todo estaba bien y que el bebé sería un hijo varón que transmitiría el apellido. Su implicación posterior con Draco, más valía pasarla por alto.

-Estoy convencida de que serás un buen padre, hijo –Narcissa se permitió sonreír. Después de todo… aquel iba a ser su nieto-, esa muchacha tiene mucha suerte.

-No madre, el afortunado soy yo. Saber que por las venas de mi hijo va a correr la sangre y la bondad de Luna es un premio que nunca llegaré a merecer.

No estaba seguro de que su hijo fuera a llevar el apellido Malfoy. Aquél era un nombre que conllevaba un enorme peso, incluso aunque los años más negros hubieran quedado ya atrás. No quería para aquella criatura sombras, ni que soportara cargas que nada tenían que ver con él. Luna y él le criarían, y por Merlín que pensaba disfrutar de todas las facetas de la paternidad que como hijo, nunca había tenido.

Draco no pensaba ser un mentor, un impositor de leyes, de reglas, de castigos… iba a ser un padre, porque quería que su hijo volviera a casa, al hogar, en el expreso de Hogwarts cuando llegaran las vacaciones, con los ojos llenos de ilusión, esperando contarle todo lo que había aprendido.

Ahora que se había acostumbrado a recibir amor limpio, estaba convencido de ser capaz de darlo también. Luna le ayudaría. Con ella a su lado Draco Malfoy sería capaz de demostrar que era cierto, que él, era una buena persona.

-Podrás formar parte de la vida de tu nieto si lo deseas, madre. Le vendrá bien tener una abuela.

Narcissa ya había caminado unos pasos hacia la puerta, pero se detuvo al oír aquellas palabras. No mostró cuánto se había conmovido, pero fue como si de pronto su cuerpo se llenara, al menos un poco, de una tibia serenidad.

Miró a Draco con un gesto de asentimiento, pues era incapaz de expresar nada más.

-Agradece a… Luna, su discreta hospitalidad.

-Hasta la vista, madre.

Narcissa abandonó el hogar y Draco exhaló un suspiro liberador. Otra grieta que se cerraba en su corazón, pensó mientras caminaba rumbo a la cocina. Allí estaba Luna, de espaldas a la encimera, trasteando con algo que parecía resistírsele.

Lleno de amor, Draco se colocó tras ella, abriendo ambas manos sobre el vientre donde crecía el hijo de los dos, que se removía cada pocos minutos.

-Las cafeteras Muggles siguen siendo un misterio para mí –dijo Luna, tratando en vano de descubrir por dónde se introducían el café y el agua.- Esto aún podría llevarme un rato.

-Te quiero –dijo Draco.

Y poco más había que añadir.