¡Buenas!
DrVenom555: No, esto no es La Balada del Pistolero, donde el tipo tenía la funda llena de armas. Russell es un pastelito de canela... cuando no está de servicio, claro, ahí si se convierte en una bestia
Katrina seduce hombres sin siquiera saberlo. Tenía un montón de simps antes de que se inventara la palabra
Capítulo doce
Breaking the Rules
I'm gonna do things my own way, everyday, everyday, everyday
In every way, I ain't gonna pay no attention to your rules
Katrina no pudo cumplir con lo que quería de manera inmediata: la llamaron al amanecer para que fuera a trabajar y tuvo que salir sin desayunar siquiera. No quería llegar tarde y que le preguntaran al respecto.
El caso resultó ser que, al parecer, una banda de chaffis estaba tomando lentamente un edificio en Carson: era complicado, porque cuando eran muchos no se podía simplemente entrar a los tiros. Junto a un equipo de asesinos, limpiadores y un par de detectives, pudieron sacar a unos diez que estaban divididos en tres departamentos haciéndose pasar por familias. Todo el trabajo había costado tres días de meticulosidad pura, donde el cerebro valía más que la fuerza.
Finalmente, tras haber descansado brevemente en su ahora casi vacío departamento de San Diego, pudo regresar a la casa de los Tanner; no tenía llaves aún, por lo que tuvo que decirle a Kurtis vía DCU que le abriera la puerta.
—¿Están solos? —le preguntó Katrina cuando entró-
—Brian y Lynn están en la escuela, el señor Tanner está trabajando y la señora Tanner salió con él. -respondió el niño melmaciano— dijo que tardaría un rato.
—Perfecto. -sonrió ella- Si me necesitas estaré en el desván.
Katrina dejó su mochila en la habitación y caminó por el pasillo hasta toparse con las escaleras que daban al desván. El lugar estaba lleno de polvo y cajas por donde mirara, pero con una buena limpieza sería un lugar idóneo para los melmacianos; compraría unos muebles nuevos (o traería algunos de su departamento), pondría las cajas en el sótano o en el garaje y listo: habitación nueva.
Escuchó unos pasos pesados por las escaleras. Se dio vuelta y vio a Gordon.
—Buenos días -saludó—. ¿A cuántos llenaste de plomo mientras no estabas?
—Varios —contestó ella como si le hubiese preguntado algo mundano—. ¿Quieres ayudarme a bajar estas cajas?
—¿Para qué?
—Porque van a vivir aquí.
Gordon parpadeó y se quedó pensativo por unos segundos.
—¿Les pediste permiso a los Tanner?
—Una vez escuché la frase "Es mejor pedir perdón que pedir permiso" —le contestó ella, sonriendo un poco—. Tal vez se enojen, pero cederán.
—¡JA! —Gordon soltó una breve risotada—. Te robaré esa frase.
—¿Me ayudarás con las cajas?
Gordon carraspeó.
—Me encantaría, pero he tenido problemas de espalda desde la milicia. Una bomba explotó cerca de mí y…
Katrina se cruzó de brazos; lo mínimo que esperaba de Gordon era que ayudara con algo que beneficiaría a sus hermanos. Bueno: sabía cómo dice el dicho, "con qué carta jugar."
—Cacé un gato ayer y lo tengo en una caja refrigerada en mi habitación. Planeaba hacer guiso de gato para cuando termináramos, pero…
Gordon agarró la caja más cercana y la levantó de manera que parecía que su problema de espalda se había ido solo.
—¿Qué esperas, Katrina? ¡Empieza a cargar cosas!
Katrina estaba bajando las escaleras, cargando un par de cajas que contenían adornos navideños cuando escuchó una discusión que venía de la sala.
—¡Ya habíamos dicho que no!
Como era de suponerse, la voz pertenecía a la señora Tanner. Con un suspiro, terminó de bajar por las escaleras lo más rápido que pudo, haciendo que los globos y cascabeles navideños emitieran su particular tintineo dentro de las cajas.
—Yo le dije que no, pero ella usó sus encantos culinarios conmigo y no pude resistirme —se defendió Gordon.
—Y yo ya había dicho que un cuarto de lavado no es ni adecuado ni seguro —replicó Katrina, tras dejar las cajas junto a otras que se estaban juntando
Kate la miró, echando chispas por los ojos. Si su cabello pelirrojo no ardía de rabia aún, era por puro milagro.
—¡Tú! —dijo, señalando a Katrina—. No tienes ningún derecho a tomar nuestras cosas y hacer lo que se te antoje con ellas.
—Si están juntando polvo en algún rincón, no es útil. -Katrina ya estaba cansada. Odiaba discutir y más con humanos-. Yo solo estoy aquí para mejorar la vida de los melmacianos.
—Devuelvan ya mismo las cajas a donde estaban -ordenó Kate-
Katrina achicó los ojos, desafiante. Una cosa era recibir órdenes en su trabajo y otra muy distinta era que una humana se atreviera a decirle lo que tenía que hacer.
—No.
—Señoras, cálmense —dijo poniéndose en medio como un árbitro de boxeo para evitar una pelea—. Podemos negociar esto.
—¿Quieres que tus hermanos sigan durmiendo como animales? —le dijo Katrina de forma tajante y sin alzar la voz-. No sabía que unas posesiones polvorientas que ni siquiera son tuyas valgan más que ellos.
Gordon abrió muy grandes los ojos, como si le hubieran dado una bofetada. Desde su perspectiva, Katrina había pisado una línea roja.
—Eso… no… es… cierto —Gordon hizo un esfuerzo para hablar normal, pero sin mucho éxito. Respiró hondo un par de veces—. Ni se te ocurra volver a decirme algo así.
Si, tal vez se le había ido un poco la mano; sabía que Gordon amaba a sus hermanos, pero también estaba atado a los humanos que lo habían cobijado. Sin embargo, ya no podía parar: las cosas tenían que cambiar.
—¿Entonces por qué lo permites?
Gordon se quedó en silencio, pero de golpe paró las orejas, como si hubiera oído algo. Jugueteó con sus dedos unos segundos y luego dijo, con tono alegre:
—Me tomaré una cerveza de las tuyas, Katrina. Avísame cuando tenga que volver a ser una mula de carga.
Gordon se retiró a la cocina. Katrina no había oído nada, ya que no tenía unos oídos tan aguzados como un melmaciano, pero temía que alguno de los dos chicos hubiera escuchado la pelea tras la puerta de la cocina.
Casi se sobresaltó al escuchar un carraspeo; casi se había olvidado de la señora Tanner.
—Esperaremos a ver qué es lo que Willie piensa de esto —dijo finalmente. Sonaba enojada, pero también incómoda.
—Bien —fue todo lo que pudo responder.
Katrina se dio media vuelta y se fue a su habitación; no saldría hasta que el señor Tanner regresara. Definitivamente Kate sería alguien MUY difícil con quien tratar.
Katrina estaba soñando con un recuerdo de su infancia. Estaba nadando en las costas donde había crecido, rodeada de sus hermanos y hermanas mayores; sentía las olas chocando contra su cuerpo, los rayos de sol bañando la superficie del agua y las risas de sus hermanos. Luego vio a uno de ellos, el mayor de todos, subido a una nave hibrida, llamando a los demás para que se metieran dentro. Katrina nadó rápido hacia allí y su hermano le acarició la cabeza al pasar. Los demás le siguieron poco después. Mientras todos se sujetaban de los cinturones de seguridad, escuchó un golpeteo de afuera, pero no podía ser, ya estaban todos dentro.
—Katrina.
Qué extraño, ninguno de sus hermanos se llamaba así.
—Katrina.
El golpeteo seguía. Estaba muy molesta, porque ya quería regresar a su casa… ¿Quién era Katrina? Además, el golpeteo sonaba extraño, como si fuera madera en lugar de metal.
Yo soy Katrina.
Katrina se despertó de golpe. Por un segundo no recordó ni donde estaba; el sueño había sido increíblemente vívido. Por un instante, creyó haber regresado a su hogar, a su infancia…
—¿Estás despierta?
Esa era la voz del señor Tanner. Eso la espabiló lo suficiente como para sentarse en la cama y mirar por la ventana: ya era de noche. ¿Cuántas horas había dormido? Eso no importaba: debía atender al dueño de la casa.
—Sí, sí. Ya voy.
Tenía la boca pastosa y reseca y su estómago estaba gruñendo por el hambre; tomó una pequeña botella de agua sin abrir que estaba sobre la mesa de luz y tomó un cuarto de su contenido de un trago. Se levantó y caminó hacia la puerta para abrirla.
—¿Sí? —preguntó al señor Tanner, quien se rascó la nuca, incómodo.
—Lamento haberte despertado.
—No, está bien —respondió Katrina, acomodándose el pelo.
—¿Puedes ir a la sala? Kate y yo queremos hablar contigo.
Katrina no tenía ganas de hablar con ella, pero el hombre no parecía molesto, sino más bien conciliador. Bueno, supuso que podía hacerlo: por él, no por ella; salió de la habitación y fue hacia la sala. Allí estaba la señora Tanner sentada en el sofá. Las cajas aún seguían allí donde las había dejado.
—Katrina —empezó el señor Tanner—, entiendo que quieras hacer lo mejor por Alf y sus hermanos…
—… pero ya te habíamos dicho que no podían usar el ático —terminó la frase la señora Tanner.
Katrina suspiró e ignoró el rugido de su estómago. El hambre la ponía de muy mal humor… y la actitud de la señora Tanner no era de ayuda.
—También recuerdo que dije que no podían vivir como animales —respondió, con frialdad—. Si ellos fueran humanos, no hubiesen dudado en darles el ático. Bueno, si se vieran como ustedes, quiero decir; siendo la raza humana como es, los hubieran hecho dormir en el lavadero si fueran humanos de raza negra.
El señor Tanner abrió grandes los ojos.
—¡Nosotros no somos racistas! —exclamó, indignado.
—Hace poco más de cien años —continuó, encogiéndose de hombros—, las personas negras eran esclavas, si mis estudios sobre la historia de este país no me fallan; eso es muy poco tiempo y no me sorprende que aún haya discriminación. Los humanos discriminan a todos los que no se ven como ellos; las personas blancas no se creerían tan superiores si supieran que a los ojos de otras razas alienígenas son solo cucarachas.
La señora Tanner se levantó de golpe.
—¿Así nos ves? —casi escupió, mirándola a los ojos—. ¿Los humanos somos como cucarachas para ti?
—No dije que yo personalmente los viera así —se defendió Katrina—. Pero claramente son inferiores a cualquier raza que haya conocido.
La puerta de la cocina se abrió y Gordon entró a la sala.
—Willie, ven un momento —lo llamó alegremente—. Quiero decirte algo.
—Alf, ahora no.
—Vamos —insistió—. Por favor, Willie.
—Estoy hablando con Katrina.
—Ya no —se metió ella, ya harta.
Sin decir más, Katrina se dio la media vuelta y se dirigió a su habitación, cerrando la puerta de un portazo y dejando solos a los Tanner y a Gordon en la cocina; agarró la botella de agua de la mesa de luz y se la bebió de un solo trago, para luego arrojarla al otro lado de la habitación, frustrada. La botella vacía rebotó contra la pared y cayó al suelo.
Nunca había necesitado tanto a Claudia como ahora; ella sabía todo sobre humanos, las emociones y casi cualquier cosa que tuviera que ver con interacciones sociales. Katrina no era de esa clase; se sentía… atrofiada, incompleta… una completa inútil. Tenía que llamarla, aunque no tenía ni idea que hora era en Bungaraya.
De vuelta con los Tanner, Willie intentó ir detrás de Katrina, e intentar continuar con la conversación y arreglar las cosas de manera más diplomática, pero Alf lo detuvo.
—Déjala, ya se le pasará.
—¿Acaso oíste lo que dijo? —le preguntó Kate, indignada.
—Con estas orejas oigo todo, Kate.
Willie se quedó a medio camino hacia la habitación de Katrina, indeciso.
—Ven -insistió Alf.
Willie se rindió y fue con Alf hasta la cocina, viendo de pasada el cuarto de lavado para saber los niños estaban allí; estaba vacío, salvo por las cosas que habían ambientado para que se parezca más a una habitación. Vio uno de los dibujos de Augie pegados a la pared y sintió un nudo en el estómago: daba igual que fuese una alienígena; seguía siendo una niña pequeña sin hogar y con el solo apoyo de sus hermanos. Era como ver a esos refugiados de guerra en el extranjero.
Alf se quedó parado al lado de la mesa, sin saber muy bien que decir. Los últimos días había estado así, como si no supiera qué hacer con todo lo que tenía a su alrededor: los Tanner por un lado, sus hermanos y Katrina por el otro; quería llevarse bien con todos, y había momentos en que ninguno parecía dar el brazo a torcer para facilitarle las cosas. Finalmente soltó un suspiro.
—Willie, entiendo que estén aferrados a sus recuerdos. Yo mismo me niego a tirar siquiera algo de lo que tengo en mi nave, pero eso es porque es todo lo que me queda de mi vida anterior.
Willie asintió, comprensivo y un poco confuso por la seriedad con la que Alf estaba hablando. Al igual que Kate, se había aferrado bastante a ver a Alf como una persona extravagante y problemática pero a la vez optimista.
Persona… se repitió Willie en su cabeza. Vemos a Alf como una persona, algo que Katrina parecía no entender.
—Katrina me dijo que estar en el cuarto de lavado es un lugar muy expuesto para nosotros y es cierto. Cualquiera puede entrar aquí y encontrarnos o preguntarse por qué hay tres canastos cuando solo hay un gato.
Willie volvió a asentir mostrando estar de acuerdo. Alf jugueteó con los dedos, queriendo decir algo más, pero sin animarse a hablar.
—¿Alf?
—Cuando Melmac explotó —dijo de golpe, sin mirarlo a los ojos—, tuve que lidiar con muchas cosas y una de ellas fue perder todas las cosas que había dejado. Pero luego de un tiempo me di cuenta que no era muy importante. Todos los recuerdos que importan están aquí conmigo. De todos modos… había cosas que ya no formaban parte de mí.
Willie sentía como si Alf no estuviera hablando en realidad, sino alguien más. Ni siquiera quería interrumpirlo por miedo a que esa magia se rompiera.
—¡Gordon!
Augie había entrado por la puerta trasera y corría hasta su hermano para abrazarlo. Como si le hubieran tocado un interruptor, Alf se dio vuelta y abrazó a su hermana.
—Mi princesa —le dijo, mientras le daba besos en la cabeza—. ¿Qué pasa?
—Kurtis e Brian na parko e arka igna ikso —se quejó.
—¿Te ignoran? —dijo, con un tono exagerado, poniendo las manos sobre la cintura como un ama de casa gruñona—. Esto no puede quedar así; vamos a hablar con ellos.
Alf tomó a su hermana de la mano y salieron al patio trasero. Aún confundido, Willie fue hacia la habitación de Katrina; estaba por golpear la puerta, pero la escuchó hablando desde el interior de su habitación.
—… no puedo.
Willie se detuvo a medio camino y apoyó ligeramente la cabeza detrás de la puerta. Sabía que era malo espiar, y era muy probable que Katrina se enterase, pero la curiosidad lo superó. ¿Con quién estaría hablando?
—Los humanos me sacan de quicio, no es mi culpa… […] ¿Qué no sé comunicarme? Bueno… No soy tan agresiva con la gente… […] Si, tal vez no debí tomar el asunto en mis manos pero… […] No, no me voy a rendir… […] ¿Disculparme?... Pero… […] Está bien, me disculparé…
Willie se apartó de la puerta; no era correcto escucharla hablar, pero estaba aliviado que ella estuviera buscando consejos.
Volvió a la sala, ya vacía; Kate probablemente se había ido a la habitación. Se agachó y abrió una de las cajas que Katrina había bajado anteriormente: había ropa de su época hippie y algunos accesorios que no usaba desde sus tiempos de la universidad en los años 'sesenta, dándole algo de nostalgia y al mismo tiempo algo de vergüenza ajena. Dejó todo en su lugar y fue a la habitación: Kate estaba sentada en la cama, con expresión de cansancio. No podía culparla.
—¿Kate?
—¿Sí? -levantando la vista hacia su esposo- ¿Qué pasa, Willie?
—Se me ocurrió que… tal vez podamos hacer una venta de garaje. Tenemos muchas cosas que no necesitamos y…
—¿Vas a hacerle caso a Katrina? —le preguntó, poniéndose de pie bruscamente-
Willie se lo veía venir. Nuevamente, no podía culparla: conocía muy bien a su esposa.
—No se trata de hacerle caso a Katrina; ella no hizo las cosas bien, pero tiene un punto: Alf y sus hermanos no están seguros en el lavadero. Necesitan un lugar seguro.
Kate lo miró, pensativa.
—Lo sé, pero creí que no querías tirar nada del ático.
—Yo creía lo mismo, pero al final me di cuenta que no necesito esas cosas.
Se escuchó un golpeteo en la puerta de la habitación.
—¿Sí? -preguntó Willie.
—Soy Katrina.
Willie abrió la puerta. Ella estaba ahí, sumamente incómoda, como si quisiera salir corriendo.
—¿Sucede algo?
Katrina respiró hondo.
—Lo siento —dijo—. No debí insinuar que eran racistas ni compararlos con cucarachas.; eso estuvo completamente fuera de lugar. También me disculpo por haber sacado las cosas del ático sin autorización. Volveré a poner las cajas donde estaban.
Todas esas palabras sonaban ensayadas, como si alguien le hubiese escrito un guion que ella estuviese leyendo o bien memorizado a la perfección antes de venir, y claramente no se mostraba cómoda diciéndolo, pero al menos se estaba esforzando.
—Gracias, Katrina, pero no tienes que volver a poner las cajas en el ático. Mañana desocuparemos el ático; puedes ayudarnos si quieres.
Una vez más, Willie vio a Katrina curvar sus labios en una sutil sonrisa por una milésima de segundo antes de desaparecer. Esa efímera sonrisa se mostraba mucho más sincera y auténtica que la disculpa anteriormente escuchada; la aceptó de todos modos.
—Lo haré. Buenas noches, señores Tanner.
Katrina inclinó levemente la cabeza y se marchó. Willie cerró la puerta.
—¿Ves? —le dijo a Kate—. Ella no es tan mala como crees: se disculpó.
—Sí —asintió tras chasquear la lengua—… pero sonó falso.
—Kate, por favor…
—Hay algo de ella que no me gusta. No sé exactamente que es, pero lo intuyo.
Willie se acercó y le dio un beso en los labios.
—Solo hay que esperar un tiempo a que todos nos adaptemos. —le dijo—. Cuando menos lo esperes, todos estaremos bien, lo prometo.
—Está bien —ella le sonrió—. Esperemos.
—¿Cómo te fue en el médico? —le preguntó Willie de golpe—. Con todo esto me he olvidado.
Kate se volvió a sentar en la cama.
—Me harán unos estudios. No debe ser nada grave, seguro debo estar anémica.
Willie no era médico, pero estaba convencido de que Kate comía bastante saludable. De todos modos, no quiso discutir el tema.
—Probablemente.
No había nada de lo que preocuparse, ¿cierto? Solo tenían que concentrarse en la convivencia.
