¿Una cita en bicicleta? ¡Cómo no!
El recorrido era, naturalmente, incómodo. Tanto por el peso de más como por la compañía. Hanamichi apenas cabía en esa bicicleta. Tenía las piernas tan flexionadas que ya no sabía dónde meterlas. Se agarraba del borde del portaequipajes con una mueca tensa.
—Oye, Rukawa, me estoy cayendo aquí atrás.
—…
—¿Escuchas o te chupa un huevo?
—…
Hanamichi arrugó la frente.
—¡Bien, como quieras! ¡Me bajo! Frena aquí.
Silencio.
—Te digo que frenes —insistía, sacudiéndole la espalda. Sin reacción. Chasqueó la lengua y se asomó por encima de su hombro. Ahogó un grito al verlo babeando. Estaba dormido. Tenía una burbuja en la nariz, hasta roncaba— ¡Despierta pedazo de mierda!, ¡vamos a chocar!
Rukawa abrió los ojos ante los zarandeos insistentes de Hanamichi. Tarde. Los ensanchó de golpe cuando la rueda delantera chocó de lleno contra un árbol. Los dos salieron volando entre puteadas del pelirrojo y bostezos de Rukawa, quien se refregaba un ojo en el camino. Se estamparon contra el piso.
—Es el colmo… —gruñía Sakuragi, incorporándose con dolor— ¡Siempre es lo mismo contigo! ¡¿Cómo puede ser que te duermas en todas partes?!
Sakuragi lo sacudía por el uniforme. Rukawa se rascaba la cabeza, bostezando.
—No me di cuenta.
—¡Nunca te das cuenta!
Rukawa le respondía con su mejor cara de pereza. Sakuragi bufó.
—Ah…, eres un desastre. No sé cómo aún estás vivo con todos los porrazos que te das. —Comenzó a levantarse. En un detalle que sorprendió al muchacho que lo miraba desde el suelo, le ofreció una mano—. Sigue tú solo, no entramos los dos.
Rukawa la tomó. Cálida. Pensó que su mano era muy cálida, además de grande como la suya. Sakuragi hizo apenas fuerza y lo levantó como si no fuera un gigante de casi dos metros.
—Sí entramos. —le dijo Rukawa.
—Me caigo.
—Agárrate de mí, bobo.
Hanamichi puso una expresión incómoda. Sus cachetes iban tomando color. Ni loco, mala idea, ¡denegado! Después de lo que pasó entre ellos no era conveniente hacer tal contacto físico. Tenía miedo de que le despertara algo, más no a Rukawa sino a sí mismo.
Rukawa se sacudía la ropa con calma obviando su crisis existencial. Agarró la bici (ya con el manubrio torcido y una rueda que pedía la muerte) del suelo y se subió. Señaló la parte trasera.
—Sube.
Hanamichi tardó en moverse. Aún sin estar muy seguro, levantó una pierna y apoyó el trasero en el portaequipajes otra vez. Se tragó un "auch" importante. Esos cañitos se le clavaban en el coxis como una tortura china.
Rukawa le echó un vistazo por encima del hombro. Agarró una de sus manos y se la llevó al abdomen antes de comenzar a pedalear.
—Agárrate fuerte.
Hanamichi se aclaraba la garganta mientras veía a su propia mano impresa en el abdomen de Rukawa. Incluso por encima de la ropa se notaba trabajado. Podía sentir unas montañitas duras donde fuera que tocara.
—Vamos a chocar de nuevo si sigues haciendo eso.
—¿Ah? —Subió la vista a su rostro. Rukawa le señalaba la mano. Hanamichi bajó los ojos y tuvo un mini infarto. La estaba moviendo lentamente por su abdomen. Naufragaba la mano por allí como si le gustara montar esas olas. Se quedó en blanco por su propio comportamiento. Una excusa, algo para escapar, ¡ayuda!—. Ja… ¡JA, JA, JA! —estalló de pronto, dejándolo sordo— ¡No te entusiasmes, zorro!, ¡estaba tanteando quién tiene los mejores abdominales! Por supuesto, yo gané. Te hacen falta cien años para superar a este genio.
Rukawa veía su carcajada exageradísima con una ceja en alto. Suspiró, regresando el rostro al frente.
—Idiota.
Si Rukawa se había creído esa excusa o no, no era la mayor preocupación del pelirrojo. Le preocupaba más la falta de autocontrol y la cantidad ridícula de ideas moralmente cuestionables que despertaba el escultural cuerpo de Rukawa en él. Sus manos se movieron solas, ni pensó cuando arrancó a acariciarlo. Alerta roja.
¿Por qué no podía controlarse?
Con Haruko, que era el amor de su vida según él, ejercía un autocontrol. Como es de esperarse de alguien que te gusta, más de una vez tuvo ganas de abrazarla, de besarla, de ir más allá y tocar esos pechos que lucían esponjosos como nubes. Se guardaba esos deseos para él.
No podían culparlo por fantasear un poco con la chica. Era un adolescente, después de todo. Por algún lado, además del deporte, tenía que liberar esas hormonas loquitas típicas de la edad. En general, las liberaba solo en la ducha o tumbado en su cama. Pidiéndole mil perdones a Haruko y aún con una sensación de vergüenza recorriéndolo, pues no hacía mucho había empezado con su "vicio" —así lo llamó—, imaginaba a Haruko desnuda junto a él. Uno frente al otro se miraban profundamente con todo el amor que se tenían. Se iban acercando despacio, se tocaban los labios en un amago tímido, luego los presionaban soltando un largo suspiro. Su mano de a poco se iba animando a cerrarse en la delgada cintura de ella, ella tomaba confianza para enredar los brazos en su cuello. Con los ojos perdidos en el techo y la respiración entrecortándose, se frotaba el miembro a un ritmo rápido mientras la fantasía subía de nivel, llevándolo a poner una mano en su espalda baja. La arrimaba hacia sí, apretándola contra su cuerpo, dejándole los dedos marcados en la piel de tan menuda que ella era. Casi que podía sentirle los huesos tanto como sentía a esos pechos suaves sobre el torso. Lento, se inclinaba a su cuello y lo besaba llenándose de un aroma floral.
Sobre su cama, sintiendo un placer agónico propagarse en un escalofrío, fruncía los labios en un intento de aguantar un poco más. Esa fantasía, bastante novelesca para ser usada solo para masturbarse, nunca tenía final. Porque no llegaba al final. Acababa antes de tiempo.
Quedarse en el mísero capítulo uno de los cincuenta que había (sus fantasías no eran pocas) le preocupaba. Poco sabía del sexo y lo que sabía era gracias a la información que le daban sus amigos, por ende, no era de ayuda, dado que venía distorsionada debido al porno que solían ver en revistas para adultos. A Hanamichi no le gustaban esas revistas. Cómo decirlo…, le resultaban grotescas esas mujeres. Poco naturales.
«Mi Haruko es mucho más linda que cualquiera de esas minas»
Pensaba cuando sus amigos, en el recreo, hablaban entre risas señalando a las mujeres de la revista. Hanamichi, de pie y observándolos con recelo, no se sentía cómodo estando allí. Solía abandonar la conversación y recibir, en consecuencia, el enojo y burla de sus amigos. Excepto del siempre confiable Yohei. Él era el maduro de la banda y el que mejor lo entendía.
Quitando el porno, tenía una sola cosa clara respecto al sexo. Una información global: debía durar lo más que pudiese para satisfacer a la chica. Ah, y para no quedar como un perdedor con sus amigos. ¿Cómo hacer eso? Solía terminar bastante rápido solo, imagínense con Haruko. Porque sí, tenía la esperanza de hacer el amor con ella algún día. Nada de sexo. Ese término era un insulto para un romántico empedernido como él.
Y si tan romántico era, ¿qué hacía entonces actuando como un animal con Rukawa?
Primero se había dejado llevar por sus caricias el día de ayer. Ahora las manos se le movían solas, como si extrañaran el cuerpo que llegaron a tantear. Con él se vivía diferente esas sensaciones familiares que antes había descubierto con Haruko. Con Rukawa era como si un huracán lo arrastrase, no había retorno una vez dentro de él. Su cuerpo perdía fuerza al ser acorralado por el otro, la mente voluntad. ¿Acaso Rukawa despertaba en él un instinto más carnal que Haruko? Quizás sucedía porque los dos eran hombres. Se generaba una especie de simbiosis primitiva, llevándolos a actuar como ¿monos? ¿Algo así estaba pasando? Algo así tenía que ser, porque no encontraba otra razón para que el cuerpo de un hombre lo estuviera revolucionando tanto.
Sacudió la cabeza. Como fuere, no quería averiguarlo. Tenía que irse de ahí antes de hacer otra locura. No era difícil, solo debía saltar de la bicicleta e irse corriendo. Bueno, también podía simplemente decirle que se iría caminando. No era necesario el salto dramático.
Pero no.
No tomaba ningún camino. Seguí allí, firme, sin ganas de irse.
«¿Por qué estoy haciendo esto?»
Se preguntaba, enredando los brazos en su cintura. Hizo presión, arrimándolo hacia sí. El corazón se le aceleró al sentir el cuerpo de Rukawa tan cerca. Y su cabello. Meneaba por el viento, acariciándole el rostro. Olía bien, a colonia fresca.
«¿Este idiota usa colonia?, ¿desde cuándo se arregla tanto? Seguro lo hace para conquistar a Haruko»
—No te duermas otra vez. —le dijo con cierto rencor.
—Trataré.
—Y que conste que solo te estoy usando como transporte.
—Ajá.
—Deberías sentirte halagado de que el talentoso Sakuragi te haya elegido. No sucede todos los días, ¿sabes? —agregó, apoyando una sonrisa fanfarrona en su mejilla.
Rukawa la veía de reojo, también a los labios húmedos que la formaban. Hanamichi se los humedecía seguido por el viento en contra inmerso de sal marina que se los secaba. Devolvió los ojos al frente antes de terminar en una pelea. Si hacía lo que estaba pensando, mejor dicho, lo que deseaba, sin dudas el pelirrojo le encestaría un puñetazo.
—Tonto.
Por suerte, esta vez no se durmió. Pero sí que Rukawa se tomaba su tiempo para llegar a su casa. Sakuragi se preguntaba si había entendido bien las indicaciones. Andaba a paso de niño con triciclo, por no decir que había tomado el camino más largo; el que bordeaba la costa. Pensó en criticárselo, pero la vista del mar junto al atardecer despidiéndose era tan bella que simplemente lo dejó estar y se dedicó a disfrutarla. Allí, andando por una calle poco transcurrida, sus ojos se perdían en el momento. El viento fresco, el olor a sal marina, las gaviotas de fondo, el ruido relajante de las ruedas al girar… Levantó el rostro respirando profundo, nutriéndose de esa inesperada paz que sentía.
Rukawa sintió una cosquillita en el abdomen. Era Hanamichi, quien al estirarse se aferró de más. Le echó un vistazo rápido, encontrándolo con los ojos cerrados y una sonrisa tenue. Sus párpados se relajaron al verlo. Consideró la imagen como exclusiva. Le daban ganas de sonreír con él. La serenidad que emanaba era contagiosa, parecía otra persona.
—¿Te gusta el mar?
Sakuragi abrió los ojos. ¿Qué pasaba con ese intento de charla? Le faltaba entrenamiento, pensó. Su voz carecía de entusiasmo.
—Me gusta, voy seguido a la playa con la banda. ¿Y a ti? —respondió como una persona medianamente normal, lo cual le sorprendió a sí mismo.
—Me da igual.
—Siempre tan interesante, Rukawa… Me pregunto qué ven las chicas en ti.
—¿Chicas?
—No te hagas el idiota. —Hanamichi le estiró el cachete con una venita naciendo en la frente. Sonreía irritado. Rukawa mantenía una cara de póker—. Tienes a todas las chicas atrás, bastardo. Ahora que estamos entrando en confianza, cuéntame… ¿Cuál es tu secreto?, ¿esa colonia que usas? Porque por tu personalidad no puede ser y menos por tu cara horrible.
—… ¿Notaste la colonia?
Hanamichi se sonrojó.
—C-Cómo quieres que no la note, tengo el viento en contra aquí.
—¿Te gusta?
Tardó en darle una respuesta. Decir la verdad podría condenarlo.
—No está mal. Supongo que a las chicas les gustan esas cosas.
Rukawa volteó lentamente el rostro hacia él. Sakuragi se entumeció al ver sus ojos. Brillaban de un modo extraño.
—La compré por ti.
—…
—…
—…
—Es broma.
Rukawa volvió la vista adelante. Sakuragi gruñó.
—¡Deja de asustarme así, maldito zorro! Casi haces que me caiga de la bici…
—No es mi culpa que seas un cagón.
—¿Cagón? ¡Cagón tu viej…! —Vio la cara indiferente de Rukawa y se le fueron las ganas de terminar el insulto. No valía la pena, a ese tipo no le afectaba nada. En sí, respondía automáticamente. Era una costumbre tirar una puteada cada dos palabras—. Ah…, contigo no se puede.
Guiado por el cansancio mental, se tomó la libertad de apoyar la mejilla en su espalda. Reforzó el agarre en su cintura, suspirando. La espalda del zorro era muy calentita, le daba sueño.
—Voy a dormir hasta que lleguemos.
—Si te veo dormido me voy a dormir también. —Rukawa le contestaba como siempre, con una tonada desinteresada. Pero lo que ésta no expresaba sus ojos lo contaban. Un poco más abiertos que de costumbre, vivían la sorpresa de sentir un peso caliente en la espalda. No podía creer que Hanamichi lo estuviera usando de almohada, eso era más de lo que podía llegar a esperar de él. Le gustaba sentirlo indefenso sobre su cuerpo, a su cuidado. Temiendo estarse pasando, puso una mano encima de las suyas, que estaban entrelazadas en su vientre—. No te duermas, tonto.
Tenso, esperó la llegada de un insulto, un escupitajo, algo.
Nada.
El pelirrojo no solo no se lo quitaba de encima sino que reía en un murmullo, como si estuviera feliz de aquella complicidad que estaban compartiendo. Con el viento soplando lento contra el rostro, Rukawa sentía a su voz vibrar en la espalda.
Luego, solo el sonido de las ruedas al pedalear y las olas del mar a lo lejos.
Pasado un rato más de lo que Sakuragi ya consideraba un paseo, Rukawa comenzó a bajar la velocidad. Sakuragi, medio dormido todavía, buscó con los ojos el vecindario de su casa. Hm…, nop. No estaba. Lo que estaba era el centro de Kamakura (prefectura de Kanagawa). Puestos de comida, bares, mucha juventud, ruido de muchedumbre, luces de colores por todos lados, hoteles para, ejem, "pasar la noche". Sip, estaban en el centro donde Hanamichi solía ir a apostar con sus amigos. Pero una cosa era ese lugar de día. De noche… digamos que por algo era el lugar preferido de los fiesteros.
—Oye, mi casa queda para el otro lado. —le dijo al oído por los gritos de unos estudiantes que pasaban por ahí notablemente borrachos.
Rukawa miraba al frente sin inmutarse. Bajó de la vereda por la que estaba andando y cruzó la calle.
—Tengo hambre, vamos a comer algo. —le dijo.
—¡Ve tú solo!
—Ya estamos aquí.
—No tengo ni un yen.
—Yo invito.
Hanamichi, sin querer, dobló los dedos en su abdomen por la impresión. Al hacerlo, recordó un pequeño detalle: ya no estaban solos. Miró sigilosamente al costado. La gente los veía raro, chusmeaban entre ellos con una sonrisa burlesca. Se desenredó de su abdomen con las mejillas calientes.
—¡N-No soy una chica!, ¡no me trates como a una!
—¿Y quién dijo que lo fueras, bobo? Pago porque tú no tienes plata, es así de simple. La próxima pagas tú.
—De acuerdo... Espera, ¡no habrá próxima!
Rukawa frenó la bicicleta en un parque cercano al centro. La dejó en el estacionamiento con Hanamichi mirando para otro lado de mala gana. Pateaba una piedrita con las manos en los bolsillos del pantalón y el bolso cruzado en el pecho. De pronto tuvo un chucho de frío. Se refregó un brazo. Debió ponerse el saco del uniforme, solo estaba con la playera blanca. Todo fue culpa de Rukawa, pensaba. Por él había salido despedido del vestuario, olvidándose del saco. Ya eran pasadas las siete y media. La luna siempre se adelantaba en otoño y el frío solía venir con ella además de la noche.
—Vamos.
Rukawa se paró a su lado, colgándose el bolso en un hombro. Hanamichi lo veía de reojo.
—¿Sabes a dónde ir, zorro? Pero mira qué sorpresa… Así que te paseas por estos lugares, ¿acaso buscando chicas? —le preguntó con una mano al costado de la mejilla. Señalaba con los ojos a unas mujeres que pasaban por allí. Mayores que ellos, sus cuerpos eran vestidos por unas faldas y tops que dejaban muy poco trabajo a la imaginación— ¿O buscas tipos? Deberías poder encontrar alguno de tu clase por aquí. Hay de todo. —se burló.
Rukawa negó con la cabeza.
—Tú eres el delincuente que viene aquí por las noches. No tengo idea de dónde estoy parado, guíame. —Levantó una mano hacia él.
Hanamichi la examinaba con desconfianza. Rukawa se lo pedía como un niño inocente que no quería perderse entre la multitud. Suspiró, tomándole la mano.
—Bien… Suelo ir a comer por ahí con los muchach-AH POR QUÉ TE ESTOY TOMANDO LA MANO. —La soltó como si le quemara. Comenzó a limpiarse la suya con un pañuelo, histérico—. Se me va a pegar lo idiota, ¡se me va a pegar lo idiota!
Rukawa lo observaba con aburrimiento.
—Tonto.
Al final terminaron yendo a un restaurante de comida rápida. Rukawa masticaba una hamburguesa sentado frente a él. Sakuragi tenía el mentón apoyado en la mano. Miraba por la ventana a la gente pasar, pensativo. El centro estaba lleno de parejitas de edades dudosas.
—¿No te la vas a comer?
Pasó la vista adelante. Rukawa señalaba su hamburguesa con una papa frita en la boca. Aún no le había dado ni un solo bocado. Sakuragi la corrió hacia sí.
—¡Es mía!
Rukawa dejó caer los hombros y siguió comiendo. Sakuragi le dio un mordisco gigante a la hamburguesa. Masticaba como un muerto de hambre para competirle. De pronto tuvo una curiosidad. Donde estaban cenando no era un lugar extremadamente caro, pero tampoco era barato. Digamos que él no se hubiera podido permitir ese lujo solo.
—Tu familia tiene mucho dinero, ¿no? —le preguntó.
Rukawa masticaba con los ojos plantados en la mesa cuadrada.
—¿Y qué si lo tiene?
—Niño riiicoo~, niño riiicooo~
Hanamichi lo señalaba riendo. Ruwaka se terminó la hamburguesa. Hizo un bollito con el papel y se lo revoleó. Hanamichi lo atajó con la frente.
—¡Ugh! Maldito zorro millonario… —Se la refregó— ¿Sabes lo que le hacemos a la calaña como tú? Los cagamos a trompadas. —Levantó un ángulo de la boca cual mafioso.
Rukawa bebía su gaseosa con tranquilidad.
—Madura.
Hanamichi lo imitó de una forma más bruta. Masticaba el hielo sin quitarle unos ojos envidiosos de encima.
—No te creas tanto solo porque tienes dinero, eso no te dará fama. Solo el talento te puede llevar a la cima —le decía, fanfarrón—. Y aquí hay un gran talentoso que algún día se hará rico por sus habilidades. —Se señaló con el pulgar. Rukawa ni le pasaba la hora.
—Lo único que tienes de talentoso es lo idiota.
—¡Eres un-
—Pero admito que estás mejorando.
Sakuragi ensanchó los ojos.
—Apenas. Diría que solo esto. —Juntó el dedo índice y pulgar en una señal de pequeñez que ya bien conocía.
—Rukawa…
Gruñó su nombre. Ni siquiera le dejó disfrutar la felicidad de sentirse reconocido por alguien a quién consideraba un gran jugador: él. Cosa que jamás iba a admitir, menos ahora.
Luego de un rato más charlando sobre cosas triviales (y compitiendo en el medio) terminaron de comer y se retiraron.
Hanamichi, ya a gusto con la noche, decidió comprar un postre antes de volver al parque para buscar la bicicleta. Rukawa lo siguió hasta una tienda de conveniencia. Se puso a leer una revista de manga mientras lo esperaba. Sakuragi, pegado a la heladera con una sonrisa larga, no decidía qué helado comprar.
—¿Cuál quieres, zorro?
Rukawa frenó la página que estaba por cambiar. Le sorprendió ser incluido.
—Ah, pero recuerda que esto sale de tu bolsillo. —agregó Sakuragi, haciendo que sus cejas cayeran en picada. La felicidad duró poco.
—Cualquiera de frutilla.
—¡Ja! Claro que eliges el rosa, mariconcito.
Rukawa pasó de página como si no lo hubiera oído. Un chico menudo, que se encontraba a su lado leyendo otra revista, lo miraba con miedo. Para él era un gigante. No ayudaba a su imagen la cara de rebelde que tenía. Rukawa deslizó las pupilas hacia él y entonces el chico sintió que su vida peligraba. Con las manos temblorosas, dejó la revista en su lugar. Hizo una reverencia torpe antes de retirarse. Rukawa levantó las cejas sin entender nada. Dejó caer los hombros y siguió leyendo.
—¡Ah!, ¿te gusta el manga? —Hanamichi apareció de pronto a su lado, sobresaltándolo— ¿Qué lees?, ¿Dragon ball? —Le sacó la revista de la mano. Afinó los ojos como si hubiera encontrado algo sospechoso—. Oye…, ¿qué es esto?
—Un manga.
—Que está lleno de maricones. —resaltó, señalando la portada. Los Caballeros del Zodíaco aparecían en ella, heroicos.
Rukawa negó.
—Es un Shōnen.
—No te hagas el inocente, zorro. ¿Me vas a decir que no notaste las interacciones raritas que tienen entre ellos?
—¿Huh?
—El caballero rosa no podría ser más puto.
—¿Rosa? —Rukawa subió la vista al techo, refregándose el mentón—. Ah, Andrómeda. Es mi favorito.
Hanamichi se echó a reír.
—¡¿Ese es tu favorito?! No esperaba menos de ti, zorro, ¡que te guste el más afeminado! —Le daba palmaditas en la espalda, riéndose.
Rukawa se dejaba golpear con la furia creciendo por dentro.
—¿Cuál te gusta a ti?
—¿No es obvio? ¡El poderoso Fénix! —Hanamichi extendió los brazos a los costados, imitando el ataque del "ave fenix". Aleteaba y todo.
—Hm… ¿No era que no leías este manga de maricones?
—Ah... —Se le cayeron las alas. Rukawa lo veía con los ojos achinados mientras una gota de sudor se resbalaba por su frente— ¡S-Solo vi algunos capítulos en la tele! Es un clásico, ya sabes.
—Ajá.
—¡Al menos a mí no me gusta el caballero más puto!
—Shun no es puto. Y si lo fuera, ¿qué tiene? Eso no le impediría darte una paliza. No serías rival para él, blandito.
Sakuragi lo miró mal. Quería refregarle la revista por la cara para borrarle esa expresión de soberbia. Respiró hondo, guardándose la violencia. Ponerse a pelear ahí llamaría demasiado la atención. Además, Rukawa le había pagado la cena y el helado. Hasta él, que era un delincuente, tenía códigos. Por hoy no lo molestaría más en un agradecimiento.
—¡Bah! Otaku. —Estampó la revista en su pecho— ¿Te la vas a llevar?
—No, ya tengo ese número.
—Entonces vamos.
Volvieron los pasos al parque donde se encontraba la bicicleta. Ya debían ser pasadas las diez. Había policías "anti estudiantes" en las calles. Tenían como única función devolver a los estudiantes a sus casas, pues luego de la escuela es a dónde debían ir. Pero nadie se atrevía a poner en su lugar a dos gigantes.
—No sabía que eras glotón además de dormilón. —Se burlaba Hanamichi, sonriendo de lado— ¿Dos helados?, ¿en serio?
—¿Qué tiene?
Sentados en una banca, con la bici al costado de acompañante, miraban el mar oscuro a lo lejos mientras comían las paletas de helado.
Rukawa lo espió de soslayo. Hanamichi pasaba la lengua por la paleta de chocolate que le compró, luego succionaba la punta lentamente. Algo en esa imagen estaba despertando una incomodidad en su entrepierna. Le tiraba por dentro. Hanamichi mordió el helado, llenándose la boca con la crema de adentro. Deslizó la lengua por el labio superior, llevándose la crema con él. Rukawa cambió de dirección los ojos antes de sufrir un accidente.
«¿Lo hace apropósito?»
Se preguntaba, dándole un mordisco a su helado de frutilla; ya iba por el segundo. Claro que no lo hacía apropósito. Era él quien, a causa de lo ocurrido entre los dos, no paraba de tener ciertos pensamientos con el pelirrojo. De pronto le era muy fácil malinterpretar un vistazo de él o una simple acción con las manos o la boca. Todo lo llevaba a pensar mal cuando antes ni le afectaba.
Lo miró otra vez, disimulado.
«¿Por qué está acá conmigo?, ¿no iba a ignorarme?»
Tenía esa pregunta atascada en la garganta desde que Hanamichi lo buscó en la escuela. Después de lo que le hizo, lo que menos esperaba era que le pidiera que lo llevara a su casa. Ya se estaba imaginando una vida sin dirigirle la palabra nunca más, teniendo que soportar a sus ojos juzgándolo siempre. Pero entonces, él apareció de nuevo en su búsqueda. ¿Es una buena señal?, se preguntaba. Y si lo era, ¿podía actuar?
Los dientes relinchando del pelirrojo lo sacaron del trance.
—¡Puta madre que hace frío! Debí comprar algo caliente.
Rukawa lo veía refregarse los brazos; se le resbalaba agüita de la nariz. Comenzó a sacarse el saco. Hanamichi pestañeó cuando lo colocó en sus hombros.
—Sí que eres flojito, Fénix.
—E-Es por el helado, ¡y no necesito de tu compasión, Andrómeda! —contestó Hanamichi, amagando a quitarse el saco. Rukawa suspiró.
—Solo quédatelo, ¿quieres?
Su voz cansada de pelear provocó en Hanamichi lo impensable: acceder. Con vergüenza, se acomodó mejor el saco en los hombros. Allí permaneció, medio encorvado y sin saber qué decir. Por suerte, ocupaba la boca con el helado. Era la excusa perfecta para no hablar. De a poco iba entrando en calor. No sabía si era por la ropa de Rukawa o por el aroma de esta, que le generaba un inmediato calentamiento corporal al entrar a las fosas nasales. Olía demasiado bien para ser un zorro. No era solo la colonia, era él. Su suave olor personal.
Lo espió unos segundos, encontrándolo solo con la camisa blanca del uniforme.
—¿Y tú qué?, ¿no se te están congelando los huevos o acaso los tienes de metal? —le preguntó.
—No tengo frío.
—Debe ser por tu pelaje de zorro.
Dijo y entonces un milagro ocurrió. Lo escuchó reír en un murmullo. Fue un corto segundo que lo llevó a girarse a él con los ojos bien abiertos. Llegó tarde. Rukawa ya no reía, contemplaba el mar en penumbras como quien no quiere la cosa.
—Te reíste.
—No lo hice.
—Lo hiciste.
—¿Por qué lo haría?
—Porque por dentro sabes bien que eres un zorro dormilón.
El nombrado zorro tuvo que contener otra risita. La sentía allí, vibrando en la garganta, rogando por salir. Se la tragó. No pensaba darle el gusto al pelirrojo. Éste último le sonreía confiado.
—Ya verás, este genio pronto te hará reír de nuevo. No pienso perder esta batalla.
Rukawa se acomodó mejor contra el respaldo del asiento. Por dentro, una sensación cálida lo llenaba.
—Ya veremos, rey de los tontos.
Se hizo un silencio cómodo entre ellos. Era relajante escuchar a las olas rompiendo a lo lejos, arrastrándose por la arena, retirándose para volver a los segundos. Rukawa hubiera cerrado los ojos si no fuera por los chupeteos de Hanamichi con el helado. Destruían un poquito el ambiente. Subió los ojos al fósforo que era su cabeza. Le daba ganas de sonreír verlo así. Lo creía tierno. Impulsado por el ambiente, puso una mano en su cabeza. Comenzó a acariciarla despacio.
Sakuragi se sacó el palito del helado de la boca. Ya nada quedaba del chocolate.
—¿Qué haces? —le preguntó, moviendo la cabeza para esquivarlo.
—Cálmate, no estoy haciendo nada malo.
Sakuragi clavó la vista en el mar antes que perderse en sus ojos. Los consideraba otro mar pero mucho más turbulento. Temía hundirse en él. Sus manos jugaban inquietas en medio de las piernas mientras sentía a la de Rukawa refregarle la nuca. Él arrastraba la mano hacia abajo por su cabeza, con los dedos le presionaba unos puntos jodidamente exactos en la nuca, luego volvía a subir por la cabeza. Le daba sueño, se sentía bien. Apretó los ojos, temeroso. No podía estar sintiéndose así, no era correcto. Si le permitía continuar la situación se le iría de las manos de nuevo.
Era tiempo de decirle.
Para eso se había llenado de valor y lo había seguido, para terminar ese maldito capítulo de una vez y volver a ser lo de antes: eternos rivales. Compañeros que no se besan. Costaba abrir la boca para escupir aquellas palabras que sentía pesadas en la garganta.
—No sé qué creas que está pasando entre nosotros, pero sácate esa idea de la cabeza.
Rukawa frenó las caricias en seco. Hanamichi le hablaba sin mirarlo, los ojos en el mar.
—Estoy enamorado de Haruko. Ah, y no soy maricón.
—Haruko… ¿Quién es?
—¡¿Huh?! —Sakuragi se volvió hacia él— ¡¿Ni siquiera la registras?! Y eso que hablaste con ella. Qué cruel eres... Con lo mucho que ella te… Te…
—¿Me?
—¡Olvídalo! No la mereces, en cambio yo sí.
Hanamichi lo observaba con determinación. Por el contrario, en los ojos de Rukawa iba naciendo una frialdad que podría llegar a congelar hasta al más rudo de los mafiosos. Quitó la mano de su cabeza. Molestia. Se sentía condenadamente molesto. Pero había algo más detrás. La sensación era similar a cuando perdía un partido; agridulce, amarga.
—Esa niña tonta nunca te aceptará.
—¡¿Qué dijiste?! —Hanamichi lo agarró del cuello del uniforme olvidando cualquier sensación amena previa. Chocaba las mandíbulas como un animal. Al carajo la paz— ¿A quién le dices tonta? ¡Arrepiéntete o te rompo la cara!
—Solo digo la verdad —continuaba Rukawa con desprecio—. Sabes que no está enamorada de ti, ¿por qué insistes? ¿No me digas que por esa estupidez entraste al equipo de Básquet? Das pena.
El agarre en su ropa poco a poco iba perdiendo fuerza. La ira de Sakuragi, extrañamente, también. Rukawa se sorprendió cuando lo dejó en libertad. Se esperaba una trompada, no el rostro triste y sombreado que ahora estaba viendo. Parecía un cachorrito abandonado.
—¿Qué tiene de malo tener esperanza? En la secundaria… me rechazaron cincuenta mujeres. Pensé que nunca iba a poder recuperarme de la última, pero entonces apareció Haruko. —Sakuragi sonrió levemente—. Ella fue la primera que tuvo fe en mí y que no me rechazó. ¡Ella curó a mi corazón!
—¿Le dijiste lo que sientes?
—B-Bueno, no precisamente. —Se rascó la mejilla, sonrojado. Era tan raro estar teniendo una charla de amor con el zorro—. Pero aún así-
—Si no te confesaste, ¿cómo es eso de que no te rechazó? No tiene sentido lo que dices, idiota. —Rukawa se cruzaba de piernas, bufando.
—¡Eso…! No importa, pronto me confesaré.
—Te va a rechazar.
—¡Bien!, ¡que lo haga! —exclamó Sakuragi, ya cansado de su pesimismo— ¡No me interesa! Haruko es especial para mí, por eso, aunque me rechace, yo quiero permanecer a su-
—Yo no te rechazaría.
Sakuragi se llenó de impresión. Ahí se quedó, duro mientras Rukawa le sostenía la mirada con seriedad. Este último cerró los ojos y se levantó. Le dio la espalda.
—Eres un cabeza hueca, un idiota sin remedio, tienes la cabeza roja como un tomate y tu personalidad es odiosa. Creído de mierda, nunca escuchas a los demás ni me pasas el balón.
—Mira quién lo dice…
—Y aún así... —Rukawa giró el rostro hacia él. Sus ojos, profundos como la noche—… todo ese combo funciona perfecto para mí.
Sakuragi no podía apartar los ojos de los suyos. Estaba cayendo en una hipnosis peligrosa. La luna detrás de Rukawa… Creía que se veía hermoso. La sensación cálida que comenzaba a sentir por verse aceptado con todos sus defectos era tentadoramente cruel.
Odió que Rukawa fuera un hombre. Si fuera una mujer, ya estaría besándola.
No cualquiera viene y te dice que te acepta con los brazos abiertos habiéndote visto hacer desastres por doquier. Sakuragi se creía un genio, sí, pero también era consciente de sus errores, solo que le costaba admitirlos. Sin embargo, Rukawa hablaba de ellos con tanta naturalidad, casi como si le gustaran.
Rukawa contemplaba el arduo debate en sus ojos por encima del hombro. Comenzó a acercarse. Sakuragi tragaba pesado con cada paso que daba. Que lo mirara en silencio solo lo ponía más nervioso. Cambió al modo defensivo cuando se detuvo frente a él. Rukawa se inclinó, dejando caer aquel suave flequillo sobre su cabeza.
—Hanamichi… —susurró su nombre, tomándole la barbilla.
—N-No me digas así.
—¿Por qué?
Rukawa no dejaba de acortar la distancia. Se acercaba sigiloso, cerraba los ojos. Sakuragi pasó la vista desde sus largas pestañas hasta sus labios. Se humedeció los suyos. Unas ganas de tomar esa boca de textura suave iban surgiendo impulsadas por el recuerdo de haberla probado antes. Nunca pensó que el beso de un hombre pudiera llegar a emocionarle tanto. No tenía con qué compararlo porque nunca había besado a una mujer, pero intuía que los hombres manejaban otra intensidad al besar. Rukawa, al menos, había sido bastante intenso el día de ayer. Quizás no tenía qué ver el ser hombre, pensaba, quizás solo era Rukawa el experto. Sus besos eran puro éxtasis, sabía que podían llevarlo a la pérdida total de control. Por eso mismo no podía caer de nuevo.
Y como si ese tipo le leyera le mente, murmuró en su aliento:
—No lo pienses tanto.
Rukawa rozó sus labios en una caricia lenta, haciéndole entreabrirlos en un suspiro. Lentamente comenzó a sumir la lengua dentro de él. Hanamichi iba estrechando los ojos con un placer culposo a medida que esa lengua se encontraba con la suya. Las puntas se deslizaron entre ellas, lentas y húmedas, y entonces aquel familiar chispazo en el estómago volvió en una advertencia.
Rukawa no llegó a tomar su mejilla para profundizar el beso que fue apartado por los hombros. Abrió los ojos. El pelirrojo no levantaba la cabeza.
—Yo no… puedo.
—… ¿Por qué no? —Rukawa se aguantaba un pinchazo dentro del pecho. Dolor, tal vez.
—Porque eres… Somos hombres. ¡No podemos hacer esto! —exclamó Sakuragi con los ojos fuertemente cerrados.
Luego del estallido, un silencio. Rukawa lo contemplaba desde lo alto con desdén.
—¿Quién lo dijo?
Sakuragi abrió los ojos. Lo miró.
—Eso… No sé, ¿alguien?
—Me importa una mierda ese alguien. Lo que me sorprende es que tú, que siempre te cagas en todo, te importe. Esa no es tu manera de ser.
Un rayito de impacto atravesó el cerebro de Hanamichi.
—Si no te gusto, dímelo claro, pero no corras solo porque soy un hombre. Al menos busca una buena excusa para rechazarme, idiota —le decía, poniendo el bolso dentro del canasto de la bicicleta. Levantó la pata y la enderezó—. Hasta que no encuentres una, no voy a aceptar el rechazo de recién.
Se montó en la bici. Volteó el rostro hacia él, encontrándolo congelado.
—Nos vemos, cagón.
Sakuragi reaccionó.
—¡¿Qué dijiste?! —Se levantó de la banca. Rukawa se retiraba andando— ¡Vuelve aquí, zorro!
—¡Eres un cagón! —gritaba él a la lejanía.
—¡Tú eres el que está huyendo! ¡Espera! —Sakuragi comenzó a perseguirlo. Rukawa se hacía cada vez más pequeño, sus pies no lo alcanzaban— ¿Cómo voy a volver a mi casa? ¡Me dejaste en la otra punta del barrio, Rukawa!
Rukawa dobló en una esquina y se perdió en la oscuridad de la noche. ¡Puff! Desapareció, dejándolo perplejo y agitado por la corrida. Dentro de poco el zorro estaría durmiendo tranquilamente en su camita de oro. En cambio, él… Miró el reloj en su muñeca. Ya era tarde, no había trenes para volver.
—¡Ugh, hijo de perra! ¡Mañana te las verás conmigo!
Suspirando, Hanamichi se recostaba en su nueva cama: el banquito. Veamos la parte positiva, su nueva habitación tenía una vista preciosa al mar. Si quería ir al baño, había muchos arbolitos que podían ayudarle con eso. Lástima los perros de fondo ladrando como si estuvieran en celo y el viento helado que le ponía la piel de gallina. Cada vez hacía más frío.
—Me abandonó totalmente, ese maldito…
Se cubrió con el saco de Rukawa. Al menos le había dejado eso. Tentado y odiándose en el medio, se lo llevó a la nariz.
«Su olor…»
Sufría una mezcla de sentimientos demasiados complejos para su mente tan simple. Rescatamos que era capaz de decodificar el enojo. Porque estaba enojado, de eso no hay duda. Pero también se sentía mal por haberlo rechazado. Y como si estuviera atrapado en una espiral interminable, se detestaba por sentirse así.
—La puta madre…
Se tapó la cara con el saco.
—No hice nada malo. Somos hombres, no podemos estar jugando a las espaditas, si es que me entienden…
¿O sí podían?
Fue allí con él para dejar las cosas claras pero al final terminó dando un paseo en bicicleta, yendo a comer y compartiendo una charla dentro de todo amena con el bello mar de fondo. Era extraño admitir que le había divertido estar con él, que le gustaba oler su colonia fresca, sentir su calor y que pelearse no era un impedimento para ellos, pues era su forma de comunicarse.
A Hanamichi le encantaba cagarse a trompadas con él. Era algo así como una adicción, y apostaba su talento a que a Rukawa padecía la misma. En esos encuentros liberaban toda la tensión acumulada. La tristeza, el enojo, lo que fuere, se disolvía con cada puñetazo. No conocían otra manera de comunicarse. Rukawa no lo juzgaba como los demás por ser violento, lo mismo pasaba con Hanamichi. Aceptaban al otro como era en aquellas peleas que ya las consideraban de juguete. Para esa altura del partido, medio que se provocaban a propósito para tener el combate del día y así liberar la tensión. Y, sin confesarlo, ayudar al otro a liberarla también. Era una terapia. Violenta, pero terapia al fin. Así se entendían.
Por eso que se hubiera encontrado cómodo estando con él no debería resultarle tan extraño. Hoy, por primera vez, se habían comunicado sin golpes. Aunque los extrañaba un poco, también le gustó poder charlar así, en un ambiente relajado y de sonrisas, al menos de su parte. Recordó la apenas perceptible risita del zorro. Quitando el final, no había estado tan mal la salida.
De pronto le cayó una ficha.
—Espera… ¿Eso no pareció una c-c-cita?
Pasear abrazaditos en bici, la comida invitada por Rukawa, la charla a la luz de la luna, la confesión. El beso. El maldito beso.
Procesando…
Sip, fue una cita.
—Yo no… —Hanamichi pestañeó, tragando saliva. Su cara, roja como un tomate— ¡AHHHH!
Los perros del parque salieron corriendo cuando empezó a destruir todo a su paso con los ojos en llamas. Gruñendo como un monstruo, le daba puñetazos a los árboles, pateaba tachos, arrancaba el pasto con los dientes.
—¡Maldito Rukawa!, ¡me engañaste! —exclamó, dándole una patada a un árbol— ¡Me trajiste aquí apropósito!
Al final no durmió nada esa noche. Y no porque hubiera sacado al banquito de su lugar para levantarlo por encima de la cabeza como si se tratara de una pesa de competencia.
—¡Nunca te lo perdonaré, miserable!
El banco no llegó a decirle: ¿y yo qué te hice?, que ya estaba volando por el cielo sin un rumbo fijo pero con un destino asegurado.
R.I.P banquito.
Continuará…
