¿Amigos? ¡Y de fierro!
—¿Qué te pasó, Hanamichi? Tienes una cara terrible.
Nozomi se inclinó hacia el pelirrojo que no despegaba los ojos de la ventana. Con el mentón apoyado en la mano, él suspiraba mirando las hojas otoñales de los árboles mecerse en las afueras.
Estaban en el descanso y aquella canción triste que sus amigos solían escuchar cuando Hanamichi era preso de la tristeza resonaba por doquier. Siempre se preguntaban de dónde saldría.
—Me dijo un pajarito que ayer alguien durmió en el parque del centro. —Yuji le daba codazos con una sonrisa traviesa.
—Y que se cagó de frío y por eso está moqueando. —agregó Yuichiro, alisándose el bigote. Sakuragi aspiró un moco.
—¿Se puede saber en qué te metiste ahora, Hanamichi? —Yohei, sentado en un pupitre frente a él, lo miraba con una mano en la mejilla—. Pensé que ya habías dejado las andanzas. ¿Qué hacías en el centro a esa hora?
—¡Y sin nosotros! —exclamó Nozomi.
—¡Sí, hermano!, ¡sin nosotros! Eso es traición, ¡la peor de las traiciones! —le recriminaba Yuichiro, refregándole la cabeza. Una ceja de Sakuragi comenzaba a tiritar— ¿Acaso fuiste a buscar chicas?, ¿encontraste alguna buena? No me digas que ya te olvidaste de Haruko.
—Eres un pollerudo, Hanamichi. —Reía Nozomi. Yuji le seguía dándole palmaditas en la espalda.
—¿Al menos ese culo valió la pena?
Hanamichi apoyó las manos en el pupitre y se incorporó de golpe, asustándolos. Giró el rostro lentamente hacia ellos con una expresión cínica.
—Insectos… ¡Ya cállense de una vez!
Sus amigos se fueron hacia atrás cuando Hanamichi saltó hacia ellos como una bestia salvaje. Agarró la cabeza del que tenía más cerca: Yuji. Le dio un tremendo cabezazo que le vació el cerebro.
—¡Muchachos, alerta roja! ¡Hay que calmarlo!
La clase observaba el espectáculo entre risas. Nozomi y Yuichiro enredaban los brazos en ese cuerpo gigante, hacían fuerza para contenerlo. Hanamichi los miró con unos ojos de demonio. Le siguieron ellos. Yohei veía cómo se desplomaban en el suelo con un huevo en la frente. Regresó la mirada al pelirrojo, sonriendo nervioso.
—Yo no hice nada. —le dijo con las manos en alto.
Hanamichi achinó los ojos. Parecía estar meditando si dejarlo con vida o no.
Mejor no.
Le pegó un cabezazo.
—Es nuestra culpa, no debimos preguntar. —agonizó Yohei desde el piso en nombre del grupo. Como todos, tenía un huevo en la frente.
Hanamichi volvió a su asiento como si no hubiera dejado cadáveres esparcidos por el aula. Siguió suspirando mirando por la ventana. La música triste volvió también.
El rato pasaba, el descanso estaba a punto de terminar. Ni comió de lo preocupado que se sentía. O triste. Ya no lo sabía bien, sus sentimientos eran una montaña rusa. Por un lado seguía enojado con Rukawa por haberlo abandonado, por el otro lo ¿extrañaba? ¿Querer ver su estúpida cara era extrañarlo?
Se pasó la mano por la cabeza.
Él era un tipo simple, no le gustaban las cosas complicadas. Sin embargo, ahí estaba, complicándose la vida por un zorro.
Yo no te rechazaría.
Se le calentaron los cachetes.
—Maldición…
Enterró el rostro en los brazos.
—Ese maricón se pasa. Decir algo así de película...
—¿Maricón?, ¿ese es tu problema?
Levantó el rostro de golpe. Yohei le sonreía sentado en su pupitre.
—Tú... —Hanamichi comenzó a ponerse de pie con la frente arrugada. Sacó pecho en una amenaza—. No escuchaste nada, ¿de acuerdo?
Yohei soltó una risita, levantando el pulgar.
—De acuerdo. ¿Quieres hablar al respecto?
Hanamichi bajó los ojos. En ellos, inquietud.
—No si vas a burlarte.
—¿Por qué me burlaría?
—Porque eso hacemos.
—No yo.
Era imposible no perderse en la sonrisa de Yohei. Siempre suave, siempre amable. Conseguía hasta calmarlo, que no era poca cosa. Le sonrió también.
—Eres un buen tipo, Yohei. —le dijo, pasando un brazo por encima de sus hombros. Yohei pasó el suyo por detrás de su espalda, sintiendo el enorme peso del brazo de su amigo.
—No sigas, cariño. Harás que me enamore de ti.
—Cierra la boca, maldito. —Hanamichi le estiraba el cachete, sonriendo divertido—. Vamos a la terraza, no quiero que esos idiotas nos escuchen. —agregó en su oído, pasando la vista a la puerta. Nozomi, Yuji y Yuichiro aún seguían deambulando por ahí medio moribundos.
—Esos idiotas son tus amigos, también te entenderían.
—Naa, ellos no son como tú. Son como yo.
—¿Como tú?
—Despreciables.
Yohei soltaba una carcajada mientras salían abrazados por la puerta. Un profesor estaba entrando al aula.
—Oigan ustedes, ¿a dónde creen que van? La clase está por comenzar.
—Suerte con eso, profe. —Yohei lo saludó con la mano y le cerró la puerta en la cara.
El profesor, canoso y con unas importantes ojeras, dejó caer los hombros.
—Estos niños de ahora son unos delincuentes…
Por suerte, pudieron esquivar a los chismosos de sus amigos gracias a que la campana los guió a cada uno a su clase. Bueno, "clase". Apostaban treinta yenes (lo único que tenían) a que se habían dispersado por la escuela. Ellos no solían ir a clases.
—Entonces eso pasó, eh...
Yohei se balanceaba de adelante hacia atrás sentado en el suelo de la terraza. Un fresco vientito no dejaba de soplar, ahuyentando a los pájaros. Ninguno cantaba, solo se escuchaba el silbido del viento y la masticación ruidosa de Hanamichi. Estaba comiendo un sándwich de jamón y queso que le "pidió prestado" a un compañero que ni conocía con la excusa de necesitar alimentarse ya que se acercaba el partido con Ryonan. Según él, de un sándwich dependía su desempeño.
—Debo decir que estoy sorprendido. Es decir, Rukawa es tu rival en el amor.
—¡¿Verdad que si?! —respondió Hanamichi, escupiendo toda la comida.
—¿Pero ahora también es tu pretendiente?
El sándwich le quedó trabado en la mitad de la garganta. Se golpeó el pecho, tratando de pasarlo.
—Eso creo…
—¿Y te gusta?
—¡No! No… No lo sé. —Se tapó la frente—. Quizás, y solo quizás, en el pasado pude pensar que era un tipo, ya sabes, atractivo.
—¿Quién no lo pensaría? El tipo tiene estilo. —respondió con tranquilidad Yohei, moviendo con la boca el sorbete de su bebida.
—¡E-Eso mismo! Solo fue eso, un pensamiento al pasar. —El pelirrojo lo señalaba asintiendo una y otra vez—. Pero… ese día que el maldito me robó mi primer beso, yo…
—¿Te gustó?
—…
En los labios de Yohei se iba dibujando una sonrisa comprensiva, también algo melancólica. Muchas cosas podían leerse en ella, pero Sakuragi no leía ninguna. Tenía la cabeza gacha, jugaba con sus dedos.
—Te gustó.
—Creo que... sí. ¡Agh, maldición! ¡¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?! Justo con él… ¿No podría haber sido con alguien más?
—En eso te doy la derecha. Mira si terminas saliendo con él, imagínate la cara de Haruko.
Una nube negra se derrumbó sobre Hanamichi de forma inesperada. Sus ojos se mantenían tan abiertos que comenzaban a asustar a Yohei. No lo había pensado. Con todo lo que pasó no se paró a pensar en ese pequeño detalle. Si salía con Rukawa, traicionaría a Haruko. ¿Por qué? Porque ella estaba enamorada de él. Le rompería el corazón.
—¡NOOOO! —Se llevó las manos a la cabeza— ¡No puedo traicionar a mi Haruko así! ¡Yohei, no me dejes traicionarla! ¡Por nada del mundo lo hagas!
Sakuragi lo sacudía por el brazo. Yohei iba y venía con una sonrisa nerviosa. Estaba a punto de arrancarle el brazo.
—Cálmate, Hanamichi. ¿Por qué no lo hablas con ella antes de que el tema se te vaya de las manos? Dile la verdad.
—¿Eh?
—"Me gusta Rukawa, ¿te molestaría que me quede con él, amiga?". —le dijo con una voz afeminada, haciéndole ojitos.
La cara de Sakuragi se puso roja como su cabeza. No sabía si le daba más vergüenza su actuación o sus propios sentimientos.
—¡¿Y quién dijo que yo me quiero quedar con él?! —exclamó, agarrándolo del cuello de la ropa. Yohei levantó las manos en son de paz.
—P-Pero acabas de decir que te gus-¡Auch!, ¡no me pegues!
—¡Eso fue…! Un desliz. —Sakuragi se echó hacia atrás, cayendo de culo en el suelo. En sus ojos se llevaba a cabo una ardua batalla. Le costaba aceptar lo que ya era obvio para su mejor amigo. Y es que no era fácil cambiar de rumbo de un instante para otro. Era como reiniciarse. Todo lo que antes creía ser, ¿de pronto ya no lo era? ¿Ya no era más esa persona que gustaba de mujeres? ¿Aunque ahora le gustara un hombre, podía seguir gustando de ellas? No entendía cómo funcionaba la materia, eso era lo que más le daba bronca. Lo único que tenía claro era que ser homosexual en este mundo no era fácil—. Yo no soy ningún maricón...
Yohei se refregaba la cabeza, adolorido por el golpe que le dio. Su amigo estaba a nada de llorar, lo veía en sus ojos marrones. Se llenaban de lágrimas, hacía fuerza para contenerlas. Verlo tan afligido le hacía doler el pecho. Si había una persona en este mundo a la que le deseaba lo mejor, ese era Hanamichi. Era su amigo de la infancia, había vivido muchas cosas con él. Desde las alegrías más vagas hasta tristezas más profundas.
Bien sabía él que Hanamichi no había tenido (ni tenía) una vida fácil. Su madre falleció cuando era pequeño, su padre cuando estaba en la secundaria. Y como si perderlos a ambos no fuera suficiente, Hanamichi se culpaba por la muerte de su padre debido a un episodio desafortunado en el que no pudo llegar a rescatarlo. Aquella casa humilde donde antes vivían tres se convirtió en la casa de un solo hombre. Un hombre pobre. Hanamichi pagaba sus necesidades básicas con el seguro de vida de sus padres, que no era mucho debido a los pocos aportes que tuvieron en vida. Yohei tampoco provenía de una familia de muchos recursos, pero cuando podía le daba una mano con la plata.
El pelirrojo era su talón de Aquiles.
Nunca supo bien porqué causó un revuelo a su mundo desde el primer momento en que cruzaron miradas. La soledad que ambos sentían en esa época, intuía, influyó en su interés por él. Eran parecidos. Antes de darse cuenta, ya estaba pegado a él como uña y carne. Desde ese momento, hace ya muchos años atrás, ha estado a su lado cuidándole las espaldas. Podría decirse que había encontrado una razón para vivir. Por eso mismo, si estaba en su mano, si podía hacer algo para ayudarlo, lo haría. Así como lo apoyaba con el Básquetbol, lo apoyaría en cualquier decisión que tomara.
—Hanamichi, ¿y si fueras maricón qué? Toda la vida te gustaron las mujeres, ahora te gusta un hombre. ¿Y qué?, ¿cuál es el problema?
Sakuragi levantó el rostro. Lágrimas se resbalaron por las mejillas. Le pesaba el orgullo lo que estaba descubriendo de sí mismo.
—¿Cuál es… el problema? —repitió con la voz tomada.
Yohei le sonreía.
—La vida no es lineal, sabes. La verdad, llamarte maricón porque solo te gusta un tipo me parece exagerado. En sí, las etiquetas me parecen una estupidez. —Yohei expresaba seguridad al hablar, como si estuviera familiarizado con el tema de ser diferente—. Lo único que hacen es limitarle y complicarte la vida por nada. ¿No es más fácil pensar que simplemente te gusta lo que tienes enfrente? En este caso Rukawa. ¿Por qué hay que ponerle un nombre a todo?
Mientras más lo escuchaba hablar, más Hanamichi tomaba consciencia de dónde estaba parado. Sacarse el tema del pecho, hablarlo con alguien que no fuera él mismo en el espejo, lo volvía real. Era liberador, de alguna manera, aceptar el cambio que estaba transitando. Le quitaba un peso de encima, pero también le ponía otro. Ahora no tenía excusas para no tomar las riendas del asunto. Por algo se lo había contado a Yohei, para tratar de entenderse a sí mismo, para llegar a algún lugar. A dónde..., aún no era claro.
Aunque para Yohei parecía ser muy claro.
—Si te gusta, ve por él. Es así de simple. Y si a alguien le jode… —Yohei le guiñó un ojo—… le daremos una paliza que nunca olvidará.
Agüita se resbalaba por la nariz del pelirrojo. Aspiró los mocos exageradamente y se secó las lágrimas con el brazo. Se preguntaba si Yohei era consciente de lo importante que era para él que lo apoyara, que lo escuchara en sí. Estar con alguien del mismo sexo no era bien visto, en especial en la sociedad japonesa. Hanamichi lo sabía. Sin embargo, a pesar del rechazo, las personas continuaban siguiendo a sus corazones. Rukawa, parecía ser, era una de ellas. No tenía miedo de tomar un camino distinto. Y no era el único ejemplo que conocía. Había visto algunas parejas gays de la mano por el barrio. Siempre le fue indiferente el tema, nunca le nació burlarse de ellos, pero a veces sus amigos lo hacían, llevándolo a hacer lo mismo solo por seguir a la manada.
Pero Yohei no.
Él era diferente. Era respetuoso, maduro y amable. Por no decir que era extremadamente fuerte. Aunque fuera el más menudito de todos, tenía la misma fuerza que Hanamichi.
Él era el líder de la banda.
Así es, siempre fue el líder aunque se llamaran a sí mismos "El ejercito de Sakuragi". Un líder extraño que no se comportaba como tal, ya que no daba órdenes. No necesitaba darlas o ser autoritario para que los demás lo siguieran. Lo que predicaba era suficiente para tener seguidores. Su forma de ser, siempre humilde y un poco bromista, lo convirtió en líder.
Hanamichi, años atrás, con el cabello rojo más largo, una mirada de odio y lleno de moretones, se enfrentó a él. Allí, con el atardecer de fondo, metidos en un callejón sin salida, conoció al que se convertiría en su mejor amigo.
—Peleas muy bien para ser un niño. ¿No deberías estar jugando con tus amigos en vez de golpeando a matones de secundaria?
Hanamichi, con sus gigantescos trece años, pues la altura ya era su marca registrada, levantó la mirada del suelo, ahí donde había dejado varios cuerpos desarmados. Un Yohei de la misma edad le sonreía con las manos hundidas en los bolsillos del pantalón. Tenía un uniforme verde oscuro de secundaria. El sol se asomaba detrás de él dándole un aire de salvador.
—Eres el que vive en los departamentos de enfrente, ¿no? Hanamichi Sakuragi. —agregó.
Su voz le resultó suave, demasiado para alguien que lo miraba con una confianza que se le hacía extraña. No había signos de arrogancia en ella. Sus ojos parecían ver más allá del robusto cuerpo lleno de moretones que tenía, de los rasgos duros en la cara que hacían mearse encima a los demás niños. A Hanamichi, no supo porqué en ese momento, le irritó su sonrisa amable. Luego entendería que la había confundido con pena. Odiaba que le tuvieran pena.
—Vamos, vete de aquí antes de que vengan los otros. —Yohei se corrió al costado, dejándole el paso libre para que saliera del callejón—. No creo que te dejen escapar sin más.
Lo enfureció que lo quisiera ayudar. En esa época, Hanamichi estaba lleno de rencor. Aún no superaba la muerte de su madre y con su padre no tenía una buena relación. A pesar de que se querían, ninguno sabía cómo comunicarse con el otro. Aquello provocó que empezara a salir más seguido —para no enfrentarlo a él— y que los problemas se volvieran una rutina en su vida. Mientras más se peleaba con las pandillas del vecindario, más odio acumulaba. No comprendía porqué dar unos buenos puñetazos no le traía paz. Se suponía que dejarlo todo en una pelea callejera era la mejor cura para el estrés. Quizás el problema no era la pelea en sí sino el oponente, llegó a la conclusión. No había encontrado al correcto. En general, se peleaba con tipos que eran pura basura.
Yohei, con su cara de ángel, no parecía ser de esa calaña, pero no por eso le irritaba menos. No podía explicarlo con palabras, solo no soportaba su presencia de buenudo. Dolía recibir aquella mirada blanda y desconocía el porqué. Antes de darse cuenta, una furia intensa lo estaba llenando.
Y lo dominó.
Simplemente no pudo evitar saltar los cuerpos que había dejado en el suelo y lanzar el primer golpe para borrar esa asquerosa sonrisa de su rostro. Yohei recibió el golpe, pero la sonrisa no se borró. Cuando volvió el rostro la sonrisa seguía allí. Lo miraba con ella, desarmándolo.
Y entonces, sintiéndose incoherentemente flojo por un solo gesto, Hanamichi entendió todo. Lo que le molestaba de ese tipo era que podía ver a través de su dolor. Sus ojos transmitían comprensión, la sonrisa empatía. Podía ver todo de él.
Y eso le hacía sentir expuesto.
Levantó el puño de nuevo. Porque pelear era más fácil que asimilar sus problemas, porque era la única manera de gritarlos que conocía, porque así quizás podría olvidar las lágrimas que estaba reprimiendo, se la agarró con Yohei aunque sabía que él no se merecía su berrinche.
Ese día Hanamichi perdió su primera pelea. Y también encontró al primer soldado de su ejercito. Yohei se ganó su respeto a base de puños y sangre, pero más mostrándole un apoyo incondicional. Desde el principio, fue un amigo de fierro. El mejor de todos.
Hoy, después de tantos años, Yohei seguía reforzando su amistad. Hanamichi no podía evitar llorar como un bebé al recibir su cariño. Esas lágrimas que inútilmente reprimió cuando era un niño, hoy las dejaba salir en libertad. Era un llorón, qué se le iba a hacer. Y lo asumía con orgullo.
—Amigo mío…, gracias.
Se lanzó a él para darle el más fuerte de los abrazos rompecosquillas. Yohei le correspondía con la cara violeta. Hanamichi lo apretaba con tanta fuerza que le estaba aplastando los pulmones. Le iba a romper las costillas si seguía así. Puso las manos en sus hombros. No conseguía despegarlo aunque forcejeaba.
—Hanamichi, no puedo respirar… —masculló con la voz finita, dándole palmadas en la espalda.
El nombrado aflojó el abrazo pero no lo soltó. Lo miraba con los ojitos brillosos.
—Te quiero, Yohei.
Yohei se rió de los nervios. No sabía bien cómo responder a eso. El pelirrojo había sonado demasiado meloso, hasta el punto de hacerlo sonrojar.
—Yo también, yo también. —Optó por acariciarle la cabeza— ¿Ves que puedes ser sincero cuando quieres? Eso mismo debes decirle a tu amorcito.
—¿Haruko?
—El otro.
—Ah..., el zo-¡ÉL NO ES MI AMORCITO! —exclamó, soltándolo de golpe.
Yohei volvió a reír por su reacción.
—¿Y bien?, ¿vas a hablar con Haruko? Mejor dicho, ¿ella te sigue gustando?
Hanamichi se sentó de nuevo. Subió el rostro al cielo. Lo observaba con nostalgia.
—Sí, pero…
Ella te rechazará.
Las palabras de Rukawa le atravesaron la mente, filosas. Su corazón se iba estrujando a medida que recordaba toda la conversación que tuvo con él.
—Es confuso… Ahora mismo no entiendo nada. De todos modos, aunque no quiera admitirlo, quizás el zorro tenga razón. Haruko nunca se fijará en mí. —musitó, bajando la cabeza.
—Hace mucho que tú no te fijas en ella tampoco.
La levantó de nuevo. Yohei le sonreía con las manos apoyadas detrás de la espalda.
—¿No te diste cuenta? Últimamente solo estás enfocado en entrenar. Haruko fue la que te presentó al verdadero amor de tu vida, Hanamichi: el Básquetbol.
Una alerta nerviosa le hizo abrir grande los ojos a Hanamichi. Yohei le había dicho una revelación. Él nunca se lo había planteado de esa manera. Es cierto que al principio entró al equipo para conquistar a Haruko, pero luego, cuando vivió en carne propia lo que era el Básquet, lo divertido y emocionante que era jugarlo, empezó a olvidarse de su misión y a concentrarse en ser un verdadero basquetbolista. Quería ser el número uno, apoyar a su equipo y superarse a sí mismo cada día.
Estaría mintiendo si dijera que no le hacía feliz que Haruko lo apoyase. Con su sonrisa brillante le daba luz a su vida, sin embargo, ya no resultaba un sufrimiento pensar que, tal vez, ella jamás le correspondería. De algún modo, y sin ser muy consciente, hacía mucho ya había aceptado el lugar que pudo conseguir permaneciendo a su lado: una amistad. Una importante. Tal como Haruko, quizás sufriendo lo mismo que él, había aceptado que Rukawa nunca le correspondería.
—Quizás Haruko solo apareció en tu vida para mostrarte el camino, ¿no crees? —Yohei puso las manos en sus hombros. Hanamichi continuaba suspendido—. Ella merece saber la verdad. Cuando la descubras, díselo. Es tu amiga, ¿no?
—¿Amiga…?
Yohei le guiñó su confiable ojo.
—Haruko es parte de la banda, ni lo dudes. Se ganó su lugar.
Sakuragi sonrió como un niño. Amaba pensar que era parte, pues la banda era como su familia. Haruko encajaba perfecta en ella. Era igual de torpe y divertida que sus amigos, tampoco los juzgaba de problemáticos como los demás estudiantes. Se llevaba más que bien con todos.
—¡Claro que se lo ganó!, ¡ella es increíble! —exclamó, poniéndose de pie por la emoción. Yohei lo siguió con calma.
—Ajá, y por eso tienes que hablar con ella.
—¡Sí! —El pelirrojo cerró un puño manteniendo la sonrisa, no obstante, poco tardó ésta en deshacerse—. Pero… mejor después del partido con Ryonan.
Yohei pestañeó.
—¿Por qué esperar?
—¿No es obvio? Necesito sus ánimos para jugar. Y si le cuento la verdad, ella... quizás decida dejar de apoyarme. —Yohei se preocupaba por el semblante triste que ponía—. Además, todavía no tengo muy claro lo que siento por el zorro. No puedo ir y confesarle a Haruko algo que no es seguro. Necesito pensar…, ¡pero no ahora! —Hanamichi sacudió la cabeza—. Ya bastante me distrajo ese insecto. Enfocarme en el partido, eso es lo que debo hacer ahora. —Se dio unas palmaditas en las mejillas, poniéndose serio. Daba la impresión de que todo se lo decía más a sí mismo—. No voy a dejar que el equipo pierda de nuevo por mi culpa.
—Hanamichi..., no fue tu culpa. Hubo varios factores que influyeron. Deja de culparte como un idiota.
Antes de que el nombrado llegara a refutar, la campana sonó, anunciando la siguiente clase. Yohei pasó la vista a la puerta de la terraza.
—¿Nos saltamos la próxima clase también?
Hanamichi lo meditaba con los ojos en el suelo.
—Na, mejor no. A esta hora suele venir ese zorro a dormir. No tengo ganas de cruzármelo.
Yohei sonrió de lado.
—Yo creo que tienes muchas ganas pero también mucho miedo. Es normal —agregó rápido antes de recibir una mirada asesina— ¿Quieres seguirla en otra parte?
Hanamichi negó con la cabeza. Tenía una expresión seria.
—Voy a ir a entrenar hasta que lleguen los demás. Aunque ahora las cosas estén raras con el zorro, no pienso dejar que me supere. Eso no ha cambiado ni nunca cambiará.
La respuesta, inmersa de convicción, estiró la sonrisa de Yohei con orgullo.
—Así se habla, campeón. No dejes que nada te detenga.
Cumple tu sueño.
Ese día Sakuragi fue más animado al entrenamiento. Se sacó un peso de encima hablando con Yohei. Éste le abrió los ojos a un nuevo panorama. Aunque todo estaba de cabeza, si hacía una buena jugada podría conservar a Haruko al menos como amiga, excepto que a ella le molestase su vínculo con Rukawa. Allí tendrían un problema, pues tendría que elegir entre una u otro. No podía quedarse con el pan y con la torta.
«Espera, ¿qué vínculo? ¡Ni siquiera sé lo que siento por ese zorro!»
Pegó un salto cerca de la canasta e hizo una furiosa clavada. Sus compañeros silbaron en una felicitación mientras aterrizaba en el suelo. Este tembló como si se acercara un terremoto. Se puso a alardear de su hazaña, chocando los cinco con Kogure, que se encontraba practicando tiros con él.
Rukawa, picando el balón en solitario en la otra esquina de la cancha, lo observó de reojo.
—Hm. Creído.
El entrenamiento seguía su curso a manos de Gori. Entre aplausos y gritos eufóricos, los hacía correr a todos mientras se pasaban el balón. Estaba más exigente que nunca debido al partido que tendrían pasado mañana con Ryonan. Tenían que ganar sí o sí para ir a las nacionales. Los muchachos no podían más mientras Sakuragi no se dejaba ganar por el agotamiento. Se había jurado mejorar aunque tuviera que sudar sangre.
Rukawa no se encontraba lejos de su meta. Sintiéndose culpable también por la derrota contra Kainan, lo daba todo en la cancha en el partido de práctica que ahora estaban teniendo. Todos lo miraban sorprendidos ante las jugadas atractivas que hacía. Siempre destacaba, pero hoy estaba que se prendía fuego. Ya había anotado más de quince puntos y, en su mayoría, con clavadas infartantes.
Haruko, admirándolo desde la puerta del gimnasio, ya había perdido el rumbo. Tenía dos corazones en los ojos. Era como si Rukawa estuviera jugando solo, no en equipo. No le pasaba el balón a nadie. Corría rápido con él esquivando al equipo contrario en ingeniosos movimientos que oscilaban entre giros y fintas, frenaba en la línea de tres puntos y saltaba lanzando el balón. Encestó un tiro de tres puntos que hizo rabiar a Mitsui. Como si la ansiedad lo estuviera poseyendo, agarró el balón en el aire. Despegó los pies del suelo antes de siquiera volver a pestañear. Su cuerpo se estiraba con el brazo en alto. Hizo una clavada que dejó a la de Sakuragi muy olvidada. Éste último lo observaba con un puño cerrado.
—Maldito zorro…, solo quieres lucirte.
Era más fácil insultarlo que reconocer lo increíbles que le parecían sus jugadas. Y que lo había extrañado. Se puso serio, acomodando el balón entre el brazo y la cintura. Una determinación nacida por la inspiración de verlo jugar comenzaba a nacer. Era fuerte, ardiente. Y venía con un consejo: la raíz de tu problema tiene fácil solución. Ya sabes qué hacer.
Sus ojos brillaban intensamente guiados por aquella vocecita elocuente que le susurraba al oído.
—¡Bien!, ¡hasta aquí!
El grito de Akagi dio por finalizado el entrenamiento. Todos comenzaron a retirarse de la cancha. Algunos dándose golpecitos en el hombro, otros secándose el sudor con la playera. Ayako les acercaba unas toallas. Le acercó una a Hanamichi, felicitándolo en el medio por su, últimamente, gran avance. Sin embargo, Hanamichi tenía los ojos en otro lado.
Rukawa, respirando agitado, volteó el rostro al sentir una punzante energía clavada en la espalda. El pelirrojo no le quitaba la vista de encima. Cierto fervor yacía en sus ojos. Él levantó el brazo, señalándolo.
—Te desafío, Rukawa.
El gimnasio se quedó en silencio. Los pocos compañeros que aún seguían allí los miraban boquiabiertos. Uno era Mitsui, el otro Ryota.
Rukawa levantó una ceja. No gastó mucho tiempo en el pelirrojo. Suspirando, volvió la atención al aro y lanzó el balón. Encestó.
Sakuragi frunció el entrecejo.
—¿Qué pasa?, ¿tienes miedo?
Rukawa agarró el balón antes de que tocara el piso. Tuvo un momento de reflexión con los ojos sumidos en él. Los cerró y comenzó a retirarse sin decir ni una sola palabra.
—¡No me ignores, imbécil!
Harto de ser dejado atrás, Sakuragi apresuró los pasos, atravesando velozmente la cancha. Haruko se tapaba la boca, siguiéndolo con los ojos.
—Sakuragi, no…
Plantó los pies de forma poderosa frente a Rukawa. Usaba el cuerpo como una muralla para que no escapara.
—Vas a jugar conmigo, ahora. —Clavó un dedo en su pecho.
Rukawa le hizo frente levantando el mentón.
—Idiota, ¿acaso quieres llorar?
—Tú serás el que termine llorando, cagón. —Sakuragi no dejó pasar la oportunidad para vengarse y llamarlo cagón. Le robó el balón de la mano entre risitas bajas— ¿Y?, ¿qué dices, cagoncito? ¿Te animas?
Rukawa afinaba la vista en sus ojos competitivos. Imposible no dejarse llevar por ese fuego, lo llenaba de euforia aunque estuviera cansado. Ahora entendía porqué tanto Sendoh, como los demás jugadores a los que se había enfrentado Sakuragi, perdían la calma con él. Su energía provocaba que quisieras enfrentarlo. Esquivarlo era difícil.
Pero sentía algo más... Algo escondía el pelirrojo detrás de ese desafío. Por cómo venían las cosas entre ellos, tenía una vaga idea de lo que estaba pasando. Esa batalla, estaba seguro, marcaría un antes y un después para ambos.
«Cagón, eh... Bien, que así sea»
Rukawa le robó el balón de vuelta, decidiéndose.
—Después no digas que no te lo advertí.
Continuará...
