Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.
Nota: ¿Qué fue de ellos al terminar la guerra, cuando los meses pasaban sin amenaza, sin tener que tener miedo? ¿Cómo enfrentar la normalidad después de todo lo que se había hecho… o dejado de hacer? Quizá ella intentó seguir allí donde se había sentido querida, y quizá él solo deseaba alejarse… o puede que, inconscientemente, terminara por estar más cerca que nunca. DRUNA… aunque ellos todavía no lo saben.
Siento mucho la tardanza, pero he estado bastante ocupada… de hecho, quisiera compartir que recientemente he recibido una de las mejores noticias que podía esperar, y es que mi primer libro va a salir publicado para finales de este año. Después de concursos, de intentar y probar, una editorial ha confiado en mí, abriendo las puertas a algo nuevo… ¡qué ya veremos adónde me llevará!
Espero de corazón que os guste este one-shot, y que me digáis cualquier cosa al respecto. Como siempre, muchas gracias por cada palabra, por ser fans, por marcar esta historia como favorita. De verdad, hacéis que esta ilusión que siento por escribir, ahora más real que nunca, se fortalezca día a día. Saludos.
Bosque Oscuro
Un año había pasado desde la Segunda Guerra, y ya eran cientos los magos y brujas que parecían haber olvidado todo lo ocurrido en aquellos días grises.
El Ministerio de Magia, resurgido de sus cenizas, y el Colegio Hogwarts, resplandeciente y con las puertas abiertas. No parecía que aquellos que habían decidido volver para terminar su truncado último año de estudios tuvieran tiempo ni ganas para recordar a los que se habían quedado atrás.
No los caídos, no. Para ellos había monumentos, canciones, odas, pergaminos enteros. Nunca se olvidarían esos nombres, nunca el sacrificio se vendría a menos. Pero los que desaparecieron, los que no murieron como héroes ni cayeron como villanos, esos… esos no existían.
Draco había tenido mucho tiempo para pensar en eso, durante sus cada vez más frecuentes escapadas al bosque oscuro que rodeaba los terrenos de Hogwarts. Desde que se había ido con sus padres, cuando El Señor Tenebroso todavía no había exhalado su último suspiro, no existió para él un solo momento de paz y sosiego. Estaba en tierra de nadie, era un proscrito, juzgado por haber sobrevivido, cuando su nombre debía estar entre los primeros de la lista de enemigos vencidos.
Ni duda cabía que no sería bien recibido en Hogwarts, y tampoco encontraba ánimo alguno en retornar a la Mansión Malfoy, por mucho que en ella quedara su herencia. Aquellos meses, en que había vagado, solo pero libre, le habían hecho encontrar perspectiva y pensar sobre todo lo que siempre había tenido… y lo que le había faltado.
Escondido entre aquellos árboles retorcidos, oculto de los Centauros, las arañas y todos los seres y criaturas que poblaban aquel bosque, Draco había visto amistades reencontradas, lágrimas por seres queridos perdidos, había escuchado risas, ovaciones, el rugir de las escobas mientras sobrevolaban el campo de Quidditch… una vida que seguía, que se abría paso, y a la que él no tenía acceso.
¿Dónde pertenecía ahora, cuando el abolengo y la importancia de su familia, que antaño tanto significara para él, ya no era nada?
Tenía dieciocho años y deambulaba por lo poco que conocía del mundo con una mochila al hombro, sin expectativas ni nadie a quien le importase. Se sentía liberado de las cadenas de ser un Malfoy, pero, a cambio, debía caminar paso a paso con la soledad.
Se adentró más a fondo en aquellos terrenos, que muchos años atrás, en un castigo, a su parecer injusto, recorriera con Potter y Hagrid, hasta encontrarse de frente a un claro donde unas bestias imponentes y terroríficas pacían tranquilamente, saboreando unas manzanas dulces que se les arremolinaban en torno a las patas. Aquellos animales, presagios de muerte, temidos, eran mansos y dóciles por naturaleza, cuando se tomaba uno la molestia de rascar la grotesca superficie.
Junto a ellas, una joven muchacha, con medias rosas y pies descalzos les acariciaba la piel, de aspecto pútrido. El cabello largo y rubio le caía en una trenza despeinada, y a su lado, una mochila ajada y abierta dejaba ver toda una serie de objetos extraños que Draco no podía imaginar para qué podrían servir.
Se agachó para que una rama frondosa le cubriera el cabello, flexionando las rodillas para que su estatura no sobresaliera demasiado del escondite.
De modo que Luna Lovegood había pospuesto el premio que el Ministro les había dado a Potter y el resto de cabecillas de la rebelión mágica para terminar su séptimo año en Hogwarts. Tiempo atrás podría haber pensado que aquel hecho demostraba la estupidez y locura que habitaba en Luna, pero recientemente había comprendido muchas cosas, como por ejemplo, que la gente se aferraba a los lugares donde se había sentido aceptado o feliz, aquellos que podía considerar un hogar.
Aunque jamás lo admitiera para nadie, Hogwarts había sido eso para él. Al menos, durante algunos escasos momentos robados.
Uno de los Thestral congregados alrededor de Luna alzó el morro de la manzana a medio comer y escudriñó las sombras. Draco intentó retraerse, mezclarse entre los árboles sin ser visto, pero los músculos no le obedecieron todo lo rápido que debían, y vio impasible como la mano blanca y delicada de Luna dejaba de tocar las alas extendidas del animal y se daba la vuelta, despacio, hacia él.
-¿Quieres acariciarlos un poco, Draco? Son muy juguetones cuando les das golosinas.
El muchacho permaneció petrificado y se llevó instintivamente la mano al bolsillo, donde reposaba la nueva varita que había adquirido, y que todavía apenas había usado. Los dedos le sudaron al intentar agarrarla, y desistieron.
-Vamos, sal –insistió Luna, cuyos pies desnudos apenas hacían ruido mientras se aproximaba. Con una mano, apartó una hoja de helecho y la cara de Draco se le presentó de frente-, no creo que puedas ver nada metido ahí.
-Estaba escondido –se sorprendió ante la ronquera de su propia voz. ¿Cuánto hacía que no hablaba con nadie? Apenas podía recordarlo.
-Oh, pues no eres muy bueno.
-Llevo días merodeando por estos bosques.
-Sí, lo sé. Por eso digo que no se te da demasiado bien esconderte.
Abandonada ya toda esperanza de pasar inadvertido, Draco salió de entre los matorrales, echándose la mochila sobre el brazo derecho y mirando tanto a Luna como a los Thestral con ojos entrecerrados. Sin decir nada, la chica le tendió una manzana roja, y sin responder nada, él empezó a darle mordiscos.
-El problema es el olor –comentó Luna, como si nada de aquello saliera de lo común para ella-, es muy reconocible.
-Bueno, no es que lleve una ducha portátil encima.
-Podrías volver al colegio, no creo que la directora McGonagall tuviera inconveniente.
-Ya… seguro que me recibiría con los brazos abiertos, es más –Draco dio una palmada en el aire y luego estiró los brazos hacia ella, sin hacerla retroceder-, ¡corre, avísala! Que organice esta noche la cena en mi honor.
-Tú no eres él. Pudiste serlo, pero no fue así.
Todo atisbo de ironía desapareció del rostro de Draco. Dirigió toda su atención a los Thestral, que pacían tranquilos, estirando y plegando las alas, comunicándose a través de aquellos sonidos lastimeros que ponían la piel de gallina. Eran hermosos, de una forma temible.
-Puede que al final no lo fuera –comentó, sin saber si hablaba consigo mismo o con ella-, pero eso no quiere decir que verme no les traiga lo que pasó a la mente. Nadie me quiere allí.
Iba a decir que él tampoco quería estarlo, pero las palabras, de algún modo, se le atragantaron, negándose a salir. Luna se encogió de hombros.
-Tampoco a ellos los querían al principio –comentó, mirando a los animales-, su aspecto, lo que simbolizan… da miedo, ¿verdad? Pero lo que representa su imagen no los define. De hecho… son bastante increíbles, si uno se toma la molestia de mirar más profundo.
La comisura de los labios de Draco se alzó, aún en contra de toda su voluntad. Algo cálido se instaló en sus mejillas, ruborizándolo, y el hielo que había convivido meses con él, en su pecho, pareció ceder un poco. Sorprendido, se dio cuenta de que eso era lo que se sentía, cuando alguien era sinceramente amable con uno.
-¿Desde cuándo lo sabes?
-¿Qué andas por aquí? –le vio asentir. Luna, nuevamente se encogió de hombros-, desde hace unos días.
-Y has seguido viniendo.
-A lo mejor, necesitabas un amigo.
Luna giró el rostro hacia Draco y él reconoció el reto de aquella mirada en cuanto lo percibió. Ríete, parecía decirle, búrlate de mí, porque no me importa, eso no hará que mi convencimiento, que mi imagen de ti, cambie. No lo ha hecho hasta ahora.
Sin pronunciar palabra, la mano de Draco se abrió lentamente, el brazo caído junto a su costado. Despacio, con mucha timidez y tiento, como si esperara sujetar las delicadas alas de una mariposa, entrelazó los dedos con los de Luna, que los cerró a su alrededor. Se vio obligado a tragar saliva varias veces, mirando el tranquilo deambular de los Thestral sin en realidad, poderlo ver. Cuando habló, la voz le salió rota y entrecortada.
-Sí, lo necesitaba.
-Seguiré viniendo entonces. Todos los días.
La luz brilló entre las ramas y las raíces y las flores dejaron de ser oscuras. La amenaza de las sombras se disipó. Había un lugar después de todo, puede que no fuera el regreso a un hogar… tal vez… fuera otro comienzo, el principio de algo nuevo.
