Buenas.

La razón por la que me he tardado un mes es que necesitaba un beta, ya que no sentí que mi narración era de la calidad que yo deseaba. Finalmente, encontré a uno: ElohimEditor. Les recomiendo que lean sus fics, que son mayormente de Digimon, WoW y Swat Kats.

Venom: Alf habría organizado una lucha en el lodo y cobrado entradas, eso seguro.

Capítulo once

You Can't Judge a Book by the Cover

Oh can't you see

Oh you misjudge me

Katrina llamó por el DCU a los Tanner y les dijo que tardaría en volver y que vendría con un amigo que la ayudaría a mudarse. También insistió que debían tener palabras clave para confirmar sus identidades. A Kate le pareció algo muy paranoico de su parte, pero como era agente y una cambiaformas, supuso que era normal en ella.

Estaba regando las plantas en su jardín trasero, metida en sus pensamientos y en el penetrante aroma a tierra húmeda cuando escuchó una voz:

—¡Kate, hola! Te ves más delgada.

Raquel la estaba saludando desde el otro lado de la valla de manera aparentemente amistosa; Kate le sonrió de vuelta, pero estaba convencida de que su vecina quería pedirle algo.

—Hola, Raquel. Y gracias.

—¿Me podrías prestar la manguera cuando termines? Tengo que regar el jardín también.

Ya lo decía yo, pensó Kate.

—Claro, Raquel, enseguida termino de usarla y te lo paso.

Su vecina, sin perder tiempo como era costumbre, abrió la puerta que conectaba ambos jardines, seguramente para contarle algún chisme.

—Kate, no pude evitar ver que los últimos días estuvo viniendo por aquí una jovencita en una moto. No pude verla bien porque se perdieron mis prismáticos, ¿es una amiga de Lynn?

Kate se pasó la mano detrás de la cabeza: tenía que recordar la historia que la familia había ensayado, y además decirlo de manera que no parezca ensayado

—Es la hija de una prima mía, que estudia en la Universidad de Los Ángeles. -respondió de la manera más natural posible; creyó haberlo dicho correctamente—. Va a vivir aquí mientras esté estudiando.

—¿En febrero? —preguntó Raquel de manera inquisidora.

—Compartía una casa con otros estudiantes, pero hubo una pelea y decidió venir aquí —respondió Kate.

—Si, parece una chica que se mete en problemas. ¿Cómo puede andar por ahí con esa ropa tan indecente y esa moto? Deberías tenerla controlada, podría llevar a tus hijos al mal camino.

—Katrina no es así, es una buena estudiante.

—¿Y que estudia? —siguió insistiendo Raquel—. ¿La chica tiene un trabajo al menos?

Kate no sabía que responder, pero no hizo falta: el ruido de la bocina de un auto le dio la excusa perfecta. Nunca la expresión "salvado por la campana" había sido tan precisa.

—Debe ser ella —dijo Kate de manera apresurada, mientras cerraba la llave del agua y desconectaba la manguera. Se la tendió a Raquel—. Más tarde hablamos.

Kate se dirigió al frente y ahí estaba el Ford Munstang y la Kawazaki de Katrina. Ella se bajó de la moto, con una mochila a cuestas.

Lo que se bajó del auto era una mole con aspecto humano. Era un hombre de unos treinta años, de poco más de dos metros de altura y ancho como un refrigerador, pero no porque fuera gordo, sino por los músculos que tenia. Llevaba cabello castaño oscuro con corte militar y unos ojos pequeños del mismo color. Llevaba una sueter azul oscuro con rombos y un pantalón caqui.

—Hola, Kate —saludó Katrina—. El es Russell, mi amigo —lo presentó, señalándolo con la mano.

El hombre se acercó y se puso frente a ella. Se sintió como estar al frente de Lou Ferrigno.

—Buenas tardes —saludó, con una voz muy gruesa, mientras le tendía la mano.

Kate tragó saliva.

—Buenas tardes, Russell —respondió, estrechando su mano. Era del doble de tamaño que la de ella—. Pasen, pasen.

—Bajaré las cosas del auto —anunció Russel.

Kate y Katrina entraron a la casa y descubrieron a Alf espiando por la ventana de la sala.

—¿Ese es amigo tuyo, Katrina? -le preguntó con cierto tono jocoso-. Si le tiras un balde de pintura verde encima, sería igual a Hulk.

—¿A quien? —preguntó Katrina.

Alf puso los ojos en blanco (una manera de decir, ya que sus escleróticas eran negras).

—¿Tu no miras televisión o qué?

—Veo las noticias y no mucho más. Conozco poco y nada de la televisión humana.

—Pero si entendiste mi referencia a Emma Peel de ayer.

—Porque alguien me lo mostró.

Kate abrió la puerta para dejar entrar a Russell, llevando varias cajas en sus brazos.

—Katrina, hay más cosas dentro del auto —le dijo.

—Ya voy.

Katrina salió y Alf se dirigió a Russell.

—Mis hermanos tenían razón, eres enorme —le dijo—. ¿También eres un agente?

—Por decirlo así. Tú debes ser Gordon.

Alf miró a su alrededor, como si buscara a alguien.

—¿Acaso ves otro melmaciano guapo por aquí?

Russell se rio.

—También me contaron de tu sentido del humor.

Desde la cocina, entraron Brian, Kurtis y Augie. La más pequeña soltó un chillido de felicidad y fue corriendo hacia Russell.

—Hola, muñeca —la saludó, agachándose para acariciarle la cabeza usando dos dedos—. ¿Te estás portando bien?

—¡Yak!

—¿Estás cuidando bien de tu hermana? —preguntó Russell, mirando a Kurtis.

El chico hizo un gesto militar.

—¡Si, señor!

—Ese es mi trabajo —dijo Alf, carraspeando un poco-

El tono de voz usado por Alf era calmo, pero con un tono más grave del que solía usar. Kate pudo sentir que el ambiente se comenzaba a tensar un poco; era extraño como Alf podía volverse intimidante en una fracción de segundo. En cierto modo, se había acostumbrado a la actitud casi infantil, pero al mismo tiempo, relajada y sarcástica del melmaciano.

El maullido de Suertudo se escuchó desde la ventana que comunicaba la sala con la cocina. Russell se puso de pie y se acercó al gato.

—¡Pero que preciosidad! —exclamó, mientras lo acariciaba—. Eres un gatito precioso —le dijo, como si le hablara a un bebé.

Mientras Kate se asombraba de que un tipo enorme estaba mimando a su gato con suma delicadeza y ternura, entró Katrina con un estuche de guitarra en su espalda y un maletín plateado.

—Russell, deja al gato en paz, tienes cinco en tu casa a los cuales mimar —le dijo, con hastío.

Los ojos de Alf se iluminaron como el de un perro ante la vitrina de una carnicería.

—¿Cuándo me invitas a la parrillada? —le dijo.

Russell no pareció ofendido, sino que sonrió un poco.

—Muy gracioso. Si quieres comer gato, caza uno callejero—respondió, rascando las orejas de Suertudo.

—Russell, vamos a dejar las cosas en la habitación.

Comenzaron a cargar las cosas y a llevarlas al pasillo. Brian, quien había estado en silencio, exclamó:

—¡Wow, ese hombre es enorme! ¿También es un chaffi? —le preguntó a Kurtis, maravillado.

—Si, es un amigo de Katrina. Se conocen desde niños, por lo que sé —respondió Kurtis.

—Da un poco de miedo.

Kurtis se rio sin malicia ante el temor aparentemente infundado de Brian.

—Si no lo conoces, pero no es tan rudo como aparenta. Mejor vámonos a jugar a algo.

Los dos chicos se fueron a la habitación de Brian, mientras que Augie se sentó a ver la televisión en silencio.

—Que lástima que Russell es un amante de los gatos —se lamentó Alf—. Tiene la cantidad de gatos suficiente para una barbacoa.

—Alf… —le advirtió Kate.

El extraterrestre se encogió de hombros.

—¿Qué? Es la verdad.

Alf se sentó junto a su hermana a ver la televisión. Kate se quedó de pie, incapaz de irse a otro lado mientras los otros dos alienígenas estuvieran acomodando las cosas en el cuarto de invitados. Se sentía incómoda, como si fuera una extraña en su propia casa.

—Eso, vigila que no roben nada —se burló Alf, después de un par de minutos.

Augie lo golpeó en el brazo.

Nyur arka gika dirka.

—Auch, está bien, no son ladrones —le dijo, frotándose el brazo.

Katrina y Russell salieron de la habitación, charlando entre ellos.

—… lleva la moto al taller, Katrina.

—Sabes bien que no me gusta que toquen mi moto. Tiene un problema en el motor que tranquilamente puedo arreglar yo sola.

—Sé que lo puedes hacer, pero… ¿No deberías dejarlo en manos profesionales?

—Mis manos son bastante profesionales, Russell.

—¿Puedo comprobarlo? —preguntó Alf, con fingido tono de inocencia, pero Kate estaba segura que era algo de doble sentido.

Russell se quedó de piedra y Katrina a duras penas parpadeó un par de veces antes de responder:

—Si, cuando quiera demostrar como se despelleja vivo a un animal —respondió, con tono aburrido. Por suerte, Augie no estaba prestando atención, concentrada viendo a Scooby Doo.

Alf frunció la nariz, como lo hacía siempre que se asustaba.

—Meh… Paso -respondió, volviendo a mirar la pantalla- Prefiero ver lo que hacen los chicos entrometidos y su gran danés parlanchín.

Russell se dirigió a Kate.

—Debo irme. Fue un placer conocerla.

—I-igualmente, Russell.

El hombre se dirigió a Augie.

—Adios, pequeña.

—¡An-an! Yut pika noraiko Adios. Regresa pronto.

Lo intentaré—se dirigió a Alf—. Saluda a Kurtis de mi parte. Y ten cuidado con coquetearle a Katrina. No serías el primero al que le rompe un brazo por ello.

—Me quedó bastante claro.

Russell soltó una risotada y salió de la casa, pero volvió a los pocos segundo con un six pack de cervezas.

—No te las tomes todas de una sola vez —le advirtió a Katrina, mientras se la tendía. Luego, se volvió a ir, esta vez de manera definitiva.

Katrina fue a guardar las cervezas en el refrigerador. Cuando salió, dijo:

—Estaré adelante, arreglando mi moto —le dijo a Kate—. Avisame si necesitas algo.

—Te lo agradezco.

Katrina se fue a la habitación y Kate a la cocina, con la angustia cerrándole el pecho: probó suerte preparando una taza de té de hierbas en el microondas para tratar de relajarse y beberlo con tranquilidad en la mesa de la cocina.

La masiva llegada de alienígenas en su casa la estaba incomodando bastante: ya con Alf había sido de pasar un gran susto, a varias desventuras con sus locuras y al mismo tiempo aprender a apreciarlo. De los hermanos de Alf no se podía quejar mucho ni recriminarlos: eran prácticamente niños huérfanos y necesitaban de su hermano mayor, y afortunadamente, salvo lo ocurrido con Augie y el gato callejero, se comportaban mucho mejor que Alf. Katrina y su amigo eran otra historia: a pesar de que los hermanos de Alf confiaban en ellos -y con buenas razones-, Kate no podía sacarse de la cabeza que ocultaban algo, algo turbio, especialmente Katrina, con quien debería de acostumbrarse a convivir bajo el mismo techo por el bien de los hermanos de Alf.

Bebió otro sorbo de té, dejando que el vapor de agua con aroma a hierbas naturales acariciara su rostro y llegara a sus pulmones para tratar de relajarla, y vaya que lo necesitaba, dada la situación en la que se encontraba.

Se estaba sintiendo una intrusa en su propia casa.


Como la mayoría de los días invernales en el sur de California, el clima era agradable y tranquilo, el aire era frio, pero el sol brillaba, y apenas circulaban vehículos o peatones por las calles. Perfecto para trabajar en el jardín delantero de los Tanner.

Katrina se cambió de ropa para comenzar a trabajar con su vehículo: una vieja camisa a cuadros y unos jeans desteñidos. Sacó un grabador y un casette de Los Ramones para escuchar algo de música mientras trabajaba. También sacó una lata de cerveza, no de la que había traido ella, sino la del señor Tanner. Ya se la repondría después.

Apenas había sacado el motor y lo estaba limpiando de manera meticulosa cuando sus instintos se dispararon dentro de su cabeza. Alzó la vista para ver a la vecina de al lado, la señora Ochmonek, acercándose hacia ella.

—¿Podrías bajar esa música infernal, muchacha? —la retó, con los brazos cruzados. Katrina la recordó de inmediato, ya que había fingido ser policía ante ella hacía unos cuantos días.

Con un suspiro, Katrina bajó un poco el volumen. Ya conocía a las mujeres como ella: metiches y amargadas que odiaban a todos los jóvenes guapos.

—Oh, lo siento, no sabía que lo había puesto tan alto —dijo.

La señora Ochmonek la miró de arriba abajo, con desaprobación.

—Así que tu eres la sobrina de Kate, ¿no? —dijo.

—Hija de una prima, para ser exacta —corrigió, volviendo a su trabajo de limpiar el motor. Si la ignoraba, tal vez se fuera.

Error.

—¿No deberías llevar esa moto a un taller? —preguntó la señora Ochmonek.

—Este es mi trabajo —respondió Katrina—. Arreglo autos y motos en un taller del padre de un compañero de la universidad.

—¿Entonces trabajas sola entre un montón de hombres? —inquirió Raquel.

Katrina levantó la vista para mirarla.

—Si. ¿Algún problema con eso?

—No, no —se apresuró a decir la señora Ochmonek—. Supongo que debes tener mucho éxito entre tus compañeros.

Katrina parpadeó. No estaba muy acostumbrada al sarcasmo o al doble sentido y no sabía si la mujer estaba queriendo insinuar algo.

No tuvo que pensar mucho más, porque otra persona se estaba acercando, probablemente el marido de la señora Ochmonek.

—¡Ah, tu debes ser la sobrina de Kate! —dijo el hombre, acercándose a ella—. Soy Trevor y ella es mi esposa Raquel.

—Si, soy Katrina Waterson. Lamento no poder darle la mano, las tengo manchadas con grasa de motor.

—¿Eres mecánica? —se sorprendió de manera agradable.

Algo le decía que era mejor llevarse bien con al menos uno de los dos vecinos. Podría serle útil en algún momento; al menos el tal Trevor se mostraba mucho más… amistoso que su mujer.

—Si —respondió Katrina, forzando un tono amigable y casual—. Mi padre me enseñó, para que no cayera en manos de estafadores.

—Oh, entiendo lo que es eso —dijo el señor Ochmonek—. Casi todos los mecánicos son unos ladrones.

—No yo, desde luego, ya que es mi profesión. Si tiene un problema con su auto, le puedo echar una mano —le dijo—. La primera vez es gratis.

—Vaya, eres guapa y sabes de autos y motos. Los chicos no te deben dejar en paz.

Katrina casi pudo oir el rechinar de dientes de la señora Ochmonek.

—Deja tranquila a la chica —lo retó.

—Oh, está bien. No suelo tener citas. Creo que… los intimido un poco.

Katrina se levantó y estiró sus brazos. La camisa se le levantó un poco, dejando ver sus abdominales. El señor Ochmonek lo notó y la miró con los ojos muy abiertos.

—Nadie quiere salir con una mujer que tenga más músculos y conocimientos de automóviles. Mejor así, me deshago rápido de los cretinos.

—Cla-claro —tartamudeó él.

—Le pido disculpas de antemano por la música alta —se disculpó Katrina, tomando una lata de cerveza y tirándosela. El hombre la atrapó en el aire—. Por las molestias, señor Ochmonek.

—Oh, no es ninguna molestia. Puedes llamarme Trevor…

La señora Ochmonek lo tironeó del brazo.

—Vamonos. Dejemos a la… señorita seguir con su trabajo.

La mujer casi lo arrastró hacia el interior de su casa y Katrina se rio para sus adentros. Tal vez no entendiera varias cosas, pero gracias a los consejos de Claudia, sabía como manejar a los hombres.


El resto del día, Katrina se dedicó a ordenar su nueva habitación: claramente no era una habitación de hotel de cinco estrellas, pero quedó bastante decente y confortable como para llamarlo hogar. Escondió las armas debajo de la cama por el momento; ya pondría un falso panel en el ropero en cuanto pudiera.

Acabado el reacomodo de sus cosas, tomó la guitarra que tenía apoyada en un rincón y tocó unos pocos acordes de manera distraída, sentada en la cama, recordando algunas canciones que escuchaba en su planeta de origen. Puede que no sintiera un particular apego por los humanos en sí, pero sentía aprecio por algunos de sus instrumentos musicales.

El tiempo pasa

Escurriéndose entre los dedos como el agua del mar

Y no se pueden recuperar

¿Qué harás con todo el tiempo que te queda?

La noche cae sobre ti

Las estrellas brillan en el cielo

Pero tus ojos están nublados

¿Qué tormenta se desata dentro de ti?

—No la había oído antes.

Katrina levantó la vista y vio a Gordon parado en el marco de la puerta.

—Es de una cantante de mi planeta, Elinna Tohra.

Gordon se acercó unos pasos hasta quedar frente a ella.

—Es una linda guitarra. ¿Puedo?

Katrina se la tendió.

—Adelante.

Gordon se sentó al lado de Katrina y comenzó a tocar una melodía. A pesar de que la guitarra era muy grande para él, se las ingeniaba bastante bien.

En la playa dos hombres se enfrentaron

Uno murió y el mar se lo tragó

El vencedor se marchó con la victoria

El vencido se marchó dejando huérfana a su hija

La mujer más hermosa que jamás se ha visto

Los hombres de Polya suspiraban al verla

Arikana era su nombre

Su belleza tan letal como su arma

Sus seguidores fieles como soldados

Arikana era su nombre

Katrina había oído la leyenda de Arikana. Una chica que había perdido a su padre en manos de un criminal y se entrenó para enfrentarlo y asesinarlo delante de todos los habitantes de la isla Polya, ganándose el respeto de todos y convirtiéndose en su principal protectora. Se decía que por ella comenzaron a aceptar mujeres en la milicia; incluso había una medalla de honor llamada Arikana para las mujeres que habían hecho actos heroicos en la milicia. Era una leyenda, pero toda leyenda tenía una base de verdad.

Se escuchó un golpeteo en la puerta. Gordon la había dejado abierta y Willie estaba parado allí, con curiosidad.

—Buenas noches —saludó Katrina.

—Buenas noches —Willie se adelantó un par de pasos y se dirigió a Gordon —¿Qué tocabas?

—Ah, una canción que mi madre tocaba: Atrapé un gato jugoso, le corté la cabeza y…

Willie levantó una mano para callarlo, asqueado.

—Basta. No debí preguntar —gruñó.

Gordon dejó la guitarra en manos de Katrina.

—Gracias por prestármela, pero creo que este planeta no está listo para canciones melmacianas tan hermosas.

Se retiró de la habitación y Katrina tuvo ganas de preguntarle por qué había mentido, pero lo dejó pasar. Ya hablaría después con él.

—Veo que te estás acomodando.

—Ya terminé. Me puse a descansar un poco tocando la guitarra.

—Oh, que bien —Willie se aclaró la garganta—. Tengo entendido que ya conociste a los vecinos.

—Si, creo que les molestó un poco la música.

Willie asintió de manera comprensiva.

—Si, ya me lo hizo saber Raquel cuando llegué a casa.

—¿Hubo algún problema?

Willie se rascó la nuca.

—Pues… Raquel es una mujer anticuada y bastante… metiche, por decirlo así. Ten cuidado como te comportas con ella y con Trevor.

—El fue muy amable conmigo.

—Ese es el punto.

—¿Mmh?

—Olvidalo. Solo quería decirte eso y que la cena va a estar en cinco minutos.

—Iré en un momento.

Willie se retiró y Katrina guardó la guitarra en su estuche. Ahora que se había instalado, era hora de trabajar en ciertos aspectos de la convivencia.