Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.
Nota: ¡Feliz San Valentín Druna! Aquí dejo un trocito más de esos momentos de esta pareja que tanto me gusta contar. Éste en particular, me parecía simpático y… sexy. No me habría importado verlo en pantalla.
Espero que os guste, de corazón, ¡muchísimas gracias por seguirme, por comentar, y por estar pendientes de estos retazos! Deseo de corazón, seguir compartiéndolos con vosotros
PD: Tengo antojo de escenita lemon… así que es posible que pronto, caiga una.
Fiebre de Dragón
Ron y Harry cruzaron las verjas y subieron despacio los escalones que daban a la casa del barrio Muggle adonde se dirigían. Ocultando las varitas, pero teniéndolas a mano, ambos magos iban vestidos de forma lo más normal posible, evitando llamar la atención, algo que en el caso del pelirrojo, poco dado a los conocimientos fuera del mundo de la magia, pese a haberse casado con una joven hija de Muggles, era todo un logro.
−Debemos tener cuidado –iba susurrando Weasley−, cada caso es diferente y no podemos estar seguros de con qué vamos a encontrarnos.
−¿Estás seguro de que intervenir es lo correcto? –Potter seguía sintiéndose incómodo con acudir sin haber sido llamado. Después de todo, a él nunca le había gustado que se entrometieran en su vida, y sabía Merlín que lo había hecho toda la Comunidad Mágica desde su nacimiento. Incluso antes, proféticamente.
−¡Claro que sí Harry! Recuerda que nadie tiene más datos que yo, bueno, Charlie los tiene, por su trabajo en Rumanía, pero sé lo que me ha contado… aunque sus detalles eran más bien… confusos.
La pareja de magos siguió adelante, y Harry llamó al timbre. Tardaron unos momentos en oír ruido al otro lado, y por fin, la puerta se abrió. Ante ellos apareció la figura de Draco Malfoy, que llevaba unos vaqueros desteñidos, camisa de botones arremangada y el flequillo rubio caído sobre la frente.
En cuanto los tres hombres se vieron, tres pares de cejas se enarcaron. Lucharon por no sacar las varitas, como siempre que se encontraban.
−¿Se puede saber qué hacéis aquí, Potter?
−¡Eh! ¿No ves que yo también vengo?
−Lo siento Weasley, imagino que Potter es siempre el que encabeza las marchas.
Harry decidió intervenir antes de que aquellos dos se enfrascaran en una de sus interminables peleas de dimes y diretes. Dio otro paso al frente, haciendo toda la intención de entrar.
−Venimos a ver a Luna. Por su… estado.
−Es una Fiebre de Dragón, Potter. Estoy encargándome de eso.
Malfoy tenía ojeras, estaba sudoroso, descalzo, y su atuendo dejaba entrever que no había dedicado mucho tiempo a su arreglo personal en las últimas horas. Ron bufó audiblemente, cruzándose de brazos con aire entendido.
−Perdona que te diga, Malfoy, pero es evidente que no tienes la menor idea de cómo tratar un caso como éste.
−¿Y qué sabes tú de ello, Weasley?
−Te recuerdo que mi hermano Charlie trabaja en Rumanía. Con dragones.
−¿Y te ha contado todos los detalles de todos los tipos de Fiebres de Dragón que pueden atacar a los magos recientemente? No veo que traigas indicaciones.
Ron abrió la boca. Pero la volvió a cerrar. Deseó poder sacar su varita y hacerle a Draco el Tragababosas, pero recordando épocas pasadas, se abstuvo. Además, Malfoy tenía razón, Charlie había contado casos, pero no detalles, y por lo que sabían, aquel maleficio no actuaba igual para todas las personas. El saber cómo habría afectado a Luna, era todo un misterio.
−¿Podemos verla? Solo será un momento, es nuestra amiga, Malfoy. Hermione y Ginny están preocupadas.
Aunque reticente, Draco se hizo a un lado. Harry y Ron recorrieron la salita de la casa y siguieron a Malfoy hasta el dormitorio principal.
Luna estaba acurrucada en una cama de sábanas revueltas. Su brillante cabello rubio estaba suelto y desordenado, con vetas humedecidas de sudor. Llevaba un pijama corto de color amarillo y de cuando en cuando, se removía y murmuraba cosas. Había ropa y zapatos tirados por la habitación. Tanto de hombre como de mujer.
Sobre la mesilla, un par de cuencos con remedios, botellas y medidores.
−¿Cómo ha sido? –preguntó Harry.
−Una de las cartas que llegaron al Quisquilloso estaba impregnada de Fever Dragonitis−, explicó Draco con mal gesto−, al parecer, por estúpidas medidas de seguridad, para que nadie salvo Luna leyera su contenido.
−Y la afectó directamente –determinó Ron−. En papel, es un clásico. Evidentemente ella no tenía unos guantes impermeables en ese momento.
−No me digas, Weasley –ironizó Malfoy.
−¿Estás dándole la poción de escama de dragón? –prosiguió Harry, poniendo en práctica su entrenamiento como interrogador, aprendido en la Oficina de Aurores.
−Cada cuatro horas –respondió Draco, cansinamente−, en el Ministerio ya me han informado de todo, así que solo nos queda pasarlo.
−¿Nos? –inquirió Harry, que reparaba en esos momentos en las ropas de ambos sexos desperdigadas por el dormitorio.
−Una poción con un ingrediente que proviene de la fuente de la infección –mascullaba Ron por su parte, acercándose a la mesilla y olisqueando el contenido de los cuencos−, me pregunto por qué Charlie no habrá sido más específico sobre los efectos…
En ese momento, Luna abrió los ojos. Los tenía enrojecidos, y algunas manchitas anaranjadas cubrían sus mejillas. Se incorporó en la cama, mirando a su alrededor, tratando de enfocar. En cuanto visualizó a Draco, estiró las manos hacia él, emitiendo un sonido bajo y sensual, casi como el canto de una Veela. El cabello rubio le cayó a los lados de la cara, como una cortina de seda brillante.
−Ven aquí… −musitó, amenazando con bajar de la cama−, Draco… te necesito…
Presuroso, Malfoy se acercó a ella, apoyando una rodilla sobre el colchón mientras Luna se lanzaba sobre él. La rubia le rodeó del cuello y pegó los labios a los de Malfoy, que abrió la boca bajo la de ella, recibiéndola. La envolvió con sus brazos, apretándola contra él pero de forma cuidadosa. Luna tiraba con las escasas fuerzas que tenía, atrayéndolo a su abrazo y a la cama, susurrándole palabras que enrojecieron las orejas de Ron.
−Te necesito –ronroneaba Luna, entre quejidos−, eres mío…
−Absolutamente –respondió Draco, besándola en la frente−, descansa, ¿um? Solo será un momento, hasta que se vayan, ¿está bien? Luego seguiremos… todo lo que necesites…
−Ron, creo que deberíamos… −carraspeó Harry.
−Yo te quiero –lloriqueó Luna, acariciándose el rostro con la mejilla de Malfoy, melosa, mimosa y exigente a partes iguales, mientras el agotamiento le hacía mella−, ¡te quiero ahora, Draco, ahora!
La voz dulce y suave de Luna no parecía ir acorde con sus ansiosos movimientos, se separó brevemente de Draco y, de un tirón certero, le abrió la camisa de par en par, revelando su pecho marmóreo y marcado por una cantidad saludable de músculos. Él emitió un gruñido bajo, que nada tenía que ver con el enfado. Los ojos grises le centellearon.
Aunque hubieran querido, Harry y Ron no hubieran conseguido esconderse lo suficiente como para perderse semejante escena. Incluso pudieron ver que Draco llevaba un pequeño tatuaje bajo el pectoral derecho, un cuarto creciente iluminado en tinta negra. Parecía apropiado, pensó Potter, que se hubiera marcado con una luna cerca del corazón.
−Ahora entiendo… por qué Charlie no entró en detalles sobre los efectos secundarios de la Fiebre de Dragón –musitó Ron, completamente perplejo−. ¿Harry…?
Con un asentimiento, Potter lo agarró de la sudadera y se desaparecieron justo en el momento preciso en que Malfoy abandonaba sus defensas y se lanzaba sobre su amorosamente sedienta novia, dispuesto a entregarle con mucho gusto la segunda parte del remedio recomendado.
Amor físico. En grandes cantidades.
Ya camino al solar donde podrían usar el traslador para volver a sus casas, Harry trataba con todas sus fuerzas de eliminar de su memoria todo cuánto había visto y oído. En parte, porque Luna era su amiga, la respetaba, y se encontraba en un momento delicado donde no era consciente –o eso suponía él− de sus actos y palabras.
Y por otra parte… porque imaginar a Malfoy en ciertas situaciones le era inconcebible.
Ron… era otra historia.
−Pues no parece que sea tan malo –iba comentando, pensativo.
−¿Qué dices, Ron? Luna apenas era consciente de sí misma, no podía controlarse… y parecía agotada. Seguro que está dolorida, con fiebre…
−Sí pero… la poción irá haciendo remitir los síntomas, y en unos días estará completamente bien –Weasley se encogió de hombros−, los efectos no parecen tan negativos…
−No puedo creer que estés hablando en serio, ¡es nuestra amiga, Ron! ¿Acaso te alegres de que esté enferma?
El pelirrojo se apresuró a negar con todas sus fuerzas, alzando la mano, preparando para tocar el traslador cuando fuera el momento.
−Solo digo… −Harry suspiró−, bueno, llámame troll, pero no me importaría si Hermione tocara ese sobre impregnado en Fever Dragonitis, ¿sabes? No me molestaría tener que darle regularmente… esa poción.
Y enarcó estúpidamente las cejas, como si hablara en código o su ironía no hubiera sido lo suficientemente obvia.
Harry Potter puso los ojos en blanco y la mano sobre la lata de judías en conserva, adentrándose rápidamente en el remolino que le devolvería a casa. Esperaba poder vomitar al aterrizar, quizá eso le ayudara a superar todas las imágenes que sus amigos acababan de poner en su mente minutos antes.
