Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: Es difícil enfrentarse a algunos recuerdos, o lugares que simbolizan momentos del pasado que queremos dejar atrás. Draco sigue intentando liberarse de las telarañas para no perder la felicidad que ahora conoce. No siempre es fácil.

Alerta Rating: Aunque todos somos adultos, (incluyendo a Draco y Luna) y dudo que sea necesario, dejo claro que este retazo tiene escenas de sexo explícitas. Nada para echarse las manos a la cabeza ;) pero dicho queda ¡disfrutad!

Ha pasado tiempo, lo sé, pero esta escena me golpeó la cabeza hace unos días y tan pronto he contado con un rato no he podido resistirme. Aquí vuelve DRUNA, espero que os guste y me dejéis algún comentario para ella. No imagináis cómo disfruto intercambiando impresiones con personas que, como yo, ve en esta inusual pareja algo digno de contar. ¡Vamos allá!

AZKABAN

Con un hábil movimiento de varita, Luna se enjuagó la boca mirando su reflejo en el espejo del cuarto de baño. Con el pelo recogido en una trenza y vistiendo la bata de estar por casa confeccionada con prendas desechadas que tanto le gustaba, organizaba en su mente todos los eventos para aquel día, que se presentaba bastante movido.

Según su reloj, tenía un par de horas para estar lista antes de que Denis Creevey pasara a recogerla para acudir ambos a cubrir un importantísimo evento que saldrá aquel jueves en la portada de su revista, El Quisquilloso.

Ya iba a tomar el cepillo de pelo entre las manos, cuando sombras a su espalda le indicaron que Draco se había levantado. Con un suspiro ahogado, empezó a deshacer la trenza, preguntándose si aquel sería el día en que por fin dejaran su pelea atrás y volverían a hablarse. Le costaba convivir con él y sentir que compartía mesa, mantel y cama con un fantasma.

La mirada gris de Malfoy se cruzó con la de ella a través del espejo. Estaba apoyado en la puerta del baño, desnudo y ceñudo. Qué novedad, pensó Luna, que ya empezaba a encontrar atractivo aquel entrecejo. Con cautela, se dio la vuelta, mirándole de frente, y esbozó una sonrisa suave, cargada de paciencia.

−Buenos días –le dijo en un susurro, pero Draco no contestó.

Ya iba a darse por vencida cuando él echó a andar en su dirección. Luna enarcó una ceja rubia, como preguntándose si le diría algo y su sorpresa fue mayúscula al notar como Draco la rodeaba de la cadera con un brazo y de la nuca con el otro. Con gracilidad, la alzó en vilo, acomodándola sobre el mueble lavamanos y se acomodó entre sus muslos, abriéndola la bata en el proceso.

El cepillo cayó al suelo y Luna tuvo el tiempo justo de envolver el cuello de Draco con los brazos, cerrar los ojos y abrir la boca en un gemido cuando él la penetró. Le acogió entero y con placer, pues estaba preparada. Llevaba días preparada, esperando por un acercamiento que los envolviera y convirtiera en amantes otra vez.

Desde su perspectiva, podía ver a Draco en toda su gloriosa desnudez. Aquella piel marfileña surcada de músculos que se contraían conforme se impulsaba de sus propios pies para embestirla con el ritmo que sabía era más adecuado para Luna. Todo él era puro fuego candente, duro y firme rodeado de una suavidad que desde la primera vez, la había enloquecido.

El orgasmo fue como una explosión en su interior. La jaula que había contenido las mariposas de Luna se abrió y estas flotaron a su alrededor, dentro de ella, a través de sus muslos trémulos, escapando de su boca al exhalar.

Draco la miró. El flequillo rubio, húmedo de sudor, le había caído sobre los ojos, que la miraban como hipnotizados. La besó en la frente, demorando el contacto de los labios varios segundos más de lo necesario. Después, la bajó al suelo con cuidado, acariciándole el valle entre los pechos antes de cerrarle la bata.

Luna se sostuvo del lavabo como pudo y le siguió con la mirada cuando él se metió en la ducha y la mampara porosa relevó tan solo su silueta.

Recogió el cepillo y se dedicó a su lustrosa melena, con una sonrisa en los labios.

Rato después, ya lista para enfrentar el día y mientras su taza de café se removía sola y ella revisaba las anotaciones para el día, Luna vio bajar las escaleras a Draco, que como siempre, debía agacharse para que su alta estatura no chocara contra el techo bajo de la casita que ambos compartían.

Elegantemente vestido con un traje oscuro y portando su maletín en la mano, pasó junto a ella para tomar una taza y le recorrió el hombro con las yemas de los dedos. Estaban cálidas.

−Buenos días –le dijo con su voz ronca−, ¿has desayunado?

Luna asintió, echando otro vistazo al cuaderno que flotaba a su alrededor conforme ella acababa de llenar su bolso de mano de toca clase de artilugios que iban desde maquillaje Muggle hasta bolsitas de hierbas y especias olorosas para repeler o atraer (según la necesidad) a determinadas especies con las que fuera a trabajar.

−Pospón la reunión con el fabricante de calderos para las cuatro, no sé a qué hora acabaremos las entrevistas –la pluma hizo un tachón en el cuaderno y puntualizó las indicaciones. Luna asintió satisfecha−. Muy bien.

−¿Trabajo de campo?

Draco enarcó una ceja al verla meter su set completo de primeros auxilios mágicos básicos. Algo que Luna solo llevaba cuando la empresa que iba a llevar a cabo constreñía algún peligro. Lo que dadas sus búsquedas, ocurría pocas veces.

−Denis Creevey y yo vamos a entrevistar a una serie de testigos que afirman categóricamente que los Thestral pueden ser dominados con la maldición Imperio.

−¿De verdad?

−Eso es lo que voy a comprobar.

La sonrisa de Luna murió un poco al ver que Draco metía en el maletín un sobre negro, sobrio, lacrado con una mancha de cera oscura que llevaba una gruesa A grabada. Asimismo, un dossier bastante amplio de documentos yacía en el interior, acompañado de plumas y ejemplares en blanco de recibís con el membrete de Gringotts.

Al darse cuenta de que la mirada de la bruja estaba posada en sus cosas, Malfoy cruzó los dedos, flexionándolos alrededor de la taza de café que ya no pensaba beberse.

−Tengo que ir a Azkaban esta mañana.

−Oh, Draco…

−Algunas de las mayores fortunas corruptas del país están allí y dichos galeones se encuentran en Gringotts. Voy para recabar información sobre si dicho dinero va a entregarse a algún familiar cercano o pasará a ser propiedad del banco una vez transcurran los años de gracia que se les concede a los presos políticos sobre sus propiedades.

Y era una tarea por demás desagradable que ningún duende haría, Luna lo sabía bien. Draco, con aquel porte regio y distante, el traje negro, la tez seca y los labios apretados y sin gesto era la persona idónea para pasar una mañana rodeada de criminales que habían perpetrado atrocidades contra la humanidad.

El hombre al que ella amaba, al que veía ser vulnerable cuando nadie lo creía posible, con el que se acostaba y discutía, al que hacía cosquillas y oía reír, pasaría horas rodeado de carroña y dementores, viendo mermada su alegría, sus ganas de vivir. Reviviendo momentos de su pasado que eran como astillas clavadas en sus entrañas.

Y luego, tardaría horas en recuperarse.

−¿No puede ir otro?

−Soy el responsable del tesoro mágico, Luna. Es mi trabajo.

−Pero te afecta.

−No tanto como al principio. Estaré bien.

Era una verdad a medias. La primera vez que Draco había pisada Azkaban, presos y carcelarios (humanos o no) habían dejado entrever a las claras que él debería ser uno de los que estuviera al otro lado de las rejas. Que Lucius hubiera cumplido condena durante años tras la Segunda Guerra parecía un indicador evidente de que una de las celdas, debía llevar permanentemente el apellido Malfoy.

A veces él también lo pensaba. Los pecados estúpidos de su juventud habían podido terminar con las vidas de muchas personas. Incluyendo la suya.

Pasarlo mal, rememorarlo, sentir que se le congelaban de frío y miedo todas las terminaciones nerviosas era una forma de purgarlo. Así Draco no olvidaría quien era en realidad, más allá de su apellido y de la tradición de su familia. Rodeado de mal, sufriendo por ello, sabía la verdad: que él era un hombre bueno, aunque pocos los creyeran.

Cerró los ojos cuando los dedos de Luna acariciaron sus sienes y se permitió sonreír. Aquel era su premio a las vicisitudes de su vida.

−No quiero que sigamos enfadados –le susurró ella, acurrucándose contra su pecho−, no soporto vivir contigo y sentirte lejos de mí.

−Yo tampoco lo quiero, amor –Draco la rodeó con un brazo, sabiendo que necesitaría todo lo bueno que pudiera recabar en su mente en caso de que fuera preciso convocar un Patronus−, se me pasó enseguida, pero luego no sabía cómo acercarme a ti.

−Bueno… creo que la forma en que lo hiciste antes es la mejor que se te podía ocurrir.

Con una risa ronca, Draco tomó a Luna de la barbilla y la besó varias veces. Besos cortos y profundos que le dio con los ojos abiertos para no perderse ni un solo gesto de ella.

−Tengo que irme –anunció en voz baja−, no conceden muchos días de visita. Si llego tarde tendré que estar allí más tiempo.

−No olvides la capa de viaje, en el Mar del Norte hace mucho frío.

Malfoy se cubrió con ella, tomó el maletín y dejó que Luna le acompañara, de la mano, a la chimenea que le transportaría a la prisión. Dado que para acceder a un lugar tan recóndito eran necesario medidas extraordinarias, Draco sabía que solo tendría un par de minutos tras la hora convenida para que la Red Flú fuera efectiva. Extrajo de su bolsillo un sobre con unos polvos azulados, especialmente confeccionados para viajes por motivos como aquel y, a desgana, soltó a Luna.

Ella le vio adentrarse en la chimenea y aunque le costó, sonrió para que Draco se llevara aquella escena en su viaje. Detestaba el lugar al que debía ir, y lo que le haría a su alma, pero ya se encargaría ella de cuidarle más tarde, cuando volviera a sus brazos, que era donde debía estar.

−Cuídate mucho –le dijo, despidiéndole con la mano.

−¿Sabes, Luna? –ella le miró, expectante−, deberíamos casarnos.

−¿Qué…?

−¡Azkaban!

En medio de una nube azul, Draco desapareció.

Aterrizó en una construcción de madera, hosca y pequeña, que se encontraba en el mismo peñón que Azkaban y había sido construida específicamente para aquellos magos y brujas que debían acudir a tan infecto lugar por motivos de lo más variado.

Sacudiéndose el hollín de la capa, Draco anduvo cabizbajo hasta el final de una de las dos filas de visitantes de la entrada sur de la prisión, perteneciente a aquellos que acudían por motivos profesionales, convenientemente alejada de las escasísimas visitas de familia y amigos.

De cuando en cuando, el frío se hacía notar y calaba hasta los huesos, cuando algún dementor rezagado fluctuaba alrededor de los allí presentes. Varios miembros del Comité de Seguridad y Estabilidad Mágica se encargaban de espantarlos para hacer más fácil la labor de quienes, por desgracia, debían pasar varias horas rodeados de crimen y podredumbre.

−Malfoy –saludó una voz situada justo a su lado, en la fila de la derecha−. Hermoso día para una visita a Azkaban.

−Potter –se limitó a decir Draco.

Ambos avanzaban a paso lento, conforme los primeros integrantes de ambas filas iban pasando los controles de seguridad antes de acceder al interior de los muros. Harry iba cubierto también con una capa de viaje, adornada con un ribete escarlata. Estaba despeinado, como siempre que Draco le había visto, durante todos los años que hacía que se conocían. Llevaba un portafolios bajo el brazo y la varita en ristre.

Azkaban le afectaba más que a él, se recordó Malfoy, Harry oiría nítidamente, durante todo el tiempo que estuviera en aquel lugar, entre otras muchas cosas, los gritos de su madre al morir protegiéndole y el último aliento de Sirius Black al caer a través del velo.

Con pesar, Draco le miró de reojo. Potter no parecía cabizbajo, pero aquello no quería decir que no llevaba por dentro el peso de toda una vida de miseria. Poco importaba lo feliz que fueras en la actualidad cuando estabas en Azkaban.

−He oído –dijo Harry, sacándole de sus pensamientos abruptamente−, que Luna y tú habéis discutido.

Toda misericordia abandonó a Draco.

−Desearía, por una vez, que mis asuntos personales no se convirtieran en tema de debate para vuestro grupo de lectura –ironizó.

−No nos entiendas mal Malfoy, no es como si estuviéramos esperando que hicieras algo terrible para caerte encima con toda nuestra sed de venganza.

−Seguro que no.

−Las mujeres hablan, Malfoy –Harry se encogió de hombros, como si aquello fuera todo−. Luna con Ginny y Hermione, y ellas…

Perfecto, pensó Draco. Weasley también debía estar haciendo sus propias conjeturas. El día no hacía más que ir a mejor.

−¿Y sería inverosímil que las cosas que mi mujer cuenta a la tuya quedaran ahí? ¿Es vital que Weasley y tú las compartáis?

Jamás había entendido aquella clase de lealtad que obligaba a un hombre a abrir su corazón con, al menos, cinco personas más. Draco estaba seguro de que jamás podría llegar a aquel nivel.

−Soy un hombre al que le gusta estar pendiente de sus amistades.

−Eres un controlador, Potter. Siempre lo has sido. Te encanta manejar los hilos.

Harry se rio, colocándose el segundo de su fila y encogiéndose de hombros.

−Se me da bien –con un gesto, se subió las gafas por el puente de la nariz−, ¿y qué es eso de 'tu mujer'? ¿Alguna noticia que pueda compartir con mis marionetas esta tarde? Por Merlín que algo bueno me vendría bien al salir de aquí.

Draco pensaba lo mismo, motivo por el que pensaba guardarse aquella brillante luz de esperanza en forma de matrimonio con Luna para él solo.

−Buen día, Potter.

Colocados ambos justo frente a la entrada de ladrillo de la cárcel esperaron pacientemente. Segundos después, una nube de humo gris envolvió a Harry por completo, hasta hacerle desaparecer de la vista. Instantes después, el humor, reconvertido en verde, empezó a disiparse, y una voz profunda surgida de no se sabía dónde, pronunció:

Potter, Harry James.

Departamento de Aurores del Ministerio de Magia. Acceso confirmado.

−Nos vemos, Malfoy –sonrió el susodicho, perdiéndose de vista.

Draco tuvo el tiempo suficiente de emitir un asentimiento con la cabeza antes de que el humo le envolviera a él. Tras volverse verde, las barreras invisibles que le separaban de Azkaban se abrieron ante sus ojos, en tanto que la voz empezó a entonar:

Malfoy, Draco Lucius.

Responsable del Tesoro Mágico del Banco Gringotts. Acceso confirmado.

Irguiéndose de hombros y con la imagen de la sonriente Luna vestida de blanco clavada en su retina, Draco prosiguió adelante.