Disclaimer: Los personajes de la historia que narro a continuación pertenecen a J.K. Rowling, así como todos los derechos que provengan de ella. Escribo sin ánimo de lucro, con respeto y la única intención de entretener.

Nota: ¡Volvemos a la época de Hogwarts! Después de la II Guerra, Draco intenta retomar su vida, regresar al colegio y terminar sus estudios. Desafortunadamente, su deseo no es privado y pronto todo el mundo se entera y tiene sus opiniones. ¿Logrará hacerlo? ¿Encontrará aliados en un lugar donde todos le temen? ¿Y la felicidad, seguirá esquivándole?

No suelo escribir drabbles relacionados pero… éste tendrá dos partes. Espero que os guste, como siempre, desgranando pedacitos del 'qué−pasó−después'. Y creando escenas DRUNA, de esas que todos creemos que merecen ser contadas.

Perdón por la tardanza, espero no demorarme más en próximas publicaciones, ¡saludos a todos! Gracias por las peticiones de que volviera y por los reviews ¡muak!

RETORCIDO (I)

Draco Malfoy, ¿de aspirante a Mortífago a alumno ejemplar?

Por Rita Skeeter

El mundo mágico se hace una gran pregunta: ¿Qué decidirá Minerva McGonagall? Esta reportera, siguiendo el fervor popular y haciéndose eco, como siempre, de las mayores preocupaciones y angustias de los magos y brujas de nuestro país, ha puesto todos sus sentidos en la búsqueda de la respuesta a tamaña cuestión.

Mis fuentes, siempre fidedignas y disponibles más allá de lo que usted, lector confiado de su intimidad, podría suponer, ha sabido que, recientemente, Narcissa Black (renunciando en público a su apellido de casada por motivos que a nadie sorprenden) ha estado reuniéndose, desde hace no menos de tres semanas y con sorprendente insistencia, con la actual directora del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, la citada Minerva McGonagall (biografía ampliada página 4., ¿Qué busca Narcissa, tras tanos años de lejanía del mundo estudiantil?

La respuesta parece clara, lectores de El Profeta vespertino. Apagados los rescoldos dejados por la II Guerra de los Magos, el primogénito y heredero absoluto de la estirpe Malfoy, con sus luces y sombras, ansía la redención. Draco, (sangre pura, 17 años, casa Slytherin), busca el retorno a Hogwarts para, así, culminar unos estudios que se vieron interrumpidos cuando fue seducido y atraído casi hasta cumplimentar en totalidad la solicitud, al lado oscuro.

El–Que−No−Debe−Ser−Nombrado reclutó a muchos jóvenes magos, ¿estuvo Draco entre ellos? ¿Llegó a ser considerado alguna vez por el Señor Tenebroso como uno de sus vasallos? ¿Está Draco, en hecho y forma, en disposición de la Marca Tenebrosa que le señalará, por el resto de su vida, como un Mortífago a los órdenes del desaparecido y poderoso mago oscuro?

Esta reportera, en una columna ampliamente documentada en las páginas 6 a 8, recoge las primeras impresiones de algunos de los magos y brujas (que prefieren permanecer en el anonimato) más impactados con la noticia del presunto retorno de un Malfoy a Hogwarts, templo de la enseñanza, la igualdad de oportunidades y la protección indiscriminada a todos los jóvenes que allí moran. ¿Podrá Minerva aceptar bajo su tutela al enemigo acérrimo de Harry Potter, nuestro actual y más aclamado héroe? ¿Lo hará, en contra de los deseos de la población no sangre−pura?

Las críticas a sus reuniones con Narcissa Black, no se han hecho esperar. El estupor y –esta autora se permite citar incluso la palabra pánico−, asola entre los padres de los nacidos Muggles, algunos de los cuales, amenazan ya con retirar a sus hijos de Hogwarts, ante la peligrosa y oscura amenaza que la figura de Draco Malfoy, ostenta en su sangre. Pura, pero también, susceptible de torcerse hacia la magia más oscura, como ha demostrado la larga lista de sus antepasados (anexo 'Malfoy: una tradición mortal', páginas 12−14).

¿Volverá Draco a Hogwarts? ¿Lo permitirá la turba que ya se amontona y espera, ávida de información, al dictamen de Minerva McGonagall? Y de ser así, ¿aguantará tan orgulloso muchacho los desplantes que padezca a su paso? ¿Habrá alguien tras los muros del castillo dispuesto a tender una mano hacia la presunta Marca Tenebrosa?

La respuesta a todas estas incógnitas –y a muchas más que surgirán−, en próximos números.

Informa Rita Skeeter, para El Profeta vespertino.

Draco arrugó la página del periódico, haciendo desaparecer de su vista las instantáneas en movimiento de McGonagall, su madre, y Hogwarts, diseminadas aquí y allá a lo largo del controvertido artículo firmado por esa alimaña que se hacía llamar periodista.

El cómo había descubierto Skeeter que Narcissa estaba intentando conseguir su vuelta al colegio para cursar el séptimo año, era todo un misterio pero Draco, al igual que lo era el hecho de que un periódico como El Profeta permitiera a semejante mujer publicar para ellos.

Por supuesto, había esperado que correrían ríos de tinta tan pronto lograse poner un pie en el Gran Comedor, pero aspiraba, pecando de una positividad rara en él, que todo quedara en meros comentarios de los que podría huir metiéndose en sus libros y pasando el curso de la manera más discreta posible.

Debió haber imaginado que, como todo en su vida, aquello no iba a ocurrir. No había paz, ni cosas sencillas cuando se era un Malfoy. El estigma venía con la fortuna, y eran elementos indisolubles.

Si decidir volver a Hogwarts había supuesto una larga serie de noches de insomnio, valorando pros y contras, ahora que la noticia había salido a la luz, Draco veía mermar sus posibilidades.

Parecía evidente que el peso de la negativa, y el miedo irracional de los padres de los sangre sucia inclinaría la balanza de la directora. ¿Cómo actuar, sino? Minerva nunca se arriesgaría a una huida masiva del colegio, lo que sin lugar a dudas ocurriría si le permitían volver. Tal y como estaban las cosas, Draco no pudo menos que sonreír, ¿qué pensaban todos aquellos imbéciles? ¿Qué iba a deambular por el castillo con la túnica remangada, mostrando su marca oscura a todos los alumnos de primero nacidos Muggles?

¿Y a quién invocaría?

Como si para él hubiera sido divertido o heroico. Como si no hubiera pasado noches despierto, encerrado en un dormitorio que ya no consideraba como suyo, entre los muros de una casa que había dejado de pertenecer a su familia, aferrado a la varita aun sabiendo que ésta de poco iba a servirle. Con la boca seca, temblando como un crío cada vez que una sombra o un susurro se colaba bajo su puerta.

¿De verdad creían que anhelaba volver a Hogwarts para restregar al resto del alumnado y profesores sus semanas de terror? Se había visto obligado a ver y hacer cosas que le había marcado de tal forma, que ahora, no era más que un espejismo de sí mismo. Tiempo atrás, Draco había creído que aquella fascinación del Señor Tenebroso por él le hacía especial, que lo marcaba como distinto.

Aquella marca en su brazo sería la cicatriz que le faltaba en la frente. Lo que le daría el respeto, el lugar de honor entre la multitud. Algo que le haría el elegido.

Había sido tan imbécil como lo eran ahora los demás.

Con desdén, dejó caer la bola en que había convertido El Profeta en la chimenea y, aunque no lo tenía permitido por haber dejado de ser alumno de pleno derecho, deambuló por los pasillos. El fuego crepitaba en las antorchas y la oscuridad que le otorgaba la precaria iluminación, aliada con su traje negro, le hicieron pasar desapercibido entre las pocas personas con las que se cruzó.

Alumnos perdidos en sus propios problemas, preocupaciones vanas y sin importancia como exámenes o tareas de Pociones que se veían incapaces de terminar a tiempo. Qué vidas más insustanciales, pensó Draco, vacías y carentes de emociones remarcables. Probablemente, todos aquellos jóvenes que ahora se creían en la cúspide de sus vidas, crecerían y morirían sin que nadie recordara sus nombres una vez todos sus descendientes hubieran desaparecido.

Eran anónimos. Un montón de nadies a los que no se juzgaba por sus apellidos. Envidia, descubrió, con sorpresa que sentía. Anonimato.

Antaño, aquello habría repugnado a Draco, que se dio cuenta de que no conocía el rostro ni los nombres de ninguna de aquellas personas. Había otras, por supuesto, a los que jamás olvidaría. Los chicos que murieron en la guerra, los que sobrevivieron tras luchar valientemente mientras él, era llevado lejos por sus padres, a lugar seguro. Los semblantes que sufrieron tortura bajo el techo de Malfoy's Manor. Los que marcó como enemigos acérrimos tan pronto los conoció, y que luego, salvaron su vida…

Detuvo sus pasos frente a la pared tras la que se escondía la Sala de los Menesteres. Sintió calor, oyó gritos olió la ceniza, sintió el fuego, y le pareció estar aún a lomos de su escoba, huyendo de unas llamas que amenazaban con devorarlo, con hacerle morir de forma ridícula y sin repercusión mientras intentaba culminar una tarea demasiado grande para sí mismo…

Y entonces, la mano de Potter.

−Nunca pagaré esa deuda –susurró Draco, poniendo la mano, pálida y fría, contra los muros.

En realidad, nunca saldaría muchas de ellas, las primeras, consigo mismo. El miedo y las atrocidades que había visto, la muerte, la humillación… toda aquella estúpida creencia de que sería alguien si seguía el camino más torcido de cuantos se le presentaran. ¿Merecía de verdad intentarlo otra vez?

Un repentino aroma a jardín y flores recién cortadas inundó sus fosas nasales. Incómodo, el vello de la nuca se le puso de punta y echó mano a la varita, que llevaba convenientemente oculta en el bolsillo. Puede que buscara la aceptación del mundo mágico al que por derecho pertenecía, e incluso estaba dispuesto a ser objeto de habladurías y chismes.

Pero jamás aceptaría ser burlado o atacado por algún cobarde en un pasillo oscuro, se defendería hasta caer, aunque eso supusiera que le denegaran el permiso para volver a ser un alumno de Hogwarts.

−No te molestes en dar tres vueltas formulando tu deseo. La puerta no se abrirá.

Como era razonablemente alto para su edad, Draco tuvo que bajar la cabeza unos centímetros antes de encontrarse de frente con una chica desgarbada, delgada y rubia que llevaba en su uniforme los colores de Ravenclaw. Tenía una larguísima melena enredada y unos ojos grandes y saltones de color grisáceo.

En su rostro, de piel blanca como la porcelana, no había rastro alguno de magulladuras y cicatrices. Aunque Draco sabía que las había tenido.

−Todavía no se ha recuperado del incendio –explicó Luna Lovegood−, los hechizos de reconstrucción durarán hasta las próximas fiestas.

−Genial.

Un motivo más para prohibirle acercarse a Hogwarts, decidió Draco. Había dejado graves secuelas en el santuario sagrado donde el gran Harry Potter había dotado a los alumnos de dotes defensivas para la magia oscura, salvando, probablemente, sus vidas.

Aparentemente cómoda con frío silencio que había caído entre ellos, Luna se miraba los pies, los cuales movía rítmicamente, haciendo resonar sus zapatos como aquella joven de novela Muggle que deseaba volver al hogar. Draco se la quedó mirando unos segundos, cruzado de brazos, esperando.

Ella tenía que haberle reconocido, sin ninguna duda, ¿acaso no tenía ningún reproche o comentario hiriente que hacer? Ahora tenía todas las armas para vengarse contra él por los días de confinamiento y maltrato sufridos hasta haber sido rescatada, heroicamente, por un Elfo doméstico.

Decepcionado con el silencio, Malfoy no tuvo más remedio que romperlo. Si debía oír majaderías de una loca, mejor que fuera ya.

−¿Y si la Sala de los Menesteres no funciona, que haces aquí?

−La directora me ha citado, para saber mi opinión.

−¿Sobre mi vuelta a Hogwarts? –Luna asintió, aunque podría habérselo ahorrado, pues Draco lo supuso enseguida.

−Por lo visto, lo que pasó en tu casa es motivo suficiente para que lo que yo piense, valga de algo y le importe a mucha gente. Es gracioso.

Asombrado ante la falta de emoción total que demostraba Luna con unos hechos como aquellos, Draco se quedó sin palabras. Ella se encogió de hombros, mirándole por primera vez. ¿Sería capaz de maldecirlo en un hechizo no verbal? ¿Echaría a gritar y a correr, acusándole de haberla atacado en un pasillo desierto? Todos la creerían, nadie dudaría de la palabra de una joven brillante, buena e inocente que ya en el pasado había sufrido bajo las…

−Nunca te había visto sin el uniforme de Slytherin.

Todo esperaba Draco. Todo, menos aquello.

−¿Qué…? ¿Qué?

−Llevas ropa de fuera del colegio.

−No soy alumno. Todavía.

−Creo que eres demasiado alto y mayor para seguir llevando la túnica de Slytherin.

Ahora está siendo cínica, ¿verdad? Demasiado mayor… porque no merezco volver. ¿Eso piensa?

−¿Eso significa que vas a dar a McGonagall un informe negativo sobre mí, para que no me admitan?

Luna negó tan fuerte con la cabeza –realmente fuerte y con ímpetu−, que por un momento, toda su cara quedó cubierta de brillante pelo rubio. De haber estado más desconcertado, Draco habría caído al suelo sentado.

−Claro que no, yo nunca haría eso.

−¿Por qué?

−¿Por qué, qué?

¡Por Merlín!

−¿Vas a hablar a mi favor? ¿Después de lo que pasó durante la Guerra?

−Pensándolo mejor, no creo que a todos los estudiantes de Slytherin les sentara bien sustituir la túnica por un traje como el que llevas. No todos son tan así.

−¿Así? ¿Así cómo?

¿Malvado? ¿Oscuro? ¿Repulsivo? ¡Di algo, maldición!

−Así.

Luna Lovegood le dedicó un guiño cariñoso y extendió la mano, tirándole amistosamente de la corbata antes de soltarle y apartarse de él con pasos lentos y elegantes, hacia la zona oscura del pasillo, alejada de las antorchas que hasta entonces, les habían iluminado.

Draco, que se había quedado paralizado, no respiraba. Si ella le hubiera maldecido, enviándole un conjuro certero que le abriera el pecho en dos, haciéndole caer al suelo en medio de un charco de su propia sangre, no le habría sorprendido más que aquella conversación.

Luna le había mostrado lo más parecido a una actitud amistosa que había tenido desde hacía mucho tiempo.

Realmente, debe estar loca, si después de todo lo que pasó… es capaz de mirarme… de tocarme…

−¿Draco?

Él giró sobre sí mismo, contemplando aquel rostro amable, parcialmente oculto por las sombras. Luna se estaba enredando un mechón de pelo en el dedo índice, y aunque su mirada era esquiva, como si pensara en mil cosas a la vez, cuando volvió a hablarle, lo hizo entregándole toda su atención.

−Todos nos merecemos otra oportunidad para demostrar que podemos hacerlo mejor. Eso es lo que voy a decirle a la directora.

Rita Skeeter no lo piensa. Ni la gran mayoría de los magos del país, que hierve hoy con ese maldito periódico… ¿pero acaso no pasan al olvido todos los titulares?

−¿De verdad crees eso?

Luna se abrazó a una carpeta azulona y brillante que Draco no se había fijado que llevaba, encogiéndose de hombros. Con despreocupación, le dijo adiós con el brazo libre, dándose la vuelta y apartándose de su vista.

Volverían a verse en aquel pasillo oculto. Múltiples veces, en las semanas y meses venideros. Claro que aún no lo sabían.

−No desaproveches la tuya.

Oyó que le decía su suave voz, antes de dejarle a solas y desaparecer, casi como si nunca hubiera estado allí y Draco solo la hubiera imaginado.