Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: Ligeramente lemmon. Me gusta dar saltos de tiempo… a la relación consolidada de adultos, a los inicios en ese hipotético último año en Hogwarts, a la lucha interna de Draco por cambiar y merecer algo mejor… esta pequeña secuencia va precisamente de uno de esos momentos.

Espero que os guste, ¡decidme algo! Envío mi agradecimiento a todos los seguidores, y también a los que comentan. Gracias por seguirme, a mí, y a mis DRUNA. Continuaremos pronto.

Sala común

El fuego crepitaba en la chimenea mientras, tras el alto respaldo azulado de un sofá dos cuerpos se entrelazaban apasionadamente sobre la alfombra.

Los cristales estaban ahumados a causa del frío del exterior, pero eso no importaba demasiado a Draco, que se cernía poderosamente sobre Luna, hundiéndose en ella, empujando sus caderas contra las de la joven para llegar más hondo, para estar más cerca, para apoderarse más.

Los labios hinchados de Luna resistieron varios embates más de besos y sus dedos recorrieron la espalda desnuda de Draco dejando surcos a su paso. En un momento determinado, abrió los ojos, dejando escapar jadeos cuando la boca le quedaba libre de los asaltos acometidos por Malfoy. Le vio mirándola, aquellos impresionantes ojos casi grises, parcialmente cubiertos por el flequillo rubio húmedo de sudor que caía sobre la frente del chico y que a ella tanto le gustaba.

Draco afianzó los pies en la alfombra y empujó dos veces más, antes de que estallara la liberación en su interior, arrasando a Luna con él.

Los cascabelillos de las flores y decoraciones navideñas que estaban regadas por la sala común de Ravenclaw parecieron resonar. O quizá solo fuera que el clímax hacía que le pitaran los oídos. Draco no lo sabía, pero tampoco le importó en aquellos momentos. Exhausto, se dejó caer sobre el pecho de Luna, satisfecho al oír los latidos rudos de su corazón.

−¿Te ha dolido? –preguntó unos minutos después, cuando recuperó el aliento, mientras dejaba que una de sus manos toqueteara perezosamente los mechones largos de ella.

−Mucho menos –respondió Luna, distraída, mirando las llamas como hipnotizada.

Draco levantó la cabeza y le recorrió el mentón con los dedos, haciendo que le mirara. Estaba preciosa después de haberse acostado, sudada, con los labios hinchados, despeinada… y emanando aquel aroma en que podía reconocerse a sí mismo. Le gustaba cada señal, cada rojez de su piel, cada gota de sudor. Aquello no lo hacía más fácil.

−¿Pero te ha dolido o no? –insistió, mirándola con fijeza.

−Un poco –reconoció Luna por fin.

Satisfecho, Malfoy le dedicó una sonrisilla antes de dejarse caer a su lado, como un peso muerto, sobre la alfombra. Con gestos cansados, tiró de la manta y se cubrió hasta la cintura, subiéndola después para tapar con ella a Luna, antes de que se enfriara.

−Bien –le dijo, ahogando un bostezo.

−¿Cómo puede parecerte bien que me duela? –en la pregunta de Luna, que se giró hacia él, no había reproche. Solo sana y pura curiosidad.

−Ya sabes… a los chicos nos gusta saber esas cosas –explicó Malfoy, jugando a quitarse y ponerse el anillo oscuro que llevaba en el dedo corazón−, si te duele conmigo, quiere decir que no ha habido otro antes.

−Ya sabes que no ha habido otro antes.

−Pero me gusta sentirlo –y enarcó las cejas, dando a entender que ella no lo comprendería.

Luna suspiró, echándose boca arriba para mirar el techo abovedado. Sintió que él se apoyaba en el codo y la miraba con suma atención, como si esperara que ella fuera a hacer algo insólito, como quizá levantarse y danzar desnuda por la sala. No era mala idea, decidió, las danzas pacíficas calmaban a los Narggles cuando se ponían furiosos.

−¿En qué estás pensando, Luna?

−En las danzas.

−Es justo lo que todo chico quiere oír después de la segunda vez que se acuesta con una chica –pero Draco sonrió−, estás bien, ¿verdad?

Luna entrelazó sus dedos con los de él. No hizo falta que dijera nada más.

−Será Navidad en unos minutos–susurró ella, mirando las decoraciones de la sala común.

Era estupendo, en opinión de Draco, que ambos hubieran decidido quedarse en Hogwarts ese año. El Castillo estaba prácticamente vacío, pues eran muy pocos los alumnos que no iban a pasar las fiestas a sus casas. Eso les daba momentos como aquél, de total intimidad, les permitía estar solos, ser ellos mismos… no tener que tomar en cuenta nada ni a nadie más.

−No puedo creer que tu padre no haya vuelto para estar contigo –le dijo a Luna, aunque inmediatamente se lamentó de haberlo hecho−, quiero decir… es un buen padre, ya sabes, de esos que quieren a sus hijos… es… raro que…

−Lo entiendo, tranquilo –Luna sonrió−, esta es la mejor época del año para avistar Cuernos Arrugados en las montañas nevadas. Mi padre es un investigador, no sería profesional que no acudiera a la cita.

−Y así tú puedes quedarte conmigo.

−¿Estás seguro de que no vas a ir a tu casa?

Draco negó. Ir a la Mansión Malfoy en Navidad sería exactamente lo mismo que hacerlo en cualquier otra época del año, algo frustrante, deprimente, y no quería sentirse así nunca más. Deseaba permanecer en Hogwarts, donde poco a poco había dejado de ser señalado y visto con suspicacia por su apellido. Ahora era ese estudiante de séptimo que se esforzaba por aprobar todas las materias, estaba taciturno y se relacionaba poco.

No se metía con nadie. No molestaba a nadie. Pasaba desapercibido, algo que antaño le hubiera resultado inconcebible.

−No hay ningún otro lugar, donde querría estar –y ambos sabían que eran palabras sinceras.

Destinado sus momentos personales a Luna. Intentaba evitarlo, pero la realidad era que no podía. Allí estaba, se dijo, echado sobre la mullida alfombra de la sala común de Ravenclaw después de haberse acostado con la chica de la que su corazón se negaba a despegarse. Aunque supiera que aquello no podía ser.

Luna se colocó de costado, mirando las llamas. Con movimientos cuidadosos, Draco la abrazó por la espalda, dejando caer algunos besos sobre el hombro de color marfil. Suspiró, notando agitarse todo su interior.

−No podemos ser novios –le susurró, no era la primera vez que lo decía, pero resultaba especialmente difícil después de hacer el amor.

−Ya lo sé, Draco. No te preocupes.

Luna podría haber preguntado por qué, entonces Draco habría tenido una lista interminable de motivos. ¿Quién sabía que sería de ellos al terminar la escuela? Lo que estaba claro es que él no pensaba volver a ser lo que era, ni quien había sido tampoco.

Volver a la Mansión Malfoy y vivir la vida anterior tras aquellos meses, en los que había vuelto a Hogwarts, había tratado con personas a las que despreciaba y se había permitido conocer a Luna en realidad, sería como dar pasos atrás. No podría vivir así, habiendo conocido afectos, ratos de honesta y verdadera felicidad.

Pero no sabía cómo conseguiría equilibrio en su vida, estabilidad. Era quien era, después de todo, y ser él, conllevaba un peso oscuro que Luna no tenía por qué cargar.

−¿No vas a insistir?

−No –ella extendió la mano, acariciando la corbata de rayas verdes que le había quitado a Draco rato antes−, cuando estés conmigo, vendrás por ti mismo, no porque yo haya insistido.

Él enarcó una ceja, entre divertido y escéptico.

−Estás muy segura, ¿qué te hace pensar que no me estoy aprovechando de la situación y luego te dejaré a un lado, sin que me importes nada?

Removiéndose, Luna le miró a los ojos, sin reproches ni arrepentimientos en su mirada. Draco tragó saliva, y su corazón le rogó que dejara de ser estúpido.

−Simplemente lo sé. Te conozco, Draco.

−Ni siquiera yo me conozco.

−Tenemos tiempo –dijo ella sin más, pasándole la corbata−, y soy una persona muy paciente.

−Y rara.

Luna sonrió y Draco no pudo resistirse a inclinarse sobre ella y besarla hondamente, envolviéndola en sus brazos y apretándola contra su cuerpo. Sonaron las campanas de algún lugar del Castillo. Medianoche.

−Tengo que irme, Filch no tardará en hacer su ronda y esta no es mi sala común.

Luna asintió y se incorporó. Cubierta por la manta, vio a Draco ponerse los pantalones y la camisa, y echarse la corbata al cuello sin anudarla. Era atractivo, pensó. Guapo, inteligente y con ese puntito de maldad torturada que ella disfrutaba viendo cambiar y desaparecer. Él nunca sería como Harry Potter o Ron Weasley, por muchas razones, ni en carácter, ni en forma de ser, ni siquiera en la manera de confrontar las cosas.

Pero ella nunca se habría enamorado de Harry Potter o Ron Weasley.

Mientras le veía vestirse, se trenzó el pelo, tarareando una canción que su madre solía cantarle cuando era niña. Cuando estuvo calzado, Draco se inclinó y le dio otro beso, suave y de despedida.

−Es en serio, Luna… no podemos ser novios.

−No lo seremos entonces.

Con un suspiro resignado, Draco recogió la túnica y caminó con desgana hasta la salida de la sala común de Ravenclaw, echando un vistazo al pasillo para asegurarse de que estuviera despejado. Tenía práctica, pues con sorpresa descubrió que se había escabullido más veces a ese lugar que a cualquier otro del Castillo.

Simplemente no podía dejarla, estar sin verla, sin escucharla, sin compartir el mismo espacio físico… y aquello había derivado en hacerle imposible no tocarla, no besarla. Pasaba con ella más tiempo del que pasaba solo, y para alguien que había aprendido a disfrutar de la letanía y los rincones oscuros, eso era decir mucho.

Echó una última mirada a Luna, que estaba incorporada y vistiéndose. No la volvería a ver hasta la mañana siguiente, a la hora del desayuno.

−Feliz Navidad, Luna.

−Feliz Navidad, Draco. Mañana te daré tu regalo en el Gran Comedor.

Él se perdió de vista por el hueco del retrato que representaba a Rowena, con una sonrisilla bobalicona en los labios, pensando que si el regalo se parecía a lo ocurrido ante el fuego, estaría impaciente.

Mientras se alejaba, pensó en la caja con el colgante que escondía en su baúl, destinado a adornar el cuello de Luna la mañana de Navidad.